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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Daphne Landry Miér Sep 04, 2013 10:22 pm

Las rosas se movían al ritmo de las caderas de la dama que las portaba. Se trataba de un ramo de unas ocho rosas blancas envueltas en un papel de baja calidad que solo servía como recipiente temporal y para evitar que quien las tomase sufriese heridas en sus manos debido a las afiladas espinas. La morena acercó el improvisado ramo hasta su nariz. El olor era muy agradable y debía que admitir que el aspecto de las delicadas flores tampoco le incomodaba. No tenía una idea clara de el porque las había comprado. No se trataba de un comportamiento propio de su personalidad, pero allí estaba caminando en la recién instalada oscuridad con rosas en sus manos como si de una mortal enamorada se tratase. Se había despertado con un estado de ánimo melancólico. Ese que la obligaba a recordar sucesos dolorosos o extremadamente sensibles ocurridos mucho tiempo atrás. Odiaba sentirse así, el pasado era pasado. Se aprendía lo que resultaba útil, lo demás debería poder olvidarse.

El viento helado había cedió un poco permitiendo que los parisinos transitaran con un poco más de soltura por las calles. La ciudad estaba viva a esas horas. La gente caminando y charlando, las farolas encendidas, los coches transitando, el sonido de los cascos de los caballos golpeando los adoquines. Todo resultaba atrayente, incluso para alguien como ella, que ya había presenciado escenas similares un millón de veces en diferentes latitudes y climas.  Avanzó lentamente, perdida en un mar de recuerdos aunque teniendo cuidado de no tropezar con los transeúntes. Su sed estaba en calma después de dar cuenta de una mujer joven que se internó en un oscuro callejón por el que ella pasaba. Era una joven trabajadora que velaba por la salud de su padre. Su madre, muerta desde hacía algunos años, le había dejado la fatigosa tarea de atender al inválido hasta que él muriera. Ella estaba cansada y pretendía abandonarle así que con su muerte Daphne solo apresuró un poco el proceso. ¿Qué sería de él? No tenía idea ni le importaba en realidad. Tal vez le buscara en unos días, solo para satisfacer su morbosa curiosidad.

Un cambio en el ambiente le obligó a retornar a la realidad. Sin proponérselo había llegado a la Plaza Tertre la cual bullía de movimiento, color y sonido. No espera que hubiese tanta gente pero allí estaban. - ¿Desea un retrato Madame? Soy un excelente pintor y mucho más económico que los demás – la oferta la hacía un hombre de mediana edad, delgado y demacrado, que sostenía entre sus manos una paleta con pinturas. Los pintores callejeros eran emblemáticos de la Plaza, así como otro tipo de artistas callejeros. – No gracias, pero lo tendré en cuenta para cuando decida hacerme una pintura  – contestó esbozando una amable sonrisa. Luego extrajo una de las rosas y la ofreció al pintor, quien se negó a recibirla inicialmente pero luego la aceptó con una extravagante inclinación. Resultaba tan sencillo complacerlos. Eran como sabuesos a los cuales se les arrojaba una presa como recompensa para que ladrasen cuando se les ordena. La vampiresa continúo su camino, alejándose de los pintores e internándose en la Plaza propiamente dicha. A pesar de estar lejos su  fina audición le permitía escuchar las charlas que ocurrían a una distancia casi imposible. Rió por lo bajo al oír como el pintor comentaba entre sus contemporáneos sobre la amable mujer que le había regalado una rosa. Tal vez más tarde se acercaría y trataría de entablar conversación. - ¿Si? Buena suerte con eso - pensó divertida de imaginarse cómo podría llegar a ser el cortejo de aquel hombre. Bien, si se acercaba se convertiría en el postre de la noche ¿Por qué no?

Se encogió ligeramente de hombros y caminó hasta la fuente, donde se sentó y cruzo las piernas. Se disponía a acomodar el ramo de rosas sobre su regazo cuando notó una pequeña mancha de sangre en el faldón de su vestido que resaltaba contra el amarillo claro de la tela. Estaba segura de que hacía años había superado la etapa de ensuciarse mientras se alimentaba sin embargo la odiosa mancha le recordaba que no era infalible. Lo curioso es que no recordaba que la joven hubiese luchado tanto como para salpicarla. Resultaba un poco extraño, sí, pero no centraría su atención en eso el resto de la noche.  Depositó las rosas de manera que quedaran sobre la pequeña mancha y se encontraba acomodándolas cuando una voz le interrumpió.


