Victorian Vampires
Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  2WJvCGs


Unirse al foro, es rápido y fácil

Victorian Vampires
Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  2WJvCGs
PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



NIGEL QUARTERMANE

ADMINISTRADOR

ENVIAR MP
NICOLÁS D' LENFENT

ADMINISTRADOR

ENVIAR MP
ESTACIÓN


Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24


COPYRIGHT/CRÉDITOS

En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.

Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.

Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.

Licencia de Creative Commons
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org


Últimos temas
» Savage Garden RPG [Afiliación Élite]
Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  NXLYMMiér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones

» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  NXLYMMar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut

» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  NXLYMMiér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane

» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  NXLYMJue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar

» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  NXLYMMiér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer

» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  NXLYMSáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour

» orphée et eurydice ― j.
Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  NXLYMJue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour

» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  NXLYMJue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke

» labyrinth ─ chronologies.
Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  NXLYMSáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour


<

Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.

2 participantes

Ir abajo

Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  Empty Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.

Mensaje por Erwan Sèdoux Lun Ago 26, 2013 1:47 am

Aquella mañana, pese al frío, el mercado de París bullía de actividad. Frente a los puestos se arremolinaba toda clase de gente, en su mayoría sirvientes que hacían la compra para abastecer los hogares de sus señores, y se notaba al instante la diferencia entre los que estaban acostumbrados a acudir cada día y los que eran nuevos allí. Los primeros se movían con la misma maestría que si ejecutaran un baile bien ensayado, dirigiéndose sin vacilar a los puestos que ya conocían como los mejores, regateando hasta conseguir el precio justo por lo que se llevaban y saltando hacia un lado cuando se acercaba algún vendedor cargado con mercancías para no tropezar en una sincronización casi perfecta. Los segundos, en cambio, parecían no encontrar nunca un lugar para detenerse en el que no estorbaran; dudaban entre cuál de los géneros sería más apetitoso y en esta vacilación eran arrollados sin ninguna consideración por el tumulto formado por curiosos, compradores y chiquillos corriendo de un lado para otro. Estaba claro que nadie que viviera en las inmediaciones de aquellas calles podría dormir hasta muy tarde si tenía que soportar aquel jaleo desde bien temprano, y mirado así era realmente una suerte que el mercado fuese ambulante y se desplazara cada jornada a un lugar distinto de la ciudad. Así unos podían acercarse a hacer sus adquisiciones mientras otros, que ya compraron el día anterior, gozaban de su merecido descanso. Por supuesto ninguna de las rutas habituales de aquella algarabía nómada se acercaba a los barrios de primera categoría. Ningún noble soportaría tener a aquella panda de representantes tan gráficos de la clase baja en la puerta de sus casas, gritando y exhibiendo su vulgaridad de esa manera tan descarada. Para algo enviaban a sus criados hasta allí, para no tener que verlos, y si bien sabían que ese bullicio era parte de lo que dotaba de vida a París y la caracterizaba mejor no era lo mismo ser conocedores que querer mezclarse con la realidad. Tras las puertas grandes y seguras de sus elegantes caserones de época estaban mucho más cómodos que allí, entre todas esas personas sudorosas y apresuradas.

Fue por eso que sin duda más de uno se sorprendió cuando el carruaje hizo su aparición por uno de los extremos de la calle alta, en la que nacía el mercado que luego se perdía serpenteando por otras avenidas hasta desembocar en el Sena como si de un riachuelo secundario se tratase. El cochero se apeó con una expresión inescrutable en el rostro que dejaba translucir cierta preocupación, y a pesar de eso abrió la portezuela con gesto firme y extendió su mano enguantada para ayudar a bajar a quien hubiera dentro. Una manita cubierta de encaje tomó la del chauffer y no tardó en acompañarla un pie calzado en un zapato de color azul con tacón y un lazo de seda. A continuación fue la cabeza de Cissi la que emergió de la cabina como una tortuga que se asoma desde dentro de su caparazón, con los ojos brillantes y las mejillas rojas de excitación. E inmediatamente detrás, como si fuera una extensión de su propio cuerpo, una voz chillona. - ¡Señorita, permítame repetirle por enésima vez que esto no es buena idea! ¡El mercado está lleno de desalmados y ladrones! - Después de la niña salió también una mujer entrada en años y en carnes que se santiguó cuando puso los pies en tierra como si se hallara ante las puertas del mismísimo infierno. - Ya lo ha visto, ¿ya está contenta? Vamos a volver a casa. - Pero Cissi se alisó de forma resuelta la falda de su vestido y la ignoró deliberadamente. Había dudado hasta el final sobre la ropa que debería llevar y ahora se alegraba infinitamente de haberse decantado por lo más sencillo que tenía, que pese a todo seguía siendo mucho más elegante que cualquier cosa que pudiera encontrarse encima de uno de los tenderos. Había prescindido del miriñaque con buen juicio, pues entre todo aquel gentío ya casi sus enaguas le iban a dificultar el movimiento. Tampoco llevaba el corpiño muy apretado aunque siempre dentro de la más estricta decencia. La tela del vestido era celeste y hacía juego con su calzado, que ahora preveía que tal vez era un poco excesivo. - ¿Marie? - Llamó a su doncella con una mezcla de inseguridad y fascinación. - ¿Tienes los francos? - La mujer, que había albergado la esperanza de que su señora quisiera retractarse de su loca idea de ir a comprar, bufó para mostrar su desacuerdo y luego le tendió una bolsita bordada que contenía las monedas justas para comprar una hogaza de pan.

