Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Kolbeinn R. Gudrekson Sáb Feb 15, 2014 10:49 am


DATOS BÁSICOS

NOMBRE DEL PERSONAJE
Kolbeinn Ragnar Gudrekson

APODO
Kol, the Dark Lord

EDAD
835 años reales, unos 43 reales

ESPECIE
Vampiro

TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO
Clase social alta

ORIENTACIÓN SEXUAL
Heterosexual

LUGAR DE ORIGEN
Gríndavik, Islandia

HABILIDADES/PODERES
- Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad y fuerza sobrehumana.
- Colmillos afilados, uñas afiladas, piel y cuerpo resistentes (aunque suave al tacto y a la vista), e inmortalidad.
- Habilidad para sanar rápidamente heridas y contusiones no tan graves. El tiempo de recuperación varía según el personaje y la gravedad de la herida o lesión. Cuando se trata de balas de plata o fuego pueden morir si las heridas son muy graves.
- Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder también les permite reconocer a otros vampiros e identificar a los licántropos gracias a su aura colorada y su característico olor.
- Habilidad para bloquear su mente y nadie (ni siquiera los vampiros que leen mentes) pueden saber lo que piensa.
- Habilidad de controlar a una persona por medio de la sangre. El vampiro, sin haber mordido al humano, ofrece una mínima cantidad de su sangre a la persona y con eso logra convertirlo en su sirviente. La sangre de vampiro es altamente adictiva para los humanos; también puede lograr retrasar el envejecimiento.
- Habilidad para controlar las acciones o el razonamiento de otra persona. Este poder logra que otras personas realicen acciones, sin que éstas puedan negarse o incluso darse cuenta, mediante palabras con entonación imperativa, es decir, ordenándolas.


 
DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

Me considero un hombre valiente, justo, inteligente, escrupuloso, perfeccionista, temperamental, firme y contundente, feroz, letal, muy hábil con las armas y las palabras, apasionado y fervoroso, gran luchador y amante de la guerra, sobretodo de ser el verdugo ajeno. Soy muy devoto de la fe nórdica, una característica muy mía, y por supuesto, mi mayor placer no sólo es la sangre de la que me alimento, sino también el hidromiel, la bebida preferida de los dioses a los que rezo. Entre mis virtudes, encuentro que soy fiel y leal a mí mismo y a mis creencias, protector de lo mío y de lo que quiero, un buen defensor y sobretodo, sincero, odiando pues, las mentiras, lo deshonesto, el fingimiento. Detesto que me dejen con la incertidumbre, pero... por encima de todas las cosas, ¡odio bañarme! ¡Odio la higiene! ¿Nadie entenderá que mi aroma es el olor de la hombría, de la virilidad?
Debo añadir que entre mis fuertes, también se encuentra la crueldad de mis actos y de las palabras que digo y no digo, así como mi cabeza maquiavélica, la gran independencia que suele guiar mis pasos, mi aire misterioso y enigmático, mi carácter reservado, de pocas palabras. En realidad, es preferible mi silencio, porque suelo ser bastante irrespetuoso con los demás, incivilizado, ordinario, bruto, salvaje, misógino, maleducado, muy burlón y sarcástico, sin olvidar mencionar mi faceta envidiosa y avariciosa, que a menudo suele llevarme a cometes hechos del que uno no se sentiría muy orgulloso. Pero lo cierto es, que soy muy orgulloso así que ese no será mi problema.

 
HISTORIA

Las tierras ardían, los campos y sembradíos eran devastados por las fuerzas enemigas que arrasaban con todo aquello que les era ajeno, destruyendo no sólo nuestras propiedades sino también nuestras vidas y las vidas de nuestro pueblo. Agonizaban. Morían. Y yo era un inútil observador del caos que se adueñaba de la aldea que me vio nacer, sufriendo ante cada derrota, ante cada caída, ante cada vida que se esfumaba entre los dedos de las manos enemigas que, teñidas con nuestra sangre, lograban asfixiarnos y temer el porvenir, el mañana. Un mañana incierto y lleno de oscuridad del que yo ansiaba rescatar s mi gente.


