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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Ýsera Eîr Viðarr Vie Sep 12, 2014 7:38 pm

Los muertos nos acompañan allí donde vamos. Nos persiguen, nos rodean, viven a nuestro alrededor aunque no siempre los veamos. Nos vigilan y manipulan, son partícipes de todos y cada uno de nuestros actos, independientemente de que seamos conscientes o no de su presencia. La silueta fantasmal de Ýsera se desplazaba entre los tenebrosos árboles de aquel siniestro cementerio que se había acabado convirtiendo en su hogar. Se sentía a gusto caminando por el camposanto, como si el hecho de estar junto a seres de la misma materia de la que ella estaba hecha la hiciera sentir mejor. Aquel aroma a podredumbre, a muerte, aquel olor que siempre la acompañaba, era imperante en un lugar como ese. Y por eso se sentía mucho más cómoda que en cualquier otra situación. Podía escuchar con total claridad los murmullos que el resto de muertos dedicaban hacia su persona. Pero a diferencia de lo que le pasaba con aquellos que aún seguían vivos, sus miradas escrutadoras no le importaban. No la incomodaban. Los muertos se miraban siempre por encima del hombros los unos a los otros, pero todos eran iguales. Más allá de esta realidad, no existen diferencias sociales ni de ninguna clase. Los muertos sólo son muertos, vagando por una tierra a la que ya no pertenecen pero de la que no pueden escapar. Exactamente como ella.

Mientras paseaba había ido recogiendo un centenar de flores que tomaron la forma de un lúgubre ramo en poco tiempo. Era hábil tratando con las plantas, y más con aquellas que sólo crecían en los cementerios. Como ella, no necesitaban muchos nutrientes ni ser regadas con regularidad. Sobrevivían sin necesitar de nada ni de nadie. Eran resistentes, fuertes, salvajes... Aunque no tan hermosas como el resto. Y eso las hacía especiales. Blancas, rojas, doradas. Cualquier color era bienvenido y las mezclas eran más que frecuentes. Las flores perfectas para los muertos. Para los fantasmas. Para los cadáveres andantes. Para ella. Decoró sus cabellos blanquecinos con delicadeza, adquiriendo el aspecto de una especie de ninfa de los bosques en el proceso. Le gustaba sentirse como esos seres mitológicos. Le gustaba pensar que la naturaleza la consideraba como una especie de guardiana y protectora, y se lo agradecía permitiéndole subsistir sin demasiadas dificultades. Claro que, estando muerta, todo era mucho más sencillo. Aunque de vez en cuando su estómago le llevara la contraria, haciendo que un hambre atroz despertara en su interior sin que pudiera hacer nada para remediarlo.

- Hvað er nú þegar dauður getur ekki deyja aftur... -Lo que ya está muerto no puede volver a morir. Y por ese aroma que ascendía desde su pecho, era más que evidente que llevaba bastante tiempo muerta. Se llevó a la boca una de aquellas flores destinadas a los difuntos que, abandonados, nunca recibían ninguna de sus familiares. Su sabor era amargo y por su textura diría que llevaba marchitándose un par de días. Otra cosa más que tenían en común. Observó los nombres que, esculpidos en el mármol de las lápidas, dotaban de identidad a todos aquellos desconocidos cuyos fantasmas ahora la rodeaban. Al caer la noche, las tumbas quedaban vacías. Aunque no literalmente. Y ella aún seguía sin encontrar la suya. Cada noche, buscaba entre todas aquellas tumbas aquella en cuya superficie apareciera su nombre. Pero nadie había hecho ese gesto para ella, ni siquiera aunque hubiera muerto mucho antes que los últimos cadáveres enterrados en el lugar. - Óendanlega einsemd dauðra. -La infinita soledad de los muertos, algo que sufría desde hacía mucho, y seguiría sufriéndolo por mucho tiempo más. Hasta que esa luz que no había visto nunca, finalmente, se encendiese. Sólo para ella. Para cruzar al otro lado.
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Mensaje por Abraxas Lun Sep 15, 2014 2:57 pm

Desde que el mundo es mundo, ciertas personas o entes se han encargado de romper el equilibrio que en determinado momento se establecía en la civilización. El motivo es simple. Cuando las cosas van relativamente bien, las personas se acostumbran a un ritmo de vida irreal, en el que nada nuevo ocurre, en el que todo parece sencillo y monótono, en el que los problemas son fáciles de encauzar y forman parte del día a día. Se acaban olvidando de cómo enfrentarse a nuevos retos, a necesidades más específicas o complejas. Se alejan de la verdad que siempre está vigente en el significado de la vida: que está llena de imprevistos, de problemas inabarcables, de sueños rotos. Es por esto por lo que creo que, francamente, deberían darnos las gracias. Sí, yo soy uno de esos entes que se encarga de destruir el equilibrio que se va construyendo paulatinamente en el mundo, haciendo volcar la balanza hacia la parte más oscura y dolorosa de la realidad. Yo soy uno de esos buenos samaritanos a quienes los malacostumbrados humanos llaman "demonios" cuando resquebrajamos su falsa calma para hacerlos toparse de lleno con la faceta más cruda del mundo, aquella que jamás debieron abandonar. Yo soy uno de los causantes de que haya muertes, hambrunas y llanto en esa utopía de tranquilidad que muchos se empeñan en mantener durante años. Yo soy un ente del caos, y como tal, me encargo de que la maldad vuelva a ocupar su posición preferente en el universo. Porque tanto el bien como el mal son necesarios para el correcto desarrollo del mundo. Y quien diga lo contrario, miente.

Y mi misión, esta noche, es lograr que deje de ser tan absurdamente tranquila. ¿Cómo? La verdad es que no hay un método concreto para conseguirlo. Todo depende del azar, de la suerte que tenga encontrándome a la víctima o víctimas perfectas para tal labor. Y de la resistencia que éstas últimas pongan a colaborar con la "sagrada" misión que he de desempeñar. Algunos entienden con relativa velocidad que no hay escapatoria posible cuando aparezco ante ellos... A otros, sin embargo, les cuesta más. Pero yo nunca me rindo. Él me lo ordena, y yo cumplo con sus peticiones con tanta presteza como ellos acuden a la llamada de su falso Dios. Tampoco es que tengan demasiadas opciones para detenerme. Disfruto cumpliendo por mi labor en esta tierra sucia y degradada, y eso me convierte en un ser más que peligroso. Imparable. ¡Es tan tremendamente divertido! Su sufrimiento, su decepción al darse cuenta de que el destino del que les han hablado toda su vida no es más que un frío y destartalado agujero en medio de la nada. Están fabricados para cumplir mandatos, arrastrarse ante otros más poderosos, y regresar a la tierra de la que una vez salieron. No había ningún propósito más allá de ese. No cumplen con ninguna función en un mundo que ya existía mucho antes de que ellos aparecieran. Me encanta ser yo quien les de esa lección, mientras observo cómo la vida se les apaga de los ojos, y su sangre dota de fortaleza a mis rígidos músculos.