Ése era el reto de Cissi: comprar pan. Por supuesto que su curiosidad no la llevaba a extremos tan desagradables como pretender acercarse a los puestos de pescado o de verduras, donde no solo podía correr el riesgo de mancharse sino que los olores penetrantes y la nube de moscas que acudían a beneficiarse gratis de un seguro desayuno la marearían sin lugar a dudas. No, ella se limitaba a algo mucho más simple, o eso había creído antes de salir de su hogar. Ahora que se encontraba allí se daba cuenta de que había sido demasiado impulsiva y que aquella aventura revestía mucha más envergadura de la que había sospechado, pero ya estaba allí y no pensaba arrepentirse. - Vamos, Marie. - Conminó a su criada, que le hizo prometer al conductor so pena de pecado mortal que las esperaría en ese mismo punto sin moverse ni medio metro por si lo necesitaban. Luego siguió a su señorita. - ¿No es hermoso? Mira cómo visten, qué colores. No me vas a creer pero me parece que de algún modo la falta de clase... encierra cierta clase a su vez. - La sirvienta puso los ojos en blanco: presentía que en cuanto pusiera el primer pie entre la gente a aquella muchachita se la iban a comer cruda, y aunque fuera una niña caprichosa ella le tenía cariño porque prácticamente la había visto nacer. No podía decir que la hija de los Sèdoux tuviera mal corazón, al menos no castigaba al servicio cuando cometía una falta como hacían su padre y su hermano, pero estaba contaminada por todas esas ínfulas de riqueza y poder que les metían en la cabeza a los ricos desde pequeños y que los volvían irremediablemente presuntuosos y algo estúpidos. O así lo veía Marie, que había hecho más de una vez aquel camino al mercado cuando era mucho más joven y que no veía nada de pintoresco en ese montón de piojosos tropezando unos con otros y timándose como si fuera un deporte popular. - Mademoiselle, no creo que... - Insistió de nuevo, pero Cissi ya había llegado al límite de aquel mar de cuerpos humanos y traspasado el umbral del terreno seguro para aventurarse en lo que al principio le pareció una aventura emocionante. Avanzaba con paso certero entre todos los plebeyos que la miraban con un gran interrogante pintado en sus rostros. ¿Qué hacía aquella ricachona allí? Para colmo sostenía sin ninguna precacución su bolsa de monedas en alto, frente al pecho, como si estuviera tan poco acostumbrada a llevar dinero como a pisar un mercado. Como era de esperar las reacciones no tardaron en llegar en forma de voces mucho más altas y de niños que se pusieron a correr a su alrededor pidiéndole unos francos para comer. Desoyendo todos los consejos de su criada no pudo pensar que hacía nada malo mostrando caridad con alguna de esas desdichadas criaturas, y en cuanto hubo recompensado al primero por su insistencia se vio rodeada de muchos más, que en su afán por hacerse con una de las monedas comenzaron a tirarle del vestido y a poner en su falda impoluta sus manitas manchadas de barro. - ¡Marie! - Llamó la muchacha, confiando en que su doncella se los espantara de encima como moscas, pero la doncella había sido separada de ella por el gentío y de pronto se vio sola entre todas esas personas desconocidas y rudas que la apartaban de en medio a empujones o se complacían en asustarla con muecas feroces a las que la chica respondía con grititos agudos, cada vez más al borde de la histeria. - ¿Marie? ¡¡Marie!! - Exclamó atacada de los nervios cuando tuvo que resguardarse junto a un puesto de coles para apartarse lo más posible de la muchedumbre, que seguía avanzando impasible al hecho de que Cissi estaba a punto de desmayarse junto al brócoli.
Erwan Sèdoux
Erwan Sèdoux
Licántropo Clase Baja
Licántropo Clase Baja

Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 11/08/2013

Volver arriba Ir abajo

Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  Empty Re: Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.

Mensaje por Quentin Debussy Miér Ago 28, 2013 7:50 pm

The Diary of Jane (acoustic) by Breaking Benjamin on Grooveshark

Otra mañana helada se colaba en los campos y jardines marchitos de París, poniendo en jaque los pulmones de urbanos y rurales, y maltratando las cosechas que estos últimos se habían empeñado en mantener presentables para la venta. Se habían esforzado, pero las heladas de los últimos días habían logrado sobrepasarlos casi al doble. Venían las bajas temperaturas, cruentas y frías como su padre invierno, para hacerle la vida más difícil a los que vivían de la agricultura. Con la cabeza gacha de resignación montaban las carretas de vegetales azulosos de frío; tenían que comer, aunque no recibieran de remuneración ni la mitad de lo esperado.

Fue así como los puestos del mercado se fueron llenando de estas familias de fúnebres rostros y de alimentos tan deplorables como sus propias condiciones. ¿Mal día? Y eso que recién estaba empezando. Los ladrones de medio pelo, los estafadores y los niños forzados a mendigar vendrían horas después de que los músicos ambulantes lo hubieran hecho. La helada secuencia de la mañana avanzó así: Agricultores, músicos ambulantes, estafadores, mendigos y ladrones. Pero eso no era todo; faltaba que acudieran al deber los más privilegiados dentro de la piojenta base de la pirámide que llegaba a aquel lugar: los sirvientes. Esos que según los de clase más alta eran unos pequeños y útiles infelices, eran lo héroes silenciosos de los hogares; sostenían a sus amos para que pudieran seguir viviendo en su burbuja e incluso las mujeres hacían de nodrizas para amamantar a los mismos niños que en unos años más les recordarían su lugar en la sociedad.

