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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Daphne Landry Mar Ago 20, 2013 9:19 pm

La brisa helada recorría las calles, abrazando a los parisinos que debían y se atrevían a salir bajo aquellas condiciones. Todos enfundados en varias capas de ropa. Las telas diferentes: algunas ostentosas, otras no tanto, muchas rasgadas y sucias. Algunos rostros cabizbajos y cansados, otros tanto efusivos y alegres y, la gran mayoría, simplemente indiferentes. El sol se había puesto hacia tan solo algunos minutos por lo que solo unos pocos tenderos habían levantado ya sus mercancías dispuestos a dar por finalizada otra dura jornada de trabajo. Los demás continuaban pregonando sus tesoros en busca de quien pudiera financiar parte de la cena o del desayuno del día siguiente. La vampira caminaba alegremente, casi dando saltitos, por entre la multitud. En algunos pasajes del mercado había pocas personas, en otros, los principales por lo general, se concentraba la mayor cantidad de compradores u observadores. En realidad no le importaba, no es como si pudiesen maltratarla con un empujón ¿o sí? Rio ante tan tonta idea pero a pesar de eso le pareció que un empujón no le vendría nada mal.

Decidió que esa noche no iría vestida como una ricachona. Un aspecto mucho más humilde seria más apropiado para mezclarse entre la gente. Un vestido sencillo de lana. Una capa raída en tonos terrosos y un par de guantes sin dedos. Algo de la clase baja ¡perfecto! Un parco sombrero retenía su cabellera e impedía que esta se alborotara libre por el viento. No requería ninguno de aquellos artículos extras, con el vestido hubiese sido suficiente e, incluso sin él, aunque claro, no quería ser detenida por exhibicionismo y tampoco quería llamar la atención por soportar con tanto estoicismo el despiadado clima. La capa, los guantes y el sombrero eran necesarios para hacer verídico el atuendo. Caminaba lentamente, observando todos los puestos, admirando la variopinta cantidad de artículos a la venta, escuchando conversaciones y reparando en las actitudes de las personas. Identificó uno que otro “no humano” pero no le importunaron y ella actuó en consecuencia.

No había abandonado su empeño en encontrar a Sergey. Continuaba atenta, noche tras noche, a cualquier indicio, por débil que fuese, de su presencia en la ciudad. Presentía que continuaba allí pero entonces ¿Por qué no se habían encontrado? ¿Por qué no la había buscado? Se había encargado de dejar sentir su presencia sin concesiones, cualquiera que le conociese y estuviese en la ciudad ya sabría, incluso, en donde vivía. Y aun así continuaba sin noticias del vampiro. Eso la molestaba. Existía la posibilidad de que él no quisiere verla aunque se negara a admitirlo. El sentimiento ganaba esa partida aunque la lógica no paraba de cuchichear lo que había aprendido en esos años sobre la naturaleza vampírica. Tal vez se sintiera traicionado, tal vez no le hubiese perdonado el que le hubiese abandonado. Las posibilidades resultaban ilimitadas pero su paciencia era limitada. Esperaría unos años y luego, habiéndolo encontrado o no, partiría hacia nuevos horizontes.

Una voz cantarina resonó en sus oídos sobre el resto del bullicio. Movió los ojos en la dirección de su procedencia y pudo identificar a una chica joven, pobre y poco agraciada que caminaba con una canasta de frutos prácticamente desocupada. Venia murmurando por lo bajo, como si reviviese una pelea recién ocurrida. Sus pómulos estaban encendidos y su mirada perdida en algún recuerdo poco agradable. Tal personaje llamó de inmediato la atención de la vampira quien no tuvo necesidad alguna de moverse, solo espero en el sitio en el que se encontraba a que la joven se acercara. Luego no se movió de su camino ocasionando que, por el ensimismamiento de la otra, chocasen. La canasta resbaló de las manos de la joven y las pocas frutillas que le quedaban resbalaron al suelo.

– ¡Oh, pero que torpeza! – exclamó inclinándose con la joven y ayudándole a recoger su fuente de subsistencia. Aprovechó el momento también para rozar la piel de su mano cada vez que depositaba una frutilla en la canasta, y para oler más de cerca el aroma de su piel. La joven parecía ahora mas enojada que antes lo que animó a la vampira. – Podría mejor fijarse por donde va ¿no lo cree? – refutó la enojada joven sin reconocer que era ella quien caminaba sin ver por dónde iba. Una risa escapo de los labios de la vampira ocasionando una nueva oleada de ira - ¿Es acaso esto gracioso para usted? ¡Mire! Se ha arruinado ¿Cómo se supone que conseguiré los peniques para pasar la noche? – la chica agitaba ahora una frutilla embarrada ante la cara de Daphne. Sonaba iracunda y sus ojos se encontraban abnegados en lágrimas no derramadas. No era desconocido para la vampira que muchos de los desposeídos debían conseguir dinero diariamente para pagar un albergue temporal, incluso por una sola noche. Era triste, la vida era triste y dura pero seguramente a la joven le agradaría menos la solución que ella podía ofrecerle.

Su disfraz funcionaba a la perfección. De estar vestida de otra manera seguramente la joven no se había atrevido a enfrentarla. – Bah, por favor, como si fuese gran cosa. Tan solo sube un poco esa falda y baja el escote… y cúbrete el rostro de lo contrario, en vez de conseguir algo de dinero, tendrías tú que pagar por el servicio – se burló hablando ordinariamente, como solo lo harían las verduleras. Luego rio ante la cara de sorpresa y enojo de la otra. Ni siquiera sabía que contestar. Aferró su canasta y mientras las lágrimas silenciosas se desplazaban por sus mejillas se alejó del lugar entre las risas de los desocupados que habían presenciado la escena. Daphne aplaudió y rio alegremente antes de continuar su camino sin meta establecida. Que deliciosamente enfurecida se había ido. Le hubiese gustado más que la enfrentase un poco, que la insultase y se midieran en una pelea verbal de la cual solo podría salir vencedora quien más rabanera fuese, pero para los efectos aquella simple escenita había servido.

Era ese el fin. Adoptar el papel, desinhibirse, salirse de los estereotipos preestablecidos para la clase alta y sumergirse en los de la clase baja. Era ese el sabor de vida. Cuando terminara su pequeña aventura por el mercado iría a buscar a la joven. No le plantearía ningún reto el encontrarla pero ¿para qué? Bueno, eso no lo sabía, podría ayudarla a conseguir alojamiento, comprarle la frutilla estropeada, darle una limosna o simplemente abrirle la garganta. Resultaba ser un misterio. No lo pensaría ni premeditaría, solo esperaría y vería que ocurriría.

Empezó a tararear una alegre tonadilla mientras se acercaba a un puesto no muy lejos del lugar en el cual había tropezado con la joven. Se trataba de un mercader de joyas usadas, muchas de ellas estropeadas, que había visto todo lo ocurrido y ahora le miraba receloso con los ojos entornados. Esperaba, muy seguramente, que intentase robarle pues ¿Qué otra cosa podría querer alguien con aquella facha y comportamiento en su tenderete?
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Mensaje por Zoè V. D'aubert Mar Ago 27, 2013 4:33 pm

La mullida cama con suaves sábanas que acariciaban la piel de quien tuviese el honor de dormir entre ellas, estaba deshecha y vacía ya en el momento en el que el sol empezaba a bajar de su inmensa altura para esconderse tras el horizonte en algún momento y, así, dar paso a la oscura noche. El silencio de la casa resultaba abrumador, las cortinas cerradas durante la totalidad de horas que cualquier rayo de sol pudiese entrar por las mismas le daba un extraño aspecto de abandono; nadie paseaba en esos momentos por los pasillos de la enorme casa, no se escuchaba sonido alguno, ni siquiera un susurro del viento. Quizá aquello fuese porque la única habitante de la misma se encontraba con la mirada perdida, recostada en un butacón junto a la cama desordenada; quizá, en otros años, aquella joven pelirroja se encontrase llorando en esa mima butaca si los recuerdos hubiesen invadido de esa terrorífica y vívida manera sus sueños. ¿Por qué? ¿Por qué debía despertarse casi cada tarde con esa extraña sensación de vacío? El mismo Marco le había jurado una eternidad de dicha, olvidar todos esos sentimientos que durante los años que su corazón latía con vida embriagaban su cuerpo y su alma; entonces, ¿por qué seguía recordando esa noche una y otra vez? ¿Por qué seguía sintiéndose culpable mientras contemplaba en sueños cómo le arrebatan de nuevo al único ser que creyó amar en los años de su existencia?

Volver al país donde todo aquello había empezado no resultó tal y como ella lo esperaba, no había logrado cerrar heridas ni liberar su mente de tan complejos pensamientos; quizá todo fuese culpa de su creador por no molestarse en decirle que olvidase ese lado humano que aún, en algunas ocasiones, gobernaba el perfecto cuerpo de la pelirroja. Se levantó del butacón, decidida a no dejarse llevar de nuevo por sus sentimientos, tenía que lograr convertirse en ese ser perfecto que ya no sufría, olvidar todo lo que le hiciese algún tipo de mal y disfrutar del regalo que un día le dieron: la inmortalidad. Esa noche saldría, como todas las demás, a pesar de que la sed que apresaba su garganta no era aún una agonía, quizá esta noche tendría más que suficiente con algún caritativa alma que cediese ante su mirada lasciva y le permitiese casi de forma voluntaria que clavase sus afilados colmillos en su piel; no sabía qué dirección tomaría al salir, pues nunca había sido una mujer de costumbres y, desde hacía más o menos dos cientos años, las costumbres habían perdido todo sentido para ella. En unos minutos estaba más que preparada para abrirse paso en cualquiera de las calles que se abriesen a la noche parisina: la seda azul oscura cubría su cuerpo por completo, mas el encaje negro de delicado algodón egipcio, cubría esta en la zona de sus hombros y escote, una cinta de negro raso brillante ceñía el vestido bajo su pecho, marcando aún más si cabía su escultural figura; el pelo, recogido en la parte alta de su cabeza,  se mantenía tan rebelde como siempre y algunos mechones rizados habían quedado sueltos; pendientes negros, una gargantilla a juego con estos, guantes negros que le llegaban hasta el codo y unos altos y finos tacones que quedaban ocultos por la largura del vestido. Sin más, se colocó un fino abrigo de paño que le protegiese del frío, o al menos mostrase eso a ojos de los humanos, y atravesó la puerta de su casa, dejándola en la completa penumbra y soledad.

