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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Evelyn Wright Vie Jul 26, 2013 8:43 am

¿Quién no ha oído alguna vez ese típico dicho de “la curiosidad mató al gato”? Recuerdo que mi madre solía repetírmelo un día sí y otro también. Lo que me resultaba de lo más curioso porque… ¿Y si en vez de gato uno se consideraba así mismo ratón? ¿Era como el clásico “muerto el perro se acabó la rabia”? Porque, claro, si no había gato, pero sí ratón, no había curiosidad para poder matarlo, ¿verdad? A no ser que… ¿Podría la curiosidad del ratón ser el gato? ¿O dispondrían de una curiosidad común y compartida capaz de ocuparse de ambos? Sea como sea, yo encajaba mejor con la descripción de ratón. Y, pese a que sospechaba que ella también lo veía con el mismo interés que yo, creo que le gustaba definirme como un felino por mera diversión. No es que lo entienda, o lo entendiese en su momento, pero tenía por manía materna picarme con ese tipo de banalidades. Esas a las que no les damos importancia, pero que a la larga lo son todo…

Pero antes de ponerme transcendental y emotiva, la pregunta es obligada… ¿Qué suele hacer un ratón? Colarse, es evidente. Y mi lista de “huecos” a inspeccionar era relativamente larga, lo que se traducía en cientos y cientos de huecos por donde poder “colarse”… Así pues, a la aventura, allá cuando la tarde caía y el silencio se apoderaba de las céntricas calles de la bella ciudad, mis pasos encontraron el camino ideal que realizar para saciar la curiosidad “no olvidada” bajo el dulce manto otoñal que cubría a todo habitante. Extraño se me hacía caminar por caminar, sin presiones, o miedos que pudieran alzarse tras cada esquina, acechadores ellos, vociferando una retahíla indecorosa que expusiera su derecho egoísta de vivir su vida, y la del resto, a su modo y antojo. Insólito era apreciar la soledad impuesta con la fallecida ilusión de continuar considerando que todo podía volver a cambiar… Pero era lo que quería, caminar por caminar, aún sabiendo que el destino ya había sido fijado. Me conformaba, a priori, no más, con no reducir el ritmo, con que mis pies obedecieran el impulso de llegar, porque de esa manera se avanzaba.

Sin ser poseedora del tiempo y la distancia, ni lejos, ni cerca, en el punto idóneo donde debía estar, alcancé el volumen personificado que todo soñador bohemio quisiera observar. Al fondo, a unos escasos metros supuestos, rodeado de excentricidades que parecían recién despertar, el imponente “escenario” exterior se levantaba para recibir con euforia a los más atrevidos, incluyendo a todos esos fisgones y cotillas de última hora. Gran ajetreo en los alrededores, prisas y luces. Sí, podía respirarse la magia en el propio ambiente, la misma que se imponía con agitación, usando las propias y suaves pinceladas  de un enigmático sueño. Cuán hermosa podía ser la escena que ante mí se desarrollaba a una velocidad casi hipnotizadora… Ahora comprendía por qué el silencio pasado se escurría entre los callejones de más atrás. ¿Podía ser que todos se hubiesen reunido allí para disfrutar de la sombra del más seductor ilusionismo? Podía ser.

Asombroso. Abrumador. Nunca había estado en el circo. Había oído hablar de él. Historias varias se cernían sobre aquel. Trucos, bromas, fantasías, locuras… Era otro mundo, un mundo llamativo y que deseaba conocer, obviando que pudiera permitírmelo. Un detalle sin “importancia” pues… De seguro que cruzaría el límite entre desear y poseer. A ver… Si había llegado hasta aquí, ¿para qué iba detenerme? De vuelta a mis pasos, con aire tranquilo, expectante por todo lo que me rodeaba, caminé bordeando alguna que otra sorpresa transitoria, mezclándome con el gentío, observando con grato interés más de lo que podía abarcar. Me sentía como una niña, una más, carente de golosinas, eso sí. ¿Habría algún puesto de dulces por el lugar?
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Mensaje por Javier Moraru Dom Jul 28, 2013 12:30 pm