Pero entre servidor y servidor, había uno que trabajaba con empeño y sin pudor. Era un mozo que llamaba la atención a momentos y que de repente pasaba completamente desapercibido, algo ideal para alguien que se desempeñaba en lo que él hacía, pero pésimamente malo para quien quisiera hacerse de amigos. Era un alivio para él que tener amistades no fuese ni su primera ni su segunda prioridad. Debía conocer y estar al tanto de los gustos y no gustos de su ama, así como consecuentemente complacer a todos sus invitados y tratarlos a cada uno de manera individual y con igual respeto, sí, pero hasta ahí llegaba. Estaba escrito en él comportarse de manera cordial, pero nunca familiar, y eso debido a que era diferente a los demás criados de la mansión Destutt de Tracy.

Es de vital importancia que verifiquen que les vendieron la cantidad que solicitaron. Suelen adulterar las balanzas y hacer trucos de manos para hacer creer que dieron una cantidad de francos menor a la acordada —se escuchaba a un hombre de clase media dirigir a los sirvientes con movimientos de mano que recordaban a los cantantes de ópera— eviten comprar en la periferia del mercado; eso sólo retrasará nuestro regreso. La señora tiene una hora determinada para volver del banco y otra para regresar. Nos reuniremos para volver junto al puesto de las ollas usadas en… —le echó vistazo a su reloj de bolsillo antes de dirigirse al grupo de bien cuidados criados— …media hora. —ordenó con firmeza, pero gentileza, antes de dedicarse a su propia tarea en el mercado.

Ahí estaba el servidor ejemplar, haciendo justo lo que le habían enseñado hacer más una cosecha personal. Se encargaría de que los criados compraran el té que él conocía que le agradaba más al paladar de su ama, haría que la cena llegara humeando puntual a la mesa, e incluso sería el más ameno de los conversadores si la señora le pedía que pusiera sobre el tapete temas de recreo a la hora de la merienda. El resto podía desaparecer tras un par de bien cosidos guantes blancos; era secreto todo lo que la tela y sonrisa cubrían. Su semblante era el de un trabajador satisfecho e incluso contento con él mismo, pero ¿era feliz? No importaba, mientras siguiera sonriendo.

La tarea de Quentin para esa ocasión era elegir las flores que adornarían la mansión ese día; los otros empleados no tenían el mismo entrenamiento que él, ese que le había distinguir entre las flores recientemente arrancadas de su seno y aquellas que habían sino manipuladas con agua y perfumes para hacerlas aparentar vigorosidad. También debía tener en cuenta que la señora era joven, viuda y sumamente desconfiada, por lo que las flores novedosas traídas de otros países le generaban una incertidumbre innecesaria. Eso solamente lo sabía él, quien solamente observándola había logrado indagar en esa bruma nostálgica que impedía que otros pudieran acceder a ella. Bárbara jamás se enteraría de cuánto sabía Quentin de ella, y su fiel mayordomo, acatando su voto de discreción, nunca se lo haría saber de su boca.

Pase y vea, señor. Tengo las mejores flores del mercado a los precios más convenientes para el bolsillo de sus amos y que además lo harán quedar como el consentido —fácil era idear una manera de una propuesta publicitaria dentro de la cabeza de los vendedores cuando notaban el elegante pero traje de servicio de Quentin— ¿Ha encontrado algo que le interese y que pueda ofrecerle?

Antes de contestarle al negociante alto y macizo que lo había abordado, el varón de ojos azules y mirada paciente inhaló con cuidado el aroma de una de las flores, como si procesara pétalo por pétalo hasta llegar a su núcleo. A ese nivel de detalle debía estar seguro. Al menos algo bueno le había quedado de su época como perro del sucio Valmorain.

Sus narcisos amarillos parecen hablar, Monsieur —apreció Quentin, intrigando al comerciante.

No me diga. ¿Qué le dicen si se puede saber? —sonrió un tanto nervioso debido a que la gente parecía evitar a los vendedores de flores varones, prefiriendo a las mujeres para esa labor. No le había ido bien durante toda la semana, por lo que se le hacía menesteroso que al menos una persona le comprara aunque fuera por dignidad.

Nada de tímidos anhelan venir al hogar de mi ama y lucirse con su permiso, por supuesto —esas frases compradoras hacían sentir a la gente de distintos estratos sociales como parte de algo especial. Había servido para que le hicieran un descuento que, si bien no lo beneficiaría directamente, haría que su ama viera su iniciativa con las finanzas del hogar.

Francos pagados, buenos gestos entregados al satisfecho vendedor de flores, y los narcisos destinados a decorar la mansión Destutt de Tracy llegaron a las manos de un par de criados que Bárbara había enviado especialmente para asuntos de carga de su mercadería, proceso que también era fiscalizado por Quentin. Precisamente se encontraba el mozo indicándole a los cargueros de qué manera depositar las delicadas plantas en su destino cuando pasó rozándolo la silueta de una joven magníficamente vestida de lujo y al parecer también de insensatez. A los demás sirvientes les brillaron los ojos con esa tintineante bolsa de dinero vaiveneando en el aire mientras que Quentin negó con su cabeza en un suspiro prolongado.

