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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ophelia M. Haborym Jue Jul 25, 2013 8:51 am

El cielo plomizo ocultaba la Luna, única fuente de luz que bañaba los rincones oscuros de aquella parte de la ciudad. Se desplazaba lentamente, con paso firme pero tranquilo, hacia ninguna parte. Hacia la oscuridad, hacia el abismo mismo al que la humanidad arroja a sus semejantes sólo por considerarles inferiores, gente que no merece la pena por no tener nada, o tener únicamente lo justo para sobrevivir. Pobres incautos. No saben nada de la vida y deciden dar discursos sobre la dignidad humana, o la supervivencia del más fuerte... Seguramente si todos esos nobles lo perdiesen todo y se viesen sumidos por aquella miseria que invadía las calles pobres, no durarían ni diez minutos en pie. Puede que menos. Ophelia se camufló entre las sombras sin mucha dificultad, moviéndose de forma automática. Casi podría decirse que su cuerpo parecía configurado para avanzar en línea recta, sin rumbo, como si de un autómata se tratara. Y casi lo era, realmente. ¿Qué le diferenciaba de uno, en realidad? No sentía, no amaba, no estaba viva ni tampoco muerta. Lo único que la hacía diferente a una de aquellas creaciones, era su aguda inteligencia, ahora eclipsada por la necesidad de abastecerse de sangre.

Nunca, antes de que la convirtieran, se había planteado una existencia en la que vivir significara quitar la vida a otros. Tampoco es que supiera de ningún tipo de criaturas cuya vida (o no-vida) consistiera en beber la sangre de otras personas, la esencia de su alma, de su vivir. Eso era la sangre, eso significaba la sangre. Cuando bebía sangre bebía vida... Y eso la hacía avanzar. Era la medicina de los vampiros, su ausencia de alma se veía rellenada con el hecho de quitársela a otros. Si no fuera porque no respetaba a las personas a las que asesinaba, si no fuese porque no le interesaba lo más mínimo lo que le sucediera a la especie humana. De hecho, consideraba que su extinción era lo mejor que podía pasarle al mundo. El ser humano era destructivo, arrogante y traicionero... Y que eso lo dijera una inmortal, cuya existencia iba de la mano con el caos, decía mucho de ellos.

Poco a poco, la noche se fue haciendo más y más densa, como preludio de la tormenta que se avecinaba. Suspiró ante la mirada desconfiada de algunos niños que pasaban por la calle, corriendo, consciente entonces de que desencajaba completamente en aquel lugar. Llevaba un traje casi de gala, el mismo que se había puesto para ir al teatro... Aunque finalmente no vio la obra. Una muchachita se había sentado en su palco, y haciendo gala de una educación y generosidad normalmente oculta en ella, había decidido dejarla estar únicamente para averiguar después de que se trataba de una admiradora, que no había cesado de hacerle preguntas que poco o nada tenían que ver con sus libros. Fijándose más en la niña, se había dado cuenta de que llevaba el rostro demasiado empolvado para su edad. Fue entonces cuando ella confesó haberse maquillado para que su rostro se pareciese al de Ophelia. Aquello, en lugar de hacerle gracia o sentarle como un halago, la había enfurecido hasta tal punto que casi la lanza al vacío desde el palco. No sabía lo que decía, era una simple necia más, como cualquier otra, que abrazaría la inmortalidad con gusto sin saber lo que significaba. Y ella no compartía aquel don con cualquiera... Y menos si eso significaba tener que soportarla por el resto de la eternidad: la habría matado nada más convertirla. O no se hubiese hecho cargo.

Y así, caminando sumida en sus pensamientos y reflexiones, se fue alejando más y más del centro de la ciudad, cruzando callejones desiertos y oscuros, donde la pobreza se manifestaba en cada puerta cerrada, en cada ventana tapiada y casa derruida. La gente vivía como ratas, despojadas de toda su dignidad por sus propios semejantes. ¿Qué les diferenciaba de los animales sin inteligencia? Que ellos tenían nombre. Se sentó en un escalón, junto al único árbol que parecía haber en aquella calle vacía. La sed había menguado considerablemente. Lo cierto es que no le gustaba tener que depender de esos humanos a los que tanto despreciaba. Alzó la vista al cielo, y en aquel preciso instante, comenzó a llover.
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Mensaje por Isaac Duck Vie Jul 26, 2013 7:23 am