Dirigió sus pasos al lugar de donde provenía el bullicio que sólo los delicados oídos de alguien de su misma especie podían captar, adentrándose en las adoquinadas calles de la noche parisina; por el camino se cruzó con varios y dispares grupos: mujeres ataviadas con sus mejores galas, pequeños bribonzuelos que no alcanzarían tan siquiera los doce años, jóvenes muchachos y muchachas que regresaban a la protección de sus hogares… Así era París, una heterogénea mezcla de personas que parecía no cesar jamás su actividad. Una muchacha se cruzó con ella en una de las bocacalles que daban al mercado ambulante, el cual suspiraba sus últimas horas de vida por esos momentos. Fijó sus ojos en los de la chica, no muy guapa y cargada con una cesta en la que portaba unas cuantas frutas de muy mal aspecto; parecía cabizbaja, enfadada y, por el color de sus mejillas, bastante avergonzada. Por un momento sintió rabia, casi ira, por aquella joven que avanzaba en dirección contraria y que no había tan siquiera reparado en ella, le recordaba bastante a su vida pasada: una joven que no sabía muy bien qué pintaba en el mundo que habitaba. Se concentró en ella, clavando los ojos con más fuerza si era posible, en los ajenos, sintiendo casi el odio que emanaba; unas frutas rodando por el suelo, una joven no muy bien vestida que reía a carcajadas tras un comentario realmente malsonante dedicado a la frutera que ahora no podría vender lo poco que le quedaba. No pudo ver más de lo que había sucedido antes de perder por completo de visión a la chica, pero sí había logrado ver la cara de quien había provocado su mal trago y, a Zoè, esa persona le parecía demasiado perfecta para tratarse de una simple humana.

Le restó importancia, al fin y al cabo esa chica no era nada suyo, ni tan siquiera conocía su nombre. Los puestos se concentraban por todas partes mientras algunos de los vendedores dedicaban sus más abnegados halagos a toda persona pudiente que pasara frente a su mercancía, deseando vender lo poco que les quedaba para no tener que perderlo. Telas, comida, juguetes de madera… en eso residía el encanto del mercado ambulante: había todo tipo de cosas y personas. Se acercó a un puesto de animales que se encontraba a un par de pasos de donde se encontraba, observando que algunos pordioseros humanos se apartaban para dejarla pasar, quizá cohibidos por el brillo de sus joyas – Un ejemplar muy elegante – reconoció al vendedor mientras admiraba un pequeño gato de angora de un blanco perlado;  nunca se había llevado bien con ese tipo de mamíferos y, este, bufó con molestia en el momento que ella acercó su mano al hocico del animal – Una verdadera pena que jamás congeniemos. Hubiese pagado bastante por él si se hubiese tomado la molestia de educarlo mínimamente -. Con una pequeña y falsa sonrisa se despidió del desesperanzado y confundido vendedor para seguir observando los puestos, culpándole por no saber domesticar a sus fieras. Acarició la seda con su inmaculado guante, percibió el olor de los puros de calidad y de los licores de más baja alcurnia que allí se vendían y, casi sin querer, sus ojos se posaron sobre el puesto que contenía diferentes piezas de joyería.

¡Joyería usada! No sería la primera vez que, en semejantes lugares, Zoé encontraba valiosos tesoros en las manos no adecuadas y los conseguía a un irrisorio precio que casi provocaba la risa de quien se lo contase y, si el vendedor no estaba dispuesto a negociar, simplemente haría que se lo regalase. Esos avariciosos humanos merecían escarmiento. Con paso ligero se acercó hasta el lugar, dándose cuenta de la desatención del vendedor, que fijaba sus energía en una mujer joven que estaba a su lado, bastante mal vestida y… Su ceño se frunció un segundo, era ella, la joven que había visto al cruzarse con la desaliñada frutera, era esa morena demasiado perfecta para ser humana que se había filtrado en su mente. Dibujó una ladina sonrisa mientras pasaba sus manos por un fino collar que parecía estar fabricado en oro blanco – Quizá debieseis haberla matado y de ese modo haberle hecho un favor a la joven de las frutas. Como bien pensáis, un rostro demasiado poco agraciado – comentó descuidadamente en un susurro que sólo la morena podría escuchar - ¿Cuánto pedís por el collar, Monsieur? – preguntó elevando la voz y el artículo en dirección al hombre que se cubría distraído con una manta de sucia piel marrón – Son 120 francos – contestó el hombre de forma malhumorada, sin perder aún de vista a la mujer que estaba a su lado – Parece que piensa que vinierais a robar… no sabe cuán divertido sería desvalijar su fuente  de ingresos con su total beneplácito – volvió a susurrar en tono divertido a la morena, sabiendo que esta la escuchaba a la perfección.

Seguía manteniendo el collar entre sus finos dedos enguantados, observándolo con detenimiento mientras el bullicio comenzaba a cesar en algunos de los puestos colindantes. No sabía, en realidad, porqué había hablado a la morena que se cubría con ropas algo raídas, no solía hacerlo y mucho menos se acercaba a alguien que no conocía... quizá simplemente la imagen de esta ofreciendo tal espectáculo hacía unos minutos en mitad del mercado con toda esa fruta por el suelo le había resultado divertida. Y un poco de diversión en momentos en que la mente juega malas pasadas con los recuerdos, se agradecía demasiado.
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Mensaje por Daphne Landry Miér Ago 28, 2013 12:50 am

La morena disfrutó en su fuero interno el recelo del tendero. En respuesta le ofreció una sonrisa inocente con la que solo consiguió que el hombre le prestara, incluso, más atención. La mayoría de veces los humanos resultaban tan insulsa y despreciablemente predecibles que hasta se sentía culpable por disfrutar de tan machacado drama. De tanto en tanto se chocaba con alguno realmente interesante. Mentes que superaban por mucho el promedio a las cuales les confería el regalo de su tiempo y atención. No era el caso del hombre. Lo único de atrayente que tenía era la aversión que manifestaba para con una mujer de humilde procedencia que se acercaba a sus preciados tesoros. Un comportamiento injustamente recurrente. Si así lo quisiera podría adquirir el puesto completo, junto con su casa y enceres, en un abrir y cerrar de ojos ¿Es que acaso no veía su rostro, su piel, su cabello? ¿Es que no reparaba en que sus uñas, expuestas por la falta de dedos de sus guantes, estaban en perfectas condiciones? Por supuesto que no, solo veía lo que quería ver y por lo pronto eso se centraba en la ropa raída que ella traía puesta. Un poco de cerebro y suspicacia le habría puesto sobre aviso de que ninguna mujer de clase baja poseía las uñas perfectamente arregladas y limpias.

Se sintió molesta mientras recordaba a su mentor. Probablemente él hubiese desaprobado aquella puesta en escena. Ella misma, seiscientos años antes, no se hubiese prestado para calzarse semejante atuendo. Suspiró. Muchos de los inmortales que conocía estaban convencidos de que en realidad no cambiaban. Ella estaba segura de que sí. Eran criaturas perpetuas que mantenían su esencia pero que evolucionan y variaban de acuerdo con las experiencias y los cambios del entorno. Creía que era imposible no progresar y ella era la prueba viviente. Escuchaba a su alrededor como los comentarios de su comportamiento continuaban circulando. Un pequeño espectáculo que daría de que hablar por los próximos 10 minutos, después se borraría de la mente de todos los presentes excepto de la chica afectada, pero esa era otra historia.

Sentía como la mirada fija del tendero seguía cada uno de sus movimientos. ¡Cómo iba a disfrutar despellejándolo! Demostrarle que lo que se lleva encima no importa y que bajo la ropa, al igual que bajo la piel, la sangre que corre es la misma. Percibió que alguien se apostaba a su lado. El aroma distinto al de cualquier otro humano que recorriera el mercado, junto con la cadencia de sus movimientos, le indicaron que se trataba de una inmortal aunque aún no se molestara en mirarle. Si no la molestaba ella le permitiría vivir, ese era su lema y había funcionado bien hasta el momento. En realidad estaba más interesada en los oscuros pensamientos que invadían su mente y en recorrer con la mirada las joyas expuestas que en un posible encuentro con otra vampiresa. Le bastó un segundo descartar el que hubiese algo resaltable en la pobre colección, o eso creyó hasta que sus ojos se posaron sobre un renegado camafeo casi oculto bajo una fea y extravagante pulsera. Su corazón inmortal dio un vuelco al reconocerlo, sin embargo una sugerencia emitida tan bajo que era imposible que ninguno de los humanos en las cercanías la escuchara, le impidió a su mente retornar al momento en que el objeto le había pertenecido.

Por lo general no apreciaba las interrupciones no consentidas. Aquellas consideradas como menores podían ser fácilmente perdonadas, en caso de que pensara, al final del asunto, que habían valido la pena. Pero en esa ocasión se encontraba conmocionada por el descubrimiento lo que favoreció que la vampira la tomara con la guardia baja. Finalmente apartó los ojos del objeto y miro a la recién llegada. Se trataba de una vampiresa hermosa, como casi todas, de cabellos rojos, piel lozana y una sonrisa invitante. Era menor que ella, eso podía deducirlo solo con mirarla a los ojos, y ese simple descubrimiento le generó una suerte de respeto por lo osada que había sido al acercársele sin más a otro ser que le triplicaba la edad. También existía la posibilidad de que fuese lo suficientemente inexperta como para no notar la diferencia de edades, en todo caso despertó instantáneamente la curiosidad de Daphne.

