AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
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Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
– ¿Está usted segura que desea quedarse acá Madame Landry? – el cochero sonaba preocupado por la suerte que pudiese correr su ama si la abandonaba en aquel antro. Él mismo conocía el lugar. Se trataba de una taberna en la cual se reunian hombres y mujeres después de las extenuantes jornadas de trabajo para tomar una cerveza y relajarse. También se congregaban allí toda clase de delincuentes y malvivientes. Muy seguramente la clase media sabría como manejar el ambiente y los peligros de la taberna. Pero una mujer de alta cuna, como lo era su ama, resultaría ser una presa fácil. – Si, estoy segura – respondió ella paciente. No necesitaba poseer la habilidad de leer mentes para saber lo que pensaba el hombre. La preocupación por su suerte le resultaba al mismo tiempo irrisoria y conmovedora. Al menos le podía proveer una mínima tranquilidad pues su vestido gris estampado y su capa, aunque elegantes, no eran los mejores de su armario. Iba, además, parca de joyas por lo que, aunque intuyeran que se trataba de alguien adinerado, nadie llegaría a acercarse a su verdadero status.
– Por favor cuídese Madame. Estaré en las cercanías por si me necesita – se atrevió a recomendar arriesgándose a una extralimitación de sus tareas como cochero. Luego lanzó una mirada desconfiada al lugar e inclinando su cabeza se despidió de la mujer. Ella le sonrió y esperó a que el carruaje se alejara para girar y encaminarse hacia el local. No llevaba gorro ni ornamento alguno, por lo que el viento helado agitaba su suelta cabellera a su antojo. Incluso alejada podía percibir el aroma a alcohol, humo y suciedad. Y era justo eso lo que quería esa noche. Podría haberse presentado como una samaritana trabajadora, algo que le permitiese pasar desapercibida, pero en realidad la idea se le había ocurrido en último minuto, cuando ya el carruaje se movía velozmente por las calles parisinas. Resultaría todo un engorro regresar a su mansión solo para cambiar de atuendo. Después de todo el hacerse notar también podría resultar entretenido.
Se detuvo justo frente a la puerta cerrada. Podía escuchar a un par de borrachines discutir en un callejón cercano sobre el dinero necesario para comprar otra botella de licor. Aunque la conversación pastosa e incoherente resultaba sumamente entretenida, lo que pausó su resolución por entrar a la taberna fue la sed. Podría calmarla con aquellos dos, no tenia mayor inconveniente, toda la sangre era buena para ella; o podría esperar un poco para ver si había algún prospecto de cena interesante esperándola adentro. Dudó por algunos segundos decidiéndose, finalmente, por dejar en paz a los borrachos quienes estaban a punto de pasar de las palabras a los golpes. No pudo evitar preguntarse si tendrían la coordinación necesaria al menos para acertar uno de los golpes.
Casi todos los ojos en el interior se fijaron en ella no bien ingresó. Algunos de los hombres la miraban lascivamente, algunas mujeres con envidia nata. Ella, con una enorme sonrisa, se dirigió hasta la barra donde se acomodó entre dos butacas vacías. – Deme una copa de vino, no importa cual, lo único es que sea tinto – solicitó al tabernero que la miraba con recelo. ¡Pero qué prejuiciosos eran todos! Y seguramente, si hubiese acudido como una mujer de clase baja ni siquiera le habrían permitido ordenar un trago. Blanqueó los ojos ante tal ironía. La copa que él hombre le colocó en frente estaba rayada por el uso y un poco desportillada, sin embargo el aroma que ascendió del líquido que ésta contenía podía asemejarse un poco a los mejores vinos que conocía. Eso resultaba ser una completa sorpresa y aunque la idea original era mantener la copa intacta hasta que fuese hora de partir, decidió arriesgarse a dar un pequeño sorbo confirmado así que se trataba de un excelente vino.
Comenzó entonces a reparar con atención en los presentes. Podía sentir como algunos aún la miraban con curiosidad y escuchar como los demás retornaban a sus charlas y bebidas. El fuego crepitaba desde un bien alimentado hogar ubicado en una de las esquinas del recinto. Las mesas, en su mayoría ocupadas, soportaban solitarias velas que ayudaban a los pequeños candelabros a iluminar someramente el lugar. En la barra, donde se encontraba acomodada, había dos hombres discutiendo en voz baja sobre un negocio fallido, un poco más allá una mujer de edad avanzada y vestida de manera ordinaria, desocupaba ansiosa una jarra de cerveza. Desde la distancia la vampira pudo notar el moretón que emergía poco a poco en su pómulo izquierdo. El golpe era muy reciente pero en la mañana muy seguramente tendría que ocultar el rostro tras algún velo para evitar las miradas indiscretas. Se quedó mirándola a ella un buen rato, sabiendo que no había terminado de chequear a los presentes, pero embelesada en la triste mirada perdida de la mujer que se resistía a derramar las lagrimas aunque fuese evidente que estas pugnaban por salir.
– Por favor cuídese Madame. Estaré en las cercanías por si me necesita – se atrevió a recomendar arriesgándose a una extralimitación de sus tareas como cochero. Luego lanzó una mirada desconfiada al lugar e inclinando su cabeza se despidió de la mujer. Ella le sonrió y esperó a que el carruaje se alejara para girar y encaminarse hacia el local. No llevaba gorro ni ornamento alguno, por lo que el viento helado agitaba su suelta cabellera a su antojo. Incluso alejada podía percibir el aroma a alcohol, humo y suciedad. Y era justo eso lo que quería esa noche. Podría haberse presentado como una samaritana trabajadora, algo que le permitiese pasar desapercibida, pero en realidad la idea se le había ocurrido en último minuto, cuando ya el carruaje se movía velozmente por las calles parisinas. Resultaría todo un engorro regresar a su mansión solo para cambiar de atuendo. Después de todo el hacerse notar también podría resultar entretenido.
Se detuvo justo frente a la puerta cerrada. Podía escuchar a un par de borrachines discutir en un callejón cercano sobre el dinero necesario para comprar otra botella de licor. Aunque la conversación pastosa e incoherente resultaba sumamente entretenida, lo que pausó su resolución por entrar a la taberna fue la sed. Podría calmarla con aquellos dos, no tenia mayor inconveniente, toda la sangre era buena para ella; o podría esperar un poco para ver si había algún prospecto de cena interesante esperándola adentro. Dudó por algunos segundos decidiéndose, finalmente, por dejar en paz a los borrachos quienes estaban a punto de pasar de las palabras a los golpes. No pudo evitar preguntarse si tendrían la coordinación necesaria al menos para acertar uno de los golpes.
Casi todos los ojos en el interior se fijaron en ella no bien ingresó. Algunos de los hombres la miraban lascivamente, algunas mujeres con envidia nata. Ella, con una enorme sonrisa, se dirigió hasta la barra donde se acomodó entre dos butacas vacías. – Deme una copa de vino, no importa cual, lo único es que sea tinto – solicitó al tabernero que la miraba con recelo. ¡Pero qué prejuiciosos eran todos! Y seguramente, si hubiese acudido como una mujer de clase baja ni siquiera le habrían permitido ordenar un trago. Blanqueó los ojos ante tal ironía. La copa que él hombre le colocó en frente estaba rayada por el uso y un poco desportillada, sin embargo el aroma que ascendió del líquido que ésta contenía podía asemejarse un poco a los mejores vinos que conocía. Eso resultaba ser una completa sorpresa y aunque la idea original era mantener la copa intacta hasta que fuese hora de partir, decidió arriesgarse a dar un pequeño sorbo confirmado así que se trataba de un excelente vino.
Comenzó entonces a reparar con atención en los presentes. Podía sentir como algunos aún la miraban con curiosidad y escuchar como los demás retornaban a sus charlas y bebidas. El fuego crepitaba desde un bien alimentado hogar ubicado en una de las esquinas del recinto. Las mesas, en su mayoría ocupadas, soportaban solitarias velas que ayudaban a los pequeños candelabros a iluminar someramente el lugar. En la barra, donde se encontraba acomodada, había dos hombres discutiendo en voz baja sobre un negocio fallido, un poco más allá una mujer de edad avanzada y vestida de manera ordinaria, desocupaba ansiosa una jarra de cerveza. Desde la distancia la vampira pudo notar el moretón que emergía poco a poco en su pómulo izquierdo. El golpe era muy reciente pero en la mañana muy seguramente tendría que ocultar el rostro tras algún velo para evitar las miradas indiscretas. Se quedó mirándola a ella un buen rato, sabiendo que no había terminado de chequear a los presentes, pero embelesada en la triste mirada perdida de la mujer que se resistía a derramar las lagrimas aunque fuese evidente que estas pugnaban por salir.
Daphne Landry- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
Edad : 671
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Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
Miró al cielo con el ceño fruncido y, tras dar una última calada al cigarro, regresó a la habitación donde le esperaban aquellos dos hombres de aspecto desagradable y aliento aún más terrible. Habían pagado una cuantiosa suma por tenerla en exclusividad durante tres horas seguidas. Y claro, su "ama", avara como ella sola, había aceptado sin pestañear, como si realmente la joven fuera de su propiedad y no tuviera nada que decir al respecto. Y no lo dijo, realmente. Necesitaba el dinero para poder comer, para poder malvivir y para poder emborracharse cada noche y olvidar su horrible vida... porque aunque intentase consolarse diciéndose a sí misma que podría ser peor, la verdad es que al verse en el espejo, demacrada, fatigada y excesivamente delgada, no se le ocurría qué podía ser peor que eso. Odiaba tener que vivir de su cuerpo... Odiaba vivir gracias a que otros se adueñasen de su cuerpo, que se excediesen con su cuerpo. Odiaba tener que vivir gracias a que otros se aprovechasen de ella. No había dinero suficiente en el mundo para reparar su orgullo herido. Y menos para curar sus heridas, de ésas que no sanan por más tiritas que les pongas.
La sesión transcurrió con toda la normalidad que un par de esposos aburridos y frustrados podían otorgar. No mucha, ciertamente. Obligados a acostarse cada día junto a la misma mujer a la que dejaron de amar mucho tiempo atrás, se mostraban llenos de resentimientos y temores, a la par que repletos de deseos ocultos que ansiaban cumplir. En esos casos, era ella quien debía tomar las riendas de la situación hasta lograr que se relajaran. Pero cuando se soltaban la "melena", era difícil controlarlos. Reprimidos por las obligaciones del día a día, ambos buscaban en placer en todo aquello que la sociedad imperante consideraba negativo o incluso deplorable. Nunca se habían sentido atraídos por otro hombre hasta aquella noche. ¿El motivo?: la necesidad de hacer algo prohibido a ojos de los demás otorgaba a la situación el morbo necesario para endulzar sus vidas. Y ella, apenas una niña a ojos de terceros que desconocieran su profesión, actuaba como "complemento". ¿Porque qué había más prohibido que forzar a una muchachita a actuar en contra de su voluntad? Ella no era ninguna mojigata, pero debía fingir que sí. Y para qué vamos a engañarnos, se le daba de maravilla. Y por eso siempre la escogían. Siempre repetían. Y ella, que no podía negarse, ponía buena cara esperando que acabase pronto.
En el fondo, consideraba que estaba haciendo, en cierta forma, un "bien" a aquellas personas. Las ayudaban a evadirse de una rutina que a veces puede ser más letal que el veneno. Pero la pregunta que siempre le rondaba la cabeza y nunca se atrevía a contestar era ¿a costa de qué? Habían otras muchas profesiones que consistían en hacer un bien a los demás, mucho menos perseguidas y bastante mejor pagadas, y por supuesto, no implicaban tener que inmiscuirse de forma tan "carnal" con los problemas ajenos. Siendo enfermera haría incluso más bien a otros, y no tendría que sentirse humillada cada noche para llevarse un pedazo de pan duro a la boca. Y tampoco le darían las gracias, probablemente. En aquella época, las gracias siempre se daban a Dios, aunque en aquellos callejones oscuros en los que muchas veces se veía obligada a ejercer su "profesión", no se apreciaba la presencia de ningún Dios por ninguna parte. Y eso que era el lugar en el que más falta hacía. Sí que era injusto ese Dios... Que ni era suyo ni de ningún otro, aunque no hubiera nadie que lo reconociera. Al menos no abiertamente.
Tras recibir una pequeña recompensa "extra" por sus labores bien ejercidas -demasiado pequeña para que ella lo considerase como una recompensa realmente-, ambos se marcharon con una sonrisa en el rostro y el semblante complacido, de regreso a sus normales vidas, con sus normales mujeres y sus normales aficiones. Todo tan normal y tan corriente, que sabía perfectamente que volverían. Y ella soñaría con no estar ahí para recibirles cuando volviesen... Aunque luego despertara y ella tuviera que estar ahí para recibirles. Se vistió despacio, pensando en el semblante preocupado del camarero que siempre le atendía. Pediría lo de siempre, en la taberna de siempre y sentándose en el mismo sitio de siempre. Suspiró desganada. Se vistió con lo primero que encontró: un jersey de color negro con medias a juego, cubriéndose además con un vestido de color blanco y negro en forma de chaleco. Lo único que tenía en la habitación del burdel además de toda la lencería. Se puso unos zapatos bajos y salió hacia la gélida noche invernal, con el semblante contraído y la cara recién lavada. Odiaba el maquillaje, siempre lo había odiado... lo irónico era que estuviera casi doce horas al día con la cara cubierta de él.
Entró a la taberna dibujando una sonrisa superficial y que no le llegaba a los ojos. No se fijó en nada ni en nadie, sólo necesitaba llegar lo más rápidamente posible hacia la barra, y comenzar a beber hasta emborracharse y perder el sentido. Encendió un cigarro en cuanto encontró su taburete de siempre. Miró al camarero con una sonrisa de complicidad, y éste le devolvió un gesto de preocupación. - ¿Lo de siempre? -Preguntó él con voz queda, secando un vaso tras otro. - Ron. Solo y con mucho hielo. Ya me conoces... -Respondió ella suspirando al acabar la frase. Hasta hablar se le hacía pesado a aquellas horas y tras el ajetreado día de trabajo. Le sirvió la bebida y esperó. Cuando ella se bebió el contenido del vaso de un trago, lo rellenó nuevamente y se marchó. Siempre la misma rutina. Solo entonces se volteó para ver quién había a su alrededor. Justo en el momento en que su mirada se dirigió a su derecha, su mirada se topó con el rostro más pálido y hermoso que había visto en mucho tiempo. La mujer desprendía elegancia por cada poro de su piel. Una belleza que resultaba casi aterradora. Su rostro se encendió parcialmente al sentirse una descarada por mirarla así. Dirigió su cabeza nuevamente hacia el contenido de su copa, aunque de reojo aún estaba atenta a su misteriosa compañera de barra. Sentía que no encajaba en un lugar como aquel. Aunque no tenía ni idea de por qué.
La sesión transcurrió con toda la normalidad que un par de esposos aburridos y frustrados podían otorgar. No mucha, ciertamente. Obligados a acostarse cada día junto a la misma mujer a la que dejaron de amar mucho tiempo atrás, se mostraban llenos de resentimientos y temores, a la par que repletos de deseos ocultos que ansiaban cumplir. En esos casos, era ella quien debía tomar las riendas de la situación hasta lograr que se relajaran. Pero cuando se soltaban la "melena", era difícil controlarlos. Reprimidos por las obligaciones del día a día, ambos buscaban en placer en todo aquello que la sociedad imperante consideraba negativo o incluso deplorable. Nunca se habían sentido atraídos por otro hombre hasta aquella noche. ¿El motivo?: la necesidad de hacer algo prohibido a ojos de los demás otorgaba a la situación el morbo necesario para endulzar sus vidas. Y ella, apenas una niña a ojos de terceros que desconocieran su profesión, actuaba como "complemento". ¿Porque qué había más prohibido que forzar a una muchachita a actuar en contra de su voluntad? Ella no era ninguna mojigata, pero debía fingir que sí. Y para qué vamos a engañarnos, se le daba de maravilla. Y por eso siempre la escogían. Siempre repetían. Y ella, que no podía negarse, ponía buena cara esperando que acabase pronto.
En el fondo, consideraba que estaba haciendo, en cierta forma, un "bien" a aquellas personas. Las ayudaban a evadirse de una rutina que a veces puede ser más letal que el veneno. Pero la pregunta que siempre le rondaba la cabeza y nunca se atrevía a contestar era ¿a costa de qué? Habían otras muchas profesiones que consistían en hacer un bien a los demás, mucho menos perseguidas y bastante mejor pagadas, y por supuesto, no implicaban tener que inmiscuirse de forma tan "carnal" con los problemas ajenos. Siendo enfermera haría incluso más bien a otros, y no tendría que sentirse humillada cada noche para llevarse un pedazo de pan duro a la boca. Y tampoco le darían las gracias, probablemente. En aquella época, las gracias siempre se daban a Dios, aunque en aquellos callejones oscuros en los que muchas veces se veía obligada a ejercer su "profesión", no se apreciaba la presencia de ningún Dios por ninguna parte. Y eso que era el lugar en el que más falta hacía. Sí que era injusto ese Dios... Que ni era suyo ni de ningún otro, aunque no hubiera nadie que lo reconociera. Al menos no abiertamente.
Tras recibir una pequeña recompensa "extra" por sus labores bien ejercidas -demasiado pequeña para que ella lo considerase como una recompensa realmente-, ambos se marcharon con una sonrisa en el rostro y el semblante complacido, de regreso a sus normales vidas, con sus normales mujeres y sus normales aficiones. Todo tan normal y tan corriente, que sabía perfectamente que volverían. Y ella soñaría con no estar ahí para recibirles cuando volviesen... Aunque luego despertara y ella tuviera que estar ahí para recibirles. Se vistió despacio, pensando en el semblante preocupado del camarero que siempre le atendía. Pediría lo de siempre, en la taberna de siempre y sentándose en el mismo sitio de siempre. Suspiró desganada. Se vistió con lo primero que encontró: un jersey de color negro con medias a juego, cubriéndose además con un vestido de color blanco y negro en forma de chaleco. Lo único que tenía en la habitación del burdel además de toda la lencería. Se puso unos zapatos bajos y salió hacia la gélida noche invernal, con el semblante contraído y la cara recién lavada. Odiaba el maquillaje, siempre lo había odiado... lo irónico era que estuviera casi doce horas al día con la cara cubierta de él.
Entró a la taberna dibujando una sonrisa superficial y que no le llegaba a los ojos. No se fijó en nada ni en nadie, sólo necesitaba llegar lo más rápidamente posible hacia la barra, y comenzar a beber hasta emborracharse y perder el sentido. Encendió un cigarro en cuanto encontró su taburete de siempre. Miró al camarero con una sonrisa de complicidad, y éste le devolvió un gesto de preocupación. - ¿Lo de siempre? -Preguntó él con voz queda, secando un vaso tras otro. - Ron. Solo y con mucho hielo. Ya me conoces... -Respondió ella suspirando al acabar la frase. Hasta hablar se le hacía pesado a aquellas horas y tras el ajetreado día de trabajo. Le sirvió la bebida y esperó. Cuando ella se bebió el contenido del vaso de un trago, lo rellenó nuevamente y se marchó. Siempre la misma rutina. Solo entonces se volteó para ver quién había a su alrededor. Justo en el momento en que su mirada se dirigió a su derecha, su mirada se topó con el rostro más pálido y hermoso que había visto en mucho tiempo. La mujer desprendía elegancia por cada poro de su piel. Una belleza que resultaba casi aterradora. Su rostro se encendió parcialmente al sentirse una descarada por mirarla así. Dirigió su cabeza nuevamente hacia el contenido de su copa, aunque de reojo aún estaba atenta a su misteriosa compañera de barra. Sentía que no encajaba en un lugar como aquel. Aunque no tenía ni idea de por qué.
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 124
Fecha de inscripción : 21/07/2013
Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
El sonido de la puerta que se abría le hizo despegar los ojos de la mujer golpeada y su jarra de cerveza. No miró hacia la puerta, en su lugar retornó la atención a la copa que tenía en frente y al líquido rojo oscuro que le llenaba. Su mente continuaba con la mujer y su miseria, imaginando todas las posibles combinaciones para dar una explicación a lo ocurrido. La podría haber golpeado su novio o su esposo, o un cliente en caso de que fuese una “dama de la noche”. Podría haber sido incluso algún hijo. La crueldad humana hacia sus propios congéneres no tenia limites y ella había visto con sus propios ojos todo tipo de atrocidades a lo largo de los siglos. El ser una espectadora curiosa y empática tenía dos resultados opuestos en ella, como una moneda. Por un lado, cuando la situación era lo suficientemente conmovedora, le hacía retroceder en el tiempo hasta sus días de miseria mortal, entristeciéndola y llenándola de una nostalgia que solo sus largas caminatas podía apaciguar. Por otro lado le ayudaban a apaciguar su propia conciencia por todos los crímenes y horrores que ella había cometido, y que seguramente seguiría cometiendo pues estaba en su naturaleza. Podía intentar ser pacifica, formal, decente y amable todo lo que quisiera, pero no podía evitar que el monstruo que llevaba dentro se manifestara de tanto en tanto. Además le gustaba arrebatar la vida… disfrutaba matar. Todo resultaba siendo una gran ironía ¿o no?
Tomó la copa entre sus dedos y la agitó con suavidad. Aunque la mujer y su historia le atraían en realidad no le habían “tocado”. Su humor era relativamente estable esa noche. Estaba un poco sedienta pero no era nada que no pudiese resistir por algunas horas. Pensó de nuevo en los borrachines y se preguntó si al final se habrían peleado. En realidad lo dudaba, lo más posible es que estuviesen los dos bebiendo en ese momento otra botella de licor y esperando terminar inconscientes en alguna sucia callejuela. No les buscaría. Lo que deseaba en realidad era encontrar un motivo que le indicase que la noche había valido la pena. Bien podría haberse quedado en casa, charlando con su querida Clara o discutiendo con su hija, Melissa; pero no era justo que acaparase su tiempo y menos aún cuando la vida de los mortales era tan corta. Un frío se instaló en la base de su columna al pensar en Clara. La amable y querida mujer estaba cada vez más envejecida y decaída. Sus dolencias le estaban consumiendo con rapidez y Daphne podría intuir que la tumba la reclamaría muy pronto. La muerte de algún miembro de la familia suponía, casi siempre, una herida profunda para la vampira, pero cuando se trataba de sus protegidas directas, de las que vivían consigo y conocían su secreto, resultaba ser un golpe del cual demoraba algunos años en recuperarse. No se consideraba una masoquista, pero tampoco podía alejarlas ahora que había conocido lo más cercano a tener una familia. Adoraba a Melissa pero sus temperamentos chocaban de vez en cuando terminando en fuertes enfrentamientos verbales aunque claro, no podía negar que le agradaba la inteligencia y vehemencia de la joven, el ímpetu y descaro con el que se expresaba cuando perdía los estribos irrespetándola incluso a ella.
Percibió como alguien se acercaba y tomaba asiento en la butaca vacía a su lado. Se trataba de una joven muy hermosa pero evidentemente machacada por la vida que llevaba. Ella sacó un cigarrillo y el aroma del mismo encubrió los demás que habían invadido la fina nariz de la vampira y que eran una mezcla de perfume, varias lociones masculinas sobrepuestas y, por supuesto, el olor característico del sexo. Era un aroma que ningún humano hubiese podido percibir pero que para Daphne no solo era muy evidente sino que además delataba la profesión de la joven. No debían extrañarle ni sus ropas, ni su palidez o delgadez. Al parecer era una cliente habitual de la taberna y, a juzgar por la forma en que el cantinero le atendió, una muy querida. La morena observó como vaciaba la copa de un trago antes de que el hombre la llenara nuevamente. Al parecer pretendía ahogar sus penas en alcohol, igual que la mujer de la cerveza. Entonces ella giró la cabeza y sus ojos se encontraron. Un encantador rubor cubrió las pálidas mejillas antes de que retirase los ojos con rapidez.