Es una noche más, una noche más en la que el pequeño tenía que hacer lo que él llamaba su trabajo. Llevaba más de una semana sin hacerlo, sin robar, sin vender nada en el mercado y la situación empezaba a ser realmente preocupante, si no roba nada no tiene dinero para comprar comida y si no tiene comida simplemente muere. Nadie se lamentaría de su muerte, nadie echaría en falta a un pequeño vagabundo de doce años, nadie, eso es lo más triste para Isaac, no tendría nadie que llorara su muerte. Caminaba cabizbajo, con sus dos pequeñas manos introducidas en los bolsillos de su pantalón sucio, un par de niñas que correteaban por el lugar se burlaron de lo feo que lucía vistiendo de aquella manera e incluso le empujaron, Isaac no hizo nada, sería incapaz de pegarle a una niña, ya está acostumbrado a que los otros niños que no viven en la calle le traten de esa manera, sería raro que no lo hiciesen. Simplemente siguió caminando, ignorando aquellas dos jovencitas.

No había tenido suerte. Llevaba todo el día buscando una victima, una victima a la cual robar o incluso un lugar en el que colarse para poder llevarse cualquier cosa que fuese valiosa en el mercado donde solía vender todo lo que acababa en sus manos. Hay días como estos, días en lo que Isaac está triste, muy triste y no sabe muy bien como salir hacía adelante. Son días en los que desea más que nunca dejar de ser un vagabundo, desea dejar de estar sucio y llevar siempre la misma ropa fea y vieja. ¡Ojala tuviese ropa que huela bien y comida todos los días, me pasaría el día entero zampando! Exclama en su misma cabeza una y otra vez mientras la noche se empieza adueñar por completo del callejón por donde camina.

Debería estar durmiendo. Siempre que el sol empieza a desaparecer es sinónimo para el pequeño que debe encontrar un rincón donde acurrucarse y pasar el resto de la noche. La noche es peligrosa, ya lo sabe, si la calle ya es peligrosa de por si por la noche el peligro incrementa cien veces más, hay más borrachos, hay más gente con deseos oscuros y sobretodo hay gente con ganas de hacer daño, ganas de hacer daño a inocentes tal y como lo es Isaac, debe andar con cuidado, ahora más que nunca. Tiene todavía la esperanza de poder encontrar algo que robar, quizás podría robarle algo de dinero algún borracho, aquello no estaría del todo bien pero la desesperación de conseguir algo le llevaría hasta tal extremo, después se sentiría mal, muy mal, pero era la ley de sobrevivir, lo haría sin pensarlo dos veces.

Encuentra un árbol, rápidamente escala hasta la copa de este. Toma asiento en una de las gruesas ramas dejando sus delgados pies colgar al vació. Sigue cabizbajo, porta su mochila a sus espaldas y su querida boina en su cabellera rubia. Está cansado, tiene sueño y parece que una tormenta se avecina, puede verlo en el cielo, definitivamente será una noche larga, muy larga, algo en su interior le dice que va a serlo. De pronto puede escuchar unos tacones resonar por todo el callejón, alguien se acerca, es una mujer, puede ser una victima pequeña para el pequeño, es por eso que se esconde entre la maleza del árbol, esperando que ella pase cerca y él pueda abordarle, no es su estilo, no le gusta ser malo con las chicas, a las chicas hay que tratarlas bien y él lo sabe pero está desesperado, muy desesperado. Debe conseguir al menos cualquier cosa que vender, no puede dudar, debe hacerlo. Empieza a llover, la lluvia pude ser un factor que le ayude o le fastidie, una de dos.

Ella toma asiento en un banco cercano al árbol. Isaac se hace con el tirachinas de su bolsillo trasero, toma una pequeña piedra de su mochila y tensa la pequeña cuerda del arma. Su idea es hacer impactar la piedra contra el rostro de la mujer, eso la dejará algo aturdida y aprovechará ese momento para lanzarse y quitarle cualquier cosa de valor que porte, no quiere hacerle daño pero darle con aquella piedra era necesario. La piedra finalmente sale disparada hacía el pálido rostro de la morena, impactando de lleno en la mejilla de ella. Isaac aprovecha ese momento para dejarse caer del arbol y un salto y asaltar a la chica pero le sale mal, hoy definitivamente no era su dia, le había salido mal.

Cae de boca en el suelo. Se resbala a causa de el suelo mojado y hace que su tobillo se tuerza por completo lo que le impide caminar. Queda sentado con el tirachinas aún en su mano, observa como la mujer se da cuenta de su presencia y vuelve a tensar la cuerda de su pequeña especial arma. Lanza otra piedra contra ella, le ha salido mal la jugada pero no va a perder la oportunidad de robar, esta vez no.

