AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The long way back [Sloan Cromwell]
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The long way back [Sloan Cromwell]
Bastó un ligero soplido para que la ligera capa de polvo que cubría la portada de cuero se elevara por los aires, desplazándose lenta y metódicamente, solo para caer nuevamente sobre el suelo y los libros que reposaban en las estanterías aledañas. Podría haber retirado aquella suciedad con la mano, pero de haberlo hecho ahora las partículas estarían sobre su piel y probablemente terminarían arruinando, tarde o temprano, su precioso vestido. Estaba segura de que no se trataba de descuido o dejadez por parte de los administradores del lugar, bastaba con dar una mirada en derredor para notar que el local se mantenía en perfectas condiciones, y aún así allí se encontraba ella, limpiando aquel libro solo para poder darle una mirada. Tal vez algún empleado había olvidado asear aquella estantería en especial, en realidad no importaba mayor cosa.
Con delicadeza empezó a pasar las hojas una a una ojeando rápidamente los versos que contenían. Sus ojos se detenían de tanto en tanto en alguna frase en especial que llamase su atención, entonces fruncía el ceño, giraba los ojos o simplemente sonreía, dependiendo de lo que los escritos le estuviesen revelando y trasmitiendo. El local no se encontraba ni vacio ni lleno, como solía ocurrir con las librerías en Paris. No todos los habitantes sabían leer y muchos de los que contaban con esta fortuna simplemente no se interesaban lo suficiente como para perder el tiempo necesario en la búsqueda de una lectura decente. Para ella está resultaba ser una maravillosa manera de finalizar la tarde. Por supuesto gastar algunos minutos, u horas, en la tarea de revisar estantería tras estantería tampoco representaba una perdida grave. Por el contrario, era una oportunidad perfecta para escapar de la soledad de su hogar. Otra opinión debía tener su cochero quien esperaba en las fueras del local, soportando pacientemente las inclemencias del clima.
Había pasado toda la mañana entretejida con las mantas de su lecho. Abandonada al tedio y la nostalgia. Incapaz de recobrar las fuerzas necesarias para abandonar su escondite y retornar a la vida. Nada más que otro episodio de depresión ¡Qué gran novedad! Su ama de llaves requirió toda su capacidad de persuasión para conseguir, finalmente, levantarla y meterla, casi a la fuerza, entre la bañera de agua apenas templada. Un gesto intencional que agradó muy poco a Odette, pero que sirvió para que finalmente reaccionara. La mujer recibió gustosa la reprimenda, prometiendo a su ama que no volvería a ocurrir semejante descuido pero sabiendo, en su interior, que de ser necesario, la próxima vez que la señora de la casa se refugiara en su tristeza ella misma se encargaría de vaciar un cubo de agua helada en su cabeza. Ya bastante había soportado como para continuar regodeándose en aquel comportamiento autodestructivo. Luego la embutió entre un vestido lila pálido, la peinó y adornó con algunas pocas y sobrias joyas y la lanzó en manos de su cochero personal. Odette solía salirse de casillas con facilidad y desquitar parte de su enojo y frustración con su servidumbre. Posteriormente se sentía mal y se aseguraba a sí misma que no lo volvería a hacer solo para que se repitiera todo una y otra vez. A pesar de esto ellos le estimaban e, incluso, en algunos momentos ella podría pensar que en verdad la querían. Eso fue lo que sintió ese día con su ama de llaves, por lo que permitió que prácticamente la empujara hasta las escalinatas del coche.
Habían paseado brevemente por los alrededores. Se habían detenido en un elegante y caro restaurante para almorzar, luego había pedido al cochero que continuara con el paseo. Por ratos observaba la gente en las calles, las fachadas de los locales, el movimiento. En otros momentos se limitaba a cerrar los ojos y perderse en el sonido de los cascos de los caballos sobre los adoquines, las charlas, las risas. Mantuvo su mente en blanco durante la mayor parte del trayecto. Resultaba éste un truco útil, si no para subir su estado de ánimo, al menos si para evitar deprimirse nuevamente. Entonces el coche pasó frente a una librería ubicada en pleno centro de París y fue allí en donde decidió finalmente detenerse. Ordenó lo mejor que pudo con sus manos su suelta cabellera y descendió del carruaje con la ayuda de la mano de su solícito conductor. Y allí había estado durante las últimas dos horas, repasando libro tras libro, perdiéndose entre las páginas y el aroma que estas despedían y olvidándose momentáneamente de la realidad de su patética existencia.
El libro que sostenía en ese momento entre sus manos resultó interesante pero no revelador, por lo que decidió retornarlo a su lugar. Recorrió la hilera de colores, tamaños y texturas con los ojos antes de toparse con un voluminoso ejemplar que al parecer le llamaba con vehemencia. Sin pensarlo mucho tomó el libro con su mano derecha y halo de él sin percatarse de que el peso del mismo sobrepasaba por mucho la fuerza de su mano, especialmente por el ángulo en la que la posicionó para poder sacarlo del estante. Entonces el pesado tomó resbaló de su agarre y fue a estrellarse pesadamente contra el piso del local. Pero este no fue el único estruendo que importunara a los presentes, pues, debido al espacio que había quedado vacío, algunos de los otros libros del estante resbalaron y cayeron, generando no solo un escándalo sino, además, levantando una nube de polvo que envolvía a la hasta ese momento inmaculada Odette. – Lo siento… lo siento… - musitaba la sonrojada joven mientras se inclinaba y trataba de recomponer aquel desastre entre los movimientos torpes y nerviosos de sus manos y la tos que el polvo le ocasionaba.
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: The long way back [Sloan Cromwell]
¿Qué tiene en la mano, señor Cromwell? - Le preguntó su fiel compañero Roderick, el perro blanco de esmoquin negro.
- Un mapa de París.
Y... ¿está seguro que es París?
- Lo es y no lo es.
¿A qué se debe?
- Es la París que vemos... pero no la París que quiero ver.
Correcto. Entonces ya tiene un nuevo objetivo para el día de hoy.
Con ambas manos arrugó el mapa, lo puso de nuevo en la pared de su escondrijo y se giró. No le hacía falta seguir sus calles para saber a dónde ir. No le hacía falta recordar las diversas librerías de la ciudad para tener memorizado el letrero ni el portal. Lo único que le hacía falta era su baúl. Su baúl y una pesada bolsa llena de francos.
- Y un parche. Necesito un parche.
Todo cuanto necesitaba estaba en su baúl. Le quitó el poco polvo acumulado en su lomo, lo abrió y extendió sus brazos para sacar las partes que formarían su "identidad del día". Estaba pensando en algo que pasara desapercibido en una librería, incluso con un parche en el ojo. Necesitaba ser alguien casi invisible; lo suficiente invisible para evitar las preguntas y lo suficiente visible como para que lo pudieran atender.
Una chaqueta oscura y vieja, con los codos cosidos fue su primera elección. Unos pantalones a juego junto a un chaleco de lana con bordados de flores en relieve sobre un color verdoso. Una camisa vieja y un pañuelo para el cuello, de estampado simple. Y para finalizar unos zapatos también viejos. Todo su aspecto debía llevar la marca de la historia, del mundo explorado y de los conocimientos que aguardaban en su cabeza. Cogió un poco de tinta de su mesa y manchó las puntas de la manga derecha de la camisa, para dar más realismo a su personaje. Se puso el parche sobre su ojo izquierdo y luego un bombín, con el cabello disperso. Cogió un poco de polvo y se lo esparció por las manos y por las mejillas. Nada más.
