AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Se levanta el telón. Deja caer la razón [Crystall Van Wijs] UA +18
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Se levanta el telón. Deja caer la razón [Crystall Van Wijs] UA +18
Ni estando en la cima de Italia, los di Medici podían estar en paz. Ardía Roma, ardía una familia.
—¿De nuevo a Francia, Raimondo? —preguntaba Viola a su hijo mientras veía que los sirvientes alistaban su equipaje.
—Eso fue lo que dije. El nombre de Italia debe hacer eco en cada rincón del mundo, y eso incluye a la nación más poblada de Europa. No permitiré que quedemos arrinconados, ¿entiendes? Estás demente si piensas que cometeré los mismos errores que la antigua reina —decía tajantemente el monarca, como si estuviera enfadado sin explotar.
—No. Cometerás nuevos. —habló por lo bajo la mujer para no despertar la ira de Raimondo. No obstante, no pudo callar su mirada.
—¿Sabes que detesto que me mires así? —la encaró el italiano, entonando su voz de manera severa y fría. — Ni modo. Contigo es imposible.
Viola suspiró y miró hacia el suelo de resignación. Raimondo salió del cuarto hacia su destino sin siquiera despedirse de su progenitora. Podía ser que ella fuera su única familia, pero no compartían más que un lazo sanguíneo.
—Jamás lo dudaría. Te pareces demasiado a tu padre como para tolerarlo. Ojalá te hubieses parecido sólo un poco a tu hermana —anheló la viuda de Ottavio, evidenciando que sus esperanzas habían caído como las hojas de un árbol hasta dejarlo desnudo.
…
París no era el mejor amigo de la monarquía, no después de la caída de los Fontaine. Raimondo bien sabía que su presencia no era bienvenida entre los burgueses y los nobles socios de estos últimos, pero entendía una cosa: que los hombres, por naturaleza se inclinaban ante el poder que los pudiera beneficiar con una intensidad tan grande que sobrepasaba incluso al dinero. Después de todo, ¿qué era el dinero sino poder? Comprobaba su teoría nuevamente al ingresar al teatro de París, siendo escoltado, además de por su guardia real, por aduladores. ¿Qué si le gustaba? Oh, cómo le encantaba que fueran las personas mismas las que se encargaran de rebajarse. Le hacía pensar que no importaba por cuántas revoluciones pasara Francia o la nación que fuera ni tampoco cuántas dinastías fueran derrocadas, siempre los poderosos estarían arriba y los vulnerables abajo debido al hechizo engatusador de la potestad. Humanos… demasiado ególatras como para renunciar a su mayor vicio.
El mejor palco había sido reservado para él, uno compuesto de cuatro asientos acolchados y un par de elegantes cortinas en caso de que requiriera de cierta privacidad durante el espectáculo. Sonrió con arrogancia el monarca italiano al ingresar a su lugar acompañado de su mayordomo principal. Y pensar que hasta hacía unos años ese mismo lugar había sido ocupado por el último rey de Francia. Acarició Raimondo el borde del asiento lamiéndose la boca; el sabor de la sangre todavía caliente de una corona caída era uno de los suvenires que se llevaría de vuelta a su nación. Recordaría ese sabor a gloria desvanecida por mucho que a su madre le aterrara. No se trataba de un trono, pero se sentó sobre él como si lo fuera, admirando desde aquella altura a las personas en las plateas que aprovechaban de pavonearse antes de que empezara la obra. Raimondo ni siquiera sabía de qué se trataría el espectáculo, ya que únicamente estaba allí para hacer presencia de su nación. No sospechaba que la atracción más grande de ese día tendría como protagonistas a él mismo y a cierta muchacha de carnosos labios y mejillas risueñas.
Un plato hondo de plata cargado de bombones de chocolate se encontraba frente al rey de Italia, invitándolo a echarse a la boca al menos una de esas delicias. Con la ayuda de dos de sus blanquecinos dedos sumergió lentamente uno de los manjares en el interior de su boca, llegando a saborearlo con mayor vigor cuando distinguió entre los asientos la silueta de una dama de caminar casi furioso, pero que no dejaba de transmitir ese carácter soberbio que no despreciaba su atractivo.
—¿Quién es ella? Se me hace familiar —esa energía que desprendía el rostro de la joven era demasiado singular como para haberla visto en alguna otra mujer.
—Es Madame Bijou, majestad. Diseña lencería para damas de clase alta. Es bastante conocida en el círculo —erróneamente se refirió el servidor a una señora de edad sentada en uno de los asientos cercanos a la zagala. Hizo que Raimondo frunciera el ceño de puro fastidio.
—Ubaldo, si es tu deleite nadar en pellejos como esos, es tu problema. Yo me refiero a la fierecilla sentada a su lado. Sé que la conozco de alguna parte —recalcó para dar a entender que nadie conseguiría convencerlo de lo contrario.
—Mil perdones, Majestad. Es la señora Crystall… —informaba el mayordomo, queriendo dar todo un discurso acerca de su persona. Era su labor saber todo de todos si no quería que el amo lo castigara otra vez.
—Van Wijs, ¿verdad? —se adelantó Raimondo al recordar su nombre. Ubaldo asintió— Más te vale no equivocarte.
La había visto un par de ocasiones en sitios propios de su clase y la de él. Si bien nunca habían cruzado palabra alguna, ello no quitaba que le pareciera intrigante por la ira reprimida que salía despedida de sus pasos. La había contemplado, pero por desgracia del brazo de su esposo, Derek Van Wijs. Ese hipócrita de pacotilla no la había dejado sola ni un solo momento, impidiéndole a Raimondo todo tipo de acercamiento efectivo. Típico era de las uniones entre hermanos ser tan intensas como volátiles. Pero ahora… estaba sola. Podía darse el rey la libertad de extender sus manos hacia su persona como si de un mar devorando las costas se tratara. Y lo haría, lo había decidido con el último gramo de cacao que había descendido por su garganta. Curiosamente le había sabido más dulce de lo usual de sólo pensar en lo que estaba a punto de hacer.
—La quiero aquí, ahora —ordenó a su mayordomo sin siquiera mirarlo. Raimondo era de los que no despegaba la vista de su objetivo. — Invéntale lo que quieras. Sólo tráela aquí antes de que comience la obra.
Bajo el pretexto de saludarla o de querer compartir el mejor palco del teatro con ella, no importaba el medio, haría que entrara en su territorio; una vez que ingresara en él, estaría a su merced.
—¿De nuevo a Francia, Raimondo? —preguntaba Viola a su hijo mientras veía que los sirvientes alistaban su equipaje.