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Mensaje por Ophelia M. Haborym Mar Jul 30, 2013 11:48 am

La noche se iba haciendo cada vez más fría, a medida que la tormenta iba empeorando sobre el cielo plomizo de la ciudad de París. Desde su pequeño remanso de paz en aquel barrio alejado del gentío, podía imaginar cómo la gente marchaba apresuradamente hasta sus casas, buscando un lugar para cobijarse. Como hormigas bajo la tempestad... Se seguían unos a otros como si por hacer lo mismo que la mayoría su razón fuera suprema, la única, suya. No sabían nada ni de noches ni de tempestades. Ella, que había visto diluvios, guerras, sangre, nevadas y había sentido el frío y el calor más intensos del universo, podría opinar. ¿Qué sabían ellos? Les despreciaba. Quería aplastarles de uno en uno, como si no fuesen más que piezas de cerámica ajada que se alzaban orgullosas bajo un cielo lluvioso, mirándolo fijamente. Se acabarían derritiendo sin remedio, y otros iguales a ellos llorarían sus propias muertes... Como si a Gaia le importase lo más mínimo que seres tan destructivos como los humanos sobrevivieran o acabaran por extinguirse. Sus voces no eran más que ecos desesperados por hacerse oír, en un mundo demasiado grande como para que un simple humano, uno más de entre tantos, se pudiera hacer escuchar por encima de los demás con sólo gritar a pleno pulmón. Ignorantes. Desprecian al resto de seres sintiéndose superiores, y no merecen más que el trato mismo que le dan a los animales. ¿Y luego ella era la bestia? Ya les gustaría. Morir en sus manos debería ser un halago para ellos. Que un ser con su fuerza, con sus dotes, que un vampiro cualquiera precisara de su sangre para sobrevivir, debería hacerles dichosos. Alguien los necesitaba para algo, aunque fuese para morir de todas formas. Tenían un destino mejor que ser olvidados sin más. ¿O no? Un simple árbol hacía más sobre la tierra que uno de esos codiciosos seres que acabarían por cortarlos todos de raíz. Y también vivían más.

Y fue cuando, entre pensamiento y pensamiento, alzó la vista al árbol que le había servido de soporte durante aquellos escasos minutos. Entornó los ojos fingiendo no haber visto al niño que se resguardaba bajo su copa. Qué hacía allí era un misterio, tanto como el hecho de no haberse dado cuenta hasta ese momento. ¿Tan absorta se hallaba entre las nebulosas de su razón, para no ser capaz de identificar el aroma de un mortal bajo la lluvia? Se preguntó si tal vez estaba perdiendo facultades, cuando notó los movimiento sutiles del jovencito sobre la rama donde se encontraba. Su respiración denotaba nerviosismo, aunque dudaba que se hubiese dado cuenta de la fugaz mirada en su dirección. Otra cosa no, pero rápida siempre había sido. Examinó las sensaciones que experimentaba tras percibir finalmente el aroma de su sangre, joven, pura. No tenía sed, o al menos, no la suficiente para proponerse ir a buscarle hasta tal altura y luego bajarle a rastras. No porque no pudiera: no le apetecía. Tarde o temprano acabaría bajando, no creía ni que él aguantase demasiado tiempo tan alto, ni que la rama soportase su peso... Y su bajada no se hizo esperar mucho, aunque debía reconocer que no era la forma en que había esperado que descendiese.

A veces, algunas de las acciones de los humanos la pillaban totalmente por sorpresa, y no porque fuesen interesantes o increíblemente razonadas, sino por su falta total de lógica y sentido. Y esa era una de aquellas veces. De pronto, mientras meditaba acerca de cuánto más la rama soportaría el peso del niño sin ceder y darle un golpe en la cabeza, sintió un rápido movimiento por parte del individuo, que tomándola totalmente por sorpresa, comenzó a lanzarle... ¿piedrecitas? directas a su mejilla. El proyectil impactactó en su rostro con un ruido un tanto seco, que más que molestarle o causarle dolor alguno, la hizo fruncir el ceño y dibujar una sonrisa un tanto sarcástica. ¿Qué pretendía? ¿Dejarla tuerta o algo por el estilo? Sin duda, puntería podía tener, pero desde el ángulo que había adoptado lo más probable hubiese sido que le entrase alguna por la oreja, con la consiguiente reacción de sobresalto de ésta, y su más que probable muerte, bien por caída del árbol, o porque la inmortal se dignase a bajarle de él con una sacudida y el posterior pisotón a la altura de su tráquea. En fin, él se lo habría buscado, después de todo. Pero no había acabado allí, no. Lo mejor estaba por venir ya que el muchacho acabó cayéndose del árbol él solito, con un sonoro golpe que la hizo torcer el gesto. No es que le importara que se hiciese daño, pero el ruido atrajo a un anciano, que se acercó con cara de sobresalto al muchacho, para preguntarle si estaba bien.