Una sonrisa de consideración asomó por las comisuras de la boca de la vampira – Buena elección tanto si lo que desea es arrancar de su piel el frío invernal de las calles como si se trata de poder silenciar la memoria en una bendita inconciencia auto-inducida – comentó amigablemente mientras señalaba con la barbilla la copa de ron que descansaba frente a la joven. Toda su atención se centraba ahora en ella. Al parecer había encontrado su diamante. El cantinero, que depositaba en ese momento otra jarra de cerveza ante la mujer golpeada, le lanzó una mirada de advertencia. Al parecer sentía verdadera estima hacia la joven aunque Daphne ignoraba si esta era correspondida o tan siquiera conocida. Por ahora no tenia de que preocuparse, todo lo que quería era una charla y no estaba en sus planes inmediatos el plantearse ningún tipo de ataque contra el agotado y deprimido ser sentado a su lado. - ¿Una mala jornada, una mala semana o una mala vida? – le preguntó con suavidad mientras miraba en dirección a su propia copa de vino. Existía la posibilidad de que si le miraba fijamente, y con la intensidad con la que lo estaba haciendo, la asustarse. Sabía que la otra estaba atenta y esperaba que el obvio cansancio que tenía no la instara a rehuir una tranquila charla con una desconocida en un bar. En ese momento se arrepintió de no haber regresado hasta su morada para cambiar un poco su atuendo. Algo menos rígido y elegante hubiese sido más apropiado para generar confianza, pues era bien conocida la antipatía que las damitas de la clase alta tenían contra las cortesanas. Sin embargo, de haberlo hecho, tal vez no se hubiesen encontrado. Las cosas estaban como debían ser. El destino se había empeñado en juntarlas esa fría noche de invierno y ella no sería quien le rehuyera.
Daphne Landry- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
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Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
No había rastro de la Mònique de siempre en su mirada. Y hacía tanto tiempo desde que esa chispa no era apreciable en ellos, que a veces no estaba segura de si alguna vez había existido. La chica de ojos tristes y mirada cansada. La chica de aspecto frágil y maltrecho. En eso la habían convertido, tanto su vida como las circunstancias en que ésta se desarrollaba. Cada día era idéntico al anterior, y éste al anterior del anterior. ¿Quién podía llamar vida a aquello y quedarse tan tranquilo? Su vida no le pertenecía. Tenía un precio establecido para cada cliente y no había lugar para las negativas. Se hundió aun más en su asiento y aspiró el aire cargado del local como si se tratase del más puro del mundo. En cierto modo, el aspecto lúgubre y gris de la taberna, repleta a aquellas horas de gente igualmente gris con una vida miserable -tal y como la suya-, le ayudaba a sentirse algo mejor. Estar rodeada de gente tan monótona la hacía sentir algo más acompañada en sus momentos de angustia y pena. Aquel lugar se había convertido casi en su refugio, en su diario de lágrimas, en su pañuelo de miserias. Aquel sitio de olor repugnante y murmuros ininteligibles era lo más parecido a un hogar que había tenido nunca, aun sin serlo realmente. Podía pasar horas allí sentada, perdida entre las llamas de la autocompasión... y pensar que apenas si habían transcurrido unos cuantos minutos. En cierta forma se sentía como si fuese parte del mobiliario. Ni siquiera se movía. Se olvidaba de comer, se olvidaba de beber algo que no fuese alcohol... Se olvidaba de vivir, de la vida que llevaba. Se olvidaba de todo. Y eso la liberaba. Estaba de acuerdo en que el alcohol no borraba las penas, pero las enmascaraba bastante bien, aunque el parche durase sólo hasta el día siguiente. Ni siquiera las resacas parecían dispuestas a querer acompañarlas.
A veces pensaba que realmente iba allí, no para olvidarse de sus penas, ni siquiera para tratar de hacer amistades que realmente la ayudasen a escapar de su rutina asfixiante. Estaba plenamente convencida de que, si cada día rehacía el camino hasta aquella taberna, era para escapar de la tortura psicológica a la que estaba sometida continuamente; para pasar a torturarse a ella misma a sí misma, de la forma en que ella había elegido y no otra... tal era su necesidad de sentir que tenía algún tipo de control sobre su propia vida... aun cuando su cuerpo tenía un precio bastante asequible casi por cualquiera. Se consideraba a sí misma como una simple esclava del sistema en que había nacido, sumida en la miseria desde el inicio de su vida. Y lo era, ciertamente. Todas aquellas personas que vivían en aquellas callejuelas lo eran, y ninguno podía hacer nada al respecto. No significaban nada, no eran nadie. Sus nombres no eran más que meras etiquetas identificativas para un estado que los mataba de hambre y sed. Su vida no importaba. Moriría sin haber conocido más que aquellas calles y la miseria imperante en ellas. Y no podría remediarlo jamás. Se encogió sobre sí misma presa de una renovada desesperanza. ¿Estaba condenada a seguir vagando en aquella existencia hasta el día de su muerte? Todo en su entorno así lo indicaba. Y ella sólo podría lamentarse por lo que nunca tendría... lo que nunca llegaría a ser. La mayor virtud y el peor defecto del ser humano era ese, y por él se había condenado a sí mismo a la destrucción: nunca se conforman con lo que tienen, sea mucho o sea poco. Un pobre siempre aspirará a dejar de serlo, y nunca tendrá la suerte de conseguirlo. Un rico siempre ansiará ser más rico... pero él lo conseguirá a base de empobrecer más al primero. Ley de la vida que le había tocado vivir sin que nadie le consultara al respecto.
Había dejado de ser, de sentir, de vivir, y de respirar por y para ella. Se había transformado en una sombra, un vacío andante, un hueco repleto de nada. No significaba, no era, no sería... Era invisible para el mundo. Estaba sumida en un bucle infinito del que tenía la certeza que no podría salir jamás. Podían tacharla de inconsciente, de inmadura... ¿pero es que acaso alguien podía decir que todos aquellos pensamientos no estaban bien fundamentados? Su corazón, herido; su orgullo, fugado; y su amor propio a la altura de sus desgastados zapatos. Muñeca de trapo sin alma, títere sin voluntad. ¿Era algo más aparte de eso? Sin embargo, no era la única, y si bien esta creencia la acongojaba al mostrarle la crudeza del asunto, también la ayudaba a encontrarse en una débil sintonía con el resto de seres desechados por la sociedad que pululaban por aquellos lares. En ese contexto no estaba tan fuera de lugar. Mirara hacia donde mirase, identificaba cientos de problemas diferentes por doquier. Y por desgracia tenía esa maldita virtud -o defecto, según su criterio-, de empatizar con todas y cada una de las sombrías almas que vagaban por la tierra. Así que, además de sus problemas propios, que ni eran simples ni eran pocos, se cargaba con problemas ajenos que si bien no le concernían, sí que le afectaban. Intentaba ayudar a las personas sin pedir nada a cambio, y sin darse cuenta de que la más necesitada de ayuda realmente era ella. Porca Miseria... Pensó esbozando la sonrisa más triste que nadie haya visto. Miserable ella, su vida, su suerte, y el círculo vicioso en que se hallaba metida sin pretenderlo. Maldita secuencia de pensamientos encadenados que traían consigo toda la rabia y el dolor acumulados en su maltrecha mente durante años. Acabaría volviéndose loca.
Y así. sumida en aquella clase de pensamientos, ¿quién encontraría extraña su expresión de sorpresa ante la pregunta de la hermosa mujer? Mas sus pensamientos eran suyos y desconocidos para todos los demás, así que casi pareció cómica su exagerada reacción. Aquella dama no sólo desentonaba entre todos los presentes en el local por su belleza innegable, sino que también poseía una presencia extraña, fuerte, elegante, en nada parecida a la de ninguna de las mujeres que allí se encontraban. Poseía algo poco común, llamativo, imponente. Se sintió pequeña a su lado, diminuta, aún menos valiosa. Y aquel hecho se hizo notar en sus palabras, que sonaron débiles y titubeantes, tan cohibida se encontraba. - Una mala noche, una mala semana y una peor vida... Supongo que pretendo ahogar mis penas más que pasar menos frío. El frío me agrada. Me hace sentir... algo. -Soltó de forma pausada y arrastrando las palabras. El desánimo se hacía patente en su tono de voz. Se bebió de una sentada el contenido de su copa para luego hacer un gesto al atento camarero, que le sirvió con el ceño fruncido por la preocupación. Aquel hecho la hizo sonreír tristemente. Si no tuviera tan presente su trabajo ni su baja autoestima, se hubiera planteado hablar con él de forma más seria y comprometida. Pero su bajo amor propio hacía que en las intenciones de los demás sólo viese reflejado un interés puramente carnal, rehuyendo activamente de cualquier tipo de acercamiento emocional para con nadie. El corazón de una mujer es frágil, y el suyo lo era aún más. Devolvió la mirada de forma tranquila hacia la mujer y le sonrió con timidez, renovándose el color rosado de sus mejillas. - Mi nombre es Chrystelle, mi señora... ¿puedo preguntaros qué os trajo a un lugar como este? -Susurró agachando la vista con cierto apuro. No estaba acostumbrada a dirigirse a personas de clase más alta que la suya en un ambiente tan "suyo" como era aquel. A su lado era una borracha más como cualquier otra. Sus ojos la atraían, la encandilaban. ¿Qué tenía de extraño?
A veces pensaba que realmente iba allí, no para olvidarse de sus penas, ni siquiera para tratar de hacer amistades que realmente la ayudasen a escapar de su rutina asfixiante. Estaba plenamente convencida de que, si cada día rehacía el camino hasta aquella taberna, era para escapar de la tortura psicológica a la que estaba sometida continuamente; para pasar a torturarse a ella misma a sí misma, de la forma en que ella había elegido y no otra... tal era su necesidad de sentir que tenía algún tipo de control sobre su propia vida... aun cuando su cuerpo tenía un precio bastante asequible casi por cualquiera. Se consideraba a sí misma como una simple esclava del sistema en que había nacido, sumida en la miseria desde el inicio de su vida. Y lo era, ciertamente. Todas aquellas personas que vivían en aquellas callejuelas lo eran, y ninguno podía hacer nada al respecto. No significaban nada, no eran nadie. Sus nombres no eran más que meras etiquetas identificativas para un estado que los mataba de hambre y sed. Su vida no importaba. Moriría sin haber conocido más que aquellas calles y la miseria imperante en ellas. Y no podría remediarlo jamás. Se encogió sobre sí misma presa de una renovada desesperanza. ¿Estaba condenada a seguir vagando en aquella existencia hasta el día de su muerte? Todo en su entorno así lo indicaba. Y ella sólo podría lamentarse por lo que nunca tendría... lo que nunca llegaría a ser. La mayor virtud y el peor defecto del ser humano era ese, y por él se había condenado a sí mismo a la destrucción: nunca se conforman con lo que tienen, sea mucho o sea poco. Un pobre siempre aspirará a dejar de serlo, y nunca tendrá la suerte de conseguirlo. Un rico siempre ansiará ser más rico... pero él lo conseguirá a base de empobrecer más al primero. Ley de la vida que le había tocado vivir sin que nadie le consultara al respecto.
Había dejado de ser, de sentir, de vivir, y de respirar por y para ella. Se había transformado en una sombra, un vacío andante, un hueco repleto de nada. No significaba, no era, no sería... Era invisible para el mundo. Estaba sumida en un bucle infinito del que tenía la certeza que no podría salir jamás. Podían tacharla de inconsciente, de inmadura... ¿pero es que acaso alguien podía decir que todos aquellos pensamientos no estaban bien fundamentados? Su corazón, herido; su orgullo, fugado; y su amor propio a la altura de sus desgastados zapatos. Muñeca de trapo sin alma, títere sin voluntad. ¿Era algo más aparte de eso? Sin embargo, no era la única, y si bien esta creencia la acongojaba al mostrarle la crudeza del asunto, también la ayudaba a encontrarse en una débil sintonía con el resto de seres desechados por la sociedad que pululaban por aquellos lares. En ese contexto no estaba tan fuera de lugar. Mirara hacia donde mirase, identificaba cientos de problemas diferentes por doquier. Y por desgracia tenía esa maldita virtud -o defecto, según su criterio-, de empatizar con todas y cada una de las sombrías almas que vagaban por la tierra. Así que, además de sus problemas propios, que ni eran simples ni eran pocos, se cargaba con problemas ajenos que si bien no le concernían, sí que le afectaban. Intentaba ayudar a las personas sin pedir nada a cambio, y sin darse cuenta de que la más necesitada de ayuda realmente era ella. Porca Miseria... Pensó esbozando la sonrisa más triste que nadie haya visto. Miserable ella, su vida, su suerte, y el círculo vicioso en que se hallaba metida sin pretenderlo. Maldita secuencia de pensamientos encadenados que traían consigo toda la rabia y el dolor acumulados en su maltrecha mente durante años. Acabaría volviéndose loca.
Y así. sumida en aquella clase de pensamientos, ¿quién encontraría extraña su expresión de sorpresa ante la pregunta de la hermosa mujer? Mas sus pensamientos eran suyos y desconocidos para todos los demás, así que casi pareció cómica su exagerada reacción. Aquella dama no sólo desentonaba entre todos los presentes en el local por su belleza innegable, sino que también poseía una presencia extraña, fuerte, elegante, en nada parecida a la de ninguna de las mujeres que allí se encontraban. Poseía algo poco común, llamativo, imponente. Se sintió pequeña a su lado, diminuta, aún menos valiosa. Y aquel hecho se hizo notar en sus palabras, que sonaron débiles y titubeantes, tan cohibida se encontraba. - Una mala noche, una mala semana y una peor vida... Supongo que pretendo ahogar mis penas más que pasar menos frío. El frío me agrada. Me hace sentir... algo. -Soltó de forma pausada y arrastrando las palabras. El desánimo se hacía patente en su tono de voz. Se bebió de una sentada el contenido de su copa para luego hacer un gesto al atento camarero, que le sirvió con el ceño fruncido por la preocupación. Aquel hecho la hizo sonreír tristemente. Si no tuviera tan presente su trabajo ni su baja autoestima, se hubiera planteado hablar con él de forma más seria y comprometida. Pero su bajo amor propio hacía que en las intenciones de los demás sólo viese reflejado un interés puramente carnal, rehuyendo activamente de cualquier tipo de acercamiento emocional para con nadie. El corazón de una mujer es frágil, y el suyo lo era aún más. Devolvió la mirada de forma tranquila hacia la mujer y le sonrió con timidez, renovándose el color rosado de sus mejillas. - Mi nombre es Chrystelle, mi señora... ¿puedo preguntaros qué os trajo a un lugar como este? -Susurró agachando la vista con cierto apuro. No estaba acostumbrada a dirigirse a personas de clase más alta que la suya en un ambiente tan "suyo" como era aquel. A su lado era una borracha más como cualquier otra. Sus ojos la atraían, la encandilaban. ¿Qué tenía de extraño?
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/07/2013
Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
La vampiresa arqueó ligeramente ambas cejas al notar la sorpresa de la joven ante su pregunta. No pensaba que fuese merecedora de tal reacción pero desconocía el pasado de la joven por lo tanto tampoco tenía derecho aún de emitir juicios sobre sus actos, expresiones o palabras. Las máscaras no solo se utilizan en los bailes. Por lo general todo aquel que tuviese los ojos abiertos utilizaría artimañas para protegerse del mundo. Le era imposible concebir la existencia de un alma tan pura y casta como para mostrarse tal cual era sin ningún tipo de restricción. Todos mentían, todos defraudaban, todos traicionaban en una medida o en otra. Las mentiras inocentes no existían y las verdades a medias, así como la omisión de información, era solo otra clase de embuste. Ella misma tenía más mascaras de las que pudiese contar y la inmortalidad le parecía de pronto demasiado corta para responder por cada mentira que había escapado de sus labios. Se trataba de una reacción natural de autoprotección y no le gustaría ni pensar un mundo donde cual dijese exactamente lo que pensase o sintiese… sería el mismísimo infierno!!!
Escuchó las palabras de la joven sin dejar pasar por alto el tono y cadencia que utilizaba. Mientras hablaba trataba de imaginar sus infortunios, como había sido su día, como había terminado donde estaba ahora. Pudiese ser que la joven no hubiese sido golpeada, como si lo había sido la mujer del extremo de la barra, pero eso no implicaba que sus dolencias y miseria fuesen inferiores. Las heridas del alma y el corazón duelen mucho más que las del cuerpo, sanan más despacio y las cicatrices pocas veces se pueden borrar. No le gustaba la congoja que exhibía alguien que debiera estar rebosante de vida y energía. Si fuese otra noche, otras circunstancias, seguramente no dudaría en dar fin a tanta miseria, añadiendo un poco de dolor como broche de oro de una existencia desgraciada. Pero algo le atraía en aquella voz dulce y cansada. Sin quererlo pasó en un segundo de buscar algún tipo de entretención a sentirse como una polilla que encuentra la llama de una vela. Estaba deslumbrada y ahora solo tenía una opción: averiguar por qué.
Observó en silencio como la rubia desocupaba nuevamente la copa y como el cantinero se ocupaba rápidamente de atender sus requerimientos, aunque era obvio que tal vez no fuese su primera elección. La sonrisa triste que ella le ofreció le indicó a Daphne que en efecto ella estaba al tanto de que no le era indiferente. No le sorprendía que no hubiese ocurrido nada hasta ahora entre ellos, o que no llegase a ocurrir jamás. La soledad era uno de los votos involuntarios de las cortesanas. Eran muy pocas las que corrían con la suerte que conseguir una pareja que las aceptase completamente conociendo su forma de ganarse la vida. Además estaba el hecho de cómo una mujer mancillada y utilizada como un objeto que se vende al mejor postor concibe una relación ¿Podría entregarse por completo? ¿En qué momento dejaría de sentir que estaba con un cliente en lugar de con su pareja?
Sus ojos se movieron nuevamente sobre el cantinero quien se alejaba hacia otro punto de la taberna en donde era requerido, luego se posaron sobre el joven rostro que ahora hacía gala nuevamente el leve rubor. Daphne estaba a punto de contestarle cuando la otra apartó la mirada. Tomó un sorbo de vino antes de contestar, no porque la quisiese hacer esperar sino para darle tiempo de recuperarse de lo que fuera que había inundado su mente. Luego solo depositó la copa con suavidad sobre la barra y se giró parcialmente en su butaca para poder observarla de frente. – Es un nombre muy hermoso, Chrystelle, bastante apropiado para la mujer que lo ostenta – comentó mirándola fijamente. No sonreía esta vez aunque mantenía los rasgos relajados y amables – Y por favor llámame Daphne. El “señora” me hace sentir más vieja de lo que soy – rió suavemente, divertida ante su propio comentario. ¿Cómo demonios iba a sentirse “más vieja de lo que era”? Ah, por favor, ese era un tema que ya no tenía importancia, al menos no cuando de relaciones con los humanos se tratase. Diferente a si estuviese con otro inmortal.
– Con respecto a tu pregunta pues tendría dos posibles respuestas: la primera pasaba por acá y me sentí atraída por el delicioso aroma y la magnífica y sofisticada clientela masculina del lugar, por no hablar del apuesto cantinero – bromeó guiñándole un ojo al nombrar al hombre que se acercaba nuevamente a la barra – la segunda solo soy otra dama solitaria, con más dinero del que puede gastar y nadie con quien compartir una noche de plática. ¿Qué mejor lugar para entablar una conversación que una taberna? – algunas miradas indiscretas giraron en cuanto ella menciono en voz alta lo de su dinero. Entre los murmullos y el sonido propio del lugar cabria pensar que las conversaciones ajenas resultarían privadas pero no era así para quienes permanecían especialmente atentos a ese tipo de información. Desestimó el tema y ni siquiera se digno a voltear a mirar a la mesa desde la cual dos hombres les observaban ahora atentamente. – Tu elige la que más te agrade, cualquiera de las dos es válida – tomó la copa nuevamente solo que esta vez la sostuvo entre sus dedos sin acercarla a los labios – No hay que ser un genio para reconocer que pocos parisinos de clase alta visitan lugares como estos, sin embargo para toda regla hay excepciones – finalizó sonriendo y señalándose a sí misma antes de apurar el resto del contenido de su propia copa.
– Estar aquí es un tanto extraño. Se siente como si fuese una especie de intrusa. Como si una “dama” no pudiese desear tomar una copa en un ambiente ruidoso y poco acartonado, y no tuviese derecho a entrar a un lugar como este – protestó en voz baja recorriendo el lugar con los ojos. Lo que decía era cierto. Sabía de sobra que las reacciones de los humanos cambiaban dependiendo de la ropa que usase y era justamente la razón por la cual le gustaba experimentar con su persona. – ¿Has visto como los samaritanos presentes piden sus tragos? – señaló con la barbilla hacia una de las mesas en la cual un hombre entrado en años, y con una barba bastante poblada y desaliñada, golpeaba la mesa con su jarra mientras pedía a voces que la llenaran de cerveza. La acción fue seguida por un coro de risas por parte de sus acompañantes y la total indiferencia del resto de los presentes, excepto el tabernero por supuesto. – No importa si es él quien lo hace... O tú. Pero ¿y si fuese yo? – preguntó a la joven con un brillo especial en los ojos antes de golpear con su mano la barra ocasionando un fuerte ruido – ¡Oye, tabernero, mi copa esta vacía! – vociferó tal como lo hiciese el hombre segundos antes. Ahora nadie reía y la indiferencia manifestada segundos antes se había transformado en miradas de sorpresa y desaprobación. Ella no podía estar más satisfecha. Le encantaba ese tipo de juegos, le fascinaba tener la razón y poder prever lo que ocurriría con tanta precisión. Soltó la risa ignorando los murmullos que empezaban a alzarse - ¿Lo ves? Están tan atrapados en estereotipos vacios que cuando alguien se sale ligeramente de su jaula de cristal los demás se le lanzan encima. Justo como animales marcando su territorio. Tan cerrados, tan predecibles ¿Qué crees que hubiese ocurrido si no fueran estas las ropas que me cubrieran? – le preguntó a la joven con una sonrisa pícara en su rostro. Esperaba al menos haber conseguido atraer su atención y lograr que se alejara de su mente, aunque fuera por algunos minutos, el cansancio obvio por su propia existencia.
Escuchó las palabras de la joven sin dejar pasar por alto el tono y cadencia que utilizaba. Mientras hablaba trataba de imaginar sus infortunios, como había sido su día, como había terminado donde estaba ahora. Pudiese ser que la joven no hubiese sido golpeada, como si lo había sido la mujer del extremo de la barra, pero eso no implicaba que sus dolencias y miseria fuesen inferiores. Las heridas del alma y el corazón duelen mucho más que las del cuerpo, sanan más despacio y las cicatrices pocas veces se pueden borrar. No le gustaba la congoja que exhibía alguien que debiera estar rebosante de vida y energía. Si fuese otra noche, otras circunstancias, seguramente no dudaría en dar fin a tanta miseria, añadiendo un poco de dolor como broche de oro de una existencia desgraciada. Pero algo le atraía en aquella voz dulce y cansada. Sin quererlo pasó en un segundo de buscar algún tipo de entretención a sentirse como una polilla que encuentra la llama de una vela. Estaba deslumbrada y ahora solo tenía una opción: averiguar por qué.
Observó en silencio como la rubia desocupaba nuevamente la copa y como el cantinero se ocupaba rápidamente de atender sus requerimientos, aunque era obvio que tal vez no fuese su primera elección. La sonrisa triste que ella le ofreció le indicó a Daphne que en efecto ella estaba al tanto de que no le era indiferente. No le sorprendía que no hubiese ocurrido nada hasta ahora entre ellos, o que no llegase a ocurrir jamás. La soledad era uno de los votos involuntarios de las cortesanas. Eran muy pocas las que corrían con la suerte que conseguir una pareja que las aceptase completamente conociendo su forma de ganarse la vida. Además estaba el hecho de cómo una mujer mancillada y utilizada como un objeto que se vende al mejor postor concibe una relación ¿Podría entregarse por completo? ¿En qué momento dejaría de sentir que estaba con un cliente en lugar de con su pareja?