—Eso fue lo que dije. El nombre de Italia debe hacer eco en cada rincón del mundo, y eso incluye a la nación más poblada de Europa. No permitiré que quedemos arrinconados, ¿entiendes? Estás demente si piensas que cometeré los mismos errores que la antigua reina —decía tajantemente el monarca, como si estuviera enfadado sin explotar.
—No. Cometerás nuevos. —habló por lo bajo la mujer para no despertar la ira de Raimondo. No obstante, no pudo callar su mirada.
—¿Sabes que detesto que me mires así? —la encaró el italiano, entonando su voz de manera severa y fría. — Ni modo. Contigo es imposible.
Viola suspiró y miró hacia el suelo de resignación. Raimondo salió del cuarto hacia su destino sin siquiera despedirse de su progenitora. Podía ser que ella fuera su única familia, pero no compartían más que un lazo sanguíneo.
—Jamás lo dudaría. Te pareces demasiado a tu padre como para tolerarlo. Ojalá te hubieses parecido sólo un poco a tu hermana —anheló la viuda de Ottavio, evidenciando que sus esperanzas habían caído como las hojas de un árbol hasta dejarlo desnudo.
…
París no era el mejor amigo de la monarquía, no después de la caída de los Fontaine. Raimondo bien sabía que su presencia no era bienvenida entre los burgueses y los nobles socios de estos últimos, pero entendía una cosa: que los hombres, por naturaleza se inclinaban ante el poder que los pudiera beneficiar con una intensidad tan grande que sobrepasaba incluso al dinero. Después de todo, ¿qué era el dinero sino poder? Comprobaba su teoría nuevamente al ingresar al teatro de París, siendo escoltado, además de por su guardia real, por aduladores. ¿Qué si le gustaba? Oh, cómo le encantaba que fueran las personas mismas las que se encargaran de rebajarse. Le hacía pensar que no importaba por cuántas revoluciones pasara Francia o la nación que fuera ni tampoco cuántas dinastías fueran derrocadas, siempre los poderosos estarían arriba y los vulnerables abajo debido al hechizo engatusador de la potestad. Humanos… demasiado ególatras como para renunciar a su mayor vicio.
El mejor palco había sido reservado para él, uno compuesto de cuatro asientos acolchados y un par de elegantes cortinas en caso de que requiriera de cierta privacidad durante el espectáculo. Sonrió con arrogancia el monarca italiano al ingresar a su lugar acompañado de su mayordomo principal. Y pensar que hasta hacía unos años ese mismo lugar había sido ocupado por el último rey de Francia. Acarició Raimondo el borde del asiento lamiéndose la boca; el sabor de la sangre todavía caliente de una corona caída era uno de los suvenires que se llevaría de vuelta a su nación. Recordaría ese sabor a gloria desvanecida por mucho que a su madre le aterrara. No se trataba de un trono, pero se sentó sobre él como si lo fuera, admirando desde aquella altura a las personas en las plateas que aprovechaban de pavonearse antes de que empezara la obra. Raimondo ni siquiera sabía de qué se trataría el espectáculo, ya que únicamente estaba allí para hacer presencia de su nación. No sospechaba que la atracción más grande de ese día tendría como protagonistas a él mismo y a cierta muchacha de carnosos labios y mejillas risueñas.
Un plato hondo de plata cargado de bombones de chocolate se encontraba frente al rey de Italia, invitándolo a echarse a la boca al menos una de esas delicias. Con la ayuda de dos de sus blanquecinos dedos sumergió lentamente uno de los manjares en el interior de su boca, llegando a saborearlo con mayor vigor cuando distinguió entre los asientos la silueta de una dama de caminar casi furioso, pero que no dejaba de transmitir ese carácter soberbio que no despreciaba su atractivo.
—¿Quién es ella? Se me hace familiar —esa energía que desprendía el rostro de la joven era demasiado singular como para haberla visto en alguna otra mujer.
—Es Madame Bijou, majestad. Diseña lencería para damas de clase alta. Es bastante conocida en el círculo —erróneamente se refirió el servidor a una señora de edad sentada en uno de los asientos cercanos a la zagala. Hizo que Raimondo frunciera el ceño de puro fastidio.
—Ubaldo, si es tu deleite nadar en pellejos como esos, es tu problema. Yo me refiero a la fierecilla sentada a su lado. Sé que la conozco de alguna parte —recalcó para dar a entender que nadie conseguiría convencerlo de lo contrario.
—Mil perdones, Majestad. Es la señora Crystall… —informaba el mayordomo, queriendo dar todo un discurso acerca de su persona. Era su labor saber todo de todos si no quería que el amo lo castigara otra vez.
—Van Wijs, ¿verdad? —se adelantó Raimondo al recordar su nombre. Ubaldo asintió— Más te vale no equivocarte.
La había visto un par de ocasiones en sitios propios de su clase y la de él. Si bien nunca habían cruzado palabra alguna, ello no quitaba que le pareciera intrigante por la ira reprimida que salía despedida de sus pasos. La había contemplado, pero por desgracia del brazo de su esposo, Derek Van Wijs. Ese hipócrita de pacotilla no la había dejado sola ni un solo momento, impidiéndole a Raimondo todo tipo de acercamiento efectivo. Típico era de las uniones entre hermanos ser tan intensas como volátiles. Pero ahora… estaba sola. Podía darse el rey la libertad de extender sus manos hacia su persona como si de un mar devorando las costas se tratara. Y lo haría, lo había decidido con el último gramo de cacao que había descendido por su garganta. Curiosamente le había sabido más dulce de lo usual de sólo pensar en lo que estaba a punto de hacer.
—La quiero aquí, ahora —ordenó a su mayordomo sin siquiera mirarlo. Raimondo era de los que no despegaba la vista de su objetivo. — Invéntale lo que quieras. Sólo tráela aquí antes de que comience la obra.
Bajo el pretexto de saludarla o de querer compartir el mejor palco del teatro con ella, no importaba el medio, haría que entrara en su territorio; una vez que ingresara en él, estaría a su merced.
Última edición por Raimondo di Medici el Dom Feb 09, 2014 11:59 am, editado 1 vez
Raimondo di Medici- Humano Clase Alta
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Re: Se levanta el telón. Deja caer la razón [Crystall Van Wijs] UA +18
Invierno en París, finales del año, un mes después de la muerte de Derek...