El niño, en un acto un tanto absurdo incluso para su especie, lanzó otro proyectil a la inmortal, que un tanto sorprendida por su... ¿valentía? ¿temeridad?, vio con cierto desagrado que la trayectoria nuevamente lo llevaría a impactar contra su cara... Pero esa aquella vez no lo hizo. Lo cazó al vuelo y dibujó una sonrisa hueca, vacía, sin alma. Bufó en voz baja y lo lanzó de vuelta, haciendo que en lugar del niño, impactase contra el lateral de la cabeza del anciano, con tal fuerza que la carne se desgarró bajo la piedra, y éste cayó hacia atrás. El ruido de su cráneo al impactar contra el suelo habría asustado al más valiente. El hombre aún respiraba, aunque la herida sangraba con abundancia y no hacía falta ser un genio para darse cuenta de que no le quedaba mucho. Oh... allí estaba aquella molesta fugacidad de la vida humana. Era tan triste que casi le daba pena. Casi, porque ella no sentía nada. Nada bueno, nada positivo, nada que pudiera asemejarla a un humano. Observó el hinchado tobillo del muchacho con una sonrisa siniestra que no le llegaba a los ojos, y negó con la cabeza.

- Oh... pobrecito... ¿Qué harás ahora, pequeño ruiseñor, que ya no puedes volar?... -Canturreó, aproximándose a paso lento al niño, mirándolo desde arriba, altiva, expectante. Quería ver sus reacciones. Quería verle llorar, quería ver su miedo... Quería ver su verdadera cara. - ¿Qué harás ahora, pequeño ruiseñor, que ya no puedes escapar?... -Terminó su su tétrica canción agachándose frente a él, clavando su mirada con intensidad en los ojos ajenos.
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Mensaje por Isaac Duck Jue Ago 01, 2013 8:14 am

Isaac siempre tenía que meterse en problemas, sí, si no lo hacía no sería él pues de una forma u otra siempre se veía envuelto en líos muy serios. Y esta vez, como no, se estaba metiendo en otro problema, otro problema que quizás le cambiará la vida para siempre. Nunca ha tomado tantos riesgos en sus robos, suele realizarlos cuando sus victimas están distraídas, cuando no se dan cuenta que el pequeño ladronzuelo está acechando para arrebatarles lo que tienen pero aquella vez no le quedó más remedio que emplear aquel método tan directo y violento. La desesperación le había llevado a hacerlo, se sentía culpable, sí lo hacía pues Isaac a pesar de todo sí tenía su pequeño corazoncito, no le gustaba robar a la gente y menos a mujeres como la que estaba sentada pero no tenía más remedio. No tardaría en arrepentirse de lo hecho, en realidad aquella piedra lanzada hacía la cabeza de aquella morena joven sería un punto de inflexión total en la vida del muchacho. Pero él, como siempre, no era consciente.  

Su tobillo ardía demasiado como para ponerse en pie. Se arrastró unos metros hacía atrás cuando observó lo que la mujer acaba de hacer. No podía creerlo ¿Era aquello real? Le fascinaba y le daba temor por partes iguales. Ella había cazado la piedra al vuelo y ahora la había arrojado contra un anciano  que se había acercado a socorrer al mocoso. El señor mayor había caído al instante de recibir tal golpe sobre el suelo, Isaac se llevó las manos a la boca sorprendido mirando asustado a ella, muy asustado ¿Si le había hecho eso a un señor mayor que sería capaz de hacerle a él? No quería ni imaginarlo, solo sabía una cosa, sabía que fue un error hacer aquello y ahora tenía que huir, podía ver que aquella mujer no era como las demás que se asustaban cuando les lanzaban una piedra o se ponía a gritar como posesas cuando Isaac les intentaba robar. Ella no gritaba ni se asustaba, ella sencillamente le aterraba.