Mis pies avanzan por encima del suelo a una velocidad vertiginosa. Mi sed es voraz a estas alturas de la noche, y sé por experiencia que cualquiera que se atreva a caminar a solas por la ciudad a esas horas, estará lo bastante ebrio o loco para no suponer ningún problema para alguien como yo. Aunque, francamente, prefiero lo segundo. Los locos son bastante divertidos. Hay un momento, entre la agonía y su último aliento, en el que adquieren una capacidad de razonar desconocida para ellos hasta entonces. Y se nota en su sangre, en su discurso, y en sus descabelladas peticiones de última hora. Como soy un caballero, siempre me comprometo a cumplirlas. Pero comprometerse no implica acabar cumpliéndolas, ¿no? Continúo con mi paseo con los ojos bien abiertos, esperando tener la suerte de toparme con uno de aquellos seres inferiores con tanto ego, llamados humanos, a fin de cumplir la cuota que él me ha marcado para este mes. Soy su siervo, y como tal, tengo un trabajo que hacer. Mi lealtad lleva siendo casi perfecta desde hace años. No será esta noche la primera en que no cumpla con mi palabra. Porque prometer algo a un simple ser humano no significa nada. Pero Satán lo es todo. El único Dios, la única realidad tangible. A él no se le puede mentir. Pronto, las tumbas comienzan a tomar forma ante mis ojos. No sé por qué pero siempre suelo acabar aquí en mis noches de cacería. ¿Será porque la tranquilidad y silencio de los muertos me ayudan a escapar de la absurda y ruidosa realidad de aquellos que deben alimentarme? Probablemente. Observo los nombres grabados en cada una de las piedras, topándome con más de uno -y más de cien- de aquellos que yo mismo hice enterrar. Cómo pasa el tiempo, ¿eh? Antes, la ciudad entera parecía sumida en un sueño profundo repleto de calma, y ahora, gracias a mi, ha vuelto a la normalidad. Mi función es más importante de lo que parece: para que la vida merezca la pena, la muerte es necesaria. Una pena que no todos lo vean así.


Última edición por Abraxas Lúgh-Mordad el Miér Dic 24, 2014 4:23 am, editado 1 vez
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Mensaje por Ýsera Eîr Viðarr Dom Oct 12, 2014 10:19 pm

Lo que había en ese hipotético "otro lado", sin embargo, seguía siendo un misterio para ella. Era extraño. Después de tanto tiempo muerta no había descubierto ningún indicio, ninguna pista acerca de lo que le depararía cuando, finalmente, cruzara del mundo de los vivos, al que ya no pertenecía, hacia el mundo de los muertos. Y no le importaba, realmente. Si había algo que le gustaba en el mundo, eso eran los misterios, quizá porque había muy pocas cosas ya en la realidad tangible que realmente la sorprendieran. Después de tanto observar cómo otros vivían, y vagar entre ellos sin nunca hacer ruido, había descubierto que los humanos eran tan predecibles como aburridos. Los fantasmas eran mucho más interesantes. Tenían mil historias que contar. Eran algo más, una sustancia desconocida por los seres moradores del mundo, algo diferente a lo que se esperaba de ellos -ni polvo fueron, ni en polvo se convirtieron-, habían trascendido. Ella había trascendido. Y por eso podía ser lo que quisiera. Aquella noche, en concreto, sería la ninfa guardiana y protectora de aquel camposanto, la que guardaría con recelo la seguridad de todos aquellos que se encontraban atrapados entre dos mundos. Hasta que su hora, su verdadera hora, llegara. Llevaba haciendo preparativos para ese momento desde hacía mucho, y estaba segura de que faltaba muy poco para que sucediera, para que ese sueño se hiciera realidad. Era su turno de ver la luz brillante que le había sido negada todos aquellos años. Había cumplido su misión. Su misión como protectora de la naturaleza, como amazona. Como espíritu vengador.

No es que hubiera desatado su venganza sobre algo en concreto, pero estaba claro que ese había sido el cometido que los dioses habían depositado sobre ella cuando tuvieron a bien dejarla nacer. Vengar el daño que las personas hacían a Gaia, vengar la destrucción que desataban sobre la naturaleza, sin darse cuenta de que dependen totalmente de ella. Lo había hecho bien, estaba segura, y por eso pronto, muy pronto, la dejarían avanzar hacia la luz. Porque aunque amase a la tierra, a los océanos y a sus dioses, estaba cansada de morar en la oscuridad. Ella quería ser una con la luz, fundirse y dejarse guiar por ella. Ýsera quería convertirse en un lago, o en una estrella, para poder seguir protegiendo por siempre el mundo... a su manera, pero esta vez, lejos de la oscuridad. La oscuridad la hastiaba, la confundía, aunque se movía con facilidad por ella. Porque sí, que se sintiese cómoda entre todos aquellos espíritus anclados a lo terrenal, no la hacía desear vivir una eternidad al completo entre dos mundos. Tenía derecho a trascender aún más de la carne. Había asesinado, mentido y manipulado para cumplir los mandatos de sus dioses. Eso era lo mínimo que podían darle como pago: cumplir sus deseos. Sería la ninfa que ahora sólo podía soñar ser. Y esas flores marchitas la acompañarían por siempre, recordándole que fue una mártir en un mundo terrible, y una vengadora en una realidad aún peor. Pero no sería aquella noche cuando su destino habría de verse cumplido. Su misión no estaba aún finalizada. Otras almas requerían ahora de su atención.

- Hlusta, dauður. Ég þarf hjálp þína. -Invocó a los espíritus que la rodeaban, que acudieron a la llamada de la nigromante sin demora, tal era el nivel de influencia que ejercía sobre ellos. En los últimos meses, sus poderes habían crecido exponencialmente, probablemente a causa de las muchas horas de entrenamiento que dedicaba al día. Necesitaba acabar su misión para que su luz apareciese. Cuanto antes lo hiciera, mejor. - Los humanos traman, traman terribles planes que dañar mi tierra. Esta. Algo que enfadar a Gaia. Algo que yo, como protectora que ser de estas tierras, y vosotros, como súbditos míos, no poder permitir. Tala, dauður! Sýna mér framtíðina! -Cientos de voces se alzaron en aquella reunión fantasmagórica, cientos de susurros que comenzaron a entremezclarse entre sí, confundiéndose con el sonido de la brisa nocturna. Cientos de murmullos imperceptibles para cualquiera, pero no para aquella cuyo trabajo consistía precisamente en descifrarlos. Para ella, cada muerto tenía un tono de voz distinto, parecido al que tuvieron en vida. Para ella, aunque no conociera sus nombres, tenían una identidad distinta a la del resto. Aunque no tenían ninguna importancia en su misión. No eran relevantes. Porque estaban condenados a permanecer en ese mundo, en el que perecieron. Y ella avanzaría.


