AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Unseen Moon {Private}
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Unseen Moon {Private}
Miles de palabras ensombrecen sus pensamientos. Cada latido de su corazón es una onda que altera las emociones de su cuerpo. Sometida a la terrible vorágine, sólo puede evocar suspiros en medio de la nada con la ilusión que todos esos estridentes sonidos callen para siempre. Pero las decisiones que ha tomado a lo largo de su vida, pesa más de una tonelada sobre su espalda, intentan ahogarla, consumirla, devorarla a cada instante y, siempre que pretende ser indiferente la remembranza de su esparcida familia vuelve a golpear su rostro con implacable furia. Sentada sobre una vieja loza, en las profundidades de los calabozos se pregunta cómo habría de sobrevivir en un mundo hostil como ese. Las personas juzgan y atacan sin comprender las razones, sin escrudiñar en las penumbras la verdadera historia. Los sueños se rompen, las ilusiones desaparecen y, al final la esperanza, siempre muere. Esos dedos curiosos, exploradores de un mundo desconocido, juegan con la medalla que pende de su cuello, una joya que pretende formar un estigma en sus recuerdos así como la voz de su hermano mayor mencionando su nombre entre la multitud. Levanta la mirada a saber, la noche cayó sin ser prevista y la obscuridad bañó el día con sus tinieblas. Se pone de pie buscando la vieja mochila que cargaba a su espalda, en ella se encuentran varias cintas, un par de cadenas y objetos de plata. Sabe lo que tiene que hace en la próxima luna llena. Astarté no es un monstruo, ¡Ella no es un asesino!
Los insidiosos laberintos se abren paso frente a ella, provocándole una sensación claustrofóbica. Siente como su respiración se corta con cada paso que da. Es como inhalar ácido y que este queme cada arteria dentro de la garganta. Insoportable, tortuoso, agonizante. No puede detenerse, los días siguen pasando y la luna pronto se levantaría en el horizonte, tan infinitamente hermosa y hechizante que condenaría a la pobre adolescente a su destierro en el mundo mortal. Sus pies caen en un charco de agua, el cual le parece una develación divina, pues la sed estaba a punto de consumirla por completo. Sonríe y se arrodilla. Las palmas de sus manos forman una concha para llenarla y así dar un sorbo. No sabe nada bien, pero tampoco le es repugnante. Coloca sus manos en la tierra y asoma la cabeza hasta el agua en donde puede apreciar su silueta. ¡Todo un esperpento! ¿Dónde había quedado aquella niña que sonreía hasta en la más alocada de las situaciones al lado de sus hermanos y padres? ¿Cuándo fue que sus ojos desaparecieron para ser remplazados por un par de canicas sin vida, sin expresión alguna más que la ausencia del alma? Golpea el agua con furia, desvaneciendo el claro reflejo. «¡Entiéndelo! ¡Nevenka murió! Ella… ¡Yo estoy muerta!» Expresa en su pensamiento. Patalea, se molesta, se retuerce. No hay nada que pueda hacer para regresar al pasado y solucionar los hechos, las tragedias y minimizar la fatídica tristeza que está a punto de desquebrajar lo poco que queda hoy de ella. Pero así como hoy se aferra a la melancolía, quizá mañana disfrute de la nueva vida que se le obsequió.
A lo lejos, los pasos desconcertantes de un visitante, logran alertar a su ensimismamiento. Se agazapa sobre una de los tantos pedazos de roca que le rodean y espera paciente a escuchar con atención la ubicación de aquel ser que se aproxima –inevitablemente- hasta ella. Los sentidos se lo confirman, el peligro es potencial y crece a medida en que se acercan más a su posición. Tuerce los labios. Desvía la mirada hacia todas partes, busca en medio de aquel tumulto de obscuridad un halo de luz que le indique una salida o algún escondite donde pueda refugiarse. Cierto es que sabrá defenderse de cualquier amenaza, sin embargo, está tan cansada que no podría durar en una batalla por más débil que fuese su oponente. Lo más prudente en una situación así es quedarse callado y huir del lugar. Comienza a caminar tanteando el terreno, pero sus zapatos provocan ese estúpido sonido al estrecharse contra el suelo. Toma una decisión y se los quita para sentir la tierra bajo sus pies. Aspira profundamente. La humedad del suelo se impregna en su piel y le provoca una sensación de desconocido éxtasis, cierra sus ojos dejándose llevar por el momento. Cuando escucha el respirar de esa persona, da un respingo y corre hacia uno de los agujeros en la pared. La mochila se cae y sólo logra rescatar las cadenas. –Demonios- Susurra cubriéndose la boca para no ser escuchada ¿Quién es? No. Es una formulación errónea, después de todo no siempre es alguien. ¿Qué es? Porque en la obscuridad de la noche, los demonios acechan libremente.