Y cuando empezó a tararear aquella canción el corazón le dio un vuelco enorme. Estaba embobado, estaba congelado, sin poder moverse, sin saber que hacer, quizás todo aquello era una broma y la mujer solo le quería dar una lección, una merecida lección por haberle lanzado aquella piedra ¡Ojala que si! ¡Aceptaría cualquier lección mientras que no le hiciese nada malo!. Eso es lo que deseaba Isaac, que solo fuese una broma, una estúpida broma. Por el rabillo del ojo veía como el anciano seguía desangrando pero su mirada no se apartaba de la morena de pálido rostro que cada vez estaba más cerca de él.

Ella acercó su rostro hasta el de Isaac y todo lo que pudo hacer fue tragar saliva. Los pequeños temblores de su cuerpo eran evidentes, la lluvia le tenía empapado, tenía frio, terror e incertidumbre, demasiada. Tenía dos opciones, permanecer en silencio hasta que ella decidiese que hacer con él o por lo contrario utilizar la ya tan trillada técnica de de usar sus falsas amenazas de amigos poderosos que podrían salvarle el trasero. Más de una vez le había salvado el pellejo decir que tenía amigos importantes, amigos despiadados que si algo le ocurría tomarían venganza contra quien le hubiese hecho daño pero...esta vez tenía ciertas dudas de si todo aquello funcionaría. Huir no podía, estar en silencio tampoco quería, solo tenía aquella opción...tenía que probar suerte al menos. ¿Qué otra cosa podía hacer?

—T-t-tengo amigos p-p-poderosos — Tartamudeó, siempre lo hacía cuando estaba nervioso como era el caso — S-si me p-p-pasara algo...tomarían v-v-venganza —Alguna vez había deseado que aquellos amigos existieran de verdad, ojala que sí, le habrían sido de tanta ayuda en momentos como aquellos — Dejame marcharme, por favor... — Le pidió, por las buenas, retrocediendo por el suelo. Buscaba algo con lo que defenderse si ella decidía hacerle algo malo, era obvio que el tirachinas ya no funcionaba. Tenía que encontrar otra cosa, ya fuese una piedra más grande, un palo o incluso un ladrillo.

Lo que sí tenía claro es que no estaba dispuesto a morir aquella noche. No, por supuesto que no.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Dom Ago 04, 2013 1:48 pm

"El bien y el mal eran meros conceptos elaborados por el hombre"
Lestat.

La fría brisa del otoño soplaba atravesando la piel y la tela, clavándose en los huesos como esquirlas de hielo... pero hacía mucho que ella había dejado de darle importancia a esas cosas. Ni el calor ni el frío la hacían reaccionar, simplemente porque no los sentía. La llegada del invierno se notaba cercana, tanto por la temperatura, como por el caos que comenzaba a extenderse entre la población. Revueltas ciudadanas por aquí y por allá, irían en crescendo hasta la muerte de toda actividad con la llegada del invierno. El frío en otras ciudades, por lo que había podido comprobar en sus años de viajes, suponía una ligera molestia en invierno, mientras que en otras ciudades apenas percibían cambio alguno, tal como podía ser el caso de España. En París, el frío era un genocidio. La muerte sucumbiría con muchos de aquellos necesitados de un hogar, que no poseen nada los proteja de la temperatura, o que simplemente carecían de alimentos, que en aquella estación mortal escaseaba más que en ninguna otra época del año. No es que Ophelia se preocupara por ese tipo de cosas. Es más, poco le importaba. Para ella, la muerte de aquellos pobres infelices no era más que una forma de purgar el mundo de escoria humana. Aunque, bien visto, preferiría que no fueran hombres como aquel al que había atacado quienes sucumbieran ante las inclemencias meteorológicas. Los ricos se cobijaban en sus mansiones cubiertos de pieles de animales asesinados brutalmente. Preferiría que ellos murieran... pero la indiferencia profesada por la inmortal era total para cualquier criatura mortal. Le daba lo mismo. Ella seguiría asesinando a quien se le pusiera por delante, y se alimentaría de los ricos, enriqueciéndose más en el camino. Aquel pobre infeliz que ahora agonizaba, bien podría darle las gracias por librarle de morir congelado, o de hambre en una época en que los pobres no eran más que ratas asustadas.