Última edición por Daphne Landry el Miér Oct 02, 2013 6:40 am, editado 1 vez
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Mensaje por Daphne Landry Jue Oct 10, 2013 3:10 pm

In a world where everyone struggles to survive whatever the cost,
how could one judge those people who decide to die?

Paulo Coelho

– Que flores tan hermosas. Son tan escasas en esta época que seguramente debieron costarle una fortuna  – la femenina y suave voz le pertenecía a una joven de no más de 17 años. Su figura escuálida y delgada estaba apenas cubierta por sucios harapos mientras un triste pañuelito hacia las veces de sombrero. Un par de semicírculos oscuros bajo lo ojos adornaban el rostro pálido y demacrado. Daphne observó a la chica por unos segundos mientras ésta no apartaba la mirada de las flores que descansaban en su regazo. Cada una de las temporadas del año traía consigo infinidad de penurias para aquellos que dependían de la caridad. El invierno, sin embargo, sobresalía con creces en tan dramática tarea.  El frío que sentían los mortales en ese momento, y que era evidente en el ligero temblor de las manos de la desposeída que se encontraba parada frente a ella, recrudecería conforme pasara el tiempo. Muchos morirían cuando la nieve empezara a tapizar con su inmaculado blanco la ciudad. Era una realidad tan deprimente como ineludible y, aun así, el instinto básico de la supervivencia se imponía sobre los razonamientos y la lógica. Sabían que posiblemente morirían de frío o inanición, pero se aferraban a los contados días que les quedaran alimentando constantemente la esperanza de poder observar una nueva primavera. Era uno de los principios básicos de toda criatura viviente. Incluso las flores que sostenía, y que habían sido las causantes de que sus pensamientos se dirigieran en esa vía, luchaban segundo a segundo contra la muerte.

– De hecho así fue – contestó dándole la razón a sabiendas de lo deprimente que debía ser para alguien que rogaba por una moneda el que otro gastase tanto dinero en un gusto tan superfluo. La joven adelantó una de sus manos con la intención de tocar las flores pero no alcanzó siquiera a rozarlas antes de retraer con fuerza el brazo y lanzar a Daphne una mirada temerosa. – Lo siento Madame –  se disculpó azorada al darse cuenta de los problemas que podría ocasionarle tan osado comportamiento. Las “ricachonas”, como las denominaba su madre, no solían soportar la presencia de andrajosas y sucias limosneras, y un simple toque podría considerarse como un grave insulto. La joven se agachó ligeramente, evitando cruzar su mirada con la de la mujer, antes de dar media vuelta con el objetivo de echar a correr. – Espera – No alcanzó a alejarse ni dos pasos cuando la orden de la mujer la detuvo. Normalmente habría apurado su desaparición, pero algo en el tono de voz le obligó a obedecer. Giró lentamente esperando encontrar desprecio pero, en su lugar, se topó con una expresión vacía. Hubiese preferido tener la razón pues aquella vacuidad solo consiguió incrementar su nerviosismo.

La mujer recogió las flores antes de incorporarse y ofrecérselas a la joven – Tómalas, estoy segura de que no faltará algún romántico empedernido que desee comprártelas –. Daphne no estaba segura de si sus acciones eran impelidas por la misericordia, el aburrimiento o la melancolía, pero si sabía que lo que para ella era un bello y perecedero adorno para la joven podría significar la diferencia entre pasar la noche bajo la seguridad de un techo y la posibilidad de que su cuerpo tuviese que ser abandonado en una fosa común a la mañana siguiente. La temblorosa mano aferró el ramo para luego salir despedida sin mediar palabra o gesto alguno. La vampira no esperaba ningún tipo de agradecimiento por lo cual no se sintió ofendida en lo más mínimo por la precipitada huida. Sin embargo, al encontrarse sola una vez más, la Plaza de pronto dejó de parecerle interesante. Soltando un suspiro reanudó la marcha con la que había abierto la noche, alejándose de la luz y el bullicio, y adentrándose en una de las oscuras callejuelas circundantes.

Caminaba lentamente, sin importarle la suciedad que pudiese estar malogrando su vestido o la forma como el viento agitara su suelta cabellera. La pequeña mancha de sangre había quedado en el olvido mientras los pensamientos de la morena daban vueltas en una espaciosa y lúgubre estancia, iluminada por solo una docena de velas, y en la cual se encontraban desperdigados los cuerpos desnudos, y en avanzado estado de descomposición, de tres ingleses. A pesar del tiempo transcurrido aún podía rememorar los detalles de la decoración, percibir el hedor de la muerte y sentir la fuerza del abrazó que recibía mientras su risa resonaba por la estancia. Había sido esa una época tan buena como cualquier otra para la carencia de moral… perfecta para que ella, fascinada por su recién adquirida condición, se abandonara a placeres tan prohibidos como oscuros.

