Un dia particular... despertar al amor... ¿o también al dolor?- (Nicolei)

Recuerdo del primer mensaje :

Cansada, - si, definitivamente  así me siento – susurró esa mañana al levantarse. - Harta de estar entre tantos libracos y pergaminos que aun usando guantes el polvillo reseca mis manos – dijo en voz alta, mirándose al espejo luego de bañarse – basta, no dejaré que ese maldito lugar se devore mi juventud – expresó con su mano en alto y señalándose al espejo como quien decide poner las cosas en claro.  Bajó las escaleras  saltando los peldaños de dos en dos riendo divertida por la pequeña locura que iba a cometer. Su mayordomo le sonrió, - que pasa mi niña que esta tan feliz – le dijo mientras la acompañaba a desayunar, - que he decidido darme un día de descanso, ¿que opinas? - en hombre mesó su barba prolijamente recortada y extremadamente blanca, - pues, que eres una jovencita que no hay poder humano que le detenga si tiene una idea fija entre las cejas – ella rió de buena gana mientras se apresuraba a tomar su vaso de leche con un scons. Antes de salir se volvió y le dio un beso sonoro al anciano y desapareció a toda carrera hasta el establo donde en unos pocos minutos preparó sola a su bella montura. Solo en un momento al subir a horcajadas al lomo del animal – esto me puede costar algo mas que un regaño de parte de la Inquisición... pero estoy decidida... renunciaré... – frunció su entrecejo, pero tras hacer un chasquido con su lengua salió a todo galope hacia el campo, a disfrutar un día entre flores y trinos de pájaros.

Su sonrisa era amplia y contagiosa, miraba a su alrededor y hacía inclinaciones de la cabeza, saludando a damas y caballeros que se encontraban por el lugar aunque no los conociera o la miraran de forma extrañada. Cabalgando en su hermosa e imponente yegua Sapientia, sentía que era dueña del mundo y de su propia vida. Aferró con fuerza las riendas de su caballo y dejó que éste saliera a toda velocidad, mientras ella reía feliz, nunca se había sentido mas viva, - no pienso volver a ese hueco mohoso... jamás – se prometió, recordando la carta de renuncia que había dejado en el escritorio del abad. Si, estaba segura, viajaría a España y luego a Italia, debía recopilar algunos documentos de juicios inquisitoriales que mostraban grandes errores en su resolución, culpando a seres inocentes de atrocidades, solo para ocupar cargos en la nobleza y en el poder eclesiástico de parte de ciertos nobles de dudosa procedencia. Una amiga y compañera de la inquisición, había estado investigando  aquel asunto, pero hacía días que estaba desaparecida, lo último que sabía de ésta, era que había viajado a España por unos documentos, y ya que viajaría a Madrid, pensó que bien podría intentar encontrarla y ayudarle, aunque fuera por última vez, antes de abandonar, definitivamente,  cualquier contacto con la orden.

Su cabello se había soltado en una hermosa mata color fuego y sus ojos brillaban llenos de vida, su respiración estaba alterada por el ejercicio al igual que su fiel caballo, es por esa razón que se acercó al estanque que se enseñoreaba en mitad del jardín botánico y tras dejar que Sapientia tomara toda el agua que quisiera y se comiera mas de una flor, Delphine la llevó hasta un lugar donde el sol no molestara, la ató. Ella comenzó a recorrer un poco los alrededores, caminó entre el césped, con sus botas que pasaban inadvertidas por el amplio vestido color azul oscuro con detalles en encaje blanco, que descendía en una falda de amplio vuelo que rosaba el suelo, tuvo el impulso de girar y ponerse a bailar como si en medio de un imponente salón de fiestas se encontrara pero superó ese ridículo impulso. Le gustaba vestir entre sencilla y elegante, aunque no tuviera a quien presumir. Hizo girar la delicada sombrilla de encaje entre sus manos y se inclinó a tomar unas flores con las que se hizo un peinado, luego se dejó caer en el césped mientras contemplaba el estanque, unos cisnes que parecían derrochar ternura y amor uno por el otro llamaban su atención . Dejó que su mente volara hasta ese lugar y se preguntó que se sentiría estar enamorada, sonrió meneando la cabeza, - no tienes tiempo para eso, solo puedes imaginar y disfrutar de un día sin preocupaciones – se dijo, mientras se reclinaba apoyada en sus brazos, para luego quedar totalmente acostada en el suelo, no era una joven de alta sociedad común y corriente y nunca lo sería.