Última edición por Ýsera Eîr Viðarr el Jue Dic 11, 2014 11:13 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Abraxas Mar Oct 14, 2014 11:38 pm

Al irme adentrando en el cementerio, la velocidad de mis pasos se reduce considerablemente. Puedo apreciar cómo el ambiente se vuelve viciado a medida que sigo avanzando por el camposanto. La atmósfera está revuelta. Se percibe en el aire, en el violento soplar del viento, en aquel silencio sepulcral que, a diferencia de otras noches, no es tan notorio. Entorno los ojos y me detengo a fin de observar a mi alrededor con más detalle. Agudizo mis sentidos, tratando de percibir aquello que se me escapa. ¿Por qué iban los muertos a salir de sus tumbas? ¿Por qué iban los espíritus a abandonar su eterno silencio, su profundo sueño, en una noche cualquiera como esa? A menos que algo se me escapara, y esa posibilidad se me antoja bastante improbable. Él siempre me avisa antes de que algo suceda para que esté preparado. Más que nada, porque normalmente soy yo el que consigue que la quietud, la calma, se vea fracturada en mil pedazos. Yo soy el encargado de hacer que el caos florezca en el mundo. Soy el demonio predilecto. El asesino perfecto. ¿Cómo iba a planear mi Dios algo sin avisarme antes? ¡Es inaudito! No. Algo raro está pasando, y tengo que averiguarlo y comunicárselo. Porque esa es otra de mis muchas labores: informar al maligno periódicamente de cómo mi presencia en el mundo contribuye a destruirlo, o qué otras cosas sucedían, fruto del azar, que contribuían a nuestra causa. Algo se avecina.

Lo presiento.

Sigo avanzando entre las tumbas, percibiéndolas ahora más vacías y silenciosas de lo que nunca lo estuvieron. Los muertos no descansan en paz ni estando muertos, y esa es una realidad que yo mismo padezco en mi propia piel. Aunque no es que me queje: lo contrario. El mundo, sin mi, estaría perdido. Se acabarían destruyendo a sí mismos por vivir en una mentira, en una realidad irreal en la que los imprevistos y las desgracias no eran frecuentes. ¡Mi misión, además de ser necesaria, es sumamente importante! Y a cambio, de manos de mi señor, recibo lo que más anhelo: vivir para siempre. La juventud eterna. La fortaleza y la sabiduría supremas. Volverme invencible. Pero yo soy yo, y el resto de almas que moran en el cementerio son simples cadáveres anclados a lo terrenal. Por eso me extraña que siquiera se molesten en salir de sus tumbas. No es frecuente que alguien que haya sido dotado con la facultad de descansar eternamente, decida por su propio pie dejar de hacerlo. Ni frecuente ni lógico. ¿Qué les habría hecho salir de su ensimismamiento? ¿Qué oscura fuerza, además de la mía, les atrae? Tengo que averiguarlo. Si existen más seres como yo, cosa que dudo, es mi deber encontrarlos. Encontrarlos y destruirlos. Porque no puede haber más como yo. No aquí. No tan cerca. No voy a permitirlo.

El ambiente se va haciendo más viciado a medida que me aproximo a la parte más profunda del camposanto. Un denso bosque de abetos se extiende ahora frente a mi y... ¡oh! Puedo oír sus voces, inteligibles, pululando a mi alrededor. Deben ser cientos. ¡Miles! Reunidos dentro de la oscuridad que les otorga la arboleda. ¿Qué les habrá hecho salir? Me pregunto, y me acerco al lugar de donde sus voces salen expulsadas con más fuerza. Y mientras más me acerco, más caóticas se vuelven. Puedo verlos. Se manifiestan ante mi, aunque no me prestan ninguna atención. Son etéreos, dispares, y a su modo, maravillosos. Un espectáculo de luces y sombras. Un teatro de almas. Una estampa que pocas veces se vive. Y tras todo ese cúmulo de voces sin ningún sentido ni orden para mi, percibo una claramente discernible a las otras. Una voz clara, agresiva, y serena. La voz de quien los convoca. Puedo entender la lengua antigua que utiliza porque yo mismo la utilicé en otra de mis muchas vidas... Y allí está. Una silueta claramente humana, en medio de todas aquellas almas encadenadas. Enarco una ceja, entre atónito y escéptico. ¿Una humana podía ejercer tanto control sobre el mundo de los muertos? ¡Era imposible! Mi Dios nunca me había hablado de algo como eso. Me acerco aún más a la joven de cabellos blanquecinos, y me acabo sorprendiendo a mi mismo abstraído por la orden implícita en sus palabras. ¿Qué es esa chica? ¿Por qué tiene influencia sobre los muertos? Y más importante... ¿Por qué su corazón palpita a un ritmo tan poco frecuente? Su sangre me llama, despierta mi sed, a lo que mis colmillos responden apareciéndose de repente, y alarmando a los espíritus que, ¡oh! ¡increíble! parecen querer protegerla. Sus almas se vuelven de colores chillones, agresivos, y más de un centenar se colocan entre mi presa y yo. No tengo muy claro lo que un muerto puede hacerle a otro muerto, pero en este momento, tengo cosas más importantes en las que pensar. Como en por qué Satán no me ha avisado de la existencia de una criatura capaz de controlar a otros entes. Y sobre todo, por qué no me ha mandado a eliminarla. ¿Acaso formaba parte de su oscuro ejército? ¡No lo permitiría! Los humanos son seres patéticos e impredecibles. No merecen tener el mismo trato que los auténticos demonios, como lo soy yo.


Última edición por Abraxas Lúgh-Mordad el Miér Dic 24, 2014 4:23 am, editado 1 vez
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Mensaje por Ýsera Eîr Viðarr Miér Nov 12, 2014 8:17 pm

Poco a poco, las voces de todos y cada uno de los muertos iban tomando forma y sentido dentro de la mente de la nigromante. Unos parecían asustados; otros, afligidos por el mal que era evidente que se avecinaba. Podía percibirse en el ambiente, aún más cargado de lo que acostumbraba a estar normalmente. Eso los hacía estar agitados, frenéticos, motivo por el que la hechicera tardó más de la cuenta en captar correctamente su mensaje. Ninguno parecía saber realmente qué era lo que estaba pasando. Todos hacían suposiciones bastante parecidas, pero nada realistas: que el fin del mundo se avecinaba, que satanás había liberado una horda de demonios sobre la tierra y pronto llegarían a París, asolándola y acabando con aquel pequeño remanso de paz que llevaba instalado en la ciudad en los últimos tiempos. Nada que no hubiese escuchado ya antes. Los muertos tenían aquella extraña tendencia a exagerar cualquier cosa y a relacionarla con exagerada facilidad con fenómenos de índole religiosa. Aún así, de entre todas aquellas incoherencias, Ýsera pudo encontrar ciertas informaciones que le resultaron bastante útiles. Por lo visto, un nuevo obispo se había desplazado hasta París, proveniente directamente desde Roma y al parecer, los rumores de que formaba parte de una de las secciones de la Inquisición no eran del todo infundados.

