AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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One perfect something | Priv. Adrew
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One perfect something | Priv. Adrew
Aquel olor a libro viejo, a madera ajada, a hojas amarillentas y endurecidas por el paso de los años, siempre le había encantado. No obstante y desde que se había convertido en lo que ahora ella, aquel aroma le resultaba aún más atractivo si cabe. Más de una noche, y de dos, se había quedado dormida en aquel gran butacón, junto a la ventana, ubicado dentro de su biblioteca particular. La había hecho construir exactamente el mismo día en que compró la casa en aquella zona alta de París. Aun teniendo una mansión en Londres, sabía que no podría estar mucho tiempo alejada de sus libros, y el día en que cambiara nuevamente de residencia -cosa que hacía cada diez o quince años, aproximadamente, cuando la gente empezaba a sospechar de su juventud imperturbable-, volvería a llevárselos consigo allí donde fuera... o donde regresara.
¿Cuántas veces había cambiado de país? Por lo menos cien en el último milenio, si no más. Los humanos, pese a ser estúpidos, se fijaban demasiado en aquel tipo de detalles: ¿cómo una persona podía simplemente no envejecer? Fuera por envidia o por miedo, era algo que sus débiles mentes no concebían. Y eso la obligaba a ir rotando de residencia, de ciudad en ciudad, recorriendo el mundo entero de cabo a rabo. No por ella, que poco le importaba que su naturaleza fuera conocida... Sino por el bien mayor de que esos seres destructivos y absurdos averiguaran la integración de los vampiros entre ellos. El caos se adueñaría del mundo, y ella sería la responsable. Que sí, que era divertido y más de una vez lo había pensado, pero no quería tener en contra a todo el colectivo por un impulso tan absurdo. En un acontecimiento así, seguramente que sí moriría. Y por ahora, prefería seguir inmersa en su no-vida algunos milenios más.
Se sentó en un rincón lo suficientemente alejado de la biblioteca, como para que nadie se percatase de la nueva investigación en la que andaba sumida a fin de recopilar información para su nuevo libro. "When reality overcomes fiction", sería el primero de una saga que trataría de las criaturas que se ocultan entre los humanos, en lugar de ellos. Brujos, magos, vampiros, licántropos... Todo lo que ella sabía que existía -y de lo que formaba parte- y de lo que los humanos no sospechaban nada. O eso pensaba la comunidad sobrenatural. En cierto modo, se trataba de desenmascarar la realidad a los ojos humanos y de otros seres, pero siempre catalogándolo de ser un simple libro más de ficción y suspense, mezclado con aventura y cierta dosis de terror. Indudablemente, daría mucho que hablar y probablemente se ganaría el odio de más de un vampiro, pero poco le importaba. Para el mundo, ella era una simple escritora de gran talento que se dedicaba a hablar de asesinatos, seres sobrehumanos, fantasía y misticismo, todo con una marcada influencia gótica y escrito en un tono cercano aunque poético.
Muchos de quienes la aclamaban, eran mayoritariamente humanos. Y eso le hacía muchísima gracia dada la ironía del asunto. Siendo ella una de sus mayores depredadoras, la tenían por un ídolo o alguien a quien imitar... Si aquellos necios supieran la verdad, se quedarían sorprendidos. Y no para bien, precisamente. Era experta en tomarle el pelo a la humanidad, y a bastantes sobrenaturales también. Y quizá era eso, junto a su fuerza lo que la convertía en el punto de mira en muchas ocasiones. Y eso a Ophelia le encantaba. Si ser el centro de atención para seres inferiores, tales como los humanos, le parecía de lo más divertido... Ni que decir queda que le entusiasmaba serlo para sus semejantes.