El circo era un lugar hipnotizante, siempre envuelto de luces y música, risas y gritos, era un faro potente que atraía a miles de niños que como luciérnagas, bailaban y jugaban alrededor de telas de colores chillones, objetos voladores, tiendas de dulces y esquivaban llamaradas de un experto escupe-fuegos.
Por mucho que Javier ya gozara de 16 años de vida, des de los siete que estaba solo sin nadie que le dijera ni le exigiera un comportamiento más apto para su edad. De forma que allí estaba, como una luciérnaga más, dejando zumbar las alas al viento mientras disfrutaba de la inesperada oportunidad de parecer otro más de aquellos niños que junto a sus padres iban a disfrutar de los mágicos limites entre lo posible y lo imposible. Pero la ilusión se desvaneció ante sus ojos cuando el espectáculo empezó y todos los que poseían dinero, una familia y un preciado papel que abría la puerta a los misterios de este mundo, se adentraron en aquella enorme carpa que solo dejaba escapar retazos de música y risas que dejaban un regusto amargo de soledad.

Sin otra opción, vago por el lugar, siendo el blanco de las miradas de trabajadores y artistas que consideraban su estada allí bastante molesta. No solo estaba en medio, no compraba nada y tenia malas pintas, también se metía en lugares donde, el publico no era bien recibido ni tan solo en momentos de descanso, a pesar de ello, el sonreía y saludaba a todo aquel que lo acusaba con la mirada.
Finalmente, cansado de estar al margen de una cosa que le era vedada y que carcomía su alma de curiosidad, decidió que si no podía entrar como humano, lo haría en forma animal. Pero antes siquiera que buscara un lugar donde cambiar sin alertar a nadie, los rugidos de los tigres clamando libertad me animaron a acercarme a ellos para charlar.

-Hola, que tal? Me llamo Javier. ¿Vais a hacer algún espectáculo?
-Raaaawr, grrr, rgrgraa
-¿De verdad? Suena super divertido! Pero no puedo ir a veros.
-¿Graaar? rwaaa, roar roar
-¿De verdad? ¿Puedo? Gracias!
-Rrrrrraw
La conversación termino con un abrazo entre el tigre y Javi, que con rapidez, escondió sus ropas, abrió la jaula y se transformó en tigre para unirse a aquella improvisada manada. Los tigres, conscientes de su inminente espectáculo, junto con aquel cachorro, se adentraron en la carpa justo en el momento en que los payasos efectuaban su función. Las risas se convirtieron en gritos, la música paró y de repente se pudieron ver las enaguas de todo el publico femenino que huía entre gritos escandalosos, recogiendo hijos por el camino. Los hombres huían también, dejando su dignidad atrás mientras los trabajadores del circo se dejaban la voz intentando explicar que eran inofensivos.
Ajeno a todo, el pequeño cachorrillo puedo burlar a los cuidadores de los tigres que ya iban a por ellos y empezó a perseguir pelotas de colores que rodaban caprichosas hasta que termino bajo una de aquellas faldas, pero esa no se agitaba ni olía a miedo. Con la pelota bien sujeta entre las fauces, salió de allí y alzo la cabeza encontrándose cara a cara con una señorita que entraba en el circo.
-¿Rawr?
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Mensaje por Sloan Cromwell Lun Jul 29, 2013 6:19 pm

Por favor señor Cromwell, no se indigne si se lo vuelvo a preguntar.
- Tampoco te lo voy a impedir, Roderick.
En ese caso, disculpe mi grosería pero, ¿qué hacemos aquí?
- Estamos comprando una entrada.
... Está claro que algo extraño ocurre en su mente pues al parecer no es la respuesta deseada. Comprar y Grey no suelen ir en la misma frase.
- Voy a entrar al circo.
Eso estaba claro en cuando dijo que estaba comprando una entrada. La pregunta es, ¿por qué está comprando una entrada?
- Para entrar al circo.
... Señor Cromwell, de poder frotarme las sienes puede estar seguro que lo haría. Lo que intento saber es, ¿por qué quiere ir al circo?
- Me gusta el circo.
Nunca ha estado en uno.
- Razón de más para entrar.