"¿Quién soy? ¿Qué soy? Soy Arthur Pyte. Escritor. ¿Qué busco? Un libro. Un mapa. Un libro viejo con mapas antiguos. ¿Cómo soy? Descuidado. Disperso. Atento y centrado. Un caballero. Escueto. Soy Arthur Pyte".
El sol sofocaba hasta el empedrado de las calles. El otoño se presentaba algo caluroso, pero no lo suficiente como para que las mujeres de buen ver no sacaran sus abanicos. No hacían falta o no cabían en sus paladares palabras que ocultar. Y de entre las ruedas de un coche y el cochero, Arthur Pyte bajó del mismo, pagando al cochero la cantidad estimada por llevarlo hasta esa parte de la ciudad. Al bajar se rascó el parche y se percató de la presencia de aquel otro coche, esperando en la puerta de la librería donde tenía que entrar. "Otro noble que busca entender o comprender palabras que escapan a su poco cultivada mente". A Arthur no le caían bien los niños ricos que se creían superiores por tener dinero en lugar de cultivar su educación. Por ello resopló, se volvió a rascar el parche y prosiguió su marcha.
La campanilla lo saludó con estruendo y sus pasos enmudecieron al pisar la alfombra de la entrada. Dentro de la librería había más polvo que lectores, y más lectores que compradores. Llevó su ojo a un lado y a otro, buscando al tendedero tras la barra. Se acercó llevando ambos puños sobre el mostrador y no sonrió, pero si asintió en forma de saludo.
- ¿Qué desea el señor?
- Busco libros de París. Concrétamente mapas. Cuanto más antiguos mejor, y cuantos más, mejor que mejor.
- En esa estantería de allí, junto a la joven.
Arthur se giró para contemplar la mujer que estaba observando la hilera de libros que tenía ante si. "Su cochero necesitará algo más que un libro para soportar el sol parisiense". Sus ropajes la delataban, al igual que su aroma. El olfato del licántropo sintió de puro instinto los galardones de la nobleza. Tal vez fuera noble, hija de o incluso trabajadora de, cuyo amo o ama se guarda bien las apariencias embutiendo a su lacaya en caros vestidos.
Fuera como fuere, lo que le interesaba estaba a dos pasos de la mujer. Se acercó a la estantería, saludó al pasar al lado, se quitó el bombín de la cabeza dejándolo bajo su brazo y empezó a buscar. No terminó de leer el primer lomo cuando una nube estrepitosa de polvo le atacó la nariz y el ojo sano. Tosió, se frotó el ojo y volvió a toser. Viró su testa enfadada hacia el descuido de mujer que tenía al lado... pero ante todo era un caballero. Así pues, se agachó para recoger los libros, uno a uno y, a diferencia de la mujer, él lo hacía con cuidada pulcritud. Los sostenía con mano férrea y los recolocaba uno a uno.
- Estos libros son más viejos que nosotros. Cabría esperar un poco de respeto hacia ellos, señorita. - Terminó de colocar el último en su estantería cuando, de repente se vio con un ejemplar en la mano que no tenía cabida entre sus hermanos. No quedaba un solo hueco, así que miró el dorso y la portada. - "Cartas de un olvido pasajero"... curioso nombre dadas las circunstancias.
- Un mapa de París.
Y... ¿está seguro que es París?
- Lo es y no lo es.
¿A qué se debe?
- Es la París que vemos... pero no la París que quiero ver.
Correcto. Entonces ya tiene un nuevo objetivo para el día de hoy.
Con ambas manos arrugó el mapa, lo puso de nuevo en la pared de su escondrijo y se giró. No le hacía falta seguir sus calles para saber a dónde ir. No le hacía falta recordar las diversas librerías de la ciudad para tener memorizado el letrero ni el portal. Lo único que le hacía falta era su baúl. Su baúl y una pesada bolsa llena de francos.
- Y un parche. Necesito un parche.
Todo cuanto necesitaba estaba en su baúl. Le quitó el poco polvo acumulado en su lomo, lo abrió y extendió sus brazos para sacar las partes que formarían su "identidad del día". Estaba pensando en algo que pasara desapercibido en una librería, incluso con un parche en el ojo. Necesitaba ser alguien casi invisible; lo suficiente invisible para evitar las preguntas y lo suficiente visible como para que lo pudieran atender.
Una chaqueta oscura y vieja, con los codos cosidos fue su primera elección. Unos pantalones a juego junto a un chaleco de lana con bordados de flores en relieve sobre un color verdoso. Una camisa vieja y un pañuelo para el cuello, de estampado simple. Y para finalizar unos zapatos también viejos. Todo su aspecto debía llevar la marca de la historia, del mundo explorado y de los conocimientos que aguardaban en su cabeza. Cogió un poco de tinta de su mesa y manchó las puntas de la manga derecha de la camisa, para dar más realismo a su personaje. Se puso el parche sobre su ojo izquierdo y luego un bombín, con el cabello disperso. Cogió un poco de polvo y se lo esparció por las manos y por las mejillas. Nada más.
"¿Quién soy? ¿Qué soy? Soy Arthur Pyte. Escritor. ¿Qué busco? Un libro. Un mapa. Un libro viejo con mapas antiguos. ¿Cómo soy? Descuidado. Disperso. Atento y centrado. Un caballero. Escueto. Soy Arthur Pyte".
...
El sol sofocaba hasta el empedrado de las calles. El otoño se presentaba algo caluroso, pero no lo suficiente como para que las mujeres de buen ver no sacaran sus abanicos. No hacían falta o no cabían en sus paladares palabras que ocultar. Y de entre las ruedas de un coche y el cochero, Arthur Pyte bajó del mismo, pagando al cochero la cantidad estimada por llevarlo hasta esa parte de la ciudad. Al bajar se rascó el parche y se percató de la presencia de aquel otro coche, esperando en la puerta de la librería donde tenía que entrar. "Otro noble que busca entender o comprender palabras que escapan a su poco cultivada mente". A Arthur no le caían bien los niños ricos que se creían superiores por tener dinero en lugar de cultivar su educación. Por ello resopló, se volvió a rascar el parche y prosiguió su marcha.
La campanilla lo saludó con estruendo y sus pasos enmudecieron al pisar la alfombra de la entrada. Dentro de la librería había más polvo que lectores, y más lectores que compradores. Llevó su ojo a un lado y a otro, buscando al tendedero tras la barra. Se acercó llevando ambos puños sobre el mostrador y no sonrió, pero si asintió en forma de saludo.
- ¿Qué desea el señor?
- Busco libros de París. Concrétamente mapas. Cuanto más antiguos mejor, y cuantos más, mejor que mejor.
- En esa estantería de allí, junto a la joven.
