AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Partie tronquée (Siobhan)
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Partie tronquée (Siobhan)
Au clair de la lune, on n'y voit qu'un peu.
On chercha la plume, on chercha du feu.
En cherchant d'la sorte, je n'sais c'qu'on trouva.
Mais je sais qu'la porte sur eux se ferma.
On chercha la plume, on chercha du feu.
En cherchant d'la sorte, je n'sais c'qu'on trouva.
Mais je sais qu'la porte sur eux se ferma.
Quedan ya pocas personas que evoquen el París de antaño; el París de los pintores bohemios que se contentaban con ver pasar la vida mientras chupaban lánguidamente la boquilla de sus pipas de madera y conversaban sobre todo y nada. Solían reunirse en los cafés de los barrios entonces periféricos y que ahora se han convertido en parte del centro de la urbe, esos locales que aún perduran con un aire de nostalgia y que en su día se vieron abarrotados de perdedores y sus sueños rotos. De algún modo entre tanto humo, el del tabaco y el de las esperanzas echadas a perder, los hombres eran más hombres y las damas más damas, siempre que uno entienda por dama ese prototipo de mujer correcta y callada que se desliza como una sombra tres pasos por detrás de su marido sin llamar nunca la atención. Peter Jan no puede sino echar de menos secretamente ese mundo que no conoció porque es demasiado joven, pero que se imagina como un lugar anclado en el tiempo en el que las personas eran más seres humanos y un poco menos bestias, en el que la religión no era el escudo tras el que se amparan los hipócritas sino un sentimiento profundo y certero que conducía a los varones a ser caballeros y a responder ante Dios, que es como decir ante su conciencia. Si la gente aún sintiera que tiene que rendir cuentas a su moral Peter Jan no se vería en la necesidad de limpiar el mundo de criaturas viles y abyectas, de crueles errores de la naturaleza, y podría estar durmiendo en su casa en lugar de encontrarse en ese barrio que le es desconocido y que nunca había pisado antes.
Al ser oriundo del punto más alto de la lejana Suecia no puede decirse que conozca aún París como la palma de su mano, aunque gracias a su maestro y a su propia disciplina está en camino de conseguirlo pronto si se esmera. Necesita saber dónde está cada callejón, con qué atajos se puede acortar el trayecto de una punta a otra de la ciudad e incluso cómo se puede acceder a las catacumbas que la recorren por las entrañas como una red de vasos sanguíneos que nutre sin ser vista los cimientos más profundos. Le vendría bien llegados a este punto saber cómo puede escapar de esa calle si – Dios no lo quiera – es descubierto por el objeto de su estudio. Hay algo raro en torno al Conde Yaroslav y está decidido a averiguar si su olfato de cazador, que técnicamente todavía no es más que el instinto de cachorro primerizo, le dice la verdad o si le engaña. No le ha contado a su tío a dónde se dirigía y seguramente Jeròme crea que se ha retirado a su cuarto hace ya tiempo, o quizá solo ha fingido que se dejaba engañar porque sabe que es hora de que su sobrino comience a recorrer solo sus propios pasos. No podrá protegerlo siempre y ciertamente el muchacho tiene aptitudes, y además él ya está retirado del servicio desde que su avanzada edad casi consiguió que un lycan descontrolado lo abriera en canal a zarpazos en su última pelea. Es duro hacerse mayor y dejar de servir para lo que ha sido el propósito de toda tu vida, pero como caído del cielo llegó Peter Jan y su tío lo tomó como una señal. Solo uno de cada cien chicos - ¡qué digo cien! probablemente sean muchos más presentaría las aptitudes naturales que tiene Hansson. Hay algo en él... algo que parece que se le ha contagiado de tanto vivir en esa punta abandonada del mundo entre hielo y grandes osos blancos. Sea lo que sea Jeròme está contento y orgulloso de tener alguien a quien transmitir sus conocimientos, y el joven está ávido de aprenderlos. Es una relación provechosa por ambas partes y no exenta del cariño que se deriva de sus naturales relaciones familiares, aunque no se habían visto nunca antes de que los padres del muchacho decidieran enviarlo a Francia para que se labre un futuro.