Sus ojos se movieron nuevamente sobre el cantinero quien se alejaba hacia otro punto de la taberna en donde era requerido, luego se posaron sobre el joven rostro que ahora hacía gala nuevamente el leve rubor. Daphne estaba a punto de contestarle cuando la otra apartó la mirada. Tomó un sorbo de vino antes de contestar, no porque la quisiese hacer esperar sino para darle tiempo de recuperarse de lo que fuera que había inundado su mente. Luego solo depositó la copa con suavidad sobre la barra y se giró parcialmente en su butaca para poder observarla de frente. – Es un nombre muy hermoso, Chrystelle, bastante apropiado para la mujer que lo ostenta – comentó mirándola fijamente. No sonreía esta vez aunque mantenía los rasgos relajados y amables – Y por favor llámame Daphne. El “señora” me hace sentir más vieja de lo que soy – rió suavemente, divertida ante su propio comentario. ¿Cómo demonios iba a sentirse “más vieja de lo que era”? Ah, por favor, ese era un tema que ya no tenía importancia, al menos no cuando de relaciones con los humanos se tratase. Diferente a si estuviese con otro inmortal.
– Con respecto a tu pregunta pues tendría dos posibles respuestas: la primera pasaba por acá y me sentí atraída por el delicioso aroma y la magnífica y sofisticada clientela masculina del lugar, por no hablar del apuesto cantinero – bromeó guiñándole un ojo al nombrar al hombre que se acercaba nuevamente a la barra – la segunda solo soy otra dama solitaria, con más dinero del que puede gastar y nadie con quien compartir una noche de plática. ¿Qué mejor lugar para entablar una conversación que una taberna? – algunas miradas indiscretas giraron en cuanto ella menciono en voz alta lo de su dinero. Entre los murmullos y el sonido propio del lugar cabria pensar que las conversaciones ajenas resultarían privadas pero no era así para quienes permanecían especialmente atentos a ese tipo de información. Desestimó el tema y ni siquiera se digno a voltear a mirar a la mesa desde la cual dos hombres les observaban ahora atentamente. – Tu elige la que más te agrade, cualquiera de las dos es válida – tomó la copa nuevamente solo que esta vez la sostuvo entre sus dedos sin acercarla a los labios – No hay que ser un genio para reconocer que pocos parisinos de clase alta visitan lugares como estos, sin embargo para toda regla hay excepciones – finalizó sonriendo y señalándose a sí misma antes de apurar el resto del contenido de su propia copa.
– Estar aquí es un tanto extraño. Se siente como si fuese una especie de intrusa. Como si una “dama” no pudiese desear tomar una copa en un ambiente ruidoso y poco acartonado, y no tuviese derecho a entrar a un lugar como este – protestó en voz baja recorriendo el lugar con los ojos. Lo que decía era cierto. Sabía de sobra que las reacciones de los humanos cambiaban dependiendo de la ropa que usase y era justamente la razón por la cual le gustaba experimentar con su persona. – ¿Has visto como los samaritanos presentes piden sus tragos? – señaló con la barbilla hacia una de las mesas en la cual un hombre entrado en años, y con una barba bastante poblada y desaliñada, golpeaba la mesa con su jarra mientras pedía a voces que la llenaran de cerveza. La acción fue seguida por un coro de risas por parte de sus acompañantes y la total indiferencia del resto de los presentes, excepto el tabernero por supuesto. – No importa si es él quien lo hace... O tú. Pero ¿y si fuese yo? – preguntó a la joven con un brillo especial en los ojos antes de golpear con su mano la barra ocasionando un fuerte ruido – ¡Oye, tabernero, mi copa esta vacía! – vociferó tal como lo hiciese el hombre segundos antes. Ahora nadie reía y la indiferencia manifestada segundos antes se había transformado en miradas de sorpresa y desaprobación. Ella no podía estar más satisfecha. Le encantaba ese tipo de juegos, le fascinaba tener la razón y poder prever lo que ocurriría con tanta precisión. Soltó la risa ignorando los murmullos que empezaban a alzarse - ¿Lo ves? Están tan atrapados en estereotipos vacios que cuando alguien se sale ligeramente de su jaula de cristal los demás se le lanzan encima. Justo como animales marcando su territorio. Tan cerrados, tan predecibles ¿Qué crees que hubiese ocurrido si no fueran estas las ropas que me cubrieran? – le preguntó a la joven con una sonrisa pícara en su rostro. Esperaba al menos haber conseguido atraer su atención y lograr que se alejara de su mente, aunque fuera por algunos minutos, el cansancio obvio por su propia existencia.
Daphne Landry- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 142
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Edad : 671
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
Se relajó lentamente en la silla, notando que el alcohol iba poco a poco penetrando en su sangre, actuando como un inhibidor de su energía. Lo irónico de que le gustara -o por lo menos, no le disgustara- emborracharse, era que pese a sus energías siempre estaban bajas, se sentía mejor cuando ya no le quedaban fuerzas para nada. Ni siquiera para pensar. ¡Sí, era eso! Su problema era exactamente aquel, el pensamiento. Sus pensamientos siempre giraban en torno a la autocompasión y los recuerdos. Recuerdos de su propia vida, o de aquellos sueños que alguna vez tuvo y nunca llegó a cumplir. Por eso el alcohol ejercía en ella aquel efecto parcialmente terapéutico, que aunque duraba solamente un par de horas, le hacía sentir considerablemente mejor. No se consideraba una adicta, sin embargo. No es que siempre estuviese pensando en el alcohol, o deseando volver a probarlo de cualquiera de las formas. Simplemente bebía para obtener un beneficio. Aquel era uno de los motivos por los que se había sorprendido tanto ante la atención manifiesta de la mujer hacia su humilde -y patética- persona. Para ella, que nunca se fijaba en nadie y siempre entendía que los demás tampoco se fijaban en ella, esas atenciones, aunque fueran mínimas, le resultaban de lo más preciadas. No creía merecerlas. Había recibido desplantes por parte de las personas de su entorno, tan hundida se sentía, que percibía que su simple existencia no era más que un sinsentido. No es que su vida fuera difícil de comprender, sino que era imposible entenderlo por alguien ajeno a aquel mundo sombrío.
Y sin embargo, su tormento no había llegado aún a su fin. Allí estaba, haciendo lo de cada noche, rodeada de la misma gente que cada noche, y pensando en lo mismo que cada noche. Aunque con una diferencia. Había dejado de ser invisible para alguien. Aquella hermosa mujer le estaba prestando más atención de la recibida en mucho tiempo. Y aunque no entendía los motivos que la llevaban a ello, no quería preguntárselo. Sólo quería que durase un poco más. Se sentía pequeña a su lado, poca cosa, era cierto, pero su voz y el hecho de que se dirigiera a ella y no a otra, le hacía pensar que para Daphne, no era así. No la trataba como a alguien inferior, como a alguien poco interesante o que no mereciera la pena, obviando todos los motivos que ella sabía que existían para pensarlo. Parecía no ver la miseria brillando en sus ojos tristes, ni notar la tristeza en su expresión... O simplemente lo ignoraba. Se bebió todo lo que le quedaba en el vaso y esbozó una hermosa sonrisa, brillante, verdadera, aunque llena de timidez. De pronto se sintió nerviosa. Ojalá se hubiese encontrado con ella en un contexto diferente, estando de mejor humor y teniendo un aspecto bastante más cuidado que en aquel momento. No tenía dinero para lujos, era cierto, pero debería aprovechar y sacar partido a su belleza, mientras le durara.
El camarero regresó para llenar su copa, aunque dudó a la hora de verter el líquido, por primera vez en la noche. Las mejillas de la joven lucían sonrojadas debido al alcohol. Finalmente le sirvió, ante su insistencia y la sonrisa arrebatadora que le dedicó, aunque la reprobó con la mirada para luego clavar sus bonitos ojos sobre los de la otra mujer. Parecía querer decirle algo. Finalmente se alejó emitiendo un suspiro apesadumbrado, entrando directamente al almacén. No apareció en un buen rato. Bebió a pequeños sorbos, sin ser muy consciente de por qué el chico se comportaba de aquella forma tan extraña con la mujer. ¿Acaso prefería que se emborrachase sin más, sin poder hablar con nadie por ser incapaz de recordar ni cómo se llamaba? Se sintió un tanto molesta por aquella actitud. Puede que ella le gustara, pero seguía siendo un cliente más y quería que se le tratara como tal. Llevaba muchos meses acudiendo a aquella taberna casi diariamente, y desde el primer momento la había tratado de forma distinta, como si la conociera de algo y realmente se preocupase por ella. ¿Acaso no comprendía que ella precisaba de un amigo, de un hombro en el que llorar, de alguien que la comprendiera... y no a un juez? Estaba siendo juzgada y evaluada todos los días por gente que no la conocía de nada, que no sabía nada ni sobre su vida ni sobre su suerte. ¿Con qué criterio juzgas a alguien sin conocer nada de su vida? Hipócritas todos los que se creen buenas personas y luego se burlan de los demás a escondidas. Bufó en voz baja para luego centrar su atención nuevamente en la hermosa dama que se había volteado para verla.
De nuevo aquel rubor repentino. Su timidez -existente y grande pese a su trabajo-, se veía acrecentada ante aquella mirada penetrante. Hizo lo propio con su silla y se giró para mirarla también a la cara, luciendo unos modales casi perfectos pese a estar ya bastante bebida. ¿Su nombre, hermoso? Una sonrisa amarga se hizo presa de su semblante. Los ojos se tornaron vidriosos. Chrystelle se había convertido en su nombre "artístico", en la etiqueta valorativa que le habían autoimpuesto, más que en un nombre propiamente dicho. Y lo peor, es que era uno de sus nombres reales. Pero había llegado a odiarlo. Odiaba que todos al escuchar el nombre "Chrystelle", la vieran como a la joven cortesana sin futuro que tenía que disfrazarse para salir a la calle para que sus persecutores no la encontraran. -Gracias. Aunque creo que el nombre es bastante más bonito que yo, su dueña... -Hizo una leve reverencia con la cabeza y asintió con una sonrisa alegre y tímida. -Daphne, pues... En cuando a "señora", ruego me disculpéis si pensasteis que lo decía con otra intención. Es la costumbre... Desconozco vuestra edad, pero sois tan... hermosa. Quiero decir, parecéis tan joven... y sois eh... tan bonita. -Se cortó a sí misma, enrojeciendo por completo. No le gustaba parecer cohibida, pero no podía evitarlo. Era el ser más perfecto que había visto en su vida.
Las siguientes palabras pronunciadas por la mujer, la hicieron estallar en carcajadas muy sonoras, de modo que varias personas se giraron para mirarlas. Se limpió las lágrimas ocasionadas por la risa, y la miró fijamente, visiblemente más relajada. Era aquello lo que necesitaba: reír a carcajada limpia, sin tener un motivo concreto para hacerlo. Necesitaba no racionalizar todo cuanto hacía o sentía, o jamás conseguiría ser un poquito más feliz. Miró en derredor aún emocionada y risueña por el sarcasmo emitido por la mujer. El bar apestaba a una mezcla confusa de sudor, lejía y orín, además del intenso olor del alcohol. Y la clientela... Su mirada se focalizó en un hombre excesivamente gordo y bastante borracho, que danzaba en mitad de la sala al son de una melodía inexistente. No pudo evitar reírse de nuevo. Uh, sí, qué sexy. Se podía imaginar la libido de su mujer -si la tenía- a la altura del subsuelo. La segunda opción, sin embargo, le parecía la correcta, aunque el hecho de que lo dijese en voz alta la incomodó levemente. Las miradas se tornaron de interés repentinamente. ¿Y si trataban de robarle? ¿Y si la asaltaban a la salida? ¿No le preocupaba que algo malo pudiera sucederle? Tener dinero no la hacía más fuerte. -Bueno, hay que reconocer que hay mucha belleza junta en este bar... Aunque bastante mal repartida. -Bromeó, refiriéndose claramente a Daphne aunque tratando de disimularlo. En un acto repentino, la tomó de la mano y se acercó a su oído para hablarle. -No digáis esas cosas en voz alta... Podría pasaros cualquier cosa. Y no soy muy buena protegiendo a los demás... Si apenas puedo protegerme a mí misma. -Depositó un leve beso en la mejilla ajena y se apartó casi inmediatamente. Estaba helada. Completamente helada. Frunció el ceño algo confusa y, aunque trató de restarle importancia, no se lo pudo quitar de la cabeza.
- De hecho, creo que sois a única que entra aquí sin pertenecer a un estatus bajo. Nadie en su sano juicio vendría a un lugar como este habiendo locales disponibles, bastante mejor acondicionados. Otra cosa es que no pudieras entrar en ellos por los precios, pero ese es otro asunto... -Bebió lo que le restaba de contenido a su copa y sacudió la cabeza con brusquedad, dándose cuenta entonces del agudo dolor de cabeza que tenía. Empezaba a hacerle efecto, o más bien, ella empezaba a notarlo. Sonrió para sí e hizo un gesto al camarero para que se acercara a servirle ahora que ya había aparecido. El muchacho la observó largamente con el gesto contraído y el ceño fruncido, y negó con la cabeza. -Creo que ya has bebido demasiado, Mònique... Deberías regresar a casa. -Rehusó a servirle ante la atónita mirada de la cortesana. -¡No me vuelvas a llamar así! ¡Nunca! -Gritó, levantándose de golpe. Enfadada, dirigió la mirada a la mujer para darle la razón. -Pues sí, nos tratan como si por el simple hecho de ser mujeres no pudiéramos emborracharnos como hombres. Mi dinero vale lo mismo que el de cualquiera. -Otro camarero se acercó y le rellenó el vaso tras disculparse. Chrystelle dio un largo trago, atenta a las palabras de la mujer. Pero lo que vino a continuación... no podía estar preparada para eso. Nunca imaginó que una dama de alta cuna, como era aquella mujer, pudiera reaccionar de aquella forma tan repentina. En el buen sentido, por supuesto. El grito resonó por toda la taberna, al igual que el repentino golpe sobre la barra. No pudo más que echarse a reír a carcajada limpia mientras el resto de personas las miraban como si estuvieran locas y comenzaban a cuchichear. No podía parar de reírse por más que lo intentara. De repente se echó para atrás de la silla, y acabó dándose un fuerte golpe contra el suelo, muerta de la risa. Por culpa de la caída, un hombre que justo pasaba, tropezó y se cayó también, golpeando al camarero que iba cargado de bebidas. Fue el efecto dominó improvisado más interesante del mundo.
Y sin embargo, su tormento no había llegado aún a su fin. Allí estaba, haciendo lo de cada noche, rodeada de la misma gente que cada noche, y pensando en lo mismo que cada noche. Aunque con una diferencia. Había dejado de ser invisible para alguien. Aquella hermosa mujer le estaba prestando más atención de la recibida en mucho tiempo. Y aunque no entendía los motivos que la llevaban a ello, no quería preguntárselo. Sólo quería que durase un poco más. Se sentía pequeña a su lado, poca cosa, era cierto, pero su voz y el hecho de que se dirigiera a ella y no a otra, le hacía pensar que para Daphne, no era así. No la trataba como a alguien inferior, como a alguien poco interesante o que no mereciera la pena, obviando todos los motivos que ella sabía que existían para pensarlo. Parecía no ver la miseria brillando en sus ojos tristes, ni notar la tristeza en su expresión... O simplemente lo ignoraba. Se bebió todo lo que le quedaba en el vaso y esbozó una hermosa sonrisa, brillante, verdadera, aunque llena de timidez. De pronto se sintió nerviosa. Ojalá se hubiese encontrado con ella en un contexto diferente, estando de mejor humor y teniendo un aspecto bastante más cuidado que en aquel momento. No tenía dinero para lujos, era cierto, pero debería aprovechar y sacar partido a su belleza, mientras le durara.
El camarero regresó para llenar su copa, aunque dudó a la hora de verter el líquido, por primera vez en la noche. Las mejillas de la joven lucían sonrojadas debido al alcohol. Finalmente le sirvió, ante su insistencia y la sonrisa arrebatadora que le dedicó, aunque la reprobó con la mirada para luego clavar sus bonitos ojos sobre los de la otra mujer. Parecía querer decirle algo. Finalmente se alejó emitiendo un suspiro apesadumbrado, entrando directamente al almacén. No apareció en un buen rato. Bebió a pequeños sorbos, sin ser muy consciente de por qué el chico se comportaba de aquella forma tan extraña con la mujer. ¿Acaso prefería que se emborrachase sin más, sin poder hablar con nadie por ser incapaz de recordar ni cómo se llamaba? Se sintió un tanto molesta por aquella actitud. Puede que ella le gustara, pero seguía siendo un cliente más y quería que se le tratara como tal. Llevaba muchos meses acudiendo a aquella taberna casi diariamente, y desde el primer momento la había tratado de forma distinta, como si la conociera de algo y realmente se preocupase por ella. ¿Acaso no comprendía que ella precisaba de un amigo, de un hombro en el que llorar, de alguien que la comprendiera... y no a un juez? Estaba siendo juzgada y evaluada todos los días por gente que no la conocía de nada, que no sabía nada ni sobre su vida ni sobre su suerte. ¿Con qué criterio juzgas a alguien sin conocer nada de su vida? Hipócritas todos los que se creen buenas personas y luego se burlan de los demás a escondidas. Bufó en voz baja para luego centrar su atención nuevamente en la hermosa dama que se había volteado para verla.
De nuevo aquel rubor repentino. Su timidez -existente y grande pese a su trabajo-, se veía acrecentada ante aquella mirada penetrante. Hizo lo propio con su silla y se giró para mirarla también a la cara, luciendo unos modales casi perfectos pese a estar ya bastante bebida. ¿Su nombre, hermoso? Una sonrisa amarga se hizo presa de su semblante. Los ojos se tornaron vidriosos. Chrystelle se había convertido en su nombre "artístico", en la etiqueta valorativa que le habían autoimpuesto, más que en un nombre propiamente dicho. Y lo peor, es que era uno de sus nombres reales. Pero había llegado a odiarlo. Odiaba que todos al escuchar el nombre "Chrystelle", la vieran como a la joven cortesana sin futuro que tenía que disfrazarse para salir a la calle para que sus persecutores no la encontraran. -Gracias. Aunque creo que el nombre es bastante más bonito que yo, su dueña... -Hizo una leve reverencia con la cabeza y asintió con una sonrisa alegre y tímida. -Daphne, pues... En cuando a "señora", ruego me disculpéis si pensasteis que lo decía con otra intención. Es la costumbre... Desconozco vuestra edad, pero sois tan... hermosa. Quiero decir, parecéis tan joven... y sois eh... tan bonita. -Se cortó a sí misma, enrojeciendo por completo. No le gustaba parecer cohibida, pero no podía evitarlo. Era el ser más perfecto que había visto en su vida.
Las siguientes palabras pronunciadas por la mujer, la hicieron estallar en carcajadas muy sonoras, de modo que varias personas se giraron para mirarlas. Se limpió las lágrimas ocasionadas por la risa, y la miró fijamente, visiblemente más relajada. Era aquello lo que necesitaba: reír a carcajada limpia, sin tener un motivo concreto para hacerlo. Necesitaba no racionalizar todo cuanto hacía o sentía, o jamás conseguiría ser un poquito más feliz. Miró en derredor aún emocionada y risueña por el sarcasmo emitido por la mujer. El bar apestaba a una mezcla confusa de sudor, lejía y orín, además del intenso olor del alcohol. Y la clientela... Su mirada se focalizó en un hombre excesivamente gordo y bastante borracho, que danzaba en mitad de la sala al son de una melodía inexistente. No pudo evitar reírse de nuevo. Uh, sí, qué sexy. Se podía imaginar la libido de su mujer -si la tenía- a la altura del subsuelo. La segunda opción, sin embargo, le parecía la correcta, aunque el hecho de que lo dijese en voz alta la incomodó levemente. Las miradas se tornaron de interés repentinamente. ¿Y si trataban de robarle? ¿Y si la asaltaban a la salida? ¿No le preocupaba que algo malo pudiera sucederle? Tener dinero no la hacía más fuerte. -Bueno, hay que reconocer que hay mucha belleza junta en este bar... Aunque bastante mal repartida. -Bromeó, refiriéndose claramente a Daphne aunque tratando de disimularlo. En un acto repentino, la tomó de la mano y se acercó a su oído para hablarle. -No digáis esas cosas en voz alta... Podría pasaros cualquier cosa. Y no soy muy buena protegiendo a los demás... Si apenas puedo protegerme a mí misma. -Depositó un leve beso en la mejilla ajena y se apartó casi inmediatamente. Estaba helada. Completamente helada. Frunció el ceño algo confusa y, aunque trató de restarle importancia, no se lo pudo quitar de la cabeza.
- De hecho, creo que sois a única que entra aquí sin pertenecer a un estatus bajo. Nadie en su sano juicio vendría a un lugar como este habiendo locales disponibles, bastante mejor acondicionados. Otra cosa es que no pudieras entrar en ellos por los precios, pero ese es otro asunto... -Bebió lo que le restaba de contenido a su copa y sacudió la cabeza con brusquedad, dándose cuenta entonces del agudo dolor de cabeza que tenía. Empezaba a hacerle efecto, o más bien, ella empezaba a notarlo. Sonrió para sí e hizo un gesto al camarero para que se acercara a servirle ahora que ya había aparecido. El muchacho la observó largamente con el gesto contraído y el ceño fruncido, y negó con la cabeza. -Creo que ya has bebido demasiado, Mònique... Deberías regresar a casa. -Rehusó a servirle ante la atónita mirada de la cortesana. -¡No me vuelvas a llamar así! ¡Nunca! -Gritó, levantándose de golpe. Enfadada, dirigió la mirada a la mujer para darle la razón. -Pues sí, nos tratan como si por el simple hecho de ser mujeres no pudiéramos emborracharnos como hombres. Mi dinero vale lo mismo que el de cualquiera. -Otro camarero se acercó y le rellenó el vaso tras disculparse. Chrystelle dio un largo trago, atenta a las palabras de la mujer. Pero lo que vino a continuación... no podía estar preparada para eso. Nunca imaginó que una dama de alta cuna, como era aquella mujer, pudiera reaccionar de aquella forma tan repentina. En el buen sentido, por supuesto. El grito resonó por toda la taberna, al igual que el repentino golpe sobre la barra. No pudo más que echarse a reír a carcajada limpia mientras el resto de personas las miraban como si estuvieran locas y comenzaban a cuchichear. No podía parar de reírse por más que lo intentara. De repente se echó para atrás de la silla, y acabó dándose un fuerte golpe contra el suelo, muerta de la risa. Por culpa de la caída, un hombre que justo pasaba, tropezó y se cayó también, golpeando al camarero que iba cargado de bebidas. Fue el efecto dominó improvisado más interesante del mundo.
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/07/2013
Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
Daphne observó como Chrystelle depositaba la copa vacía sobre la barra para luego ofrecerle una abierta y hermosa sonrisa. A juzgar por el rubor que permanecía ahora en sus lozanas mejillas el licor ingerido ya empezaba a cobrar su cuota en el cuerpo de la joven. Para la vampira fue evidente el efecto relajante que obtenía a partir del fuerte líquido, incluso superando la timidez y el nerviosismo que se filtraron a través de la sonrisa que le obsequió. No todos los humanos reaccionaban de la misma manera al alcohol. Para algunos significaba desinhibición, alejar de sí la capa de formalidad o timidez y poder transformarse en esa persona graciosa o revoltosa que vivía en su interior pero que no poseía la fuerza necesaria para emerger por sí sola. Para otros era sumergirse en aquello que fuese su tormento, abandonarse ante el dolor en una catarsis voluble y efímera con el pretexto de buscar un alivio que sabían nunca llegarían a conseguir por ese medio. La vampiresa no podía recordar su comportamiento estando ebria. Tal vez fuese porque nunca había poseído el dinero suficiente como para embriagarse, o quizás porque los recuerdos de su existencia como mortal eran lejanos y, en algunos casos, tan borrosos que le era prácticamente imposible llegar a una conclusión definitiva.
Podía sentir la resistencia del tabernero a llenar la copa nuevamente, sus miradas de preocupación salpicadas con destellos de deseo, su mano vacilante y su voluntad finalmente vencida ante los encantos de la rubia. Tan pronto el líquido terminó de llenar la copa el hombre manifestó parte de lo que sentía por medio de una mirada. La vampiresa observaba la escena fascinada. La esencia de las cosas radicaba en los pequeños detalles. Las palabras eran importantes, las acciones aún más pero en las pequeñeces, un gesto, una mirada, un suspiro, era allí donde se depositaba el alma. Luego, para su sorpresa, el hombre le miró a ella enigmáticamente. ¿Le estaba pidiendo ayuda o simplemente trataba de vislumbrar las intenciones que podría tener una mujer de alta alcurnia para con el objetivo de su tentación? Se limitó a sostenerle la mirada de manera neutra, sin dejarle entrever ningún tipo de emoción, hasta que, rendido, se alejó desapareciendo por una puerta del lugar. No requería del bufido por lo bajo que soltó Chrystelle para notar su molestia y, aunque no llegó a comprenderla del todo, si sintió que el interés y preocupación del cantinero estaba empezando a invadir el espacio vital de las dos.