Crystall no había comprado el boleto más costoso ni el más económico. Estaba dolida, no sólo por la muerte de su hermano, sino también porque Dalma se haya declinado en favor de Benelope Van Dussel, la vampireza idéntica a ella y que afirmó ser no sólo la esposa legitima de Violante, sino también la madre de los Van Wijs. Todo había salido mal con el príncipe de los Países Bajos, Crystall lo había perdido todo, la alianza se había disuelto, Killer Bee había abandonado la inquisición luego de ser una vampireza y Chiara había arreglado su situación con Ruggero, todos los que alguna vez la trataron tenían estabilidad y atisbos de felicidad, pero no ella, no Crystall que cerró la librería y quemó los libros que quizás más adelante necesitaría y aunque estaba segura de que se arrepentiría por asesinar semejante conocimiento. La desesperación a causa de la muerte de su hermano cegaron su razón.
Entonces estaba ahí, sentada en una butaca que a penas un año atrás había ocupado. Aquella noche el hombre que arriba del escenario deleitaba a los espectadores con asombrosos trucos de magia era Derek, su hermano que llamaba a la muerte en cada descabellado truco y que sin saberlo la llamó a ella, a Crystall. Se habían reencontrado después de varios años en una redada que atentó con la vida de quien fuera más adelante su esposo, su amante...
Crystall estaba furiosa, se sentía impotente de haber perdido frente a una bruja que poseía sus mismos poderes, por ser traicionada por Dalma y... es renundente continuar con la lista, pero lo destacable era que ya no veía fantasmas, no porque hubiera perdido sus poderes, sino era porque ya no le importaba en lo más mínimo su entorno, o al menos eso creía.
Las luces aún estaban encendidas lo que significaba que la función demoraría un poco más, aún no anunciaban la primera llamada por lo tanto ella divagaba, se torturaba. Entonces apareció un hombre vestido de gala junto a ella, un hombre que le dirigió la palabra con mucho respeto. -Señora Van Wijs- pensó luego de que así le llamara y ella no sintió que el apellido le correspondiera por qué su padre lo hostentara, sino porque también le pertenecía a Derek, para ella no era su apellido sino la adopción luego de casarse, lo que era totalmente ridiculo.
—Mejor vayase...— balbuceó en su lengua natal, el holandes. Estaba cansada de París y su lengua, pero el hommbre continuaba hablando. -¿Un rey?- pensó con un poco de interés, -el rey de Italia, Raimondo di Medici- ella comenzaba a mostrar interés, recordó un baile donde aquella celebridad había asistido, un baile que compartió con Derek, el recuerdo la hizo suspirar y se preguntó, -¿qué es lo que querra el rey?- dijo y miró al que sopeso era su mayordomo.
—Muy bien, lléveme entonces— dijo ahora en francés y levántandose siguió al hombre, el camino al destino no fue largo, transitaron por dos pasillos y subieron unas escaleras. Y cuando finalmente vieron a espaldas el balcón Crystall mostró una ligera expresión de asombro, desconocía absolutamente la historia del balcón si es que existía algo, la verdad era que nunca había estado en un balcón y la compañía de realeza más notoria fue el príncipe de los Países Bajos, era por eso que llegar hasta un rey y que éste haya pedido que lo acompañase hacía que su corazón estuviera sobre saltado por cada paso que acortaba la distancia entre ella y Raimondo.
El hombre que la llevara ante el la anunció, Crystall no recordaba el rostro del rey y su corazón latia con más intensidad al momento en el que el rostro del rey la miraba con detalle. La bruja se sintió desnuda a los ojos del él pese a llevar su victoriano vestido color Jade. Las piernas le temblaron y le costó trabajo respirar, acarició el dedo anular izquierdo que ya no llevaba la alianza, que había perdido la misma silueta del anillo que hostentó orgullosa, que decía a otros que era una mujer casada. Crystall tomó su falda de lado a lado con sus delicadas manos e hizo una caravana cruzando sus piernas debajo de su vestido. —Buenas noches su majestad... estoy perpleja al ser invitada por usted a acompañarlo esta noche— se calló, su lengua no le permitía decir más.
Crystall no había comprado el boleto más costoso ni el más económico. Estaba dolida, no sólo por la muerte de su hermano, sino también porque Dalma se haya declinado en favor de Benelope Van Dussel, la vampireza idéntica a ella y que afirmó ser no sólo la esposa legitima de Violante, sino también la madre de los Van Wijs. Todo había salido mal con el príncipe de los Países Bajos, Crystall lo había perdido todo, la alianza se había disuelto, Killer Bee había abandonado la inquisición luego de ser una vampireza y Chiara había arreglado su situación con Ruggero, todos los que alguna vez la trataron tenían estabilidad y atisbos de felicidad, pero no ella, no Crystall que cerró la librería y quemó los libros que quizás más adelante necesitaría y aunque estaba segura de que se arrepentiría por asesinar semejante conocimiento. La desesperación a causa de la muerte de su hermano cegaron su razón.
Entonces estaba ahí, sentada en una butaca que a penas un año atrás había ocupado. Aquella noche el hombre que arriba del escenario deleitaba a los espectadores con asombrosos trucos de magia era Derek, su hermano que llamaba a la muerte en cada descabellado truco y que sin saberlo la llamó a ella, a Crystall. Se habían reencontrado después de varios años en una redada que atentó con la vida de quien fuera más adelante su esposo, su amante...
Crystall estaba furiosa, se sentía impotente de haber perdido frente a una bruja que poseía sus mismos poderes, por ser traicionada por Dalma y... es renundente continuar con la lista, pero lo destacable era que ya no veía fantasmas, no porque hubiera perdido sus poderes, sino era porque ya no le importaba en lo más mínimo su entorno, o al menos eso creía.
Las luces aún estaban encendidas lo que significaba que la función demoraría un poco más, aún no anunciaban la primera llamada por lo tanto ella divagaba, se torturaba. Entonces apareció un hombre vestido de gala junto a ella, un hombre que le dirigió la palabra con mucho respeto. -Señora Van Wijs- pensó luego de que así le llamara y ella no sintió que el apellido le correspondiera por qué su padre lo hostentara, sino porque también le pertenecía a Derek, para ella no era su apellido sino la adopción luego de casarse, lo que era totalmente ridiculo.
—Mejor vayase...— balbuceó en su lengua natal, el holandes. Estaba cansada de París y su lengua, pero el hommbre continuaba hablando. -¿Un rey?- pensó con un poco de interés, -el rey de Italia, Raimondo di Medici- ella comenzaba a mostrar interés, recordó un baile donde aquella celebridad había asistido, un baile que compartió con Derek, el recuerdo la hizo suspirar y se preguntó, -¿qué es lo que querra el rey?- dijo y miró al que sopeso era su mayordomo.