Si está tan feliz y despreocupada de transitar por una pocilga como esta es porque no tiene idea de en qué se ha metido —pensó el joven, elevando su mentón para seguir a la mujer con la mirada y comprobar que varios individuos poco confiables ya la habían fijado como su blanco, uno muy fácil— Era imposible que fuera el único que se diera cuenta de que la oveja ha entrado a la boca del lobo.

Quentin era un buen observador, y como tal ya había recorrido los rostros del mercado, identificando en cuáles de ellos las intenciones depredadoras eran obvias. No eran tantos como esperaba, pero los que había hallado eran los más peligrosos: los niños. Podía ser que para alguien normal oír que los impúberes eran un peligro fuera una broma sin sentido, pero no para Quentin; su infancia marcada por la pobreza de la familia le había causado repulsión, pero también le había dado conocimientos que los ricos no obtendrían ni aunque besaran los pies de los desamparados. Algo pasaría y lo peor de todo era que Cissi no lo sabía, pero el mayordomo sí. Quentin, por sí solo, no se involucraba en los problemas que la misma gente se buscaba, pero no estaba ahí como civil, sino como un servidor que representaba madame Destutt de Tracy, por lo que por cada error que cometía, su ama respondía. Y el varón varios años había pasado sirviendo a los poderosos como para no conocer la manera que tenían para juzgar: ¿por qué no hiciste nada?, ¿permitiste a la señorita la arrinconaran?, ¿harás de tu pasatiempo ensuciar el nombre de esta familia? Así, el masculino de ojos azules infló su pecho de aire y decidió intervenir; a él no le engañaban esos ojos vidriosos de los niños que a Celia se le acercaban y que cual ciervos heridos aparentaban ser angelicales. Lo sabía porque alguna vez había sido uno de ellos.

Con un “encárguense de dejar los ramos flores a ocho centímetros separados de cada uno” hacia los cargueros, Quentin comenzó a seguir a la doncella marcada por el riesgo que ella misma había puesto negligentemente sobre sus hombros. Los niños la estaban acorralando, haciéndola tropezar con sus costosas faldas. Ellos no querían comida; no se arriesgarían tanto lastimando a una joven de clase alta si ese fuera el caso. Supo entonces el mayordomo que tenía poco tiempo y apresuró su paso, queriendo flotar sobre la muchedumbre. Dejó caer por la manga de su abrigo el cuchillo de cocina que usaba para trozar la carne en presencia de la dueña; le daría un uso menos convencional, pero mucho más definitivo.

Como se lo temía, la manceba comenzaba a gritar ya por ayuda, pero nadie la ayudaba y Quentin conocía el motivo sin indagar demasiado; en realidad, cualquier persona que hubiera hecho parte de su vida el mercado alguna vez lo hubiese sabido. Sin esperar provocación, decidió ser él quien diera el primer paso, o más bien dicho, el primer susto. Poniéndose el parche antes de la herida, tomó desde el cuello de la ropa a uno de los malandrines más altos de la guardería móvil con fuerza, obligando a los demás niños voltearse ante la sorpresiva intervención. Aquel hombre no era parte del plan, ni mucho menos el cuchillo con el que Quentin acarició el cuello del muchacho para amenazar su ilícita tarea. Lo más sorprendente de todo era que el hombre continuaba con su amigable y educada expresión, casi como si en vez de atemorizar al mocoso le estuviera ofreciendo un caramelo.

Niño, no te muevas, o serás comida para los perros —habló tranquila y gentilmente sin dejar de pasar el frío metal por la piel del chiquillo, queriendo comunicarle que iba en serio. Una vez asegurado ese bribón, miró hacia el resto de los niños estáticos— ¿Cuánto les prometió? —los ladronzuelos no contestaron, pero Quentin sabía insistir cuando la ocasión lo ameritaba— El hombre que los espera en el callejón a un lado de la catedral. ¿Cuánto les ha prometido? —hizo una pausa, pero no dio frutos para que hablaran los bandidos; todavía eran demasiado verdes como para generar por sí mismos malicia— No se los aseguro… les prometo que una vez que le den todo lo que les pidió no ganarán nada más que una buena paliza. Ratas como él que usan a los niños sólo se rigen por la ley del más fuerte.

Quentin no podía herirlos; eso mancharía la reputación de su dueña, pero los niños no lo sabían y podía usar eso en su contra. Fue entonces cuando empujó al niño que había estado asustando hacia el lado contrario a Cissi con tal fuerza que casi al suelo lo hizo caer. Le hizo a la pandilla una última advertencia con cuchillo en mano; a lo mejor lo que quería el mayordomo era ahuyentar su propio pasado.

Váyanse ahora o me encargaré de que todos queden con una oreja menos —y los ingenuos corrieron de ahí a pasos cortos y rápidos, convencidos de que esa voz firme cumpliría con sus promesas si no desaparecían.

El plan de los impúberes había fracasado, pero aquello no quería decir que Celia estuviera a salvo. Quentin había logrado conseguir más tiempo, sí, pero no garantía. Al menos verían que la dama no estaba sola y que contaba con más de su parte que una sirvienta tan desprotegida como ella. El mayordomo, por su parte, ganaba defender el nombre de su patrona. Así, el cuchillo volvió al interior de la manga del fiel servidor como si nunca hubiera visto la luz del sol. Servía para espantar malandrines, pero no tenía intenciones de hacer lo mismo con damiselas de alta alcurnia.