La otra cambió de posición a una muy parecida a la que la morena había adquirido. No le agradó que le refutara el que le reconociera como hermosa, pero guardó silencio presumiendo la baja autoestima que podría llegar a tener alguien que debía vender su cuerpo para poder comer. Ya llegaría el momento de demostrarle lo equivocada que estaba. Daphne rió divertida al oírle hablar nuevamente – Gracias linda y, a diferencia de lo que tú has hecho, yo aceptare tus cumplidos sin chistar. Ninguna mujer debería objetar un halago, más aún teniendo en cuenta el limitado tiempo durante el cual pueden recibirse – le giño un ojo tratando de suavizar nuevamente el ambiente. La belleza que la inmortalidad le había otorgado se había convertido en el centro de atención durante algunos años pero luego pasó a un segundo plano. Era vanidosa, por supuesto, como casi todas las mujeres, pero este defecto era minúsculo comparado con otros que sobresalían en su personalidad. Además, podía sacudirse por completo de su apariencia solo para poder disfrutar del mundo: cuando vestía con harapos nadie se detenía a lisonjearla por sus ojos o cabello.
Las carcajadas que siguieron, muy seguramente generadas por su comentario ante la clientela masculina, le arrancaron a la morena una enorme sonrisa. Se preguntó en silencio cuanto tiempo habría pasado para la joven frente a ella desde que algo le hiciera reír de aquella manera. Sin embargo la alegría fue rápidamente ensombrecida por un dejo de inquietud. Iba a contestarle sobre la belleza presente en el bar, especialmente la del hombre pasado de peso que la rubia había mirado, cuando la otra tomó sorpresivamente su mano. Sentía la suavidad de la piel, la fragilidad, el calor que irradiaba a su eterna frialdad, mientras la otra se inclinaba para susurrarle al oído y luego, de la manera más increíble, besarle en la mejilla. La morena tuvo que recurrir a todo su autocontrol y fuerza de voluntad para evitar acercar sus propios labios hasta el cuello de la rubia, pasar sus brazos por el torso delgado y acercarlo contra sí. Lamentó entonces no haber dado cuenta de los dos borrachos en las afueras del bar, eso le habría facilitado las cosas. Permaneció completamente inmóvil, sin atreverse a realizar el más mínimo movimiento hasta que la joven se apartó nuevamente. Observó como Chrystelle fruncía el ceño confundida, muy seguramente, por su temperatura corporal. Daphne esperó a que hiciera algún comentario pero al parecer la rubia no le dio mayor importancia. Permaneció en silencio mientras Chrystelle se enojaba con el tabernero quien se había negado, finalmente, a seguir llenando la copa. Sus ojos pasearon de la rubia al tabernero y luego al otro hombre que se acercó para satisfacer el requerimiento de la cliente.
La risa que la morena soltó, después de golpear la barra y exigir que alguien atendiera su copa vacía, se vio incrementada por la expresión de su acompañante. Las carcajadas de las dos resonaron a coro por algunos segundos. Daphne habló de nuevo pero al parecer la otra era ahora incapaz de contenerse lo suficiente como para contestarle. La vampira vio lo que ocurriría como si pasase en cámara lenta. Si lo quisiera podría haber evitado la caída sin el menor esfuerzo, pero eso hubiera implicado un movimiento demasiado rápido para ser justificado por medio de la lógica. No deseaba llamar la atención de esa manera por lo que permaneció donde estaba, viendo como Chrystelle caía en medio de sus propias risotadas y el caos que esto desató para los desafortunados que se encontraban demasiado próximos a la escena.
Un hombre cayó pesadamente, en parte por el empujón recibido, en parte por las cervezas ingeridas. Éste, a su vez, golpeó sin querer al camarero que pasaba ocasionando que las bebidas que llevaba en la bandeja salieran despedidas por el aire y bañaran a los presentes en las mesas más cercanas. Las protestas no se hicieron esperar. Algunas voces enojadas insultaban al camarero quien, completamente ruborizado, trataba de recoger los restos de vasos y copas desperdigados por el suelo y las mesas circundantes en medio de una infinidad de disculpas susurradas. Otras cargaron tanto contra el borracho que intentaba levantarse como contra la rubia causante, en primera instancia, de todo el suceso. Por entre el alboroto de los afectados resonaban unas pocas risas de aquellos que no había sido salpicados por cerveza o vino y que encontraban enormemente divertida la escena. La vampiresa se levantó de la butaca y, aun sonriendo, se sacudió algo del licor que había ido a estamparse en la parte delantera de su vestido.
Pudo observar de reojo como el tabernero se apresuraba a salir de la seguridad de la barra con el propósito de ayudar a Chrystelle a ponerse en pie. Al instante, escuchó el inequívoco sonido de una silla apartándose con fuerza y el roce de un cuerpo incorporándose. Al levantar la mirada se encontró con que uno de los dos sujetos que les había prestado atención desde que ella mencionara el tema del dinero, y que ahora tenía su cabello y rostro parcialmente mojados, se levantaba de la mesa y miraba con expresión furiosa a la rubia. Con las manos cerradas y el ceño fruncido avanzó un par de pasos, decidido, sin lugar a dudas, a desquitarse con la joven mujer.
Un enfrentamiento hubiese sido muy entretenido. Casi podía ver lo que hubiese ocurrido: el tabernero interferiría para evitar que nadie lastimase a la joven rubia. De inmediato lo que fuese una pelea entre dos se transformaría en una trifulca sin precedentes, inicialmente entre los meseros, el hombre y sus amigos, y posteriormente con todos los demás. No se requería demasiada imaginación para predecir el resultado de la efervescencia de la testosterona en todo su esplendor. Pero no deseaba que la joven terminara en la mitad de tal batalla y solo por eso prefería intervenir con un papel conciliador que siendo la llama que enciende la mecha, como era su costumbre. Rápidamente la morena se interpuso entre los dos, obligando al hombre a detenerse. Le tocó mirar ligeramente hacia arriba pues él le aventajaba bastante en estatura. Oh Monsieur, que lamentable accidente. Permítame ayudarle con eso – un delicado y costoso pañuelito apareció en la mano de la morena sin que nadie pudiese explicarse de donde lo había sacado. Entonces procedió a posar, con suaves y repetidos toques, la delicada pieza sobre el desagradable, sucio y ahora mojado rostro del hombre quien la miraba con evidente incredulidad. – Porque todos estamos de acuerdo en que fue un accidente ¿verdad? – continuó impregnando en su voz toda la persuasión de la que era capaz pero sin hacer uso completo de esta facultad. El hombre la miró por un segundo, sopesando sus opciones, sorprendido y ligeramente confundido por la actitud de la elegante mujer. Continuaba lanzándole miradas asesinas a Chrystelle por encima del hombro de Daphne pero sin decidirse a apartar a la mujer que se interponía en su camino.
– No te olvides de mí copa guapo – le susurró al camarero que pasaba presurosamente a su lado con el propósito de servir nuevamente los tragos que se habían regado y maldiciendo por lo bajo su suerte. No importaba cual había sido el detonante, él sería el responsable por el desperdicio de aquel licor y cualquier descuento en su famélico sueldo representaba un duro golpe para la economía de su familia. El resto de la taberna permanecía a la expectativa en el tenso ambiente. Muchos de ellos se conocían a fuerza de verse noche tras noche en el mismo lugar y por esto mismo no les era desconocida la mala reputación del hombre interceptado por lo que parecía ser una menuda y fina damita.
Podía sentir la resistencia del tabernero a llenar la copa nuevamente, sus miradas de preocupación salpicadas con destellos de deseo, su mano vacilante y su voluntad finalmente vencida ante los encantos de la rubia. Tan pronto el líquido terminó de llenar la copa el hombre manifestó parte de lo que sentía por medio de una mirada. La vampiresa observaba la escena fascinada. La esencia de las cosas radicaba en los pequeños detalles. Las palabras eran importantes, las acciones aún más pero en las pequeñeces, un gesto, una mirada, un suspiro, era allí donde se depositaba el alma. Luego, para su sorpresa, el hombre le miró a ella enigmáticamente. ¿Le estaba pidiendo ayuda o simplemente trataba de vislumbrar las intenciones que podría tener una mujer de alta alcurnia para con el objetivo de su tentación? Se limitó a sostenerle la mirada de manera neutra, sin dejarle entrever ningún tipo de emoción, hasta que, rendido, se alejó desapareciendo por una puerta del lugar. No requería del bufido por lo bajo que soltó Chrystelle para notar su molestia y, aunque no llegó a comprenderla del todo, si sintió que el interés y preocupación del cantinero estaba empezando a invadir el espacio vital de las dos.
La otra cambió de posición a una muy parecida a la que la morena había adquirido. No le agradó que le refutara el que le reconociera como hermosa, pero guardó silencio presumiendo la baja autoestima que podría llegar a tener alguien que debía vender su cuerpo para poder comer. Ya llegaría el momento de demostrarle lo equivocada que estaba. Daphne rió divertida al oírle hablar nuevamente – Gracias linda y, a diferencia de lo que tú has hecho, yo aceptare tus cumplidos sin chistar. Ninguna mujer debería objetar un halago, más aún teniendo en cuenta el limitado tiempo durante el cual pueden recibirse – le giño un ojo tratando de suavizar nuevamente el ambiente. La belleza que la inmortalidad le había otorgado se había convertido en el centro de atención durante algunos años pero luego pasó a un segundo plano. Era vanidosa, por supuesto, como casi todas las mujeres, pero este defecto era minúsculo comparado con otros que sobresalían en su personalidad. Además, podía sacudirse por completo de su apariencia solo para poder disfrutar del mundo: cuando vestía con harapos nadie se detenía a lisonjearla por sus ojos o cabello.
Las carcajadas que siguieron, muy seguramente generadas por su comentario ante la clientela masculina, le arrancaron a la morena una enorme sonrisa. Se preguntó en silencio cuanto tiempo habría pasado para la joven frente a ella desde que algo le hiciera reír de aquella manera. Sin embargo la alegría fue rápidamente ensombrecida por un dejo de inquietud. Iba a contestarle sobre la belleza presente en el bar, especialmente la del hombre pasado de peso que la rubia había mirado, cuando la otra tomó sorpresivamente su mano. Sentía la suavidad de la piel, la fragilidad, el calor que irradiaba a su eterna frialdad, mientras la otra se inclinaba para susurrarle al oído y luego, de la manera más increíble, besarle en la mejilla. La morena tuvo que recurrir a todo su autocontrol y fuerza de voluntad para evitar acercar sus propios labios hasta el cuello de la rubia, pasar sus brazos por el torso delgado y acercarlo contra sí. Lamentó entonces no haber dado cuenta de los dos borrachos en las afueras del bar, eso le habría facilitado las cosas. Permaneció completamente inmóvil, sin atreverse a realizar el más mínimo movimiento hasta que la joven se apartó nuevamente. Observó como Chrystelle fruncía el ceño confundida, muy seguramente, por su temperatura corporal. Daphne esperó a que hiciera algún comentario pero al parecer la rubia no le dio mayor importancia. Permaneció en silencio mientras Chrystelle se enojaba con el tabernero quien se había negado, finalmente, a seguir llenando la copa. Sus ojos pasearon de la rubia al tabernero y luego al otro hombre que se acercó para satisfacer el requerimiento de la cliente.
La risa que la morena soltó, después de golpear la barra y exigir que alguien atendiera su copa vacía, se vio incrementada por la expresión de su acompañante. Las carcajadas de las dos resonaron a coro por algunos segundos. Daphne habló de nuevo pero al parecer la otra era ahora incapaz de contenerse lo suficiente como para contestarle. La vampira vio lo que ocurriría como si pasase en cámara lenta. Si lo quisiera podría haber evitado la caída sin el menor esfuerzo, pero eso hubiera implicado un movimiento demasiado rápido para ser justificado por medio de la lógica. No deseaba llamar la atención de esa manera por lo que permaneció donde estaba, viendo como Chrystelle caía en medio de sus propias risotadas y el caos que esto desató para los desafortunados que se encontraban demasiado próximos a la escena.
Un hombre cayó pesadamente, en parte por el empujón recibido, en parte por las cervezas ingeridas. Éste, a su vez, golpeó sin querer al camarero que pasaba ocasionando que las bebidas que llevaba en la bandeja salieran despedidas por el aire y bañaran a los presentes en las mesas más cercanas. Las protestas no se hicieron esperar. Algunas voces enojadas insultaban al camarero quien, completamente ruborizado, trataba de recoger los restos de vasos y copas desperdigados por el suelo y las mesas circundantes en medio de una infinidad de disculpas susurradas. Otras cargaron tanto contra el borracho que intentaba levantarse como contra la rubia causante, en primera instancia, de todo el suceso. Por entre el alboroto de los afectados resonaban unas pocas risas de aquellos que no había sido salpicados por cerveza o vino y que encontraban enormemente divertida la escena. La vampiresa se levantó de la butaca y, aun sonriendo, se sacudió algo del licor que había ido a estamparse en la parte delantera de su vestido.
Pudo observar de reojo como el tabernero se apresuraba a salir de la seguridad de la barra con el propósito de ayudar a Chrystelle a ponerse en pie. Al instante, escuchó el inequívoco sonido de una silla apartándose con fuerza y el roce de un cuerpo incorporándose. Al levantar la mirada se encontró con que uno de los dos sujetos que les había prestado atención desde que ella mencionara el tema del dinero, y que ahora tenía su cabello y rostro parcialmente mojados, se levantaba de la mesa y miraba con expresión furiosa a la rubia. Con las manos cerradas y el ceño fruncido avanzó un par de pasos, decidido, sin lugar a dudas, a desquitarse con la joven mujer.
Un enfrentamiento hubiese sido muy entretenido. Casi podía ver lo que hubiese ocurrido: el tabernero interferiría para evitar que nadie lastimase a la joven rubia. De inmediato lo que fuese una pelea entre dos se transformaría en una trifulca sin precedentes, inicialmente entre los meseros, el hombre y sus amigos, y posteriormente con todos los demás. No se requería demasiada imaginación para predecir el resultado de la efervescencia de la testosterona en todo su esplendor. Pero no deseaba que la joven terminara en la mitad de tal batalla y solo por eso prefería intervenir con un papel conciliador que siendo la llama que enciende la mecha, como era su costumbre. Rápidamente la morena se interpuso entre los dos, obligando al hombre a detenerse. Le tocó mirar ligeramente hacia arriba pues él le aventajaba bastante en estatura. Oh Monsieur, que lamentable accidente. Permítame ayudarle con eso – un delicado y costoso pañuelito apareció en la mano de la morena sin que nadie pudiese explicarse de donde lo había sacado. Entonces procedió a posar, con suaves y repetidos toques, la delicada pieza sobre el desagradable, sucio y ahora mojado rostro del hombre quien la miraba con evidente incredulidad. – Porque todos estamos de acuerdo en que fue un accidente ¿verdad? – continuó impregnando en su voz toda la persuasión de la que era capaz pero sin hacer uso completo de esta facultad. El hombre la miró por un segundo, sopesando sus opciones, sorprendido y ligeramente confundido por la actitud de la elegante mujer. Continuaba lanzándole miradas asesinas a Chrystelle por encima del hombro de Daphne pero sin decidirse a apartar a la mujer que se interponía en su camino.
– No te olvides de mí copa guapo – le susurró al camarero que pasaba presurosamente a su lado con el propósito de servir nuevamente los tragos que se habían regado y maldiciendo por lo bajo su suerte. No importaba cual había sido el detonante, él sería el responsable por el desperdicio de aquel licor y cualquier descuento en su famélico sueldo representaba un duro golpe para la economía de su familia. El resto de la taberna permanecía a la expectativa en el tenso ambiente. Muchos de ellos se conocían a fuerza de verse noche tras noche en el mismo lugar y por esto mismo no les era desconocida la mala reputación del hombre interceptado por lo que parecía ser una menuda y fina damita.
- Off:
- No termina de alegrarme el saber que te agradan mis temas… yo amooooooo los tuyos, creo que sobra decirlo xd
Daphne Landry- Vampiro Clase Alta
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Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
Si en aquel momento alguien le preguntara qué es la dignidad, probablemente no sabría bien como responderle. El alcohol, entre otras muchas e indeseables consecuencias, tenía ese efecto tan bochornoso de hacer que las personas perdiesen la noción de sus propias limitaciones y defectos, tanto físicos como morales, perdiendo de golpe la vergüenza y el temor a hacer el ridículo. Curioso efecto, ¿eh? Convertía a los más tímidos en los reyes y reinas de la noche, y a los más abiertos en seres estúpidos, entes torpes que se movían dando tumbos, sin ningún tipo de coherencia al hablar ni al actuar. Ella estaba en el medio, no siendo ni extremadamente tímida ni la más agradable conversadora. Torpe y callada a partes iguales. De modo que el espectáculo a su costa estaba servido. Apenas veía lo que tenía delante con nitidez. El mundo entero parecía dar vueltas de forma burda y demasiado rápida para acostumbrarse al movimiento, aunque la realidad fuese diferente: era ella quien no paraba de moverse de un lado a otro, totalmente desequilibrada y sin tener la más remota idea de a dónde se dirigía. No era de extrañar que su primera parada en aquel turbulento viaje que había emprendido a lomos de la borrachera, hubiese sido el suelo.
Le asaltó la risa tonta sin poder evitarlo, tanto por el daño que se había hecho y sabía le dolería muchísimo más cuando estuviese sobria, como por el pequeño caos localizado que su estrepitosa caída había generado. Las miradas y cuchicheos volvieron a dirigirse a ella de inmediato. Y de repente, desde el universo aislado en que habita el ebrio mientras el nivel de alcohol es muy elevado en su sangre, se sintió profundamente molesta con aquellos desconocidos que comenzaban a juzgarla en silencio... y con aquellos que la juzgaban a voz de grito. Las risas y abucheos causaban mayor alboroto, ciertamente, pero le molestaban las miradas silenciosas y aquellas palabras que, aunque no podía oír, era capaz de imaginarse sin demasiada dificultad.
No sabía cómo se las ingeniaba para acabar siempre así, siendo el centro de atención, sin pretenderlo nunca realmente. Siempre acababa siendo la que daba la nota, la patosa, la torpe, la que con un par de copas -o de botellas...- era incapaz de mantenerse en pie... la mujer de la calle, la puta con cara de niña, la que siempre se metía en problemas por ser poco más que una simple borracha, con demasiados problemas de los que le gustaría reconocer. ¿Se había olvidado de su orgullo o realmente tenía tan poco amor propio que no era capaz de respetarse a sí misma más de lo que la respetaban otros? Puede que la realidad de su vida, de su miserable y corta vida, estuviese compuesta por una mezcla de ambas opciones. Dada la profesión que por desgracia le había tocado, el orgullo no cumplía una función demasiado relevante para su supervivencia. Es más, era todo lo contrario, actuando como un lastre en la mayoría de los casos. Y en cuanto a su amor propio... sus actos la delataban. A veces era capaz de verse a sí misma desde una perspectiva más externa, poniéndose en el lugar de aquellas personas anónimas, ajenas a su círculo de "conocidos", y le daba bastante pena ver en lo que se estaba convirtiendo. Por eso no podía aceptar los piropos, las palabras bonitas o las declaraciones... Porque sabía lo que esas personas veían en ella. Y le disgustaba.
Se había rendido. Ya no luchaba diariamente por llegar a tener una vida mejor, por alcanzar un sueño en el que nunca confió realmente y que se esfumó hacía mucho. Se limitaba a aparentar indiferencia acerca de lo que los demás dijeran o dejaran de decir, aun cuando no había nada más importante para ella que la opinión que tenían el resto de personas acerca de su forma de ser, de su aspecto, de su vida. Las carcajadas, los murmullos, los rostros que la observaban con una mezcla de lástima y vergüenza ajena... La reprobación brillando en aquellos semblantes desconocidos... Todos aquellos sentimientos negativos parecieron confluir en las palabras que el hombre contra el que había chocado dirigió a su persona, con el rostro contraído en una mueca enfurecida. Sus pensamientos quedaron bloqueados, acallados por la voz atronadora de su conciencia, que se limitó a darle la razón.
- ¡Maldita puta! -Le sonaron envenenadas, afiladas, clavándose como flechas en manos de un tirador experto en el centro mismo de su dañada autoestima. Sus ojos se entrecerraron, sin dejar de observar al hombre que se alzaba, imponente, ante ella. Sentía como si un elefante la hubiese aplastado sin ningún tipo de miramiento. Sopesó por un instante el significado de ambas palabras, juntas y por separado, intentando decidir cuál de las dos le había hecho más daño, si el "maldita" o el hecho de que la llamase "puta" de aquella forma tan... desagradable. Tal vez fuera el cómo las había pronunciado lo que más miserable la hizo sentir. Aquel tono despectivo y acusador, aquel dedo alzado, señalándola en el suelo. Ella era una puta que, además, estaba maldita. Y joder si tenía razón... Sintió un escalofrío recorrer su espalda, lastimada por el golpe, y fue incapaz de reaccionar a la ayuda ofrecida por el tabernero y su "enamorado", el confuso cantinero que trató de tranquilizar al hombre que acababa de hundirla más aún.
Se quedó tirada sobre el frío y sucio suelo algunos instantes más, intentando centrar su pensamiento, nublado por el alcohol, en el duro significado que tenían aquellas palabras, llegando a la conclusión de que no sabía por cuál de las dos se había sentido más ¿ofendida? ¿Qué pesaba más en su patética vida, el hecho de ser una puta con todas las letras, o la evidencia, ahora patente, de que estaba maldita? Después de todo, llevaba años huyendo de los fantasmas de su pasado... Quiso preguntarle al hombre, que aún la observaba, pero todo cuanto pudo articular fue un simple "lo siento", difícilmente comprensible entre tanto balbuceo carente de sentido. La realidad le sobrevino como un mazazo, sumiéndola en las sombras. La "felicidad" provocada por el alcohol solía ser tan efímera como inconsistente. Se destruía con magnífica facilidad, hundiéndote aún más de lo que lo harías estando sobrio. La vida del borracho era difícil, más de lo que muchos se imaginaban. Observó a las personas que la rodeaban con ojos vidriosos y la sensación de no saber dónde estaba. Había ganado la atención de la que siempre huía por algo aún más triste que su propia profesión... Y el sentido del ridículo se alió con la vergüenza, tiñendo sus mejillas, antes sumamente pálidas, de un intenso color rojo sangre.
Trató de levantarse con cierta rapidez, intentando dibujar una sonrisa de la que sólo se reflejó una triste mueca torcida. Apestaba a alcohol y estaba empapada, debido a la caída de la copa que no mucho antes portaba entre sus manos. Pero eso no fue lo peor. El bar se oscureció repentinamente ante sus atónitos ojos, y volvió a caer con tanta fuerza que ella misma pudo oír el crack de su cabeza al golpearse. Se esforzó por ponerse en pie una segunda vez, obteniendo el mismo e infructífero resultado. Al tercer intento, tras bufar a fin de que la soltaran, y sujetándose a la barra con esfuerzo, logró ponerse en pie, aun tambaleándose. Miró directamente a la dama que la había acompañado durante aquella accidentada noche, y las lágrimas pujaron por salir de sus ojos en cuanto escuchó sus palabras, y observó que avanzaba para detener al hombre, que parecía más que dispuesto a atacarla.. ¿Por qué la defendía? Ella no era nada en comparación. Una mísera vagabunda que necesitaba vender su cuerpo para poder comer algo. No lo merecía... ¿Había algo que mereciera, realmente?
- Sacadme de aquí... por favor... Mi señora. -Trató de contener las emociones contradictorias que la embargaban en aquel momento. Sentía que se estaba asfixiando sin remedio. Las paredes del local parecían cerrarse sobre sí misma. Le dolía la cabeza. Notaba un cálido líquido fluir desde su oído derecho al exterior. Sangre. Se sintió mareada, confusa. Necesitaba huir de aquellas miradas. Ir a otra sala. Que dejaran de reírse. Que dejaran de hablar mientras la señalaban. Necesitaba que el mundo dejara de gritarle que sólo era una maldita puta sin importancia.