Ojeando la montaña de libros que tenía delante, había descubierto a algo que la había sorprendido gratamente. Y era sumamente extraño que sorprendieran a alguien como ella. Quizá por eso la había inspirado a comenzar a escribir sin más dilación, con una pluma de primera calidad y sobre el papiro grueso, de color blanco, que siempre hacía comprar a sus sirvientes. Ahora más que nunca estaba segura de que aquella saga daría mucho que hablar, muchísimo. De entre la sección más "oscura" de la biblioteca, había "encontrado" un volumen bastante gastado, que se habían afanado mucho en esconder, a juzgar por las tres cerraduras que hubo que forzar para sustraerlo. Nadie iba a decirle nada... y pobre del que lo hiciera, así que simplemente lo tomó y lo colocó ante ella, en una mesa bastante grande, la misma que siempre acostumbraba a utilizar. Con caligrafía impecable, comenzó el relato, haciendo una introducción que instalaba de lleno al lector en un mundo diferente al usual. Una sonrisa apareció en sus labios gruesos, y le iluminó la mirada. El primer volumen trataría de la magia negra... Y de para qué sirve.
¿Cuántas veces había cambiado de país? Por lo menos cien en el último milenio, si no más. Los humanos, pese a ser estúpidos, se fijaban demasiado en aquel tipo de detalles: ¿cómo una persona podía simplemente no envejecer? Fuera por envidia o por miedo, era algo que sus débiles mentes no concebían. Y eso la obligaba a ir rotando de residencia, de ciudad en ciudad, recorriendo el mundo entero de cabo a rabo. No por ella, que poco le importaba que su naturaleza fuera conocida... Sino por el bien mayor de que esos seres destructivos y absurdos averiguaran la integración de los vampiros entre ellos. El caos se adueñaría del mundo, y ella sería la responsable. Que sí, que era divertido y más de una vez lo había pensado, pero no quería tener en contra a todo el colectivo por un impulso tan absurdo. En un acontecimiento así, seguramente que sí moriría. Y por ahora, prefería seguir inmersa en su no-vida algunos milenios más.
Se sentó en un rincón lo suficientemente alejado de la biblioteca, como para que nadie se percatase de la nueva investigación en la que andaba sumida a fin de recopilar información para su nuevo libro. "When reality overcomes fiction", sería el primero de una saga que trataría de las criaturas que se ocultan entre los humanos, en lugar de ellos. Brujos, magos, vampiros, licántropos... Todo lo que ella sabía que existía -y de lo que formaba parte- y de lo que los humanos no sospechaban nada. O eso pensaba la comunidad sobrenatural. En cierto modo, se trataba de desenmascarar la realidad a los ojos humanos y de otros seres, pero siempre catalogándolo de ser un simple libro más de ficción y suspense, mezclado con aventura y cierta dosis de terror. Indudablemente, daría mucho que hablar y probablemente se ganaría el odio de más de un vampiro, pero poco le importaba. Para el mundo, ella era una simple escritora de gran talento que se dedicaba a hablar de asesinatos, seres sobrehumanos, fantasía y misticismo, todo con una marcada influencia gótica y escrito en un tono cercano aunque poético.
Muchos de quienes la aclamaban, eran mayoritariamente humanos. Y eso le hacía muchísima gracia dada la ironía del asunto. Siendo ella una de sus mayores depredadoras, la tenían por un ídolo o alguien a quien imitar... Si aquellos necios supieran la verdad, se quedarían sorprendidos. Y no para bien, precisamente. Era experta en tomarle el pelo a la humanidad, y a bastantes sobrenaturales también. Y quizá era eso, junto a su fuerza lo que la convertía en el punto de mira en muchas ocasiones. Y eso a Ophelia le encantaba. Si ser el centro de atención para seres inferiores, tales como los humanos, le parecía de lo más divertido... Ni que decir queda que le entusiasmaba serlo para sus semejantes.