Escuchó cada palabra, cada frase que Nicolei decía y no pudo dejar de temblar, no era frío lo que tenía, ni miedo, o tal vez un poco. Aunque éste no tuviera que ver con el hecho de no haber estado nunca en una situación así. Su miedo, era que en el interior de su alma sentía que aunque eso pudiera ser una locura, ella se estaba enamorando, lo que la hacía sentirse indefensa. Cuantas veces había lanzado libros de novelas  al volverse románticas, en el momento en que los amantes se juraban amor eterno, o el amor surgía en una sola mirada, cuantas veces había asegurado que eso era ridiculo, pero ahora sentía que eso le estaba ocurriendo. Infinidad de veces despotricó asegurando que eso era una total mentira, que el amor no existía y que “para siempre“ solo era un eufemismo, un dulce deseo que nunca se cumplía. Delphine había vivido en carne propia como el amor mas puro, el de un padre a su hija, tampoco era para siempre, ¿o acaso su padre no la había abandonado?y aquello, había dejado un vacío doloroso y profundo en su vida. Vivía rodeada de criados, poseía una dote con la cual no tendría que  preocuparse por su futuro económico, pero las cenas seguían siendo inmensamente tristes y solitarias.

Retuvo en su mente lo que Nicoleí, ese hombre que había irrumpido en su vida, acababa de decirle, - es verdad en la vida hay que tomar decisiones, aunque éstas luego nos conduzcan nuevamente a la soledad – pensó mientras cruzaba los brazos acercándose mas a él. Le besó el cuello y en el lóbulo de la oreja, suspiró al sentir la caricia en sus pies,  no tenía cosquillas en ellos aunque si el cazador,  hubiera acariciado su vientre, ella de seguro habría temblado y reído, escondida en su cuello. Volvió a besarle, con los ojos cerrados inspiró, para deleitarse en el aroma que de él se desprendía.

Con dificultad, no porque él se lo impidiera, sino porque no deseaba apartarse ni un milimetro de aquel hombre, se separó lo suficiente para encontrar su mirada. Inspiró  profundamente, lo observó con el ceño marcado, como cuando iba a tomar una decisión importante en una de sus  investigaciones, esas que la solían atrapar noches enteras, buscando la pieza que faltaba para resolver un misterio. Pero al observar aquellos orbes de un azul intenso no pudo mas que dulcificar su mirada y sonreírle con ternura, tomando su rostro entre las manos. Se acercó, al rostro masculino, cerró sus ojos antes de que sus labios hicieran contacto con los de él y suspiró. Su corazón latía desesperado, como un gorrión en pleno vuelo tratando de capear una tormenta. Lo volvió a contemplar antes de hablar, - Os acepto, para todos los días que el destino nos permita vivir, sin pensar en el futuro... porque sabe ser traicionero con quienes llegan a encontrase y unir sus almas – le susurró en los labios – os tomo para toda la vida, sea larga o corta, sea aquí o en el más allá...-.

Llevó sus manos al cuello masculino y de allí a sus cabellos, los acarició, depositó un beso en cada parpado y en su barbilla, - tómame, demuéstrame que puedes vencer al tirano destino y al incierto futuro -. Se aferró con desesperación a su cuello hundiendo su mentón en el hombro y dejando que lagrimas expresaran su mas profundo temor, entregar su alma y perderle si él alguna vez se marchaba.

Sonreí no sólo satisfecho, sino también pleno. Ver dentro de los ojos de Leire me hacía ver una familia como la de mi hermano. Recordé la mañana que pasé con mis sobrinos y me prometí luchar por lo que Leire quería, deseaba hacer una familia con ella, la había elegido como ella a mí y a nadie más entregaría mi corazón. –Así lo haré- le dije que para que supiera que iba en serio y perfile su rostro al mío, alineándolo para unir nuestros labios en un nuevo beso, no de fuego, sino de cariño, quería demostrarle que estaba seguro de que quería que ella fuera mi mujer.

Acaricié sus piernas nuevamente y la acomodé de tal forma que mi polla rozó su zona erógena. El glande estimuló la vagina anunciando la penetración, yo sentí un gran escalofrío por el sublime contacto con su virginidad y volví a besarla. Mis labios abandonaron su boca y en pequeños besos se desplazaron por sus mejillas, por su barbilla, descendieron acariciando el cuello, probaron los senos mientras mis manos lentamente recorrieron su espalda, el glande seguía presionando la vagina y nuestros cuerpos ardieron.

Nos movimos y quedé sobre ella, la frazada se deslizó liberando nuestra desnudez, -relájate amor- le dije perdiéndome en sus ojos, besé su nariz y bajé hasta su zona erógena, miré por unos instantes la rosada vagina mientras con mis manos mantenían las piernas abiertas, lentamente mi cabeza bajó a la vagina y con mi lengua la delinee deteniéndome en su clítoris el que chupé un par de veces antes de introducir mi dedo corazón dentro de la vagina. Sus gemidos incrementaron mi excitación haciendo que mi polla se pusiera más dura.

Por más de cinco minutos lamí y chupé su clítoris, torturé sus labios vaginales con mi lengua y mis dientes, introducí uno y luego dos dedos, y cuando mi polla ya no podía más me reincorporé dejándola caer sobre su vagina. –Te amo Leire, quiero que seáis mi señora y que nos vayamos a España juntos- busqué su boca y la besé, el glande se abrió paso en su vagina y lentamente mi polla penetró, al principio muy poco, ella era muy estrecha lo que representó un problema y que sabía que no por mucho tiempo, fui despacio atento a sus expresiones a que si me decía que parara lo haría. Pero tan pronto fue entrando todo, la tomé de las caderas y en ritmos acompasados comenzamos realmente a follar.