Arthur se giró para contemplar la mujer que estaba observando la hilera de libros que tenía ante si. "Su cochero necesitará algo más que un libro para soportar el sol parisiense". Sus ropajes la delataban, al igual que su aroma. El olfato del licántropo sintió de puro instinto los galardones de la nobleza. Tal vez fuera noble, hija de o incluso trabajadora de, cuyo amo o ama se guarda bien las apariencias embutiendo a su lacaya en caros vestidos.
Fuera como fuere, lo que le interesaba estaba a dos pasos de la mujer. Se acercó a la estantería, saludó al pasar al lado, se quitó el bombín de la cabeza dejándolo bajo su brazo y empezó a buscar. No terminó de leer el primer lomo cuando una nube estrepitosa de polvo le atacó la nariz y el ojo sano. Tosió, se frotó el ojo y volvió a toser. Viró su testa enfadada hacia el descuido de mujer que tenía al lado... pero ante todo era un caballero. Así pues, se agachó para recoger los libros, uno a uno y, a diferencia de la mujer, él lo hacía con cuidada pulcritud. Los sostenía con mano férrea y los recolocaba uno a uno.
- Estos libros son más viejos que nosotros. Cabría esperar un poco de respeto hacia ellos, señorita. - Terminó de colocar el último en su estantería cuando, de repente se vio con un ejemplar en la mano que no tenía cabida entre sus hermanos. No quedaba un solo hueco, así que miró el dorso y la portada. - "Cartas de un olvido pasajero"... curioso nombre dadas las circunstancias.
Sloan Cromwell- Licántropo Clase Baja
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Re: The long way back [Sloan Cromwell]
Odette sentía sus mejillas encendidas debido a la vergüenza. ¿Cómo era posible que alguien a quien habían instruido toda una vida para que fuese delicada, para que sus movimientos fuesen precisos y suaves, acabara ocasionando semejante desastre? Ese no era el tipo de atención que le gustaba. Además, no se necesitaba un gran poder deductivo para comprender, gracias a las toses que resonaban en el lugar, que abría muchas personas muy poco satisfechas con su actuar. Se sentía azorada y, debido a esto, las manos le respondían torpemente. Bien podría reorganizar los libros pero nada podría hacer por apaciguar la polvorera levantada. Para eso solo había un camino: esperar.
Entonces unas manos aparecieron en su campo de visual. Levanto la mirada para encontrarse un rostro surcado por un parche. El ojo descubierto, por su parte, la observaba con enojo. Recordaba vagamente una figura masculina que había pasado por su lado. También recordaba haber devuelto un escueto saludo sin siquiera dignarse a observar a su interlocutor. Bien, pues allí lo tenía, enfrente, enojado y solo para ella. “Rayos” pensó sin saber que decir. Pero entonces el desconocido empezó a recoger los libros esparcidos en el suelo y a ubicarlos en sus antiguas posiciones. Eso la tranquilizó un poco. Y ahora que lo pensaba no entendía por qué alguno de los empleados del lugar no habían acudido en su ayuda. Dio un vistazo rápido solo para encontrarse con la mirada despectiva del tendero quien observaba todo cubriéndose la nariz con parte de su gastada manga, pero sin molestarse en colaborar. Eso la enojo, ella había sido la causante, lo admitía, pero era el trabajo de él, debería estar allí presto a ayudar.
Volvió su atención al hombre junto a ella – Merci – le agradeció con un hilito de voz segundos antes de que él le hablara. Boqueó un par de veces mientras el leía el título de uno de los libros que faltaba por ubicar – Si, bueno, eso fue un poco grosero pues, para su información Monsieur, no fue adrede. El tomo se me resbaló de las manos – se defendió irguiéndose y recuperando su tono autoritario y presumido. Sentía arder sus mejillas, sus ojos estaban irritados y no quería ni mirar cómo había terminado su vestido. Cubrió su boca con el dorso de la mano mientras un nuevo acceso de tos la invadía. Esperaba que el hombre abandonara el último de los libros, aquel cuyo título le había resultado curioso, y se marchara pero por lo visto no había ningún lugar en donde colocarlo.
Eso le dio un segundo para estudiarlo. Ropas usadas que habían visto tiempos mucho mejores y un par de zapatos a juego. No se trataba de ningún aristócrata, eso era obvio y le aclaraba un poco su forma brusca de dirigirse a ella. Alguien de alta alcurnia hubiese mordido su lengua antes de hablar de semejante manera a una dama. - ¿Y qué es lo que le parece tan curioso? – le pregunto finalmente. No pudo evitar que la pregunta escapara de sus labios aunque, francamente, esperaba algún tipo de respuesta desabrida. Luego extendió la mano hacia el hombre, indicándole en silencio que deseaba observar el libro que él sostenía entre sus manos.
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: The long way back [Sloan Cromwell]
Adrede o no lo hecho, hecho está. La mujer parecía aceptar su dicha, así que Grey no le dio más importancia de la que precisaba.
El pesado tomo en su mano era viejo, gastado incluso. Parecía ser de segunda mano, lo cual no sería de extrañar: vender volúmenes valiosos para poder sobrevivir un día más era un hábito costumbrista en la época. Mal-hábito a su forma de ver, pero un hábito al fin y al cabo. "Lo han dejado apartado por unos meros francos. Espero fueran para un bien mayor". A Grey no le habría importado encontrarse un libro re-vendido... pero era Arthur el que lo tenía entre sus dedos, y a él si que le llenaba de ira y pena por la cultura.
- Esto - señaló el hombre cuando la voz de la mujer lo hizo volver. - El título de este libro: es curioso como un libro con el susodicho nombre también sufra del mismo. - Señaló las estanterías que tenían delante, y no cabía en ninguna de ellas. - Seguramente este libro estaba metido entre los libros y la madera, de forma horizontal, y a juzgar por la capa de polvo que aun se mantiene en la portada, yo diría que nadie lo ha tocado desde hacía mucho tiempo... nadie hasta usted.
Le tendió el libro, con su peso y su polvo para que lo tomara de su mano. Cuando lo hubiera tomado y con el orden devuelto a la librería, sus ojos y sus dedos volverían a buscar lo que había hallado y perdido. Había visto el lomo a escasos centímetros de su vera. Él mismo lo había puesto y de haberse dado cuenta lo habría apartado para así tenerlo a mano. Pero no: su amor por los libros le estaba haciendo perder un valioso tiempo.
- ¿Y qué busca usted, señorita? - le preguntó cuando pasó por delante de un ejemplar de la caza del zorro. - ¿Busca aventuras? ¿Novelas románticas? ¿Biografías de marineros en alta mar? - La yema de su dedo tocó al fin el inicio del tomo, y lo extrajo con entusiasmo, sonriendo por la buena suerte que había tenido pues ya temía por perderlo entre tanta y tanta cultura. Al abrirlo no pudo evitar el toser a causa del polvo acumulado, que pese a la caída seguía poblando su superficie. "Los trata como objetos de compra-venda, y no con la adoración hacia la cultura que se merecen". Podría haberse enojado, pero ya estaba acostumbrado a dicho comportamiento por parte de los vendedores. - Y supongo que el coche parado aquí enfrente es suyo. No la tengo vista -le espetó, echándole una ojeada con su ojo descubierto. -¿Puedo preguntarle de qué familia procede, señorita?