Los insidiosos laberintos se abren paso frente a ella, provocándole una sensación claustrofóbica. Siente como su respiración se corta con cada paso que da. Es como inhalar ácido y que este queme cada arteria dentro de la garganta. Insoportable, tortuoso, agonizante. No puede detenerse, los días siguen pasando y la luna pronto se levantaría en el horizonte, tan infinitamente hermosa y hechizante que condenaría a la pobre adolescente a su destierro en el mundo mortal. Sus pies caen en un charco de agua, el cual le parece una develación divina, pues la sed estaba a punto de consumirla por completo. Sonríe y se arrodilla. Las palmas de sus manos forman una concha para llenarla y así dar un sorbo. No sabe nada bien, pero tampoco le es repugnante. Coloca sus manos en la tierra y asoma la cabeza hasta el agua en donde puede apreciar su silueta. ¡Todo un esperpento! ¿Dónde había quedado aquella niña que sonreía hasta en la más alocada de las situaciones al lado de sus hermanos y padres? ¿Cuándo fue que sus ojos desaparecieron para ser remplazados por un par de canicas sin vida, sin expresión alguna más que la ausencia del alma? Golpea el agua con furia, desvaneciendo el claro reflejo. «¡Entiéndelo! ¡Nevenka murió! Ella… ¡Yo estoy muerta!» Expresa en su pensamiento. Patalea, se molesta, se retuerce. No hay nada que pueda hacer para regresar al pasado y solucionar los hechos, las tragedias y minimizar la fatídica tristeza que está a punto de desquebrajar lo poco que queda hoy de ella. Pero así como hoy se aferra a la melancolía, quizá mañana disfrute de la nueva vida que se le obsequió.
A lo lejos, los pasos desconcertantes de un visitante, logran alertar a su ensimismamiento. Se agazapa sobre una de los tantos pedazos de roca que le rodean y espera paciente a escuchar con atención la ubicación de aquel ser que se aproxima –inevitablemente- hasta ella. Los sentidos se lo confirman, el peligro es potencial y crece a medida en que se acercan más a su posición. Tuerce los labios. Desvía la mirada hacia todas partes, busca en medio de aquel tumulto de obscuridad un halo de luz que le indique una salida o algún escondite donde pueda refugiarse. Cierto es que sabrá defenderse de cualquier amenaza, sin embargo, está tan cansada que no podría durar en una batalla por más débil que fuese su oponente. Lo más prudente en una situación así es quedarse callado y huir del lugar. Comienza a caminar tanteando el terreno, pero sus zapatos provocan ese estúpido sonido al estrecharse contra el suelo. Toma una decisión y se los quita para sentir la tierra bajo sus pies. Aspira profundamente. La humedad del suelo se impregna en su piel y le provoca una sensación de desconocido éxtasis, cierra sus ojos dejándose llevar por el momento. Cuando escucha el respirar de esa persona, da un respingo y corre hacia uno de los agujeros en la pared. La mochila se cae y sólo logra rescatar las cadenas. –Demonios- Susurra cubriéndose la boca para no ser escuchada ¿Quién es? No. Es una formulación errónea, después de todo no siempre es alguien. ¿Qué es? Porque en la obscuridad de la noche, los demonios acechan libremente.
