AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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''Ya somos dos los que no pegamos nada aquí'' [Isaac Duck]
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''Ya somos dos los que no pegamos nada aquí'' [Isaac Duck]
El sonido de un carruaje sobresalta a Abbie, que por un momento había parecido estar en Babia. Inmediatamente la ama de llaves empieza a golpear suavemente la puerta de su habitación para que la muchacha se diera un poco de prisa. Aquella tarde llevaba puesto otro de sus vestidos elegantes, color fucsia y con varias capas negras por debajo de la tela principal, también portaba unos guantes que dejaban parte de sus dedos al descubierto. Dio varias vueltas alrededor del espejo para verificar que no había ningún fallo en su vestimenta, ni en su lisa melena, que la llevaba suelta.
-¡Ya bajo!- se sujetó el vestido para no caerse mientras bajaba por las escaleras hasta su destino. Con cuidado subió al carro y se acomodó, apoyando su cabeza al lado de la ventana. A palacio, allá iban su prima y ella; realmente no estaba tan lejos, pero así eran de vagos los ricos. << Otro maldito evento >> Era la cuarta vez en una semana que asistía a palacio, por petición de su tía y porque según ésta hay que aprovechar cualquier oportunidad para hacer negocios y sacar algo rentable. Pero ya estaba harta.
Al cabo de 20 minutos llegaron al inmenso palacio y fueron recibidas por un par de caballeros que Abbie había visto un par de veces, pero a los que prácticamente había ignorado. - Buenas- es lo único que dijo sin ni siquiera hacer reverencia. Seguidamente entró por la puerta y tomó una copa de champán de las que estaban repartiendo, dejando de lado a su prima -que había empezado a filtrear con al menos tres hombres- y dirigiéndose a la terraza, su lugar favorito. Allí estaba completamente sola, ya que la temperatura era considerablemente baja y los ''repipis'' temían coger un resfriado, pero al menos habitaba la tranquilidad y el silencio en aquel lugar.
El Sol bajaba poco a poco, la luz naranja del atardecer iluminaba espléndidamente el rostro de la muchacha, resaltando aún más sus ojos turquesa y su cabello rubio. Aquella luz era calentita y reconfortante. Como era de esperar, la paz que sentía en ese momento se desvaneció cuando una pareja entró besándose y rompiendo el silencio que tanto amaba Abbie. - Madmoiselle, ¿por qué no se va otro sitio?- saltó el hombre con tal tono insolente que consiguió echarla de allí. No dijo nada, pero la expresión de su rostro daba a entender que estaba enfadada.
¿Y ahora qué se supone que haría? La mayor parte del tiempo lo pasaba en la terraza y le resultaba difícil integrarse con aquella gente embadurnada de maquillaje y esencias apestosas -más bien no quería-. Suena música y todos empiezan a bailar, la muchacha a su vez se dirige al banquete, para no tener que verlos. Algo cansada, se sentó en un cómodo sillón y desde esa perspectiva pudo darse cuenta de que había un niño ''acechando'' detrás de las cortinas, mirando con deseo aquella larga mesa llena de ricos y exóticos manjares que ninguno de los asistentes había probado aún.
Entonces, Abbie se acercó a donde el pequeño estaba escondido, para decir en voz baja -¿Qué haces aquí? -no parecía enfadada, más bien intrigada por su presencia.
-¡Ya bajo!- se sujetó el vestido para no caerse mientras bajaba por las escaleras hasta su destino. Con cuidado subió al carro y se acomodó, apoyando su cabeza al lado de la ventana. A palacio, allá iban su prima y ella; realmente no estaba tan lejos, pero así eran de vagos los ricos. << Otro maldito evento >> Era la cuarta vez en una semana que asistía a palacio, por petición de su tía y porque según ésta hay que aprovechar cualquier oportunidad para hacer negocios y sacar algo rentable. Pero ya estaba harta.
Al cabo de 20 minutos llegaron al inmenso palacio y fueron recibidas por un par de caballeros que Abbie había visto un par de veces, pero a los que prácticamente había ignorado. - Buenas- es lo único que dijo sin ni siquiera hacer reverencia. Seguidamente entró por la puerta y tomó una copa de champán de las que estaban repartiendo, dejando de lado a su prima -que había empezado a filtrear con al menos tres hombres- y dirigiéndose a la terraza, su lugar favorito. Allí estaba completamente sola, ya que la temperatura era considerablemente baja y los ''repipis'' temían coger un resfriado, pero al menos habitaba la tranquilidad y el silencio en aquel lugar.
El Sol bajaba poco a poco, la luz naranja del atardecer iluminaba espléndidamente el rostro de la muchacha, resaltando aún más sus ojos turquesa y su cabello rubio. Aquella luz era calentita y reconfortante. Como era de esperar, la paz que sentía en ese momento se desvaneció cuando una pareja entró besándose y rompiendo el silencio que tanto amaba Abbie. - Madmoiselle, ¿por qué no se va otro sitio?- saltó el hombre con tal tono insolente que consiguió echarla de allí. No dijo nada, pero la expresión de su rostro daba a entender que estaba enfadada.
¿Y ahora qué se supone que haría? La mayor parte del tiempo lo pasaba en la terraza y le resultaba difícil integrarse con aquella gente embadurnada de maquillaje y esencias apestosas -más bien no quería-. Suena música y todos empiezan a bailar, la muchacha a su vez se dirige al banquete, para no tener que verlos. Algo cansada, se sentó en un cómodo sillón y desde esa perspectiva pudo darse cuenta de que había un niño ''acechando'' detrás de las cortinas, mirando con deseo aquella larga mesa llena de ricos y exóticos manjares que ninguno de los asistentes había probado aún.
Entonces, Abbie se acercó a donde el pequeño estaba escondido, para decir en voz baja -¿Qué haces aquí? -no parecía enfadada, más bien intrigada por su presencia.
Abbie Flynn- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 02/03/2013
Edad : 32
Localización : París, Francia.
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Re: ''Ya somos dos los que no pegamos nada aquí'' [Isaac Duck]
Ya ha pasado algún tiempo desde que Isaac se dio una buena comilona. Desde que acabó con aquellos panecillos que había conseguido robar hacía unas cuantas semanas atrás no ha tenido casi nada que llevarse a la boca, excepto pocos restos de comida que encontraba entre la basura o que incluso podía mendigar en las cocinas de los restaurantes. Hacía tiempo que no se había visto en una situación como aquella, si delgadez era cada vez más evidente, se sentía más débil que otras veces y su agilidad iba perdiéndose. Al estar algo desnutrido todas sus habilidades iban cayendo en picado.