El Conde Yaroslav vive en una cómoda residencia de tres plantas que no hace excesiva ostentación de la alcurnia de su inquilino, lo cual ya es digno de mención porque a los acaudalados parece que les atrae el lujo como la luz a las polillas. El joven cazador agudiza sus sentidos cuando se posiciona en una esquina estratégica cerca del murete bajo que delimita el jardín delantero de la mansión, pero solo es un humano y por bien entrenado que esté no puede ver ni oír nada desde allí. Ha preparado su entrada y sabe que se acerca la parte más difícil, para la que trabaja su cuerpo y su mente todos los días desde que sale el sol con férrea voluntad, pero no puede ni comenzar a prepararse porque entonces se da cuenta de que no es el único que ha escogido ampararse al abrazo de la oscuridad. Allí, a cierta distancia pero visible para Peter Jan, hay un vagabundo que en cada uno de sus pasos vacilantes lleva la marca del alcohol que seguramente ha estado bebiendo y que ahora le pasa factura; apenas se sostiene en pie, pero eso no le impide tener la vista demasiado fija en alguien que a su vez camina unos metros más allá sin percatarse de nada. El cazador observa también siguiendo la dirección de su mirada y percibe una silueta que se mueve con la gracilidad que solo las mujeres poseen, está sola y eso es extraño teniendo en cuenta la hora que es y el barrio respetable en el que se encuentran. A juzgar por el vestido que lleva y que el sueco se imagina más que ve por la distancia no es una criada sino una dama de alta cuna, o al menos lo suficiente para poder pagar el precio de la seda y del encaje. Sabe lo que va a ocurrir pero ingenuamente se convence de que si aguanta la respiración, si contiene el aliento, el borracho dejará pasar a la damita sin importunarla. Se queda agazapado como un gato en la misma posición que mantenía viendo como el otro hombre se aleja poco a poco del callejón y se atreve a salir a la luz de las farolas de gas con su andar tambaleante directo hacia la señorita. Peter Jan no puede perder el tiempo cuando puede que tenga un vampiro viviendo en el edificio que está vigilando, pero si el vagabundo intenta molestar a la chica no le va a quedar otra opción que dejar su cacería para más adelante. A eso justamente se refería antes en sus pensamientos cuando añoraba la época dorada que nunca conoció, pero en la que los hombres eran caballeros y tenían dignidad propia y desde luego no interferían en los negocios de los demás.
Al ser oriundo del punto más alto de la lejana Suecia no puede decirse que conozca aún París como la palma de su mano, aunque gracias a su maestro y a su propia disciplina está en camino de conseguirlo pronto si se esmera. Necesita saber dónde está cada callejón, con qué atajos se puede acortar el trayecto de una punta a otra de la ciudad e incluso cómo se puede acceder a las catacumbas que la recorren por las entrañas como una red de vasos sanguíneos que nutre sin ser vista los cimientos más profundos. Le vendría bien llegados a este punto saber cómo puede escapar de esa calle si – Dios no lo quiera – es descubierto por el objeto de su estudio. Hay algo raro en torno al Conde Yaroslav y está decidido a averiguar si su olfato de cazador, que técnicamente todavía no es más que el instinto de cachorro primerizo, le dice la verdad o si le engaña. No le ha contado a su tío a dónde se dirigía y seguramente Jeròme crea que se ha retirado a su cuarto hace ya tiempo, o quizá solo ha fingido que se dejaba engañar porque sabe que es hora de que su sobrino comience a recorrer solo sus propios pasos. No podrá protegerlo siempre y ciertamente el muchacho tiene aptitudes, y además él ya está retirado del servicio desde que su avanzada edad casi consiguió que un lycan descontrolado lo abriera en canal a zarpazos en su última pelea. Es duro hacerse mayor y dejar de servir para lo que ha sido el propósito de toda tu vida, pero como caído del cielo llegó Peter Jan y su tío lo tomó como una señal. Solo uno de cada cien chicos - ¡qué digo cien! probablemente sean muchos más presentaría las aptitudes naturales que tiene Hansson. Hay algo en él... algo que parece que se le ha contagiado de tanto vivir en esa punta abandonada del mundo entre hielo y grandes osos blancos. Sea lo que sea Jeròme está contento y orgulloso de tener alguien a quien transmitir sus conocimientos, y el joven está ávido de aprenderlos. Es una relación provechosa por ambas partes y no exenta del cariño que se deriva de sus naturales relaciones familiares, aunque no se habían visto nunca antes de que los padres del muchacho decidieran enviarlo a Francia para que se labre un futuro.