Nunca os habéis preguntado, ¿qué pasa con un adulto que jamás pudo ser niño? ¿Qué piensa? ¿Qué acontece en su mente? ¿Cuáles son sus razonamientos? Y la mejor de las preguntas, ¿dónde fue a parar aquel niño que jamás creció? La respuesta inmediata sería "ese niño jamás existió", pero a su vez sería la respuesta equivocada. En un recodo oscuro, abandonado y profundo de la mente del psicópata, el niño sonríe mientras su "amo" compra dos nubes de algodón, tan grandes como el peso de las monedas que depositó en las manos del feriante. Ambas manos ahora ocupadas y una boca que no sabía cual morder primero y saborear después. Se paseaba con sus ropas mundanas, tan normales que no llamaba la atención. Su sonrisa y sus ojos dispares en cambio si que podrían ser un foco de no ser por la iluminación de la feria y sus incontables atracciones: malabaristas, titiriteros, mujeres barbudas y enanos saltimbanquis. Espectáculos de marionetas y escupe-fuegos. Comedores de espadas, acierta el blanco y trileros.

De tener diez años, el rostro de Grey encajaría a la perfección entre la multitud.

Devoraba con ansia una de sus nubes cuando escuchó los gritos. Giró la testa justo a tiempo para ver llegar una marabunta de gente aterrorizada. Alzó ambas cejas sin apartar su sonrisa y saltó. Saltó lo suficientemente alto como para subirse de dos pisadas sobre el tejado de tela cosido de la tienda de caramelos que tenía justo al lado. Otro salto para apartarse totalmente de la multitud que amenazaban con tirar a tierra los tiendas más pequeñas y, para su mala suerte, la de los caramelos lo era. Se encontró a si mismo subido a una cuerda floja, maravillando a unos y enrojeciendo de ira a los currantes. "Lo siento, pero esta cuerda ahora es mía". El niño malcriado le surgió de dentro, y mientras aquel terremoto pasaba de lejos, Grey andaba por la cuerda con total facilidad. El equilibrio que mostraba era sobrenatural, y los espectadores silbaban y aplaudían. Los niños reían y él... simplemente le daba otro mordisco a la nube de su zurda.
Se paró justo cuando estaba subido encima del palo de madera que sujetaba uno de los extremos de la cuerda. Alzó la cabeza y olfateó. Pese a la "polución" del ambiente, un aroma familiar le vino derecho a sus fosas nasales. Volvió a husmear y la sonrisa se le ensanchó cuando captó otro... más familiar todavía. "Está aquí... Y está con el pequeño... o cerca del pequeño". Con los gritos de los feriantes a sus espaldas, Sloan empezó a saltar de poste en poste, con una sonrisa que mostraba la totalidad de sus dientes.

Se estaba divirtiendo como nunca, y si ella lo acompañaba, aun se divertiría mucho más.
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Mensaje por Evelyn Wright Miér Ago 14, 2013 9:07 pm