Los metros pasaban bajo sus pies de manera constante e indiferente hasta que, un par de cuadras más allá, vislumbró una figura masculina sentada en el suelo. Se trataba de algo que no tendría porque importarle, pero el brillo fugaz de lo que parecía una hoja afilada llamó su atención. A medida que se acercaba podía observar detalles del desconocido que no se acoplaban correctamente con el escenario en el que se encontraban. No se trataba de un indigente, eso lo aclaraba las ropas que usaba, y tampoco de un borrachín. Una vieja valija descansaba al lado de la figura mientras una navaja, la causante del brillo que atrajo a la vampira, era sostenida y observada fijamente por su propietario. El aroma que le llevó el viento le indicó que él debía tener alguna herida aunque no fuera tan reciente como para que aún sangrara de manera profusa. La hoja expuesta no había sido la causante, pues ésta no mostraba mancha alguna. No se requería de un elevado intelecto para deducir lo que se ocultaba tras aquella mirada desalentada y perdida. Podría darse vuelta y olvidarlo, pero la ironía de que ese joven apuesto buscase la muerte por voluntad propia mientras otros sacrificaban todo por un segundo más de vida se abrió paso por sobre su propio egoísmo.

– No sé qué pensamiento me perturba más: el que pretenda usted usar esa navaja contra algún desprevenido transeúnte o el que prefiera aplicarla sobre su propia piel – las palabras fueron emitidas con un tono neutro, lo suficientemente fuertes como para que él las escuchara sin cabida a equivocación, pero no tan alto como para que pudiesen atraer la atención de algún entrometido. Resultaba esto último muy poco probable dada la soledad de la callejuela en la que se encontraban, un detalle que, según supuso, no había sido dejado al azar. La morena detuvo su avance a unos pocos pasos del joven – Dígame Monsieur ¿por cuál de las dos opciones debería preocuparme? –
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Mensaje por Daphne Landry Lun Feb 03, 2014 10:22 pm

La mirada ausente y lejana que él le dedicó, muy similar a la de los peces muertos del mercado, fue seguida por un intento de respuesta que fracasó estrepitosamente entre titubeos. Ella esperó de pie junto a su lado, inmóvil y sin que sus facciones desvelaran emoción alguna mientras el hombre pasaba de la inseguridad y la vacilación a algo parecido a la sospecha. No podía culparlo. De hecho las aseveraciones resultaban tan plausibles y verídicas que por un instante no supo que decir. A nadie parecía importarle, en la época actual, lo que los demás hicieren si como resultado de aquel interés obtenían algún tipo de tarea o responsabilidad. Muchos podrían haber pasado junto a un hombre moribundo y ni siquiera molestarse en mirarle, y este comportamiento se acentuaba sensiblemente si de la clase alta se trataba. Pero también era consciente de que no podía generalizar. Los miserables habitaban en todas las esferas sociales y la indiferencia era el pan de cada día en todas las mesas de Francia. - ¿Diferente? – repitió la palabra en voz baja – Tal vez un poco – continuó con un susurro apenas audible. - Muy diferente más bien, pero no soy la única- pensó. Así como él llegó a la conclusión, impelido por su propia experiencia, de que a alguien como ella no debería importarle lo que le pasase a un extraño, ella esperaba una respuesta muy distinta a la que acababa de obtener. Nadie deseaba terminar inmiscuido en un problema ajeno de la misma manera en que nadie deseaba que los demás se inmiscuyeran en los asuntos privados. ¿Por qué se había molestado en cuestionar sus razones en lugar de intentar despacharla?