– Puf ¿es en serio? No es más que un timador ¿Cómo va a cobrar semejante cantidad por un collar en tan mal estado? Espero que no esté pensando en aceptar tan ridícula oferta, Madame – comentó en voz alta señalando el collar que la pelirroja sostenía entre los dedos y deleitándose con la mirada asesina que el hombre le lanzaba en ese momento. Rió alegremente antes de mirar a la otra – Tal vez lo haga, tal vez no. En realidad no lo he decidido y en definitiva no es de tu incumbencia, aunque acepto el comentario como una sugerencia de buena fe para con una pobre alma caída en desgracia – contestó también en voz baja refiriéndose a la chica de las frutas – Tu no te metas en lo que no te importa o me encargaré de que un gendarme te arrastre del cabello hasta un calabozo – vociferó el hombre apuntándola con el dedo índice. Se encontraba iracundo ante el comentario de la morena el cual podría ocasionarle la perdida de una cliente potencial. Una nueva risotada fue la respuesta de Daphne a tan triste advertencia. – Lo que no sabe es que tan divertido será conseguir que se arrepienta de cada mirada de desprecio y de cada palabra – le contestó a la otra sin perder la sonrisa y sosteniéndole la mirada al hombre. Para ese momento algunos de los compradores y dueños de tenderetes cercanos se habían interesado en lo que ocurría y prestaban atención en espera de otro espectáculo. – Además parece que tendremos público… ¡excelente! – una mirada peligrosa asomó en los ojos oscuros de la morena.

Tomó entonces entre sus manos un par de pendientes y se los arrojó al hombre quien los atrapó en el aire - ¿y si quisiera comprar estos? ¿Cuánto me costarían a mí? – le preguntó socarronamente probándolo. No tenía idea de cómo reaccionaría la vampira a su lado. No llamar la atención en público era una de las reglas cardinales de su raza. Bueno, eso sí se pretendía sobrevivir y no tener que asesinar a todos los que presenciaran algo a lo que no pudiesen atribuir una respuesta razonablemente lógica. Bien podría alejarse del barullo y proteger su precioso anonimato. No la culparía si ese era el camino elegido, de cualquier manera solo con la existencia de la posibilidad ya habría cumplido sus expectativas – Maldita pordiosera, vuelve a tu terruño de pulgas. No quiero que vuelvas a colocar tus sucias manos sobre mi mercancía ¿Está claro? – la amenaza fue secundada por un garrote que el hombre se apresuró a aferrar. Gua, le había subestimado, estaba preparado para golpear con un palo a una pobre mujer indefensa. Eso era bajo incluso para sus estándares. Además, al parecer, el hecho de perder una venta había pasado a un segundo plano. Él sabía que era muy posible que tras semejante demostración de salvajismo, una mujer de alta alcurnia huiría despavorida del lugar, tratando de evitar, por todos los medios posibles, el quedar estancada en medio de una situación vergonzosa para su nivel social.

- ¿Lo veis todos? – gritó entonces a quien quisiere oírle - ¿veis lo que merezco por preguntar el costo de un par de pendientes? - la gente se acercaba creando un tímido corrillo en derredor y murmurándose unos a otros. Daphne miró a la pelirroja midiendo su reacción y luego se inclinó sobre los artículos, extendiendo sus finos dedos con el propósito de alcanzar el guardapelo, su guardapelo. Observó con total claridad como el garrote descendía rápidamente hacia su desprotegido brazo pero no hizo ningún movimiento para apartarlo de la trayectoria. Nada le ocurriría si el choque se producía, pero el placer conjugado de acertar en cuanto al comportamiento del vendedor y la curiosidad por saber que harían la vampiresa y el público que les observaba, le impulsó a permitir que él completara su acción. Todo aquello superaba con creces el pequeño encontrón con la pobre muchacha vendedora de frutas. Entonces tuvo claro que hacer con ella. La buscaría y le compensaría la totalidad de la venta de la noche, tal vez incluso un poco más solo como recompensa por haber detenido su camino justo al lado del tenderete de joyas antiguas.
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Mensaje por Zoè V. D'aubert Miér Ago 28, 2013 5:38 pm

La fina cadena sucia y sin ya casi sin brillo colgaba entre los enguantados y finos dedos de la pelirroja, la cual pensaba que el elevado precio debería ser generosamente rebajado y así se lo indicó al esperanzado vendedor con un irónico levantamiento de cejas. Una fina y casi cómplice sonrisa se dibujó en sus labios al escuchar tan maño comentario por parte de la morena que se encontraba a su derecha, ¿a caso buscaba algo más que simplemente encontrar algo en aquél puesto de deslustrada joyería? – La señorita tiene razón, Monsieur. Un precio demasiado elevado para tan poco lustrosa joya; necesita más de lo que es un lavado de cara -. La respuesta del pordiosero vendedor no tardó en llegar, elevando la voz hacia la morena con tino desafiante; ¿llamar a los gendarmes por tan insulso comentario? Ese hombre resultaba más que patético. La pelirroja midió la respuesta de la vampiresa, tratando de averiguar si aquello trataba de ser una advertencia o un simple comentario pero, a pesar de la duda, siguió con gesto neutro, observando las miradas iracundas que el vendedor le dedicaba – Tómelo como quiera, Madame, no es más que una simple propuesta de diversión y finalidad – susurró del mismo modo que lo había hecho antes, sólo siendo escuchada por los oídos de la morena.

¿Hacerle arrepentirse de cada mirada y palabra de desprecio? Aquello sonaba más que divertido, pero el hecho de que, como bien había apreciado la mujer vestida con lo que casi eran harapos, un pequeño grupo empezaba a formarse alrededor del trío, llamados por las voces del hombre tratando de echar a la otra. Parecía que ella se alegraba, que le divertía el hecho de que todo el mundo se percatase de su presencia de, al fin y al cabo, poner en peligro el secreto de ambas y de cualquier otro que allí se encontrase bajo su misma condición. Mientras los pendientes rasgaban el aire en dirección a la adusta mano del vendedor, las palaras de su creador y el que un día fue su más preciado compañero, rondaron su cabeza con tono amenazante, como si se las volviese a susurrar al oído a modo de advertencia
“Recuérdalo, preciosa niña pelirroja, pasar desapercibido ante la mundana multitud puede significar cien años de vida más”; se estremeció, casi sintiendo el aliento de aquél al que un día había amado rozar la fría piel de su cuello. A pesar de ello y en contra de toda lógica respecto a la situación en la que se encontraba, no se movió del lugar ni siquiera un centímetro. ¿A caso aquél consejo le había ayudado a él a sobrevivir? No. Entonces, ¿por qué seguir los consejos de alguien que años atrás la había abandonado? Cualquiera de aquellos que empezaban a formar ese tímido círculo podría pensar que Zoé, con su elegante vestido y el brillo de las pocas joyas que portaba en ese momento, saldría despavorida del lugar, tratando de no verse en tan comprometida situación; pero en ese momento ella se encargaría de ser la excepción que confirmase la regla.

En silencio, observando la escena casi dramática y patética que se formaba ante sus ojos, observó al hombre coger el garrote mientras la otra clamaba respeto y un mejor trato ante la multitud; irónicamente, ver cómo ella llevaba la mano hacia el guardapelo en el mismo momento que el otro levantaba el garrote, se le hizo divertido. ¿Qué cara pondría ese moreno cuando el garrote de partiese en dos al tocar la marmórea piel de la morena? Sería digno de la mejor comedia de teatro de la capital, sin duda, mas también agravaría notablemente la situación que se daba: ¿cómo explicar que ante tal brusco golpe el garrote simplemente se partiese en dos sin siquiera dañar a la golpeada? Aquello sería demasiado obvio hasta para el más corto de entendederas. A pesar de ello, la morena, no hizo tan siquiera el amago de apartar el brazo cuando el garrote comenzó a descender peligrosamente sobre la mano que sostenía el guardapelo. La mente de la pelirroja trabajaba rápido, ¿cómo evitar el golpe sin ser ella misma golpeada? Sin siquiera llegar a pensarlo detenidamente por la falta de tiempo, lanzó la fina cadena de oro blanco que sostenía entre sus dedos a los ojos del vendedor quien, presa de la sorpresa por el casi inofensivo golpe, los cerró y en el último segundo erró el golpe, destruyendo sin pretenderlo unas cuantas piezas de su propia colección – No deberíais llamar así la atención si no quiere terminar prendida en fuego - . Comentó con cierta gracia a la morena que estaba a su lado.

Iracundo, el dueño del puesto de joyas usadas, dejó caer el garrote sobre la mercancía y se pasó la mano por la cara, como si el pequeño y certero golpe del collar le hubiese dañado realmente, haciendo alarde del mejor teatro que poseía - ¡Se acabó! ¡Fuera! ¡Fuera de mi vista las dos! – gritó mientras la multitud comenzaba a elevar también sus voces, algunos dando la razón al vendedor y otros de parte de las, aparentemente, jóvenes - ¡Debería daros vergüenza, Madame, defender a tal despojo callejero como tenéis a vuestra diestra! ¡Ambas deberían ser presas y no vagar libremente entre gente honrada! -. Una sonrisa ladina se dibujó de nuevo en los labios de la pelirroja ante el comentario del hombre, dejando ver unos blancos y perfectos dientes lo justo para no mostrar sus delatadores colmillos - ¿Gente honrada? ¿Es a caso honrado desprestigiar a alguien por el mero hecho de tratar de darle de comer? – su mano se dirigió rápidamente hacia un elegante broche, aunque bastante deslucido que había visto momentos antes – Vergüenza debería darle a vos vender como oro lo que en verdad es cobre pintado y pulido –sentenció mientras le arrojaba el objeto al acalorado vendedor ambulante- ; vergüenza debería daros tratar de vender semejante basura a ciento veinte francos y, más vergüenza debería daros tratar a alguien como yo como si se tratase de alguien como vos – un pequeño gesto con la cabeza, lleno de fingido orgullo, fue el final de su pequeño monólogo, en pos de quitarle el protagonismo a la mujer inmortal que se encontraba a su lado y, así, librarse de las grandes llamadas de atención que esta profería casi desde que la había visto.