Le asaltó la risa tonta sin poder evitarlo, tanto por el daño que se había hecho y sabía le dolería muchísimo más cuando estuviese sobria, como por el pequeño caos localizado que su estrepitosa caída había generado. Las miradas y cuchicheos volvieron a dirigirse a ella de inmediato. Y de repente, desde el universo aislado en que habita el ebrio mientras el nivel de alcohol es muy elevado en su sangre, se sintió profundamente molesta con aquellos desconocidos que comenzaban a juzgarla en silencio... y con aquellos que la juzgaban a voz de grito. Las risas y abucheos causaban mayor alboroto, ciertamente, pero le molestaban las miradas silenciosas y aquellas palabras que, aunque no podía oír, era capaz de imaginarse sin demasiada dificultad.
No sabía cómo se las ingeniaba para acabar siempre así, siendo el centro de atención, sin pretenderlo nunca realmente. Siempre acababa siendo la que daba la nota, la patosa, la torpe, la que con un par de copas -o de botellas...- era incapaz de mantenerse en pie... la mujer de la calle, la puta con cara de niña, la que siempre se metía en problemas por ser poco más que una simple borracha, con demasiados problemas de los que le gustaría reconocer. ¿Se había olvidado de su orgullo o realmente tenía tan poco amor propio que no era capaz de respetarse a sí misma más de lo que la respetaban otros? Puede que la realidad de su vida, de su miserable y corta vida, estuviese compuesta por una mezcla de ambas opciones. Dada la profesión que por desgracia le había tocado, el orgullo no cumplía una función demasiado relevante para su supervivencia. Es más, era todo lo contrario, actuando como un lastre en la mayoría de los casos. Y en cuanto a su amor propio... sus actos la delataban. A veces era capaz de verse a sí misma desde una perspectiva más externa, poniéndose en el lugar de aquellas personas anónimas, ajenas a su círculo de "conocidos", y le daba bastante pena ver en lo que se estaba convirtiendo. Por eso no podía aceptar los piropos, las palabras bonitas o las declaraciones... Porque sabía lo que esas personas veían en ella. Y le disgustaba.
Se había rendido. Ya no luchaba diariamente por llegar a tener una vida mejor, por alcanzar un sueño en el que nunca confió realmente y que se esfumó hacía mucho. Se limitaba a aparentar indiferencia acerca de lo que los demás dijeran o dejaran de decir, aun cuando no había nada más importante para ella que la opinión que tenían el resto de personas acerca de su forma de ser, de su aspecto, de su vida. Las carcajadas, los murmullos, los rostros que la observaban con una mezcla de lástima y vergüenza ajena... La reprobación brillando en aquellos semblantes desconocidos... Todos aquellos sentimientos negativos parecieron confluir en las palabras que el hombre contra el que había chocado dirigió a su persona, con el rostro contraído en una mueca enfurecida. Sus pensamientos quedaron bloqueados, acallados por la voz atronadora de su conciencia, que se limitó a darle la razón.
- ¡Maldita puta! -Le sonaron envenenadas, afiladas, clavándose como flechas en manos de un tirador experto en el centro mismo de su dañada autoestima. Sus ojos se entrecerraron, sin dejar de observar al hombre que se alzaba, imponente, ante ella. Sentía como si un elefante la hubiese aplastado sin ningún tipo de miramiento. Sopesó por un instante el significado de ambas palabras, juntas y por separado, intentando decidir cuál de las dos le había hecho más daño, si el "maldita" o el hecho de que la llamase "puta" de aquella forma tan... desagradable. Tal vez fuera el cómo las había pronunciado lo que más miserable la hizo sentir. Aquel tono despectivo y acusador, aquel dedo alzado, señalándola en el suelo. Ella era una puta que, además, estaba maldita. Y joder si tenía razón... Sintió un escalofrío recorrer su espalda, lastimada por el golpe, y fue incapaz de reaccionar a la ayuda ofrecida por el tabernero y su "enamorado", el confuso cantinero que trató de tranquilizar al hombre que acababa de hundirla más aún.
Se quedó tirada sobre el frío y sucio suelo algunos instantes más, intentando centrar su pensamiento, nublado por el alcohol, en el duro significado que tenían aquellas palabras, llegando a la conclusión de que no sabía por cuál de las dos se había sentido más ¿ofendida? ¿Qué pesaba más en su patética vida, el hecho de ser una puta con todas las letras, o la evidencia, ahora patente, de que estaba maldita? Después de todo, llevaba años huyendo de los fantasmas de su pasado... Quiso preguntarle al hombre, que aún la observaba, pero todo cuanto pudo articular fue un simple "lo siento", difícilmente comprensible entre tanto balbuceo carente de sentido. La realidad le sobrevino como un mazazo, sumiéndola en las sombras. La "felicidad" provocada por el alcohol solía ser tan efímera como inconsistente. Se destruía con magnífica facilidad, hundiéndote aún más de lo que lo harías estando sobrio. La vida del borracho era difícil, más de lo que muchos se imaginaban. Observó a las personas que la rodeaban con ojos vidriosos y la sensación de no saber dónde estaba. Había ganado la atención de la que siempre huía por algo aún más triste que su propia profesión... Y el sentido del ridículo se alió con la vergüenza, tiñendo sus mejillas, antes sumamente pálidas, de un intenso color rojo sangre.
Trató de levantarse con cierta rapidez, intentando dibujar una sonrisa de la que sólo se reflejó una triste mueca torcida. Apestaba a alcohol y estaba empapada, debido a la caída de la copa que no mucho antes portaba entre sus manos. Pero eso no fue lo peor. El bar se oscureció repentinamente ante sus atónitos ojos, y volvió a caer con tanta fuerza que ella misma pudo oír el crack de su cabeza al golpearse. Se esforzó por ponerse en pie una segunda vez, obteniendo el mismo e infructífero resultado. Al tercer intento, tras bufar a fin de que la soltaran, y sujetándose a la barra con esfuerzo, logró ponerse en pie, aun tambaleándose. Miró directamente a la dama que la había acompañado durante aquella accidentada noche, y las lágrimas pujaron por salir de sus ojos en cuanto escuchó sus palabras, y observó que avanzaba para detener al hombre, que parecía más que dispuesto a atacarla.. ¿Por qué la defendía? Ella no era nada en comparación. Una mísera vagabunda que necesitaba vender su cuerpo para poder comer algo. No lo merecía... ¿Había algo que mereciera, realmente?
- Sacadme de aquí... por favor... Mi señora. -Trató de contener las emociones contradictorias que la embargaban en aquel momento. Sentía que se estaba asfixiando sin remedio. Las paredes del local parecían cerrarse sobre sí misma. Le dolía la cabeza. Notaba un cálido líquido fluir desde su oído derecho al exterior. Sangre. Se sintió mareada, confusa. Necesitaba huir de aquellas miradas. Ir a otra sala. Que dejaran de reírse. Que dejaran de hablar mientras la señalaban. Necesitaba que el mundo dejara de gritarle que sólo era una maldita puta sin importancia.
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/07/2013
Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
Pocas palabras para tan honda pena. No necesitó girarse para constatarlo, el tono utilizado era más que suficiente. Todo dolor esconde una historia, algunas tan superficiales como una brisa ligera, otras tan profundas e intrincadas como el mismo mar. A la morena le pareció que el dolor que sentía la joven, y que evidentemente había sido causado por tan dura referencia, provenía de un pasado de sufrimiento y humillación que se encontraba tan a flor de piel que bastaban dos palabras para que emergiera con toda su intensidad. Debía sentir también un intenso dolor físico pues casi percibía en su paladar el sabor de su sangre. El golpe que recibió en una de las caídas fue lo suficientemente fuerte como para provocar una pequeña hemorragia que pocos notarían pero que, para Daphne, representaba la más cálida y perversa invitación. Deseó volverse, abrazarla, consolarla, alzarla en sus brazos y beber de aquella fuente. Ese era su licor, uno que podía embriagar más que cualquiera de los destilados fabricados por el hombre. Suspiró, no podía atender aquella suplica, ni a su propio deseo, antes de intentar al menos aplacar los ánimos.
Los ojos del hombretón le miraban vacilantes. Estaba indeciso sobre lo que realizaría a continuación y un poco confuso por la indecisión en sí. Era evidente que no terminaba de comprender el porqué consideraba no tomar represalias, iba esto en contra de su propia naturaleza, pero algo en las palabras y el toque delicado de la mujer que tenía en frente le frenaba con la fuerza de un temporal – Parece que la “damita” no desea que nadie maltrate su diversión para esta noche ¿eh? – un coro de risas secundaron el mordaz comentario. Daphne, por su parte, permaneció interponiéndose entre el hombre y la rubia, mirándole en medio de una calma aparentemente inquebrantable. Ella sabía que alguien de aquella calaña tenía una reputación que mantener y, por tanto, el comentario podría entenderse como un medio de salida orgullosa. La victoria era suya pues, por el momento, había evitado el enfrentamiento – Una lástima que sean esos sus gustos Madame. Tengo aquí algo que podría entretenerla mucho mejor… aunque no estamos hablando de una mercancía tan barata – groseramente el hombre apretó su propia entrepierna reforzando lo que sus ofensivas palabras ya habían aclarado. El enojo de la morena se incrementaba poco a poco. Sin duda tenía un par de ideas para aquella entrepierna pero por ahora solo Chrystelle merecía su energía – Mi estimado Monsieur, si ofreciera un franco por cada varón que pretende conocer los secretos para hacer feliz a una mujer en el lecho de seguro sería ahora una simple pordiosera – le sonrió dulcemente, haciendo caso omiso a las risitas tímidas que se alzaron entre los presentes – Una ronda de ron para todos, como excusas por todo el alboroto que mi compañera y yo hemos ocasionado – pan y espectáculo: ¿existe una mejor manera de entretener al pueblo? Una ovación se alzó mientras la morena depositaba sobre la barra una generosa cantidad de dinero, luego todo retornó poco a poco a la normalidad. El hombre la enfrentó un par de segundos más – Que buena suerte tienes, puta – sentenció mirando a la rubia antes de volverse y sentarse en su lugar.
Solo entonces Daphne volvió la vista hacia Chrystelle ¿Cómo se atrevía aquel despojo de hombre a suponer que su triste miembro valdría más que una sola lágrima de aquella hermosa joven? La morena guardo rápidamente el pañuelito con el que había limpiado la sucia cara en uno de los pliegues de su vestido. El aroma le ayudaría a ubicar al hombre después, de ninguna manera pretendía dejar pasar tantos agravios. – No soy tu señora, soy Daphne – contestó finalmente lanzándole una mirada benévola a la chica. Suponía que el uso de esas palabras específicas se trataba de una reacción inconsciente. Una forma automática de reconocer una inferioridad que estaba solo en su mente – Lo lamento pero no les daremos el gusto de vernos partir, no aún al menos, sin embargo… - se acercó a la joven y le tomó por el brazo antes de dirigirse al camarero – Llévanos a un lugar privado – por supuesto no se trataba de ninguna petición y la vista perdida del chico le confirmó que la magia ancestral surtía efecto. Simple, sin preguntas ni negativas. Obediente el joven tomó un manojo de llaves y se dirigió hacia una puerta cerrada en el fondo del local – Si podemos buscar un poco de privacidad – concluyó guiñándole un ojo a Chrystelle y guiándola suavemente hacia la puerta que ahora se encontraba abierta. Muchos ojos siguieron el corto recorrido pero nadie se interpuso en su camino. – Vamos mi querida Chrystelle, alegra un poco ese semblante. La noche es joven y no deseo que las palabras hirientes de un cretino nos la arruine – con el dorso de la mano levantó suavemente el rostro de la joven.
A su alrededor los trabajadores del bar se movían con rapidez sirviendo copas con ron a todos los presentes y felices porque el asunto no hubiese llegado hasta el extremo de un enfrentamiento. Mientras caminaban Daphne tomó con agilidad una copa llena de la bandeja de un joven que pasaba a su lado para luego ofrecérsela a Chrystelle – Tómala tu, yo no bebo ron – no esperaba que el mesero recordara su petición de otra copa de vino pero presentía que dentro de poco tendría su propia recompensa.
Tras la puerta les esperaba una estancia pequeña y poco aseada. Un pequeño sofá descansaba contra una de las paredes, el resto del mobiliario se reducía a una mesita destartalada y estantes llenos de empolvadas botellas. El camarero encendió un par de velas antes de abandonarles – Bien, supongo que no podríamos esperar nada mejor, al menos ya no estamos a merced del escrutinio público – comentó enarcando una ceja mientras inspeccionaba visualmente el lugar. Luego se volteó encarando a la rubia - ¿Estás bien? – le pregunto con preocupación genuina mientras colocaba un mechón rebelde del dorado cabello tras el pálido oído, exponiendo no solo la tersa piel sino, además, la sangre que empezaba ahora a secarse.
Los ojos del hombretón le miraban vacilantes. Estaba indeciso sobre lo que realizaría a continuación y un poco confuso por la indecisión en sí. Era evidente que no terminaba de comprender el porqué consideraba no tomar represalias, iba esto en contra de su propia naturaleza, pero algo en las palabras y el toque delicado de la mujer que tenía en frente le frenaba con la fuerza de un temporal – Parece que la “damita” no desea que nadie maltrate su diversión para esta noche ¿eh? – un coro de risas secundaron el mordaz comentario. Daphne, por su parte, permaneció interponiéndose entre el hombre y la rubia, mirándole en medio de una calma aparentemente inquebrantable. Ella sabía que alguien de aquella calaña tenía una reputación que mantener y, por tanto, el comentario podría entenderse como un medio de salida orgullosa. La victoria era suya pues, por el momento, había evitado el enfrentamiento – Una lástima que sean esos sus gustos Madame. Tengo aquí algo que podría entretenerla mucho mejor… aunque no estamos hablando de una mercancía tan barata – groseramente el hombre apretó su propia entrepierna reforzando lo que sus ofensivas palabras ya habían aclarado. El enojo de la morena se incrementaba poco a poco. Sin duda tenía un par de ideas para aquella entrepierna pero por ahora solo Chrystelle merecía su energía – Mi estimado Monsieur, si ofreciera un franco por cada varón que pretende conocer los secretos para hacer feliz a una mujer en el lecho de seguro sería ahora una simple pordiosera – le sonrió dulcemente, haciendo caso omiso a las risitas tímidas que se alzaron entre los presentes – Una ronda de ron para todos, como excusas por todo el alboroto que mi compañera y yo hemos ocasionado – pan y espectáculo: ¿existe una mejor manera de entretener al pueblo? Una ovación se alzó mientras la morena depositaba sobre la barra una generosa cantidad de dinero, luego todo retornó poco a poco a la normalidad. El hombre la enfrentó un par de segundos más – Que buena suerte tienes, puta – sentenció mirando a la rubia antes de volverse y sentarse en su lugar.
Solo entonces Daphne volvió la vista hacia Chrystelle ¿Cómo se atrevía aquel despojo de hombre a suponer que su triste miembro valdría más que una sola lágrima de aquella hermosa joven? La morena guardo rápidamente el pañuelito con el que había limpiado la sucia cara en uno de los pliegues de su vestido. El aroma le ayudaría a ubicar al hombre después, de ninguna manera pretendía dejar pasar tantos agravios. – No soy tu señora, soy Daphne – contestó finalmente lanzándole una mirada benévola a la chica. Suponía que el uso de esas palabras específicas se trataba de una reacción inconsciente. Una forma automática de reconocer una inferioridad que estaba solo en su mente – Lo lamento pero no les daremos el gusto de vernos partir, no aún al menos, sin embargo… - se acercó a la joven y le tomó por el brazo antes de dirigirse al camarero – Llévanos a un lugar privado – por supuesto no se trataba de ninguna petición y la vista perdida del chico le confirmó que la magia ancestral surtía efecto. Simple, sin preguntas ni negativas. Obediente el joven tomó un manojo de llaves y se dirigió hacia una puerta cerrada en el fondo del local – Si podemos buscar un poco de privacidad – concluyó guiñándole un ojo a Chrystelle y guiándola suavemente hacia la puerta que ahora se encontraba abierta. Muchos ojos siguieron el corto recorrido pero nadie se interpuso en su camino. – Vamos mi querida Chrystelle, alegra un poco ese semblante. La noche es joven y no deseo que las palabras hirientes de un cretino nos la arruine – con el dorso de la mano levantó suavemente el rostro de la joven.
A su alrededor los trabajadores del bar se movían con rapidez sirviendo copas con ron a todos los presentes y felices porque el asunto no hubiese llegado hasta el extremo de un enfrentamiento. Mientras caminaban Daphne tomó con agilidad una copa llena de la bandeja de un joven que pasaba a su lado para luego ofrecérsela a Chrystelle – Tómala tu, yo no bebo ron – no esperaba que el mesero recordara su petición de otra copa de vino pero presentía que dentro de poco tendría su propia recompensa.
Tras la puerta les esperaba una estancia pequeña y poco aseada. Un pequeño sofá descansaba contra una de las paredes, el resto del mobiliario se reducía a una mesita destartalada y estantes llenos de empolvadas botellas. El camarero encendió un par de velas antes de abandonarles – Bien, supongo que no podríamos esperar nada mejor, al menos ya no estamos a merced del escrutinio público – comentó enarcando una ceja mientras inspeccionaba visualmente el lugar. Luego se volteó encarando a la rubia - ¿Estás bien? – le pregunto con preocupación genuina mientras colocaba un mechón rebelde del dorado cabello tras el pálido oído, exponiendo no solo la tersa piel sino, además, la sangre que empezaba ahora a secarse.
Daphne Landry- Vampiro Clase Alta
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Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
Sonrisas fingidas y lágrimas ocultas, esa había sido su vida desde que tenía uso de razón. Desde que la despojaron de su dignidad hacía tanto tiempo que ni recordaba si alguna vez había tenido algo parecido. Aun siendo una niña, estando tras las paredes de aquel inmundo orfanato, tuvo que aprender a fingir que era feliz para tratar que alguna familia la adoptase. Pero el tiempo pasaba, y eso nunca ocurrió. La esperanza de encontrar un nuevo hogar se fue esfumando lentamente ante sus narices, a medida que cumplía años, alejándose de la juventud que las familias siempre buscaban. ¿Acaso podía haber algo peor que la sensación de que no vales para nada, y no puedes remediarlo por más que lo desees? Había vivido con aquella espina enquistada tanto tiempo, que le resultaba imposible no tenerla presente casi a diario... Quizá aquello respondiera a por qué se había puesto así porque un viejo borracho la hubiese llamado maldita puta. Siempre se había arrepentido de la vida que llevaba, pero no se sentía avergonzaba por la forma en que se ganaba la vida. La consideraba tan digna como cualquier otra profesión, aunque a ojos ajenos fuese poco menos que una mercancía que comprar y vender.
Ella tenía un precio. Su vida, su cuerpo, su alma, su mente, tenían un precio prefijado. Y por muy mal que le sentaran aquellos comentarios, en el fondo sabía que todos tenían razón. Y también sabía que no debería importarle lo que dijeran. Pero era humana, era débil y era joven. No había madurado lo suficiente para encajar tantos golpes seguidos, y aunque fuese una experta en fingir estar bien a ojos de los demás, bastaba con unos segundos a solas consigo misma para venirse abajo sin remedio. ¿Autoestima? ¿Cómo podría sentir algún cariño por sí misma, si las pocas manifestaciones del mismo que recibía eran pagadas al mejor postor? Y tan falsas como su cara de niña inocente. Desconocía lo que era sentirse normal, querida, por una vez. Todo cuanto la rodeaba le resultaba hostil, ajeno a sí misma. Era una desconocida para los demás, y aunque supiera que eso era lo mejor, a veces le hubiese gustado gritar a los cuatro vientos cómo se sentía, quién era, o qué quería, a sabiendas de que nadie se giraría para mirarla. No era importante. El mundo estaba lleno de chicas como ella. Rubias. Guapas. Echadas a perder. No era nada nuevo. Todos tenían problemas... Pero cuando estás tanto tiempo solo, la sensación de que lo tuyo es mucho peor es exageradamente grande. Y no puedes ignorarla.
Se sintió humillada. Pisoteada. Aplastada por el peso de las circunstancias, por el peso de una verdad que conocía perfectamente, pero que era incapaz de reconocer ante otros. No quería que la vieran como ella bien sabía que era. Quería camuflarse, fingir que era completamente normal. Una más. Del montón. Pero no, su "fama" la precedía, como si por ser prostituta desprendiera un aura especial que provocaba que todos la reconocieran de inmediato. Decir que lo odiaba era poco. Lo aborrecía... Y lo peor de todo era que sabía que nunca podría cambiarlo. Por un instante pensó en darle las gracias a aquel grosero ser por quitarle la venda de los ojos de aquella forma tan violenta; pero conservaba el orgullo suficiente y necesario para contener aquel impulso impropio de su persona. Normalmente se mostraría altiva hasta cruzar el umbral de su cochambrosa casa, donde lloraría toda la noche hasta quedarse dormida abrazada a la botella de whisky. Una vida miserable, propia de un ser miserable. Dejó que el hombre descargase su frustración con aquellas palabras hirientes... pero le molestó de sobremanera que osara dirigirse en aquel tono condescendiente a la dama que la estaba defendiendo. El nivel de aquel borracho no era muy distinto al suyo propio. De haber estado sobria, probablemente le hubiese dado una lección de modales. Pero no estaba en condiciones de hacer nada más que agachar la cabeza y esperar que la tierra se la acabase tragando en algún momento.
Pero, lógicamente, eso no ocurrió, y nuevamente tuvo que ser Daphne quien la sacara de su bucle de autocompasión. No sabía cómo podría agradecérselo cuando finalmente recuperara la compostura. Sus palabras eran ácidas pero comedidas, tal y como cabía esperar de una mujer de su clase. Era consciente de la suerte que había tenido al encontrársela como a su salvadora, ya que de otro modo, con sólo algunas palabras podría haberla desarmado por completo. Observó la mirada frustrada del hombre y sus reticencias a alejarse de la discusión, pero la incapacidad para decidirse por qué hacer. Su frase final, fue decisiva. Invitar a unos borrachos a seguir bebiendo, era asegurarte su simpatía. No se le podía haber ocurrido mejor idea. Se encogió sobre sí misma ante el último comentario despectivo, y se dejó arrastrar por la mujer, sin tener nada claro hacia dónde se dirigía. Volvió a notar su tacto frío, pero esta vez, percibiéndolo como algo normal en ella. No podía decir que se había acostumbrado, pero en aquel momento el dolor físico y psíquico era tan grande que no le permitía pensar en nada más.
- Yo... No sé de qué otro modo dirigirme a alguien como vos... Sin ser irrespetuosa. -Murmuró de forma entrecortada, asintiendo de forma imperceptible ante la invitación. Realmente creía que marcharse a otro lugar era lo mejor que podía hacer, aunque de poder elegir, hubiese preferido ir al burdel y resguardarse bajo las cálidas mantas de su cama de siempre. Era francamente irónico que se sintiese más cómoda durmiendo en aquel sitio que tanto aborrecía que en su propia casa. Observó a las personas que, a su alrededor, iban devolviendo la mirada y el interés a sus propios asuntos, pasando a ignorar nuevamente las dos figuras que se marchaban sin decir nada. Sujetó la copa de ron con una mano temblorosa. El simple aroma del alcohol le provocó náuseas. Había bebido suficiente por aquella noche... Y sin embargo, dio un largo sorbo para luego tomar la mano de Daphne y tirar de ella en dirección al sofá. Se dejó caer, mirando a la nada, pero sin soltarla. Notó el gesto de acariciarle el rostro como algo íntimo, sutil, agradable. Miró a los ojos de la mujer con una mezcla de pesar y somnolencia. El alcohol le estaba afectando bastante. - Supongo que sí... No sé. No sé... -Entornó los ojos para luego encogerse de hombros. - ¿Por qué sois amable conmigo? ¿Por qué me defendéis? -Sus palabras sonaron pausadas, temblorosas. - No merezco la pena... Sólo soy una maldita... puta. -Soltó una carcajada sarcástica y sonrió tristemente, bebiéndose todo lo que le quedaba en la copa de golpe.