Nevenka Lèveque- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/08/2012
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Re: Unseen Moon {Private}
― ¡A veces no te soporto, Mamá! ― Se escuchó el tronar de la puerta al chocar con fuerza contra la madera en un portazo y, después, todo quedó en silencio sepulcral. Suspiré pesadamente, dejando caer mi cuerpo en uno de los sillones. ¿Qué? ¿De verdad estaría siendo demasiado estricta?. El día había ido genial (Uno de mis pocos días libres, por cierto) hasta hacía media hora, cuando a Úrsula se le había ocurrido la descabellada idea de que la dejaría irse sola a casa de un "amigo" ¡¿Es que se había vuelto loca?! Sola. A casa de un hombre. ¡Por Dios!. Yo entendía que desde que había cumplido los dieciocho años tenía que dejarla un poco más libre, de echo, no me he considerado nunca para nada estricta. Tal vez ese había sido el problema. Y ahora ella creía que podía ir y venir a su antojo. Ni pensarlo. Conocía demasiado bien las calles de la ciudad a esas horas intempestivas como para dejarla salir. Ella no sabía que precisamente por la noche, era cuando todos los seres oscuros salían. Demonios, no sabía ni de su existencia. De eso ya me había encargado yo. ¡Y había jurado que no los conocería! ¿Sería esa una buena decisión? Tal vez, de conocer esos peligros, evitaría propuestas tan locas. Ya sin mencionar lo que podrían decir de ella si pasaba la noche en casa de un hombre que no es ni su pretendiente, ni su prometido ni mucho menos su marido. Esa, si mas no, era la excusa. Nunca me había importado demasiado nuestra reputación mientras siguiéramos ocultadas. Y Úrsula no parecía tener demasiado interés por la gente adinerada, ni por las fiestas o los bailes de sociedad. Eso era un gran alivio.
Sonreí ligeramente pensando en lo buena niña que había sido siempre. En el fondo, ese acto de rebeldía no era más que parte de su niñez. Y yo había querido, desde siempre, que se mantuviera intacta psicológicamente. ¿De qué me quejaba? Estaba viva. Viva emocionalmente. Hacía pataletas del mismo modo que se comportaba seria en otras ocasiones que se lo requería. Sí, es cierto, si me hubiese obedecido a la primera es cuando más enfadada debería haberme puesto. Me reí de mi tontería. ¡A veces se me olvidaba todo! Todo, solo con pensar que pudieran dañarla aquellos de los que ella no tenía conocimiento alguno. Y en ese mismo instante decidí que algún día, un día pronto, le contaría todo. Todo. Que los humanos no eran la única raza del planeta. Mi trabajo. Cómo me ganaba la vida a diario. Por supuesto, había cosas que más valía suprimir, porque ni ella ni nadie más las conocía a parte de mi. O de otros que hicieran mi mismo trabajo.
Decidida, me levanté y caminé hasta su habitación. La puerta, milagrosamente, se mantenía en pie a pesar del tremendo golpe que le había dado. Di unos cuantos toques. ― Cielo ¿Puedo pasar? ― Nada. No se escuchaba nada. Al principio pensé que se habría quedado dormida pero.. No sé, algo me dio mala espina. Después de haber echo semejante rabieta y con lo importante que parecía para ella, no sonaba muy coherente que se hubiese dormido sin más. Sin ni siquiera intentarlo una segunda vez. O, por lo menos, la tendría que estar escuchando llorar a mares. Aunque a mi parecer sonaba insignificante, para ella podía ser todo un mundo. ¡Ah, cómo desearía haber sido adolescente! Por desgracia, solo podía imaginar o intuir sus sentimientos. Eso, me complicaba bastante la tarea. ― Cielo, Úrsula ― Llamé una vez más. Y esperé. Esperé. Tic Tac. Tic Tac. De acuerdo, si no había puesto cerrojo a las habitaciones era precisamente por eso. Abrí el pomo, decidida a entrar. No tuve complicaciones. Extraño. Si bien no le había colocado esa cerradura a la puerta, ella a menudo me ponía cualquier cosa que sirviera de freno a que yo entrara en su intimidad. Eso me bastaba para saber sus intenciones hasta que ella lo retiraba y estaba dispuesta a conversar. Por eso, no encontrar nada, fue demasiado extraño.