El Conde Yaroslav vive en una cómoda residencia de tres plantas que no hace excesiva ostentación de la alcurnia de su inquilino, lo cual ya es digno de mención porque a los acaudalados parece que les atrae el lujo como la luz a las polillas. El joven cazador agudiza sus sentidos cuando se posiciona en una esquina estratégica cerca del murete bajo que delimita el jardín delantero de la mansión, pero solo es un humano y por bien entrenado que esté no puede ver ni oír nada desde allí. Ha preparado su entrada y sabe que se acerca la parte más difícil, para la que trabaja su cuerpo y su mente todos los días desde que sale el sol con férrea voluntad, pero no puede ni comenzar a prepararse porque entonces se da cuenta de que no es el único que ha escogido ampararse al abrazo de la oscuridad. Allí, a cierta distancia pero visible para Peter Jan, hay un vagabundo que en cada uno de sus pasos vacilantes lleva la marca del alcohol que seguramente ha estado bebiendo y que ahora le pasa factura; apenas se sostiene en pie, pero eso no le impide tener la vista demasiado fija en alguien que a su vez camina unos metros más allá sin percatarse de nada. El cazador observa también siguiendo la dirección de su mirada y percibe una silueta que se mueve con la gracilidad que solo las mujeres poseen, está sola y eso es extraño teniendo en cuenta la hora que es y el barrio respetable en el que se encuentran. A juzgar por el vestido que lleva y que el sueco se imagina más que ve por la distancia no es una criada sino una dama de alta cuna, o al menos lo suficiente para poder pagar el precio de la seda y del encaje. Sabe lo que va a ocurrir pero ingenuamente se convence de que si aguanta la respiración, si contiene el aliento, el borracho dejará pasar a la damita sin importunarla. Se queda agazapado como un gato en la misma posición que mantenía viendo como el otro hombre se aleja poco a poco del callejón y se atreve a salir a la luz de las farolas de gas con su andar tambaleante directo hacia la señorita. Peter Jan no puede perder el tiempo cuando puede que tenga un vampiro viviendo en el edificio que está vigilando, pero si el vagabundo intenta molestar a la chica no le va a quedar otra opción que dejar su cacería para más adelante. A eso justamente se refería antes en sus pensamientos cuando añoraba la época dorada que nunca conoció, pero en la que los hombres eran caballeros y tenían dignidad propia y desde luego no interferían en los negocios de los demás.
Peter Jan Hansson- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 10/03/2013
Re: Partie tronquée (Siobhan)
Tres años han pasado desde su separación. Dos, desde que ha llegado a ese país. Por más tiempo que lleve no puede sentir que sea su hogar, ni siquiera donde nació lo siente así, nada le parecerá alguno si ellos no aparecen. La vida de Siobhan no es trágica, no hay violaciones, tampoco secuestros, afortunadamente vive de las riquezas que su familia tiene, su apellido pesa en su lugar de origen, porque ellos pueden mover mucho más que comercio, mueven personas que creen en su bondad, una que para ella no cuenta, y tampoco valora, si la familia no es capaz de respetar lo que tiene entre las paredes de su hogar, entonces no vale la pena, es falsa, hipócrita y mala. Por eso se fue, por eso no quiso volver más con sus padres, pero no fue tonta, aunque quizás muchos la cataloguen de interesada, ella buscó la manera para que la enviaran sin que levantara sospecha. Ella necesitaba que sus progenitores le dieran ayuda económica, de esa manera en vez de pagar las supuestas clases que fue a hacer, paga a detectives para hacer amplias búsquedas por ellos. Hay días en que llora ¿quién lo haría? La perdida de personas tan importantes suele relacionarse como la perdida de un brazo, o incluso una pierna. No va a avanzar, y tampoco se irá sino cumple con su meta, la única que le ha importado verdaderamente en la vida. Siempre tuvo aspiraciones, deseos que cumplir pero para ella no hay más importante que ese. ¿Acaso tu no lo harías? Si, seguramente lo harías, a menos que no tengas alma, ni corazón, y el rencor, odio o cualquiera que sea el estúpido sentimiento que tienes dentro te detenga de un acto como ese.
Siobhan creció con cuatro hermanos, todos hombres, todos mayores, cada uno de ellos había sido el orgullo de su hogar, de su familia, pero cuando se descubrió que paquete tan fuerte venía en sus hombros se buscó la manera de alejarlos de desecharlos. Sus padres siempre han vivido del que dirán. ¡Ellos no pueden soportar lo que diga la sociedad! Malditos falsos, ¿lo dirías tu también? Han dejado ir a sus hijos a otro país por miedo a que los reconozcan, los relacionen y los humillen. Se dicen que están enfermos, para la pequeña del lugar los únicos con esas condiciones con sus progenitores. No hay enfermedad, incluso ningún crimen que te de la opción para alejar a un familiar. París, fue la única pista que pudo encontrar, y eso fue después de muchos meses de revisar cada rincón de la casa. A cada oportunidad que podía tener. Si sus padres iban incluso a tener una reunión con alguien en la sala de estar, entonces ella aprovechaba para inmiscuirse en la alcoba principal, le costó, y lloró muchas noches seguidas, sus dos hermanos "sanos" la ayudaban, a ellos también les dolía ¡Ellos cinco debían estar juntos por toda la eternidad! O al menos hasta que la muerte lo separe, por que el amor a un familiar incluso para ella es más importante que para un amor en pareja. ¿No lo ves así? Pues ella si, y por eso se informó y pidió una academia para poder estudiar lejos de sus padres, cerca de ellos, sus hermanos, sin levantar sospecha. La joven junto con sus hermanos llegaron a tierras parisinas, y aunque los dos mayores habían formado al poco tiempo ya una vida estable, ella jamás se ha cansado, sigue ahí, buscando, como la noche de hoy.