Apresuradamente, como si aquél comentario hubiese sido el súmmum de su paciencia, y con gesto iracundo pero en silencio, el comerciante comenzó a meter a gran velocidad sus pertenencias en una saca de cuero desgastado que amenazaba con abrirse en las costuras - ¿A caso ahora le ha entrado prisa por la inexistente visita de los gendarmes? – preguntó jocosa la pelirroja mientras negaba con la cabeza en dirección al poco mañoso estafador – Parece que la presa huye para ponerle más fácil su hazaña, señorita. Espero que disfrute de su merecida recompensa… aunque espero que no lo haga con semejante público en derredor. Y eso sí que es un humilde consejo -. Se giró sobre los finos tacones de sus negros zapatos, levantando con delicadeza la pequeña cola que su vestido llevaba en pos de no tropezar con la misma en su giro; se abrió paso entre la pequeña multitud con facilidad, ya que la gente no esperaba a tenerla de frente para apartarse, quizá en pos de no tener relación alguna con aquella que acababa de formar parte de semejante espectáculo callejero.

No se alejó en realidad demasiado, pues debía reconocer que la situación vivida le había provocado cierta gracia, una extraña diversión que no podía explicar que, quizá, era provocada por la superioridad conocida por ambas ante el hombre del puesto. Parada cerca de la fuente precaria que se encontraba en el centro del lugar, disimulaba mientras observaba a la morena, mostrando al resto de la gente que simplemente plisaba y colocaba sus ropas después del escándalo vivido; no tenía intención de alejarse demasiado de ella, quería ver cuál era el siguiente paso que daría. ¿Pretendía a caso ser de verdad descubierta y condenada a las llamas? ¿Era simplemente un ser superior más que simplemente estaba de paso en la ciudad y poco le importaba lo que en ella pudiese ocasionar? Le había resultado ser un personaje interesante, alguien que en cierto modo distaba demasiado de ella para ser tan parecidas, alguien que se atrevía a  lo que ella nunca se había atrevido y no tenía reparo alguno en mostrar su altanería y desparpajo. ¿Sería esa mujer la excepción de todas las leyes que la pelirroja trataba de seguir para no ser descubierta en tal insulso mundo como era el que estaba plagado por los mediocres humanos?
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Mensaje por Daphne Landry Jue Ago 29, 2013 10:35 am


Con el penoso paso de los años Daphne había aprendido que de las situaciones más comunes surgían las respuestas más inesperadas y gratamente satisfactorias, al menos para ella. De una situación corriente, tanto como podría llegar a ser el que una mujer de bajos recursos se enfrentase ante la calumnia y la humillación, podría surgir una chispa vital, lo suficientemente intensa como para que alimentara el deseo de abrir los ojos una vez más, de levantarse de un lecho y lanzarse a andar. Eran las pequeñas cosas las que daban fuerza al espíritu para no desfallecer en un camino tan oscuro como el que extendía bajo sus pies, y era a esas pequeñeces a las que se aferraba como si su vida dependiera de ello. Tal vez por eso vivía tratando de forzar los acontecimientos, de presionar a quienes les rodeaba para que emergiera una reacción que le hiciese desear ver más del mundo y sus criaturas. Resultaba ser una estrategia que hasta ahora le había dado muy buen resultado y, esa noche, una que pintaba como especial dado su juguetón estado de ánimo, acaba de dar un giro inesperado y emocionante.

Mientras sus dedos aferraban lo que para cualquiera seria solo un objeto gastado por el tiempo, la vampira que se encontraba a su lado arrojaba a los ojos del vendedor el collar que sostenía en sus manos consiguiendo que el golpe no acertara el blanco. Estuvo a punto de echarse a reír. ¡Que insospechado movimiento! Claro, era posible que estuviese tratando de proteger su propia identidad pero en realidad era algo que a Daphne no le importaba. Las razones del movimiento resultaban segundarias al resultado mismo. Y la función continuaba, al menos por algunos segundos. Retiró la mano con rapidez con el camafeo oculto entre sus dedos mientras el hombre se recuperaba de la sorpresa pues de ninguna manera aquel impacto podría haberle lastimado. Escuchó atenta las palabras de la pelirroja. Así que no había estado equivocada, se trataba en realidad de un movimiento desesperado para evitar atraer más la atención. No podía culparla por ello, al fin de cuentas ella también había temido el ser reconocida. Y aun lo hacía… en sus días sensatos. - Tranquila, de ninguna manera terminaría… terminaríamos en el fuego – contestó restándole importancia al peligro a la vez que percibía en su interlocutora un atisbo de diversión.

Además ya era demasiado tarde como para pretender no llamar la atención. El corrillo era ahora un poco más grande y denso que algunos minutos atrás y los vítores y comentarios solo conseguían atraer a más curiosos. Con un brillo especial en los ojos escuchó el hombre hartarse del espectáculo y proferir entonces contra la elegante pelirroja. Mientras intercambiaban algunas palabras poco corteses, Daphne ocultó entre los pliegues de su atuendo el camafeo con la lentitud propia de un humano. Seguía tentando al destino pues al levantar la mirada se topó con un par de ojos infantiles que le miraban fijamente desde la pared de faldones y pantalones que les rodeaban. Levantó su dedo índice hasta los labios indicando al pequeño que mantuviese silencio ante lo que había visto y preguntándose si le obedecería o daría la alarma sobre el robo que acababa de presencia. Pero, por lo visto al pequeño todo el alboroto lo tenía sin cuidado, se limitó a permanecer de pie junto a su madre, miro un poco más a la morena y luego volvió la vista a la pelirroja con evidente admiración. Una sonrisa genuina se extendió por los labios de la morena y allí permaneció mientras se cruzaba de brazos y retornaba la atención al escándalo que ella había generado.

Rió muy bajito al escuchar la última parte del discurso de la pelirroja pero permaneció muy quieta y sin mediar palabra. Ahora la atención se centraba en la dama de alta alcurnia y el mercader que, furioso y rendido, empezaba a levantar su puesto. Los murmullos bajaron de intensidad. Los mirones retornaban a sus actividades desintegrando el corrillo y permitiendo que lo que quedaba del mercado empezara a retornar a la normalidad. Escuchó en silencio las últimas palabras de la pelirroja, solo observándola con creciente curiosidad, antes de que esta se alejara algunos pasos hasta lo que en algún momento de la historia llegó a ser considerado como una fuente. Se tomó su tiempo solo mirando como acomodaba sus ropajes displicentemente. Estaba absorta en aquella vampiresa, tanto que ni siquiera prestó atención a los comentarios que le soltaban los pocos parisinos que quedaban, algunos de aprobación otros no, solo tonterías. ¿Cuántos de ellos hubiesen hecho algo si ella fuese solo una humana y aquel garrote hubiese acertado su brazo desnudo? Lo más probable es que en ese momento estuviese tirada en el suelo revolcándose en solitario dolor.

Finalmente de encogió de hombros y con paso decidido se acercó al lugar donde esperaba la pelirroja. Se detuvo frente a esta, la miró fijamente sin exteriorizar expresión alguna para luego continuar su camino un par de pasos más hasta la fuente misma, donde se sentó cruzando las piernas. – Puedes estar segura que disfrutare de mi recompensa aunque en este preciso momento no estoy muy segura de que se trate del patético tendero – comentó sin sonreír detallándola de arriba abajo desde su inferior posición – El tiempo de las quemas ya pasó querida, estamos en medio de una sociedad nueva que prefiere buscar una razón lógica donde no la hay en lugar de sucumbir en los dulces brazos de la imaginación. Una lástima si de retos se trata, una fortuna para quien como yo decidimos extralimitarnos un poco en nuestras jugarretas – se encogió de hombros antes de continuar – Llamar la atención de vez en cuando es refrescante, presumo que tú misma lo has experimentado esta noche. No siempre podemos ser meros fantasmas en la oscuridad – esta vez rió suavemente – después de todo los padres no pueden pretender que los hijos obedezcan eternamente ¿o sí? – de seguro quien fuese que la creara le habría indicado lo mismo que a ella tantos años atrás. No se trataba de una regla inútil y no cuestionaba su utilidad, solo sí su perpetuo y ciego seguimiento, al fin y al cabo las reglas estaban para romperlas.