Pero siempre ha sido un pequeño niño bastante positivo, se ha visto en mil y una de situaciones desagradables donde parecía que no iba a parecer esperanza, pero siempre la hay, él nunca desiste, Isaac siempre está lleno de vida. Cuando se entera de que van hacer una especie de fiesta o algo así la gente rica en el palacio no duda ni un momento que esa es su oportunidad, lo ha hecho otras veces, casi siempre le ha salido bien excepto aquella vez que tuvo que salir pitando a toda velocidad cuando uno de los guardas le pilló guardando montones de comida del banquete en su pequeña mochila de color marrón. Esta vez planea hacer lo mismo. No es tan difícil como dice, él es pequeño, le es fácil permanecer oculto y los guardias no son tan listos como hacen creerse que son, son algo bobalicones y fáciles de engañar.
Ya está allí. Se ha adentrado en el interior del palacio gracias a permanecer oculto entre el montón de comida para cocinar que portaba una de las carretas. Una vez que ya estaba dentro salió de su escondite e intento evadir a los guardias. En un primer momento pensó en tomar la comida de la carreta donde se había ocultado pero de nada le serviría, Isaac no sabe cocinar y no cree que nadie en la calle pueda tomarse el lujo de cocinar algo de aquello, es mejor robar comida que ya esté cocinada, esa había sido su primordial idea y esa iba a seguir siendo, solo tenía que llegar hasta el banquete, donde estaban los grandes manjares expuestos.
Lanza una piedra con su tirachinas para desviar la atención del guardia rechoncho que cuida la puerta del salón donde quiere acceder. Isaac se encuentra oculto en una columna y parece que el gordinflón ni tan siquiera le ve y como de un animal se tratase se deja guiar por el sonido de la piedra que resuena en todo lo largo que es el extenso pasillo. Aprovecha ese momento para adentrarse en el salon, hay gente alrededor, no parecen darse cuenta de la presencia del muchacho a pesar de ser evidente por la ropa que él porta, telas viejas, mal cosidas y pantalones y camisa completamente cubiertas de suciedad, por no hablar de la evidente mochila que porta a sus espaldas y la boina de su cabeza. Por si acaso encuentra un pequeño escondite detrás de las cortinas, no quiere arriesgarse a ser pillado en mitad del robo, esperará allí hasta que vea el momento perfecto para acercarse a las mesas del banquete y aprovechar el momento. Mira de un lado a otro, mientras está ahí escondido y no entiende como la gente rica puede desperdiciar tanta comida, no entiende como pueden darle tan poca importancia a algo que para Isaac y los otros que viven en la calle es como si de tesoro se tratase. Isaac daría cualquier cosa para poder vivir como todos ellos, para tener algo que llevarse a la boca cuando él lo desease, es una vida que siempre ha querido tener pero que lamentablemente nunca tendrá. Isaac será pobre por siempre y eso lo sabe, de cierto modo lo ha aceptado.
Y de pronto escucha una voz femenina. Gira su cabeza con rapidez y ve a una dama rubia que se acerca hasta él, no se había dado cuenta de la presencia de ella hasta en aquel momento. Se pone nervioso, tenso, empieza a mirar de un lado a otro pensando en salir corriendo y marcharse, no quiere volver acabar encerrado en algún calabozo o algo mucho peor como volver aquel horroroso internado. Intenta responder pero balbucea y su voz no se escucha con claridad así que carraspea y finalmente se atreve a decir algo, una mentira, por supuesto.
—T-t-t-trabajo aquí con mi madre, s-s-s-soy ayudante de c-c-c-cocina — Tartamudea, suele hacerlo cuando está realmente nervioso. Ojala trabajase con su madre, ni tan siquiera la conoce — S-s-s-solo...solo estaba ojeando que todo fuese bien, ya sé que no debería e-e-e-estar aquí, d-d-d-disculpad — Intenta poner un acento algo más elegante al igual que intenta mejorar su habla, pues no es de la mejor, el habla de las calles es mucho más sencilla y bruta que la que suele utilizarse en entornos como aquellos.
—M-m-me gustaría estar solo...— Le pide a la chica alzando la vista algo ruborizado, sabiendo que mientras la presencia de ella esté presente jamás podrá hacerse con aquel montón de comida. Se mira los pies y se siente ridículo por tartamudear de aquella manera, no le gusta, él no tartamudea, solo lo hace cuando está nervioso, una vez que tiene confianza aquel pequeño defecto desaparece por completo. Espera de verdad que ella no insista, no quiere tener que lanzarle una piedra con el tirachinas y robar la comida por la fuerza, no, no le gusta ser malo con las chicas y más con las que son tan bellas, no es su estilo. Quiere que todo salga tal y como lo había planeado, nada más.
Pero siempre ha sido un pequeño niño bastante positivo, se ha visto en mil y una de situaciones desagradables donde parecía que no iba a parecer esperanza, pero siempre la hay, él nunca desiste, Isaac siempre está lleno de vida. Cuando se entera de que van hacer una especie de fiesta o algo así la gente rica en el palacio no duda ni un momento que esa es su oportunidad, lo ha hecho otras veces, casi siempre le ha salido bien excepto aquella vez que tuvo que salir pitando a toda velocidad cuando uno de los guardas le pilló guardando montones de comida del banquete en su pequeña mochila de color marrón. Esta vez planea hacer lo mismo. No es tan difícil como dice, él es pequeño, le es fácil permanecer oculto y los guardias no son tan listos como hacen creerse que son, son algo bobalicones y fáciles de engañar.
Ya está allí. Se ha adentrado en el interior del palacio gracias a permanecer oculto entre el montón de comida para cocinar que portaba una de las carretas. Una vez que ya estaba dentro salió de su escondite e intento evadir a los guardias. En un primer momento pensó en tomar la comida de la carreta donde se había ocultado pero de nada le serviría, Isaac no sabe cocinar y no cree que nadie en la calle pueda tomarse el lujo de cocinar algo de aquello, es mejor robar comida que ya esté cocinada, esa había sido su primordial idea y esa iba a seguir siendo, solo tenía que llegar hasta el banquete, donde estaban los grandes manjares expuestos.
Lanza una piedra con su tirachinas para desviar la atención del guardia rechoncho que cuida la puerta del salón donde quiere acceder. Isaac se encuentra oculto en una columna y parece que el gordinflón ni tan siquiera le ve y como de un animal se tratase se deja guiar por el sonido de la piedra que resuena en todo lo largo que es el extenso pasillo. Aprovecha ese momento para adentrarse en el salon, hay gente alrededor, no parecen darse cuenta de la presencia del muchacho a pesar de ser evidente por la ropa que él porta, telas viejas, mal cosidas y pantalones y camisa completamente cubiertas de suciedad, por no hablar de la evidente mochila que porta a sus espaldas y la boina de su cabeza. Por si acaso encuentra un pequeño escondite detrás de las cortinas, no quiere arriesgarse a ser pillado en mitad del robo, esperará allí hasta que vea el momento perfecto para acercarse a las mesas del banquete y aprovechar el momento. Mira de un lado a otro, mientras está ahí escondido y no entiende como la gente rica puede desperdiciar tanta comida, no entiende como pueden darle tan poca importancia a algo que para Isaac y los otros que viven en la calle es como si de tesoro se tratase. Isaac daría cualquier cosa para poder vivir como todos ellos, para tener algo que llevarse a la boca cuando él lo desease, es una vida que siempre ha querido tener pero que lamentablemente nunca tendrá. Isaac será pobre por siempre y eso lo sabe, de cierto modo lo ha aceptado.