Disfrutó ese beso, dulce, delicado. Cerró sus ojos gozando cada sensación que le daba el estar así, en total intimidad con el hombre que el destino, la vida o los Hados habían puesto en su camino, a ella no le importaba quien los uniera, solo se sentía segura de que, por propia voluntad, no se apartaría de él, - ni después que la muerte me intente separar de ti – pensó mientras besaba esos labios que le supieron a miel. Apretó su cuerpo urgido por una necesidad que no entendía del todo, pero necesitaba estar abrazada con fuerza, sentirse piel a piel, unida a Nicolei, percibir su calor, el latido de su corazón, - nunca me sentí tan feliz  como en tus brazos, en tu boca– dijo en un susurro, besando suavemente el cuello. Sonrió al darse cuenta que confiaba en él, aunque eso pudiera parecer una locura, - ¿acaso no hacía unas horas que sus vidas se habían cruzado? ¿ como se podía amar así y no estar loco?-  Hizo un imperceptible movimiento con su cabeza negando esa duda, que nada tenía que ver con la certeza que inundaba su corazón. Ella  sentía que en realidad, en ese abrazo, en esa cercanía, en la intimidad de sus cuerpos desnudos, había llegado por fin al hogar, después de sentirse ajena a todo, aun en su propia casa y por tantos años,  por fin podría sentir que pertenecía a un ser que la amaría como ella lo haría, con la misma intensidad y la misma pasión.

Con dulzura y apremio, él, la acomodó, pudo sentir entre sus piernas el peso y la presión que,  el miembro masculino, hacía sobre sus labios vaginales, el roce la asustó, no por lo que él hiciera, sino por lo que ella estaba experimentando. Los nuevos besos que él le prodigara, hicieron que sus ojos buscaran los hermosos orbes de aquel que se convertía, en esa noche y para siempre, en su compañero. Las manos de Nicolei recorrieron su espalda, al igual como su boca fue besando su cuello, sus hombros y deteniéndose en sus pezones. elphine, tembló al sentir la respiración caliente, aquella lengua que con presteza lamia, mientras sus dientes  apresaban con suavidad  el pezón rosado y la piel blanquisima se erizaba ante esas caricias. No puedo contener un gemido al sentir que en el centro de su ser un mar de emociones se descontrolaban, la humedad iba haciéndose cada vez más notoria, sus partes intimas estaban calientes, ella lo podía sentir y eso le causaba suma vergüenza, ¿que debía hacer? ¿ como debía ayudarlo?  ¿o acaso debía quedarse allí tendida, sin moverse? supo que no podría, deseaba besarle, acariciarle, sentir que él también temblaba como le pasaba a ella.

Al quedar desnudos, y oír como él, pedía, se tranquilizara,  asintió con la cabeza, sonriendo cuando Nicolei besó la punta de su nariz. Con sus manos acarició los hombros de su amante, su nuca y los  rubios cabellos,  mientras cerraba los ojos y sentía como bajaba por su cuerpo llenándola de caricias. Tiró su cabeza hacia tras y no pudo contener sus gemidos, ni las cosquillas al sentirle respirar sobre su vientre. Cuando aquella respiración descendió hasta sus partes herogenas, experimentó una corriente eléctrica, al sentir la primer lamida en su clítoris y sus labios vaginales. Se incorporó  manteniendo el peso de su cuerpo  en sus brazos, contemplando como él la poseía. Sus pezones se endurecieron hasta doler y la humedad  en su vagina cada vez  era mas profusa. No pudo contener sus gemidos, que cada vez se escapaban con mas fuerza de su garganta. Dejó que su espalda cayera en las sabanas, sus manos se deslizaron acariciando su propia piel,  buscaron los cabellos de su amado, enterrándose en ellos, dando pequeños tirones a cada lamida y cada embestida que hacía dentro de ella con sus dedos y su lengua.

Cuando creía que no podría soportar mas, él se colocó sobre ella, volvió a sentir el peso de su miembro entre sus piernas, en contacto con su húmeda vagina, dispuesta, ansiosa de recibirlo. Nicolei le dijo las palabras mas hermosas que podía creer, esas que ni siquiera se había creído capaz de soñar. Ella lo deseaba en su vida, a su lado, para siempre y en cualquier lugar donde su amado quisiera llevarla. Cuando comenzó a penetrarla, permanecieron unidos en las miradas, él atento a sus gestos  y aunque al principio el dolor, hizo que, escurriera su cuerpo, alejando sus caderas, el amor, las caricias y la paciencia de Nicolei le permitieron abrirse enteramente, experimentando como poco a poco la colmaba, en una unión que jamás pensó existiera.