Ella tenía un precio. Su vida, su cuerpo, su alma, su mente, tenían un precio prefijado. Y por muy mal que le sentaran aquellos comentarios, en el fondo sabía que todos tenían razón. Y también sabía que no debería importarle lo que dijeran. Pero era humana, era débil y era joven. No había madurado lo suficiente para encajar tantos golpes seguidos, y aunque fuese una experta en fingir estar bien a ojos de los demás, bastaba con unos segundos a solas consigo misma para venirse abajo sin remedio. ¿Autoestima? ¿Cómo podría sentir algún cariño por sí misma, si las pocas manifestaciones del mismo que recibía eran pagadas al mejor postor? Y tan falsas como su cara de niña inocente. Desconocía lo que era sentirse normal, querida, por una vez. Todo cuanto la rodeaba le resultaba hostil, ajeno a sí misma. Era una desconocida para los demás, y aunque supiera que eso era lo mejor, a veces le hubiese gustado gritar a los cuatro vientos cómo se sentía, quién era, o qué quería, a sabiendas de que nadie se giraría para mirarla. No era importante. El mundo estaba lleno de chicas como ella. Rubias. Guapas. Echadas a perder. No era nada nuevo. Todos tenían problemas... Pero cuando estás tanto tiempo solo, la sensación de que lo tuyo es mucho peor es exageradamente grande. Y no puedes ignorarla.
Se sintió humillada. Pisoteada. Aplastada por el peso de las circunstancias, por el peso de una verdad que conocía perfectamente, pero que era incapaz de reconocer ante otros. No quería que la vieran como ella bien sabía que era. Quería camuflarse, fingir que era completamente normal. Una más. Del montón. Pero no, su "fama" la precedía, como si por ser prostituta desprendiera un aura especial que provocaba que todos la reconocieran de inmediato. Decir que lo odiaba era poco. Lo aborrecía... Y lo peor de todo era que sabía que nunca podría cambiarlo. Por un instante pensó en darle las gracias a aquel grosero ser por quitarle la venda de los ojos de aquella forma tan violenta; pero conservaba el orgullo suficiente y necesario para contener aquel impulso impropio de su persona. Normalmente se mostraría altiva hasta cruzar el umbral de su cochambrosa casa, donde lloraría toda la noche hasta quedarse dormida abrazada a la botella de whisky. Una vida miserable, propia de un ser miserable. Dejó que el hombre descargase su frustración con aquellas palabras hirientes... pero le molestó de sobremanera que osara dirigirse en aquel tono condescendiente a la dama que la estaba defendiendo. El nivel de aquel borracho no era muy distinto al suyo propio. De haber estado sobria, probablemente le hubiese dado una lección de modales. Pero no estaba en condiciones de hacer nada más que agachar la cabeza y esperar que la tierra se la acabase tragando en algún momento.
Pero, lógicamente, eso no ocurrió, y nuevamente tuvo que ser Daphne quien la sacara de su bucle de autocompasión. No sabía cómo podría agradecérselo cuando finalmente recuperara la compostura. Sus palabras eran ácidas pero comedidas, tal y como cabía esperar de una mujer de su clase. Era consciente de la suerte que había tenido al encontrársela como a su salvadora, ya que de otro modo, con sólo algunas palabras podría haberla desarmado por completo. Observó la mirada frustrada del hombre y sus reticencias a alejarse de la discusión, pero la incapacidad para decidirse por qué hacer. Su frase final, fue decisiva. Invitar a unos borrachos a seguir bebiendo, era asegurarte su simpatía. No se le podía haber ocurrido mejor idea. Se encogió sobre sí misma ante el último comentario despectivo, y se dejó arrastrar por la mujer, sin tener nada claro hacia dónde se dirigía. Volvió a notar su tacto frío, pero esta vez, percibiéndolo como algo normal en ella. No podía decir que se había acostumbrado, pero en aquel momento el dolor físico y psíquico era tan grande que no le permitía pensar en nada más.
- Yo... No sé de qué otro modo dirigirme a alguien como vos... Sin ser irrespetuosa. -Murmuró de forma entrecortada, asintiendo de forma imperceptible ante la invitación. Realmente creía que marcharse a otro lugar era lo mejor que podía hacer, aunque de poder elegir, hubiese preferido ir al burdel y resguardarse bajo las cálidas mantas de su cama de siempre. Era francamente irónico que se sintiese más cómoda durmiendo en aquel sitio que tanto aborrecía que en su propia casa. Observó a las personas que, a su alrededor, iban devolviendo la mirada y el interés a sus propios asuntos, pasando a ignorar nuevamente las dos figuras que se marchaban sin decir nada. Sujetó la copa de ron con una mano temblorosa. El simple aroma del alcohol le provocó náuseas. Había bebido suficiente por aquella noche... Y sin embargo, dio un largo sorbo para luego tomar la mano de Daphne y tirar de ella en dirección al sofá. Se dejó caer, mirando a la nada, pero sin soltarla. Notó el gesto de acariciarle el rostro como algo íntimo, sutil, agradable. Miró a los ojos de la mujer con una mezcla de pesar y somnolencia. El alcohol le estaba afectando bastante. - Supongo que sí... No sé. No sé... -Entornó los ojos para luego encogerse de hombros. - ¿Por qué sois amable conmigo? ¿Por qué me defendéis? -Sus palabras sonaron pausadas, temblorosas. - No merezco la pena... Sólo soy una maldita... puta. -Soltó una carcajada sarcástica y sonrió tristemente, bebiéndose todo lo que le quedaba en la copa de golpe.
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/07/2013
Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
Sintiéndose ligeramente apesadumbrada permitió que la joven la guiase hasta el viejo sillón. La privacidad el pequeño espacio era justo lo que deseaba. No sería ella quien remilgara por la suciedad acumulada o la antigüedad de los muebles. Dudaba también que su acompañante lo hiciese cuando a duras penas podía mantenerse en pie. Tal vez capturar aquella última copa no había sido la idea más inteligente, pero ya era tarde para arrepentimientos… muy tarde de hecho. El sillón chirrió al enfrentarse al peso conjugado de las dos mujeres y una capa de polvo acumulada se levantó de la descolorida tela dándoles la bienvenida. La vampiresa soltó con su mano libre el broche que reposaba en su cuello, permitiendo así que la pesada capa resbalara por sus hombros y callera desordenadamente sobre el sofá. A diferencia de Chrystelle, ella se había sentado con suavidad prácticamente en el borde y manteniendo la espalda recta en el aire. Cruzó las piernas mientras observaba a la joven preguntándose cuál sería la historia que escondían ese par de ojos, hermosos pero tristes. Se preguntaba también cuál era el encanto especial, el halo esplendoroso que le impelía hacia aquella joven. Si bien siempre se sintió especialmente empática con aquellos menos afortunados, también se resistía a sentir debilidad ante aquellos que preferían vender su cuerpo antes que enfrentarse ante una jornada de trabajo. Y allí estaba ahora, frente a una chica que exhumaba más dolor y miseria que la vendedora de pescado más humilde del mercado. Incluso ella podría equivocarse y tal vez todo se redujera a una excelente oportunidad para cambiar ese aspecto de su personalidad.
Escuchó una respuesta automática en un principio, un poco más genuina después pero no lo suficiente. Era evidente el daño que le habían causado y aun así la otra no contestaba claramente. Daphne sospechó que se trataba de un espíritu fuerte, desacostumbrado a pedir y a recibir ayuda. La sospecha fue confirmada con las palabras que prosiguieron. Parpadeó un par de veces antes se contestar mientras la otra vaciaba el licor de la copa. – Creo que en el caso que nos atañe soy la única con la facultad de decidir quién vale o no la pena, y te digo, pequeña, que tú la vales. Vales mi tiempo y mi esfuerzo, lo sé, aunque ahora mismo solo sea yo quien pueda verlo – levantó la mano a la que se aferraba la rubia y la acercó hasta sus labios donde depositó un casto beso. Al parecer su temperatura corporal ya no era una sorpresa y dio gracias por ello. – Sin embargo, tu más que nadie debe saber que nada es gratuito y por tanto no voy a menospreciar tu inteligencia haciéndote creer que me guía un impulso netamente altruista – le guiñó un ojo sonriéndole antes de soltarle la mano.
Un toque secó en la puerta precedió la entrada del cantinero, el que se mostrara tan amable con la rubia minutos antes, quien sostenía una bandeja sucia con una botella de vino y una copa vacía en ella. La vampiresa rió alegremente – Pensé que nadie lo recordaría con el ajetreo de afuera ¡Mercy! – agradeció mientras el joven depositaba con cuidado la bandeja sobre una mesita que parecía a punto de desplomarse. El líquido oscuro empezó a llenar el recipiente mientras unas miradas preocupadas se posaban sobre la rubia. – Es suficiente querido, ya puedes retirarte pero deja la botella. Ah, y no olvides cerrar la puerta al salir –. le despidió y esperó en silenciosa expectación hasta que la puerta se cerró tras él. Contuvo las ganas de reírse. Era tan tierno y galante el que se hubiese aventurado solo para asegurarse de que el objeto de su deseo se encontraba a salvo. Mentalmente la morena apostó a que el joven regresaría otra vez antes de que ellas decidieran abandonar el lugar, valiéndose, seguramente, de alguna excusa pobre pero que resultara mínimamente creíble.
Volvió entonces la atención hacia su dulce acompañante – Te aseguro nuevamente, que no serás irrespetuosa si me dices Daphne a secas. Después de todo es ese mi nombre y, lo creas o no, me gusta en verdad – tomó entre los dedos la copa de vino y vació la mitad de su contenido de un solo sorbo. Seguía sorprendiéndola el encontrar tal calidad en aquel antro. – Espero que tu ron sea al menos la mitad de bueno que mi vino un comentario suelto, simple, sencillo e irrelevante. Clásico de una conversación entre amigos o, como mínimo, conocidos que se sienten a gusto uno con el otro. Un pensamiento errante le asaltó entonces. Fuera del calor “hogareño” del local, y lejos como estaban del fuego del hogar, la joven debería estar sintiendo la inclemencia del clima parisino. Tal vez el licor ingerido le amortiguase un poco pero seguro que el frágil cuerpo mortal recaería si su propietaria no tomaba medidas para protegerle. Abandonó la copa sobre la mesita y, con un movimiento suave y rápido, deslizó su propia capa sobre los hombros de la rubia sin preguntarle si deseaba o no la prenda - ¿mejor? – preguntó aunque era claro que no deseaba respuesta alguna en ese aspecto. Confiaba en que la pesada tela le diese un poco más de confort lo que, a la larga, le ayudaría a relajarse.
– Entonces Chrystelle, por donde quieres empezar: ¿por una mala jornada, una mala semana o una mala vida? – preguntó instando a la otra a que hablase sobre sí misma y a que confiara sus penas en una perfecta extraña. Era increíble lo usual que resultaba para los seres humanos desahogarse con desconocidos. Era posible que se debiera a que si esto se hacía con conocidos podrían haber consecuencias. Podía haberse detenido allí pero el gusanillo de la curiosidad la espoleó a continuar hablando antes de darle la posibilidad a la rubia de decidir si deseaba o no contestarle -…o debo decirte Mònique – debía ser medio tarada para que la exagerada reacción de la joven hacia ese nombre se le hubiese escapado. Le resultaba en extremo curioso que un tema, a todas luces sensible, fuese conocido por un muchacho que servía tragos en un bar de mala muerte. ¿Era Chrystelle una de esas almas que con tragos soltaban la lengua más de lo debido? Si así fuere no tendría ningún problema para averiguar todo lo que quisiere aunque, en realidad, deseaba estar equivocada pues eso le restaría interés a la recién nacida relación. Por otro lado, si su deseo se cumplía, quedaba en el aire la incógnita de como aquel mozo podría haber averiguado un secreto doloroso. ¿Qué significaba aquel nombre para ella? ¿Por qué despertaba sentimientos, al parecer, tan desagradable y dolorosos?
Escuchó una respuesta automática en un principio, un poco más genuina después pero no lo suficiente. Era evidente el daño que le habían causado y aun así la otra no contestaba claramente. Daphne sospechó que se trataba de un espíritu fuerte, desacostumbrado a pedir y a recibir ayuda. La sospecha fue confirmada con las palabras que prosiguieron. Parpadeó un par de veces antes se contestar mientras la otra vaciaba el licor de la copa. – Creo que en el caso que nos atañe soy la única con la facultad de decidir quién vale o no la pena, y te digo, pequeña, que tú la vales. Vales mi tiempo y mi esfuerzo, lo sé, aunque ahora mismo solo sea yo quien pueda verlo – levantó la mano a la que se aferraba la rubia y la acercó hasta sus labios donde depositó un casto beso. Al parecer su temperatura corporal ya no era una sorpresa y dio gracias por ello. – Sin embargo, tu más que nadie debe saber que nada es gratuito y por tanto no voy a menospreciar tu inteligencia haciéndote creer que me guía un impulso netamente altruista – le guiñó un ojo sonriéndole antes de soltarle la mano.
Un toque secó en la puerta precedió la entrada del cantinero, el que se mostrara tan amable con la rubia minutos antes, quien sostenía una bandeja sucia con una botella de vino y una copa vacía en ella. La vampiresa rió alegremente – Pensé que nadie lo recordaría con el ajetreo de afuera ¡Mercy! – agradeció mientras el joven depositaba con cuidado la bandeja sobre una mesita que parecía a punto de desplomarse. El líquido oscuro empezó a llenar el recipiente mientras unas miradas preocupadas se posaban sobre la rubia. – Es suficiente querido, ya puedes retirarte pero deja la botella. Ah, y no olvides cerrar la puerta al salir –. le despidió y esperó en silenciosa expectación hasta que la puerta se cerró tras él. Contuvo las ganas de reírse. Era tan tierno y galante el que se hubiese aventurado solo para asegurarse de que el objeto de su deseo se encontraba a salvo. Mentalmente la morena apostó a que el joven regresaría otra vez antes de que ellas decidieran abandonar el lugar, valiéndose, seguramente, de alguna excusa pobre pero que resultara mínimamente creíble.
Volvió entonces la atención hacia su dulce acompañante – Te aseguro nuevamente, que no serás irrespetuosa si me dices Daphne a secas. Después de todo es ese mi nombre y, lo creas o no, me gusta en verdad – tomó entre los dedos la copa de vino y vació la mitad de su contenido de un solo sorbo. Seguía sorprendiéndola el encontrar tal calidad en aquel antro. – Espero que tu ron sea al menos la mitad de bueno que mi vino un comentario suelto, simple, sencillo e irrelevante. Clásico de una conversación entre amigos o, como mínimo, conocidos que se sienten a gusto uno con el otro. Un pensamiento errante le asaltó entonces. Fuera del calor “hogareño” del local, y lejos como estaban del fuego del hogar, la joven debería estar sintiendo la inclemencia del clima parisino. Tal vez el licor ingerido le amortiguase un poco pero seguro que el frágil cuerpo mortal recaería si su propietaria no tomaba medidas para protegerle. Abandonó la copa sobre la mesita y, con un movimiento suave y rápido, deslizó su propia capa sobre los hombros de la rubia sin preguntarle si deseaba o no la prenda - ¿mejor? – preguntó aunque era claro que no deseaba respuesta alguna en ese aspecto. Confiaba en que la pesada tela le diese un poco más de confort lo que, a la larga, le ayudaría a relajarse.
– Entonces Chrystelle, por donde quieres empezar: ¿por una mala jornada, una mala semana o una mala vida? – preguntó instando a la otra a que hablase sobre sí misma y a que confiara sus penas en una perfecta extraña. Era increíble lo usual que resultaba para los seres humanos desahogarse con desconocidos. Era posible que se debiera a que si esto se hacía con conocidos podrían haber consecuencias. Podía haberse detenido allí pero el gusanillo de la curiosidad la espoleó a continuar hablando antes de darle la posibilidad a la rubia de decidir si deseaba o no contestarle -…o debo decirte Mònique – debía ser medio tarada para que la exagerada reacción de la joven hacia ese nombre se le hubiese escapado. Le resultaba en extremo curioso que un tema, a todas luces sensible, fuese conocido por un muchacho que servía tragos en un bar de mala muerte. ¿Era Chrystelle una de esas almas que con tragos soltaban la lengua más de lo debido? Si así fuere no tendría ningún problema para averiguar todo lo que quisiere aunque, en realidad, deseaba estar equivocada pues eso le restaría interés a la recién nacida relación. Por otro lado, si su deseo se cumplía, quedaba en el aire la incógnita de como aquel mozo podría haber averiguado un secreto doloroso. ¿Qué significaba aquel nombre para ella? ¿Por qué despertaba sentimientos, al parecer, tan desagradable y dolorosos?
Daphne Landry- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
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Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
La totalidad de la mente humana puede resumirse en tres conceptos básicos que, si bien resultan sencillos de nombrar, no lo son tanto de comprender, y mucho menos de explicar. También en estos conceptos reside su talón de aquiles, la fragilidad propia del ser humano... Sobre todo si se empeñan conscientemente en contradecirlos. El primero de ellos, y tal vez el más evidente, se halla en el nivel de autoestima que la persona guarda para consigo. Autoestima no entendida solamente como el aprecio por el propio físico, o por uno mismo genéricamente, sino refiriéndose a un amor puro y sincero por la entidad misma de la persona, por su ser, su esencia, su razón de ser. ¿Parece fácil, no? Pues nada más lejos de la realidad. Las personas normales mantienen un nivel estándar de autoestima, equilibrado de forma en que no resulte excesiva como para convertir a la persona en alguien exagerado, o poco delicado con los sentimientos de los demás; y no lo bastante baja para que la persona se odie y sea incapaz de avanzar en este tortuoso camino que es la vida. ¿Pero acaso es posible imaginar algo más inestable que el aprecio que una persona pueda tener por sí mismo? Observando a Chrystelle, podías deducir algo nada más verla, algo que decía bastante más de ella de lo que nunca llegaría a reconocer: no se quería a sí misma. No es que se quisiera poco, o menos de lo debido; no se quería nada en absoluto. Y su caótico vagar por los callejones más decadentes de París no hacían más que darle la razón. Su alma, en pena, recorría los bares con paso decidido, convencida de que dañándose de aquella forma conseguiría marcharse de ese mundo infestado de maldad antes de tiempo. Y tal vez tuviera razón.
El segundo concepto básico y definitorio de la mente humana, es el orgullo. El orgullo es la capacidad de sobreponer tus pensamientos, opiniones, emociones y a ti mismo en general, por encima de los demás. No hace falta decir que de esto la joven cortesana también poseía bien poco. Era incapaz de apreciar las cosas positivas de sus propias acciones, relegando todo al plano de la suerte o el azar... Al menos, hasta que llegaban las cosas malas. Ella las atraía, como un imán. Las cosas peligrosas, negativas y terribles las llevaba siempre consigo, mostrándose incapaz de hacer nada bueno por nada ni por nadie. Si no era capaz de quererse un mínimo, ¿cómo iba a sentirse orgullosa con su propio paso por el mundo? Nah. Era demasiado cobarde, o demasiado idiota para plantarle cara a la vida y devolverle uno a uno todos los golpes. Que no habían sido pocos. Se mordió los labios, cortados por el frío, volviendo al presente de forma fugaz. El ahora no es que hubiese mejorado demasiado. Aunque agradeciese la compañía que la hermosa mujer le regalaba sin merecerlo. Pero lo peor de todo era no saber si era su vida la que no tenía sentido, o la vida, en sí misma, carecía de algo como eso. Sacudió la cabeza, notando una náusea subir por su garganta repentinamente. La sala daba vueltas a su alrededor como si fuese una cubierta de barco, obligándola a cerrar los ojos y a concentrarse nuevamente en aquella reflexión filosófica de la mente humana, que solo puede tener lugar cuando el nivel de embriaguez es tal para no mantenerte de pie.
Y entonces llegamos a la tercera y más compleja dimensión de la mente: la confianza. En uno mismo, en los demás, y en las propias capacidades o en lo que el futuro pueda depararte. Ante este pensamiento no pudo más que dibujar una sonrisa sarcástica. ¿Acaso era posible albergar alguna confianza cuando el resto de las dimensiones eran todo menos equilibradas? Chrystelle no confiaba en nada. No confiaba en nadie. Malvivía en el día a día como alguien que no tiene nada que perder, ni espera ganar nada con ninguna de sus acciones. Para ella, su futuro, su presente y su pasado habían estado prefijados desde el inicio, como si algún ente maligno hubiese augurado para ella desde su alumbramiento que estaba destinada a ser una infeliz. Una maldita. Una puta. Una borracha. Alguien que no conseguiría nada, que no sería nada. Estaba destinada a perderse en el camino, y a nunca encontrarse. Y lo peor es que nadie la echaría de menos. En eso consistía su confianza. En saber que no tenía nada que perder, ni optaba a nada para ganar. Aunque bueno, tras aquella accidentada noche tal vez pudiese decir que había conseguido una amiga. O algo parecido. Quien sabe. En su estado cualquier compañía le hubiese parecido buena siempre que no conllevara un servicio y un pago posterior. Pero la mujer tenía algo especial que la convertía en diferente. Que no la mirara como a una mercancía ayudaba bastante. Y su nivel de alcohol en sangre también.
Así que, y aquí reside el quid de la cuestión, aunque el hecho de que la otra considerara que ella podía merecer la pena satisfacía su ego de humana dolida y borracha, le costaba enormemente considerar con seriedad este punto. Y más aún cuando a continuación sus palabras le recordaron que nada era gratis. Y quién sabe cuánto podría valer el tiempo y las palabras de una mujer cuyo pintalabios podría valer más incluso que todas las prendas que ella llevaba encima. El tierno beso que depositó en sus labios quedaría en su mente como un bonito recuerdo, muestra nuevamente de que la frialdad puede estar relacionada con la delicadeza bastante más a menudo de lo que en primera instancia pudiera parecer. ¿Cómo alguien así, frío, inalcanzable, podía demostrar con tanta simpleza algo tan genuinamente humano como era la comprensión? Ni ella misma, con todas las noches que había pasado escuchando penas ajenas era capaz de demostrar tanta empatía con algo tan simple y directo como un beso. Sintió el enrojecerse de sus mejillas, atribuible a partes iguales a los efectos del alcohol y a la hermosura resaltada de la mujer sin aquella gruesa capa. A su lado no era mucho más que una niña que aún no había terminado de crecer, y para su sorpresa, sintió admiración en lugar de envidia. Ignoró la mirada preocupada del muchacho, que se marchó tan silenciosamente como vino. No necesitaba dar cuentas a nadie acerca de su comportamiento. Y él no era una excepción, por más que hubiese descubierto cuáles eran sus secretos Dios sabe de qué forma.
- Daphne... es un bonito nombre, sin duda... Y no. La verdad es que este ron tiene más sabor a orín que a ron de verdad... Pero llevo tantas copas encima que no lo diferenciaría del mejor de los whiskys... Diría que no acostumbro a hacer estas cosas. Pero eso sería mentir y está mal. Está mal porque estáis hablando conmigo y hasta ahora, no me habéis pedido nada a cambio... Cuando me lo pidáis, aseguraos de que no sea dinero o tendré que escapar corriendo de aquí... Creo que me he gastado todos mis ahorros en esta noche... -Su voz sonaba entrecortada, pesada, sin fuerzas. Estaba tan cansada psicológicamente que era incapaz de procesar nada más que lo que había dentro de aquella sala repleta de polvo. El mundo exterior había dejado de tener importancia para ella. Ahora estaba más preocupada por lo que la mujer pudiera pedir o no pedir, que por lo que le deparaba a la mañana siguiente. ¿Cuántos clientes serían esta vez? ¿Vendría alguien agresivo? ¿Tendría que lidiar con algún baboso de más? Qué más daba. Aún faltaba mucho para eso, y estaba tan anestesiada por el alcohol que pese a que todo le provocaba ganas de llorar, sólo conseguía sonreír de vez en cuando y de forma totalmente fuera de contexto. Al menos, hasta que su nombre, Mònique, salió de los labios de la morena.