—Muy bien, lléveme entonces— dijo ahora en francés y levántandose siguió al hombre, el camino al destino no fue largo, transitaron por dos pasillos y subieron unas escaleras. Y cuando finalmente vieron a espaldas el balcón Crystall mostró una ligera expresión de asombro, desconocía absolutamente la historia del balcón si es que existía algo, la verdad era que nunca había estado en un balcón y la compañía de realeza más notoria fue el príncipe de los Países Bajos, era por eso que llegar hasta un rey y que éste haya pedido que lo acompañase hacía que su corazón estuviera sobre saltado por cada paso que acortaba la distancia entre ella y Raimondo.
El hombre que la llevara ante el la anunció, Crystall no recordaba el rostro del rey y su corazón latia con más intensidad al momento en el que el rostro del rey la miraba con detalle. La bruja se sintió desnuda a los ojos del él pese a llevar su victoriano vestido color Jade. Las piernas le temblaron y le costó trabajo respirar, acarició el dedo anular izquierdo que ya no llevaba la alianza, que había perdido la misma silueta del anillo que hostentó orgullosa, que decía a otros que era una mujer casada. Crystall tomó su falda de lado a lado con sus delicadas manos e hizo una caravana cruzando sus piernas debajo de su vestido. —Buenas noches su majestad... estoy perpleja al ser invitada por usted a acompañarlo esta noche— se calló, su lengua no le permitía decir más.
Crystall Van Wijs- Hechicero Clase Alta
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Re: Se levanta el telón. Deja caer la razón [Crystall Van Wijs] UA +18
De pronto, la obra a apreciar ya no era importante, había pasado su momento de gloria; en efecto, nunca le había interesado ver a un grupo de llorones en la tarima creyéndose sus propios libretos como mentecatos que no tenían nada mejor que hacer con su patética existencia, pero así y todo se preocupaba de mantener las relaciones diplomáticas tan fuertes como podía, sobretodo con su primo Valentino acaparando aliados para Rusia. Pero ya estaba ahí sentado, ya había hecho presencia en el teatro fingiendo, como todas las figuras públicas, que no era el fatal sanguinario que era, sino un empático gobernante extranjero en búsqueda de las generosidades de Francia.
Pero al contemplar la figura de Crystall en su totalidad, de pies a cabeza y deteniéndose en su mirada, se dio cuenta de que ella sabía perfectamente quién era él, tal vez no de las escandalosas celebraciones que él llevaba en su palacio, pero esas banalidades eran lo de menos; podía ser que ella percibiera que la esencia de su alma hacía tiempo se había teñido de un negro bestial. Raimondo se sonrió satisfecho con la mujer que había elegido; se divertiría con ella en más de un sentido, y ojalá fueran los más posibles. Se encargaría de ello. Nada se movía sin que él lo ordenase. Y en ese momento, el palco era una provincia más para subyugar bajo su mano, y todo lo que a él ingresara.
—Te tengo —se lamió el labio inferior con ese pensamiento, ahogándose en su propia soberbia— Oh, señora Van Wijs —pronunció lentamente el “señora”; había algo delicioso en las mujeres que ya habían sido desposadas, como la sensación de estar tomando lo de otro— ¿por qué no habría de hacerlo? Tantas ocasiones nos habremos visto por ahí y no tratado directamente. Sería un desconsiderado si no la mandara a llamar para disfrutar del espectáculo desde una posición más… cómoda —alzó una ceja a tiempo que acarició el cojín del asiento a su lado, invitando a su presa a ser parte del juego.— Venid, no queremos perdernos detalle alguno.
Y no lo perderían. Era más, serían ellos mismos los protagonistas de la historia, una que se viviría de manera fugaz, escandalosa e inmoral en aquel espacio exclusivo del teatro. Mentalmente, Raimondo ya estaba vislumbrándose a sí mismo recorrer el cuerpo de Crystall, pasando por donde otro lo había hecho para borrar sus marcas y plasmar las de él. Pero toda gran edificación comenzaba con un solo y aparentemente inútil ladrillo, incluso cuando se trataba de las acciones del monarca, esas cargadas de impulsividad. La verdad era que el italiano se encontraba tan impaciente de desatar el infierno como un huracán de extender su mano ventosa sobre los mortales, pero esta vez quería que su amante disfrutara, que arqueara su espalda buscando la luz, que arañara los costados de su torso buscando contactos más íntimos, quería que le diera todo de sí por voluntad propia. Y lo que Raimondo quería, obtenía. No podía ser de otra forma.
El presentador había salido de entre medio de las cortinas a dar la bienvenida, como el lame botas pagado que era, a las autoridades y personas ilustres presentes para que gozaran con ese baile incesante de luces, actores y músicos alimenta-espíritus. Pobres intelectuales; estaban tan enamorados de sus versos, leyendas y utopías que habían perdido la noción de la realidad.
—¿Usted les cree? —preguntó de la nada sin dejar de ver al payaso en la tarima. Cuando no recibió respuesta, se volteó hacia Crystall con una sonrisa torcida un tanto macabra— A los que vienen a pavonearse por supuesto amor al arte. ¿Cree que han venido por eso… o que yo lo he hecho?
Difícil era saber qué estaba pasando por esos ojos nocturnos, ensombrecidos por haber llevado a cabo todas las cosas que destruían a los hombres, pero Raimondo confiaba en que aquel no fuera el caso para quien había cometido incesto con su hermano. Su consejo decía que tenía buenos instintos, y éstos le decían que no era el único con ellos sentado en un cojín elegante. Había algo, una energía que emanaba de la mirada verdosa de Crystall que no lograba explicar. ¿Vampira? No; no se parecía nada a los que había conocido. Se mofó el monarca de sí mismo en una sutil risa al mismo tiempo que tomó entre dos de sus dedos un bombón de chocolate de la fuente de plata; ¿era importante conocer su especie a priori? No; después de todo, él se encargaría de descubrirlo de la manera más cercana posible.
Los primeros bailarines, junto con las coristas, ya habían salido a escena para entonar la introducción. Les seguían dos actores más que ni siquiera habían sido planeados para integrar la función, pero ahí estaban, robándoles la atención de la audiencia.
—¿Cree que la razón por la que acudió a mí es la misma por la que hice que viniera? —dijo esta vez acercando la golosina a los labios de la bruja. Quería que memorizara el sabor del cacao para que después, comparando con su encuentro, revelara qué le había parecido más dulce— Contadme qué le dicen sus instintos, Crys-tall. Además de la obviedad de su belleza, sé que dentro suyo es igual de perspicaz. La escucho.