Una mujer gorda y mal vestida, una vecina del hombre de las joyas de seguro, le insultó al pasar junto a ellas interrumpiendo el discursillo de la morena quien se inclinó y recogiendo un pequeño guijarro lo arrojó con apenas la fuerza necesaria para que le diera entre los ojos. La mujer se sorprendió por el golpe pero decidió que lo mejor sería alejarse frotando el sitio del impacto y maldiciendo en voz alta a la vampira. - ¿Ves? Son tan divertidos y al mismo tiempo tan despreciablemente faltos de encanto ¿Por qué negarnos el derecho de utilizarles? – se levantó entonces quedando de pie frente a la pelirroja - Por cierto, me encantan las propuestas de diversión. De tanto en tanto me sacudo la capa de polvo que se acumula sobre mí en mis periodos de estática y seriedad y salgo en búsqueda de nuevas experiencias, así que siéntase libre de sugerir cuantas veces lo crea necesario, las ideas complementarias siempre serán bien recibidas – extendió la mano en lo que podría ser considerado como un saludo masculino – Daphne Landry, querida, es un placer conocerte en tan encantadora noche – bromeó aunque con sus palabras le reconocía a la otra el hecho de que se hubiese quedado a pesar de que el impulso natural hubiese sido, tal como ya lo había manifestado, el de no llamar la atención.
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Mensaje por Zoè V. D'aubert Vie Ago 30, 2013 7:06 pm

No abusar de sus poderes en público, no utilizar las habilidades que la inmortalidad proporciona delante de humanos si no es realmente necesario, fingir que se bebe y se come de forma natural, dejar escapar pequeños suspiros si un joven se prenda de la belleza de una inmortal y trata de cortejarla… en definitiva: pasar desapercibida. Había aprendido esas normas con esfuerzo, le había costado controlar sus habilidades a placer, no dejarse llevar por el embriagador sentimiento de superioridad que sentía cuando se encontraba con humanos. ¿Y de qué le habían servido todas aquellas indicaciones, al fin y al cabo? Para poco más que subsistir de forma insulsa, dejando su verdadera naturaleza oculta por un manto tupido que portaba casi la totalidad de las noches de su existencia; un manto que sólo se quitaba cuando se sentía libre tras su presa lejos de los ojos de los temerosos humanos, en esos momentos que no era capaz de controlar sus macabros juegos para arrepentirse horas después. Pero al fin y al cabo libre.

Escuchó el susurro de la morena, tranquilizándola de forma divertida de que no sólo ella, si no ambas, se librarían de las llamas. Por supuesto que se librarían de la muerte, en última instancia siempre quedaba la posibilidad de acabar con todos los presentes antes de huir de la ciudad y buscar un nuevo futuro, tal y cómo hizo en aquél pueblecito español allá por el 1712, pero estaba demasiado ocupada en ese momento poniendo los puntos sobre las íes a aquél tendero greñoso y estafador. Observó complacida  cómo la táctica para quitarle atención a la llamativa morena y centrarla simplemente en ella y el tendero surtía su efecto: la gente comenzaba a olvidarse de quien había comenzado la trifulca para centrar sus comentarios en la pelirroja y el tendero que comenzaba a recoger sus poco valiosas mercancías. Pudo escuchar rumores que no debían llegar a sus oídos, mientras avanzaba entre la multitud hacia el centro de la plaza, de gente preguntándose cómo alguien con su clase podría inmiscuirse en temas de mercado. ¿A caso les importaba? No, a nadie debía importarle lo que ella hiciese, sus razones tenía para ello y, garantizar su propia seguridad, era el primordial.

No contaba con que, mientras disimulada al lado de la desgastada y rota fuente de piedra gris, la morena se acercase al lugar con total naturalidad y tomase asiento como si de dos amigas de toda la vida se tratase. Agradecía internamente que el corro de gente que había presenciado el ya pasado espectáculo se fuese alejando poco a poco del lugar, ocupándose de sus propios asuntos para olvidarse de ambas, pero no sabía identificar con claridad sus propios sentimientos hacia la morena inmortal. La pelirroja no sabía si estaba sombrada por lo que acababa de hacer o simplemente molesta porque ella se saltase tan a la ligera los códigos que todo inmortal debía seguir. De lo único que estaba convencida era que, por mucho que no fuese su estilo, aquello le había divertido un rato – No estaría de más darle un escarmiento a semejante despojo humano – comentó con despreocupación mientras la observaba allí sentada, como si hiciese aquello y ocupase aquél lugar cada día. Estaba examinándola con la mirada, tratando de evaluar cuáles eran sus intenciones mientras la morena hablaba de las inexistentes quemas y de la posibilidad de que esa sociedad actual tuviese ganas de conocimientos, cosa que ella no compartía en absoluto. Esperó paciente a que ella terminase su pequeño monólogo, con las manos sujetas una con la otra sobre su regazo y con las cejas alzadas en señal de interés – Poco me importa la diferencia entre las llamas, el desmembramiento o a saber qué barbaridades varias pueden pasar por la mente de un humano temeroso de su propia Némesis. Aunque sí – afirmó esta vez dibujando una ladina y cómplice sonrisa en sus labios -, reconozco que esto ha sido divertido, aunque no sea de las que van rompiendo libremente las reglas de un padre.

El paso de una bien alimentada mujer interrumpió sus divagaciones mentales acerca del hecho que significaba para ella romper las normas, acompañando el sonido de sus torpes pasos con varios insultos hacia la inmortal que se encontraba sentada; Zoé no pudo evitar su propia risa al ver cómo ella acertaba a darle con aquella pequeña piedra entre ceja y ceja, callando así el histérico sonido de su entrometida voz. Dio un paso atrás, separando sus manos para dejarlas caer a los lados de su cuerpo, cediéndole así el espacio necesario a la recién conocida para levantarse de la fuente; por las palabras que en ese momento le estaba dedicando, la pelirroja podía pensar que, en el fondo, no eran tan distintas: desde el momento en el que ella terminó por aceptar su condición y dejar de añorar hechos de la inmunda vida humana, había comprendido el don que ahora poseía, se había cerciorado de su superioridad, de su perfección, de lo insulsa que puede resultar la vida humana que desaparece al cabo de pocos años sin dejar más huella que el recuerdo en algunos seres queridos, había comprendido que era ley que los humanos sirviesen para puro entretenimiento y regocijo para los vampiros como ella – Comprendo perfectamente su postura: una noche de diversión no hace daño a nadie… o a nadie que no sea alimento en potencia al menos. Quitarse el polvo de vez en cuando es tan divertido como productivo para no olvidar quienes somos, mas hay que saber elegir bien el lugar, aunque reconozco que después de todo, el numerito del tendero salió mucho mejor de lo que esperaba – comentó sonriendo antes de imitar el gesto ajeno con la mano, estrechando la mano de Daphne – Zoè D’aubert, el placer es mío.

Soltó su mano y, lentamente, rodeó a la morena para comenzar a caminar lentamente, alejándose de las miradas de aquellos que aún no habían olvidado lo sucedido hacía unos minutos y ahora se dedicaban a cuchichear qué era lo que hacían dos mujeres tan aparentemente distintas, manteniendo una animada y complaciente conversación – No esperaba encontrar tal animación en una noche que prometía poco más que un poco de entretenimiento a la hora que mi garganta me pidiese beber, pero dada la situación creo que empiezo a animarme a algo más que simplemente conformarme con eso -. Por su cabeza comenzaban a rondar varias ideas, dispares y algunas prácticamente imposibles de llevar a cabo, pero si había sido la morena quien había decidido aceptar diferentes propuestas, ¿por qué guardar sus ideas para ella sola? A veces era mucho más divertido el hecho de atormentar si se llevaba a cabo en compañía. – La joven de la fruta – comentó casi riendo – pobre desgraciada… he podido ver al cruzarme con ella que os habéis entretenido diciéndole unas cuantas verdades en su poca agraciada cara; personalmente no dejaría que semejante “belleza rural” pasase de esta noche, más como favor que castigo – sentenció encogiéndose de hombros mientras avanzaba lentamente por el mercado casi desierto ya – Y con respecto al tendero del falso oro y los modales en aquél lugar donde termina el aparato digestivo, creo que no le vendría nada mal una lección que jamás olvidase. Una pena que empiece a alejarse ya de aquí – dijo mientras centraba su atención en el tendero a pesar de ni siquiera dirigirle la mirada, conocedora de su poderoso y desarrollado don de clarividencia.

Una pequeña niña rubia se cruzó en el camino que seguía, recogiendo algunos mendrugos de pan que habían caído en el suelo a saber cuántas horas antes; Zoé clavó sus ojos en ella, en esos profundos y grandes ojos marrones que en ese momento la miraban desde el suelo con mejillas encendidas por el inmenso frío. Sin mediar palabra alguna, presa de la revoltura de sus entrañas por la piedad que siempre sentía por aquellos pequeños seres que se habían convertido en inalcanzables para ella desde el momento que se convirtió en inmortal, metió la mano en el monedero que colgaba de la parte derecha de su cadera, cogió un pequeño puñado de monedas y lo tiró al suelo, tan cerca de la pequeña niña que bien hubiese podido darle con alguna en la cabeza – Lástima que estos necesiten crianza para convertirse en algo útil que logre alimentar un cuerpo durante días – disimuló mientras seguía avanzando.

Ante sus ojos se encontraba un puesto ya casi vacío que horas antes se había encontrado repleto de botellas de toda clase de vinos. Pensó que quizá una manera de conocer mejor a la que se encontraba a su lado era compartir algo con ella, así sacó dos francos más y los dejó sobre la pequeña mesa del puesto de vinos. Con celeridad ante la inesperada venta, la mujer castaña que se encontraba recogiendo las botellas, sacó de un pequeño cofre dos vasos de barro nada finos y los llenó hasta el borde con uno de sus vinos tintos caseros - ¿Quizá una copa de vino mientras medita la posible propuesta de una cena con espectáculo, Daphne? Sería un placer que me contarais de vos y de cómo lográis sobrevivir con tales llamadas de atención – propuso con jocosidad mientras elevaba discretamente el vaso de barro entre sus dedos, invitando a la otra a coger el otro.

No tenía muy claro en ese momento cómo acabarían las cosas con aquella desconocida pero interesante y entretenida mujer aquella noche. Zoè era de naturaleza desconfiada, no solía congeniar con cualquiera en un solo par de horas y mucho menos esperar compartir una cena, pero en cierto modo sentía ganas, unas ganas locas, de conocer a aquella desconocida que, en cierto modo, le recordaba tanto a ella misma en su esfuerzo por destacar sobre las masas de gente corriente. Aunque no soliese hacerlo por seguir la norma.
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Mensaje por Daphne Landry Sáb Ago 31, 2013 9:33 pm

El hecho de que la pelirroja reconociera que el “espectáculo” le había resultado divertido exaltó el humor de Daphne. Incluso con la frase en la cual admitía que no era una inmortal propensa a romper las reglas. Ella también había sido así, al menos durante los primeros siglos de existencia. Después, poco a poco, se dio cuenta que resultaba más vigorizante saltarse tantos “debes hacer o “no puedes hacer”. Si se hacía en la justa medida no correría peligro alguno más que el de encontrar nuevas motivaciones para perpetuar su existencia. También era cierto que en algunas ocasiones las cosas se salían de control. El libre albedrío no siempre estaba de su lado, afortunadamente para ella los poderes y la fuerza que su querido Sergey le otorgó sí y de esa manera siempre había salido airosa. La vampira respondió el golpe del guijarro con una risita la cual Daphne secundó. Aquella joven le estaba resultando extrañamente encantadora y atrayente.