La lluvia fue arreciando a medida que la vampiresa se había acercado al joven muchacho, y una siniestra neblina se instaló alrededor de ambos, como queriendo dar un aspecto aún más terrorífico a la escena. El anciano al que Ophelia había atacado, yacía tirado en el suelo, a menos de un metro de ambos. Sus quejidos lastimeros comenzaron a molestarla. La sangre brotaba de la herida a borbotones, y una vez más le sorprendió -aunque no gratamente- la capacidad que tenían los humanos para aferrarse a la vida, como si no hubiese nada más valioso que eso. Ella, que sesgaba vidas cómo y cuándo quería, nunca comprendió el por qué de aquel hecho, hecho que consideraba más como una manía estúpida que como instinto de supervivencia. Como si por luchar más que nadie contra la gélida muerte, fuesen a ser merecedores de su perdón, o fueran a poder librarse de ella. Nadie se libraba de la Reina Obscura, nadie. Y no por más luchar iban a tener más posibilidades de salvarse. Todo lo contrario. Cuando la muerte alzaba sus alas, y la tomaba a ella como arma letal, no quedaba nadie vivo. Todos sucumbían ante sus sombríos encantos. No iban a encontrarse con nada más tras ella, que suprema oscuridad. Sus cuerpos se pudrirían y ellos desaparecerían. No eran nadie. Sus nombres serían olvidados con el paso de las eras. Esa era su realidad, realidad a la que no podían enfrentarse ni serían nunca capaces de cambiar.

En un gesto rápido, se posó sobre el hombre como una mariposa siniestra. Y en un movimiento veloz, inesperado, su traquea se hundió bajo la potente presión ejercida por su diestra. Sonrió al hombre como solo la muerte puede sonreír, y le liberó de todo dolor. Toda la vida abandonó sus ojos en menos de dos segundos. Simplemente, desapareció, dejó de existir. Bajó sus párpados con delicadeza y arrojó el cuerpo varios metros más allá, para volverse a poner a la altura del muchacho, observándolo fijamente. Escrutando su expresión, su mirada aterrada. Dibujó una sonrisa leve, que finalmente dejó ver sus colmillos, finos, largos, brillantes, en todo su esplendor. Lamió su mano derecha con cierta ansia, impregnada por la sangre de aquel inocente. Casi pudo notar la pureza de su alma en cada gota que bebió. No había sido un mal tipo, simplemente, estuvo en el lugar inoportuno, en el momento inoportuno. Suspiró y se acercó aún más al muchacho, haciendo caso omiso de sus palabras. ¿Amigos poderosos? ¿De verdad pretendía engañar a alguien como ella con semejante argumento? Como si pudiese temer a algo.

- Oh... así que amigos poderosos... Ya veo. -Dijo simplemente, con una sonrisa de medio lado. Acercó su diestra, aún manchada de sangre por algunas zonas, hasta tocar el cuello de la camisa del muchacho. Lo agarró con fuerza, y soltó una carcajada solitaria, carente de emoción, para atraerlo hacia ella en un simple gesto. - Como si pudiese haber alguien tan poderoso como para hacerme temblar como un pajarito... tal y como tú estás haciendo. -Ladeó el rostro y se relamió los labios, tratando de intimidarle. Sabía que ya estaba lo bastante asustado como para no intentar hacer ninguna tontería. Ahora le tocaba divertirse a su costa. - ¿Y por qué debería dejar irte? Tú intentabas... ¿golpearme? ¿robarme? Yo te robaré algo mucho más valioso... -Susurró con voz melosa, pausada, tranquila. - Te robaré el aliento... la vida... Tu alma. -Murmuró, clavando sus ojos tenebrosos en los del chiquillo, acercando sus colmillos a él de forma amenazadora.
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Mensaje por Isaac Duck Dom Ago 11, 2013 8:56 am

No podía creer lo que estaba viendo. ¿Podía el día haberse torcido de alguna manera peor? No, empezó siendo un mal día y estaba acabando como tal pero esta vez mucho más horroroso de lo que había imaginado. Se arrepentía mil veces de haber lanzado aquella piedra contra la mujer, se arrepentía y lo haría a lo largo de los años venideros. No era como otra persona a la cual había asaltado en todo este tiempo, es cierto que Isaac se había metido en problemas muy serios por robar, incluso aveces era apaleado pero nunca la situación había llegado al extremo donde estaba apunto de llegar con ella. Isaac presentía lo peor y tenía pavor, mucho pavor después de ver lo que le hizo a aquel pobre anciano.