Pero al contemplar la figura de Crystall en su totalidad, de pies a cabeza y deteniéndose en su mirada, se dio cuenta de que ella sabía perfectamente quién era él, tal vez no de las escandalosas celebraciones que él llevaba en su palacio, pero esas banalidades eran lo de menos; podía ser que ella percibiera que la esencia de su alma hacía tiempo se había teñido de un negro bestial. Raimondo se sonrió satisfecho con la mujer que había elegido; se divertiría con ella en más de un sentido, y ojalá fueran los más posibles. Se encargaría de ello. Nada se movía sin que él lo ordenase. Y en ese momento, el palco era una provincia más para subyugar bajo su mano, y todo lo que a él ingresara.
—Te tengo —se lamió el labio inferior con ese pensamiento, ahogándose en su propia soberbia— Oh, señora Van Wijs —pronunció lentamente el “señora”; había algo delicioso en las mujeres que ya habían sido desposadas, como la sensación de estar tomando lo de otro— ¿por qué no habría de hacerlo? Tantas ocasiones nos habremos visto por ahí y no tratado directamente. Sería un desconsiderado si no la mandara a llamar para disfrutar del espectáculo desde una posición más… cómoda —alzó una ceja a tiempo que acarició el cojín del asiento a su lado, invitando a su presa a ser parte del juego.— Venid, no queremos perdernos detalle alguno.
Y no lo perderían. Era más, serían ellos mismos los protagonistas de la historia, una que se viviría de manera fugaz, escandalosa e inmoral en aquel espacio exclusivo del teatro. Mentalmente, Raimondo ya estaba vislumbrándose a sí mismo recorrer el cuerpo de Crystall, pasando por donde otro lo había hecho para borrar sus marcas y plasmar las de él. Pero toda gran edificación comenzaba con un solo y aparentemente inútil ladrillo, incluso cuando se trataba de las acciones del monarca, esas cargadas de impulsividad. La verdad era que el italiano se encontraba tan impaciente de desatar el infierno como un huracán de extender su mano ventosa sobre los mortales, pero esta vez quería que su amante disfrutara, que arqueara su espalda buscando la luz, que arañara los costados de su torso buscando contactos más íntimos, quería que le diera todo de sí por voluntad propia. Y lo que Raimondo quería, obtenía. No podía ser de otra forma.
El presentador había salido de entre medio de las cortinas a dar la bienvenida, como el lame botas pagado que era, a las autoridades y personas ilustres presentes para que gozaran con ese baile incesante de luces, actores y músicos alimenta-espíritus. Pobres intelectuales; estaban tan enamorados de sus versos, leyendas y utopías que habían perdido la noción de la realidad.
—¿Usted les cree? —preguntó de la nada sin dejar de ver al payaso en la tarima. Cuando no recibió respuesta, se volteó hacia Crystall con una sonrisa torcida un tanto macabra— A los que vienen a pavonearse por supuesto amor al arte. ¿Cree que han venido por eso… o que yo lo he hecho?
Difícil era saber qué estaba pasando por esos ojos nocturnos, ensombrecidos por haber llevado a cabo todas las cosas que destruían a los hombres, pero Raimondo confiaba en que aquel no fuera el caso para quien había cometido incesto con su hermano. Su consejo decía que tenía buenos instintos, y éstos le decían que no era el único con ellos sentado en un cojín elegante. Había algo, una energía que emanaba de la mirada verdosa de Crystall que no lograba explicar. ¿Vampira? No; no se parecía nada a los que había conocido. Se mofó el monarca de sí mismo en una sutil risa al mismo tiempo que tomó entre dos de sus dedos un bombón de chocolate de la fuente de plata; ¿era importante conocer su especie a priori? No; después de todo, él se encargaría de descubrirlo de la manera más cercana posible.
Los primeros bailarines, junto con las coristas, ya habían salido a escena para entonar la introducción. Les seguían dos actores más que ni siquiera habían sido planeados para integrar la función, pero ahí estaban, robándoles la atención de la audiencia.
—¿Cree que la razón por la que acudió a mí es la misma por la que hice que viniera? —dijo esta vez acercando la golosina a los labios de la bruja. Quería que memorizara el sabor del cacao para que después, comparando con su encuentro, revelara qué le había parecido más dulce— Contadme qué le dicen sus instintos, Crys-tall. Además de la obviedad de su belleza, sé que dentro suyo es igual de perspicaz. La escucho.
Raimondo di Medici- Humano Clase Alta
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Re: Se levanta el telón. Deja caer la razón [Crystall Van Wijs] UA +18
Se sentó cuando se lo indicó, el rey mantenía un semblante que bien pudo definir la bruja. Pero tan sólo el semblante, por más que deseara ir más allá le era imposible, desde el encuentro con Hadewish la invocación de las almas se había vuelto casi nula, le era difícil entrar al plano espiritual y observar a los espíritus vagar en el mundo terrenal. Por eso, se limitó a ver lo que sus ojos mortales le mostraban en el rey. No lo veía con fascinación, pero si con sorpresa e intriga. Crystall era diferente a muchas otras mujeres que se hubieran sentido realizadas al estar frente a un rey y eso era porque el alma de Crystall estaba destruida y sus intenciones de estar junto a él era despertar a esa enérgica mujer que llevaba a dentro.
Crystall comió el bombón que él le ofreciera y le pareció sumamente delicioso, nunca antes había probado el chocolate y aunque las cosas nuevas siempre le gustaban el sabor que él le había ofrecido simplemente era majestuoso, mas no quiso demostrar la caricia del dulce sobre ella.
—Creo que muchos de los presentes tienen otras intensiones, como usted y como yo, también creo que la razón por la que me mandó la cortes invitación de acompañarle es distinta a la que me hizo venir a usted y que estaba completamente seguro de que vendría, no porque fuera el rey sino porque usted sabe algo de mí, algo que le da una ventaja sobre mí... pero me pregunto ¿sabrá abordarme para conseguir lo que usted quiere? Su majestad— dijo al tiempo que mantenía su mirada al espectáculo y cruzaba sus piernas por debajo de su vestido color jade.