Y de pronto escucha una voz femenina. Gira su cabeza con rapidez y ve a una dama rubia que se acerca hasta él, no se había dado cuenta de la presencia de ella hasta en aquel momento. Se pone nervioso, tenso, empieza a mirar de un lado a otro pensando en salir corriendo y marcharse, no quiere volver acabar encerrado en algún calabozo o algo mucho peor como volver aquel horroroso internado. Intenta responder pero balbucea y su voz no se escucha con claridad así que carraspea y finalmente se atreve a decir algo, una mentira, por supuesto.
—T-t-t-trabajo aquí con mi madre, s-s-s-soy ayudante de c-c-c-cocina — Tartamudea, suele hacerlo cuando está realmente nervioso. Ojala trabajase con su madre, ni tan siquiera la conoce — S-s-s-solo...solo estaba ojeando que todo fuese bien, ya sé que no debería e-e-e-estar aquí, d-d-d-disculpad — Intenta poner un acento algo más elegante al igual que intenta mejorar su habla, pues no es de la mejor, el habla de las calles es mucho más sencilla y bruta que la que suele utilizarse en entornos como aquellos.
—M-m-me gustaría estar solo...— Le pide a la chica alzando la vista algo ruborizado, sabiendo que mientras la presencia de ella esté presente jamás podrá hacerse con aquel montón de comida. Se mira los pies y se siente ridículo por tartamudear de aquella manera, no le gusta, él no tartamudea, solo lo hace cuando está nervioso, una vez que tiene confianza aquel pequeño defecto desaparece por completo. Espera de verdad que ella no insista, no quiere tener que lanzarle una piedra con el tirachinas y robar la comida por la fuerza, no, no le gusta ser malo con las chicas y más con las que son tan bellas, no es su estilo. Quiere que todo salga tal y como lo había planeado, nada más.
Isaac Duck- Humano Clase Baja
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Re: ''Ya somos dos los que no pegamos nada aquí'' [Isaac Duck]
Abbie nota cierta tensión en el chiquillo, como si estuviera aterrorizado por su presencia, como si fuera un monstruo; pero no, es todo lo contrario, y tarde o temprano se lo demostraría. -¡Vaya! Así que tu madre es la cocinera... ¡parece haber hecho un buen trabajo! -le informa mientras sonríe dulcemente. En realidad se había tragado por completo la trola que le estaban sirviendo en bandeja, pero así es ella, confiando en las buenas intenciones que tiene la gente.
-Lo que no entiendo es porqué te escondes si aún puedes estar por aquí perfectamente hasta que llegue la hora de que todos asalten los platos.-ríe brevemente. Poco a poco se va dando cuenta que el pequeño no le teme, sino que es tímido -o al menos eso parecía- , quizás le resultaba muy costoso conversar con adultos. -Lo siento pero no me voy a ir, ya me acaban de echar del balcón y este es el único lugar que está considerablemente vacío. Puedes quedarte aquí, no me molestas- mientras ambos conversaban se podía apreciar la música de fondo y el golpeo contra el suelo de numerosos zapatos.
Algo cansada, volvió al sillón en el que estaba sentada en un principio, sus ojos se entrecerraban de vez en cuando y parecía ser que los invitados abandonaban el palacio para estar en el patio trasero -supone que haciendo guarrerías-. En ese mismo instante reinaba la paz y sinceramente, Abbie por poco se duerme, aunque combatió ese sueño e intentó mantener los ojos 100 % abiertos, pues ese lugar no era su hogar, no estaba con los suyos. << Los suyos... ¿Quiénes son los suyos? >>
Volvió a mirar al niño que no paraba de dar vueltas alrededor del comedor, incluso se había escondido varias veces debajo de la mesa, cubierto por las enaguas calentitas y bordadas con oro. -Esto....-le dijo mientras se acercaba a él nuevamente en sigilo. -Tienes manchada la cara- pasó su manga por la cara del pequeño para quitarle la suciedad que tenía. -Seguro que estuviste ayudando por mucho tiempo...- le sonrió tiernamente.
De repente ambos escucharon un fuerte estruendo y es que los asistentes venían casi trotando a zamparse todo el banquete. Cuando Abbie quiso darse cuenta, el pequeño no estaba -se había teletransportado-. Tras ojear un rato por los alrededores y no encontrarlo, su prima la llamó para que se sentase con todos a comer, entonces fue en ese momento cuando sintió que algo le tocaba la pierna y comprendió pues, que se trataba de aquel bichillo.
Un flashback se le vino a la cabeza, había algo en la apariencia del niño que no cuadraba, ¿realmente era el hijo de la cocinera?. No era desconfiada, pero se acordó de aquel cuerpo tan huesudo y descuidado...se supone que si es su hijo debería estar bien alimentado. Lo único que pudo hacer fue fingir que un tenedor se le había caído y en ese momento conversar con el infiltrado. -Eh, sé que no eres de por aquí y sé que tienes hambre. Te iré pasando comida por debajo de la mesa, estate atento.-le dice murmurando y volviendo a recuperar su posición.
-Lo que no entiendo es porqué te escondes si aún puedes estar por aquí perfectamente hasta que llegue la hora de que todos asalten los platos.-ríe brevemente. Poco a poco se va dando cuenta que el pequeño no le teme, sino que es tímido -o al menos eso parecía- , quizás le resultaba muy costoso conversar con adultos. -Lo siento pero no me voy a ir, ya me acaban de echar del balcón y este es el único lugar que está considerablemente vacío. Puedes quedarte aquí, no me molestas- mientras ambos conversaban se podía apreciar la música de fondo y el golpeo contra el suelo de numerosos zapatos.
Algo cansada, volvió al sillón en el que estaba sentada en un principio, sus ojos se entrecerraban de vez en cuando y parecía ser que los invitados abandonaban el palacio para estar en el patio trasero -supone que haciendo guarrerías-. En ese mismo instante reinaba la paz y sinceramente, Abbie por poco se duerme, aunque combatió ese sueño e intentó mantener los ojos 100 % abiertos, pues ese lugar no era su hogar, no estaba con los suyos. << Los suyos... ¿Quiénes son los suyos? >>
Volvió a mirar al niño que no paraba de dar vueltas alrededor del comedor, incluso se había escondido varias veces debajo de la mesa, cubierto por las enaguas calentitas y bordadas con oro. -Esto....-le dijo mientras se acercaba a él nuevamente en sigilo. -Tienes manchada la cara- pasó su manga por la cara del pequeño para quitarle la suciedad que tenía. -Seguro que estuviste ayudando por mucho tiempo...- le sonrió tiernamente.