—Le has matado...— Sus ojos empezaban a empañarse de lagrimas. Le apenaba que aquel hombre hubiese muerto de aquella manera pues de algún modo él había muerto por culpa de Isaac, ese señor estaba muerto porque el mocoso le dio por lanzar una piedra contra aquella violenta mujer, le había matado indirectamente —Asesina...—Le acusó sin más. Y de alguna manera había empezado a llorar no solo por el hombre, sino por él mismo...su cabeza no dejaba de maquinar la cantidad de cosas horribles que ella podría hacerle ahora. ¿Matarlo? No, eso sería la salida más fácil e Isaac estaba convencido que aquella mujer de cabello oscuro no se iba a contentar simplemente asesinándolo, quería algo más. Quizás abusar de él de algún modo, torturarle o humillarlo. Un montón de horribles ideas pasan por su mente, sin parar, cada cosa que imaginaba después era peor a la anterior.

Estaba cada vez más cerca de él. Intentaba retroceder arrastrándose pero era inútil hacer aquel esfuerzo, como si ella le fuese a dejar la oportunidad de huir...no iba hacerlo, ahora Isaac era su presa y eso el muchacho ya empezaba a comprenderlo, fue por eso que no intento hacer nada más, solo esperar, esperar a ver lo que ocurría. La mentira se caía a trozos, no se lo había creído y era evidente. ¿Como se le había ocurrido decirle tal cosa a ella? No, esa mujer no era como las otras...era diferente. Isaac podía ver una maldad en los ojos de la morena que no había visto nunca antes en ningún otro ser humano. Le aterraba, temblaba, lloraba, ya no podía hacer nada, ella le iba hacer daño, mucho daño.

—Por favor...no...no fue mi intención hacerte daño...solo...solo que necesito...hacer...esto para sobrevivir...vivo...en la calle...— La tartamudez parecía que había desaparecido a pesar de estar lleno de nervios pero era tan grave el asunto que necesitaba explicarse totalmente bien. Le pedía disculpas, Isaac no quería morir, no quería sufrir daño y a pesar de saber que posiblemente aquellas disculpas no sirviesen de nada tenía que intentarlo, no le quedaba otra opción —Haré lo que me pidas...cualquier cosa que me pidas, trabajaré gratis para ti, haré cualquier cosa pero...pero no me hagas daño...por favor — Y estaba dispuesto a cumplir su palabra, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que ella le pidiese antes de que le provocase cualquier daño alguno.

Pero ella no quería nada más en él excepto hacerle daño. Sus palabras dictaron sentencia. Le agarró del cuello de su camisa y lo arrastro hasta ella, él podía ver esa sonrisa diabólico dibujada en su rostro, podía ver los gestos que hacía con su lengua y todo lo que podía hacer era llorar, llorar como un maldito bebé, seguir llorando y temblando era la única opción que tenía —Haz lo que tengas que hacer...monstruo...— Le echó valor al menos a aquellas palabras. Sus lagrimas se mantenían pero si iba a morir, moriría con la cabeza bien alta y diciendo lo que pensaba. Rogarle no iba a surtir ningún efecto, si al menos podía hacerle saber lo que pensaba lo iba hacer.

Ya solo quedaba aceptar su inminente muerte. Hasta ahí había llegado...
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Mar Sep 10, 2013 8:41 am

Dibujó una siniestra sonrisa ante las palabras titubeantes del muchacho. Era evidente que le había matado, pero que lo repitiera no hacía más que alimentar su ego de forma estratosférica. La vida humana no significaba nada para Ophelia. Menos que nada. Ese aire que acariciaba su piel de forma constante, ese aire que no necesitaba para vivir, significaba mucho más que la vida de una, dos, o cientos de personas. No eran más que bolsas de sangre, alimento. Eran criaturas egocéntricas, débiles y demasiado burdas para merecer ser los gobernantes de la Tierra. Ella no era más que un depredador, el que más arriba estaba de la cadena trófica, por eso siempre había considerado absurdo pensar en los vampiros como viles asesinos de sangre fría, que no hacían más que sembrar el terror y el caos allá donde iban. ¿Es asesinato ejercer tu derecho a reinar sobre los humanos? Ella era como el león frente a los conejos: estos últimos no tenían nada que hacer en su contra. La sangre de aquel anciano estaba enferma, tenía tuberculosis. Podía olerlo desde allí. Tarde o temprano habría muerto, en el fondo, cuanto hizo fue liberarle de la esclavitud de la vida humana. Muerto estaba mejor.