Ojeando la montaña de libros que tenía delante, había descubierto a algo que la había sorprendido gratamente. Y era sumamente extraño que sorprendieran a alguien como ella. Quizá por eso la había inspirado a comenzar a escribir sin más dilación, con una pluma de primera calidad y sobre el papiro grueso, de color blanco, que siempre hacía comprar a sus sirvientes. Ahora más que nunca estaba segura de que aquella saga daría mucho que hablar, muchísimo. De entre la sección más "oscura" de la biblioteca, había "encontrado" un volumen bastante gastado, que se habían afanado mucho en esconder, a juzgar por las tres cerraduras que hubo que forzar para sustraerlo. Nadie iba a decirle nada... y pobre del que lo hiciera, así que simplemente lo tomó y lo colocó ante ella, en una mesa bastante grande, la misma que siempre acostumbraba a utilizar. Con caligrafía impecable, comenzó el relato, haciendo una introducción que instalaba de lleno al lector en un mundo diferente al usual. Una sonrisa apareció en sus labios gruesos, y le iluminó la mirada. El primer volumen trataría de la magia negra... Y de para qué sirve.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: One perfect something | Priv. Adrew
Una de las cosas más llamativas de ser un espía es que no tienes horarios fijos. Quiero decir, te ganas la vida como te la ganas, con misiones que van y vienen. Así que a veces tienes que ir a las tantas de la noche a un bar, otras veces a un callejón o a una recepción en la embajada de algún país desconocido porque habrá alguien importante.
Así que claro, los biorritmos y el sueño le funcionaban como les salía del pito, y en aquél momento Adrew no podía pegar ojo. Había estado cerca de una hora dando vueltas en la cama sin ningún resultado hasta que, harto, se puso en pie, se vistió y salió del pequeño apartamento donde vivía. Necesitaba tomar un poco el aire.
En lugar de llevarlo a un bar o un burdel donde desfogar y relajarse sus andares le dejaron frente a la biblioteca. Chasqueó la lengua mientras observaba aquella imponente fachada que ocultaba toda la sabiduría acumulada por siglos. Desde la novela más reciente hasta incunables escritos por monjes de algún monasterio perdido en las montañas.
¿De verdad iba a entrar allí? La noche todavía era joven y seguro que alguna moza de la taberna se volvía más facilona de la cuenta cuando le invitara a un par de pintas. Si se daba la vuelta encontraría algo de diversión en cualquier parte, seguro.
Volvió a chasquear la lengua. Miró otra vez la fachada. Suspiró. Y ascendió las escaleras que le llevaban al interior de dos de en dos.
Estuvo un buen rato deambulando entre las desiertas salas, apenas iluminadas por linternas cerradas para evitar que las chispas provocaran un incendio. De vez en cuando se detenía a ojear un libro, la mayoría escritos en francés. Pero cuando veía un título en inglés no dudaba en cogerlo hasta que tuvo en su poder una pequeña pila de libros.
Con lectura suficiente para echar un par de noches en vela Adrew buscó un sitio cómodo y agradable donde leer. Y, cosas del destino, acabó en una sala ocupada. Su única usuaria era una chica de unos veinte años arrebatadoramente hermosa. O igual no lo era, pero la poca luz le favorecía bastante, la verdad.
Así que el franco-británico no se lo pensó dos veces y se acercó a una de las mesas contiguas a donde estaba la chica. No en la suya, pero sí en una que andaba bastante cerca. Jé, al final iba a ser una idea cojonuda lo de ir a la biblioteca por las noches.
-Buenas noches-saludó con una sonrisa cortés-. Perdona, ¿os molesta si me siento aquí?-le enseñó la pila de libros que estaba dejando ya sobre la mesa-. Esto pesa y creo que voy a desfallecer si continúo cargando con tanto peso.
Así que claro, los biorritmos y el sueño le funcionaban como les salía del pito, y en aquél momento Adrew no podía pegar ojo. Había estado cerca de una hora dando vueltas en la cama sin ningún resultado hasta que, harto, se puso en pie, se vistió y salió del pequeño apartamento donde vivía. Necesitaba tomar un poco el aire.
En lugar de llevarlo a un bar o un burdel donde desfogar y relajarse sus andares le dejaron frente a la biblioteca. Chasqueó la lengua mientras observaba aquella imponente fachada que ocultaba toda la sabiduría acumulada por siglos. Desde la novela más reciente hasta incunables escritos por monjes de algún monasterio perdido en las montañas.
¿De verdad iba a entrar allí? La noche todavía era joven y seguro que alguna moza de la taberna se volvía más facilona de la cuenta cuando le invitara a un par de pintas. Si se daba la vuelta encontraría algo de diversión en cualquier parte, seguro.
Volvió a chasquear la lengua. Miró otra vez la fachada. Suspiró. Y ascendió las escaleras que le llevaban al interior de dos de en dos.