Los dedos que aferraran débilmente la navaja abandonaron el esfuerzo y el filo cayó con un repicar sobre los sucios adoquines mientras la vida parecía retornar a los ojos azules. Se encontraba ahora frente a un humano con problemas, como muchos otros, que despertaba de una pesadilla para darse cuenta de que la desesperanza le había arrastrado hasta límites insospechados. Entonces la respuesta a su interrogante llegó: el hombre estaba desesperado e invadido por la locura propia de un naufrago tratando de asirse a un trozo de madera que lo mantuviera a flote. La suplica fue sentida y casi logra conmover a la vampiresa. Pero ¿Qué era lo que pedía en realidad? – Entiendo pero… - empezó a decir cuando él se arrodilló. Le miró sorprendida y permaneciendo en silencio algunos segundos. Lo que había comenzado como una curiosidad mórbida le había llevado a una situación que ni deseaba ni buscaba. – Si… bueno… si te interesa saberlo es esta la razón por la cual nadie se interesa en ayudar a los extraños – comentó enarcando una ceja antes de soltar un suspiro e inclinarse para que pudiesen hablar viéndose a los ojos. Hacía mucho que le había perdido el gusto a las suplicas y no estaba dispuesta a retornar ahora a viejos y decadentes hábitos. Su falda se arrugó y plegó a su alrededor, barriendo en el proceso toda la suciedad del piso. Al menos ya no tendría que preocuparse por aquella ínfima mancha de sangre que había notado en la plaza.

– No entiendo muy bien qué es lo que me pides y el que pueda o no ayudarte depende de lo que en realidad deseas – apoyó las manos de manera natural sobre sus rodillas dobladas, como si permanecer en aquella pose le resultara tan cómodo estar sentada en un mullido sofá. – No tienes donde dormir ¿quieres posada por una noche? No tienes dinero ¿lo que deseas es que te suministre algunos francos? – le miraba fijamente mientras preguntaba. Se sentía ligeramente satisfecha porque él hubiese caído en cuenta del error que iba a cometer, pero, al mismo tiempo, el solo hecho de que lo hubiese considerado le molestaba profundamente. – ¿Cómo puede preocuparte el morir de hambre o frío cuando hace tan solo unos segundos estabas coqueteando con la muerte? – señaló la afilada hoja que descansaba, casi olvidada, sobre los adoquines. Ahora estaba segura de que el propósito de la misma no era ningún transeúnte - ¿Qué es lo que cambió para que ya no desees esto? – estirándose levantó la hoja y se la ofreció al joven – no te daré posada ni te alimentare ni mantendré por siempre así que ¿Qué sentido tiene alargar tu sufrimiento? – le estaba probando. Quería saber que tan comprometido estaba en realidad con luchar por su propia vida. Pensó nuevamente en la chica de las rosas. Sin techo, sin dinero, sin comida pero dispuesta a continuar adelante, un paso detrás de otro. Superando día tras día y considerando una victoria el sobrevivir una noche más. Eran incontables las vidas que ella había truncado para continuar andando por el mundo. Casi todos habían luchado contra la muerte y casi todos merecían haber tenido una segunda oportunidad. Y allí estaba aquel que pensaba que no tener donde dormir era razón suficiente para rendirse. Podría matarle y simplemente seguir su camino, pero por alguna razón aquel humano la atraía. ¿Una fuente de distracción? Si, tal vez. - “La vida es mi tortura y la muerte será mi descanso” – citó teatralmente mientras permanecía atenta a su reacción. Si lo que quería era morir ella gustosa le ayudaría con el proceso aunque no estaba muy segura, en ese caso, de querer hacérselo más fácil o menos doloroso.
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Mensaje por Daphne Landry Mar Mar 11, 2014 9:51 pm

¿Podía aquel humano sentir como la muerte había pasado rozándole pero sin llegar a afianzar sus frías garras sobre él? Tal vez nunca se enterase, pero con esas sencillas palabras, una respuesta tan corta como acertada, había esquivado por poco las puertas del sepulcro. La sensación de fatalismo abandonó a la vampiresa junto con cualquier pensamiento o plan sobre un destino sangriento y doloroso. Inclusive llegó a dibujarse una tenue sonrisa de satisfacción en su rostro de porcelana, aún cuando las facciones de él le indicasen algún grado de disgusto. No podía esperar menos, después de todo sus palabras iban dirigidas a desatar una reacción y no a mantener la cordialidad o amabilidad en una conversación habitual. Además, tan vehemente negación, tanto verbal como corporal, solo podía ser sincera. No se encontraba frente a un derrotista cualquiera sino frente a un joven con un “momento de debilidad”, como él mismo le había llamado. Ella permaneció en el suelo mientras él se ponía de pie dejando al descubierto lo que debió ser un traje cuidado pero que ahora se encontraba sucio y raído. Por su forma de actuar dudaba en que esa fuese su apariencia cotidiana. Puede que se tratarse de alguien con recursos limitados, pero había muchos detalles en su aspecto contrarios a los que los indigentes corrientes poseían. Una risita infantil escapó de los labios de la vampiresa al notar la ausencia de uno de sus zapatos ¿A dónde podría haber ido a parar? Sin embargo ésta murió casi instantáneamente al escucharle hablar. A pesar de que sus palabras expresaban la realidad que él vivía (exponiéndole a una perfecta desconocida, que se había mostrado a todas luces indolente, la angustia que sentía) ella no contaba con la empatía suficiente como para poder mostrarse completamente de acuerdo. El dolor era necesario e ineludible, la humillación, por otra parte, no lo era. Con toda la elegancia y majestuosidad de la que era capaz, se irguió. No necesitaba mirar hacia abajo para comprobar que ahora su apariencia podría resultar casi tan lamentable como la de su inesperado acompañante.