Le ha informado el detective François, los nombres de dos jóvenes similares a los que ella le dio aparecen en un hospital al norte de la ciudad. Dice que corresponden sus descripciones a los retratos que le ha dado, y que están ocultos, pero no por eso escondidos, es decir, ella no puede descubrirlos, pero pueden vivir tranquilos y en libertad. La hora en la que había tenido la noticia apenas había recibido los primeros rayos del sol. Cambió un poco la situación. Se colocó una peluca de esas ostentosas y altas de un color distinto a su cabello, no utilizó sus ligeros vestidos de señorita que le hacen sentir cómoda, sino utilizó el corsé más apretado, y utilizó una especie de maquillaje vulgar. Cuando se vio frente al espejo notó que se veía tal como quería, diferente a ella. De esa forma tomó su bolso y su cartera, se subió a uno de los carruajes que la traían de un lado a otro y se dirigió al lugar, al menos al que creyó que era, pues en el camino se perdieron, y en vez de tomar el norte, se fueron por el sur, el viaje le había afectado tanto. Tan cerca y a la vez tan lejos de sus hermanos, la frustración le llegó. Y en vez de volver a casa pidió que le dejaran en el centro. Disfrutar del espectáculo le haría bien, la podrá tranquilizar. El regreso debía ser tranquilo, la luz de la luna, la tranquilidad de las calles, quizás el ir a ver a Slevin, pero las cosas nunca salen como se espera, y menos como ella desea, y es por esa razón que en un abrir y cerrar de ojos se encuentra en aquella situación. Una mano toma su brazo, la tranquilidad se interrumpe por un grito ahogado de terror.
- ¡No, no lo haga por favor! - Rogó al hombre que estiraba sus manos para tomar sus brazos e inmovilizarla. Siobhan no estaba temiendo por su vida, en realidad su primer pensamiento habían sido de nuevo sus hermanos. Si a ella le pasaba algo o moría, ¿quién podría liberarlos de un hospital? Arqueó una ceja cuando notó el estado del hombre, estaba en ventaja, ella tenía sus cinco sentidos en buen estado, él alterados. Un simple golpe en la masculinidad le hizo volver a sentir la libertad y correr, pero el hombre no se quedó así, cuando el dolor cesó, su andar tambaleando volvió a llegar, con más rapidez y rabia. ¿Siobhan tendría que tener miedo a lo que podría pasar?
Siobhan creció con cuatro hermanos, todos hombres, todos mayores, cada uno de ellos había sido el orgullo de su hogar, de su familia, pero cuando se descubrió que paquete tan fuerte venía en sus hombros se buscó la manera de alejarlos de desecharlos. Sus padres siempre han vivido del que dirán. ¡Ellos no pueden soportar lo que diga la sociedad! Malditos falsos, ¿lo dirías tu también? Han dejado ir a sus hijos a otro país por miedo a que los reconozcan, los relacionen y los humillen. Se dicen que están enfermos, para la pequeña del lugar los únicos con esas condiciones con sus progenitores. No hay enfermedad, incluso ningún crimen que te de la opción para alejar a un familiar. París, fue la única pista que pudo encontrar, y eso fue después de muchos meses de revisar cada rincón de la casa. A cada oportunidad que podía tener. Si sus padres iban incluso a tener una reunión con alguien en la sala de estar, entonces ella aprovechaba para inmiscuirse en la alcoba principal, le costó, y lloró muchas noches seguidas, sus dos hermanos "sanos" la ayudaban, a ellos también les dolía ¡Ellos cinco debían estar juntos por toda la eternidad! O al menos hasta que la muerte lo separe, por que el amor a un familiar incluso para ella es más importante que para un amor en pareja. ¿No lo ves así? Pues ella si, y por eso se informó y pidió una academia para poder estudiar lejos de sus padres, cerca de ellos, sus hermanos, sin levantar sospecha. La joven junto con sus hermanos llegaron a tierras parisinas, y aunque los dos mayores habían formado al poco tiempo ya una vida estable, ella jamás se ha cansado, sigue ahí, buscando, como la noche de hoy.
