Este no es lugar adecuado para una señorita [Elise]

Hacía ya varios días que había llegado a París, aventurándose sola por aquella gran ciudad que tan distinta era de su natal y amada Inglaterra, la que tanto echaba de menos y junto con ella, a su amado padre.  Y aquella noche, como las otras tres anteriores, había perdido la noción del tiempo y la orientación al intentar en vano encontrar a la mujer que creía necesitar para que le enseñara la verdadera magia; aquella con la que podría dañar físicamente y causar dolor tanto físico como psicológico, una magia muy distinta a la que su padre le había enseñado hasta el momento que se resumían a simples e inocentes hechizos como cambiar el color de los objetos, acelerar el crecimiento de las plantas…

Aceleró el paso al percibir que la calle a la que había ido a parar se encontraba apenas vacía, solo unos pocos viandantes seguían su camino por la otra acera que había paralela a la que ella se encontraba. Ladeó la cabeza con la intención de averiguar si había alguien detrás de ella, pues odiaba saber que tenía gente detrás le daba mucha inseguridad, y en ese momento, las campanas de la iglesia más cercana retumbaron en sus oídos, mezclándose con los el rítmico compás de sus tacones chocando contra las irregulares piedra que cubrían el suelo.

Soltó un gemido de pura frustración deteniéndose en medio de la calle, buscando a su alrededor algún lugar donde poder resguardarse de la lluvia mientras inútilmente intentaba retirarse el pelo que se le había pegado alrededor de su rostro, el que anteriormente caía en suaves bucles dorados, acariciándole los hombros hasta caer por su espalda. Desistió el intento de arreglar su pelo cuando advirtió que, justo en la acera de enfrente, había lo que parecía un lujoso local del que le era imposible leer el cartel por el clima, pero las luces que lo adornaban parecían querer llamarla para que se adentrara en él. Así que no lo pensó dos veces cuando cruzó la calle y decidida giró el pomo de la puerta para adentrarse en el local, pero creyendo que se trataría de algún lujoso y acogedor restaurante, se quedó repentinamente confusa y perdida al no poder identificar el lugar en el que había adentrado. En él el ambiente era tranquilo, como en un restaurante, salvo que la gente hablaba más bien en susurros, y un extraño aroma formado por lo que parecía ser una mezcla de perfumes, tabaco y alcohol inundaba el local de tal manera que el aire se le antojaba espeso. Se quedó justo en la entrada, con la extraña sensación de que sus pies habían echado raíces allí mismo y le impedía dar un solo paso, pero se las apañó para arrastrarlos hacia un lado para no impedir la entrada de futuros clientes, pegando la espalda a la pared.

Y tras aquellos breves minutos de reconocimiento del lugar, la lógica llegó a ella como una jarra de agua fría: aquello era un prostíbulo. Aspiró profundamente para relajarse y poder pensar rápidamente en una solución, pues empezaba a pensar que sería más adecuado permanecer bajo la lluvia el tiempo que fuera necesario antes que permanecer mucho rato allí, total, ya estaba calada hasta los huesos, ya más no podía mojarse.

Era un día lluvioso y frío, tal como lo había previsto, hizo más fuerte el agarre de su capa que no sólo le servía para cubrirse de las tempestades del clima, sino también su identidad. Aquél día tenía una misión que realizar, y debía hacerla con suma precaución, no podía darse el lujo de permitir ser reconocida. La otra noche, como todas las noches de su vida desde que aprendió el arte de la nigromancia, se encontraba haciendo el usual ritual para comunicarse con los muertos y espíritus, para saber que le depararía al día siguiente. Tendría una discípula, aquello le hizo fruncir el ceño, ella no era una maestra, esa no era su vocación. Sin embargo, se lo pensó un poco, una pupila, alguien a quien dar todo su conocimiento, eso sin lugar a dudas podría ser algo bueno, pasar todos sus conocimientos en magia a aquellos verdaderamente deseosos de aprender, así esa rama de la magia nunca se extinguiría, no importa cuantos siglos pasasen.

Caminó por las oscuras calles de París en silencio, perdida en sus pensamientos y recuerdos antes de vislumbrar el punto de encuentro, a lo lejos. Sí, era un sitio inusual, pero sabía que la encontraría ahí, sin contar que el sitio ofrecía muchas ventajas. Era un lugar frecuentado por gente como ella, gente que no podía darse el lujo de ser reconocida, claramente no por los mismos motivos que el de ella. Era la cuna de los maridos insatisfechos de París, quienes se fugaban de sus esposas por unos cuantos minutos de clandestino placer. Suspiró, se sentía un poco humillada por tener que entrar a un lugar como ese, sin embargo lo hizo.

Se mantuvo esperando, en las sombras, a que la visitante apareciese. Obviamente no la conocía físicamente, pero estaba segura de que la reconocería cuando pasara por la puerta de aquél prostíbulo. Pasaron minutos, quizá una hora, gente entraba y salía pero no eran lo que ella buscaba. Se mantuvo quieta, aún en las sombras, simplemente esperando, tenía la fortuna de que la paciencia fuera una de sus virtudes. Pronto, el sonido de la puerta siendo abierta una vez más llamó su atención, ahí estaba ella. Su aura, era tan parecida a la suya, era una bruja, de eso no había duda.

La chica parecía encontrarse perdida y confundida, no dudo en acercarse. Caminó can calma y lentitud, con su usual andar grácil y elegante hasta que se encontró frente e ella. -Te estaba esperando- dijo con su perfecto francés. Su caperuza aún ocultaba su rostro y apariencia, más se enfocó en que su voz derrochara bondad y serenidad, para infundir confianza en la chica. Caminó un poco, en dirección a una de las escaleras del local -Sígueme- le indicó a la chica sin voltear a verla, sin darle tiempo para preguntar o decir algo. A pesar de que el lugar ya les ofrecería un poco de privacidad, esto no le era suficiente.

En el segundo piso se encontraba una sección más privada, donde si ofrecías una buena cantidad de dinero te dejarían a ti y a tu acompañante en una habitación con ciertas comodidades, sólo para ellos dos. Había dado al encargado una buena cantidad de efectivo, lo suficiente para que no preguntara su identidad y ninguna otra cosa, por lo que aquel cuarto prácticamente ya era suyo. Cuando se encontraron en la privacidad de la alcoba, se retiró su capa, revelando su rostro de finas facciones, su cabellera dorada y parte su elegante vestimenta. Le ofreció una sonrisa cordial -Te estaba esperando- repitió -Adonia Loughty- la mención de su nombre mostraría que ella sabía sus intenciones de buscar a un maestro.