Se refugió bajo la capa ajena empalideciendo de inmediato. Ese imbécil del cantinero. ¿Acaso no sabía guardar un secreto? Nadie la llamaba así desde hacía mucho. Nadie debía saber quien era en realidad... O tendría problemas. Y muy graves. A su cabeza acudieron en masa cientos de recuerdos que diariamente se empeñaba en apartar de su consciencia, a fin de sobrevivir al día a día. - Decir Mònique es sugerir que os hable de una mala vida, y no sé si esté preparada para ello... No querría tomarme demasiadas confianzas. Después de todo, tendréis cosas más importantes e interesantes de las que hablar. -Su mirada huía de un lado a otro de la habitación, tratando por todos los medios de no depositarse sobre la de su acompañante. No quería romperse de nuevo en mil pedazos. No quería demostrar más fragilidad de la que ya había demostrado con los sucesos de hacía unos minutos... Pero a la vez, sentía que podía confiárselos a ella. Que podía decirle lo que sentía, quién era Mònique y por qué estaba mejor enterrada. Quién era ella en realidad y qué le habían hecho. - Mònique es la parte de mi que está mejor muerta. La parte que aún es pura, inocente, y que se oculta para no ser dañada. Ojalá pudiera deshacerme de ella del todo... Salir de este bucle, de esta vida de mierda, y olvidar quién fui. Ahora soy Chrystelle, la rubia borracha. La puta. La maldita... ¡Salud! -Y arrebatándole la copa de vino dio un largo sorbo, enjugando las lágrimas que pujaban por salir al exterior.
El segundo concepto básico y definitorio de la mente humana, es el orgullo. El orgullo es la capacidad de sobreponer tus pensamientos, opiniones, emociones y a ti mismo en general, por encima de los demás. No hace falta decir que de esto la joven cortesana también poseía bien poco. Era incapaz de apreciar las cosas positivas de sus propias acciones, relegando todo al plano de la suerte o el azar... Al menos, hasta que llegaban las cosas malas. Ella las atraía, como un imán. Las cosas peligrosas, negativas y terribles las llevaba siempre consigo, mostrándose incapaz de hacer nada bueno por nada ni por nadie. Si no era capaz de quererse un mínimo, ¿cómo iba a sentirse orgullosa con su propio paso por el mundo? Nah. Era demasiado cobarde, o demasiado idiota para plantarle cara a la vida y devolverle uno a uno todos los golpes. Que no habían sido pocos. Se mordió los labios, cortados por el frío, volviendo al presente de forma fugaz. El ahora no es que hubiese mejorado demasiado. Aunque agradeciese la compañía que la hermosa mujer le regalaba sin merecerlo. Pero lo peor de todo era no saber si era su vida la que no tenía sentido, o la vida, en sí misma, carecía de algo como eso. Sacudió la cabeza, notando una náusea subir por su garganta repentinamente. La sala daba vueltas a su alrededor como si fuese una cubierta de barco, obligándola a cerrar los ojos y a concentrarse nuevamente en aquella reflexión filosófica de la mente humana, que solo puede tener lugar cuando el nivel de embriaguez es tal para no mantenerte de pie.
Y entonces llegamos a la tercera y más compleja dimensión de la mente: la confianza. En uno mismo, en los demás, y en las propias capacidades o en lo que el futuro pueda depararte. Ante este pensamiento no pudo más que dibujar una sonrisa sarcástica. ¿Acaso era posible albergar alguna confianza cuando el resto de las dimensiones eran todo menos equilibradas? Chrystelle no confiaba en nada. No confiaba en nadie. Malvivía en el día a día como alguien que no tiene nada que perder, ni espera ganar nada con ninguna de sus acciones. Para ella, su futuro, su presente y su pasado habían estado prefijados desde el inicio, como si algún ente maligno hubiese augurado para ella desde su alumbramiento que estaba destinada a ser una infeliz. Una maldita. Una puta. Una borracha. Alguien que no conseguiría nada, que no sería nada. Estaba destinada a perderse en el camino, y a nunca encontrarse. Y lo peor es que nadie la echaría de menos. En eso consistía su confianza. En saber que no tenía nada que perder, ni optaba a nada para ganar. Aunque bueno, tras aquella accidentada noche tal vez pudiese decir que había conseguido una amiga. O algo parecido. Quien sabe. En su estado cualquier compañía le hubiese parecido buena siempre que no conllevara un servicio y un pago posterior. Pero la mujer tenía algo especial que la convertía en diferente. Que no la mirara como a una mercancía ayudaba bastante. Y su nivel de alcohol en sangre también.
Así que, y aquí reside el quid de la cuestión, aunque el hecho de que la otra considerara que ella podía merecer la pena satisfacía su ego de humana dolida y borracha, le costaba enormemente considerar con seriedad este punto. Y más aún cuando a continuación sus palabras le recordaron que nada era gratis. Y quién sabe cuánto podría valer el tiempo y las palabras de una mujer cuyo pintalabios podría valer más incluso que todas las prendas que ella llevaba encima. El tierno beso que depositó en sus labios quedaría en su mente como un bonito recuerdo, muestra nuevamente de que la frialdad puede estar relacionada con la delicadeza bastante más a menudo de lo que en primera instancia pudiera parecer. ¿Cómo alguien así, frío, inalcanzable, podía demostrar con tanta simpleza algo tan genuinamente humano como era la comprensión? Ni ella misma, con todas las noches que había pasado escuchando penas ajenas era capaz de demostrar tanta empatía con algo tan simple y directo como un beso. Sintió el enrojecerse de sus mejillas, atribuible a partes iguales a los efectos del alcohol y a la hermosura resaltada de la mujer sin aquella gruesa capa. A su lado no era mucho más que una niña que aún no había terminado de crecer, y para su sorpresa, sintió admiración en lugar de envidia. Ignoró la mirada preocupada del muchacho, que se marchó tan silenciosamente como vino. No necesitaba dar cuentas a nadie acerca de su comportamiento. Y él no era una excepción, por más que hubiese descubierto cuáles eran sus secretos Dios sabe de qué forma.
- Daphne... es un bonito nombre, sin duda... Y no. La verdad es que este ron tiene más sabor a orín que a ron de verdad... Pero llevo tantas copas encima que no lo diferenciaría del mejor de los whiskys... Diría que no acostumbro a hacer estas cosas. Pero eso sería mentir y está mal. Está mal porque estáis hablando conmigo y hasta ahora, no me habéis pedido nada a cambio... Cuando me lo pidáis, aseguraos de que no sea dinero o tendré que escapar corriendo de aquí... Creo que me he gastado todos mis ahorros en esta noche... -Su voz sonaba entrecortada, pesada, sin fuerzas. Estaba tan cansada psicológicamente que era incapaz de procesar nada más que lo que había dentro de aquella sala repleta de polvo. El mundo exterior había dejado de tener importancia para ella. Ahora estaba más preocupada por lo que la mujer pudiera pedir o no pedir, que por lo que le deparaba a la mañana siguiente. ¿Cuántos clientes serían esta vez? ¿Vendría alguien agresivo? ¿Tendría que lidiar con algún baboso de más? Qué más daba. Aún faltaba mucho para eso, y estaba tan anestesiada por el alcohol que pese a que todo le provocaba ganas de llorar, sólo conseguía sonreír de vez en cuando y de forma totalmente fuera de contexto. Al menos, hasta que su nombre, Mònique, salió de los labios de la morena.
Se refugió bajo la capa ajena empalideciendo de inmediato. Ese imbécil del cantinero. ¿Acaso no sabía guardar un secreto? Nadie la llamaba así desde hacía mucho. Nadie debía saber quien era en realidad... O tendría problemas. Y muy graves. A su cabeza acudieron en masa cientos de recuerdos que diariamente se empeñaba en apartar de su consciencia, a fin de sobrevivir al día a día. - Decir Mònique es sugerir que os hable de una mala vida, y no sé si esté preparada para ello... No querría tomarme demasiadas confianzas. Después de todo, tendréis cosas más importantes e interesantes de las que hablar. -Su mirada huía de un lado a otro de la habitación, tratando por todos los medios de no depositarse sobre la de su acompañante. No quería romperse de nuevo en mil pedazos. No quería demostrar más fragilidad de la que ya había demostrado con los sucesos de hacía unos minutos... Pero a la vez, sentía que podía confiárselos a ella. Que podía decirle lo que sentía, quién era Mònique y por qué estaba mejor enterrada. Quién era ella en realidad y qué le habían hecho. - Mònique es la parte de mi que está mejor muerta. La parte que aún es pura, inocente, y que se oculta para no ser dañada. Ojalá pudiera deshacerme de ella del todo... Salir de este bucle, de esta vida de mierda, y olvidar quién fui. Ahora soy Chrystelle, la rubia borracha. La puta. La maldita... ¡Salud! -Y arrebatándole la copa de vino dio un largo sorbo, enjugando las lágrimas que pujaban por salir al exterior.
- PD:
- Siento lo larguísisisismo T-T, llevaba tanto sin rolear que estaba inspirada. :3
Última edición por Chrystelle M. Deschamps el Miér Mar 26, 2014 6:38 am, editado 4 veces
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/07/2013
Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
El cambio en las expresiones de la rubia dejaba claro el dilema interno en el cual se encontraba. La vampiresa deseó en ese momento contar con el don que otros de su misma especie poseían para poder asomarse en aquella mente y poder saber, con exactitud, qué era lo que tanto la inquietaba y abrumaba. Tenía una idea vaga, por supuesto. Sus acciones y palabras durante la noche indicaban bastante sobre su personalidad y la forma en cómo se veía y evaluaba a sí misma. Sin embargo, no era suficiente. La morena se encontraba sumamente intrigada y entre más tiempo pasaba cerca de la joven más deseaba conocer cada uno de los resquicios de su alma, sin importar lo oscuros o crueles que estos pudiesen llegar a ser. Por supuesto, la única razón para ello era que así lo deseaba. No ganaría nada con ese conocimiento, tampoco perdería nada pero su morbosa curiosidad le instaba a seguir cavando, lento o rápido, no importaba, hasta llegar a lo más profundo del pozo que tenía en frente. Además no podía mentirse, sentía una suerte de simpatía por aquella joven de mirada triste y asunte pero ¿Qué era lo que realmente quería de ella? Pues tantas molestias empezaban a superar con creces unas simples ansias de sangre.
Rió suavemente ante tan burda comparación – Bueno, por la manera en como lo has bebido podría haber apostado que se trataba del mejor elixir de parís. Ahora claro, y gracias a tu comparación, creo que paso de beber ron con sabor a orín – bromeó entre risas. No es que se pudiese esperar algo más de uno de los tragos más económicos del lugar. Eso, unido al hecho de que bastaba unas cuantas copas para que el efecto fuese lo suficientemente fuerte como para embrutecer a un hombre joven y sano, explicaba a la perfección la predilección de la rubia. Además, la otra ya lo había dicho, bebía para amortiguar su dolor, para aislar sus pensamientos y embotar sus sentidos. Aun así Daphne no pudo contener aquella pequeña burla, después de todo deseaba aligerar un poco el ambiente y no lo lograría si solo se limitaba a dar razón a los sentimientos e ideas negativas y autodestructivas de su acompañante. No tuvo que preocuparse demasiado pues lo que siguió consiguió sacarle una autentica carcajada – No te preocupes, mon ange, lo último que te pediría sería dinero – una sonrisa maliciosa se instaló en los labios borgoña. No, no era dinero lo que deseaba, era su sangre, sus pensamientos, su pasado, su esencia… su vida. pero no para arrebatársela, el momento de la indiferencia hacia la chica ya se había evaporado, ahora no podía evitar mirarla, no solo con curiosidad, sino con autentica preocupación. Es más, el instinto protector de la vampiresa estaba aflorando y eso solo podría significar algo: problemas.
Pensó en lo que Chrystelle decía sobre sus ahorros. Era bien sabido que, como en casi todas las profesiones, las cortesanas ganaban dependiendo de su fama y del lugar en el cual trabajasen. Una mujer en la calle podría pedir por sus servicios 10 veces menos que aquella que contaba con un alcahuete en un burdel de mala monta. Ni hablar ahora de aquellas que contaban con la sombra protectora de un buen proxeneta y era solicitadas solo por los mas adinerados de la ciudad. Chrystelle, por lo visto, no se encontraba entre las más favorecidas. Si tan solo supiera que gracias a eso aún respiraba. Eran su dolor y necesidad las que atraían a la vampiresa. Podía sentir la luz interior que pretendía ser eclipsada por un manto de negatividad. Deseaba alcanzarla, deseaba ayudarla pero aún no estaba segura de cómo hacerlo. Con la fortuna que había acumulado durante los últimos siglos no le seria para nada difícil mantener de por vida a la joven, pero eso no solucionaría sus problemas. No, el dinero podría ser, de hecho, el menor de ellos aunque pareciese en ocasiones el más importante.
Adoró como la otra se refugiaba bajo la pesada tela de su capa. El que la aceptara sin chistar le daba esperanzas de que tal vez esta no fuese un alma de aquellas remilgosas que preferían morir de frió antes de aceptar la ayuda de un extraño. Su palidez no fue pasada por alto. – Es justo lo que deseo que hagas, que tomes confianza, que me hables de ti pues, en este preciso momento, no existe nada que quiera escuchar más – Casi esperaba que se alejara o se retrajera, que el camino que habían andado hasta ese momento se desvaneciera ante una alusión a algo que era no solo personal sino evidentemente doloroso. Su pasado, sin lugar a dudas. Pero solo atinó a sonreír como una atolondrada al escuchar a Chrystelle hablar. No por lo que decía, por supuesto, sino porque se estaba abriendo a ella, estaba confiando a pesar de que hubiesen intercambiado nombres solo algunos minutos atrás. Eso indicaba otra cosa, aquella joven estaba tan acostumbrada a recibir tan poca amabilidad, bondad o empatía que una muestra tan paupérrima como la que Daphne la había dado, resultaba suficiente. No sabía si sentirse feliz por si misma o triste por la desdichada y vacía vida que suponía había padecido Chrystelle.
Permitió que le arrebatara la copa de la mano y acabase su contenido – ¡Ah! Pequeña mía, no tienes ni la más mínima idea de lo que significa realmente estar maldita – su semblante se ensombreció mientras se ponía de pie y empezaba a pasearse lentamente por la pequeña habitación. Pasó sus manos desnudas por entre su suelta cabellera, alborotándola pero, al mismo tiempo, organizándola. No sabía ni por dónde empezar ¿Cómo explicarle a aquella delicada criatura que aún respiraba, que aún podía soñar y reír, sentir el calor del sol sobre su rostro… procrear? sintió como una llama de ira empezaba a crecer en su interior. - ¿Por qué los humanos tienen que ser tan ciegos y estúpidos como para no ver las bendiciones que tienen ante sí? ¿Por qué es tan difícil comprender que la lucha es parte de la vida pero no es la vida misma? Abre los ojos, pequeña rubia, y no me digas que en realidad crees en esa basura que acabas de decir ¿No eres más que una puta? ¿Por qué no te ofreces entonces a todos lo que afuera esperan… porque no te ofreces a mí? Te diré porque: en realidad sabes que eres más que el oficio que te permite comer, eres más que tu comportamiento después de algunas copas – movía sus manos enérgicamente mientras hablaba, dando énfasis a sus palabras, intentando que su mensaje fuese recibido y al menos comprendido aunque no aceptado, no era tan optimista. Entonces se detuvo y camino directamente hasta el sofá, luego se acurruco frente a la rubia y con mucha delicadeza recorrió su cuello con una de sus uñas. Ni siquiera quedó marca alguna pero sabía que ese toque generaba, en casi todas las criaturas, un estremecimiento involuntario. – No estás maldita, Chrystelle, solo eres una chica que no ha contado con suerte – le arrebató la copa de las manos antes de inclinarse sobre ella. Podía sentir el calor que el cuerpo de la humana emanaba, su aroma mezclado con el del vil licor que había estado bebiendo y el aroma de algunos de sus clientes más recientes, las curvas suaves y turgentes de sus senos contra los suyos propios, su cálido aliento - ¿Qué es lo que más deseas? ¿Qué pedirías para poder arrancar de tu mente tan degradante visión? Y por favor no repitas lo que ya has dicho o mi temperamento escapara de control y créeme, es algo que no quieres ver – era solo una advertencia pero era consciente que bien podría ser interpretada como una amenaza. Permaneció sobre la chica, apenas presionándola pero bloqueando cualquier posible escape hasta que no contestase con sinceridad a su pregunta.
Rió suavemente ante tan burda comparación – Bueno, por la manera en como lo has bebido podría haber apostado que se trataba del mejor elixir de parís. Ahora claro, y gracias a tu comparación, creo que paso de beber ron con sabor a orín – bromeó entre risas. No es que se pudiese esperar algo más de uno de los tragos más económicos del lugar. Eso, unido al hecho de que bastaba unas cuantas copas para que el efecto fuese lo suficientemente fuerte como para embrutecer a un hombre joven y sano, explicaba a la perfección la predilección de la rubia. Además, la otra ya lo había dicho, bebía para amortiguar su dolor, para aislar sus pensamientos y embotar sus sentidos. Aun así Daphne no pudo contener aquella pequeña burla, después de todo deseaba aligerar un poco el ambiente y no lo lograría si solo se limitaba a dar razón a los sentimientos e ideas negativas y autodestructivas de su acompañante. No tuvo que preocuparse demasiado pues lo que siguió consiguió sacarle una autentica carcajada – No te preocupes, mon ange, lo último que te pediría sería dinero – una sonrisa maliciosa se instaló en los labios borgoña. No, no era dinero lo que deseaba, era su sangre, sus pensamientos, su pasado, su esencia… su vida. pero no para arrebatársela, el momento de la indiferencia hacia la chica ya se había evaporado, ahora no podía evitar mirarla, no solo con curiosidad, sino con autentica preocupación. Es más, el instinto protector de la vampiresa estaba aflorando y eso solo podría significar algo: problemas.
Pensó en lo que Chrystelle decía sobre sus ahorros. Era bien sabido que, como en casi todas las profesiones, las cortesanas ganaban dependiendo de su fama y del lugar en el cual trabajasen. Una mujer en la calle podría pedir por sus servicios 10 veces menos que aquella que contaba con un alcahuete en un burdel de mala monta. Ni hablar ahora de aquellas que contaban con la sombra protectora de un buen proxeneta y era solicitadas solo por los mas adinerados de la ciudad. Chrystelle, por lo visto, no se encontraba entre las más favorecidas. Si tan solo supiera que gracias a eso aún respiraba. Eran su dolor y necesidad las que atraían a la vampiresa. Podía sentir la luz interior que pretendía ser eclipsada por un manto de negatividad. Deseaba alcanzarla, deseaba ayudarla pero aún no estaba segura de cómo hacerlo. Con la fortuna que había acumulado durante los últimos siglos no le seria para nada difícil mantener de por vida a la joven, pero eso no solucionaría sus problemas. No, el dinero podría ser, de hecho, el menor de ellos aunque pareciese en ocasiones el más importante.
Adoró como la otra se refugiaba bajo la pesada tela de su capa. El que la aceptara sin chistar le daba esperanzas de que tal vez esta no fuese un alma de aquellas remilgosas que preferían morir de frió antes de aceptar la ayuda de un extraño. Su palidez no fue pasada por alto. – Es justo lo que deseo que hagas, que tomes confianza, que me hables de ti pues, en este preciso momento, no existe nada que quiera escuchar más – Casi esperaba que se alejara o se retrajera, que el camino que habían andado hasta ese momento se desvaneciera ante una alusión a algo que era no solo personal sino evidentemente doloroso. Su pasado, sin lugar a dudas. Pero solo atinó a sonreír como una atolondrada al escuchar a Chrystelle hablar. No por lo que decía, por supuesto, sino porque se estaba abriendo a ella, estaba confiando a pesar de que hubiesen intercambiado nombres solo algunos minutos atrás. Eso indicaba otra cosa, aquella joven estaba tan acostumbrada a recibir tan poca amabilidad, bondad o empatía que una muestra tan paupérrima como la que Daphne la había dado, resultaba suficiente. No sabía si sentirse feliz por si misma o triste por la desdichada y vacía vida que suponía había padecido Chrystelle.
Permitió que le arrebatara la copa de la mano y acabase su contenido – ¡Ah! Pequeña mía, no tienes ni la más mínima idea de lo que significa realmente estar maldita – su semblante se ensombreció mientras se ponía de pie y empezaba a pasearse lentamente por la pequeña habitación. Pasó sus manos desnudas por entre su suelta cabellera, alborotándola pero, al mismo tiempo, organizándola. No sabía ni por dónde empezar ¿Cómo explicarle a aquella delicada criatura que aún respiraba, que aún podía soñar y reír, sentir el calor del sol sobre su rostro… procrear? sintió como una llama de ira empezaba a crecer en su interior. - ¿Por qué los humanos tienen que ser tan ciegos y estúpidos como para no ver las bendiciones que tienen ante sí? ¿Por qué es tan difícil comprender que la lucha es parte de la vida pero no es la vida misma? Abre los ojos, pequeña rubia, y no me digas que en realidad crees en esa basura que acabas de decir ¿No eres más que una puta? ¿Por qué no te ofreces entonces a todos lo que afuera esperan… porque no te ofreces a mí? Te diré porque: en realidad sabes que eres más que el oficio que te permite comer, eres más que tu comportamiento después de algunas copas – movía sus manos enérgicamente mientras hablaba, dando énfasis a sus palabras, intentando que su mensaje fuese recibido y al menos comprendido aunque no aceptado, no era tan optimista. Entonces se detuvo y camino directamente hasta el sofá, luego se acurruco frente a la rubia y con mucha delicadeza recorrió su cuello con una de sus uñas. Ni siquiera quedó marca alguna pero sabía que ese toque generaba, en casi todas las criaturas, un estremecimiento involuntario. – No estás maldita, Chrystelle, solo eres una chica que no ha contado con suerte – le arrebató la copa de las manos antes de inclinarse sobre ella. Podía sentir el calor que el cuerpo de la humana emanaba, su aroma mezclado con el del vil licor que había estado bebiendo y el aroma de algunos de sus clientes más recientes, las curvas suaves y turgentes de sus senos contra los suyos propios, su cálido aliento - ¿Qué es lo que más deseas? ¿Qué pedirías para poder arrancar de tu mente tan degradante visión? Y por favor no repitas lo que ya has dicho o mi temperamento escapara de control y créeme, es algo que no quieres ver – era solo una advertencia pero era consciente que bien podría ser interpretada como una amenaza. Permaneció sobre la chica, apenas presionándola pero bloqueando cualquier posible escape hasta que no contestase con sinceridad a su pregunta.
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- Nada, me encantan tus post, cortos o largos siempre son geniales. Además mis vampirillas están muy contentas de que hayas regresado
Daphne Landry- Vampiro Clase Alta
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Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
La verdad no siempre es la mejor respuesta que puede darse a las distintas preguntas formuladas. A veces, una mentira piadosa -o no tanto- a tiempo, solía ser lo más indicado ante según qué tipo de cuestiones, preferentemente si éstas trataban acerca de sentimientos. Sobre todo si trataban de sentimientos. El motivo estaba claro: ahorraba un montón de dolores de cabeza innecesarios, principalmente para el que se dispone a confesar. Puede tratarse de un acto de cobardía, en cuyo caso, a ella personalmente no le importaba ser considerada una cobarde si ello implicaba esquivar el dolor que sin duda podría producirle el ser sincera en cuestiones de esa índole. Siempre había pensado que se trataba de un acto inteligente. El único por su parte, quizá, dada la vida que llevaba y de la que no podía escapar. Su conocimiento acerca del mundo y de las personas que en él habitaban, si bien tal vez era escaso dada su corta edad, lo consideraba suficiente para saber que había cosas que era mejor callar. Mostrar un exceso de confianza en quienes la rodeaban solía ser un error en el que era preferible no caer. Un error estúpido.