Maldije por alto y por bajo, groserías demasiado impropias, cuando me vi la habitación completamente vacía. ― ¡La madre que...! ― Mis ojos se fueron hacia la ventana, entreabierta lo suficiente como para que un cuerpecillo cupiese. ¡Se había escapado! No me hizo falta mirar por ella para saber que ya no estaría allí. Úrsula era ágil y silenciosa, maldita fuera porque yo misma le había enseñado algunas cosas años atrás por si acaso. ¡No para que las utilizara contra mi! Además, le venía innato. Ella sería una excelente espía. Sacudí esos pensamientos que nada tenían que hacer en mi cabeza, no en ese momento, y salí pitando de casa con lo puesto. Un simple y sencillo vestido. Aunque había sido entrenada para imprevistos, no eran de este tipo, así que di gracias por no olvidarme de agarrar las llaves antes de cerrar la puerta. Como alma que lleva el diablo caminé, primero hasta la parte posterior de la casa donde estaba la ventana. Ni rastro. Miré hacia arriba ¡Demonios! Había una altura considerable. Que buena era la niña. Solo esperaba que no se hubiese echo daño, porque tan tozuda era que no habría sido capaz de huir aún con un tobillo torcido, sabiendo que le tomaría más tiempo.
Y ahora la pregunta era ¿Dónde demonios estaba? Vale, había querido ir a casa de un amigo.. ¿Qué amigo?. Voy a ser sincera diciendo que no me molestaba demasiado en conocer a sus amistades, en ese aspecto, considero que no me comporto como una madre pesada. Y cómo me estaba arrepintiendo en ese momento. Suspiré larga y sonoramente intentando contener pequeños temblores ¿Qué haría si le pasaba algo?. Antes de darme cuenta, ya estaba caminando por vete tu a saber dónde. Calles y callejuelas de la ciudad, sin rumbo alguno, solo con el fin de descargar un poco de esta ansia que llevaba dentro por no saber dónde estaba mi niña. ¡Mañana se iba a enterar! Mañana, porque aunque era una excelente rastreadora de monstruos, no iba a ser capaz de encontrarla a ella entre toda la multitud de París. Maldita fuera.
Creo que fue cosa del destino que, en un determinado momento entre mis intentos fallidos por calmarme, la viera. No, no a Úrsula, esa renacuaja con suerte ya estaría en la casa de su tan ansiado amigo. Ella, era uno de mis objetivos. ¡Vaya! Que cosas tiene la vida. Fruncí el ceño cuando la vi entrar por una puerta oxidada. Si no mal recordaba por ahí se iba.. a los laberintos subterráneos. Pensativa, no dejé de observarla. Y tan pronto como desapareció de mi vista, la seguí. No estaba trabajando, ni tenía ninguna obligación de seguir sus pasos. Tampoco llevaba el material adecuado o la vestimenta. Aún así, algo me empujó. Tal vez, las ganas de suplir lo vivido hacía un momento por otra cosa o, simplemente, que no podía dejar escapar esa oportunidad. Sin duda una niña, a esas horas de la noche, en un lugar tan oscuro no llevaría a nada bueno. A nada normal. El vestido me molestó cuando entré mucho más que la humedad o el olor a moho. No, mi nariz ya se había insensibilizado a malos olores hacía mucho. Odiaba que mis zapatos hicieran tanto ruido ¡Por favor! Que poco discreta. Acostumbrada a ser más sigilosa que el viento, aquello me sobrepasaba. Sin embargo, no debía olvidar algo muy importante.
Esa noche no era la espía, en busca de información. Esa noche, era Loreley, la humana, siguiendo un pálpito.
Me quiero matar por hacerte esperar tanto! De verdad, lo siento mucho. Me ha costado un poco agarrarle el tranquillo a Loreley.