El pesado tomo en su mano era viejo, gastado incluso. Parecía ser de segunda mano, lo cual no sería de extrañar: vender volúmenes valiosos para poder sobrevivir un día más era un hábito costumbrista en la época. Mal-hábito a su forma de ver, pero un hábito al fin y al cabo. "Lo han dejado apartado por unos meros francos. Espero fueran para un bien mayor". A Grey no le habría importado encontrarse un libro re-vendido... pero era Arthur el que lo tenía entre sus dedos, y a él si que le llenaba de ira y pena por la cultura.
- Esto - señaló el hombre cuando la voz de la mujer lo hizo volver. - El título de este libro: es curioso como un libro con el susodicho nombre también sufra del mismo. - Señaló las estanterías que tenían delante, y no cabía en ninguna de ellas. - Seguramente este libro estaba metido entre los libros y la madera, de forma horizontal, y a juzgar por la capa de polvo que aun se mantiene en la portada, yo diría que nadie lo ha tocado desde hacía mucho tiempo... nadie hasta usted.
Le tendió el libro, con su peso y su polvo para que lo tomara de su mano. Cuando lo hubiera tomado y con el orden devuelto a la librería, sus ojos y sus dedos volverían a buscar lo que había hallado y perdido. Había visto el lomo a escasos centímetros de su vera. Él mismo lo había puesto y de haberse dado cuenta lo habría apartado para así tenerlo a mano. Pero no: su amor por los libros le estaba haciendo perder un valioso tiempo.
- ¿Y qué busca usted, señorita? - le preguntó cuando pasó por delante de un ejemplar de la caza del zorro. - ¿Busca aventuras? ¿Novelas románticas? ¿Biografías de marineros en alta mar? - La yema de su dedo tocó al fin el inicio del tomo, y lo extrajo con entusiasmo, sonriendo por la buena suerte que había tenido pues ya temía por perderlo entre tanta y tanta cultura. Al abrirlo no pudo evitar el toser a causa del polvo acumulado, que pese a la caída seguía poblando su superficie. "Los trata como objetos de compra-venda, y no con la adoración hacia la cultura que se merecen". Podría haberse enojado, pero ya estaba acostumbrado a dicho comportamiento por parte de los vendedores. - Y supongo que el coche parado aquí enfrente es suyo. No la tengo vista -le espetó, echándole una ojeada con su ojo descubierto. -¿Puedo preguntarle de qué familia procede, señorita?
Sloan Cromwell- Licántropo Clase Baja
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Re: The long way back [Sloan Cromwell]
Odette obsequió al hombre una mirada desconcertada al escuchar la respuesta de éste – Podría decirse que no es un derecho adquirido en exclusividad por el libro – replicó mientras lo recibía, esta vez prestando completa atención al mismo y evitando que sus manos le dejaran caer – Todo y todos sufrimos de esa dolencia – acarició con suavidad el lomo, retirando parte de la suciedad que continuaba adherida – Todo es olvidado en algún momento. Puede que solo sea a causa de las distracciones mundanas, preocupaciones, penas o simplemente, descuido. Asimismo, en cualquier momento, todo puede ser recordado, re-encontrado – levantó sus ojos del libro y sonrió tímidamente. En el pasado, se había llevado fuertes decepciones, e incluso se había metido en problemas, por andar soltando sin más lo que pensaba. Era un pensamiento alentador el saber que su espontaneidad estaba regresando aunque fuese en cuantificadas y minúsculas cuotas.
La atención del hombre se centraba nuevamente en los libros y ella iba a contestarle las preguntas que acababa de formular pero prefirió observarle unos instantes y esperar a que la inevitable tos cesara. Al parecer, por su expresión de alegría, había encontrado lo que estaba buscando. Odette observó el objeto que reposaba en las manos de este sin poder ver con claridad de que trataba. La curiosidad la espoleo pero decidió no ceder ante el impulso de inclinarse y averiguar qué era lo que tanto le satisfacía. – Busco todo y nada en especial Monsieur. No traigo una idea fija sobre lo que deseo, prefiero abandonarme al momento y permitir que sean mis pasos y mis manos quienes me guíen hacia donde se supone que debo estar – Era completamente cierto. Llevaba algún tiempo ya simplemente tomando ejemplares al azar y ojeándolos rápidamente en busca del texto que la atrapara de manera ineludible y le obligase a permanecer con él mucho más tiempo que con sus hermanos. Sin embargo recapacitó un segundo sobre las opciones que él le había dado manifestando las suposiciones sobre sus gustos – Pero he de confesarle que mi lugar no es en donde permanezca una novela romántica, con eso ya termine – finalizó bajando ligeramente la voz y luciendo un poco acongojada.
No duró mucho aquella expresión pues enseguida su rostro se ilumino con una sonrisa de autocomplacencia - ¿lo ve? Acaba usted de darme la razón. Me acaba de encontrar o de re-encontrar, eso depende del pasado conjunto… acabo de abandonar mi olvido pasajero – movió teatralmente una de sus manos, señalándose a sí misma - Mi apellido es Demouy, y, aunque no me lo ha preguntado, me siento en la obligación de completar esta información con mi nombre de pila: Odette – No estaba muy segura de donde salía tanta confianza para con un extraño, más aún para uno con el aspecto que tenia aquel que se encontraba frente a ella. Pero ese había sido un día muy duro para su ánimo y resultó que la situación entera, incluyendo la vergüenza por su propia torpeza, le habían devuelto un poco de la energía vital que sentía agotada y que tanto necesitaba.
Miró entonces las estanterías a su alrededor, buscando un espacio en el que pudiese descargar el peso del libro que sostenía entre las manos de una manera segura, pero los estantes estaban llenos y no se atrevió a intentar hacerle un espacio temiendo que alguna de las pilas de libros de derrumbaran otra vez. – Y usted ¿Qué busca exactamente? Porque creo que no me equivoco al afirmar que tiene un objetivo, incluso me atrevería a opinar que tal vez ya lo encontró – comentó lanzando una significativa mirada al ejemplar que él sostenía entre las manos. No hizo ningún comentario adicional sobre su coche. No era necesario. Tampoco le solicitó a él que se identificara, ella le había otorgado su nombre y por tanto esperaba que le devolviera cortesía sin que tuviese que pedirlo.
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: The long way back [Sloan Cromwell]
"Todo es olvidado en algún momento... si eso fuera cierto, yo sería el hombre más feliz del mundo".
Era Arthur Pyte pero, sobre eso y sobre todo, era Grey. Su historia podía ser diferente. Su forma de ser, su forma de hablar y de comportarse. Sus ropas y su mirada serían las de otro pero, aun así, su pasado siempre era el mismo, y por mucho que se metiera en sus personajes jamás es capaz de olvidar como bien le gustaría. La sangre aun sigue humedeciendo sus manos y la nieve crispando su espalda.
- En ese caso mi señora, debería echarle un vistazo a sus pies y a sus manos de vez en cuando: quién sabe a dónde la llevarán y si será un lugar seguro.
Aquel pequeño chiste no evitó que Arthur se diera cuenta del tono de su voz cuando hablaba de las "novelas románticas" y de su abandono. Pudo notar en su mirada y en su semblante el amparo de una... ¿antigua herida? No sabría concretar qué había sido, pero sí que podía notar los síntomas de quien quiere olvidar. ¿Tal vez era ese su motivo de tal comentario? Podría ser y a la vez no. El cerebro humano aun era un rompecabezas demasiado complejo como para meter la mano y no esperar pillarse los dedos sin querer con algún mecanismo.