Le ha informado el detective François, los nombres de dos jóvenes similares a los que ella le dio aparecen en un hospital al norte de la ciudad. Dice que corresponden sus descripciones a los retratos que le ha dado, y que están ocultos, pero no por eso escondidos, es decir, ella no puede descubrirlos, pero pueden vivir tranquilos y en libertad. La hora en la que había tenido la noticia apenas había recibido los primeros rayos del sol. Cambió un poco la situación. Se colocó una peluca de esas ostentosas y altas de un color distinto a su cabello, no utilizó sus ligeros vestidos de señorita que le hacen sentir cómoda, sino utilizó el corsé más apretado, y utilizó una especie de maquillaje vulgar. Cuando se vio frente al espejo notó que se veía tal como quería, diferente a ella. De esa forma tomó su bolso y su cartera, se subió a uno de los carruajes que la traían de un lado a otro y se dirigió al lugar, al menos al que creyó que era, pues en el camino se perdieron, y en vez de tomar el norte, se fueron por el sur, el viaje le había afectado tanto. Tan cerca y a la vez tan lejos de sus hermanos, la frustración le llegó. Y en vez de volver a casa pidió que le dejaran en el centro. Disfrutar del espectáculo le haría bien, la podrá tranquilizar. El regreso debía ser tranquilo, la luz de la luna, la tranquilidad de las calles, quizás el ir a ver a Slevin, pero las cosas nunca salen como se espera, y menos como ella desea, y es por esa razón que en un abrir y cerrar de ojos se encuentra en aquella situación. Una mano toma su brazo, la tranquilidad se interrumpe por un grito ahogado de terror.
- ¡No, no lo haga por favor! - Rogó al hombre que estiraba sus manos para tomar sus brazos e inmovilizarla. Siobhan no estaba temiendo por su vida, en realidad su primer pensamiento habían sido de nuevo sus hermanos. Si a ella le pasaba algo o moría, ¿quién podría liberarlos de un hospital? Arqueó una ceja cuando notó el estado del hombre, estaba en ventaja, ella tenía sus cinco sentidos en buen estado, él alterados. Un simple golpe en la masculinidad le hizo volver a sentir la libertad y correr, pero el hombre no se quedó así, cuando el dolor cesó, su andar tambaleando volvió a llegar, con más rapidez y rabia. ¿Siobhan tendría que tener miedo a lo que podría pasar?
Siobhan Lundqvist- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/10/2012
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Re: Partie tronquée (Siobhan)
Nada, no hay caso. A veces es ridículo cómo uno se quiere convencer de que está puesto en el mundo para hacer algo trascendente, tal vez algo que influya un poco en el curso de la historia, si es que un humano que es del tamaño de un grano de arena comparado con la grandeza del universo puede tener seriamente tal pretensión. Peter Jan lleva mucho tiempo esperando, estudiando, entrenando, aprendiendo cientos de formas en las que puede acercarse al Conde Yaroslav e ideando otros cientos de maneras en las que podría transcurrir su combate. Pese a lo que pueda parecer no es vanidoso, aunque sí objetivo, y pese a tener la seguridad de que es ducho en las artes de su profesión a pesar de su juventud nadie puede prometerle que no saldrá del encuentro herido o peor aún que no saldrá. Al principio, cuando su tío le contó la verdad sobre a qué había dedicado toda su vida, el chico se preguntó inevitablemente por qué alguien que aparentemente lo tenía todo – fortuna para asegurar su libertad y libertad para decidir en qué gastar su fortuna – decidía poner en peligro su vida tan gratuitamente cada vez que salía de caza. Por qué una persona que podía escoger llevar una existencia apacible dedicada a los libros y al placer del estudio escogía voluntariamente fortalecer su cuerpo mediante durísimas rutinas de ejercicios con el único fin de salir por las noches a jugarse el pellejo en la azarosa ruleta de la fortuna que era la vida. Recuerda perfectamente el momento en que le planteó aquellas cuestiones a Jeròme y cómo él se había limitado a inclinar la cabeza a modo de respuesta, cosa que en un principio a Peter Jan le ofendió. No fue hasta un tiempo después que comprendió que su maestro había querido que descubriera la contestación por sí mismo, porque un auténtico cazador no es aquel que tiene los músculos más recios ni la espada más grande, sino el que tiene de nacimiento la estrella de una voluntad férrea tatuada en la piel y en el alma con esa determinación que no puede aprenderse en ningún libro. El sueco ha sido un buen aprendiz, el único que ha tenido el viejo Rochard, y ciertamente no queda mucho para que el pupilo aventaje al maestro. Ambos lo saben y saben también que esa noche es importante porque el muchacho va a enfrentarse solo por primera vez a una criatura poderosa que podría despedazarlo con sus colmillos si comete el más mínimo error. Y a eso se remite de nuevo el hilo de pensamiento de Hansson, el momento en el que ha sido cruelmente arrancado de su inexorable e importantísimo destino por un borracho que corre detrás de una jovencita.