Sonreí ligeramente pensando en lo buena niña que había sido siempre. En el fondo, ese acto de rebeldía no era más que parte de su niñez. Y yo había querido, desde siempre, que se mantuviera intacta psicológicamente. ¿De qué me quejaba? Estaba viva. Viva emocionalmente. Hacía pataletas del mismo modo que se comportaba seria en otras ocasiones que se lo requería. Sí, es cierto, si me hubiese obedecido a la primera es cuando más enfadada debería haberme puesto. Me reí de mi tontería. ¡A veces se me olvidaba todo! Todo, solo con pensar que pudieran dañarla aquellos de los que ella no tenía conocimiento alguno. Y en ese mismo instante decidí que algún día, un día pronto, le contaría todo. Todo. Que los humanos no eran la única raza del planeta. Mi trabajo. Cómo me ganaba la vida a diario. Por supuesto, había cosas que más valía suprimir, porque ni ella ni nadie más las conocía a parte de mi. O de otros que hicieran mi mismo trabajo.
Decidida, me levanté y caminé hasta su habitación. La puerta, milagrosamente, se mantenía en pie a pesar del tremendo golpe que le había dado. Di unos cuantos toques. ― Cielo ¿Puedo pasar? ― Nada. No se escuchaba nada. Al principio pensé que se habría quedado dormida pero.. No sé, algo me dio mala espina. Después de haber echo semejante rabieta y con lo importante que parecía para ella, no sonaba muy coherente que se hubiese dormido sin más. Sin ni siquiera intentarlo una segunda vez. O, por lo menos, la tendría que estar escuchando llorar a mares. Aunque a mi parecer sonaba insignificante, para ella podía ser todo un mundo. ¡Ah, cómo desearía haber sido adolescente! Por desgracia, solo podía imaginar o intuir sus sentimientos. Eso, me complicaba bastante la tarea. ― Cielo, Úrsula ― Llamé una vez más. Y esperé. Esperé. Tic Tac. Tic Tac. De acuerdo, si no había puesto cerrojo a las habitaciones era precisamente por eso. Abrí el pomo, decidida a entrar. No tuve complicaciones. Extraño. Si bien no le había colocado esa cerradura a la puerta, ella a menudo me ponía cualquier cosa que sirviera de freno a que yo entrara en su intimidad. Eso me bastaba para saber sus intenciones hasta que ella lo retiraba y estaba dispuesta a conversar. Por eso, no encontrar nada, fue demasiado extraño.
Maldije por alto y por bajo, groserías demasiado impropias, cuando me vi la habitación completamente vacía. ― ¡La madre que...! ― Mis ojos se fueron hacia la ventana, entreabierta lo suficiente como para que un cuerpecillo cupiese. ¡Se había escapado! No me hizo falta mirar por ella para saber que ya no estaría allí. Úrsula era ágil y silenciosa, maldita fuera porque yo misma le había enseñado algunas cosas años atrás por si acaso. ¡No para que las utilizara contra mi! Además, le venía innato. Ella sería una excelente espía. Sacudí esos pensamientos que nada tenían que hacer en mi cabeza, no en ese momento, y salí pitando de casa con lo puesto. Un simple y sencillo vestido. Aunque había sido entrenada para imprevistos, no eran de este tipo, así que di gracias por no olvidarme de agarrar las llaves antes de cerrar la puerta. Como alma que lleva el diablo caminé, primero hasta la parte posterior de la casa donde estaba la ventana. Ni rastro. Miré hacia arriba ¡Demonios! Había una altura considerable. Que buena era la niña. Solo esperaba que no se hubiese echo daño, porque tan tozuda era que no habría sido capaz de huir aún con un tobillo torcido, sabiendo que le tomaría más tiempo.
Y ahora la pregunta era ¿Dónde demonios estaba? Vale, había querido ir a casa de un amigo.. ¿Qué amigo?. Voy a ser sincera diciendo que no me molestaba demasiado en conocer a sus amistades, en ese aspecto, considero que no me comporto como una madre pesada. Y cómo me estaba arrepintiendo en ese momento. Suspiré larga y sonoramente intentando contener pequeños temblores ¿Qué haría si le pasaba algo?. Antes de darme cuenta, ya estaba caminando por vete tu a saber dónde. Calles y callejuelas de la ciudad, sin rumbo alguno, solo con el fin de descargar un poco de esta ansia que llevaba dentro por no saber dónde estaba mi niña. ¡Mañana se iba a enterar! Mañana, porque aunque era una excelente rastreadora de monstruos, no iba a ser capaz de encontrarla a ella entre toda la multitud de París. Maldita fuera.