Como el caballero en que la vida lo había convertido, el varón inclinó su cabeza ante Cissi y le extendió su mano como un símbolo de sumisión. Ya no debía ocultarse.

Lamento haberle causado este susto, mademoiselle. Puede usted sentirse a salvo. Cuente con este servidor de parte de Madame Destutt de Tracy, Quentin Debussy —humildemente se introdujo, sin olvidar añadir una gota de información a la confundida mujer— Permítame decirle que sus intenciones con los desposeídos fueron sin lugar a dudas admirables, mas me veo en la labor de comunicarle que era sospechoso que un grupo tan numeroso como aquel buscara comida en una sola persona. Supuse que se trataba de una trampa por lo mismo y me vi en el deber moral de acudir en su ayuda. Si es que usted logra perdonar mi atrevimiento, ¿me concedería el conocimiento de su nombre?

No variaba el hombre su cabeza del ángulo exacto que el habían enseñado para una reverencia. Jamás debía olvidar que era como un mueble más de la mansión en la que servía, pero que al ser semoviente era más importante que se comportara correctísimo en su uniforme.

Marie se acercaba, Cissi se tranquilizaba, y entre todas las figuras bulliciosas del mercado, sólo una permanecía quieta: la del implacable maestresala.



Quentin Debussy
Quentin Debussy
Humano Clase Media
Humano Clase Media

Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 31/07/2013

DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:

Volver arriba Ir abajo

Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  Empty Re: Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.

Mensaje por Erwan Sèdoux Dom Sep 01, 2013 2:56 pm

Cissi no estaba acostumbrada al contacto tan estrecho con nadie. A los quince años un caballero había estado interesado en ella y se había propuesto cortejarla para convertirla en su segunda esposa después de quedar viudo, pero todas sus intenciones fracasaron cuando cometió la torpeza imperdonable de tratar de besar a la adolescente en la comisura de la boca. La niña de los Sèdoux estaba tan alejada de todos los asuntos del corazón que había creído amar a ese señor en cuanto lo vio entrar a sus terrenos montado en su caballo blanco con el espeso bigote tan elegante dando una apariencia noble a su boca, como de Rey, pero fue tal el desagrado que la embargó cuando él se tomó aquella libertad que no quiso ni oír hablar del compromiso. A sus padres no les importó porque el gentilhombre tampoco gozaba de tan buena fortuna como para que tuvieran que insistirle a su hija, pero en el alma de Cissi quedó ya la mella y la pregunta de si podría alguna vez acostumbrarse a que su marido se le arrimara tanto. No se sorprendió de olvidar tan pronto al desafortunado pretendiente porque nunca había amado antes a nadie y creyó que ese era el discurrir habitual de los asuntos del corazón, pero en lugar de cuestionarse por la veracidad de su afecto hacia el señor decidió seguir fingiendo que eso era lo que quería y a lo que aspiraba: a que un completo desconocido que le triplicaba la edad la llenara de chucherías, le dijera cosas lindas, la convirtiera en ama y señora de una casa magnífica y que - con suerte - no quisiera nunca acercarse demasiado a su perímetro de seguridad. Ese límite imaginario que en ese mercado había tenido que tragarse porque los otros cuerpos se escurrían contra el suyo como sardinas apretadas en una lata de conservas. Y cuando los niños comenzaron a tirar de su falda... oh, de veras pensó que se desmayaría. Pero lo que más la fastidió fue comprender que prefería de todos modos aquel montón de manitas infantiles asiendo su vestido que soportar otro beso robado como aquel de hacía tanto tiempo, cuando supuestamente un príncipe azul era precisamente lo que buscaba y lo que debía desear con mucha más intensidad que cualquier cosa. Especialmente más que ser rodeada por un atajo de críos pulgosos.

Marie sufría por haberse quedado atrás; no había pretendido dejar sola a su ama pero la multitud la obligaba a caminar unos metros rezagada y ese lapso bastaba para tornar imposible su misión de velar por Cissi. ¡Qué disgusto! Oía los gritos de la niña y por más que intentaba empujar a los corpulentos tenderos de carne que tenía a los lados éstos no hacían sino aprisionarla más. No debería haber permitido aquella excursión suicida de ninguna de las maneras, y aunque tenía por seguro que los señores la castigarían si se enteraban de que había guardado en secreto que su benjamina se proponía tan osada y descabellada misión lo que la tenía afligida era la integridad de Cissi. Sinceramente estaba preocupada por esa muchachita cabezota a la que después de tanto tiempo seguía sin saber cómo domar, y que desde bien pequeña había supuesto tal quebradero de cabeza que las doncellas personales que había contratado se habían despedido tras poco tiempo sin excepción. Hasta llegar a Marie, la recia y buena de Marie, tan fuerte como un roble centenario. Había criado a tres hijos ninguno de los cuales era biológicamente suyo, y tenía esa mano especial para los caracteres infantiles que combinaba de forma perfecta ternura con decisión. Cissi nunca consiguió cansar a Marie pero Marie tampoco logró acabar de dominar a Cissi, y de esa manera terminaron siendo más o menos amigas... o todo lo que una señorita de clase alta y una simple criada podían ser. A su favor hay que añadir que la muchacha no tenía verdaderas amistades ni de una clase ni de otra, sencillamente se entendía con algunas chicas de su edad y de buenas familias con las que tampoco compartía grandes pasiones. ¿Pero es que hacía falta? Ella se empecinaba tanto en ser completamente feliz en su pecera de cristal brillante que ni siquiera le importaba lo que pudiera haber al otro lado del vidrio. Y no es que se resignara, no, sino que aceptaba lo que le había tocado vivir y hacía de ello el sueño que siempre había deseado, y en cierto modo Marie - que era tan distinta a ella - admiraba esa capacidad de adaptación de la niña y la consentía más de lo que había mimado a los otros niños de los que se había hecho cargo. - ¡Ya llego, señorita! - Gritó para hacerse oír, pero era imposible con aquel jolgorio que Cissi la entendiera.