Estuvo un buen rato deambulando entre las desiertas salas, apenas iluminadas por linternas cerradas para evitar que las chispas provocaran un incendio. De vez en cuando se detenía a ojear un libro, la mayoría escritos en francés. Pero cuando veía un título en inglés no dudaba en cogerlo hasta que tuvo en su poder una pequeña pila de libros.
Con lectura suficiente para echar un par de noches en vela Adrew buscó un sitio cómodo y agradable donde leer. Y, cosas del destino, acabó en una sala ocupada. Su única usuaria era una chica de unos veinte años arrebatadoramente hermosa. O igual no lo era, pero la poca luz le favorecía bastante, la verdad.
Así que el franco-británico no se lo pensó dos veces y se acercó a una de las mesas contiguas a donde estaba la chica. No en la suya, pero sí en una que andaba bastante cerca. Jé, al final iba a ser una idea cojonuda lo de ir a la biblioteca por las noches.
-Buenas noches-saludó con una sonrisa cortés-. Perdona, ¿os molesta si me siento aquí?-le enseñó la pila de libros que estaba dejando ya sobre la mesa-. Esto pesa y creo que voy a desfallecer si continúo cargando con tanto peso.
Adrew Bouvalier- Humano Clase Media
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 12/07/2013
Re: One perfect something | Priv. Adrew
La pluma se deslizaba hábilmente sobre el papel, dibujando formas, palabras, que guardaban un significado que por muchos sería temido, y por otros tantos aclamado... Oh, adoraba aquella capacidad que tenía para cambiar el rumbo de las cosas a su antojo. Siempre le había gustado. La hacía sentir fuerte, poderosa, como si el destino del que todos hablasen pudiera estar en sus manos por un pequeño instante, suficiente, no obstante, para lograr lo que se proponía: sembar la discordia, mover la balanza a favor del caos, para que el tedioso mundo en que vivía, se volviese más interesante. Después de todo, habría de pasar en él muchos años, con algo debía entretenerse. Una sonrisa irónica afloró a sus labios, mientras daba los últimos retoques al prefacio de lo que sería el primer libro de la saga que podría cambiar la historia de la humanidad para siempre. Brujos. Sí, en efecto, aquel tomo explicaba la historia, desde sus inicios, de aquellos primeros humanos que, renunciando a la "normalidad" propia de su especie, decidieron buscar una fuente de poder real, que les hiciera superiores a sus semejantes, o simplemente distintos. La magia. Y había un tipo de magia que a ella la causó especial impresión: la magia negra. La capacidad de hablar con seres que ya no estaban entre los vivos, o la de resucitar a los muertos... no eran simples tomaduras de pelo. Y ahora tenía una prueba ante sí que lo demostraba.
Su sonrisa se ensanchó considerablemente, mientras su mente ya divagaba acerca de lo que escribiría en cada uno de los capítulos. Lo cierto es que su imaginación siempre había sido envidiable, por extraño que pudiera parecer. Era una artista, y siempre procuraba que sus "pequeñas" obras de arte lo fueran de verdad, que fueran auténticas, perfectas. Los errores no estaban permitidos: errar es humano, y su humanidad hacía mucho que se había disipado, con los últimos trazos de las emociones nobles propias de esta. No sentía nada por nadie ni podía sentirlo, eso la hacía superior a los mortales. Y por ese motivo, podía crear y deshacer a su antojo. Por ese mismo motivo, todo cuanto hacía solía tener gran éxito entre mortales e inmortales. Porque en esas creaciones depositaba un alma que, realmente, ya no tenía. Su alma se había quedado incrustada en aquella pluma que utilizaba para escribir, o a la altura de sus dedos, cuando componía aquellas canciones lastimosas al piano. Sus sentidos estaban más vivos que nunca, sí, pero ella ya no portaba ningún sentimiento en aquel corazón yerto, que ya ni latía. Las horas pasaron con rapidez, y ella permaneció sumida en su mundo, en su mente, en la idea que había de plasmar en aquella historia para revolucionar el mundo tal y como todos lo conocían. Era su meta, su obsesión, el nuevo proyecto en que se había embarcado y del que sabía que podría acarrearle consecuencias negativas también. ¿Pero acaso eso era un problema? Muerta ya estaba, ¿qué podrían hacerle? Una mueca irónica se dibujó en su hermoso rostro, parcialmente sombrío. Temer a la muerte... que cosa tan absurda cuando se supone que para el resto del mundo, falleciste dos veces. Primero murió el corazón, y después el cuerpo. Ahora era la carcasa lo que caminaba entre los vivos, fingiendo ser uno más.