Mel. Ella era la respuesta a mis rezos. Ella y solo ella, haciendo uso de sus dones y hechizos cuyo poder había cruzado fronteras. Ella fue a la que pedí auxilio, solicitándole su visita a cambio de un imperio de oro y piedras preciosas. La hechicera no tardó en satisfacer mis ansias, ya advertida de la urgencia que sus servicios me eran requeridos.

- Haz lo que tengas que hacer.- le supliqué.- Pero haz que me levante de este trono. Concédeme visión para ver lejos las lanzas enemigas; regálame la fortaleza para empuñar mi espada; alimenta mi anatomía para ser corpulento y que mis pasos hagan temblar las montañas por las que cruce; dame resistencia para soportar los golpes y los fracasos; aliméntame con liderazgo, con cordura y con ímpetu; transforma la ira que corre por mis venas en la fuerza que me capacite para liderar la rebelión contra nuestros opresores. Sacia mi venganza con la sangre de los bárbaros.

Mel concedió mis deseos, hablándome de su Señor, un amo de oscuros poderes pero infalible, capaz de otorgarme eso y mucho más. Me presentó entonces un documento escrito en una lengua que desconocía. Era un contrato que permitiría a mi tierra recuperar la libertad perdida. No había tiempo que perder. No cuando los cadáveres amontonados en las calles empezaban a traer enfermedades a los supervivientes de las continuas matanzas. No cuando el hambre se cernía cuál soga alrededor del cuello de todos y cada uno de mis súbditos.

Firmé. Estampé mi nombre y el sello real de mi casa en aquél manuscrito. Aquella noche no sólo firmé la paz para mi adorado pueblo, sino también la condena que arrastraría mi alma por el resto de mi larga existencia...

Mel hizo la parte correspondiente a nuestro pacto, haciendo de mi inservible cuerpo enclenque y enfermizo uno apto para la guerra, convirtiéndome en el salvador que mi pueblo necesitaba, convirtiéndome en un ser dantesco, fuerte y corpulento, letal y desafiante. Todos los enemigos del reino me temían con sólo ser nombrado. Sediento de sangre rebané una cabeza tras otra, sintiendo la necesidad imperiosa de matar más a cada asesinato cometido. Sin yo saberlo, en mí se gestaba una incontrolable sed de sangre.

Los bárbaros pusieron punto y final a sus destructivas incursiones y poco a poco, la gente fue recuperando la esperanza, reconstruyendo sus casas, sembrando sus cultivos y procreando como antaño, como cuando las cosas iban bien y las gentes confiaban en mi protección.
Pero tras la victoria de mi pueblo, la calma no había llegado para mí, torturándome noche tras noche aquellas ganas de seguir matando incluso cuando ya no habían enemigos en mis tierras. Tanto fue así, que me vi obligado a a realizar matanzas para sosegar mis ansias asesinas, secuestrando, torturando y asesinando a decenas de aldeanos. Pronto, las sospechas cayeron sobre mí y mientras dormía, un grupo de campesinos prendieron fuego a mi morada, falleciendo yo ahí, hecho un ovillo, temeroso de las llamas que se aproximaban a mí. Las lenguas del Infierno calcinaron mi cuerpo, pero no mi alma.

"No se puede matar aquello que ya está muerto"

Desperté en Helheim. Lo supe cuando miré a mi alrededor, dónde sólo vi niebla y un frío penetrante que pronto caló en mis huesos, haciéndome agachar y abrazarme, intentando mantener así el poco calor de mi cuerpo. Lo sabía. Sabía que había muerto. Sabía que me hallaba en el mundo dónde terminaban los difuntos. Sabía que una vez se entraba en él, ni siquiera los dioses podían salir, debido al inagotable e intransitable río Gjöll que lo rodeaba. Mel apareció ante mí, acariciando a Garm.

- Tu alma nos pertenece.- sentenció la mujer de socarrona sonrisa y ojos brillantes.- Ahora eres un servidor más de la corte de Hela.


- ¡Me engañaste!- le espeté iracundo, alzando la mirada para comprobar entonces cómo su figura mutaba hasta convertirse en una horripilante fémina de largos cabellos lacios y azabaches, de nariz grande y con forma de pico, ojos profundos y boca torcida en una eterna mueca de enojo. Se hallaba sentada en un trono que la niebla que habitaba en aquella sala me permitió vislumbrar al pasar los segundos. ¿Qué diablos...?