Y entonces de pronto uno de los pilluelos fue impulsado hacia atrás por una fuerza misteriosa. Por un momento la joven dama llegó a creer que ese pequeño estaba volando hasta que vio el cuchillo. El clima de suspense que creó el mayordomo era tal que no solo los otros chiquillos se voltearon a mirarlo sino también muchos de los adultos de alrededor, que rápidamente siguieron su camino como si temieran que contemplar la escena demasiado fijamente les fuera a reportar daños. ¡Qué cobardes! No le importaba lo que le hubieran hecho antes, seguían siendo niños, y ningún Sèdoux se quedaba impasible permitiendo barbaries como aquella. - ¡Suéltelo inmediatamente! - Pidió Cissi atusándose nerviosamente el pelo como si quisiera afianzar su autoridad mediante el arreglo de su cabello. Una señorita siempre iba impecable y ella lo sabía, así era como conseguía que los demás la vieran como un ser superior, los ricos sin sus ropas y sus caros abalorios eran iguales que cualquier otro pordiosero sin vestir. Tan pronto como los pies del pillo tocaron el suelo salieron corriendo, llevando a su dueño y sus amiguitos bien lejos de allí. ¡Qué alivio! Pero ella se sentía muy mal al verse embargada de agradecimiento hacia un hombre que tenía esos modos para con los infantes, por muy bandidos que estos fueran, y no sabía bien cómo actuar a continuación. Marie seguía sin llegar y Quentin se presentó, regalándole un aluvión de información que no hizo sino marearla más, realmente no se encontraba muy bien. - Yo... soy Cissi Sèdoux, de los Sèdoux de Tèrtre. - Respondió. Se había apretado demasiado el corsé, así que disimuladamente intentó deshacer uno de los lazos para conseguir respirar sin que nadie lo notara, desde luego prefería asfixiarse antes que pasar por una descocada. - Usted... - No sabía qué decir. Le debía mucho al señor Debussy pero sentía que le había arruinado su plan. ¡Ella quería demostrar que era capaz de valerse sola! Y allí llegaba él a defenderla cuando nadie se lo había pedido.

Descubrió que albergaba cierto resentimiento hacia su salvador, por paradójico que eso resultara, y eso la irritó más porque las señoritas decentes no se molestaban nunca. En fin, todo era muy confuso y el corsé cada vez le apretaba más, así que tampoco estaba en situación de ponerse filosófica. - Usted me ha salvado. Gracias. - Despachó el asunto del modo más diplomático posible. Él tenía la cabeza agachada como correspondía a un sirviente, pero Cissi quería verle el rostro ya que tanto se hacía de notar, así que se inclinó hacia delante hasta ponerse a la misma altura de Quentin y husmeó con un rápido vistazo sus rasgos, tan veloz que solo fue capaz de registrar un par de ojos azules antes de incorporarse de nuevo y tirar de modo algo más apremiante de los malditos lazos de su cintura, que seguían resistiéndose a ceder. Se estaba quedando sin aliento. - Ahora voy a comprar una hogaza de pan. - Anunció reuniendo toda la dignidad que fue capaz de encontrar en su interior al tiempo que pugnaba por respirar, y dicho eso reanudó sus pasos interrumpidos por el incidente anterior y se internó otra vez entre la multitud, aunque se detuvo vacilante. Cada vez se encontraba peor y ya había tenido bastantes experiencias horribles por esa mañana, así que estaba en un dilema sobre si debía rendirse o no. Y como siempre ocurre, su subconsciente se rebeló contra su sentido común y expresó su verdadero deseo oculto en forma de comentario airado. - Le prohíbo terminantemente que me siga. - Le dijo a Quentin, que seguramente no tenía ninguna intención de caminar tras ella. Pero Cissi era como una caricatura algo más grande de esas niñas que, cuando se las reprende por tocar algo que no les pertenece, se excusan diciendo que tampoco lo querían para nada porque era una porquería cuando en realidad se morían de ganas de tenerlo. Y ella no quería por nada del mundo internarse otra vez sola en esa marabunta de gente maloliente.
Erwan Sèdoux
Erwan Sèdoux
Licántropo Clase Baja
Licántropo Clase Baja

Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 11/08/2013

Volver arriba Ir abajo

Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  Empty Re: Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.