La bruja no pudo reprimir una sonrisa de oreja a oreja, fruto de la emoción que tal descubrimiento despertó en ella sin remedio. ¡Por fin! ¡Por fin se avecinaba ese momento, su gran momento! La lucha que la haría merecer por fin el don de Gaia de trascender, de superar la limitación de la carne para unirse a ella. Formaría parte del viento que en aquellos momentos azotaba las ramas de los árboles. Sería lluvia, tierra, nube, agua corriente. Sería, por fin, libre de las ataduras que una no-vida anclada en aquel mundo hostil le reportaba. Hizo callar a los muertos con un gesto de sus brazos. Todos obedecían, como las ovejas que acuden a la llamada del pastor sin dilación, cuando ella les ordenaba cualquier cosa. Esa era la jerarquía que mejor funcionaba con ellos, la única, en realidad. Ella era su guía, aquella a la que acudir en momentos de duda o incertidumbre, a cambio tenían que seguir todos y cada uno de sus mandatos sin esperar ni un segundo. Era un trato justo, ciertamente. Nadie podía imaginar el gran trabajo que le suponía actuar de líder, dueña y señora del plano espiritual de aquel lugar. Aunque el beneficio que obtendría por ello sería lo bastante grande para eclipsar todas las penurias que debía pasar mientras tanto. Pronto, pronto lo lograría... Pronto todo habría merecido la pena. Pronto, pero no aquella noche.

- Nú, leggja upp. Ég þarf að hugsa um allt sem þú hefur sagt mér. -Un cúmulo de nubes bastante espesas se fue arremolinando por encima de su cabeza. Cargadas de rayos, comenzaron a desatar un pequeño vendaval localizado, que provocó que el murmullo de los muertos fuese paulatinamente engullido por su furia. La nigromante rió, como enloquecida, envuelta en aquel viento huracanado. Los recuerdos y pronósticos de aquellos que la rodeaban comenzaron a tomar sentido, lógica, y pronto pudo alcanzar una predicción acerca de los sucesos que estaban a punto de acontecer... Pero algo la interrumpió justo en el momento álgido de su conjuro. Los espíritus se revolucionaron de repente, cruzándose ante ella de forma desordenada, caótica, desconcentrándola. La bruja enarcó una ceja, entre perpleja y molesta. ¿Cómo osaban interrumpirla en medio de una sesión? Nunca lo habían hecho. Normalmente, su poder era lo bastante fuerte para que ninguno se escapase a su influencia. Y ahora eran varias decenas, quizá cientos, los que abandonaban su posición para situarse justo frente a ella. Entonces allí, a lo lejos, lo vio. Una figura casi más fantasmagórica que la de los entes que la rodeaban, o quizá estaba tan acostumbrada a ellos que cualquier cosa que se saliera de esa forma le resultaba extraña, confusa. No tardó mucho en darse cuenta de que el ente estaba tan muerto como ella misma, pero también de que no tenía buenas intenciones. Por eso se habían movido. Porque no podían dejar en peligro a su dueña.

- Þú ættir ekki að vera hér, Demon. Þetta er landsvæði mitt. -Su voz sonó alta y clara a pesar de todo el bullicio que los muertos provocaban a su alrededor. Su rostro, siempre imperturbable, no mostraba indicio de emoción alguna. El muerto no suponía de ningún interés para ella. Estaban en igualdad de condiciones. Bueno, no, con todos aquellos espíritus de su parte, estaba claro quién tenía las de ganar.
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Mensaje por Abraxas Miér Dic 24, 2014 6:02 am

Sonrío ante la osadía de la niña en aquella amenaza explícita que sale de entre sus labios. Toda París, todo el mundo en realidad, es mi territorio. Satán me ha enviado a mi, aquí, para sembrar discordia. ¿Con qué derecho se cree ella para reclamar parte de MI territorio, además de despertar a los muertos que deberían seguir dormidos? Nadie tiene poder sobre la vida y la muerte. Nadie, salvo mi Señor. Una humana enclenque y pálida como ella no puede mandar y dirigir a tantos espíritus. No voy a permitirlo, y menos ahora. Si ha dicho eso es porque no sabe quién soy. Todos los entes me respetan, sobre la Tierra y en todos los planos. Yo soy el Elegido. El favorito. El Destructor. Sus palabras prueban que ni me conoce ni sabe de mi misión aquí. Él no la ha enviado, así que debo destruirla.

- Er þetta landsvæði þitt? Hvaða rétt heldur þú því fram eitthvað sem er mitt? Paris tilheyrir mér núna. Satan gaf mér. -Respondo con el mismo tono grave y acechante que siempre me ha caracterizado. Mis colmillos no ceden ante la presión de los muertos que, ante mis atónitos ojos, toman cuerpo y se materializan, repeliéndome, intentando alejarme de su señora. Entorno los ojos y la observo. No parece alterada por mi presencia, de hecho, ni siquiera parece sorprendida a pesar de saber lo que soy, y de lo que soy capaz. Al observar el viento huracanado que despierta y se remueve sobre ella, sin tocarla, también tengo claro lo que ella es. Una hechicera. Una fuerte, además. La más extraña que haya visto nunca en mi eterno caminar por la tierra. El ritmo de sus latidos me mantiene intrigado. Van tan despacio, surgen de forma tan espaciada en el tiempo, que me recuerdan inevitablemente al de mis presas humanas cuando están a punto de morir. Pero ella parece vital, su sangre es fresca. ¿De verdad es una humana con poderes, sin más, o es algo más... oscuro?

Una idea surge en mi mente. Una idea fugaz al principio, pero que empieza a cobrar forma y fuerza sin que pueda hacer nada para remediarlo. Y entonces, sólo entonces, mis colmillos ceden. ¿Y si, en lugar de matarla sin más, se la entrego como ofrenda a mi Señor? Él sabrá apreciar un regalo como ese, indudablemente. Incluso puede resultar útil, si consigo aprender cómo funciona su mente. Unas gotas de mi sangre, y me obedecerá en todo lo que le pida. Un poco más de mi elixir vital, y será mi sierva. Y un poco más aún de ese líquido escarlata y tendré su poder también a mi merced. Un poder que puede ser devastador. Aún noto cierta de esa influencia que ejerce sobre mi. Es extraño. Nunca antes había conocido nigromantes lo suficientemente fuertes como para ejercer algún tipo de control sobre los demonios, sobre los vampiros. Somos mucho más fuertes que las almas humanas, porque la nuestra está corrupta. Pero ella, lo consigue. No tanto como para que yo no pueda resistirme, pero la noto. Su presencia. Y es igual de extraña que la visión de ella que tengo frente a mi.