Mel... o mejor dicho, Hela, alzó una de sus manos sin apartar la vista de mí, abriéndose un portón colosal a un lado de la sala. Por ella pude ver el horror más espantoso del mundo reflejado en los gritos, llantos y lamentos de aquellos que prisioneros de la sala de Naströnd que hasta los confines de la existencia deberían sufrir y padecer el veneno de las serpientes que cubren todas las paredes de la sala escupen sin cesar. El sol nunca brilla y el veneno fluyen torrenciales por la sala, llenando todo con vapores venenosos. La puerta se cerró lentamente, captando mi atención la mujer ante mí mostrada.

- Ese será tu destino si fracasas en tu deber.- concluyó ella con voz de ultratumba que me hizo erizar la piel.

- ¡Haré lo que se me ordene!- supliqué cuál rata asustada, gateando hasta llegar a uno de sus pies, besándolos fervientemente sin importarme el pestilente olor que de estos emanaba. Ella rió, complacida.

- Volverás a la vida con el simple fin de servirme. De no hacerlo, no habrá segunda oportunidad.

Tras ello, no recuerdo qué sucedió después. Tan sólo recuerdo todas y cada una de las vidas que viví en la Tierra para desempeñar mi cometido. Centenares de vidas, todas ellas inscritas en mi memoria, siempre sabiendo qué debía hacer. Hasta que en mi última reencarnación, las cosas parecieron ser más fáciles con el don de la inmortalidad.

Me bautizaron con el nombre de un tío de mi padre recién fallecido, Kolbeinn, y de segundo nombre, eligieron el del abuelo de mi madre, Ragnar. Yo era el segundo hijo del matrimonio vikingo, siendo mi hermano Erik el primogénito, el heredero del trono caudillo de aquella pequeña aldea islandesa. Siempre envidié a mi hermano, codiciando todos y cada uno de sus propiedades, de sus triunfos, de los halagos y las promesas que otros le ofrecían a cambio de sus virtudes. Le odiaba. Odiaba su temperamento petulante, sus aires de grandeza, sus logros conseguidos a mi costa. El era la espada y yo la mano que le empuñaba. Nunca fue suficiente y pronto, Erik logró sus deseos de embarcarse hacia otros rumbos, prometiendo tierras que enriquecerían a Gríndavik. Gudrek, mi padre, estaba ocupado con el cuidado de nuestras hermanas, ubicadas en los Países Bajos para encontrar esposos que las mantuvieran y agrandaran el patrimonio familiar, así que tanto yo como el resto de nuestros hermanos, Egil y Erlend, acompañamos a Erik en su travesía, fundando Vinland más allá de los mares, sin importarnos la presencia de unos extraños de piel rojiza, cabello oscuro y costumbres ajenas a las nuestras. La mayoría murieron al paso de nuestras espadas y yo, deseando utilizar aquella oportunidad para conseguir el mérito que anhelaba, no me importó seducir a la indígena de la que Erik se encaprichó, poseyéndola noche tras noche, sintiendo cómo su afecto por mí era real. La había enamorado y ella me había enamorado a mí sin apenas ser consciente de ello.

Durante varios años mantuve el romance con Alawa a escondidas de Erik, que nunca lo sospechó. Pero mi historia terminó una vez Eyra nació, siendo Erik quién, extrañado de ver en ella algún rasgo mío, decidió distanciarme de su familia, llevándoselas de nuevo a Gríndavik y dejándome a mí al mando de la aldea.

Allí mantuve a Vinland como una aldea fuerte y rica, enviando parte de las cosechas a Gríndavik tal y como habíamos pactado con mi hermano, ahora nuevo caudillo de nuestro pueblo ante la ausencia prolongada de nuestros padres. Egil muerto y Erlend a su disposición, me hallaba solo en una tierra desconocida, tan sólo acompañado por aquellos valientes y sus familias que habían abandonado Gríndavik para establecerse al otro lado del océano. Poco a poco, la población fue incrementándose y las tierras se fueron expandiendo, momento en el que, debido a mi edad y pensando en ofrecer un heredero a mi trono caudillo, me vi obligado a establecer matrimonio con una moza buena y servicial que me otorgó a tres varones fuertes y sanos que prolongarían nuestro linaje en Vinland. Poco después de ser testigo del enlace de mi primogénito, supe de la muerte de Erik a manos de Eyra, por lo que ella había sido considerada fugitiva con una orden de busca y captura sobre sus hombros. ¿Qué la habría llevado a actuar de aquél modo?, me pregunté. ¿Podría ayudarla?