Y como un faro en la niebla, su alegría volvió inesperadamente con el comentario de su coche y su cochero. Decía llamarse Oddette Demouy. No debería habérselo dicho: en su intrincada cabeza Grey empezó a pensar en la familia Demouy, a recordar cada dato que hubiera leído al respecto y, sobretodo si eran gente con buenos fondos monetarios. Tal vez en un futuro hiciera una visita a la familia. Tal vez en un futuro, gracias a ese encuentro pudiera sacar una buena tajada... Pero por ahora era Arthur Pyte, y Arthur Pyte no pensaba en esas cosas...
- Tal vez tenga razón, señorita - afirmó Arthur con el libro en las manos, pasando hoja tras hoja, buscando el mapa que necesitaba... pero nada. Otro fracaso. Otro tiempo perdido. Depositó el libro en su lugar de la estantería y mostró una clara expresión de frustración. Respiró con fuerza por la nariz hasta que sacó un cilindro blanco de papel, llevándoselo a los labios y encendiéndolo con una cerilla. Apagó la cerilla con tres sacudidas de su mano y se la guardó: no era necesario contribuir a la suciedad del lugar. Hizo una larga calada y exhaló el humo, mostrando entonces una expresión de paz y serenidad. - Hay veces señorita Demouy en que la suerte no nos favorece y tenemos que tragarnos las penas. Como ha sido mi caso - puntualizó levantando el índice, apuntando hacia el lomo del libro que había dejado. - Llevo días buscando un mapa en concreto de París... y aun así parece que me rehuye. - Otra calada y el alto techo empezó a teñirse de humo. No llegaba como para molestar a nadie, así que se permitió el lujo de seguir fumando, tirando las cenizas sobre su mano para luego depositarlas en su debido lugar.
Entonces, se le ocurrió: las familias bien adineradas comúnmente guardaban grandes estanterías con libros antiguos a cada cual más extraño y único. Tal vez aquel encuentro fuera el preámbulo de su éxito. Tal vez aquella joven...
- Disculpe mi atrevimiento señorita pero, ¿acaso tiene una biblioteca en su casa? Y de ser así, ¿podría mostrármela? Ante todo deje que me presente como Arthur Pyte. Escritor, para servirle.
Era Arthur Pyte pero, sobre eso y sobre todo, era Grey. Su historia podía ser diferente. Su forma de ser, su forma de hablar y de comportarse. Sus ropas y su mirada serían las de otro pero, aun así, su pasado siempre era el mismo, y por mucho que se metiera en sus personajes jamás es capaz de olvidar como bien le gustaría. La sangre aun sigue humedeciendo sus manos y la nieve crispando su espalda.
- En ese caso mi señora, debería echarle un vistazo a sus pies y a sus manos de vez en cuando: quién sabe a dónde la llevarán y si será un lugar seguro.
Aquel pequeño chiste no evitó que Arthur se diera cuenta del tono de su voz cuando hablaba de las "novelas románticas" y de su abandono. Pudo notar en su mirada y en su semblante el amparo de una... ¿antigua herida? No sabría concretar qué había sido, pero sí que podía notar los síntomas de quien quiere olvidar. ¿Tal vez era ese su motivo de tal comentario? Podría ser y a la vez no. El cerebro humano aun era un rompecabezas demasiado complejo como para meter la mano y no esperar pillarse los dedos sin querer con algún mecanismo.
Y como un faro en la niebla, su alegría volvió inesperadamente con el comentario de su coche y su cochero. Decía llamarse Oddette Demouy. No debería habérselo dicho: en su intrincada cabeza Grey empezó a pensar en la familia Demouy, a recordar cada dato que hubiera leído al respecto y, sobretodo si eran gente con buenos fondos monetarios. Tal vez en un futuro hiciera una visita a la familia. Tal vez en un futuro, gracias a ese encuentro pudiera sacar una buena tajada... Pero por ahora era Arthur Pyte, y Arthur Pyte no pensaba en esas cosas...
- Tal vez tenga razón, señorita - afirmó Arthur con el libro en las manos, pasando hoja tras hoja, buscando el mapa que necesitaba... pero nada. Otro fracaso. Otro tiempo perdido. Depositó el libro en su lugar de la estantería y mostró una clara expresión de frustración. Respiró con fuerza por la nariz hasta que sacó un cilindro blanco de papel, llevándoselo a los labios y encendiéndolo con una cerilla. Apagó la cerilla con tres sacudidas de su mano y se la guardó: no era necesario contribuir a la suciedad del lugar. Hizo una larga calada y exhaló el humo, mostrando entonces una expresión de paz y serenidad. - Hay veces señorita Demouy en que la suerte no nos favorece y tenemos que tragarnos las penas. Como ha sido mi caso - puntualizó levantando el índice, apuntando hacia el lomo del libro que había dejado. - Llevo días buscando un mapa en concreto de París... y aun así parece que me rehuye. - Otra calada y el alto techo empezó a teñirse de humo. No llegaba como para molestar a nadie, así que se permitió el lujo de seguir fumando, tirando las cenizas sobre su mano para luego depositarlas en su debido lugar.
Entonces, se le ocurrió: las familias bien adineradas comúnmente guardaban grandes estanterías con libros antiguos a cada cual más extraño y único. Tal vez aquel encuentro fuera el preámbulo de su éxito. Tal vez aquella joven...
- Disculpe mi atrevimiento señorita pero, ¿acaso tiene una biblioteca en su casa? Y de ser así, ¿podría mostrármela? Ante todo deje que me presente como Arthur Pyte. Escritor, para servirle.
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Re: The long way back [Sloan Cromwell]
Una risita nerviosa escapó de los labios de Odette – De nada sirve que les mire, ellos van donde quieren y después soy yo quien debe afrontar las consecuencias. Y créame, Monsieur, me han llevado a lugares que sobrepasan, por mucho, la definición de “inseguros” – Fue esa su respuesta ante la casta broma. No tenía idea de cómo tomaría el hombre sus palabras. Bien podría juzgarla mentalmente, después de todo ella sabía que las clases menos favorecidas solían creer que el dinero solucionaba todo y que, por consiguiente, alguien de su clase no tendría por qué quejarse. Nada podría estar más alejado de la realidad.
Observó como la expresión de él mudaba a una mucho menos feliz al terminar de pasar las hojas del libro que sostenía entre sus manos. Por lo visto no era lo que buscaba así que dejó el ejemplar en el lugar del cual lo había extraído. Ella bien podría regresar a su búsqueda casual pero, en su lugar, permaneció quieta, con el voluminoso libro del “olvido” entre sus manos, siguiendo con la mirada los movimientos que tan pintoresco hombre realizaba. “¿Qué le habrá ocurrido en el ojo” pensó, muriendo de ganas de preguntar en voz alta, pero permitiendo a la educación tomar la delantera a su curiosidad y le ganase la carrera a su lengua. Entonces el sacó un cilindro blanco el cual encendió.