- Disculpad mi rabia de antes, mi Señora, no sabía que vos fuerais la guardiana de estos bosques. Mi Señor, Él no me habló de vos directamente, ni me dijo que erais humana, así que pensé que erais una simple impostora. Pero noto vuestro poder, sé que sois vos... -Me arrodillo en la lejanía, sin dejar de observarla. La curiosidad me invade, sí, pero también las ganas de despedazarla sin contemplaciones. Espero que me sirva para algo, o de lo contrario, me veré obligado a hundir mis colmillos en su carne... ¿A quién quiero engañar? Lo estoy deseando. Por un lado, desde lo más hondo de mi ser, surge el recelo por haberme encontrado con una criatura, humana pero bastante poderosa como para frenarme, y que además tiene la desfachatez de creerse dueña y señora de MI territorio. Por otra... es un espécimen tan extraño que aunque la sed está latente, ardiéndome en la garganta, sé que su oscuridad y la mía, fusionadas, podrían confluir maravillosamente y dar lugar a la conclusión más perfecta que hubiese imaginado nunca a mi misión de destruir el mundo. Ahora, sólo el tiempo diría cuál de las dos partes resultaría vencedora.

Los muertos, poco a poco, se alejan de mi y volviendo a su estado etéreo, se sitúan junto a su creadora. Entonces me acerco, muy despacio, como el león acechando, agazapado, a la gacela. Una gacela maravillosa, de colores exóticos. Y peligrosa.
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Mensaje por Ýsera Eîr Viðarr Lun Ene 12, 2015 5:16 am

No le sorprendió que el muerto hablara su mismo idioma, y si lo hizo, no lo mostró. Ýsera era inexpresiva, carente de emociones e incapaz de demostrar o expresar ninguna, al menos, así era desde que pasó a formar parte de los muertos, y a cargar con la noble misión que Gaia había depositado sobre sus hombros. Sabía que muchos vampiros habían vivido miles de años, así que su idioma, para él, probablemente fuese una de las muchas lenguas que hablaba. Pero eso no era ningún mérito. Ella, habiendo vivido mucho menos, conocía el más difícil de los lenguajes: el de los espíritus. Probablemente para él, todo aquel murmullo no fuera más que un ruido molesto e incomprensible. Pero para ella, el sonido se tornaban palabras, y las palabras, frases, y cada espíritu tenía una voz y forma de expresarse única, diferente a los demás. ¿Cómo iba a sorprenderse por una minucia como aquella? Mantuvo su postura, sin moverse ni un ápice. Tampoco le sorprendía que creyera en Satán, o que le tuviera por un Dios. Ella era de las pocas personas que sabían la verdad, la verdad de los dioses. Gaia era la única y verdadera, al menos, sobre aquella tierra. Su protectora. Y no había nadie superior a ella en ese plano, ni en ningún otro. Si Gaia le había ordenado salvaguardar aquel territorio, era suyo, y de nadie más. Y aquel ser demoníaco no podría hacer nada por impedirlo.

Sus seguidores terminaron por calmarse cuando el muerto abandonó su posición ofensiva, pero la nigromante continuaba sin moverse, y sin apartar la vista del intruso. Apenas parpadeaba. No se fiaba de él, y aunque no tenía ningún interés en acercarse a él, ni siquiera a intercambiar más palabras, si osaba perturbar o dañar de algún modo aquella tierra, no tendría piedad. Era su territorio. Quería que se marchara. Nadie podía mancillar la tierra de su Señora. No lo permitiría. Ýsera observó con ojo clínico todos y cada uno de los movimientos del vampiro. Parecían ensayados, como si estuviese intentando representar un papel que no se creía del todo. Y obviamente, con semejante información visual, sus palabras no parecían más que una sarta de mentiras. Y más aún cuando osó confundirla con una simple humana. Hacía mucho que su humanidad se había esfumado. Ella era un alma errante, aunque más poderosa que cualquier otra de las que estaban en aquel claro, en aquellos instantes. - Tu Señor, entonces, es bastante poco observador. Llevo siendo la guardiana de estas tierras mucho tiempo, tierras que pertenecen a Gaia en su totalidad. -Siseó sin apenas mover los labios, en un perfecto francés. Nunca supo cómo aprendió ese idioma, pero al igual que otros cuantos, lo conocía. - Y respecto a mi naturaleza... Te informo de que tengo tanto de humana como tú mismo. Mejor revisa tu "radar". Te estás equivocando, por mucho.

Ýsera estaba muerta. Fría. Pálida. Etérea. De hecho, eran bastante similares de no ser por aquel siniestro tatuaje que recorría la piel del vampiro. Y por los colmillos, claro. Respecto a lo demás, ella era claramente superior en todos los sentidos. Podía percibir incluso desde la distancia que estaba tenso, como preparándose para abalanzarse sobre una presa que no podría tocar ni aunque quisiera. Trató de envolver al intruso con su poder, y aunque no respondía ni de lejos tan bien como con las almas, pudo notar que de alguna forma, podía ejercer cierta influencia sobre él. Permitió que se acercara, sin embargo, al sentirse respaldada nuevamente por la cercanía de sus siervos. Éstos respondieron inmediatamente a los pasos del muerto, adquiriendo formas siniestras y que a otros resultarían terroríficas. La nigromante, por supuesto, no se inmutó, pero un nubarrón de color oscuro se situó sobre ellos, siguiendo los pasos del vampiro. Los rayos relucían en su interior. No tardaría en desintegrarlo si osaba acercarse más de lo debido. Realmente empezaba a estar molesta por su interrupción. - Hættu. Dvöl burt. Ég myndi ekki vilja að meiða þig. No de ni un paso más, o lo reduciré a cenizas. -Un trueno sonó sobre sus cabezas, amenazante. Tanto como el tono de su voz.
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Mensaje por Abraxas Dom Ene 25, 2015 3:53 pm

Cierro la mano en un puño al escuchar su tono de superioridad. ¿Pero quién diablos se cree esa chiquilla? Podría barrer su existencia de un plumazo sin apenas pestañear. No tiene ningún derecho para hablarme así, ni ninguna autoridad para echarme de MIS tierras. Sigo sin comprender bien cómo es posible que mi Señor no la haya visto, o más concretamente, por qué motivo me ha ocultado su existencia. ¿Acaso desconfía de mi lealtad, o es que quizá planea algo concreto para esa extraña criatura? No, no puede ser. Lo más posible es que ni siquiera sepa que existe. Por eso debo llevársela. Debo llevarla ante él para que decida qué hacer con ella. Sí, es un perfecto presente para Él. Estoy seguro de que lo agradecerá. Sin embargo, no me va a resultar fácil llevársela sin probar ni un bocado de ese tierno cuello que parece relucir, incluso a esta distancia. Y no sólo porque su sangre me resulte especial y me llame de una forma tan acusada, sino también porque sus palabras hacen que algo se revuelva en mi interior. Rabia. Ira. Desconfianza. No me gusta que tenga control sobre mi. No me gusta, porque no puede ser. No es posible que un simple y patético humano pueda ejercer ningún tipo de influencia sobre un ser superior, como yo lo soy. Y es una estúpida si se cree que esos muertos podrán hacer algo en mi contra, para protegerla. Ni siquiera ellos son tan leales.