- En realidad lo liberé de su miserable vida... joven ladronzuelo. En realidad, lo que hice fue salvar su alma del dolor de una muerte lenta y... terrible. No le dolió demasiado, creéme... -Dijo con una mueca sonriente, y echó un rápido vistazo al cadáver, cuya sangre había formado un extenso charco negruzco que se aproximaba hasta ellos. Empujó al muchacho lejos del alcance de la sangre infectada y volvió a llevar su mirada intimidatoria hasta aquellos ojos jóvenes y tristes. Ladeó el rostro y se relamió los labios. La sangre joven es mucho más sabrosa que la adulta, y por ello un bien demasiado escaso y preciado en los días que corrían. Muchos niños de clase baja, como aquel que tenía enfrente, moría en aquellas calles angostas casi diariamente. No era algo que le gustara, pero tampoco podía decir que la entristeciera. Le daba lo mismo que muriera gente, lo que le molestaba es que la culpa de que esa gente muriera era de aquellos a quienes una vez juró la muerte: la aristocracia y la clase alta, que se enriquecía a base de empobrecer al pueblo. Lo extraño en este punto, realmente, era que ella, carente de todo atisbo de humanidad, se diese cuenta de ello, y no los demás humanos cuya presencia era culpable de tanta miseria.

En el mundo humano, no existía aquella regla mundial de "la supervivencia del más fuerte". En el mundo humano, el que sobrevivía era el más rico, que no el más fuerte. Muchos de aquellos pobres diablos que mendigaban por las calles tenían más fortaleza espiritual que cualquier noble. Y eso era lo que más le molestaba. Sin embargo, aquel muchacho de lo único que había pecado era de estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado. No le importaría darle unas cuantas monedas de las muchas que llevaba encima, después de todo, el dinero no significaba nada para ella. Teniendo toda una eternidad por delante, ¿qué eran unos cuantos millones? Mientras la gente moriría a su alrededor, ella seguiría siendo eternamente joven y fuerte... y más fuerte a medida que envejecía como vampiro. De haber intentado robar a una humana, probablemente nada malo le hubiera ocurrido.  Pero se había topado precisamente con Ophelia. Mala suerte.

De haber sido humana, el miedo palpable del chiquillo la hubiese hecho sentir contrariada, o incluso mal. De haber sido humana, la certeza manifiesta por el muchacho de que iba a morir, le hubiese resultado chocante o incluso duro. De haber sido humana, sentiría lástima por él. Pero ni era humana ni quedaba gota alguna de humanidad en su persona. Y ni sentía lástima por él ni iba a perdonarle la vida por un motivo ajeno a sus propios deseos. Quizá aquel infante podría satisfacer sus necesidades, o trabajar para ella... Aunque sin duda, la muerte era la única opción que en aquel momento se le pasaba por la cabeza para con tan patética criatura. Podía sentir el olor de su miedo desde la escasa distancia que les separaba. La angustia se había hecho dueña de su semblante... y pese a eso, se afanaba en hacerse el valiente en una situación que le superaba enormemente. Y aquella noche, quizá porque se sentía benevolente de algún modo inexplicable -y siniestro- decidió que sobreviviría. Al menos, a aquella noche.

- ¿Sabes lo extraño y patético que resulta que en un momento supliques por tu vida, y al siguiente asumas que tu muerte es inminente? -Tomó al muchacho por el mentón y alzó su cabeza para que la mirara a los ojos. -Todos los humanos hacéis lo mismo, os aferráis a una vida que no merece la pena, a un destino que nada bueno os depara... ¿y para qué? Moriréis como perros y nadie os echará de menos... Sin embargo, yo te puedo ofrecer mucho más que esa vida de miserias y decepciones en que estás sumido... Y no es una pregunta. Te convertiré en lo que soy... serás un monstruo, como yo, en pago por tu falta de respeto. No tendrás alma, y estarás condenado a vagar eternamente por la Tierra... A mi lado. Seré tu asesina y salvadora, tu creadora, y me obedecerás en todo a menos que quieras morir por segunda vez. ¿Has entendido? ¿Entiendes ya lo que soy? ¿Comprendes la magnitud de tu error al tomarme por una simple mujer, una cualquiera? -Su sonrisa se ensanchó, aunque en su fuero interno consideraba la conversión más como el mejor regalo que pudiera ofrecer a nadie que un castigo imperdonable. Extendió la mano para que la tomara. - Coge mi mano y acepta tu destino. No tienes opción, sólo te permitiré venir por tu propio pie... -Se alzó ante él y esperó.
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