El mundo no es más que una mentira compuesta por muchas medias verdades, sumadas entre sí. Nada de lo que nos cuentan contiene toda la verdad; ni toda la verdad es sabida por nadie que quiera contárnosla. Lo cierto es que, en este mundo, siempre hay alguien que miente. Y esta vez, no seré yo. El cielo cielo nocturno puede contarnos historias inauditas, increíbles, inconcebibles en una mentalidad tan cerrada como es la nuestra; y sin embargo, esas historias son lo único en lo que deberíamos creer, puesto que él sí ha estado vivo desde el comienzo, a través de las eras, a través de las edades: ese cielo plomizo y frío, lejano, al que nadie puede acceder, es y ha sido testigo de la destrucción de seres como nosotros, del renacimiento de la humanidad como especie, y probablemente lo será de su extinción... ¿Pero qué puede contarnos?
Muerte, sacrificio, salvación, mentiras y medias verdades que sirven para edulcorar nuestra existencia, de la cruenta realidad que la rodea; simples cortinas de humo, nuestra vida como una obra de teatro en que nos encontramos, aparentemente libres, pero realmente maniatados con cadenas invisibles, irrompibles, y por una realidad irreal, que ciega el dolor de un mundo, gravemente herido y enfermo, que trata de opacar aquellas verdades que harían peligrar nuestra débil cordura, convirtiéndonos en simples marionetas del destino, seres que no conocen la libertad ni la buscan, pues saben que no la obtendrán por más que luchen. Y aquí reside la belleza de la verdadera historia, en su capacidad al ser revelada de volver loco al más cuerdo, de enmudecer al más hablador y de hacer gritar al que nunca tuvo voz ni voto en esta sociedad de hipócritas en que nos hemos convertido. Los siglos no perdonan, porque nosotros no perdonamos. No perdonamos al débil por ser débil, y en lugar de ayudar a que se levante, lo hundimos más en su miseria... Estamos en la era de la destrucción, y es maravilloso ver cómo esa verdad oculta puja por abrirse paso a la superficie... Resurgiendo del odio, matando aquello que sin saber lo que significa, apodamos amor... Oh, esa verdad que romperá los esquemas de la actual civilización y golpeará los corazones sedientos de conocimiento, que pase lo que pase ansían averiguar la verdad que se esconde detrás de todo.
Sólo diré, antes de que las palabras se expresen por sí solas, que nadie que lea las siguientes páginas volverá a ser el mismo... Y que no puedo asegurar si este hecho será para bien o para mal.
Moira.
Entrecerró los ojos tras poner el punto y final a las únicas palabras que expresaría como Ophelia, para proseguir con el relato como Moira, aquella autora que volvía cualquier simple sueño en una terrible pesadilla. ¿Por qué seguía utilizando aquel seudónimo después de tanto tiempo, y más ahora que ya muchos la conocían? Precisamente por eso. Porque muchas personas la seguían, muchas personas leían sus libros... Desde hacía más de cuatrocientos años. Y muchas de las personas, ya ancianas, que la conocieron en otras ciudades, vivían asustados de aquel monstruo que alguna vez fue su autora favorita. Moira y Ophelia, dos caras de la misma moneda. El monstruo que perduraría y el monstruo cuyo cuerpo en algún momento se desvanecería... si es que llegaba a morirse (otra vez) en algún momento. Por ahora, no entraba en sus planes. La autora centenaria, la de las palabras oscuras y el semblante firme. Esa fue y seguía siendo, ella. Sobre el papel no fingía... Y por eso, tal vez, le gustaba tanto.