“Así buscaba, así, así. Así buscaba que yo la vi.” Lo cierto era que puestos de golosinas no faltaban en aquel lugar. Ni dulces, ni ninguna de sus variantes que atrapaban descaradamente cualquier olfato que se dejara seducir por la tentación más azucarada que pudiera encontrarse allá donde uno quisiera perderse. Y lo mismito ocurría con el sentido del oído. ¿Quién podía negarse a ese coqueteo que las notas producían alrededor de uno, incitándole a bailar y a disfrutar de la entonación emitida junto al gentío que vociferaba al son de los dueños y sus instrumentos? Oh… ¿Y la vista? ¿Qué decir de ella? ¿Acaso podían mis ojos, abiertos de par en par, pasar por alto el maravilloso conjunto de luces que iluminaban el principio de la noche que pronto acaecería sobre las pobres mentes imaginativas que deambulábamos por el recinto, intrigados por la magia oculta del propio espectáculo que se desarrollaba bajo sus carpas? No, ninguno de los sentidos podía permanecer al margen. Todos y cada uno de ellos, afloraban y reaccionaban a los cientos de estímulos que frente a mí, o muy cerca de mí, se producían dentro de ese juego llamado “vida”. Porque sí, allí, alejándonos de lo cotidiano, de las tristezas y los problemas que todos podíamos cargar sobre nuestros hombros, la vida se teñía de otro color, se disfrazaba y se burlaba del llanto para reír, reír con fuerza, regalando una felicidad sublime a todo aquel que quisiera creer que existía, que se podía soñar despierto y que al despertar no habría que lamentarse puesto que el sueño continuaría ahí, en el mismo sitio donde se dejó…

Sí, rebosante de vida podía sentirse cualquiera que visitara aquellos lares en busca de emoción, de una aventura única, olvidándose el adulto de que lo era para unirse al resto de niños, como uno más, sin pensar en el qué dirán o limitándose por las absurdas normas de la sociedad clasista en la que nos envolvíamos. ¿Era por estos razonamientos por lo cuales me había “escapado” para permitirle a mi pequeña niña interior que se escabullese y probase las mieles de una felicidad ficticia? Posiblemente, muy posiblemente. ¿Quién iba a negar que no podía conformarme con poco algún que otro día aislado? No era la mejor de las soluciones, pero “huir” siempre me había ido a la perfección, ¿verdad?

No quise distraerme más, ni desviarme entre hombres raudos, mujeres barbudas y curiosos adivinadores del futuro. Quería ver lo que se escondía en el corazón de ese pletórico circo. Quería descubrir lo que sus “faldas” aguardaban con tanto recelo. Era mi objetivo y hasta ello debía acudir. Un paso, o dos, hasta tres, fuesen los que fuesen, necesitaba comprar una de esas entradas. La cabina de venta no quedaba muy lejos, al lado de la entrada de la carpa principal, y cuanto menos parecía quedarme para alcanzarla, ya que me había detenido para echar un rápido vistazo al interior… ¡Pum! ¿Pum? Sí. Pum. ¿Pum-Pum? Pum-Pum. ¿Y eso significa…? Digamos que de repente las risas se convirtieron en gritos llenos de histeria, y el sueño en pesadilla. ¿Qué estaba ocurriendo? La gente corría de un lado a otro, alarmada, alterada y exageradamente. Observando a mi alrededor, no era muy capaz de comprender el jaleo que se estaba formando y que difería bastante del experimentado minutos antes. Arrasador se volvió el comportamiento del público que regentaba las instalaciones. Empujones, marabuntas aglomeradas, escandalosos que anunciaban a todo pulmón algo sobre un loco equilibrista que saltaba improvisadamente. No, no entendía nada, pero nada. A no ser que… ¿Era esto algo típico de los circos y yo no lo sabía? Porque de ser así era un poco… ¡Raro! Ahí va, ¿y ese sobresalto inesperado? Fue rápido, algo se movía bajo mi vestido, algo que yo no había ocultado.

-¿Qué..? – me remangué la prenda lo suficiente para descubrir lo que no sería nunca obvio… - Oh, mon dieu… ¿De dónde habéis salido…? – una cría, una preciosa cría de… ¿Tigre? Sí, era un detalle sin importancia, porque seguía siendo una lindísima y juguetona cría. ¿Estaría perdida? No pude resistirme y me agaché. – Petit, petit… ¿Qué hacéis aquí? – con gesto amable, acaricié la cabeza del animal que traía consigo una pelota que parecía captar toda su atención. – No deberíais estar… - suelto. Tragué saliva...