Entonces fue la morena quien rió desvergonzadamente ante uno de los comentarios que siguieron – Una noche no hace daño, es verdad, pero ¿sabes? ¡Mil noches tampoco! Todo se reduce a encontrar el incentivo adecuado. Aquello que te impulse a desear levantarte de la mortaja, a pesar de saber… bueno, todo lo que ya sabes de hecho, y algunas cosas que sabrás en los años por venir – comentó mientras  estrechaba con vigor aquella pétrea piel, tan similar a la suya propia, aunque ligeramente más suave. Luego se encogió de hombros, uno de sus gestos preferidos, no porque quisiera restarle importancia al tema en discusión, sino porque a veces, para algunos asuntos específicos, las palabras sencillamente sobraban y, en caso de tener la terquedad de querer hablar, podría terminar arruinándose la magia del momento. – Me deleita saber que te haya alegrado la noche mi humilde puesta en escena y permíteme elogiar esa capacidad de improvisación Zoè … Hermoso nombre, Zoè… Zoè… Zoè – repitió el nombre varias veces con diferentes entonaciones, luego le soltó la mano y le giñó un ojo – ¿Una francesa pura? – preguntó curiosa antes de continuar hablando - Aunque supongo que tus pies, querida, ya te habrán llevado por caminos alejados del nido – esta vez no se trataba de una pregunta pues ningún inmortal podía permanecer por más de unas cuantas décadas en el mismo sitio sin llamar la atención. El moverse continuamente era una la aquellas odiosas “reglas” que ni ella se atrevía a presionar demasiado. Después de todo era mucho más complicado convencer a un humano de que no había acertado un golpe que tratar de explicarle el porqué no se envejece a pesar de que pacen 30, 40 o 50 años.

Entonces la otra se movió, rodeándola y empezando a caminar, alejándose de la fuente y de las miradas de los curiosos que muy seguramente se estarían preguntando porqué aquella elegante y hermosa mujer le hablaba a lo que parecía ser una criada de la más baja calaña. Daphne, ni corta ni perezosa, se colocó a su lado y caminó junto a ella sin molestarse en preguntar el rumbo y sin importarle en lo absoluto las miradas de asombro de quienes percataban en la inusual pareja – Creo que esas es la palabra clave de la noche: entretenimiento – al escuchar las palabras de la pelirroja la sed retornó a su lista de prioridades. No había bebido nada esa noche y, aunque pudiese pasarla sin hacerlo, no había ninguna razón por la cual se negara ese placer.

¡Hum! Otra sorpresa, así que ella también había sido testigo de la escenita con la jovenzuela de las frutas. Esta vez la morena solo sonrió ligeramente para luego morder con suavidad su labio inferior – Es una alternativa. En realidad pensaba perdonarle la vida solo por haber tenido la fortuna de detenerme frente al puesto de las joyas y que, en consecuencia, todo lo demás ocurriera. Pero ¿perdonarle la vida o planear una cacería compartida? – preguntó colocando las palmas hacia arriba para luego moverlas como si sopesara un peso en una balanza imaginaria. No tenia duda alguna del lado de la balanza que ganaría aquella apuesta, y en realidad llegaba a sentirlo un poco por la humana pero no lo suficiente como para que aquello le pudiese hacer cambiar de parecer.

La morena entornó ligeramente los ojos mirando a la pelirroja para luego girar y lanzar una mirada furtiva al tendero quien, efectivamente, se encontraba abandonando su local. Y con esto fue claro para ella uno de sus dones – Un chisme bastante útil ese que tienes allí – sentenció señalando con elegancia la cabeza de la vampiresa – y en eso estoy plenamente de acuerdo. Pero la paciencia es una virtud. Ya podremos alcanzarle después, esta noche, o mañana o en una semana ¿Por qué no? Yo no lo olvidare, de eso puedes estar segura, así como tampoco olvidare la propuesta sobre él, me chiflan las cazas compartidas. Sin embargo te advierto que te dejo a ti la parte de corregir sus modales. No soy muy propensa a amonestar aquella zona anatómica si no resulta de mi completo y total agrado – enarcó sus cejas mientras hablaba con un gestó de repugnancia para luego echarse a reír desvergonzadamente de su propia broma.

Entonces observó a la pequeña que se les cruzó y su humor viró rápidamente de jocoso y alegre a reservado y cauteloso. Muchos inmortales estaban más que dispuestos a terminar con las vidas de aquellos inocentes, ella, por su parte, odiaba visceralmente aquel tipo de comportamiento y resultaban ser esta una de las pocas ocasiones en las que perdía su autocontrol y terminaba cediendo sin reparos a los brazos de la furia desmedida. Se detuvo y observó atentamente las acciones de Zoè, deseando muy seriamente que ella no estuviese incluida entre ese grupo de bebedores de sangre. Pero para su sorpresa la pelirroja, en lugar de atraparla o algo similar, le lanzó algunas monedas. Luego, con algunas palabras, a todas luces carentes de verdadero sentimiento, dio por descontado el tema mientras continuaba avanzando. Daphne se guardó lo que pensaba para sí misma, en silencio continuó el camino al lado de la pelirroja pero en su interior bullía el júbilo de haberse topado, tal vez, con otra inmortal que respetase aquellas duces criaturitas. Era algo que tenía que ser confirmado y explorado, pero con eso se contentaba por ahora. Podía escuchar como la pequeña recogía rápidamente las monedas y salía corriendo antes de algún ladronzuelo se fijara en ella e intentara arrebatárselas. Mentalmente le deseó suerte.

Curiosa por lo que la otra pretendía Daphne la seguía, como un joven a un maestro aunque los papeles allí no estaban en realidad definidos. Por la diferencia de edades la morena bien podría intentar intimidar a la otra pero ese no era su estilo. Prefería transitar en medio de una paz relativa a lo que ella misma definiera como su propia tranquilidad. Conocía, sin embargo, otros que no soportaría el hecho de ser guiados por un menor, o inferior como muy frecuentemente les consideraban. Nunca había comulgado con semejantes tonterías. Nadie era inferior, o superior, a menos de que lo demostrase y ella prefería dejar a un lado su orgullo con tal de permitir que las circunstancias de desenvolvieran con naturalidad. Así pues tomó obediente el vaso que se le ofrecía – Sería un placer, Madame – inclinó levemente la cabeza en señal de humilde agradecimiento, gesto que la vendedora observó con beneplácito a pesar de no estar muy contenta porque la mujer desarreglada pudiese ahuyentar algún cliente aunque por la hora fuese algo prácticamente imposible.

Tomó un pequeño sorbo. Se trataba de una bebida larga e insípida pero, por supuesto, no se podía pedir más teniendo en cuenta el costo del producto y el lugar donde se conseguía. Igual daba, era solo un simbolismo. – Que te cuente sobre mí. Creo que en ese caso el puesto entero de vinos seria poco y nos harían falta muchas noches para terminar el relato. No creo ser tan buena oradora como para poder ponerme a la altura del reto que me planteas pero puedo intentarlo con cosas puntuales – y en un segundo la mujer andrajosa adquirió una postura regia, erguida y elegante, consiguiendo que hasta la vendedora le mirara dos veces ignorando las vestimentas y notando, por primera vez, a la criatura que las llevaba – Creo que el punto es contrario a lo que preguntas Zoè. No se trata de sobrevivir. Quiero vivir no sobrevivir, y te pido excusas por usar una palabra que tal vez no aplique literalmente – le lanzó una sonrisa de complicidad antes de continuar – todos, humanos y demás, necesitamos razones para continuar. No se puede durar mucho tiempo simplemente caminando de frente sin tener en mente un objetivo. De esta forma, inevitablemente, el camino se acaba. Algunos consiguen continuar a pesar de carecer de razones, al menos por un tiempo, por mi parte considero tan patética una vida vacía que preferiría arrojarme voluntariamente a las llamas si eso llegase a ocurrir-  en realidad nunca se había planteado el acabar con su existencia. Le gustaba ser quien era, disfrutaba cada noche y no podía esperar para ver como el futuro cambiaría el mundo.