De repente ambos escucharon un fuerte estruendo y es que los asistentes venían casi trotando a zamparse todo el banquete. Cuando Abbie quiso darse cuenta, el pequeño no estaba -se había teletransportado-. Tras ojear un rato por los alrededores y no encontrarlo, su prima la llamó para que se sentase con todos a comer, entonces fue en ese momento cuando sintió que algo le tocaba la pierna y comprendió pues, que se trataba de aquel bichillo.
Un flashback se le vino a la cabeza, había algo en la apariencia del niño que no cuadraba, ¿realmente era el hijo de la cocinera?. No era desconfiada, pero se acordó de aquel cuerpo tan huesudo y descuidado...se supone que si es su hijo debería estar bien alimentado. Lo único que pudo hacer fue fingir que un tenedor se le había caído y en ese momento conversar con el infiltrado. -Eh, sé que no eres de por aquí y sé que tienes hambre. Te iré pasando comida por debajo de la mesa, estate atento.-le dice murmurando y volviendo a recuperar su posición.
Abbie Flynn- Hechicero Clase Media
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Re: ''Ya somos dos los que no pegamos nada aquí'' [Isaac Duck]
Sonríe cuando dice que su madre parecía una buena cocinera. Ojala lo fuese, solo disimula. No sabe nada de su madre y no cree que vaya a saber nunca de ella, todos los recuerdos de su madre se resumen a una manta la cual sigue conservando, la misma manta que envolvió a él mismo cuando apenas tenía pocos meses de vida y lo dejó en la puerta de un orfanato, abandonándole allí para siempre. No sabe cuanto tiempo va a poder seguir con la mentira, casi nunca se le ha dado bien mentir, lo intenta pero siempre se le ha dado fatal, pero debe mantenerse en esa posición, a saber que podía hacer ella si descubría que era un ratero que acababa de colarse en palacio, no parecía mala gente pero al fin y al cabo era de otra clase social y quieras o no esas cosas siempre se evidencian.
—No quiero molestar, por eso me escondo...— Parece que sus principios de tartamudez empiezan a desaparecer, sigue nervioso pero mucho más tranquilo —¿Entonces no te vas a ir? Está bien...— ¿Quien sería él para mandar a una dama de alta cuna que se fuese? No, definitivamente no tenía el poder ni la intención de hacerlo así que tendría que improvisar algo rápidamente si de verdad quería robar algo de comida. Se encoje de hombros cuando dice que no le importa que se quede con ella. ¿Qué más podía hacer? Tampoco tenía muchas alternativas, debía quedarse por ahí para robar el manjar.
Ella volvió a su asiento mientras Isaac ojeaba el lugar y con disimulo iba acercándose más a la extensa mesa. Ha podido ojear desde lejos todo lo que hay y es que la boca se le hace agua en cuestión de segundos. Hay desde mariscos hasta patatas, verduras e incluso hay postres dulces que son la debilidad del pequeño. Si alguna vez fuese rico, si alguna vez tuviese esa suerte, lo primero que haría sería pasarse días y días atiborrándose de dulces, sin parar, se pondría tan gordo que ni la ropa le entraría ¡Pero que más daría! Sería rico, ya no tendría que preocuparse en robar, en correr y en ser ágil. Sí, esa es la vida que quería tener, una vida donde fuese un enorme bola de sebo comiendo dulces todos los días a todas horas. Acechaba la mesa, una y otra vez e incluso disimuladamente buscaba un lugar donde esconderse debajo de esta por si en algún caso se veía en apuros y tenía que encontrar un escondite rápidamente.
Vuelve a llamar su atención cuando le dice a Isaac que tiene manchas en la cara. En realidad es algo que nunca le ha importado, se ensucia a todas horas, ya sea por los robos o por que le gusta jugar en los parques, ensuciarse y volver como si nada, tampoco es que tenga el lujo de poder bañarse cuando le apetece, pocas veces ha podido disfrutar de un baño de hecho, desde que abandonó el orfanato solo se baña una vez cada tres semanas por lo menos, y eso solo cuando tiene suerte de verdad. En un primer momento se comporta algo reacio a que ella le limpie la cara, pero después no pasa nada, es un acto con buenas intenciones por parte de ella, no siempre encuentra gente que se pueda preocupar de como luce el pequeño —Sí...estuve ayudando en los fogones...y eso...— Ya no sabe ni lo que inventar.
Y de repente llega el momento más temido por Isaac. Los invitados empiezan a entrar en en el salón y antes de que la rubia pueda decirle algo se esfuma, corriendo, vuelve debajo de la mesa ya que le parecía el mejor lugar al menos para recoger los restos de comida que se le cayesen a los presentes una vez que comían. Su idea había sido llevarse trozos de comida entera pero si se tiene que conformar con los restos lo hará, en peores situaciones se ha visto. Se mantiene escondido en lo profundo de la mesa mientras ve como todos los señores y señoras de alta cuna empiezan a tomar asiento. Puede distinguir una voz y unas piernas de entre las presentas, es ella, la chica que le ha limpiado la cara antes, se acerca y le da un pequeño tirón para captar su atención, quizás ella puede ayudarle.
—Eh, tú, pssst — Cuando capta su atencion y ella parece darse cuenda de que Isaac está ahí abajo sonríe. No tarda en darse cuenta en que él no es ningun ayudante de cocina, ni tan siquiera había estado por ese salón anteriormente, ha entendido que es un pequeño ladronzuelo más hambriento que nunca y todo lo que quiere es comer y llevarse algo de comida, pero ahora mismo solo piensa en comer, lo que sea, se conforma con los huesos del pollo incluso —Gracias — Murmura Isaac al ver que ella ha aceptado ayudarle.
Poco a poco le va pasando comida disimuladamente. Primero es un poco de pescado el cual devora en cuestión de segundos ¡Está hambriento! Después me viene algo de pollo, le encanta el pollo, esto se lo zampa incluso más rápido que el pescado. Y pronto quiere más y más y más, es como darle algo de comida a un cachorro el cual siempre te va a pedir que le des más y más comida. Continua tirando de su pierna, ya totalmente atraído por el sabor de la comida, ignorando que igual su desfachatez podría traer un grave problema a la muchacha al igual que a él mismo.
—No quiero molestar, por eso me escondo...— Parece que sus principios de tartamudez empiezan a desaparecer, sigue nervioso pero mucho más tranquilo —¿Entonces no te vas a ir? Está bien...— ¿Quien sería él para mandar a una dama de alta cuna que se fuese? No, definitivamente no tenía el poder ni la intención de hacerlo así que tendría que improvisar algo rápidamente si de verdad quería robar algo de comida. Se encoje de hombros cuando dice que no le importa que se quede con ella. ¿Qué más podía hacer? Tampoco tenía muchas alternativas, debía quedarse por ahí para robar el manjar.