- ¿Compasión? ¿Es eso lo que ansias? – empezó a preguntar mientras él se dirigía hacia la valija. Su mente volaba sobre cientos de cosas que deseaba decirle, sin embargo permaneció en silencio esperando a que el número terminase. Si tan solo él supiera con cuanta compasión había contado. Daphne se preciaba de contar con una gran paciencia, pero ésta era finita y dada su naturaleza no siempre podía mantener su temperamento bajo un control tan férreo como el que deseaba. Allí estaba, soportando, y sí disfrutando también, del infortunio y reacciones de aquel humano. Le complacía observar la determinación que ahora mostraba, la furia y frustración contenidas que emergían después de tan apática y patética conducta ¡Y ahora pretendía solo marcharse! Así como contuvo las palabras refrenó también el deseo de detenerle. Tal vez su papel en esa vida había terminado. Entonces, para la consternación del hombre, la valija se abrió. La risa de la mujer acompaño la maldición del hombre. Normalmente no se atrevería a burlarse de tan difícil situación, pero tras haber interactuado un poco con él le resultaba imposible no hacerlo. ¡Oh! la ironía del destino al voltear la moneda en aquellos momentos cuando solo se intenta defender con dietes y uñas el poco de dignidad que queda. Un pelea sin tregua que termina, por lo general, con un fuerte azote contra el suelo, o una calle lodosa para nombrar la situación actual.

Empezó a caminar hacia donde él se encontraba pateando la valija, desatando toda su frustración, como si aquel objeto inerte fuese el causante de todo su infortunio, cuando él detuvo tan pueril ataque y retornó hasta su lado. Curiosa por saber cual sería ahora su reacción esperó, ocultando su risa tras una cara de joker. No quería forzar nuevamente su temperamento, no después de tal muestra de mala fortuna. Sin embargo lo que siguió apartó todo sentido del humor del estado de ánimo de la vampiresa. Con un simpe y fluido movimiento atrapó al joven por el cuello, luego lo aplastó contra una de las paredes del reducido callejón. Sus ojos furiosos le observaban fijamente mientras le mantenía en ese lugar, con la presión suficiente para inmovilizado pero no para asfixiarlo. – Eres más necio de lo que pensaba. No solo no tienes las agallas para luchar por tu vida sino que además te rebajas a ofrecer tu cuerpo. Agrrrr ¿Dónde está la dignidad que trataste de mostrar hace un momento? ¿Dónde está tu orgullo, tu amor propio? ¿Eres acaso un pedazo de carne que puede ser vendido al mejor postor, pasado de mano en mano a cambio de un lecho caliente, de un poco de comida? - le resultaba inverosímil lo que había escuchado aunque, al mismo tiempo, eso explicaba algunos de los comportamientos del joven. El enojo bullía en su interior pero debía controlarse un poco antes de que decidiese afianzar el apretón y terminar con su vida. Retiró la mano y se alejó un paso del hombre – Estas dispuesto a todo dijiste… bien, querido, acabas de vender tu alma al diablo – su tono de voz era ahora suave y casi dulce. Su mano desapareció entonces tras uno de los pliegues de la falda para reaparecer con una bolsa de terciopelo negro. El tintineo de la misma era inconfundible y demostraba la gran cantidad de monedas que contenía. Ella le ofreció la bolsa como minutos antes le había ofrecido su propia cuchilla - ¿Pagaras el precio por salir de tu miseria por una noche… quien sabe, tal vez por una semana? – agitó nuevamente la mano haciendo que el tintineo reanudara, con un  sonido que resultaba tan incitante y tentador como la expresión sugestiva que ahora mostraba su rostro.
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