Debo morderme la lengua cuando osa hablar de mi Señor en esos términos tan poco acertados. ¿Poco observador? Él lo sabe todo, lo ve todo. Y si ella le es desconocida es simplemente porque no es lo suficientemente poderosa para llamar su atención. Aun cuando sus habilidades resultan bastante... Perturbadoras, incluso para mi. Una bruja, ¿eh? Una bruja capaz de manejar a su antojo las almas que deberían estar dormidas, y a seres que, como yo, hace mucho que dejaron de pertenecer a la tierra. - Bruja o no, seguís siendo humana. Aun cuando vuestro corazón va más despacio que el de una humana normal, o vuestra sangre tenga un aroma... diferente. Seguís estando viva. Siendo humana. No os lo toméis como un insulto, mi señora. Me limito a decir lo que observo. -Una maldita humana cuyo poder es capaz de afectarme, sí. Pero sigue siendo humana. Sigue siendo débil. Fugaz. Totalmente prescindible. ¡Ah! ¡Demonios! Cuánto me va a costar contener esta sed que sus palabras y su aroma me provocan. Su mirada penetrante también me llama la atención. No hay ni un ápice de miedo en sus facciones, ni si quiera se ha alejado. Es extraño. Resulta... Imponente. Al ver cómo el clima obedece también a sus órdenes, me doy cuenta del motivo. Quizá sí que la esté subestimando, después de todo. Será el regalo perfecto para mi Señor. Una atmokinética. ¿Podría tener más suerte? Los espíritus vuelven a arremolinarse a mi alrededor cuando notan que me sigo acercando, entonces, me detengo, y sonrío. Una sonrisa siniestra, aunque cómplice. Curioso ser con el que la noche me ha llevado a encontrarme.

- Tranquila, mi señora. No es mi intención haceros daño. Puedo darme cuenta de lo que sois capaz, y creedme, no me apetece que lancéis ninguno de esos rayos a mi persona. Ignoro lo que podrían hacerme, pero no creo que fuera agradable. -¿Quemaría? ¿Me mataría? Desde luego, no me apetece comprobarlo. Ignoro a los espíritus, sin embargo. No pueden hacerme nada. Me traspasan y rozan al lanzarse sobre mi, pero mi cuerpo no reacciona a su contacto. Yo ya estoy muerto, ¿qué podrían hacerme? Eso sí que me apetecería comprobarlo. Me causa curiosidad. Un muerto corpóreo frente a uno incorpóreo, ¿de verdad podríamos enzarzarnos en una lucha de la que alguno saldría victorioso? ¿O sería un empate técnico? Lo que sí me resultan son terriblemente molestos. Hacen presión para que no me acerque a ella, a mi presa, y eso me fastidia. Quiero llevármela, tenerla para mi, cuanto antes. Probar un poco de su elixir, de su poder, y luego servirla como ofrenda. Ese será su cometido. Y me ganaré en mayor medida su simpatía. Me detengo cuando estoy apenas a dos metros de ella. A esa distancia su sangre, su olor, resulta incluso más perturbador. Tiene algo... algo distinto, algo que va más allá de su poder. Algo que la hace diferente al resto de humanos, al resto de brujos. Al resto de criaturas que en mi larga vida haya conocido. Y eso son muchos años.
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Mensaje por Ýsera Eîr Viðarr Sáb Feb 14, 2015 4:03 am

La nigromante no pudo evitar reaccionar esta vez ante sus palabras. Una reacción mínima, que no llegaba a ser ni siquiera una muestra de sorpresa ante semejante revelación, pero dada la apatía que siempre la había caracterizado, era mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir. Porque aunque no tardó mucho en recomponerse, su mirada, antes fría y calculadora, ahora se había tornado oscura, acechante, como si una ofensa aún mayor hubiera salido de entre los labios del vampiro. ¿Cómo había podido confundirla con un ser humano? ¿Con un ser vivo, en general? A menos que estuviese equivocado... Tenía que estar mintiendo. No era cierto, no podía ser cierto. Ella estaba muerta. Llevaba muerta muchos años, los mismos que llevaba en aquel bosque que Gaia le había ordenador proteger. ¿Cómo si no iba a tener semejante grado de control sobre el resto de muertos? ¿Cómo si no iba a poder sobrevivir a aquella forma de vida a la que había sido relegada? Todo cuanto sabía, todo cuánto recordaba, partía del momento mismo en el que abrió los ojos en aquel sitio. Si alguna vez tuvo una vida anterior nunca lo supo. Eso sólo podía significar que Gaia la había hecho salir del mundo de los espíritus y la había llevado ese para encargarse de la misión que tenía que llevar a cabo en aquella tierra. Y ahora ella debía cumplir con su cometido, para poder regresar con ella. Su madre. Su creadora. El Origen y Fin de todo. El único Dios que existía.

Los espíritus reaccionaron de inmediato a aquel cambio en el estado de ánimo de su líder y guía, de su gobernadora en aquel plano, agolpándose esta vez con mayor violencia entre ella y el intruso, obligándolo a retroceder. Muchos de ellos se materializaron a fin de protegerla si fuera necesario ante aquel ser mentiroso y ruin que había osado perturbar la calma de aquel bosque. De SU bosque. Su simple presencia, y ahora más que nunca, la enfurecía. Los nubarrones que se habían conformado sobre el claro, se hicieron cada vez más grandes, y dejaron caer bruscamente un manto de agua que no parecía que fuera a detenerse en breve. Y otro relámpago tronó, emitiendo una luz espectral que iluminó por completo la escena durante unos instantes. El clima también respondía a su llamada, a su rabia, a esa ira que el muerto había desatado con sus viles palabras. Quería que se marchara, y si no lo hacía voluntariamente, ella se encargaría de expulsarlo. Usando todos los medios de los que disponía. Y estaba segura de que no querría comprobar por sí mismo lo que era capaz de hacer. Porque nadie nunca había sobrevivido a eso. Y él no sería la excepción.