- ¡Oh! Un escritor. ¡Pero qué magnifico! Su vida debe ser muy interesante Monsieur Pyte ¿Cuál es su especialidad literaria? – lo correcto en una situación como aquella seria alabar alguna de sus obras o mencionar, cuanto menos, algunos títulos. La mente de Odette revoloteaba veloz entre los libros que había leído, que había visto y de los que le había hablado, pero por más que se esforzó no consiguió identificar el nombre de Arthur Pyte como autor de ninguno de ellos. Eso la colocaba en un dilema, incluso si él le ofrecía una respuesta satisfactoria, así que, con el fin de ahorrarse otra escena bochornosa, decidió enfocarse en la petición en vez de en su oficio – No se angustie, no es ningún atrevimiento. Por supuesto que tengo una biblioteca y no tengo ningún reparo en que usted la conozca. De hecho, ha pasado algún tiempo desde que ha recibido algún visitante en mi hogar así que me sentiré muy complacida si decide pasarse algún día por allí – le contestó con una enorme sonrisa. Era un extraño aunque hubiese revelado su nombre, eso era cierto, pero ella contaría con la compañía de toda su servidumbre. Además no le pareció traída de los cabellos la idea de que un escritor se interesara en una colección privada.
Pensó ella entonces en la espaciosa habitación abarrotada de libros, todos en orden, todos impecables. Era un lugar muy apacible y podría haber resultado potencialmente divertido si no guardase aún recuerdos negativos del mismo. Una razón más para preferir una polvorienta tienda que la seguridad y pulcritud de su hogar. El padre de su fallecido esposo era un ávido lector que no discriminaba géneros, temáticas, épocas ni autores. Dedico gran parte de su tiempo libre a la búsqueda y adquisición de libros y a construir lo que sería su recinto privado más preciado.
– Espero se trate eso de un cigarro convencional Monsieur Pyte – comentó de pronto al percatarse de cuanto disfrutaba el hombre aquello que fumaba y como el humo ascendía hasta el techo. No había percibido ningún aroma inusual pero tampoco podía considerársele una experta en ese tema por lo que no podía estar completamente segura. Bien conocido era que los artistas, músicos y escritores acudían a tal tipo de estratagemas con el fin de aumentar su “inspiración”. No los juzgaba pero tampoco le agradaba la idea de permanecer junto a una persona que perdía parcialmente la capacidad de razonar normalmente por estar bajo los influjos de aquellos efluvios. - Además ¿no está eso caliente? – preguntó refiriéndose a las cenizas que él depositaba en su mano para luego guardarlas en su bolsillo. Todo un detalle si se tenía en cuenta las condiciones del lugar en el cual se encontraban. Mientras esperaba una respuesta pasó de sostener el libro entre sus manos a abrazarlo. Pesaba más conforme sus manos se cansaban.
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: The long way back [Sloan Cromwell]
- Me especializo en la vida de las ciudades; de sus gentes y de sus tiempos pasados; de sus culturas, tradiciones... cualquier cosa que pueda aportar algo nuevo que no se sepa aun. Por ello investigo mucho.
Una mentira. Tan grande y pesada como el tomo que originó la nube de polvo. Lo único cierto en su afirmación era que sí hacía trabajos de investigación... pero no de ese tipo. De saberlo la señorita que tenía ante sus ojos lo más seguro sería que dicha conversación no habría tenido nunca cabida, y con quien estaría parloteando durante horas y horas sería con un par de guardias... y la conversación ni sería dada boca a boca, sino puño con boca.
La sonrisa se le ensanchó cuando la mujer al parecer permitiría al hombre que tenía ante sus ojos visitar su biblioteca privada. Arthur Pyte estaba tan emocionado que de ser una persona normal y corriente lo hubiera celebrado con júbilo. En cambio, como él era él, y jamás había dejado de ser él muy en el fondo tan solo sonrió, mostrando el agrado de su aceptación con la curvatura de sus labios y la estrechez de su ojo "sano". El libro que tenía en su mano ya no le haría ninguna falta. Y siendo sinceros, jamás le hizo falta alguna: no contenía los grabados que buscaba, así que lo dejó de nuevo en su sitio, haciendo reparo en sus vecinos menos agraciados por el paso de los años. Tal vez allí encontrara una París de los "buenos años", pero precisaba de un mapa actualizado y no de una breve referencia. Así pues, los dejó estar.
- ¿Hmmm? - Observó su cigarrillo y luego volvió su mirada a la muchacha. - De no serlo, ¿sería una molestia para vos? - El cigarrillo estaba ya en sus últimos momentos: dejó caer sus cenizas de nuevo en su mano y las llevó a su bolsillo, sacando de paso la caja de las cerillas. - Digamos que es necesaria para mi buena salud fumar de esta mezcla, señorita. Por favor, sea leve con mi delicado estado - "Mental". Le faltó añadir la palabra "mental" al finalizar la frase, pero de haberlo hecho seguramente lo habría denunciado a las autoridades. Un hombre enfermo es un peligro... pero si resulta ser un lunático suelto a sus anchas... Apagó los restos del cigarrillo en la caja de las cerillas, evitando con la mano que sujetaba la caja que las cenizas cayeran al suelo. - No se preocupe: las cenizas una vez desprendidas de la llama no son más calientes que el papel que está acostumbrado a tocar cuando lee un buen libro. Son mero polvo inofensivo y nada más... - Puso los restos en su bolsillo y se limpió las manos, la una frotando la otra para que no quedaran más que diminutas motas en el ambiente.
Observando el "polvo" elevarse por la estancia... Arthur echó una ojeada al coche que estaba aparcado delante de la tienda. Luego volvió su ojo hacia la joven, pensativo. ¿Para qué quedarse más tiempo en esa librería si no iba a encontrar nada bueno? Lo que él buscaba estaría tal vez en casa de la señorita Demouy, y ya que tenía el coche aparcado justo en frente... ¿Por qué no?
- Señorita, nuevamente ruego que disculpe mi osadía cuando le pregunte; ¿y por qué no ir ahora? ¿Le parece bien? Yo no voy a encontrar nada más en esta librería, y teniendo su coche esperando en la puerta acortaría más el mal trago de la espera para mi obra. ¿Me haría dicho favor? Juro compensárselo de buen grado, señorita Demouy.
Una mentira. Tan grande y pesada como el tomo que originó la nube de polvo. Lo único cierto en su afirmación era que sí hacía trabajos de investigación... pero no de ese tipo. De saberlo la señorita que tenía ante sus ojos lo más seguro sería que dicha conversación no habría tenido nunca cabida, y con quien estaría parloteando durante horas y horas sería con un par de guardias... y la conversación ni sería dada boca a boca, sino puño con boca.
La sonrisa se le ensanchó cuando la mujer al parecer permitiría al hombre que tenía ante sus ojos visitar su biblioteca privada. Arthur Pyte estaba tan emocionado que de ser una persona normal y corriente lo hubiera celebrado con júbilo. En cambio, como él era él, y jamás había dejado de ser él muy en el fondo tan solo sonrió, mostrando el agrado de su aceptación con la curvatura de sus labios y la estrechez de su ojo "sano". El libro que tenía en su mano ya no le haría ninguna falta. Y siendo sinceros, jamás le hizo falta alguna: no contenía los grabados que buscaba, así que lo dejó de nuevo en su sitio, haciendo reparo en sus vecinos menos agraciados por el paso de los años. Tal vez allí encontrara una París de los "buenos años", pero precisaba de un mapa actualizado y no de una breve referencia. Así pues, los dejó estar.