– Mis motivaciones provienen de diversas fuentes, una de ellas ya la descubriste. El sabor que se le coloque a los minutos depende de cada uno. Puede que un día solo con observar sea suficiente, puede que en otras ocasiones haya que intervenir para forzar un los acontecimientos. Todo vale – tomó otro pequeño sorbo y observó en derredor para terminar posando los ojos en la vendedora, quien la miraba fija y atentamente. En ese instante la mujer desvió la mirada y se apresuró a buscar algún oficio que hacer en su local, intimidada por la fuerza que había cobrado la actitud de la morena. – Además, la mayoría de las veces no soy tan tonta como para perder el control y poner mi pellejo en verdadero peligro… equilibrio y prudencia en medio de la locura – le sobraban anécdotas, historias divertidas, osadas y, porque no, también estúpidas. Pero no quería aburrir a su acompañante con un infinito mar de cuentos de años y siglos pasados – Mi turno – manifestó haciendo referencia a que podía ahora preguntar ¿Por qué ayudaste a la pequeña de hace unos momentos? inicialmente había pensado en preguntarle la razón por la cual había intervenido en su numerito con el mercader pero le pareció más importante confirmar su presentimiento en cuanto a los niños pues este podría resultar un pilar solido en el caso de que entre ellas se generase algún tipo de relación.
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Mensaje por Zoè V. D'aubert Jue Sep 19, 2013 7:42 pm

No habían sido muchas las veces que la inmortal se había encontrado con alguien de su misma condición dispuesto a romper las normas establecidas y, mucho menos, que lo hiciese a menudo como si tratase de predicar con el ejemplo; la pelirroja, viva o muerta, siempre había huido de ser el centro de atención. Una niña enclenque, enferma y flaca por la que nadie, ni su propio padre, apostaba más de un franco por su supervivencia; una mujer silenciosa, educada y reservada que jamás se atrevía a decir lo que pensaba, una esposa entregada y devota que jamás logró su sueño; y, al final, una vampiresa “recta” que obedecía a ojos cerrados lo que su maestro un día le enseñó… ¿por qué seguir así? Las palabras de Daphne abrían la puerta de un mundo que parecía divertido además de arriesgado, un mundo en el que llamar la atención no era algo que te condenaba a muerte, sino una eternidad diferente al resto en el que cada día se presentaba como un reto; sin darse cuenta de ello, la morena había creado una pequeña grieta en el saber estar de la pelirroja de la que ni siquiera era consciente, haciendo que sintiese interés por eso de “salir de la mortaja” y no por una noche... por más de mil como su compañera recién conocida había dicho. ¿Sería capaz de ello la que un día fue una niña horrible que moriría antes de llegar a los dos años de edad? Posiblemente no pues, para su desgracia, una grieta no destrozaba un dique en un sólo día.

Escuchó su nombre una y otra vez escapar por labios de la mujer y no pudo evitar una sonrisa al escuchar su pregunta – Francesa original, de esas antiguas que ya no quedan – añadió casi jocosa a la respuesta que la ora se había hecho a sí misma. Viajes, cientos de lugares, decenas de países, años y años conociendo culturas y personas que, poco a poco, habían forjado su vida de inmortal, sus metas y sus aspiraciones. Muchas habían sido las cosas que habían movido su vida desde el momento de su muerte y renacimiento: primero un sentimiento que podría llamarse amor, después la venganza, después la  culpabilidad y la esperanza de olvido y ahora… ahora simplemente llenaba sus días tratando de empezar de cero nuevamente. Y ahí era donde la morena entraba, en su nueva vida, aportando esa chispa que le hacía falta para divertirse entre los humanos, aportando algo de gracia a sus sobrias noches. Sí, le gustaba su vida de inmortal, era lo mejor que le había podido pasar, un regalo del que no se creyó merecedora durante unos años, pero allí estaba ella disfrutando de lo que el destino le había otorgado pero, por lo visto, no tanto como podría hacerlo. Daphne tenía razón: entretenimiento era la clave.

Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios al escuchar de boca de la recién conocida eso de perdonarle la vida a la desgraciada de las frutas y no pudo evitar una pequeña risa, imperceptible para todo aquél que no tuviese el refinado oído que sólo ellas dos allí poseían - ¿Perdonarle la vida? El destino, hubiese aparecido ella o no, te hubiese conducido al puesto de joyas por igual, así que no veo motivo por el que le debas estar agradecida a esa pobre desdichada. Además, como te dije antes ya, matarla y acabar con la losa de portar semejante rostro y harapos sería una bendición para ella – comentó acompañando sus palabras con un pequeño aspaviento de su mano. ¿Fingía? No, Zoè jamás fingía si no era necesario, pero aquella chica despertaba cosas extrañas en ella y la necesidad de ser cruel con alguien, aún siendo consciente de ello, era una de esas cosas; la pelirroja siempre había pertenecido a esa clase que juzgaba a las personas por su apariencia y por sus posesiones, no sabía (ni tampoco quería aprender) a juzgar a la gente por lo que era, y la joven de la fruta no tenía nada y su apariencia era, con mucho, lo peor que había visto en muchos años… morir sería un regalo para ella a sus ojos y, ya puestas a divertirse, mejor hacerlo con ella – Mejor planeemos algo digno de periódico mañanero – zanjó mirando a la vampiresa con una pequeña y traviesa sonrisa.

No hizo comentario alguno sobre su habilidad, simplemente un asentimiento de cabeza para darle la razón a la mujer, sabiendo que era de gran utilidad en numerosas ocasiones; le había costado mucho, casi lo indecible, dominar sus habilidades con la destreza con la que lo hacía en ese momento: con sólo haberse cruzado con la joven de las frutas, supo de la escena en el mercado y con sólo centrar sus pensamientos en ella, podía escucharla en ese momento tratando de vender su mercancía golpeada en el orfanato local con el pretexto de que servirían para compotas para los más pequeños. Le resultaba glorioso poder ver hechos a distancia o del pasado, tan fascinante como en su día le había resultado du vida inmortal: algo de lo que jamás se cansaría. De lo que no podía presumir la chica era de virtudes tales como la paciencia, los años y las riquezas habían hecho de ella una mujer caprichosa e impaciente que quería sus antojos a la misma velocidad que un chasquido de dedos y el hecho de pensar en esperar por el tendero, hacía que perdiese las ganas de buscar a la frutera esa noche – Tampoco yo lo olvidaré, tranquila. Y tan interesante es este chisme que poseo – comentó haciendo alusión a su demostrada habilidad clarividente – que aunque se aleje del lugar, le encontraré antes de que su débil corazón lata dos veces. Aunque, de verdad te digo, que corregir modales de tal forma en semejante cuerpo, hace que ya me duela la palma de la mano… mejor utilizar otros métodos -. No, ni por un segundo le dedicaría atención alguna a la retaguardia del hombre que había tratado de vender cobre por oro, pero la el efecto de persuasión que causaba en los humanos sería un método muy lustroso y divertido para enseñar lo que sí y no hay que hacer cuando una dama se presenta ante un simple y estúpido tendero como aquél.

Esperó a estar ya en el puesto de vinos para centrar sus agudizados sentidos en la niña rubia a la que había tirado unas cuantas monedas, tan sólo en tiempo justo para escuchar sus pasos rápidos alejarse por un callejón que salía desde la plaza hasta, seguramente, un lugar seguro en el que afianzar su nuevo e inesperado tesoro lejos de manos ajenas que quisieran hacerse con sus riquezas. Esa niña había representado por un momento el sueño frustrado y ya imposible para la francesa, que siempre había deseado ser madre, y tuvo que hacer esfuerzos inmensurables para contener sus impulsos y llevarse a esa niña a un lugar seguro y darle el cobijo que necesitaba, mas al estar acostumbrada a encontrase con esos pequeños seres que aportaban luz y esperanza a cualquier hogar, había sabido disimular su reacción, ya tan conocida para ella.

El vino no era para nada a lo que ella estaba acostumbrada beber, no acariciaba su paladar de una forma deliciosa haciendo que se olvidase por un segundo de la sangre que tanto necesitaba y adoraba, sino que pasaba por su garganta como si el más soez trago de agua tintado y con áspero sabor se tratase, pero ¿qué más le podía pedir a un mercadillo ambulante como aquél, en su última hora? No se quejó de la bebida, simplemente se limitó a evitar los tragos largos mientras el barro cocido del vaso raspaba toscamente sus finos y marmóreos labios, escuchando a su compañera. La nueva postura que esta había tomado dejaba muy en claro cómo realmente era, que no era una criada andrajosa que se dedicaba a mendigar por el mercado, sino que era una dama con clase y elegancia escondida bajo un atuendo poco apropiado para la elegancia de París y sus habitantes. Sus palabras, más allá de lo vacías que a cualquier humano que escuchase le pudiesen parecer, eran una gran lección impartida con la maestría de aquellos que no se creían maestros de nada, sino que hablaban de su propia experiencia y vivencia, haciendo que la pelirroja prestase atención a todas las palabras que salían de sus labios. De nuevo la diferencia entre “vivir” y “sobrevivir” y, con ello, la duda de si ella en realidad había vivido o sobrevivido; haber cambiado tantas veces de residencia, no haber hecho tantas cosas que deseaba por el hecho de “no deber hacerlas” y e haber acatado tanta norma, le hacía pensar que simplemente llevaba más de cien años sobreviviendo escondida de los humanos, pero cuando pensaba en todo lo que sí había hecho, en lo aprendido y lo vivido, no podía evitar dibujar una pequeña sonrisa, casi infantil, mientras bebía y escuchaba a Daphne. Esa mujer le gustaba, había logrado romper la barrera de desconfiada, ese caparazón de protección que los años habían forjado alrededor de ella y sus conversaciones y relaciones sociales, le había sacado un par de sonrisas y hecho vivir algo divertido en menos de una hora… era una mujer interesante y que, ahora, consideraba digna para una noche como esa.

No hizo tampoco comentario alguno sobre lo que la morena acababa de decir, no tenía argumento alguno que rebatir ante lo que había hablado, ella había pedido saber de ella y ella había explicado su modo de ver la vida, un modo que de nuevo abría esa rendija de tentaciones a su vida. Mas no esperaba la pregunta de la morena, tal fue la sorpresa que se llevó que casi se atraganta con el último trago de ese vino que les habían servido; parpadeó un par de veces, siéndole imposible apartar la sorpresa de su rostro, sabiendo que en otro tiempo sus mejillas se hubiesen tornado sonrojadas, y dejó el tosco vaso de barro sobre el mostrador del puesto – La niña… - comentó casi en un susurro, buscando una explicación coherente a porqué había ayudado a esa pequeña hacía unos minutos. ¿Cómo explicarle a una bebedora de sangre, que posiblemente no hacía distinción alguna a la hora de alimentarse, que era simplemente incapaz de verlos de forma diferente a pequeños regalos que nada tenían que sufrir? Repasó su labio inferior con sus dientes superiores en un pequeño mordisco mientras trataba de buscar las palabras adecuadas a esa explicación – Ayudé a esa niña porque siempre he considerado que quien sea menor de doce años, es un ser inocente que no merece sufrimiento alguno -. Hizo un pequeño encogimiento de hombros, como si quisiera restarle importancia al hecho de que esos pequeños ángeles eran su mayor debilidad -. Quizá para ti, igual que para muchos otros, te resulte extraño que una vampiresa fuese capaz de matar a alguien de su especie por proteger a uno de esos niños, sea cual sea su condición.