¡Oh, oh! No puede ser. Si una cría de tigre está suelta es porque… Hay tigres sueltos. Y no sería lo único… No me pregunten, no sabría contestarles pero… El suelo tembló. Les juro que el suelo que pisaba tembló y que, sin más, la gente se apartó bruscamente y, a lo lejos, un sonido estridente se oyó. Giré la cabeza hacia la derecha y lo vi. O mejor dicho, los vi… El hombre antorcha corría vestido con sus mejores llamas y detrás de él un… un… un… ¡Un momento! ¿Eso era un elefante? No, era un elefante enfadado que perseguía a un hombre ardiendo, el cual antes escupía fuego y que debió de atragantarse. ¿Y adivinan hacia dónde se dirigían? Claro que sí…

-¿En serio? – no hubo tiempo para mucho más que para coger a la cría en brazos, que algo sí que pesaba, y echar a correr mientras todo lo que dejaba atrás empeoraba. Correr y correr, y correr. ¿Y ya está? Sí. ¡No! ¡Haz algo? ¿Cómo? ¿Qué se supone que tengo que hacer con lo que tenemos detrás? ¡Grita! ¡No! ¡Salta! ¿Qué? ¡Que saltes! Pum-Pum-Pum. ¡Auch, auch!

Mi cabeza... Tarde, Evelyn, tarde. Genial, buen momento para tropezar y caer. Pensaba que eso únicamente ocurría en los libros. Te dije que saltases. ¡Da igual! ¿Y ahora? ¡Arrástrate! ¿Eh? ¡La cría! Oh, sí, la cría. ¿Dónde la he dejado? Ay, madre… No sé dónde está. ¡Levanta! Voy, voy... ¡Vamos, vamos! ¡Ya va, ya va! ¡No te resbales! ¡Hago lo que puedo! ¡Corre! ¡Quieres parar ya! ¡Que vienen! Vale, a correr… ¡Caliente, caliente!

-Minino. - ¡calla y corre! ¿Y si le pasa algo? Pero, chica, por favor… ¡¿Y si te aplastan y terminas asada?! ¿Qué ganamos? Ni cría, ni tú. - ¡Minino! - ¡corre! ¡Vale!

No sabía yo si esto del circo podía ser lo mío...
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Mensaje por Haakon Lindberg Jue Ago 15, 2013 4:23 am

-Aaaaay payo vente pal “sirco” que te lo va pasá como un rey. To lo bueno pa ti “corasón”, te lo dise la Sarai que de mentirijillas na de nai.
-Disculpe señora. – siguió el vampiro sin hacerle mucho caso con el folleto del circo en la mano, que no el circo gitano.
-Pero mi arma, no te me vaya pa la competensia que de algo tienen que comé mis churumbele.
-Otro día. – dijo con seriedad aguantando la sonrisa, esperando a ver que hacía la gitana si seguía negándose.
-¡Mardisión gitana pa ti! – gritó con el puño en alza, estaba claro que no aceptaba un no por respuesta.
-Qué se le va a hacer, de algo hay que morir. – y siguió su camino hacia el lugar que tan bien le había “vendido” un saltimbanqui que iba anunciando la próxima función del circo por la ciudad.

Un bullicio se congregaba alrededor de las carpas, ciudadanos expectantes por el espectáculo que estaría a punto de comenzar. Algunos aprovechaban el momento para pasarse por los puestos de dulces, otros para cotillear un poco y hacerse los valientes acercándose a las jaulas de los animales, y la mayoría simplemente miraba a un lado y a otro asombrados por lo variopinto del lugar. Un adivinador con una bola de cristal llamó la atención del vampiro. El hombre de nariz aguileña y turbante en la cabeza se hacía llamar profesor Barami.