- ¿Hmmm? - Observó su cigarrillo y luego volvió su mirada a la muchacha. - De no serlo, ¿sería una molestia para vos? - El cigarrillo estaba ya en sus últimos momentos: dejó caer sus cenizas de nuevo en su mano y las llevó a su bolsillo, sacando de paso la caja de las cerillas. - Digamos que es necesaria para mi buena salud fumar de esta mezcla, señorita. Por favor, sea leve con mi delicado estado - "Mental". Le faltó añadir la palabra "mental" al finalizar la frase, pero de haberlo hecho seguramente lo habría denunciado a las autoridades. Un hombre enfermo es un peligro... pero si resulta ser un lunático suelto a sus anchas... Apagó los restos del cigarrillo en la caja de las cerillas, evitando con la mano que sujetaba la caja que las cenizas cayeran al suelo. - No se preocupe: las cenizas una vez desprendidas de la llama no son más calientes que el papel que está acostumbrado a tocar cuando lee un buen libro. Son mero polvo inofensivo y nada más... - Puso los restos en su bolsillo y se limpió las manos, la una frotando la otra para que no quedaran más que diminutas motas en el ambiente.
Observando el "polvo" elevarse por la estancia... Arthur echó una ojeada al coche que estaba aparcado delante de la tienda. Luego volvió su ojo hacia la joven, pensativo. ¿Para qué quedarse más tiempo en esa librería si no iba a encontrar nada bueno? Lo que él buscaba estaría tal vez en casa de la señorita Demouy, y ya que tenía el coche aparcado justo en frente... ¿Por qué no?
- Señorita, nuevamente ruego que disculpe mi osadía cuando le pregunte; ¿y por qué no ir ahora? ¿Le parece bien? Yo no voy a encontrar nada más en esta librería, y teniendo su coche esperando en la puerta acortaría más el mal trago de la espera para mi obra. ¿Me haría dicho favor? Juro compensárselo de buen grado, señorita Demouy.
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Re: The long way back [Sloan Cromwell]
Odette le miró fijamente por algunos instantes, indecisa sobre que contestar. En realidad si le molestaba pero sus razones serian, tal vez, demasiado pesadas para ser explicadas a alguien que recién acababa de conocer. ¿Cómo podría ella abrirse ante un extraño al punto de confesarle que odia que los hombres obnubilen su mente porque pierden la noción de la realidad? Y la realidad, para ella, era la diferencia entre la tranquilidad de la vida hogareña, o lo más cercano a eso que pudo llegar a conocer, y el ser cruelmente tratada y mancillada. ¿Cómo podría a alguien no “molestarle” eso? Solo por esto asintió con la cabeza y esperó hasta que él hubiese apagado el cigarrillo. Luego observó cómo se deshacía de las cenizas – Perdone usted por tan equivocada percepción pero, al ser una desconocedora del arte de fumar, también desconozco el calor que puede emitir el “polvo inofensivo”, como usted le acaba de llamar - No le molestaba admitir su inexperiencia en el tema, por el contrario. Entonces le miró con curiosidad - ¿Se encuentra acaso usted enfermo, Monsieur? – le preguntó intrigada por saber si era cierto o solo una frase deliberada para excusar una adicción.
Entonces ella se mostró un poco sorprendida ante la petición. Le había ofrecido su casa pero había contado con tener el tiempo suficiente para poner sobre aviso a su servidumbre. Abrió la boca, luego la cerro y finalmente le sonrió tímidamente – Me toma usted por sorpresa Monsieur Pyte. No esperaba que tuviese tantos y tan presurosos deseos de conocer mi colección privada. Bueno, en realidad se trata de la colección privada de mi fallecido suegro – se corrigió sintiéndose mal por atribuirse sin querer la consolidación de tan variada colección.
- Pardon, excusez-moi – la voz pilló a Odette desprevenida quien giro la cabeza con rapidez para encontrarse con la mirada dura de un caballero alto y de dorados cabellos al cual conocía de antaño y quien pretendía pasar hasta el otro extremo del reducido pasillo. El hombre mudo su expresión rápidamente al reconocer a Odette – Madame Demouy, que grato placer encontrarle – entonces sus ojos volaron hacia el hombre con quien ella se encontraba – Aunque tal vez este interrumpo algo – Odette miró con altanería al hombre. Era evidente que no le causaba ninguna gracia habérselo encontrado y que no era para nada bienvenida su interrupción. Sin embargo lo que en realidad le molestó fue el tono que utilizó al mirar a su acompañante. ¿Había sido ella igual de déspota para con quienes no poseían sus mismos recursos económicos? No lo sabía, probablemente si, en algún momento.
– Monsieur Benoit .El placer es todo mío – saludó cortésmente cumpliendo con su deber a la urbanidad – No se preocupe, en realidad estaba teniendo una conversación muy interesante – afirmó sonriendo amablemente al escritor – Monsieur Pyte, permítame presentarle al Monsieur Vincent Benoit – Sabia que sería una ofensa velada el que se dirigiera primero al hombre de menor categoría, pero poco le importó importunar a aquel desagradable hombre. Les miró inocentemente antes de continuar – Monsieur Pyte es un escritor que amablemente se prestó a ayudarme a limpiar un desastre con los libros, producto de mi propia torpeza, he de confesar – finalizó enseñándole el pesado libro que aún sostenía entre las manos y esperando con ello acallar lo que probablemente sería un nuevo murmullo parisino sobre el comportamiento de la viuda.
– Monsieur… ¿Pyte? Lo lamento pero su apellido no me es familiar – comentó alargando un poco las últimas palabras en señal de que esperaba que el escritor le diese más información de la que Odette ya había suministrado. Continuaba, sin embargo, mirándole de manera descaradamente cínica. La mujer, por su parte, se encontraba evidentemente incomoda, esperando y deseando que el interrogatorio de Vincent terminara rápidamente y sin mayores contratiempos.
Odette Demouy- Humano Clase Alta
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Re: The long way back [Sloan Cromwell]
- Por desgracia... y no se disculpe: todos los días se aprende algo nuevo aunque uno no lo busque. O eso es lo que dicen.
Vaya. Esto sí no me lo esperaba señor Cromwell: se está divirtiendo.
Y, tras mucho tiempo en silencio, al fin apareció aquella voz. Le estaba hablando desde la esquina de la estantería, doblándola con un vaso de leche en la mano y en la otra una cuchara con la que removerla cada cierto tiempo. En su mirada como siempre se podían ver la elegancia y el buen gusto cogidos de la mano. Su cuerpo perruno de pelaje blanco y a dos patas iba vestido impoluto con un esmoquin que olía a perfume. Su sonrisa denotaba su buen humor, y eso para Grey era bueno. Demasiado bueno...
Sustituir los negocios turbios por la literatura. Me parece señor Cromwell que ha hecho usted un gran paso hacia una buena vida. Se lo garantizo.