De repente, sus divagaciones se vieron interrumpidas bruscamente con la presencia de un humano que, tratando de ser simpático, se había dirigido a ella directamente para pedir permiso para sentarse. Miró en derredor y, tras observar que todas las mesas estaban vacías, siendo ella la única persona en la sala, entornó los ojos y le miró con excesiva fijeza. ¿Por qué se tenía que sentar tan cerca? Bufó en voz baja y agitó la cabeza, dibujando una leve y tensa sonrisa y haciendo un gesto con la mano para que se sentara. Estúpidos humanos, ¿quiénes se creen para osar interrumpirla? La misión que tenía entre manos no dejaba lugar para distracciones de ese tipo, tan innecesarias. Sin embargo, cuidó sus palabras y trató por todos los medios de no soltarle lo primero que se le pasó por la cabeza: que se marchase por donde había venido, o cualquier variante parecida.
- Bonsoir, Monsieur... -Dijo en un perfecto francés, haciendo una leve reverencia con la cabeza, sin moverse del sitio para ayudarle. Probablemente, hubiese podido levantar la pila de libros con una sola mano, pero estaba molesta por la interrupción, y ya era bastante amable dejando que se sentase tan cerca de ella estando la biblioteca completamente vacía. - Sois libre para tomar asiento, por supuesto... Supongo que a ambos nos vendría bien algo de compañía... -Mintió descaradamente, aunque nadie lo hubiera dicho dada la hermosa (y falsa) sonrisa que había dibujado en su semblante.
Su sonrisa se ensanchó considerablemente, mientras su mente ya divagaba acerca de lo que escribiría en cada uno de los capítulos. Lo cierto es que su imaginación siempre había sido envidiable, por extraño que pudiera parecer. Era una artista, y siempre procuraba que sus "pequeñas" obras de arte lo fueran de verdad, que fueran auténticas, perfectas. Los errores no estaban permitidos: errar es humano, y su humanidad hacía mucho que se había disipado, con los últimos trazos de las emociones nobles propias de esta. No sentía nada por nadie ni podía sentirlo, eso la hacía superior a los mortales. Y por ese motivo, podía crear y deshacer a su antojo. Por ese mismo motivo, todo cuanto hacía solía tener gran éxito entre mortales e inmortales. Porque en esas creaciones depositaba un alma que, realmente, ya no tenía. Su alma se había quedado incrustada en aquella pluma que utilizaba para escribir, o a la altura de sus dedos, cuando componía aquellas canciones lastimosas al piano. Sus sentidos estaban más vivos que nunca, sí, pero ella ya no portaba ningún sentimiento en aquel corazón yerto, que ya ni latía. Las horas pasaron con rapidez, y ella permaneció sumida en su mundo, en su mente, en la idea que había de plasmar en aquella historia para revolucionar el mundo tal y como todos lo conocían. Era su meta, su obsesión, el nuevo proyecto en que se había embarcado y del que sabía que podría acarrearle consecuencias negativas también. ¿Pero acaso eso era un problema? Muerta ya estaba, ¿qué podrían hacerle? Una mueca irónica se dibujó en su hermoso rostro, parcialmente sombrío. Temer a la muerte... que cosa tan absurda cuando se supone que para el resto del mundo, falleciste dos veces. Primero murió el corazón, y después el cuerpo. Ahora era la carcasa lo que caminaba entre los vivos, fingiendo ser uno más.
El mundo no es más que una mentira compuesta por muchas medias verdades, sumadas entre sí. Nada de lo que nos cuentan contiene toda la verdad; ni toda la verdad es sabida por nadie que quiera contárnosla. Lo cierto es que, en este mundo, siempre hay alguien que miente. Y esta vez, no seré yo. El cielo cielo nocturno puede contarnos historias inauditas, increíbles, inconcebibles en una mentalidad tan cerrada como es la nuestra; y sin embargo, esas historias son lo único en lo que deberíamos creer, puesto que él sí ha estado vivo desde el comienzo, a través de las eras, a través de las edades: ese cielo plomizo y frío, lejano, al que nadie puede acceder, es y ha sido testigo de la destrucción de seres como nosotros, del renacimiento de la humanidad como especie, y probablemente lo será de su extinción... ¿Pero qué puede contarnos?