Ella volvió a su asiento mientras Isaac ojeaba el lugar y con disimulo iba acercándose más a la extensa mesa. Ha podido ojear desde lejos todo lo que hay y es que la boca se le hace agua en cuestión de segundos. Hay desde mariscos hasta patatas, verduras e incluso hay postres dulces que son la debilidad del pequeño. Si alguna vez fuese rico, si alguna vez tuviese esa suerte, lo primero que haría sería pasarse días y días atiborrándose de dulces, sin parar, se pondría tan gordo que ni la ropa le entraría ¡Pero que más daría! Sería rico, ya no tendría que preocuparse en robar, en correr y en ser ágil. Sí, esa es la vida que quería tener, una vida donde fuese un enorme bola de sebo comiendo dulces todos los días a todas horas. Acechaba la mesa, una y otra vez e incluso disimuladamente buscaba un lugar donde esconderse debajo de esta por si en algún caso se veía en apuros y tenía que encontrar un escondite rápidamente.
Vuelve a llamar su atención cuando le dice a Isaac que tiene manchas en la cara. En realidad es algo que nunca le ha importado, se ensucia a todas horas, ya sea por los robos o por que le gusta jugar en los parques, ensuciarse y volver como si nada, tampoco es que tenga el lujo de poder bañarse cuando le apetece, pocas veces ha podido disfrutar de un baño de hecho, desde que abandonó el orfanato solo se baña una vez cada tres semanas por lo menos, y eso solo cuando tiene suerte de verdad. En un primer momento se comporta algo reacio a que ella le limpie la cara, pero después no pasa nada, es un acto con buenas intenciones por parte de ella, no siempre encuentra gente que se pueda preocupar de como luce el pequeño —Sí...estuve ayudando en los fogones...y eso...— Ya no sabe ni lo que inventar.
Y de repente llega el momento más temido por Isaac. Los invitados empiezan a entrar en en el salón y antes de que la rubia pueda decirle algo se esfuma, corriendo, vuelve debajo de la mesa ya que le parecía el mejor lugar al menos para recoger los restos de comida que se le cayesen a los presentes una vez que comían. Su idea había sido llevarse trozos de comida entera pero si se tiene que conformar con los restos lo hará, en peores situaciones se ha visto. Se mantiene escondido en lo profundo de la mesa mientras ve como todos los señores y señoras de alta cuna empiezan a tomar asiento. Puede distinguir una voz y unas piernas de entre las presentas, es ella, la chica que le ha limpiado la cara antes, se acerca y le da un pequeño tirón para captar su atención, quizás ella puede ayudarle.
—Eh, tú, pssst — Cuando capta su atencion y ella parece darse cuenda de que Isaac está ahí abajo sonríe. No tarda en darse cuenta en que él no es ningun ayudante de cocina, ni tan siquiera había estado por ese salón anteriormente, ha entendido que es un pequeño ladronzuelo más hambriento que nunca y todo lo que quiere es comer y llevarse algo de comida, pero ahora mismo solo piensa en comer, lo que sea, se conforma con los huesos del pollo incluso —Gracias — Murmura Isaac al ver que ella ha aceptado ayudarle.
Poco a poco le va pasando comida disimuladamente. Primero es un poco de pescado el cual devora en cuestión de segundos ¡Está hambriento! Después me viene algo de pollo, le encanta el pollo, esto se lo zampa incluso más rápido que el pescado. Y pronto quiere más y más y más, es como darle algo de comida a un cachorro el cual siempre te va a pedir que le des más y más comida. Continua tirando de su pierna, ya totalmente atraído por el sabor de la comida, ignorando que igual su desfachatez podría traer un grave problema a la muchacha al igual que a él mismo.
Isaac Duck- Humano Clase Baja
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Re: ''Ya somos dos los que no pegamos nada aquí'' [Isaac Duck]
Hablando de madres, la verdad es que Abbie no veía a la suya desde hacía años, más exactamente desde que se mudó a París y dejó Inglaterra (el lugar donde nació) atrás; no sabía nada de ella, pero volver a Inglaterra para verla significa quedarse allí y eso era imposible, se había acostumbrado a esta ciudad. Poco a poco parecía ser que el niño se acostumbraba a ella, lo notaba menos nervioso al hablar y también en cómo actuaba.
No tenía intención de delatar al intruso, a pesar de que puede ser complicado de creer, la joven a la que nunca le ha faltado nada tenía una característica muy especial: la empatía; sabe ponerse en el lugar de las otras personas, incluso si son completamente lo contrario a ella. << Tengo que ayudarlo, no puedo ver a alguien así... un escalofrío me entra por el cuerpo. No es justo que las personas tengan que pasar por ésto. La comida debería ser gratis. >> piensa mientras comienza a pasarle comida al chaval. Esperaba el momento en el que los invitados se distrayesen o comenzaran a hablar de cosas aburridas; lo primero que le pasó fue un filete de pez espada y también le dio varias servilletas. Seguidamente le pasó pollo, patatas, verduras... sentía tirones de pierna cada dos segundos; el niño obviamente estaba hambriento.
De repente, todos los invitados empezaron a murmurar para ellos y después todas las miradas se clavaron en la joven, cuyo corazón empezó a acelerarse ante la presión que sentía en aquellos momentos.
Para ser sinceros, estaba bastante asustada pues sabía que la habían pillado << Al fin y al cabo no son tan tontos como parecen, aunque ¿quién no se daría cuenta? Es un comportamiento bastante extraño >>. Alguien tosió para romper el silencio que abundaba en el gran comedor y un hombre fornido e hinchado se levantó de su silla y empezó a dar vueltas alrededor de Abbie, observando el más mínimo detalle, ansiando encontrar algo para dejarla en ridículo -como les gusta meterse con los demás...-. Tras estar deambulando durante varios minutos por la sala, aquel hombre empezó a hablar como si no hubiera mañana: - Señorita Abbie si no me equivoco. Es usted muy hermosa, pero ¿sabe qué? las mujeres más bellas siempre son las más peligrosas. ¿Qué esconde ahí bajo las enaguas? Hable-. Por un momento parecía que estaba en un juicio y que aquel hombre desagradable era el juez, que la acusaba ante los testigos. -Todos la han visto señorita- su tono era algo sarcástico.
La joven de cabellos dorados intentó encontrar la forma de mantener la calma, debía dar la impresión de que no hacía nada extraño o irrespetuoso. Sin alargarse mucho consiguió encontrar una gran escusa y obviamente una mentira. -La verdad es que llevo varios días vomitando sin parar, no puedo comer nada porque no aguanta nada en mi estómago. Sé que es un tema del que no se debe hablar cuando uno está en la mesa pero no quiero que piensen mal de mí. Para agradecer el trabajo que ha hecho la cocinera no quería desperdiciarlo, por lo que he estado guardando todo este tiempo. Disculpen si les he molestado o intimidado.- se le acababa de ocurrir todo eso, la verdad es que no se le daría mal ser actriz. << No quiero que culpen al pobre niño, aunque sí es verdad que no he probado siquiera un bocado >> .-Perdonen, debo ir a los aposentos de invitados, estoy algo mareada- así pues abandonó la sala bajo el acecho de múltiples ricos; esperaba que con el tiempo se olvidaran de lo que ha ocurrido. << ¿Y qué pasa con el chaval? ¡Vamos, sal de ahí! >> El niño no podría salir de palacio, pues estaba rodeado completamente de guardias -y daban mucho miedo-.