—Quizás uno de mis defectos es perder con demasiada prontitud el respeto al hablar con otros, me refiero claro está, a tutearlos sean reyes o desdichados hombres que no conocen lo que es el calor de un hogar. Espero que entonces no te moleste, después de todo, ¿tu intensiones no encaminarán nuestro dialogo tarde o temprano por ese sendero? No soy una falsa ¿sabe? A diferencia de este espectáculo— dijo mirándolo a los ojos y extendiendo su mano para señalar el escenario, —que pretende entretener a otros por lo que llama una farsa, prefiero que me conozcan como soy, que hablen de mi hospitalidad como de la confianza que transmito, que hablen de mis modales que son absolutamente naturales, tanto los buenos como los que la sociedad con sus reglas que tan sólo censuran tachan de malas; tu lo sabes, por eso te hablo así, porque te diviertes más atentando y violando las reglas de la sociedad que siguiéndolas y serías un cínico si te ofendieras con mis palabras lo que también y como sabes perderías terreno frente a mí— continuó y tomó un bombón de su bandeja, lo llevó a lo que se convirtieron en sensuales labios y los delineó, para después comer el bombón.
Crystall le sonrió divertida y con su lengua delineó lentamente sus labios hasta quitarse todo el chocolate, —lo mejor de una velada es entregarse a lo inesperado... y ¿sabes? Disfrutaré esta noche... Pero he hablado demasiado, di sus razones de porque pudo haberme invitado... ¿por qué estoy yo aquí, junto a ti degustando de tan exquisitos dulces cuando realmente no tenía idea de lo que me encontraría?—— dijo coquetamente tomando otro bombón.
Lo contempló, su semblante poco había cambiado y aunque al parecer ella no representaría un reto para el objetivo del rey, ella le haría ver que sí lo era. Tan sólo tenía que dejar que la velada transcurriera, tenía medía función para descubrirlo y ella para intentar recobrar eso que había perdido.
Crystall comió el bombón que él le ofreciera y le pareció sumamente delicioso, nunca antes había probado el chocolate y aunque las cosas nuevas siempre le gustaban el sabor que él le había ofrecido simplemente era majestuoso, mas no quiso demostrar la caricia del dulce sobre ella.
—Creo que muchos de los presentes tienen otras intensiones, como usted y como yo, también creo que la razón por la que me mandó la cortes invitación de acompañarle es distinta a la que me hizo venir a usted y que estaba completamente seguro de que vendría, no porque fuera el rey sino porque usted sabe algo de mí, algo que le da una ventaja sobre mí... pero me pregunto ¿sabrá abordarme para conseguir lo que usted quiere? Su majestad— dijo al tiempo que mantenía su mirada al espectáculo y cruzaba sus piernas por debajo de su vestido color jade.
—Quizás uno de mis defectos es perder con demasiada prontitud el respeto al hablar con otros, me refiero claro está, a tutearlos sean reyes o desdichados hombres que no conocen lo que es el calor de un hogar. Espero que entonces no te moleste, después de todo, ¿tu intensiones no encaminarán nuestro dialogo tarde o temprano por ese sendero? No soy una falsa ¿sabe? A diferencia de este espectáculo— dijo mirándolo a los ojos y extendiendo su mano para señalar el escenario, —que pretende entretener a otros por lo que llama una farsa, prefiero que me conozcan como soy, que hablen de mi hospitalidad como de la confianza que transmito, que hablen de mis modales que son absolutamente naturales, tanto los buenos como los que la sociedad con sus reglas que tan sólo censuran tachan de malas; tu lo sabes, por eso te hablo así, porque te diviertes más atentando y violando las reglas de la sociedad que siguiéndolas y serías un cínico si te ofendieras con mis palabras lo que también y como sabes perderías terreno frente a mí— continuó y tomó un bombón de su bandeja, lo llevó a lo que se convirtieron en sensuales labios y los delineó, para después comer el bombón.
Crystall le sonrió divertida y con su lengua delineó lentamente sus labios hasta quitarse todo el chocolate, —lo mejor de una velada es entregarse a lo inesperado... y ¿sabes? Disfrutaré esta noche... Pero he hablado demasiado, di sus razones de porque pudo haberme invitado... ¿por qué estoy yo aquí, junto a ti degustando de tan exquisitos dulces cuando realmente no tenía idea de lo que me encontraría?—— dijo coquetamente tomando otro bombón.
Lo contempló, su semblante poco había cambiado y aunque al parecer ella no representaría un reto para el objetivo del rey, ella le haría ver que sí lo era. Tan sólo tenía que dejar que la velada transcurriera, tenía medía función para descubrirlo y ella para intentar recobrar eso que había perdido.
Crystall Van Wijs- Hechicero Clase Alta
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Re: Se levanta el telón. Deja caer la razón [Crystall Van Wijs] UA +18
Había un placer extraño y adictivo en tomar aquello prohibido. Crystall parecía saber perfectamente quién era y de la manera en que Raimondo la miraba; le divertía, jugaba con ello con intenciones de dejar en claro que era una experta en lo que hacía. Lo demostraba con esos ojos desafiantes y el coqueto cruce de piernas que una señora de bien jamás hubiera osado efectuar a solas junto a un hombre en solitario. El rey se sonreía, satisfecho consigo mismo por la decisión de esa velada, pero también muy oscuro. Domaría a esa fierecilla que se creía con la confianza suficiente como para dirigirse a él de esa manera, pero lo haría tomando todo de ella. Empezando por su cuerpo se apoderaría de su mente; ésa era su voluntad.
Siguió con la mirada el sensual movimiento de los labios de Crystall, saldando el pacto tácito que había surgido con su aceptación. Enarcó una de sus cejas ante la obra que había decidido montar en aquel palco.
—Has de tener mucha confianza para desafiarme, mujer. O sólo petulancia. En otra ocasión, te hubiera arrancado la lengua a pedazos —como si nada, desplazó una de sus manos pausadamente hacia el muslo interior de la fémina que se encontraba más cercano a él. Era un desperdicio que ese revoltijo de vuelos hiciera de barrera para su vista. Suerte para él no era así con su tacto— Pero has tocado mi curiosidad lo suficiente como para querer probar por mí mismo qué tan arisca es esa lengua de serpiente que tienes allí, insolente.
Bastó una señal de su mano para el perro preferido del italiano supiera exactamente qué hacer. Mientras el rey se complacía explorando las enaguas de la irreverente, el asistente bajaba las cortinas de la estancia, permitiendo que ellos vieran hacia fuera, pero no al revés. Era perfecto, excitante. Una vez finalizada su labor, los dejó a ambos a solas.