-Buenas noches señor H, siéntese.
-Buenas noches profesor. – comenzaba bien al menos.
-No me diga más señor H. Hay una mujer en su vida: pelirroja. – dijo con seguridad en sí mismo, haciendo gestos extraños sobre la bola de cristal.
-En efecto. – enarcó una ceja, sorprendido en principio.
-Pero no es esa la mujer que le quita el sueño, no. Debe ser otra y muy especial para que un extranjero en París como usted esté interesado.
-¿Y qué me puede decir de ella? – de momento acertaba.
-Morena, hermosa y diferente. Sí, eso es, diferente. – dijo triunfal.
-Comprendo, ¿qué futuro nos augura pues?
-Oh señor, señor. No puede dejarla escapar, está a la vuelta de la esquina. Se escuchan campanas de boda y los hijos no tardarán en llegar.
-No me diga… ¿Cuántos? - demasiado había acertado ya.
-Uno tras la boda, otro algo más adelante… ¡eh! ¡oiga! ¡tiene que pagarme!

Ya se había levantado porque…sí, había sido divertido en principio adivinar como conseguía acertar en todo aquello pero el final: decepcionante. Le hubiera aplaudido si no llega a decir lo de los hijos, lo que le faltaba por oír. Lanzó una moneda al profesor encogiéndose de hombros y se dirigió hacia el tumulto porque es obvio: si hay jaleo hay diversión. ¿Las explicaciones? Podía saber que era señor H por sus gemelos, lo de la pelirroja si es que había algún cabello de Liv en su capa o camisa, lo de que era extranjero por la forma de hablar, lo de la morena… por una vez el azar había estado con él. Llegó a pensar que podía estar leyéndole la mente pero el mismo adivino se había delatado como farsante con lo de los hijos.

Elefante, hombre en llamas y… ¿Evelyn? Bueno, al menos había acertado en que estaba a la vuelta de la esquina. Se dirigió hacia la mujer con paso firme sin hacer mucho caso a la gente que les rodeaba, algunos se llevaban las manos a la cara, otros gritaban consternados. ¿Pero qué estaba haciendo? ¿Persiguiendo a un cambiaformas? Negó con la cabeza al tiempo que sonreía. Si esto era la maldición gitana no estaba tan mal, un poco de chispa siempre alegra el corazón. Con paso teatral llegó hasta Evelyn, moviendo la capa y quitándose brevemente la chistera para saludar al público. Un guiño precedió a un sonoro: - Miau – que acompañó de una gran sonrisa en respuesta a la llamada que hacía al minino. Haakon siguió con su función sin perder de vista a la cría, lo siguiente fue tomar de la cintura a la mujer echándola hacia atrás como si se tratara de un baile para acabar con un beso sobre sus labios. ¿Estaba ya la función terminada? No, claro que no, alargó el brazo para coger al pequeño tigre y haciendo vuelo con su capa al tiempo que giraba y los cubría a los tres: desaparecieron. Así, de buenas a primeras, unos segundos antes de que el enorme elefante y el hombre en llamas pasaran por su lado sin llegar a atropellarles. Los que lo habían visto ya gritaban consternados, unos los buscaban, otros sonreían al grito de “magia” y Haakon simplemente sonreía. - ¿Le he dicho ya que el fuego me abre el apetito? – preguntó socarrón.
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Mensaje por Javier Moraru Sáb Ago 17, 2013 7:08 am