Fingiendo tambalearse llegó hasta aquel dormitorio y se tumbó en la cama, mirando el techo algo embobada. Su prima subió tras ella y en vez de preguntarle cómo estaba, lo único que hizo fue insultarla. -¿Pero qué te pasa? ¿Has perdido la cabeza? ¡Deja de hacer tonterías, nos has puesto en evidencia! - tras decir eso se fue del dormitorio dejando un portazo en aquella puerta de madera. << Odio ésto... Ni siquiera quería venir aquí. Los odio a todos >> incrustó la cabeza en la cómoda almohada y esperó averiguar noticias del niño.
No tenía intención de delatar al intruso, a pesar de que puede ser complicado de creer, la joven a la que nunca le ha faltado nada tenía una característica muy especial: la empatía; sabe ponerse en el lugar de las otras personas, incluso si son completamente lo contrario a ella. << Tengo que ayudarlo, no puedo ver a alguien así... un escalofrío me entra por el cuerpo. No es justo que las personas tengan que pasar por ésto. La comida debería ser gratis. >> piensa mientras comienza a pasarle comida al chaval. Esperaba el momento en el que los invitados se distrayesen o comenzaran a hablar de cosas aburridas; lo primero que le pasó fue un filete de pez espada y también le dio varias servilletas. Seguidamente le pasó pollo, patatas, verduras... sentía tirones de pierna cada dos segundos; el niño obviamente estaba hambriento.
De repente, todos los invitados empezaron a murmurar para ellos y después todas las miradas se clavaron en la joven, cuyo corazón empezó a acelerarse ante la presión que sentía en aquellos momentos.
Para ser sinceros, estaba bastante asustada pues sabía que la habían pillado << Al fin y al cabo no son tan tontos como parecen, aunque ¿quién no se daría cuenta? Es un comportamiento bastante extraño >>. Alguien tosió para romper el silencio que abundaba en el gran comedor y un hombre fornido e hinchado se levantó de su silla y empezó a dar vueltas alrededor de Abbie, observando el más mínimo detalle, ansiando encontrar algo para dejarla en ridículo -como les gusta meterse con los demás...-. Tras estar deambulando durante varios minutos por la sala, aquel hombre empezó a hablar como si no hubiera mañana: - Señorita Abbie si no me equivoco. Es usted muy hermosa, pero ¿sabe qué? las mujeres más bellas siempre son las más peligrosas. ¿Qué esconde ahí bajo las enaguas? Hable-. Por un momento parecía que estaba en un juicio y que aquel hombre desagradable era el juez, que la acusaba ante los testigos. -Todos la han visto señorita- su tono era algo sarcástico.
La joven de cabellos dorados intentó encontrar la forma de mantener la calma, debía dar la impresión de que no hacía nada extraño o irrespetuoso. Sin alargarse mucho consiguió encontrar una gran escusa y obviamente una mentira. -La verdad es que llevo varios días vomitando sin parar, no puedo comer nada porque no aguanta nada en mi estómago. Sé que es un tema del que no se debe hablar cuando uno está en la mesa pero no quiero que piensen mal de mí. Para agradecer el trabajo que ha hecho la cocinera no quería desperdiciarlo, por lo que he estado guardando todo este tiempo. Disculpen si les he molestado o intimidado.- se le acababa de ocurrir todo eso, la verdad es que no se le daría mal ser actriz. << No quiero que culpen al pobre niño, aunque sí es verdad que no he probado siquiera un bocado >> .-Perdonen, debo ir a los aposentos de invitados, estoy algo mareada- así pues abandonó la sala bajo el acecho de múltiples ricos; esperaba que con el tiempo se olvidaran de lo que ha ocurrido. << ¿Y qué pasa con el chaval? ¡Vamos, sal de ahí! >> El niño no podría salir de palacio, pues estaba rodeado completamente de guardias -y daban mucho miedo-.
Fingiendo tambalearse llegó hasta aquel dormitorio y se tumbó en la cama, mirando el techo algo embobada. Su prima subió tras ella y en vez de preguntarle cómo estaba, lo único que hizo fue insultarla. -¿Pero qué te pasa? ¿Has perdido la cabeza? ¡Deja de hacer tonterías, nos has puesto en evidencia! - tras decir eso se fue del dormitorio dejando un portazo en aquella puerta de madera. << Odio ésto... Ni siquiera quería venir aquí. Los odio a todos >> incrustó la cabeza en la cómoda almohada y esperó averiguar noticias del niño.
Abbie Flynn- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 02/03/2013
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Re: ''Ya somos dos los que no pegamos nada aquí'' [Isaac Duck]
Zampaba la comida como si fuese la única comida que quedaba en todo el mundo. Casi ni le daba tiempo a tragar bien cuando ya tenía entre sus manos otro pedazo de carne o de pescado el cual devorar. Tenía que admitirlo, aquella comida estaba exquisitamente deliciosa, la comida de alta cuna siempre era mejor que los restos de los restaurantes que encontraba en la basura de los callejones. Era la primera vez que tenía el placer de degustar algo tan bien cocinado y con un sabor increíble, si hubiese tenido más tiempo no habría sido tan zampon e incluso se habría tomado su tiempo para comer todo con tranquilidad, pero lamentablemente no había tiempo que perder, la chica estaba poniéndose en riesgo, él mismo también lo hacía pero ya faltaba poco, o al menos eso pensaba ya que su estomago parecía que no tenía fin y nunca iba a ser saciado.
Mientras devoraba aquel trozo de muslo escuchó como alguien llamaba la atención de la chica. Abbie se llamaba, alguien se acercó hasta el lugar donde estaba sentada. Isaac se retiró un poco mesa adentro por si las moscas, no quería que le pillasen y tampoco quería que Abbie se metiese en un problema, había sido realmente amable con él y cuando la gente se comporta de tal manera con Isaac no lo olvida, nunca lo hace. ¡Pero que señor más gruñón!. Incluso ella tuvo que inventarse una excusa de que se encontraba mal para guiar la atención de los presentes a otro lado y no tuvieran la remota idea de mirar que había debajo de la mesa. El corazón de Isaac iba a mil por hora, más cuando que se hizo aquel enorme silencio y solo las voces de Abbie y el señor eran escuchadas, podían descubrirle en cualquier momento.