Mensaje por Quentin Debussy Vie Sep 20, 2013 5:39 pm

Lo primero que pensó Quentin acerca de la temeraria dama fue que su nivel de vanidad era el normal de una joven de la alta sociedad y tal vez un poco más; podía ver en sus expresiones faciales que sentía alivio por volver a respirar, pero también que dicho respiro no le ganaba a la sensación de orgullo aplastado. La miró y la miró, y con el mismo limitado tiempo que le llevaría comprobar que el hogar de su ama se encontraba en orden, supo que poco tiempo le quedaba de soltera; sus padres ya debían haber buscado marido para ella y Cissi, a la vez, ya debía sospecharlo. Común era que las jovencitas, al sentir que la poca libertad que tenían se les estaba escapando, tuvieran su momento de rebeldía incontenible antes de anclar en el puerto ineludible del matrimonio. Más aún lo entendió el mayordomo cuando escuchó el nombre de la familia de la chica; ni repudiando su nombre ni despreciando a su padre se libraría de la carga de su sangre y botín.

Guardándose para sí mismo todo tipo de juicios, Quentin asintió sumisamente, dejando entrever la marca de la servidumbre en su actuar. No importaba si Cissi lo alababa o le recriminaba su actuar, eso daba igual. Lo importante era cumplir, y además, cumplir como lo haría un mayordomo, no como un esclavo. Aquello implicaba arriesgarse, hacer mucho más y a la vez mucho menos que un muerto de hambre recogido de la calle y vestido de gala. Conllevaba poner énfasis en algunas cosas e ignorar otras, como el que la joven estuviera dando cabo suelto al mal gusto aflojando su vestido en plena vía pública. Quentin sabía que cosas como esa debía hacer como si no las hubiera visto; debía hacer sentir a la muchacha como en su casa, no como en un país extranjero sin referencias que la respaldaran.

Pero más pudo el capricho en la joven. Sin encontrar alivio en soltar algunas ataduras de su prenda, salió semi camuflado en su tono de voz el fastidio. Podía ser que hubiera dicho “Gracias”, pero su afán de hablar en un tono gentil solamente había logrado conseguir un tono forzadamente afable, traduciendo sus palabras de agradecimiento formal en un “Ya te lo agradecí. Ya puedes irte”. Aquello no pasó desapercibido por Quentin. Si bien era de conocimiento popular que el noventa por ciento de la comunicación no era verbal, alguien como él, quien había pasado toda su vida sirviendo a féminas, sabía además que en el caso de las mujeres este porcentaje podía aumentar hasta un cien por ciento. ¿Imposible? Para Quentin no, pero no se lo diría a Cissi; en lugar de eso, sonreiría con educación y sumisión. Generalmente aquello era lo apropiado para jóvenes damas de ojos almendrados.

Estar ahí para su servicio en nombre de mi ama es mi placer, madeimoselle Sèdoux. —aquella era su carta de presentación, llevando consigo a Madame Destutt de Tracy adonde fuera que fuese. Ni siquiera mostraría descontento en su supuestamente amigable rostro ante las pesadas frases que pudiera palabrear la doncella.

Le prohíbo terminantemente que me siga

Cissi podía querer muchas cosas, y la mayoría de ellas se verían cumplidas, como tener vestidos nuevos o un marido que fuera mínimo un barón, pero se había topado con un mayordomo que reflexionaba y actuaba el triple de lo que hablaba, y aquello tenía su precio. Por la responsabilidad y el deber que involucraba su uniforme, Quentin Debussy hizo algo que recordaba haber hecho un par de veces en toda su vida a la mucho. Indicó con su mano enguantada a un par de sirvientes de Bárbara que se acercaran y les dio una orden que separaría sus caminos esa mañana.

Diríjanse a la mansión a completar la tarea a tiempo —ordenó sin verlos. Su vista estaba enfocada en la joven adinerada que se había atrevido a aventurarse nuevamente en la muchedumbre del mercado— Estaré allí antes de que llegue la dueña. —Y así sería. Con él no se quedaba un minuto fuera de horario.

Entonces, con paso pausado e incluso cómodo con el hostil entorno que lo rodeaba, Quentin comenzó a caminar tras Cissi en medio del ajetreado mercado. ¿Su mirada? Calma como un lago en invierno y desnuda como un árbol en otoño. Daba la sensación de que no tenía nada que ocultar ni para contar. Sí… todo un artilugio de apariencias que lo harían cumplir con el siguiente paso.

Lo siento, señorita Sèdoux, pero ya estoy involucrado. Sería un asistente descuidado si luego de percatarme de su percance la dejara sin protección alguna —le hablaba a la manceba mientras sus ojos azulosos de sospecha buscaban por el mercado enemigos potenciales al asecho— Verá usted que en el mercado ambulante no hay robo frustrado que no haga regresar al ladrón. Si insiste en internarse no me queda otra elección más que escoltarla hasta que vea realizado su fin.

Los malandrines estaban observándolos, esperando el momento en que el mayordomo volviera a la mansión de quien legítimamente era su dueña para hacer de las suyas. Quentin lo sabía, los olía y los repudiaba en su interior. Sucedía que sus raíces no se encontraban distantes a las de ellos. Él lo sentía como un permanente recuerdo de lo podría haber sido su futuro de haber continuado como miembro de ese inmundo nido al cual los demás habían llamado “su familia”. Como la manzana jamás caída demasiado lejos del árbol, él tenía certeza de lo que los maleantes serían capaces de hacer si volvían a encontrar a Cissi en su camino. Sería tan fácil para ellos atacarla en grupo, llevarla a un sitio oscuro y esparcir las pruebas. Para ello tenían experiencia.