"De la carpa" Le respondió a la señorita aquella tan simpática que en ve de huir y oler a miedo le acariciaba la cabeza y le hablaba de forma amable. Aunque, debido a su condición de tigre y a aquella colorida pelota que aun apretaba entre sus fauces, lo único que se pudo oír fue un ronroneo apagado. "Juego" Volvió a contestar sin dejar de jugar con su pelota, nunca había tenido una que el recordara, y aquella era grande, blandida y con muchos y brillantes colores, era la mejor pelota que había visto nunca.
Pero de repente, la chica dejó de oler solo a aquel perfume tan curioso y empezó a oler a miedo, cada vez más. Javier se puso encima de las cuatro patas, dispuesto a huir y esconderse cuando todo empezó a temblar, asustado ya que nunca había sentido algo así alzó la vista y vio que la chica miraba a lo lejos asustada, al seguir su mirada, se quedó asombrado dejando caer su preciada pelota sin que se diera cuenta siquiera de ello.
"Un elefante! Es muy grande! Nunca había visto uno! Uaaah! Un señor en llamas! ¿Será un espectáculo del circo? Es genial. ¿Podemos...?"
La chica lo cogió en brazos interrumpiendo su discurso emocionado y empezó a correr. Vaya manía con correr, hoy todo el mundo corría, arriba y abajo, alejándose del circo, pero el había venido a VER el circo, no quería irse! Se revolvió, la chica tropezó y todo pasó muy rápido. De repente el rodaba como una gran bola peluda hasta que se dio contra un puesto de algodón de azúcar que había caído, entonces, en aquel momento se percató de que... ¡Había perdido su pelota! Empezó a dar vueltas, errante, entre piernas, faldas, telas y puestos de comida, rugió sin mucho resultado ya que la gente gritaba histérica al unisonó, olfateó el suelo pero los olores se mezclaban en el aire y siendo sinceros el nunca sería un gran rastreador, ni lo era.
Finalmente, algo se le iluminó, si la ultima vez que tenia la pelota estaba con esa mujer, ella la tendría. Aun a riesgo de ser pisado, aplastado y de perderse por el camino, empezó a buscarla, aguzó los oídos y oyó como alguien llamaba a un minino.
"Yo soy un minino! A lo mejor es a mi!"
Siguió el grito, hasta que encontró a la chica que aun corría sin parar, y ahora entendía el porque, si un elefante va tras de ti, cualquiera huye. Impulsado por el instinto y el miedo, hizo lo mismo que ella, dar media vuelta y correr, la pelota podía esperar.
"Señor elefante!! Pare! No quiero ser aplastado!! Eso seguro que duele!"
Gritaba desesperado sin dejar de correr ni mirar hacia atrás, si le hacia caso, lo notaria ya que el suelo dejaría de temblar bajo sus patas.

Y de repente, volvían a alzarle. Vaya manía con eso, el tenia patas también, sabia correr y eso, alguien a quien quería mucho y no recuerda, le enseñó a sobrevivir, a valerse por si mismo. ¡El podía hacerlo solo! Lo hacía cada día, aunque claro, que te quiten de delante de una bestia de una tonelada, o lo que pesara el gordo ese, se tenia que agradecer.
"Vaya, grac... Eis! La señorita! Señorita señorita, ¿tiene mi pelota? ¿La de colores, la ha visto?"
Intentó llegar a ella, se revolvió en aquellos brazos y miró al chico-vampiro, era fuerte, parecía estar divirtiéndose, pero no le miraba para nada y le llevaba igual que a un fardo.
"Señor, señor vampiro, ¿Ha visto mi pelota? ¿Donde estamos?"
¡Nadie le hacia caso! Vale, a lo mejor el no tenia en cuenta que a oídos humanos lo que el decía no tenia más coherencia que sonidos ronroneantes y pequeños rugidos colocados aleatoriamente uno detrás del otro. Pero, merecía algo de atención también. ¿O, no? Arañando aquella mole de carne muerta e indiferente, se subió a sus hombros y se alzó sobre sus patitas delanteras, casi tirado el sombrero del vampiro al intentar ver algo. Si no le hacían caso, el mismo buscaría su pelota.
Javier Moraru
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