- Oh, en ese caso le acompaño en el sentimiento, señorita. - Hizo caso omiso de la mofa de su compañero perruno, pero aun así no se esfumaría. Continuaría allí, como siempre hacía.
Señor Cromwell, espero por su "bien" que ese sentimiento fuera falso... porque de no ser así, me temo que ha cambiado usted.
Y sin beberlo ni quererlo de repente se encontró con lo que se solía decir "una pelea de gallos". De alta alcurnia, pero gallos al fin y al cabo. La aparición del caballero no se le pasó a Arthur ni a su acompañante perruno. Uno entrecerró la mirada para observar con clara mejoría al recién llegado, y el otro chasqueó la lengua y removió su vaso de leche. Ambos notaron el crispamiento de la dama y su forma de tratarlo tan... particular. Estaba claro que entre ambos existía una chispa que se prendía cada vez que chocaban. De haber estado Sloan presente habría sacado un cigarrillo, se habría mofado diciendo algo como "ya sería hora de que follaran" y habría sonreído mientras el humo se dispersaba por el ambiente. Pero no era Sloan, sino Arthur quien controlaba la situación, y su único comentario fue el silencio hasta que aquel hombre se dirigió a su persona.
- No se lamente señor Benoit: no suelo escuchar mi apellido o mi nombre fuera de mi ámbito. - En pocas palabras, acababa de llamarlo "inculto" o simplemente "que no había tocado un libro en su vida". Aquella reacción fue creada más bien para beneficio propio: o estaba con la señorita Demouy en aquel enfrentamiento verbal o con el señor Benoit, y estaba claro por quién apostaba para salir con mejores beneficios. - Hablando de libros, creo que tenemos una remesa esperando. ¿No es así, señorita Demouy?
Vaya. Esto sí no me lo esperaba señor Cromwell: se está divirtiendo.
Y, tras mucho tiempo en silencio, al fin apareció aquella voz. Le estaba hablando desde la esquina de la estantería, doblándola con un vaso de leche en la mano y en la otra una cuchara con la que removerla cada cierto tiempo. En su mirada como siempre se podían ver la elegancia y el buen gusto cogidos de la mano. Su cuerpo perruno de pelaje blanco y a dos patas iba vestido impoluto con un esmoquin que olía a perfume. Su sonrisa denotaba su buen humor, y eso para Grey era bueno. Demasiado bueno...
Sustituir los negocios turbios por la literatura. Me parece señor Cromwell que ha hecho usted un gran paso hacia una buena vida. Se lo garantizo.
- Oh, en ese caso le acompaño en el sentimiento, señorita. - Hizo caso omiso de la mofa de su compañero perruno, pero aun así no se esfumaría. Continuaría allí, como siempre hacía.
Señor Cromwell, espero por su "bien" que ese sentimiento fuera falso... porque de no ser así, me temo que ha cambiado usted.
Y sin beberlo ni quererlo de repente se encontró con lo que se solía decir "una pelea de gallos". De alta alcurnia, pero gallos al fin y al cabo. La aparición del caballero no se le pasó a Arthur ni a su acompañante perruno. Uno entrecerró la mirada para observar con clara mejoría al recién llegado, y el otro chasqueó la lengua y removió su vaso de leche. Ambos notaron el crispamiento de la dama y su forma de tratarlo tan... particular. Estaba claro que entre ambos existía una chispa que se prendía cada vez que chocaban. De haber estado Sloan presente habría sacado un cigarrillo, se habría mofado diciendo algo como "ya sería hora de que follaran" y habría sonreído mientras el humo se dispersaba por el ambiente. Pero no era Sloan, sino Arthur quien controlaba la situación, y su único comentario fue el silencio hasta que aquel hombre se dirigió a su persona.
- No se lamente señor Benoit: no suelo escuchar mi apellido o mi nombre fuera de mi ámbito. - En pocas palabras, acababa de llamarlo "inculto" o simplemente "que no había tocado un libro en su vida". Aquella reacción fue creada más bien para beneficio propio: o estaba con la señorita Demouy en aquel enfrentamiento verbal o con el señor Benoit, y estaba claro por quién apostaba para salir con mejores beneficios. - Hablando de libros, creo que tenemos una remesa esperando. ¿No es así, señorita Demouy?
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Re: The long way back [Sloan Cromwell]
Odette tuvo que hacer gala de toda su fuerza de voluntad para no echarse a reír ante la respuesta del escritor. A pesar de esto no pudo evitar que una sonrisita de satisfacción escapara y se instalara sobre sus labios. Miró fijamente a Vincent, quien no se encontraba para nada satisfecho con el comentario, pero que, al mismo tiempo, se encontró momentáneamente indefenso ante el mismo. Bien sabía ella que no se trataba, precisamente, de uno de los nobles más ilustrados de Paris. Sin embargo lo conocía lo suficiente como para predecir que aquella sucia mentecilla ya estaba fraguando alguna replica grosera e insolente así que se agarró del salvavidas que hábilmente el escritor le había lanzado.
– Así es Monsieur Pyte, y sería una descortesía que dejáramos esperando por más tiempo al cochero – secundo la idea contenta de poder alejarse del radio de acción del hombre rubio. Había pasado mucho tiempo desde que el hombre se le hubiese insinuado groseramente, haciendo alarde de su posición, ignorando a su amable y cariñosa esposa y, encima de todo, recordándole su desventura y los muchos rumores que empañaban su honor. No le había perdonado, de ninguna manera podría darse ese lujo, pero si había prendido a tratarle con la cortesía que debía y evitar permanecer más que el tiempo estrictamente necesario en su presencia. Ella hubiese preferido otra salida pero debido a su situación no tenía muchas alternativas que resultaran decorosas.
Inclinó ligeramente su cabeza a manera de despedida, gestó que imito Vincent, para luego dar media vuelta y dirigirse hacia la salida. – Espero que no le importe que utilicemos mi coche Monsieur Pyte – comentó sin esperar, en realidad, una respuesta negativa. Llevaba aún entre sus manos el pesado ejemplar y se encontraba buscando un lugar donde depositarlo cuando una mejor idea cruzo su mente. Acercándose al tendero deposito el libro sobre el mostrador – Si fuese usted tan amable de empacar este libro para mi le estaría enormemente agradecida bla, bla, bla. Su lengua se movía demasiado pero pocas eran las veces ella conseguía contenerla. Después de mucho luchar contra tan pomposa costumbre finalmente se rindió a ella. Ahora la disfrutaba en vez de amargarse, le parecía una decisión mucho más constructiva. El tendero la miró fijamente por algunos segundos. Tal vez porque no estuviese acostumbrado a que le hablaran de aquella manera, o por que no creía que nadie comprase nada durante ese día, o por el costo del libro que la mujer depositaba frente a él. En todo caso finalmente se puso en movimiento. Envolvió el libro en papel para luego amarrarlo firmemente con un cordel. Posteriormente manifestó a la mujer el costo y recibió el dinero con una radiante sonrisa en el rostro.
- ¿Podría usted ayudarme con esto Monsieur? – una pregunta retórica. Por supuesto que no esperaba menos que su acompañarte tomara el pesado paquete y se encargara de él hasta que llegasen a su destino final.
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