- No puedes engañarme, Demonio. Puedo leer tus intenciones, y ellos también. Sé el oscuro secreto que tus palabras esconden, así que, te lo volveré a repetir... No des ni un paso más. -Se giró levemente para encararlo desde la distancia que aún los separaba, clavando la mirada en aquellos ojos oscuros y mentirosos. Quizá los fantasmas no estaban tan mal encaminados, después de todo. Quizá sí era cierto que los demonios estaban comenzando a regresar a la tierra, para desencadenar nuevamente la destrucción. Y ella tendría que impedirlo. Empezando por aquel ser. - Intentas engañarme, hacerme dudar con tus mentiras para provocarme, para que desate el caos. Intentas hacerme pensar que puedo estar viva cuando está claro que estoy tan muerta como tú. Para que me olvide de mi propósito como protectora de estas tierras... Pero créeme, estás muy equivocado. Mi Señora me perdonaría la destrucción provocada en este lugar si la ocasiono para destruir a un ente como tú. El orden quedaría restablecido. Tú fallarías en tu propósito, no yo. Pero tienes la opción de marcharte, Demonio. No me importa si tratas de llevar la oscuridad a otras regiones, vampiro. Pero vete de aquí. Vete ahora. O no dudaré ni un segundo en destruirte. -Volvió a su posición inicial, evitando mirarle. Había algo que no le gustaba nada en absoluto. Porque sabía que estaba mintiendo, que tenía que estar mintiendo... Pero algo le decía que dentro de esa falsedad... En el fondo... Muy en el fondo... Había algo de cierto.
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Mensaje por Abraxas Miér Feb 25, 2015 11:39 pm

Justo en el momento en que esas palabras salen despedidas de entre sus labios, la confusión se apodera de mi semblante de forma inevitable. ¿De qué demonios está hablando? Incluso estando aún a cierta distancia de ella puedo percibir con total claridad el aroma de su sangre, llamándome, y el débil aunque constante latido de su extraño corazón, bombeando sangre a sus tejidos. ¿Por qué la enfurece tanto entonces que le diga lo evidente? ¿Por qué a un vivo le molestaría que alguien reconociese en su cuerpo esa vitalidad que yo hacía mucho que había perdido? Eso no tiene sentido, no para mi. Y eso la convierte ahora, más que en una víctima potencial, en un sujeto digno de someter a experimento. ¿De verdad no es consciente de que está viva, de que sigue respirando? ¿Cómo es eso posible? Si toparte con un brujo que manifieste sus poderes con tanta fuerza y habilidad como ella ya es extraño, jamás me había encontrado con ningún ser humano que afirmase con tanta vehemencia no ser lo que realmente era. Y no parecía triste, o deprimida, lo que explicaría las ganas de estar muerta que probablemente tenía. De hecho, lo que parecía era que realmente ignoraba que formaba parte de los vivos, ¡como si eso fuera algo tan sencillo de olvidar! ¿Qué clase de trauma ha podido ocasionar semejante alejamiento de la chica con la realidad. Ansío averiguarlo, ¡quiero averiguarlo! Tengo que averiguarlo, antes de acabar con ella.

- ¿Mis intenciones? No sé de cuáles habláis, mi señora, las únicas intenciones que guardo hacia vos son las ganas de descubrir los secretos que está claro que os rodean. Los enigmas que os hacen ser... tan... Diferente. No sólo a cualquier otro ser humano, sino también a cualquier criatura que haya visto en mucho tiempo... Y creedme, he tenido el placer de conocer, y degustar, a muchas criaturas extrañas... -Alzo la vista para toparme de lleno con esa mirada gélida y penetrante. Una mirada que consigue, por primera vez en años, hacer que un escalofrío me recorra la espalda de arriba abajo. ¡Una cría, logrando ocasionar en mi semejante reacción! Por un instante, la idea de entregársela como ofrenda a mi Señor desaparece de mi cabeza. ¿Qué podría conseguir yo, si en lugar de cedérsela, me la quedase para mi, si la convirtiese en mi sirviente, en mi esclava? El mundo me pertenecería, y no tendría que darle más explicaciones a mi Amo. Me liberaría finalmente de su eterna presencia, de su eterna influencia sobre mi. ¿No es que al final todos los alumnos acaban superando a sus maestros? Y yo, sin duda, soy el alumno más aventajado que Satán haya tenido jamás.

Pero para ello, debo ganarme su confianza, debo penetrar por esa llaga que tanto le duele, por la realidad de que está viva, para confirmárselo, y a la vez, tener cierta ventaja sobre sus actos. Porque sé que quienes sienten que no tienen nada que perder, se arriesgan mucho más que aquellos que se saben en peligro. Debo engatusarla, hacerla cambiar de idea. Ponerla de mi parte. Y sí, no dudo que vaya a ser difícil, pero a estas alturas de mi existencia, tampoco será imposible... - Mi señora... creo que habéis malinterpretado mis intenciones. No tengo nada en vuestra contra, ni en contra de esta tierra, pero ahora sé con total seguridad que tanto vuestra Señora como mi Amo, nos han estado mintiendo todo este tiempo. A vos, haciéndoos creer que estáis muerta, cuando vuestro corazón palpita claramente. Y a mi, diciéndome que no había ningún guardián en este bosque, cuando lo tengo justo enfrente. Y la verdad, no sé por qué querrían engañarnos, si no fuera porque deseen desterrarnos. Mi señora, por favor... ayudadme a comprender por qué nos hacen esto... -Apelar a la pena, ese clásico que nunca falla con los humanos en general, y con las féminas en particular. Y por si no fuera suficiente, además pongo una mano en mi pecho, como intentando dotar de solemnidad a mis palabras. En un pecho que lleva estando vacío una eternidad entera. Pero eso... Eso ella no lo sabe. En mi interior, la bestia se remueve, con una sonrisa maligna que deja entrever sus malas intenciones. Pero por fuera, ese semblante de tristeza que tanto he practicado acude a mi ayuda sin necesidad de insistir mucho. Y los fantasmas que antes se interponían en mi camino, comienzan a retroceder. Confían en mi.
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Mensaje por Ýsera Eîr Viðarr Sáb Mar 14, 2015 11:24 pm

La nigromante pudo percibir la confusión perfectamente reflejada en el semblante del muerto, como si sus palabras, la verdad que pesaba sobre sus hombros no fuera más que los desvaríos de una loca que había pasado demasiado tiempo a solas, únicamente rodeada de muertos. Pero se equivocaba. Tenía que equivocarse. Llevaba todos aquellos meses, esos años, luchando por conseguir un sitio junto a Gaia. Se lo merecía. Se merecía alcanzar el otro plano, se merecía ascender. Se merecía ser como el resto de aquellas almas que habitaban en el bosque, pero dentro de la infinita paz de ese "cielo" que ella imaginaba como muy diferente al que decían las escrituras en las que otros creían. Se lo imaginaba exactamente igual que aquel bosque, pero con muchos más árboles, con muchas más almas. Todas coexistiendo en paz las unas con las otras, fundiéndose, elevándose, entremezclándose, siendo unas y otras parte del mismo ecosistema, necesitándose. Ella tenía que estar allí, ese era su lugar. De allí la habían expulsado por sus pecados contra la naturaleza, y allí regresaría cuando el equilibrio en la tierra fuera restaurado. Cuando Gaia considerara que merecía recuperar su puesto como guardiana en el mundo del más allá, abandonando finalmente la realidad terrenal que tanto odiaba. ¿Pero cómo podría una criatura diabólica como él comprender algo como eso? ¿Cómo podría entender que su cuerpo no era más que un recipiente de piel y huesos que sólo le serviría de forma transitoria hasta recuperar su verdadera forma y esencia? Tampoco tenía intención de explicárselo. Incluso los dioses que adoraban eran tan distintos como sus naturalezas. Ella etérea, un ser fantasmal encargado de proteger, y él un demonio en cuerpo de hombre que se dedicaba a sembrar el caos en el mundo que ella debía defender. De criaturas como él.