Ella decidió retirarse a sus aposentos y fue ahí, cuando Isaac no supo que hacer. Se encontraba algo así como atrapado debajo de aquel montón de gente que prosiguieron con la comida tal y como lo habían hecho hasta ahora. Gateó bajo la mesa hasta llegar al otro extremo, uno de los pies de un señor casi le llegó a dar pero por suerte Isaac es menudo y delgado, puede escabullirse bien, tener tan poco peso tiene que tener alguna ventaja y aquella era una de esas. Al llegar hasta el final de la mesa aprovechó un segundo en que todos parecían que estaban tan centrados en sus comidas e interesantes charlas de mayores que jamás se percatarían de la presencia del niño. Salió pitando, pudo ver a Abbie subiendo por las escaleras y la siguió hasta el piso de arriba, había podido llenar su barriga y aquello fue gracias a ella, no iba a marcharse sin darle las gracias, claro que no, si algo es Isaac es agradecido. Cruzó el largo pasillo por donde la rubia se había adentrado y cuando fue abrir la puerta de la habitación donde había entrado escuchó que alguien subía hasta allí, rápidamente sin pensarlo dos veces se escondió detrás de una de las enormes estatuas que había a los lados del corredor, esperando que aquella mujer se marcharse pues acababa de entrar donde se encontraba Abbie y le estaba echando una buena bronca. Isaac no entendía como la gente de alta clase podía ser de aquella manera, no entendía como podían enfadarse y discutir por tonterías cuando lo que realmente importaba ya lo tenían, tenían dinero, comida, agua, un techo y una cama donde dormir calientes todas las noches ¿Qué más querían? ¿Por qué discutían por estupideces? Isaac jamás lo llegaría a entender. Finalmente aquella señora gruñona se marchó y ahí Isaac vio la oportunidad perfecta, ahora sí, para entrar.
—Es una imbécil — Dijo, mientras abría la puerta de los aposentos y la cerraba tras él una vez que estuvo dentro. Al percatarse de la cara de Abbie se llevó las manos a la boca — No tuve que decir eso...— Aveces se olvida que a las damas no se le tiene que hablar de esa manera y menos cuando se trata de gente de alta cuna como ella. Es muy grosero por su parte y lo sabe, no puede hacer mas que disculparse.
—Gracias...— Se acercó hasta la cama donde se encontraba ella y vaciló con sentarse o no sobre la cama pues los tejidos de esta parecían tan limpios y exquisitos que no quería mancharlos con la suciedad de su pantalón. Pero finalmente lo hizo, tomó asiento de ella, con algo de intimidad sin saber muy bien como actuar pero teniendo claro que lo quería decir —No todos los que son como tú suelen tratarme bien...hago esto para sobrevivir, no me gusta robar sabes...pero debo hacerlo, mi nombre es Isaac — Se presentó, encogiéndose de hombros y sin poder evitar echar un ojo a la habitación. Dudaba si Abbie le dejase hacer algo así, pero quizás podría llevarse algo sin que ella se diese cuenta, quizás...
Mientras devoraba aquel trozo de muslo escuchó como alguien llamaba la atención de la chica. Abbie se llamaba, alguien se acercó hasta el lugar donde estaba sentada. Isaac se retiró un poco mesa adentro por si las moscas, no quería que le pillasen y tampoco quería que Abbie se metiese en un problema, había sido realmente amable con él y cuando la gente se comporta de tal manera con Isaac no lo olvida, nunca lo hace. ¡Pero que señor más gruñón!. Incluso ella tuvo que inventarse una excusa de que se encontraba mal para guiar la atención de los presentes a otro lado y no tuvieran la remota idea de mirar que había debajo de la mesa. El corazón de Isaac iba a mil por hora, más cuando que se hizo aquel enorme silencio y solo las voces de Abbie y el señor eran escuchadas, podían descubrirle en cualquier momento.
Ella decidió retirarse a sus aposentos y fue ahí, cuando Isaac no supo que hacer. Se encontraba algo así como atrapado debajo de aquel montón de gente que prosiguieron con la comida tal y como lo habían hecho hasta ahora. Gateó bajo la mesa hasta llegar al otro extremo, uno de los pies de un señor casi le llegó a dar pero por suerte Isaac es menudo y delgado, puede escabullirse bien, tener tan poco peso tiene que tener alguna ventaja y aquella era una de esas. Al llegar hasta el final de la mesa aprovechó un segundo en que todos parecían que estaban tan centrados en sus comidas e interesantes charlas de mayores que jamás se percatarían de la presencia del niño. Salió pitando, pudo ver a Abbie subiendo por las escaleras y la siguió hasta el piso de arriba, había podido llenar su barriga y aquello fue gracias a ella, no iba a marcharse sin darle las gracias, claro que no, si algo es Isaac es agradecido. Cruzó el largo pasillo por donde la rubia se había adentrado y cuando fue abrir la puerta de la habitación donde había entrado escuchó que alguien subía hasta allí, rápidamente sin pensarlo dos veces se escondió detrás de una de las enormes estatuas que había a los lados del corredor, esperando que aquella mujer se marcharse pues acababa de entrar donde se encontraba Abbie y le estaba echando una buena bronca. Isaac no entendía como la gente de alta clase podía ser de aquella manera, no entendía como podían enfadarse y discutir por tonterías cuando lo que realmente importaba ya lo tenían, tenían dinero, comida, agua, un techo y una cama donde dormir calientes todas las noches ¿Qué más querían? ¿Por qué discutían por estupideces? Isaac jamás lo llegaría a entender. Finalmente aquella señora gruñona se marchó y ahí Isaac vio la oportunidad perfecta, ahora sí, para entrar.
—Es una imbécil — Dijo, mientras abría la puerta de los aposentos y la cerraba tras él una vez que estuvo dentro. Al percatarse de la cara de Abbie se llevó las manos a la boca — No tuve que decir eso...— Aveces se olvida que a las damas no se le tiene que hablar de esa manera y menos cuando se trata de gente de alta cuna como ella. Es muy grosero por su parte y lo sabe, no puede hacer mas que disculparse.
—Gracias...— Se acercó hasta la cama donde se encontraba ella y vaciló con sentarse o no sobre la cama pues los tejidos de esta parecían tan limpios y exquisitos que no quería mancharlos con la suciedad de su pantalón. Pero finalmente lo hizo, tomó asiento de ella, con algo de intimidad sin saber muy bien como actuar pero teniendo claro que lo quería decir —No todos los que son como tú suelen tratarme bien...hago esto para sobrevivir, no me gusta robar sabes...pero debo hacerlo, mi nombre es Isaac — Se presentó, encogiéndose de hombros y sin poder evitar echar un ojo a la habitación. Dudaba si Abbie le dejase hacer algo así, pero quizás podría llevarse algo sin que ella se diese cuenta, quizás...
Isaac Duck- Humano Clase Baja
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Re: ''Ya somos dos los que no pegamos nada aquí'' [Isaac Duck]
Los gritos de su prima aún resonaban en su cabeza, siempre le producía un dolor terrible aquella voz tan aguda y melindrosa; ahora que se había marchado podría tomar un respiro y despejar un poco la cabeza. En realidad había tenido suerte, la habitación en la que se encontraba casi siempre estaba ocupada por alguna que otra parejita haciendo cosas de...parejita. De repente, unos segundos luego de marcharse la ''grillo'' apareció el niño, y lo hizo con una naturalidad que sorprendió ligeramente a Abbie. Naturalidad porque a pesar de su clase social fue capaz de insultar a la señorita que acaba de salir por la puerta; en un primer momento la joven frunció el ceño, pero recapacitó y se dio cuenta de que tenía razón, de que era una idiota -la odiaba en secreto-. -No te preocupes, me gustan las personas que dicen lo que sienten sin temor a la represión. Y no tienes porqué disculparte, la verdad es que a mí tampoco me gusta mucho- le confesó con un tono vacilón mientras se llevaba la mano derecha a su boca para sellar el labio- Pero es un secreto, ¿vale?- y le mostró una dulce sonrisa.