Muerte, sacrificio, salvación, mentiras y medias verdades que sirven para edulcorar nuestra existencia, de la cruenta realidad que la rodea; simples cortinas de humo, nuestra vida como una obra de teatro en que nos encontramos, aparentemente libres, pero realmente maniatados con cadenas invisibles, irrompibles, y por una realidad irreal, que ciega el dolor de un mundo, gravemente herido y enfermo, que trata de opacar aquellas verdades que harían peligrar nuestra débil cordura, convirtiéndonos en simples marionetas del destino, seres que no conocen la libertad ni la buscan, pues saben que no la obtendrán por más que luchen. Y aquí reside la belleza de la verdadera historia, en su capacidad al ser revelada de volver loco al más cuerdo, de enmudecer al más hablador y de hacer gritar al que nunca tuvo voz ni voto en esta sociedad de hipócritas en que nos hemos convertido. Los siglos no perdonan, porque nosotros no perdonamos. No perdonamos al débil por ser débil, y en lugar de ayudar a que se levante, lo hundimos más en su miseria... Estamos en la era de la destrucción, y es maravilloso ver cómo esa verdad oculta puja por abrirse paso a la superficie... Resurgiendo del odio, matando aquello que sin saber lo que significa, apodamos amor... Oh, esa verdad que romperá los esquemas de la actual civilización y golpeará los corazones sedientos de conocimiento, que pase lo que pase ansían averiguar la verdad que se esconde detrás de todo.
Sólo diré, antes de que las palabras se expresen por sí solas, que nadie que lea las siguientes páginas volverá a ser el mismo... Y que no puedo asegurar si este hecho será para bien o para mal.
Moira.
Entrecerró los ojos tras poner el punto y final a las únicas palabras que expresaría como Ophelia, para proseguir con el relato como Moira, aquella autora que volvía cualquier simple sueño en una terrible pesadilla. ¿Por qué seguía utilizando aquel seudónimo después de tanto tiempo, y más ahora que ya muchos la conocían? Precisamente por eso. Porque muchas personas la seguían, muchas personas leían sus libros... Desde hacía más de cuatrocientos años. Y muchas de las personas, ya ancianas, que la conocieron en otras ciudades, vivían asustados de aquel monstruo que alguna vez fue su autora favorita. Moira y Ophelia, dos caras de la misma moneda. El monstruo que perduraría y el monstruo cuyo cuerpo en algún momento se desvanecería... si es que llegaba a morirse (otra vez) en algún momento. Por ahora, no entraba en sus planes. La autora centenaria, la de las palabras oscuras y el semblante firme. Esa fue y seguía siendo, ella. Sobre el papel no fingía... Y por eso, tal vez, le gustaba tanto.
De repente, sus divagaciones se vieron interrumpidas bruscamente con la presencia de un humano que, tratando de ser simpático, se había dirigido a ella directamente para pedir permiso para sentarse. Miró en derredor y, tras observar que todas las mesas estaban vacías, siendo ella la única persona en la sala, entornó los ojos y le miró con excesiva fijeza. ¿Por qué se tenía que sentar tan cerca? Bufó en voz baja y agitó la cabeza, dibujando una leve y tensa sonrisa y haciendo un gesto con la mano para que se sentara. Estúpidos humanos, ¿quiénes se creen para osar interrumpirla? La misión que tenía entre manos no dejaba lugar para distracciones de ese tipo, tan innecesarias. Sin embargo, cuidó sus palabras y trató por todos los medios de no soltarle lo primero que se le pasó por la cabeza: que se marchase por donde había venido, o cualquier variante parecida.
- Bonsoir, Monsieur... -Dijo en un perfecto francés, haciendo una leve reverencia con la cabeza, sin moverse del sitio para ayudarle. Probablemente, hubiese podido levantar la pila de libros con una sola mano, pero estaba molesta por la interrupción, y ya era bastante amable dejando que se sentase tan cerca de ella estando la biblioteca completamente vacía. - Sois libre para tomar asiento, por supuesto... Supongo que a ambos nos vendría bien algo de compañía... -Mintió descaradamente, aunque nadie lo hubiera dicho dada la hermosa (y falsa) sonrisa que había dibujado en su semblante.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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