Sin delicadeza alguna, Raimondo levantó las capas que cubrían las piernas de quien —él ignoraba— era una bruja, consiguiendo pleno acceso al revelador camino de sus ancas recubiertas de finas telas que apenas lo separaban a él de sentir su calor. Él era todo menos paciente, así que apartó con brusquedad las medias, haciéndolas crujir al dividirse. Atrajo una de las piernas de la hechicera hacia su boca, besando posesivamente la rodilla expuesta ante sus labios. Glorioso.
—Qué bien escondidas las tenías. —se relamió la boca, sintiendo el gusto de sus extremidades— Eres un gatito de grandes colmillos afilados, ¿no? —se mofó en voz alta, luego deslizó su mirada inquisidora hacia más allá de la piel expuesta.— Pero no te fíes de la generosidad de mi invitación, que sólo sigo mis propias reglas. Y ellas dicen que si quiero tenerte, otra opción no tiene lugar. Por eso estás aquí, porque quiero tocarte completa. Esta vez, ser tú la mordida, podría causarte un intenso placer, mi desvergonzada señora. —Él agregó la última palabra con ferocidad sensual reflejada en sus ojos .
Fue cuando Raimondo hizo uso de su título como señor y dueño y tomó a Crystall súbitamente de las caderas para sentarla sobre su regazo, de espaldas a él, para reposar su aliento lujurioso sobre los hombros de la hembra. El sanguinario inhaló el aroma de su presa, notando cómo la sangre hacía su camino salvaje hacia su entrepierna. La expresión en el rostro del monarca era de insaciabilidad y empoderamiento; ella estaba en sus manos.
—Una adversaria feroz hace que un enfrentamiento sea más que sugestivo. Quiero que con esa misma barbarie, a pesar de que no te vean, escuchen tus gritos de placer incluso detrás de bambalinas. ¿Me has oído? —Devastadoramente sonrió; el animal había devorado al hombre. No pudo ahogar sus deseos cuando una oleada de dominio se apoderó de su mente, provocándolo a propinarle a Crystall una sonora y fuerte nalgada para reafirmar su poder. La erección de él ya era notoria bajo las sedas que los cubrían y la rozaba.— Más te vale, a menos que quieras que sea el doble de rudo contigo.
Entonces guió dos de sus dedos al centro de la intimidad de su trofeo, presionando con sutileza la calidez que desprendía. Le hizo una última exhortación; el tono de su voz ya oscilaba por lo bajo, gutural.
—Os advierto. No pararé hasta quedar satisfecho.
Siguió con la mirada el sensual movimiento de los labios de Crystall, saldando el pacto tácito que había surgido con su aceptación. Enarcó una de sus cejas ante la obra que había decidido montar en aquel palco.
—Has de tener mucha confianza para desafiarme, mujer. O sólo petulancia. En otra ocasión, te hubiera arrancado la lengua a pedazos —como si nada, desplazó una de sus manos pausadamente hacia el muslo interior de la fémina que se encontraba más cercano a él. Era un desperdicio que ese revoltijo de vuelos hiciera de barrera para su vista. Suerte para él no era así con su tacto— Pero has tocado mi curiosidad lo suficiente como para querer probar por mí mismo qué tan arisca es esa lengua de serpiente que tienes allí, insolente.
Bastó una señal de su mano para el perro preferido del italiano supiera exactamente qué hacer. Mientras el rey se complacía explorando las enaguas de la irreverente, el asistente bajaba las cortinas de la estancia, permitiendo que ellos vieran hacia fuera, pero no al revés. Era perfecto, excitante. Una vez finalizada su labor, los dejó a ambos a solas.
Sin delicadeza alguna, Raimondo levantó las capas que cubrían las piernas de quien —él ignoraba— era una bruja, consiguiendo pleno acceso al revelador camino de sus ancas recubiertas de finas telas que apenas lo separaban a él de sentir su calor. Él era todo menos paciente, así que apartó con brusquedad las medias, haciéndolas crujir al dividirse. Atrajo una de las piernas de la hechicera hacia su boca, besando posesivamente la rodilla expuesta ante sus labios. Glorioso.
—Qué bien escondidas las tenías. —se relamió la boca, sintiendo el gusto de sus extremidades— Eres un gatito de grandes colmillos afilados, ¿no? —se mofó en voz alta, luego deslizó su mirada inquisidora hacia más allá de la piel expuesta.— Pero no te fíes de la generosidad de mi invitación, que sólo sigo mis propias reglas. Y ellas dicen que si quiero tenerte, otra opción no tiene lugar. Por eso estás aquí, porque quiero tocarte completa. Esta vez, ser tú la mordida, podría causarte un intenso placer, mi desvergonzada señora. —Él agregó la última palabra con ferocidad sensual reflejada en sus ojos .
Fue cuando Raimondo hizo uso de su título como señor y dueño y tomó a Crystall súbitamente de las caderas para sentarla sobre su regazo, de espaldas a él, para reposar su aliento lujurioso sobre los hombros de la hembra. El sanguinario inhaló el aroma de su presa, notando cómo la sangre hacía su camino salvaje hacia su entrepierna. La expresión en el rostro del monarca era de insaciabilidad y empoderamiento; ella estaba en sus manos.
—Una adversaria feroz hace que un enfrentamiento sea más que sugestivo. Quiero que con esa misma barbarie, a pesar de que no te vean, escuchen tus gritos de placer incluso detrás de bambalinas. ¿Me has oído? —Devastadoramente sonrió; el animal había devorado al hombre. No pudo ahogar sus deseos cuando una oleada de dominio se apoderó de su mente, provocándolo a propinarle a Crystall una sonora y fuerte nalgada para reafirmar su poder. La erección de él ya era notoria bajo las sedas que los cubrían y la rozaba.— Más te vale, a menos que quieras que sea el doble de rudo contigo.
Entonces guió dos de sus dedos al centro de la intimidad de su trofeo, presionando con sutileza la calidez que desprendía. Le hizo una última exhortación; el tono de su voz ya oscilaba por lo bajo, gutural.
—Os advierto. No pararé hasta quedar satisfecho.
Raimondo di Medici- Humano Clase Alta
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 20/08/2013
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Re: Se levanta el telón. Deja caer la razón [Crystall Van Wijs] UA +18
Soltó una risa burlona ante el ímpetu del rey, algo que esperaba de un personaje como él. Se dejó manipular por las incontrolable manos del hombre y sentada sobre las piernas de eel volvió a reír, no en tono de burla, sino de provocación. —¿El rey quiere que finja mis gemidos para complacerlo?— le divirtió el pedido y la fuerte nalgada le excitó, supo que esa noche sería diferente a las demás, que lo gozaría estaba completamente segura que el rey por mucho que lo creyera no podía ser más violento que ella misma. —Como ordene su majestad— se apresuró a decir mordiéndose los labios.