Creo que fue cosa del destino que, en un determinado momento entre mis intentos fallidos por calmarme, la viera. No, no a Úrsula, esa renacuaja con suerte ya estaría en la casa de su tan ansiado amigo. Ella, era uno de mis objetivos. ¡Vaya! Que cosas tiene la vida. Fruncí el ceño cuando la vi entrar por una puerta oxidada. Si no mal recordaba por ahí se iba.. a los laberintos subterráneos. Pensativa, no dejé de observarla. Y tan pronto como desapareció de mi vista, la seguí. No estaba trabajando, ni tenía ninguna obligación de seguir sus pasos. Tampoco llevaba el material adecuado o la vestimenta. Aún así, algo me empujó. Tal vez, las ganas de suplir lo vivido hacía un momento por otra cosa o, simplemente, que no podía dejar escapar esa oportunidad. Sin duda una niña, a esas horas de la noche, en un lugar tan oscuro no llevaría a nada bueno. A nada normal. El vestido me molestó cuando entré mucho más que la humedad o el olor a moho. No, mi nariz ya se había insensibilizado a malos olores hacía mucho. Odiaba que mis zapatos hicieran tanto ruido ¡Por favor! Que poco discreta. Acostumbrada a ser más sigilosa que el viento, aquello me sobrepasaba. Sin embargo, no debía olvidar algo muy importante.
Esa noche no era la espía, en busca de información. Esa noche, era Loreley, la humana, siguiendo un pálpito.
Me quiero matar por hacerte esperar tanto! De verdad, lo siento mucho. Me ha costado un poco agarrarle el tranquillo a Loreley.
Loreley- Inquisidor Clase Media
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Re: Unseen Moon {Private}
No puede moverse, tiene miedo. Miedo de ser descubierta por el mismo asesino de sus padres y hermanos. Su olfato la engaña, le juega malas cartas y la desesperación aparece en su lomo como una carga inevitable. Los nervios la convierten en una presa fácil. ¡Se supone que no debe ser así! ¡Ella es una guerrera! Una mujer que aprendió la lucha incansable para la supervivencia de toda su familia, una hembra que no dudaría en arrancar un corazón de un cuerpo vivo, sólo para asegurar el bienestar de los suyos. Sí, al lado de su familia Astarté era un elemento único en el clan, pero todo eso desapareció con la muerte de Raven y sus padres. Sus hermanos jamás comprendieron el sentimiento que el mayor de todos despertó en la chiquilla. Toda su fortaleza, las cosas por las cuales luchaba, cada uno de ellos, había muerto en aquel ataque y no tenía el valor suficiente para regresar al lado de Emerith. Su mano golpea la pared con fuerza olvidando la presencia extraña. La fuerza provocó que se lastimara la muñeca y sólo pudo quejarse ante el dolor. Maldice su suerte entre dientes, en medio de blasfemias poco conocidas por la humanidad y en un idioma que se creía extinto. Esta furiosa, no con la vida, no con el destino, con ella misma ¿Cómo era posible que la heredera de un Clan milenario fuese tan cobarde en momentos como este? No existe razón alguna por la cual deba rendirse y sin embargo, lo pensaba muy a menudo.
Se inclinó para tomar sus cosas, si ese algo pretendía lastimarla entonces al menos daría una batalla digna. En la esquina del tétrico pasillo, los pasos doblaron acrecentando su ritmo y por ende su cercanía. Su mirada se posa fijamente en las sombras detrás de ella, preparándose para el momento en que aquella silueta se deje ver por completo de una vez por todas. Levanta el capote de la mochila y busca dentro de ella un arma que le pueda ser de ayuda. Si recordase las lecciones de sus hermanos, se daría cuenta de que no necesita más nada que sus propias manos para poder derrotar al enemigo, pero estaba tan confundida y tan llena de caos en su interior que no podía pensar coherentemente. La imprudencia nubla su vista. La respiración se acelera y su corazón galopa como si fuese un potro salvaje en la libertad de la llanura. Cada mínimo sonido representa una advertencia para la loba que espera impaciente al acecho en medio de las penumbras. A los pocos segundos de su agazape en una de las esquinas, ella aparece con la mirada perdida y buscando algo.