Decidí embarcarme y dejar Vinland momentáneamente para asistir al funeral de mi hermano mayor sin la compañía de mi familia, que la había dejado en nuestra aldea. Allí, me aguardaban impacientes mis padres y el resto de mis hermanos. Juntos vimos cómo las llamas devoraban el cuerpo inerte de Erik antes de reducirse en cenizas que el mar consumió sigilosamente.

- ¿Dónde está Alawa?- osé preguntar tras la ceremonia, localizando en el rostro apacible de mi padre la chispa de aquello que a uno satisface.

- Murió hace años.

Supongo que no estaba preparado para una respuesta como aquella y mi rostro se convirtió en un poema que relataba el profundo dolor que ese conocimiento me provocaba.  Sin decir ni una palabra más, di media vuelta dispuesto a encontrar a la hija de mi amada, queriendo así darle un buen lugar en mi familia, otorgándole todo aquello que le fue arrebatado.

Tras varias lunas persiguiendo falsos testimonios de quienes aseguraban haberla visto, tropecé con otro hombre que también decía buscarla. Su nombre era Achilles. Él me habló de Alawa y de cómo se conocieron cuando ésta aun era una niña, conmoviéndome su relato y las motivaciones que le llevaban, como a mí, a querer hallar a su hija. Aquella noche, entre birras y carcajadas, el destino nos uniría para desempeñar una amistad que aun ahora dura. Se convirtió en un buen amigo, fiel y leal, que me ayudaría a encontrarla, aunque no del modo que yo esperaba.

Recuerdo aquella noche como si hubiera sido ayer. Yo seguía en París, lugar al que la búsqueda me había traído. Eras unas tierras muy distintas a las conocidas. Achilles había ido de caza, o eso me había dicho. Me hallaba solo y bastante bebido, pues me frustraba la idea de seguir perdiendo el tiempo, de hallarme en un callejón sin salida ni respuestas. Pensaba en mi familia, en si todo seguiría marchando bien. Yo seguía bebiendo, sin importarme que ya no hubiera nadie más en aquella maloliente taberna. Pero entonces, alguien cruzó aquella puerta. Era una mujer. Una hermosa mujer. Sus pies iban descalzos. Su piel tostada al descubierto pese a llevar unas pieles sobre sus hombros. Sus cabellos largos, oscuros y alborotados daban una imagen de salvajismo impropio de las mujeres de aquellas tierras. Su rostro, juvenil, pícaro y enigmático, me cautivó. Sus ojos profundos y penetrantes me hicieron su esclavo. Era la viva imagen de Alawa la que se acercaba a mí con una sonrisa distinta. Veloz se abalanzó sobre mi cuello y clavó sus colmillos con brutalidad, sin encontrar en mí fuerza alguna que le impidiera beber de mi sangre. Habría querido morir en aquél instante, entre sus brazos, en aquél mordisco mortal. Más no fue así. Ella se apartó de repente, dejando caer mi cuerpo al suelo cuál bolsa de patatas, inútil, inservible y pesada. ¿A dónde se había ido mi fuerza? ¿Qué había sido de mis dotes guerreras? ¿Es que ya no me importaba el dejarme matar? La muchacha retrocedió, asustada, llevándose las manos a su boca ensangrentada, mirando a un lado y a otro, nerviosa. El tabernero aun no había vuelto de cargar unas cajas a su almacén, nos hallábamos solos y yo seguía desangrándome sobre un charco de mi propia sangre. Alawa hizo amago de irse, de escapar por dónde había entrado, pero mi voz moribunda se lo impidió. Tras varios titubeos, volvió a mí y me ayudó a erguirme, susurrando tantos "lo siento" que perdí la cuenta en la centésima vez que lo hizo. Ella tomó la botella de cristal que se encontraba sobre la mesa dónde momentos antes había estado bebiendo, rompiéndola contra la mesa para hacerla añicos, llevándose uno de ellos a su muñeca, rasgando su piel de porcelana hasta abrir una brecha por la que su sangre escapaba brillante y muy líquida.