- Las intenciones que se ocultan tras esas palabras falsas que tratan de engatusarme, pero que no van a conseguirlo. Porque aún no lo has entendido, Demonio. Yo no soy una humana de esas estúpidas a las que puedes tratar de persuadir de nada que no desee hacer o querer. No soy una humana. No me insultes con ese término, o me replantearé lo de dejarte escapar. -Su voz fue poco a poco haciéndose más y más grave, llegando al punto álgido al procesar la parte de su discurso que hablaba de "degustar". - Mantén alejados tus colmillos de mi vista, Muerto, o todos estos fantasmas se abalanzarán sobre ti. Harían cualquier cosa para protegerme, creo que ya lo has visto, y a diferencia de ti, que pese a estar muerto puedes volver a morir, de forma definitiva, ellos ya no pertenecen a este mundo. No tienen nada que perder, aunque sí mucho que ganar. Quieren ganarse mi favor, para pretender venir conmigo en mi ascensión al mundo de mi Señora Gaia. -Los espíritus fueron adquiriendo formas y colores más agradables al escuchar las palabras de su guía. Se sentían agradecidos de su presencia, y también más seguros con ella allí. Por eso la protegían. Por eso y porque sabían que ello podría acercarles al mundo del más allá que todos anhelaban.

Y entonces, otra vez, sus palabras consiguieron provocarle una reacción, esta vez más explícita, más intensa, de sorpresa, de revelación. ¿Realmente podía ser posible que Gaia, aquella a la que veneraba con devoción pudiera haberse aliado nada menos que con el mismísimo diablo para confundirla, para vetarle la entrada a un mundo del que nunca había debido ser expulsada? No podía ser cierto, no debía ser cierto. Porque entonces todo lo que había hecho para ganarse su favor, su regreso a aquel plano, habría sido en vano. Todos sus esfuerzos no habrían servido para nada. Todos sus actos habrían sido meras pruebas sin fundamento que una diosa, que ahora el muerto retrataba como hostil, le había encomendado con el único fin de alejarla de aquel mundo. De su mundo. - ¡Deja de mentirme, Demonio! ¡O no será únicamente la ira de Gaia la que recaiga sobre tu cuerpo! Deja de... intentar confundirme... Mi pecho está tan vacío y silencioso como el tuyo propio, y no importa cuánto digas para intentar hacer que me olvide de ese hecho... No... No es cierto... -Los nubarrones sobre sus cabezas fueron incrementando de tamaño, a pesar de que los fantasmas parecían confiar en sus palabras. La ira se removía en su interior. Ira hacia aquel ser, que la había sacado de su realidad, para escupirle en la cara la posibilidad que no había querido asumir nunca. Que todo aquello, todo lo que vivía, no era más que una farsa. ¿Quién hubiera podido aceptarlo?
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Mensaje por Abraxas Miér Mar 25, 2015 8:10 pm

Y justo en el momento preciso en que mis palabras surten el efecto deseado, cuando esa cría dibuja en su semblante el mayor signo de frustración que yo haya visto nunca, aprovecho mi oportunidad, la que llevaba aguardando toda la noche, y me acerco a ella como deseaba desde el primer momento en que la vi. Los fantasmas me abren paso, como si en lugar de ofrecerse ahora como escudo a su guardiana, me la ofrecieran ellos a mi, como ofrenda hacia mi persona. Las ansias y deseos de llevarla ante mi Señor han desaparecido por completo. Ahora sé que la necesito para mi, la necesito para lograr tomar el control del Inframundo, y de la tierra a la que he sido enviado. Porque por fin he comprendido que ese es mi destino. Crear más demonios de los que ya existen, liderarlos, llevarlos en contra de una humanidad que lleva demasiado tiempo sin sufrir las consecuencias de sus actos. Y cuando el caos se avecine, yo seré el único Rey, en medio de toda la oscuridad. Pero la necesito a ella, sé que la necesito a ella. Porque si es capaz de tener control sobre mi, que soy superior a ella en todos los sentidos, ¿qué no podría hacer con el resto de seres humanos, mucho más inferiores? Ella podría ayudarme a lograrlo, podría abrirme el camino hacia el control total del mundo, tal y como los espíritus lo han hecho conmigo, para llevarme hasta la nigromante.

Cuando finalmente estoy a su altura, una sonrisa entre sádica y divertida se instala en mi semblante. Y clavo mi mirada en la ajena, buscando en ella algún indicio de humanidad que realmente no encuentro, aunque yo sé que debería estar allí. Y entonces, cierro mis manos en torno a sus muñecas, con una fuerza tal que a cualquiera le hubiera hecho retorcerse de dolor. Pero ella ni se inmuta. Parece tan hueca, tan vacía, que realmente comprendo por qué se siente como un cadáver andante, como un muerto. Como uno de esos fantasmas a los que domina sin ninguna dificultad. Incluso su piel está tan fría que casi compite en lo gélido con la mía propia. La encaro sin ningún tipo de temor. Ahora que sé que mis palabras han sembrado en ella la duda, aunque aún no llegue a comprender por qué motivo piensa que es lo que no es, sé que su ira no irá descargada hacia mi, sino hacia quien quiera que sea esa Diosa cruel a la que eleva sus plegarias. - Mi Señora, ¿podéis notar mi frialdad? ¿Podéis notar el dolor? ¿Sois capaz de percibir mi presencia, el aura que me rodea? Si así es, comprenderéis que no sois un fantasma, como Gaia os ha hecho creer. Y que yo tampoco soy el único que vaga por estas tierras, como Satán me hizo creer a mi... -Mi tono meloso no desaparece, a pesar de que mis palabras son lo bastante malintencionadas para dañarla, o al menos, esa era la función con la que yo las utilizo.

- Desconozco por qué motivo nos han mentido de esta forma tan cruel y despiadada... ¿Ella no os mencionó en ningún momento el propósito por el que escogió para vos precisamente este lugar para ejercer vuestras labores como guardiana? ¿Por qué este y no otro? ¿No os dijo nada? -Su respuesta me importa bastante poco, en realidad. Sus dioses absurdos e irreales ningún interés tienen para mi, más que el deseo banal que tienen los seres humanos de creer en algo que les permita proseguir con sus patéticas vidas una vez finalizadas las actuales. El único dios verdadero y real era mi Señor, Satán, y ahora yo ocuparía su lugar. El lugar que me corresponde. Como único gobernador de los inmortales. De los entes hechos de suprema maldad. Y ella... Ella es mi instrumento.
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