Humildemente solicito que no me malinterprete; lo que menos hubiera querido es entorpecer sus deseos, pero preferiría que aceptara la discreción de mi custodia antes que llevarla de regreso a su padre con malas noticias a cuestas. Usted dirá, señorita. Como le dije, es también la voluntad de mi dueña que tenga una jornada a salvo. —ofreció Quentin, sin bajar la guardia de los que los observaban con intenciones poco honradas. También ellos querían ver lejos al mayordomo.

Quentin Debussy
Quentin Debussy
Humano Clase Media
Humano Clase Media

Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 31/07/2013

DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:

Volver arriba Ir abajo

Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  Empty Re: Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.

Mensaje por Erwan Sèdoux Jue Nov 28, 2013 11:57 am

Era un alivio ver que aún quedaban hombres en el mundo tan solícitos como para imponer su presencia a una dama en apuros a pesar de la prohibición expresa de la misma. Cissi fingió que se lo pensaba, como si de veras quisiera seguir adelante sola, pero resuelta a aceptar su propuesta tan pronto como recuperase el aliento que le robaba ese maldito corsé. Creyéndose a pies juntillas su comedia la vieja Marie casi le sollozó a Quentin que por favor acompañase a la niña, que se creía muy valiente pero que era una señorita recatada y poco ducha en las lides de interactuar con el populacho. - Está bien Marie, iré con él si así te quedas más tranquila. - Representaba tan bien su papel que incluso llegó a creérselo, escondió la bolsita de seda con las monedas en el escote de su vestido y se convenció a sí misma de que llevaba a Debussy a su lado porque quería y no porque fuese una cobarde amedrentada por una panda de inocentes críos callejeros. - No se apure, señor Debussy, solo quiero comprar una hogaza y pronto nos marcharemos. Preséntele mis respetos a su ama. - Como si la propia Bárbara estuviera allí ordenándole a su mayordomo que fuese la escolta de Cissi.

Se notaba en su manera de andar, cerca del criado pero sin permitirse la licencia de tomarlo del brazo, que estaba bien educada pero que aún era joven y le faltaba esa astucia que da la experiencia. Había escogido un vestido poco adecuado, y todavía eran peores los zapatos. De no haber sido por la providencial intervención de Quentin ahora estaría en el suelo pisoteada por la muchedumbre, pero se comportaba como si alrededor de su persona girase el mundo y pudiera decidir detenerlo a placer. - Es curioso que alguien tan joven sea mayordomo. - Opinó cuando se hubo tranquilizado y se sintió de nuevo como dando un paseo inofensivo en busca del dichoso pan, que tantos disgustos estaba causando a todos. - En nuestra casa tenemos dos porque el primero es tan viejo que ya casi no ve. - No era difícil suponer el afecto que la muchacha le tenía al empleado de su familia por el tono tierno con el que hablaba de él. - Aunque no lo admitiría nunca, sigue repitiendo que está perfectamente mientras tropieza con todos los muebles del corredor. - Como buena noble que era confiaba alegremente intimidades como ésa al primer desconocido que encontraba siempre que éste fuese un sirviente. Estaba muy extendida la creencia común de que los criados eran como una silla más del comedor o uno de los tapices de las paredes, y se acostumbraba a hablar ante ellos como si no tuvieran oídos para captar información ni boca para repetirla. - ¡Oh! Ahí es. - Se emocionó cuando encontró el puesto que desaba, aunque después acabó pagando casi el triple de lo que valía su adquisición porque para ella unos francos más no significaban nada y de ese modo parecía hacer muy feliz a la panadera. - Ya está, ¿qué le parece? - Preguntó acunando la hogaza entre sus brazos como su fuese su bebé o el mayor triunfo de su vida. - Mi coche está allí. - No era necesario atravesar otra vez el gentío puesto que había una salida lateral que los conducía directamente a la plazoleta donde su conductor aguardaba junto a Marie, que se retorcía las manos con visible nerviosismo. - ¡Oh, señor Debussy, es usted el ángel de la misericordia! - Exageró la buena mujer llorando como una magdalena al verlos regresar de una pieza. - Por Dios Marie, no lo abrumes, le vas a mojar el traje. - Pero también ella habría llorado de puro gozo al verlo aparecer antes como su caballero de brillante armadura. Sabía que estaba por encima de esas cosas porque era de clase superior a un simple mayordomo, pero su temperamento de doncella de cuento no podría evitar soñar con él las tres noches siguientes, como mínimo. En una vida tan monótona como la de las señoritas ricas que un muchacho tan atractivo se ofreciera a salvarlas era un suceso que tenía repercusión durante meses. - Gracias otra vez. Su señora está invitada a venir a nuestra casa cuando guste, le debo este pan. Y mi vida. - Sonrió, extendiendo el brazo con la confianza de que alguien la ayudaría a subir al carruaje. Al final, como siempre, todo le había salido bien.
Erwan Sèdoux
Erwan Sèdoux
Licántropo Clase Baja
Licántropo Clase Baja

Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 11/08/2013

Volver arriba Ir abajo

Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.  Empty Re: Indiana «Cissi» Jones y el mercado maldito.

Mensaje por Contenido patrocinado


Contenido patrocinado


Volver arriba Ir abajo

Volver arriba

- Temas similares

 
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.