- Bebe, te pondrás bien. Achilles dice que mi sangre puede curar...- me instaba ella, sin que yo comprendiera nada de lo que me decía, demasiado extasiado aun por la falta de riego en mi cabeza.

Me acercó su muñeca a los labios, sin que yo pudiera impedir ese gesto por su parte. Sólo tomé un par de sorbos, lo juro. Pero fue suficiente. Caí en la inconsciencia, dándome por muerto pese a escuchar su voz lejana aun cerca de mí. Habría sido una bonita muerte, allí, sobre su regazo. Al fin me habría unido a Alawa, a mi amor.

Más tarde supe que ella desconocía el poder de su sangre, así como el ritual que sin querer había llevado a cabo para salvarme. Ella era una neófita, al igual que en neófito fui convertido yo aquella noche a manos de Eyra.

Tras asumir mi nueva condición, me vi obligado a renunciar a ella tras mi conocimiento del fallecimiento de mi esposa y mi primogénito a causa de una virulenta enfermedad que había asolado Vinland durante mi ausencia, teniendo que regresar allí para restaurar el orden y la paz entre aquellos aldeanos desesperanzados. Y allí seguí durante años, sin envejecer un ápice, perdiendo a todos cuanto quería por el paso del tiempo que a mí me era indiferente. Pero entonces, una noche en soledad, Mel reapareció en mi vida en el interior de una hoguera. Ella me habló de una profecía en la que el caos sería desatado a través del poder de unos portadores de runas mágicas capaces de efectuar complicado hechizos tanto de magia blanca como de magia negra.

- Debes impedirlo.- me ordenó ella, contundente.- Encuentra a los rebeldes -así era como ella les llamaba a los portadores de las cuatro runas que una vez reunidos podían romper las fronteras entre la vida y la muerte - y elimínales. Conserva el equilibrio del mundo.


Dicho eso, me hizo entrega de un extraño manuscrito que parecía tener vida propia y al que ella llamó El libro de Nod, siendo ese manuscrito mi única guía para llevar a cabo mi misión como fiel servidor de Hela, sabiendo que de querer desentenderme, mi alma caería presa en Naströnd. No tenía otra opción.

Y así fue cómo empezó mi búsqueda de los cuatro portadores durante siglos y siglos hasta llegar a nuestros días, dónde sólo soy la sombra de lo que fui, un guerrero esclavizado que un busca aquello que no encuentra. Sin embargo, ha llegado el momento: Caín sigue entre nosotros, propagando la maldición de los vástagos para crear su ejército; la bruja ha resurgido de su sueño eterno; la guerra ha empezado a librarse. Por ello debo encontrar a los peones de este juego y para ello, necesito encontrar las páginas perdidas del manuscrito de Nod, arrebatado de mis manos en varias ocasiones por otros que creían tener el don que a mi me fue concedido sin ser realmente solicitado. Sobre mí pesa la orden de Hela, el miedo de ser un prisionero más de Naströnd  y la misión de restablecer el equilibrio entre el Bien y el Mal, contando con más de un millón de guerreros conformando mi particular ejército de fuerzas sobrenaturales que lidero con la intención de triunfar en el propósito, sin temer a Ambrose, el líder del Mal que pretende coronarse Rey del Mundo, siendo él el Caín del que habla el Libro de Nod, siendo Eír la sacerdotisa, la hechicera cuyo poder reside en la Llave, un ser que como yo, debería velar por el equilibrio en el mundo y que a su pesar, pese a ser tan esclavo como yo, su propósito ha sido derrocado. Ellos son las piezas que conforman este ajedrez y sus súbditos, los peones. ¿Mi quehacer? Pronunciar Jaque Mate.

 
DATOS EXTRA

- Conservo casi en su totalidad el Libro de Nod, conociendo así todas las profecías y rituales que ahí se reflejan.
- Soy nómada, poseyendo multitud de tierras bajo nombres falsos que voy cambiando con el pasar de los años para no alzar sospechas de mi condición sobrenatural.


 
 



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Mensaje por Doreen Jussieu Sáb Feb 15, 2014 4:08 pm

FICHA APROBADA
BIENVENIDO A VICTORIAN VAMPIRES

TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADA DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.

QUE TE DIVIERTAS.


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del cual no me avergüenzo ni lo oculto. Este es mi camino, ¿dónde está el suyo?”
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