A pesar de la escena que se había formado aquella noche y lo mucho que la había avergonzado, la joven no se arrepentía de nada; es más, se sentía muy bien sabiendo que había otorgado su ayuda a alguien que verdaderamente lo necesitaba. Sus dádivas no habrían sido hechas en vano. Entonces, el chiquillo se sentó en la cama en la cual estaba tumbada y vio oportuno tomar una pose más formal, por lo que se incorporó para sentarse. Cada palabra que salía del pequeño cuerpo contiguo era atentamente escuchada y analizada, quería darle la impresión de que le importaba su opinión, de que era libre de decir lo que quisiese y desahogarse. -Así que te llamas Isaac...Sé que puede sonar algo raro, pero te entiendo... Y comprendo porqué lo haces...aunque por otra parte hay que tener cuidado con lo que robas porque puedes meterte en muchos líos.- le contó mientras buscaba en sus bolsillos para sacar unos cuantos francos. -No es mucho, pero ahora mismo no llevo más encima- abrió la mano ajena para brindarle algo de dinero.
Una característica de Abbie es que posee una gran empatía, por lo que es capaz de entender y ponerse en la situación de otras personas, pero ésto también afecta considerablemente a su estado de humor. Y algo así pasaba en aquel instante, cuando observaba al niño; no podía soportar que este tipo de personas vivieran en aquellas condiciones, que hubiera tanta en pobreza en París y nadie hiciera nada. Algo vergonzoso. Y no, no lo decía porque daba una imagen deficiente a los extranjeros, lo decía porque le preocupaba enormemente la vida de esta gente, su salud. ¿Cuán sano podría ser alimentarse de basureros, no comer, no lavarse de vez en cuando?. Teniendo en cuenta que hay un montón de ricachones en la capital lo normal sería tener un poco de cabeza y donar algo a las pequeñas entidades que hacen lo que pueden para mejorar este problema; pero no, no querían ensuciarse las manos con estos asuntos. << El dinero no salvará de la muerte a esos patanes >>. La joven hacía lo que podía para ayudarlos, al menos lo intentaba y se interesaba por ellos.
-Debes de ser muy ágil para haber podido entrar aquí, los guardias dan mucho miedo...- intentó dar conversación para que el niño no se sintiera incómodo. -Aunque, mucho músculo y poco cerebro- río y salió de la cama para mirarse en un espejo de bordes dorados. Nunca le ha gustado eso de estar mucho tiempo sin moverse, es algo inquieta pero a la vez calmada. Su reflejo mostraba una chica agraciada de cabellos lisos dorados y un maquillaje perfecto, aunque natural. Se volteó para volver a mirar al acompañante y brindarle otra tierna sonrisa, sus ojos azules se clavaron en los de él. -He estado pensando... quizá te podría conseguir algunas cosas para que no tuvieras que andar robando durante cierto tiempo. ¿Te gustaría?- un impulso le decía que su karma se lo agradecería algún día.
Quedaría una hora más o menos para que la gente se fuera a casa y la ''fiesta'' acabase, ¿qué pasaría con el pequeño?. No consideraba una buena idea dejarlo solo a las tantas de la noche y el frío se incrustaba en la piel de una manera violenta, debía planear algo o sino aquella noche no dormiría tranquila.
A pesar de la escena que se había formado aquella noche y lo mucho que la había avergonzado, la joven no se arrepentía de nada; es más, se sentía muy bien sabiendo que había otorgado su ayuda a alguien que verdaderamente lo necesitaba. Sus dádivas no habrían sido hechas en vano. Entonces, el chiquillo se sentó en la cama en la cual estaba tumbada y vio oportuno tomar una pose más formal, por lo que se incorporó para sentarse. Cada palabra que salía del pequeño cuerpo contiguo era atentamente escuchada y analizada, quería darle la impresión de que le importaba su opinión, de que era libre de decir lo que quisiese y desahogarse. -Así que te llamas Isaac...Sé que puede sonar algo raro, pero te entiendo... Y comprendo porqué lo haces...aunque por otra parte hay que tener cuidado con lo que robas porque puedes meterte en muchos líos.- le contó mientras buscaba en sus bolsillos para sacar unos cuantos francos. -No es mucho, pero ahora mismo no llevo más encima- abrió la mano ajena para brindarle algo de dinero.
Una característica de Abbie es que posee una gran empatía, por lo que es capaz de entender y ponerse en la situación de otras personas, pero ésto también afecta considerablemente a su estado de humor. Y algo así pasaba en aquel instante, cuando observaba al niño; no podía soportar que este tipo de personas vivieran en aquellas condiciones, que hubiera tanta en pobreza en París y nadie hiciera nada. Algo vergonzoso. Y no, no lo decía porque daba una imagen deficiente a los extranjeros, lo decía porque le preocupaba enormemente la vida de esta gente, su salud. ¿Cuán sano podría ser alimentarse de basureros, no comer, no lavarse de vez en cuando?. Teniendo en cuenta que hay un montón de ricachones en la capital lo normal sería tener un poco de cabeza y donar algo a las pequeñas entidades que hacen lo que pueden para mejorar este problema; pero no, no querían ensuciarse las manos con estos asuntos. << El dinero no salvará de la muerte a esos patanes >>. La joven hacía lo que podía para ayudarlos, al menos lo intentaba y se interesaba por ellos.
-Debes de ser muy ágil para haber podido entrar aquí, los guardias dan mucho miedo...- intentó dar conversación para que el niño no se sintiera incómodo. -Aunque, mucho músculo y poco cerebro- río y salió de la cama para mirarse en un espejo de bordes dorados. Nunca le ha gustado eso de estar mucho tiempo sin moverse, es algo inquieta pero a la vez calmada. Su reflejo mostraba una chica agraciada de cabellos lisos dorados y un maquillaje perfecto, aunque natural. Se volteó para volver a mirar al acompañante y brindarle otra tierna sonrisa, sus ojos azules se clavaron en los de él. -He estado pensando... quizá te podría conseguir algunas cosas para que no tuvieras que andar robando durante cierto tiempo. ¿Te gustaría?- un impulso le decía que su karma se lo agradecería algún día.
Quedaría una hora más o menos para que la gente se fuera a casa y la ''fiesta'' acabase, ¿qué pasaría con el pequeño?. No consideraba una buena idea dejarlo solo a las tantas de la noche y el frío se incrustaba en la piel de una manera violenta, debía planear algo o sino aquella noche no dormiría tranquila.
Abbie Flynn- Hechicero Clase Media
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