-¿Buscas la salida?- Pregunta con la duda en el tono de su voz. ¡Era una mujer! No podría ser tan peligrosa o ¿Sí? Un escalofrío le recorre la columna vertebral al darse cuenta que ella también era una dama y no precisamente se trataba de la damisela en peligro. Cometió un error pero podría solucionarlo, después de todo para eso fue entrenada –Porque si es así podemos buscarla juntas- Se asegura de abarcar todo el espacio posible entre el pasillo y ella, busca en medio de las ruinas cada uno de los artefactos que se desparramaron al caerse la bolsa. Los mete con rapidez y cree que la otra chica no se dio cuenta de nada. Habría que ser uno de ellos para ver perfectamente en la obscuridad o no necesariamente un licántropo. Levanta el rostro con el ceño fruncido esperando que el repulsivo olor a muerte se cruzara en el reconocimiento de su nariz. Nada. No había nada sospechoso en esa mujer, aún así la desconfianza de Astarté se reflejó en las muecas desagradables que le dedicó. Bajo toda esa amenaza aparente, sólo se encuentra una mujer destrozada y pensando en la próxima decisión que tomaría. Aún no sabe si volver al lado de sus hermanos o quedarse en Paris. El clan la necesita, es la única de ellos que posee el don de la licantropía. ¡Si tan sólo pudiese controlarlo! Sin su padre y sin su madre para ayudarle ¿Cómo se supone que pueda dominar al monstruo? Y ni siquiera puede huir de la bestia, porque precisamente está dentro de ella.
Se inclinó para tomar sus cosas, si ese algo pretendía lastimarla entonces al menos daría una batalla digna. En la esquina del tétrico pasillo, los pasos doblaron acrecentando su ritmo y por ende su cercanía. Su mirada se posa fijamente en las sombras detrás de ella, preparándose para el momento en que aquella silueta se deje ver por completo de una vez por todas. Levanta el capote de la mochila y busca dentro de ella un arma que le pueda ser de ayuda. Si recordase las lecciones de sus hermanos, se daría cuenta de que no necesita más nada que sus propias manos para poder derrotar al enemigo, pero estaba tan confundida y tan llena de caos en su interior que no podía pensar coherentemente. La imprudencia nubla su vista. La respiración se acelera y su corazón galopa como si fuese un potro salvaje en la libertad de la llanura. Cada mínimo sonido representa una advertencia para la loba que espera impaciente al acecho en medio de las penumbras. A los pocos segundos de su agazape en una de las esquinas, ella aparece con la mirada perdida y buscando algo.
-¿Buscas la salida?- Pregunta con la duda en el tono de su voz. ¡Era una mujer! No podría ser tan peligrosa o ¿Sí? Un escalofrío le recorre la columna vertebral al darse cuenta que ella también era una dama y no precisamente se trataba de la damisela en peligro. Cometió un error pero podría solucionarlo, después de todo para eso fue entrenada –Porque si es así podemos buscarla juntas- Se asegura de abarcar todo el espacio posible entre el pasillo y ella, busca en medio de las ruinas cada uno de los artefactos que se desparramaron al caerse la bolsa. Los mete con rapidez y cree que la otra chica no se dio cuenta de nada. Habría que ser uno de ellos para ver perfectamente en la obscuridad o no necesariamente un licántropo. Levanta el rostro con el ceño fruncido esperando que el repulsivo olor a muerte se cruzara en el reconocimiento de su nariz. Nada. No había nada sospechoso en esa mujer, aún así la desconfianza de Astarté se reflejó en las muecas desagradables que le dedicó. Bajo toda esa amenaza aparente, sólo se encuentra una mujer destrozada y pensando en la próxima decisión que tomaría. Aún no sabe si volver al lado de sus hermanos o quedarse en Paris. El clan la necesita, es la única de ellos que posee el don de la licantropía. ¡Si tan sólo pudiese controlarlo! Sin su padre y sin su madre para ayudarle ¿Cómo se supone que pueda dominar al monstruo? Y ni siquiera puede huir de la bestia, porque precisamente está dentro de ella.
Nevenka Lèveque- Licántropo Clase Alta
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