La vida le ha querido dar tal vez una lección de humildad, o así es como él escoge tomárselo. No anda errado su tío cuando le dice a menudo que haber nacido en Kiruna, en el rincón más alejado del mundo donde existe civilización, ha hecho que el espíritu de los páramos helados se le instale en el corazón y en los ojos, azules como témpanos. Es raro que Peter Jan se inmute o se deje llevar por sus emociones, algo que muchos directamente dudan que posea. Sin que parezca en ningún momento que ese vulgar beodo le ha arruinado su rito iniciático, su posibilidad de demostrar que ya es un hombre hecho y derecho, se levanta y exhala imperceptiblemente el aliento que ha tenido retenido en la boca desde que ha descubierto que tenía compañía. Adiós al Conde Yaroslav, va a tener que esperar, hay un asunto más urgente que le requiere. Camina hacia donde las dos figuras ya se han encontrado con el sigilo de un gato y pegado a las sombras como si en lugar de buscar cobijo en ellas fueran éstas quienes se amoldaran a su silueta. No se ha dejado engañar ni un instante por la peluca ni el maquillaje excesivo de la muchacha que ha atraído a su pesar la atención del borracho, se nota de lejos que no es nada parecido a una meretriz. Sus andares elegantes y sus maneras resueltas denotan alto linaje y sus agallas confiesan que está más acostumbrada a que le sirvan que a dejarse humillar, cosa que da un giro divertido a la escena cuando ese mismo valor en el que Peter Jan se ha fijado empuja a la damita a golpear sin pudor las partes nobles del tipo ebrio, si es que hay algo de noble en él.
Al principio sí, el hombre se doblega y gime, pero rápidamente se repone y la agarra del brazo. Parece que hubieran estado sincronizados porque es en ese momento cuando el sueco llega hasta ellos y, tomando la muñeca del señor con una aparente ligereza que parece casi gentil, se la retuerce alejándola sin esfuerzo del cuerpo de la adolescente. - Eso, caballero, no es para usted. - Expone soltándolo cuando ya ha conseguido su propósito como si el simple tacto le asqueara. No entraba en sus planes ejercer de agente de la ley esa velada y aunque nadie pueda notarlo sí, le fastidia, y nada le gustaría más que zarandear a ese pervertido hasta licuarle los sesos. Por fortuna él tiene bastante más educación que ese barril de vino barato que ahora se tambalea mirando alternativamente al chico y a la muchacha como si le costara decidir si el manjar es tan apetecible como para que merezca la pena correr el riesgo. Si su intelecto discurriera de forma lógica se marcharía, pero naturalmente también se mantendría alejado del alcohol y no ha sido el caso, así que haciendo gala de sus más primitivas dotes de invasión territorial avanza un paso y dirige el puño a la cara del cazador, que con gesto aburrido lo esquiva y lo manda de bruces al suelo con una finta ágil y tan rápida que pocos podrían asegurar que realmente ha sucedido. - Caballero, por favor. - Repite como si estuvieran discutiendo en una mesa de bridge.
La vida le ha querido dar tal vez una lección de humildad, o así es como él escoge tomárselo. No anda errado su tío cuando le dice a menudo que haber nacido en Kiruna, en el rincón más alejado del mundo donde existe civilización, ha hecho que el espíritu de los páramos helados se le instale en el corazón y en los ojos, azules como témpanos. Es raro que Peter Jan se inmute o se deje llevar por sus emociones, algo que muchos directamente dudan que posea. Sin que parezca en ningún momento que ese vulgar beodo le ha arruinado su rito iniciático, su posibilidad de demostrar que ya es un hombre hecho y derecho, se levanta y exhala imperceptiblemente el aliento que ha tenido retenido en la boca desde que ha descubierto que tenía compañía. Adiós al Conde Yaroslav, va a tener que esperar, hay un asunto más urgente que le requiere. Camina hacia donde las dos figuras ya se han encontrado con el sigilo de un gato y pegado a las sombras como si en lugar de buscar cobijo en ellas fueran éstas quienes se amoldaran a su silueta. No se ha dejado engañar ni un instante por la peluca ni el maquillaje excesivo de la muchacha que ha atraído a su pesar la atención del borracho, se nota de lejos que no es nada parecido a una meretriz. Sus andares elegantes y sus maneras resueltas denotan alto linaje y sus agallas confiesan que está más acostumbrada a que le sirvan que a dejarse humillar, cosa que da un giro divertido a la escena cuando ese mismo valor en el que Peter Jan se ha fijado empuja a la damita a golpear sin pudor las partes nobles del tipo ebrio, si es que hay algo de noble en él.
Al principio sí, el hombre se doblega y gime, pero rápidamente se repone y la agarra del brazo. Parece que hubieran estado sincronizados porque es en ese momento cuando el sueco llega hasta ellos y, tomando la muñeca del señor con una aparente ligereza que parece casi gentil, se la retuerce alejándola sin esfuerzo del cuerpo de la adolescente. - Eso, caballero, no es para usted. - Expone soltándolo cuando ya ha conseguido su propósito como si el simple tacto le asqueara. No entraba en sus planes ejercer de agente de la ley esa velada y aunque nadie pueda notarlo sí, le fastidia, y nada le gustaría más que zarandear a ese pervertido hasta licuarle los sesos. Por fortuna él tiene bastante más educación que ese barril de vino barato que ahora se tambalea mirando alternativamente al chico y a la muchacha como si le costara decidir si el manjar es tan apetecible como para que merezca la pena correr el riesgo. Si su intelecto discurriera de forma lógica se marcharía, pero naturalmente también se mantendría alejado del alcohol y no ha sido el caso, así que haciendo gala de sus más primitivas dotes de invasión territorial avanza un paso y dirige el puño a la cara del cazador, que con gesto aburrido lo esquiva y lo manda de bruces al suelo con una finta ágil y tan rápida que pocos podrían asegurar que realmente ha sucedido. - Caballero, por favor. - Repite como si estuvieran discutiendo en una mesa de bridge.
