El juego de Killer Bee: la muerte de Nicolei | Privado

por **Gyöngyvér Kovács** Dom Jul 06, 2014 10:00 pm

Es notable que todos debamos morir y, no obstante, vivamos como si nuestra vida fuera eterna.

Guicciardin

Lo vio sumerguirse para sacar a una rubia con comportamientos totalmente infantiles y, sin embargo, integrante de la Inquisición. Pero ella no formaba parte de su plan, o más bien, del plan de su clienta. Allí, entre todos los que fisgoneaba. La cazadora pensaba en la apariencia de la rubia que la había visitado tres noches antes. Era la criatura más hermosa que había visto, su rotro no tenía imperfecciónes, podía observar lo liso que era y, no obstante, lo duro que éste fuera; así como el rostro de una muñeca de porcelana, así era el rostro de la mujer que se presentó como Tiare Roquedfort. Por supuesto, esa perfección no era humana, ella era una inmortal y Tiare no pretendió ocultarlo como lo harían muchos otros, lo que le hizo pensar en que: o era muy osada, o muy poderosa. Pero la propuesta que le planteó era realmente una exquisitez. Tiare hablaba con dulzura, pero las palabras estaban bañadas en una perversidad y maldad que la excitó y sin pedirle nada a cambio aceptó lo que Tiare llamó: El juego de Killer Bee.

Killer Bee, la mejor inquisidora de la orden de los soldados, la mujer que se convertería en leyenda después de su muerte. La cazadora ya había tenido un encuentro con la inquisidora y ésta le demostró por qué era la mejor; pero Tiare no lo había visto, y quería comprobarlo. Quizás lo más sencillo para la vampiro sereia confrontarlas; pero eso no era lo atractivo. La intención de su clienta era hacer que su propio maestro, ahora ya un desertor, se enfrentara a ella. Tiare ya había hecho la mitad del trabajo, según decía y, aunque la cazadora ignoraba todo lo que la rubia había hecho con el otro discipulo (que Gyöngyvér no conocía) del desertor, la cazadora se preparó para cumplir la parte que le correspondería y finalmente ver el espectáculo que Tiare añoraba.

Cavilando, no se percató que Nicolei, el hermano de su verdadera víctima; ya había rescatado a esa mujer como todo un galante caballero. Lo fue siguiendo deteniéndose frente a la cabaña. La cazadora se quedó ahí, totalmente inmóvil por dos horas, luego, caminó alrededor de la cabaña y justo cuando estaba a un costado escuchó el portazo de la puerta y a la mujer refunfuñando. Sin hacerlo a voluntad, una sonrisa apareció en su rostro, caminó con sigilo hasta la esquina y la vio caer en la nieve, minutos después, salió el varonil hombre para salvarle nuevamente. Al verlo, la cazadora sintió atracción, se mordió el labio inferior, luego humedeció ambos llevando su dedo índice derecho a la boca para describir una linea curveada por su mentón, su cuello y hasta el escote de la camisa que traía puesta debajo de su gran abrigo de oso.

El atardecer se murió en los cielos invernales, y la noche hizo presencia. La cazadora abandonó su sitio y caminó hasta una de las ventanas donde los pudo ver copulando, verlos, la excitó y por breves instantes sintió el deseo de entrar y matarlos mientras fornicaban como animales. Instintivamente se llevó la mano a la cintura para buscar su arma y cuando sujetó el cañón con sus ojos llenos de locura, sintió la fría mano de Tiare deteniéndola. La cazadora salió de su ensimismamiento y la volteó a ver. Estaba totalmente sería y con el movimiento de su cabeza le reprendió.

Ambas escucharon el sonido que daba como terminado el coito y se alejaron de la cabaña hasta que la luna tenía todo el poder sobre la noche, entonces, Tiare se acercó a la ventana mientras la cazadora, sin su abrigo y con sus cabellos rojizos danzando por un viento que inoportunamente había hecho presencia llevándose la nieve de los alrededores como una sutil ventisca, esperaba a que Nicolei hiciera lo que Tiare le había dicho que haría. Y así fue, aquel que se llamara mata licanos abrió la puerta con el torso semi desnudo. La cazadora, sin mostrar sus armas caminó hasta que el Nicolei la pudiera observar con claridad. —Ahora que le has arrebatado la virginidad a esa tonta niña he venido para darte muerte— fue directa, justo como le había dicho Tiare que lo hiciera y allí en la oscuridad, la vampiro sonreía con maldad.

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por **Nicolei Santillán** Jue Ago 07, 2014 7:34 pm

Le amaba, Dios sabía que sí. Tener su cuerpo cálido y delicado en mis brazos me hicieron estremecerme y excitarme; la acerqué más a mi para sentir su contacto más próximo y anclé mis manos en sus pechos que igual que ella habían dejado de ser vírgenes. -Os amo- le susurré pese a saber que estaba dormida. Le cumpliría todo cuanto había dicho porque ella no era una mujer cualquiera, a muchas podía fallarles pero no a ella, algo en mi cambió y me gustaba, sentirme así me gustaba pese a que me costara respirar y sintiera mi corazón acelerado.

Cuando quise darle la vuelta para despertarle con besos y así volver a hacerla mía, escuché unos susurros dentro de mi cabeza que me pusieron en alerta, no podía entenderlos, porque estaban en otra lengua, pero sabía que era amenaza. Me fui separando lentamente de mi amada para que no se despertara y me levanté. Luego tomé mis pantalones y con el torso descubierto abrí la puerta encontrándome enfrente a una mujer pelirroja con ojos igual a de los asesinos.

Aquella inocente me amenazó, ja, ¿matarme? Esa cría no sabe lo que dice, su cuerpecillo nunca podría competir con el mío, pretendí ignorarla pero entonces hizo un movimiento que me puso en alerta, era como si de alguna forma ella comenzara a representar una amenaza. -Será mejor que os vayáis, si apreciáis vuestra vida- pero la mujer no se movió, todo lo contrario, sonrió como una desquiciada y alzó su cañón. Yo en un acto reflejo miré hacía dentro para ver a Leire una vez más, sonreí y en mi mente le dije que le amaba, después cerré la puerta. Miré a la loca a los ojos, seguía manteniendo su cañón sobre mí pero seguía con el dedo en el gatillo. Había esperado a que cerrara la puerta y me acercara a ella, pero ¿por qué?, ya no importa, cometió un error por dejarme acercar demasiado y para sorprenderla corrí hacía ella zigzagueando para dificultar su disparo, y a mi sorpresa ella no se movió en ningún momento. Fue cuando llegué a ella cuando supe que se trataba de una trampa, un piquete me anunció que la arma nunca fue el cañón, sino la daga.

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