No iba a darle más datos a la mujer, ya que era casi una desconocida, de lo único por lo que estaría dispuesta a morir en este mundo, no le diría que su mayor deseo y anhelo era ser madre y criar a alguien de su propia sangre y tampoco le contaría que una vez estuvo a punto de lograrlo. Aún no era suficiente la confianza, así que se limitó a sonreír cortésmente, una de esas sonrisas que no alcanzaba sus ojos y que había aprendido a formar durante su corto matrimonio – Y ahora que de nuevo vuelve a ser mi turno, ¿qué elijes? ¿El tendero estafador que va hacia el sur con su carro cargado o la frutera que ha vendido la fruta estropeada en el orfanato? – preguntó mirando a los ojos de la morena, imitando el gesto de balanza con los brazos que ella había hecho antes, deseando apartar el tema de conversación de todo lo que tuviese que ver con los niños – No es que esté muerta de sed, pero el vino dejó mucho que desear y mis ganas de diversión aumentaron.

Si de verdad quería saciar la poca sed que sentía en su garganta en ese momento, tenía que olvidar esa cabellera rubia que había visto alejarse corriendo calle arriba para esconder su tesoro y centrarse en lo que realmente debía importarles: dar una pequeña lección de estar a cualquiera de esos dos humanos que poco tenían que perder ante una muerte que les diese un buen rato a cada una.


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Mensaje por Daphne Landry Lun Sep 23, 2013 10:44 pm

Daphne observó con una creciente satisfacción la sorpresa que se manifestaba en el rostro de la vampiresa. Era esta una buena señal para ella pues, de haberse tratado de una acción ajena a todo sentimiento, no tendría por qué haberla impresionado el hecho de que se lo preguntara directamente. La otra parpadeaba mientras en la mente de la morena se formaba cada vez con más claridad la figura de sus propios deseos y la debilidad infinita que traía para un heraldo de la muerte el querer proteger a los más pequeñines. Y luego, finalmente después de algunos segundos de duda, llegaron las palabras que deseaba escuchar. – No, no es extraño pues yo misma pienso de una forma muy similar. Si hubiese visto el menor indicio de ataque muy probablemente no estaríamos aquí, charlando tranquilamente – confesó después de que la otra terminara de hablar. Luego soltó una risita de alivio mientras depositar el vaso de vino sobre el mostrador y, en un gesto tan impulsivo como humano, abrazaba a la otra por una fracción de segundo antes de retornar a su lugar. Era una acción bastante inusual. Los inmortales, los malvados y nocturnos bebedores de sangre, no andaban por ahí dándose abrazos como si de una gran y confraternal familia se tratase. Pero la emoción del descubrimiento resultó más fuerte que ella y no pudo, ni deseaba, contener ese pequeño acercamiento. Muchos otros inmortales le habían cuestionado a lo largo de los siglos el apego enfermizo que tenía por tales criaturas. Tal vez a Zoè no le sonara tan ilógico que esa hubiese sido una de las barreras que jamás se hubiese atrevido a cruzar. Ni en sus años más oscuros de locura y crueldad había atentado contra la vida de un niño inocente.

Escuchó la pregunta que siguió y una sonrisa, un poco más maliciosa que la que le había ofrecido hasta el momento, se formó en sus labios. Resultaba sumamente irónico que las dos pudiesen pensar en ensartarse en una contienda a muerte por proteger un humano con pocos años de vida y, al mismo tiempo, planeasen con total naturalidad y descaro la tortura y muerte de otro solo unos años mayor. Las vidas humanas eran tan cortas que la diferencia en tiempo entre la niñez y la adultez resultaba simplemente irrisoria, tanto que parecía que en un suspiro la línea de seguridad se desvanecía dejándole el camino libre para que ella se regodeara en su oscura naturaleza sin remordimiento alguno. – Creo que me inclino por el tendero… para empezar la noche pues presumo que solo se tratará de la entrada – le guiñó un ojo. Había tomado una decisión con respecto a la chica de las frutas, tal como ya había manifestado durante ese rato: todo debía girar en torno a la diversión.

La forma en cómo Zoè le había escuchado monologar, y las expresiones que acompañaron el rato, le indicaban que sus palabras no se habían ido con el viento. La pelirroja estaba en verdad interesada en ellas y aunque no hubiese hecho comentario alguno al respecto de ninguno de los temas tocados por Daphne, la morena estaba segura de que había interiorizado más en aquellos pocos minutos que en muchos de los años vividos hasta el momento. En realidad eso le alegraba. Esperaba que la joven encontrara todas las herramientas que necesitase para continuar caminando a través de los siglos. No se trataba de que fuesen las de ella. Sus métodos funcionaban solo porque poseía el carácter necesario para hacerles funcionar. Cada cual era un mundo entero y, por eso mismo, no existía la formula universal que solucionara todos los problemas de manera uniforme.

Una vez tomada la decisión solo quedaba salir de caza pero Daphne aún tenía algunas cosas que decir y creía que a la pelirroja no le importaría en demasía el esperar un poco más por un trago de algo decente. Movió sus ojos nuevamente en derredor. Le gustaba estar atenta a lo que ocurría en las cercanías. La tendera empezaba a recoger algunas de sus cosas, seguramente esperaba que las dos mujeres terminaran su copa para poder cerrar el local. Muchos de los tenderetes cercanos ya habían sido cerrados y los pocos que permanecían abiertos se veían solos y deprimentes en medio del frio invernal. A esas alturas de la noche ya eran muy pocos los transeúntes que recorrían los caminillos y los pocos que quedaban empezaban a apurar el paso para retornar a sus respectivos hogares, añorando un poco de calor y un tazón de comida. Poco a poco se creaba el escenario perfecto para que las dos inmortales pudiesen divertirse sin tener que estar preocupándose por la repentina aparición de un despreocupado transeúnte.

– Después podremos ir a buscar a la vendedora de frutas, de seguro ni siquiera tendremos que recurrir a las técnicas convencionales de rastreo – bromeó haciendo referencia al poder revelado de la otra vampiresa – Además puede que sea cierto, tal vez sin ella también me hubiese dirigido hacia el poco llamativo tenderete – metió la mano entre los pliegues del desaliñado vestido y extrajo el camafeo que había tomado. Luego lo levantó entre sus dedos y lo observó a la parca luz de las farolas. Era una pieza pequeña pero finamente elaborada. La figura femenina tallada en el oscuro ónice tenía un aire tan similar al de la propia Daphne que bastaba con fijarse en eso para que no cupiera duda sobre su pertenencia – No es robar si es tuyo desde el principio – comentó con los ojos aún puestos en el objeto – Solo un cachivache más, abandonado en alguna aldea que ya no existe y reencontrado, siglos después, en una de las ciudades más prosperas solo para ser abandonado de nuevo. La vida no es irónica, el destino sí – La vampiresa sonrió con tristeza mientras depositaba el camafeo en el mesón, al lado del olvidado vaso de vino.

Podía perderse en los recuerdos que el objeto le traía y no era eso lo que deseaba esa noche. Estaba allí por y para Zoè y solo por eso estaba dispuesta a resistirse al sabor dulce-amargo del pasado. Los recuerdos podían transformarse en una cruel telaraña, atrapándote en el dolor y el tormento de sucesos que ya no puedes remediar, y también en la felicidad que sabes que no puedes revivir. Daphne consideraba que reflexionar sobre el pasado era un ejercicio sabio y necesario, al fin y al cabo era una manera eficaz de aprender, pero no lo era dejarse arrastrar por él como una mota de suciedad al viento. Por eso dejaría del camafeo. Tal vez, con un poco de suerte, le encontraría al cabo de algunos años, o tal vez nunca más volviese a verlo. Se trataba de un riesgo que estaba dispuesta a aceptar.

– Espero que ya sepas que “otros métodos” utilizaremos… por nada quisiera que algún suceso normal nos quitara la exclusividad en las noticias de la mañana. Vamos a darles de que hablar querida - soltó de repente abandonando la postura pensativa y nostálgica y retornando a la juguetona e irreverente con la cual se habían conocido. Aplaudió una vez, y aunque el sonido fue amortiguado por los guantes sin dedos que utilizaba, bastó para que los humanos más cercanos, incluyendo a la mujer que atendía el puesto en el cual se encontraba, giraran a verlas. Caminó dos pasos alejándose del stand. Sus ojos se posaron por una fracción de segundo en el camafeo para luego fijarse en la pelirroja – “La rosa deja un dulce aroma tras su dulce muerte” – recitó para luego reír a mandíbula batiente, ignorando alegremente a los pocos parisinos que la miraban reprobatoriamente – Vamos, oscura compañera, que la rosa espera ansiosa su dulce muerte y yo no puedo aguardar a percibir su póstumo aroma – y diciendo esto estiró la mano hacia la pelirroja, como si estuviese invitándola a bailar en algún elegante salón – Busquemos al acalorado mercader y luego vamos a divertirnos con una fruta dulce y jugosa y mientras, por el camino, tal vez usted, mi “francesa original” pueda contarme algo de su vida y andares – la solicitud era genuina y no escatimó esfuerzo alguno en hacérselo saber. Quería conocer sobre ella, que había vivido, que pensaba, que añoraba… lo que fuera. Cualquier cosa que le contase lo consideraría como un regalo y, por tanto, sería altamente estimado.

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