Peter Jan Hansson- Cazador Clase Media
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2013
Re: Partie tronquée (Siobhan)
¿Si su pellejo le importaba? Claro que no, la imagen de sus hermanos eran las que aparecían de un lado a otro en su mente, en sus recuerdos, la idea de poder salvarlos de ese infierno; el hombre que tenía frente a ella, que le imposibilitaba el paso, no, él no iba a hacerle nada, aunque saliera mal herida, aunque tuviera que luchar cual fiera en vez de una dama. Sus padres se sentirían muy decepcionados, pues si ella buscaba ponerse al tu por tu con alguien, quería decir que ambos le habían dado una mala educación, pero ¿qué dirían sus hermanos? seguramente rebosarían orgullo al notar como sabía defenderse del mundo. Si, por eso sonrió, aunque el gesto fuera demasiado bizarro en ese momento, la sonrisa se le dibujaba en el rostro al imaginar a todos dándole palmadas en la espalda; la ventaja de tener solo hermanos varones, es que había aprendido a luchar (entre juegos, claro) con ellos, pero incluso en aquellas situaciones debía de ser astuta para escaparse de los brazos fuertes de los chicos, saldría bien librada, si, se sentía incluso ya victoriosa.
Una imagen que proviene de recuerdos no basta para poder salir de las situaciones, tampoco el simplemente sentirse la victoriosa de la situación. Necesitaba fuerza, astucia, y también saber cuales eran las intenciones del malhechor; al poco tiempo se da cuenta que el hombre no quiere abusar de ella, para nada, solo quiere unas monedas, y aunque no justifica su manera de obtener el dinero, sabe que la necesidad es muy grande, que el hambre también, pero el olor a alcohol no le da buena espina, aquel liquido siempre nublaba los sentidos, ocasionaba que las personas actuaran de manera imprudente. Suspiró, en esa segunda ocasión no puso resistencia, no es que tuviera todo el dinero del mundo en ese momento, pero quizás tenía lo necesario para calmar la necesidad del bandido. Se le quedó mirando, un vacío, un dolor intenso se alojó en su pecho, aquellos ojos le recordaban a alguien, pero negó repetidas veces, se encontraba tan obsesionada con encontrar a sus hermanos que los veía en todos lados, debía de estar volviéndose loca sin duda.
- No siga, no me lastime, yo le daré lo que pida - Articuló, intentó que sus palabras salieran firmes, sin titubeo, de esa forma le dejaría ver a su agresor que no estaba mintiendo, que le estaba diciendo la verdad, y que le ofrecía lo que necesitara; el dolor incrementaba a cada segundo que avanzaba, las manos firmes en sus brazos enterraban sin miramientos sus dedos en la piel nívea. Siobhan siempre se creyó en árbol duro de roer, pero se dio cuenta que era débil, eso le hizo sentir rabia, quizás su cuerpo era frágil pero su mente jamás. Se mordió con fuerza los labios, dejó salir un sollozo cargado del sentimiento negativo del dolor, pero la cosa no quedó ahí, Siobhan dejó salir un grito alarmado que se formó en eco en aquella calle desértica a mitad de la noche, escuchó portazos a lo lejos, notó que las personas que se encontraban en estructuras cercanas no se querían inmiscuir en lo que ocurría. Quizás por eso la sociedad se estaba pudriendo cada día más, por lo indiferente al dolor ajeno.
- No lo lastime mucho - Le pidió casi en un susurro al hombre que había llegado. Le perturbó la tranquilidad, la amabilidad, y la forma en que con elegancia impedía que ahora el hombre se acercara a ella. Parpadeó, aquello había sido demasiado rápido para su pobre comprensión. Se mordió los labios con fuerza impidiendo que otro grito saliera de entre su garganta proveniente de sus cuerdas bucales. Una de sus manos se posó sobre su pecho, respiraba acelerada, ahora le daba más miedo la intervención del hombre que se había sumado a la violencia de la noche, pero tras echar una que otra mirada al joven de alta figura, notó que en sus ojos no existía malicia alguna que pudiera intimidarle como el primero que buscaba desesperadamente algo de plata. - Ya, déjelo, no le de otro golpe, no creo que se pueda levantar en algún tiempo - Le indicó al notar que la sangre salía de una herida en el labio del alcoholizado hombre.