Sentir sus dedos en su zona erogena le hicieron gemir irremediablemente y tal como el rey quería no se censuró en lo más mínimo, aunque no escandalizó como lo haría una vez la estuviera penetrado salvajemente como presuntuosamente parecía serlo. Los ojos de la bruja se cerraron y cuando los abrió se eencontraba entre el plano espiritual y terrenal, al fin desde el encuentro con Hadewish podía ver a los fantasmas y las almas en pena, entonces sintió deseos de ver quién rodeaba al rey y si éste era un simple humano o un sobrenatural.
Quiso girarse pero por la forma en el que el rey la tenía le era muy difícil hacerlo, así que lo que hizo fue llevar sus manos hacía atrás hasta anclarse en su nuca y echar su cabeza hacía atrás sin perder su sonrisa ni dejar de gemir. Dejándose llevar por Raimondo ella misma movió sus caderas para estimular el miembro del rey, lo percibía debajo de sus nalgas, o al menos el bulto en su pantalón, —entre nosotros la ropa nos estorba su majestdad... permita que atienda su apetito— dijo mordiéndose el labio y se zafó de las manos opresoras. Crystall se dio media vuelta y se arrodilló frente al rey, se apresuró a desabotonar su pantalón y liberó el miembro de la prisión que lo mantenía preso.
Los delgados dedos de la bruja acariciaron toda la zona que rodeaban al miembro y acunó los testiculos con su labio mordido y observando en todo momento a Raimondo. Existían almas a su alrededor, Crystall observó en él un aura violenta pero humana, era sin duda un hombre perverso pero ella se sentía segura, si aquel se propasaba o intentaba algo que la pusiera en riesgo simplemente usaría esas almas en contra de él dejando a Italia sin reino aunque algo en ella le decía que no llegaría tan lejos, no si Crystall atendía a todo lo que él le pedía, pues hasta ahora lo único que veía en los ojos del rey era satisfacer su capricho, tomarla esa noche y descartarla después, en cierta forma era lo mismo que ella haría, ambos se usarían mutuamente para satisfacer su apetito sexual, no había algo mejor en aquella función banal que tener sexo y menos si él hombre haría lo que fuera por obtener el máximo gozo.
Crystall se sentó encima del rey mientras tomaba su miembro y lo estimulaba con ambas manos. —Ambos queremos lo mismo su majestad... ¿qué le parece si luchamos por el control del uno por el otro?— rió divertida mientras delineaba sensualmente sus labios. —No podré evitar silenciar mi insolencia, como lo has llamado, así que tendrás que ser el doble de rudo, anda rey, hazme tuya— exclamó tan fuerte que seguro debió de escucharse en los palcos contiguos.
Dejó de masturbar al rey y se acercó más a él abrazándole y haciendo que su vagina rozara el miembro, provocándolo, no permitas que tome el control sobre ti porque no soy una de esas mujeres sumisas que hacen tu voluntad sin protestar, soy una mujer libre e impetuosa, tendrás que doblegarme o seré yo quien será ruda contigo— le susurró al oído relajando su cuerpo para que el rey reaccionara como lo deseara, ya sea violenta o no.
Sentir sus dedos en su zona erogena le hicieron gemir irremediablemente y tal como el rey quería no se censuró en lo más mínimo, aunque no escandalizó como lo haría una vez la estuviera penetrado salvajemente como presuntuosamente parecía serlo. Los ojos de la bruja se cerraron y cuando los abrió se eencontraba entre el plano espiritual y terrenal, al fin desde el encuentro con Hadewish podía ver a los fantasmas y las almas en pena, entonces sintió deseos de ver quién rodeaba al rey y si éste era un simple humano o un sobrenatural.
Quiso girarse pero por la forma en el que el rey la tenía le era muy difícil hacerlo, así que lo que hizo fue llevar sus manos hacía atrás hasta anclarse en su nuca y echar su cabeza hacía atrás sin perder su sonrisa ni dejar de gemir. Dejándose llevar por Raimondo ella misma movió sus caderas para estimular el miembro del rey, lo percibía debajo de sus nalgas, o al menos el bulto en su pantalón, —entre nosotros la ropa nos estorba su majestdad... permita que atienda su apetito— dijo mordiéndose el labio y se zafó de las manos opresoras. Crystall se dio media vuelta y se arrodilló frente al rey, se apresuró a desabotonar su pantalón y liberó el miembro de la prisión que lo mantenía preso.
Los delgados dedos de la bruja acariciaron toda la zona que rodeaban al miembro y acunó los testiculos con su labio mordido y observando en todo momento a Raimondo. Existían almas a su alrededor, Crystall observó en él un aura violenta pero humana, era sin duda un hombre perverso pero ella se sentía segura, si aquel se propasaba o intentaba algo que la pusiera en riesgo simplemente usaría esas almas en contra de él dejando a Italia sin reino aunque algo en ella le decía que no llegaría tan lejos, no si Crystall atendía a todo lo que él le pedía, pues hasta ahora lo único que veía en los ojos del rey era satisfacer su capricho, tomarla esa noche y descartarla después, en cierta forma era lo mismo que ella haría, ambos se usarían mutuamente para satisfacer su apetito sexual, no había algo mejor en aquella función banal que tener sexo y menos si él hombre haría lo que fuera por obtener el máximo gozo.
Crystall se sentó encima del rey mientras tomaba su miembro y lo estimulaba con ambas manos. —Ambos queremos lo mismo su majestad... ¿qué le parece si luchamos por el control del uno por el otro?— rió divertida mientras delineaba sensualmente sus labios. —No podré evitar silenciar mi insolencia, como lo has llamado, así que tendrás que ser el doble de rudo, anda rey, hazme tuya— exclamó tan fuerte que seguro debió de escucharse en los palcos contiguos.
Dejó de masturbar al rey y se acercó más a él abrazándole y haciendo que su vagina rozara el miembro, provocándolo, no permitas que tome el control sobre ti porque no soy una de esas mujeres sumisas que hacen tu voluntad sin protestar, soy una mujer libre e impetuosa, tendrás que doblegarme o seré yo quien será ruda contigo— le susurró al oído relajando su cuerpo para que el rey reaccionara como lo deseara, ya sea violenta o no.
- off:
- Disculpa por la demora estuve de ausencia, no pude avisarte porque todo fue de improviso que de hecho fue mi primo el que puso la ausencia. Espero podamos continuar este tema me gusta mucho como narras (:
Crystall Van Wijs- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/08/2012
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