- Muchas gracias por el rescate - Su voz ya no sonaba quebrada, mucho menos rápida o con ese toque de miedo que al principio salió para implorar al mal viviente que ahora se encontraba tirado a media calle principal. La joven parecía tranquila, como si estuviera en sus jardines y observara de forma externa un casi asalto, o incluso violación, porque quizás ella había pecado de ingenua al pensar algo menos peligroso con el hombre. - Ha estado en el lugar indicado - Suspiró sintiendo como el temblor del cuerpo se desvanecía en el transcurso del tiempo. - ¿Podría saber su nombre, mi señor? - Preguntó con cierta timidez, la joven había vuelto a su postura común, a ese carácter tranquilo y ligeramente retraído. Dio dos pasos hacía atrás esperando a que el muchacho le diera la cara por vez primera.
Una imagen que proviene de recuerdos no basta para poder salir de las situaciones, tampoco el simplemente sentirse la victoriosa de la situación. Necesitaba fuerza, astucia, y también saber cuales eran las intenciones del malhechor; al poco tiempo se da cuenta que el hombre no quiere abusar de ella, para nada, solo quiere unas monedas, y aunque no justifica su manera de obtener el dinero, sabe que la necesidad es muy grande, que el hambre también, pero el olor a alcohol no le da buena espina, aquel liquido siempre nublaba los sentidos, ocasionaba que las personas actuaran de manera imprudente. Suspiró, en esa segunda ocasión no puso resistencia, no es que tuviera todo el dinero del mundo en ese momento, pero quizás tenía lo necesario para calmar la necesidad del bandido. Se le quedó mirando, un vacío, un dolor intenso se alojó en su pecho, aquellos ojos le recordaban a alguien, pero negó repetidas veces, se encontraba tan obsesionada con encontrar a sus hermanos que los veía en todos lados, debía de estar volviéndose loca sin duda.
- No siga, no me lastime, yo le daré lo que pida - Articuló, intentó que sus palabras salieran firmes, sin titubeo, de esa forma le dejaría ver a su agresor que no estaba mintiendo, que le estaba diciendo la verdad, y que le ofrecía lo que necesitara; el dolor incrementaba a cada segundo que avanzaba, las manos firmes en sus brazos enterraban sin miramientos sus dedos en la piel nívea. Siobhan siempre se creyó en árbol duro de roer, pero se dio cuenta que era débil, eso le hizo sentir rabia, quizás su cuerpo era frágil pero su mente jamás. Se mordió con fuerza los labios, dejó salir un sollozo cargado del sentimiento negativo del dolor, pero la cosa no quedó ahí, Siobhan dejó salir un grito alarmado que se formó en eco en aquella calle desértica a mitad de la noche, escuchó portazos a lo lejos, notó que las personas que se encontraban en estructuras cercanas no se querían inmiscuir en lo que ocurría. Quizás por eso la sociedad se estaba pudriendo cada día más, por lo indiferente al dolor ajeno.
- No lo lastime mucho - Le pidió casi en un susurro al hombre que había llegado. Le perturbó la tranquilidad, la amabilidad, y la forma en que con elegancia impedía que ahora el hombre se acercara a ella. Parpadeó, aquello había sido demasiado rápido para su pobre comprensión. Se mordió los labios con fuerza impidiendo que otro grito saliera de entre su garganta proveniente de sus cuerdas bucales. Una de sus manos se posó sobre su pecho, respiraba acelerada, ahora le daba más miedo la intervención del hombre que se había sumado a la violencia de la noche, pero tras echar una que otra mirada al joven de alta figura, notó que en sus ojos no existía malicia alguna que pudiera intimidarle como el primero que buscaba desesperadamente algo de plata. - Ya, déjelo, no le de otro golpe, no creo que se pueda levantar en algún tiempo - Le indicó al notar que la sangre salía de una herida en el labio del alcoholizado hombre.
- Muchas gracias por el rescate - Su voz ya no sonaba quebrada, mucho menos rápida o con ese toque de miedo que al principio salió para implorar al mal viviente que ahora se encontraba tirado a media calle principal. La joven parecía tranquila, como si estuviera en sus jardines y observara de forma externa un casi asalto, o incluso violación, porque quizás ella había pecado de ingenua al pensar algo menos peligroso con el hombre. - Ha estado en el lugar indicado - Suspiró sintiendo como el temblor del cuerpo se desvanecía en el transcurso del tiempo. - ¿Podría saber su nombre, mi señor? - Preguntó con cierta timidez, la joven había vuelto a su postura común, a ese carácter tranquilo y ligeramente retraído. Dio dos pasos hacía atrás esperando a que el muchacho le diera la cara por vez primera.
Siobhan Lundqvist- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/10/2012
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