Las personas sólo eran benevolentes con aquellos que consideraban sus iguales, que no eran otros que los "suyos". Sus familiares, sus amigos de confianza. Con todos los demás, se mostraban hostiles. Y los acontecimientos que tenían lugar a su alrededor no hacían más que confirmar su teoría. Ella no tenía a nadie, nunca lo había tenido, y eso la convertía en un blanco fácil para las criticas y las burlas. Para ser dañada. Por eso necesitaba defenderse de la única forma que sabía, de la única manera en que podría hacerlo: ocultándose. Se ocultaba detrás de las barras sucias de bares tan mugrientos como aquel. De litros y litros de alcohol barato que la anestesiaban, que la abstraían de una realidad que le resultaba demasiado dura de aceptar. Se escondía bajo considerables capaz de maquillaje que la hacían parecer mayor de lo que era, y alejaban de ella las incomodas miradas de piedad, dedicadas por aquellos que mantienen sus conciencias tranquilas con darte un par de monedas de limosna. Y lo cierto era que aquel "escudo" le funcionaba generalmente. Pero aún había algo de lo que no podía huir, alguien de quien no podía esconderse: de sí misma. Y era a quien menos soportaba del planeta. Era incapaz de mirarse más de cinco segundos en un espejo, aun con varios dedos de polvo sobre él, sin acabar apartando la vista o echándose a llorar.
Porque por más que se afanara tanto en disfrazar aquello que la estaba consumiendo lentamente, y lo consiguiera con casi todo el mundo, sus ojos escondían una verdad más oscura y dolorosa de lo que nadie podría imaginar ante una sonrisa tan bien fingida que parecía ser real... Claro que sus compañías no solían detenerse demasiado en mirar a sus ojos. Otras partes de su cuerpo les parecían mucho más interesantes. Y lo cierto era que ella, en lugar de buscar a personas que entendieran cómo se sentía, rehuía tanto de dichas personas como de las muestras de afecto. Era lo que tenía ser una puta: que te acabas acostumbrando a la degradación y la falta de tacto inherente a su profesión. A la ausencia de sentimientos en aquellos actos que otros consideraban que debían producirse sólo en caso de "amor verdadero". Aunque ante la extensa lista de clientes que tenía, no estaba muy claro si mucha de esa gente fingía, o si simplemente necesitaban más de lo que recibían en sus cálidos hogares. Se había acostumbrado a lo intrascendente de las relaciones humanas. Su interacción con otros estaba exenta de protocolos y de normas sociales. El sexo sólo era sexo. Simple y llanamente. Los impulsos más salvajes y primitivos eran los únicos presentes. No eran necesarias las palabras, ni las promesas. Ni las miradas. Y normalmente le parecía lo mejor que podía pasarle, ya que de otro modo la verían tal y como era. No hay clientes para las mujeres tristes.
Sin embargo, no era hasta que pinchaban su burbuja de indiferencia, hasta que se daba cuenta del daño que aquella forma de relacionarse le estaba haciendo. El alcohol la convertía en alguien aún más vulnerable, de eso se había dado cuenta hacía mucho, pero eran pocas las veces en las que alguien la veía como algo más que una prostituta borracha a la que sería más fácil regatear con el precio. Pocos la vislumbraban como realmente era -o como ella pensaba que era-. Una mujer rota, deshecha, sin identidad, luchando por no ahogarse en el fango pese a estar hundida en él de pies a cabeza. Algo irónico si teníamos en cuenta que era quien peor se trataba a sí misma con diferencia. Suponía que era algo implícito en el ser humano: el luchar por tu vida por muy miserable que fuera. Por mucho que la odiaras. Realmente estaba maldita, aunque el imbécil de antes sólo lo hubiera dicho por molestarla. Su forma de ser era toxica, autodestructiva. No es que disfrutase haciéndose daño, nada más lejos de la realidad, pero desconocía de qué otra forma podría tratarse. Y tampoco creía que a nadie le importara.
Salvo a Daphne, al parecer. A la mujer de cabellos azabaches y ojos oscuros que parecía haber traspasado su fachada de un simple vistazo. El cómo lo había hecho no era la cuestión más importante. Lo que realmente la inquietaba era lo que pudiera hacer después. Aquella mujer ejercía un extraño magnetismo en ella, que no lograba entender del todo. El cómo la observaba. Cómo le hablaba. Cómo la hacía sentir... De no haber estado tan ebria lo habría encontrado francamente extraño. ¿Por qué una desconocida de un escalón social muy superior iba a interesarse de algún modo en alguien como ella? Después de todo, las mujeres ricas no solían tener a las cortesanas en alta estima. En parte por envidia, por la vida libre de normas sociales machistas que llevaban, en parte por ser causa de la mayoría de problemas que podían surgir en sus matrimonios. Las prostitutas implicaban la posibilidad de ser engañadas, y más si eran bonitas, aunque fuese un poco. Y Chrystelle, pese a lo demacrada que se veía, nunca había sido precisamente fea. Claro que con los "precios" que tenía, ni aunque lo fuese dejarían de llegar clientes. Podría ganar más, por supuesto, pero eso significaba llamar más la atención y eso no le convenía. Así seria más posible que la encontraran.
Y aquí aparecía nuevamente uno de sus problemas más graves. Porque además de esconderse de sí misma, por no guardarse demasiado aprecio, tenía que huir de aquellos que un día la convirtieron en lo que era ahora: una desgraciada. Pero hablar de ello no iba a solucionarlo, ¿no? Trató de cubrir con la capa todo trozo de piel que antes estuviese a descubierto, sólo para darse cuenta después de que el frío venía de dentro, y no de fuera. Jugueteó con la copa vacía de forma distraída, deseando por primera vez en varias horas que el camarero regresara para así romper la tensión que se había formado repentinamente en el ambiente. Observó con cierto temor la nueva expresión furiosa de la mujer. ¿Había dicho algo malo, o fuera de contexto? Quizá realmente disfrutase simplemente con oír las miserias de la gente, a juzgar por cómo se tomó su reticencia a hablar de su "otro yo". ¿O estaba molesta de veras porque se hubiese menospreciado a sí misma? En cuyo caso, tenía aún menos sentido. Después de todo, no la conocía lo suficiente para saber si era cierto o no. Para ella era evidente que no merecía el tiempo de aquella dama pálida y fría. ¿O se le escapaba algo más? ¿Había alguna intención oculta tras sus palabras que ella no había logrado captar? ¿Sería, después de todo, una trampa? Sacudió la cabeza, convencida de que no podía ser cierto. La confianza establecida entre ambas era real. La había sentido, y eso era algo que no le ocurría casi con nadie.
- Yo creo que sí que lo sé... Ya lo habéis visto. Incluso quienes no me conocen se dan cuenta de que hay algo en mi, en mi mundo, que no está bien. Mas tenéis razón, Daphne. Soy estúpida. Tanto como ellos, o tal vez más. Pero no puedo apreciar lo bueno que tenga mi vida, si es que tiene algo, ya que lo terrible lo ocupa casi todo. -Su temor iba en aumento, a medida que se daba cuenta de que la mujer iba enfadándose cada vez más. Pero su miedo no se debía a una sensación de que la otra fuese a hacerle daño, o quisiera desquitarse con ella por alguna razón que no comprendía. No, lo que realmente le daba miedo era perder su compañía, lo único valioso que recibía desde hacía mucho tiempo. Suspiró largamente, para recostarse en el sofá, tratando de luchar en contra la creciente inquietud que ascendía desde su estómago. Podría ofrecerse a todos, era verdad, incluso a ella -cosa que sin duda le hubiese agradado- pero con tal nivel de borrachera no era demasiado aconsejable. Si sobria no era un cerebrito para con los pagos, no hacía falta imaginar cómo sería cuando no lo estaba. Entonces ella se acercó. Se acercó mucho más de lo que hubiera esperado en primera instancia. Su cuerpo dio un respingo ante la sutil caricia de su uña contra su cuello. La miró a los ojos con cierta timidez, aunque aguantando aquella mirada llena de verdades. De sabiduría. De poder. ¿Qué quería de ella? ¿Que podría ofrecerle que no tuviera ya cuando quisiera?
Su cercanía, sin embargo, no la incomodó. Algo extraño teniendo en cuenta lo inesperado de aquella acción. Todo su cuerpo parecía helado en comparación con la temperatura febril de su propio cuerpo, incrementada por el alcohol. ¿Cómo podía haber tanta frialdad en medio de tanta belleza, de tal explosión de sentimientos? Pensó en la capa que le había prestado, y si no la necesitaría más que ella misma, incapaz de concentrarse por un momento en sí, y responder la pregunta. No porque no la hubiese oído, no porque no la hubiese comprendido. Porque no tenía ni idea de cómo responder. O mejor dicho, de cómo responder sin echarse a llorar, sin demostrar que ya no tenía arreglo: sin conseguir que se enfadase aún más con su respuesta. Trató de buscar en su mente, de entre tantos problemas como tenía, cuál era aquel que, desapareciendo, conseguiría que los demás también lo hicieran. Frunció el ceño levemente, mirando a Daphne sin estarla observando realmente. Y entonces, de forma casi involuntaria, sus labios se abrieron dejando escapar palabras. Una cascada de palabras rápidas, atropelladas, que se iban entremezclando entre ellas en un discurso demasiado coherente para haberlo dicho sin querer. - ¿Qué deseo? Muchas cosas. Cosas que no puedo conseguir. O no quiero, no estoy segura. Ansío con todas mis fuerzas desaparecer. No morir, o tal vez sí. Pero con ser invisible me conformaría. Querría verlo todo sin que los demás me vieran, sin que me juzgaran... Sin que esos malditos tipos pudieran encontrarme. Jamás... O vengarme de ellos. De todos ellos. Destruirlos. Causarles el mismo daño que ellos me hicieron a mi. -Una sonrisa fugaz se dibujó en su rostro, que se había ido llenando de lágrimas sin que ella fuese consciente. - ¿Sabéis qué? Sólo querría poder olvidar. Olvidarlo todo. De Mònique, de mi vida de mierda. De ser una maldita puta y de estar destinada a seguirlo siendo por miedo a ellos. Qué más da. Tal vez eso lograse que mi opinión sobre mi misma cambie, pero eso nunca lo sabremos... ¿Por qué os importa tanto? ¿Qué queréis vos de mi? No puedo ofreceros nada más que lo que les ofrezco a ellos, pese a que vos seáis mucho más de lo que ellos puedan siquiera imaginar ser. -Atrapó sus labios en un beso repentino, violento, aunque breve, para luego mirarla a los ojos. - ¿Por qué estáis tan fría, pese a ser la persona más cálida que haya conocido en mucho tiempo? ¿Sois un ángel o un demonio? ¿Venís a salvarme, o a destruirme? -Una carcajada repentina salió de su garganta. ¿Cómo podía decir tantas estupideces juntas sin perder la compostura? Estaba segura de que se estaba volviendo loca. Tras disculparse por lo dicho, comenzó a gritar "camarero" como si nada hubiera pasado. ¿Pero de verdad la memoria de los borrachos era tan breve, o sólo trataba de restarle importancia a lo que acababa de confesar?
Las personas sólo eran benevolentes con aquellos que consideraban sus iguales, que no eran otros que los "suyos". Sus familiares, sus amigos de confianza. Con todos los demás, se mostraban hostiles. Y los acontecimientos que tenían lugar a su alrededor no hacían más que confirmar su teoría. Ella no tenía a nadie, nunca lo había tenido, y eso la convertía en un blanco fácil para las criticas y las burlas. Para ser dañada. Por eso necesitaba defenderse de la única forma que sabía, de la única manera en que podría hacerlo: ocultándose. Se ocultaba detrás de las barras sucias de bares tan mugrientos como aquel. De litros y litros de alcohol barato que la anestesiaban, que la abstraían de una realidad que le resultaba demasiado dura de aceptar. Se escondía bajo considerables capaz de maquillaje que la hacían parecer mayor de lo que era, y alejaban de ella las incomodas miradas de piedad, dedicadas por aquellos que mantienen sus conciencias tranquilas con darte un par de monedas de limosna. Y lo cierto era que aquel "escudo" le funcionaba generalmente. Pero aún había algo de lo que no podía huir, alguien de quien no podía esconderse: de sí misma. Y era a quien menos soportaba del planeta. Era incapaz de mirarse más de cinco segundos en un espejo, aun con varios dedos de polvo sobre él, sin acabar apartando la vista o echándose a llorar.
Porque por más que se afanara tanto en disfrazar aquello que la estaba consumiendo lentamente, y lo consiguiera con casi todo el mundo, sus ojos escondían una verdad más oscura y dolorosa de lo que nadie podría imaginar ante una sonrisa tan bien fingida que parecía ser real... Claro que sus compañías no solían detenerse demasiado en mirar a sus ojos. Otras partes de su cuerpo les parecían mucho más interesantes. Y lo cierto era que ella, en lugar de buscar a personas que entendieran cómo se sentía, rehuía tanto de dichas personas como de las muestras de afecto. Era lo que tenía ser una puta: que te acabas acostumbrando a la degradación y la falta de tacto inherente a su profesión. A la ausencia de sentimientos en aquellos actos que otros consideraban que debían producirse sólo en caso de "amor verdadero". Aunque ante la extensa lista de clientes que tenía, no estaba muy claro si mucha de esa gente fingía, o si simplemente necesitaban más de lo que recibían en sus cálidos hogares. Se había acostumbrado a lo intrascendente de las relaciones humanas. Su interacción con otros estaba exenta de protocolos y de normas sociales. El sexo sólo era sexo. Simple y llanamente. Los impulsos más salvajes y primitivos eran los únicos presentes. No eran necesarias las palabras, ni las promesas. Ni las miradas. Y normalmente le parecía lo mejor que podía pasarle, ya que de otro modo la verían tal y como era. No hay clientes para las mujeres tristes.
Sin embargo, no era hasta que pinchaban su burbuja de indiferencia, hasta que se daba cuenta del daño que aquella forma de relacionarse le estaba haciendo. El alcohol la convertía en alguien aún más vulnerable, de eso se había dado cuenta hacía mucho, pero eran pocas las veces en las que alguien la veía como algo más que una prostituta borracha a la que sería más fácil regatear con el precio. Pocos la vislumbraban como realmente era -o como ella pensaba que era-. Una mujer rota, deshecha, sin identidad, luchando por no ahogarse en el fango pese a estar hundida en él de pies a cabeza. Algo irónico si teníamos en cuenta que era quien peor se trataba a sí misma con diferencia. Suponía que era algo implícito en el ser humano: el luchar por tu vida por muy miserable que fuera. Por mucho que la odiaras. Realmente estaba maldita, aunque el imbécil de antes sólo lo hubiera dicho por molestarla. Su forma de ser era toxica, autodestructiva. No es que disfrutase haciéndose daño, nada más lejos de la realidad, pero desconocía de qué otra forma podría tratarse. Y tampoco creía que a nadie le importara.
Salvo a Daphne, al parecer. A la mujer de cabellos azabaches y ojos oscuros que parecía haber traspasado su fachada de un simple vistazo. El cómo lo había hecho no era la cuestión más importante. Lo que realmente la inquietaba era lo que pudiera hacer después. Aquella mujer ejercía un extraño magnetismo en ella, que no lograba entender del todo. El cómo la observaba. Cómo le hablaba. Cómo la hacía sentir... De no haber estado tan ebria lo habría encontrado francamente extraño. ¿Por qué una desconocida de un escalón social muy superior iba a interesarse de algún modo en alguien como ella? Después de todo, las mujeres ricas no solían tener a las cortesanas en alta estima. En parte por envidia, por la vida libre de normas sociales machistas que llevaban, en parte por ser causa de la mayoría de problemas que podían surgir en sus matrimonios. Las prostitutas implicaban la posibilidad de ser engañadas, y más si eran bonitas, aunque fuese un poco. Y Chrystelle, pese a lo demacrada que se veía, nunca había sido precisamente fea. Claro que con los "precios" que tenía, ni aunque lo fuese dejarían de llegar clientes. Podría ganar más, por supuesto, pero eso significaba llamar más la atención y eso no le convenía. Así seria más posible que la encontraran.
Y aquí aparecía nuevamente uno de sus problemas más graves. Porque además de esconderse de sí misma, por no guardarse demasiado aprecio, tenía que huir de aquellos que un día la convirtieron en lo que era ahora: una desgraciada. Pero hablar de ello no iba a solucionarlo, ¿no? Trató de cubrir con la capa todo trozo de piel que antes estuviese a descubierto, sólo para darse cuenta después de que el frío venía de dentro, y no de fuera. Jugueteó con la copa vacía de forma distraída, deseando por primera vez en varias horas que el camarero regresara para así romper la tensión que se había formado repentinamente en el ambiente. Observó con cierto temor la nueva expresión furiosa de la mujer. ¿Había dicho algo malo, o fuera de contexto? Quizá realmente disfrutase simplemente con oír las miserias de la gente, a juzgar por cómo se tomó su reticencia a hablar de su "otro yo". ¿O estaba molesta de veras porque se hubiese menospreciado a sí misma? En cuyo caso, tenía aún menos sentido. Después de todo, no la conocía lo suficiente para saber si era cierto o no. Para ella era evidente que no merecía el tiempo de aquella dama pálida y fría. ¿O se le escapaba algo más? ¿Había alguna intención oculta tras sus palabras que ella no había logrado captar? ¿Sería, después de todo, una trampa? Sacudió la cabeza, convencida de que no podía ser cierto. La confianza establecida entre ambas era real. La había sentido, y eso era algo que no le ocurría casi con nadie.
- Yo creo que sí que lo sé... Ya lo habéis visto. Incluso quienes no me conocen se dan cuenta de que hay algo en mi, en mi mundo, que no está bien. Mas tenéis razón, Daphne. Soy estúpida. Tanto como ellos, o tal vez más. Pero no puedo apreciar lo bueno que tenga mi vida, si es que tiene algo, ya que lo terrible lo ocupa casi todo. -Su temor iba en aumento, a medida que se daba cuenta de que la mujer iba enfadándose cada vez más. Pero su miedo no se debía a una sensación de que la otra fuese a hacerle daño, o quisiera desquitarse con ella por alguna razón que no comprendía. No, lo que realmente le daba miedo era perder su compañía, lo único valioso que recibía desde hacía mucho tiempo. Suspiró largamente, para recostarse en el sofá, tratando de luchar en contra la creciente inquietud que ascendía desde su estómago. Podría ofrecerse a todos, era verdad, incluso a ella -cosa que sin duda le hubiese agradado- pero con tal nivel de borrachera no era demasiado aconsejable. Si sobria no era un cerebrito para con los pagos, no hacía falta imaginar cómo sería cuando no lo estaba. Entonces ella se acercó. Se acercó mucho más de lo que hubiera esperado en primera instancia. Su cuerpo dio un respingo ante la sutil caricia de su uña contra su cuello. La miró a los ojos con cierta timidez, aunque aguantando aquella mirada llena de verdades. De sabiduría. De poder. ¿Qué quería de ella? ¿Que podría ofrecerle que no tuviera ya cuando quisiera?
Su cercanía, sin embargo, no la incomodó. Algo extraño teniendo en cuenta lo inesperado de aquella acción. Todo su cuerpo parecía helado en comparación con la temperatura febril de su propio cuerpo, incrementada por el alcohol. ¿Cómo podía haber tanta frialdad en medio de tanta belleza, de tal explosión de sentimientos? Pensó en la capa que le había prestado, y si no la necesitaría más que ella misma, incapaz de concentrarse por un momento en sí, y responder la pregunta. No porque no la hubiese oído, no porque no la hubiese comprendido. Porque no tenía ni idea de cómo responder. O mejor dicho, de cómo responder sin echarse a llorar, sin demostrar que ya no tenía arreglo: sin conseguir que se enfadase aún más con su respuesta. Trató de buscar en su mente, de entre tantos problemas como tenía, cuál era aquel que, desapareciendo, conseguiría que los demás también lo hicieran. Frunció el ceño levemente, mirando a Daphne sin estarla observando realmente. Y entonces, de forma casi involuntaria, sus labios se abrieron dejando escapar palabras. Una cascada de palabras rápidas, atropelladas, que se iban entremezclando entre ellas en un discurso demasiado coherente para haberlo dicho sin querer. - ¿Qué deseo? Muchas cosas. Cosas que no puedo conseguir. O no quiero, no estoy segura. Ansío con todas mis fuerzas desaparecer. No morir, o tal vez sí. Pero con ser invisible me conformaría. Querría verlo todo sin que los demás me vieran, sin que me juzgaran... Sin que esos malditos tipos pudieran encontrarme. Jamás... O vengarme de ellos. De todos ellos. Destruirlos. Causarles el mismo daño que ellos me hicieron a mi. -Una sonrisa fugaz se dibujó en su rostro, que se había ido llenando de lágrimas sin que ella fuese consciente. - ¿Sabéis qué? Sólo querría poder olvidar. Olvidarlo todo. De Mònique, de mi vida de mierda. De ser una maldita puta y de estar destinada a seguirlo siendo por miedo a ellos. Qué más da. Tal vez eso lograse que mi opinión sobre mi misma cambie, pero eso nunca lo sabremos... ¿Por qué os importa tanto? ¿Qué queréis vos de mi? No puedo ofreceros nada más que lo que les ofrezco a ellos, pese a que vos seáis mucho más de lo que ellos puedan siquiera imaginar ser. -Atrapó sus labios en un beso repentino, violento, aunque breve, para luego mirarla a los ojos. - ¿Por qué estáis tan fría, pese a ser la persona más cálida que haya conocido en mucho tiempo? ¿Sois un ángel o un demonio? ¿Venís a salvarme, o a destruirme? -Una carcajada repentina salió de su garganta. ¿Cómo podía decir tantas estupideces juntas sin perder la compostura? Estaba segura de que se estaba volviendo loca. Tras disculparse por lo dicho, comenzó a gritar "camarero" como si nada hubiera pasado. ¿Pero de verdad la memoria de los borrachos era tan breve, o sólo trataba de restarle importancia a lo que acababa de confesar?
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
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Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
Todos, sin excepción, se enfrentaban en algún momento con situaciones difíciles, de esas que hacen cuestionar las razones de la existencia, el porqué detrás de todo el dolor y el absurdo de la ausencia de recompensa después de la tortura y la agonía. No existía una respuesta universal y, por lo general, encontrar la fuerza para poder encontrar de nuevo un haz de luz y continuar mirando hacia el futuro radicaba en cada quien. Nadie podía pelear este tipo de peleas por el bien ajeno. Si el doliente no deseaba ponerse en pie y vociferar su grito privado de lucha todo estaba perdido. Sin embargo si que se podía influir en el resultado, tanto de forma positiva como negativa. Por un segundo la vampiresa rememoró una época tan lejana y borrosa que pensó que tal vez fuese solo una invención de su mente. Su piel podía en aquel entonces percibir el frío del aire, uno que cortaba el alimento y extraía la fuerza hasta del más valiente. Su estomago retorciéndose por una exigencia que no podría ser saciada. Sus manos cuarteadas, sangrantes debido a la dura jornada. Su alma vacía, sin esperanza, sin meta, sin futuro. Y a pesar de esto seguía colocando un pie frente al otro, mirando cabizbaja la felicidad y miseria que le rodeaban, ajena a todo… sola. Se alegraba de poder admitir que nunca se había rendido, sin considerar siquiera el terminar con su vida por miserable que esta fuese. Podría estar pensando en aquello durante decenios sin conseguir discernir las razones que la impelían a continuar. Pero igual el orgullo henchía su pecho al saber que nunca desfalleció, que nunca se rindió realmente. Y justo allí era en donde radicaba su obsesión por no permitir que otros se rindieran… aunque esto, en realidad no fuese de su incumbencia.
Mientras permanecía sobre Chrystelle, Daphne podía sentir el latido agitado del joven corazón a través de las capas de ropa, un latido que sonaba tan saludable y fuerte como el de casi cualquier chica con una edad similar, pero que tras una vibración sin vacilaciones se encontraba tan roto y marchito como el de una anciana. La desilusión de la joven se filtraba por la fría y dura piel de la vampiresa, permeándola en una empatía que excedía sus niveles normales para con los desconocidos, o mejor, para con los recién conocidos. Las expresiones que cursaban el rostro y mirada de la rubia le decían más que mil palabras. Tristeza, desolación, resignación, temor… ninguna vibra positiva a decir verdad. Algunas palabras fueron emitidas. Finalmente se estaba abriendo pero en lugar de encontrar algún tipo de consuelo parecía como si el miedo empezase a desplazar todos los demás sentimientos. Su instinto le decía que ese sentimiento se vería incrementado con su cercanía y, de hecho, esperaba que la joven entrara casi en pánico cuando ella se reclinó, aprisionándola contra el sucio sofá. Pero, por el contrario, la otra no parecía incomoda en lo más mínimo con su cercanía, incluso teniendo en cuenta el emotivo discurso y la amenaza velada en el mismo. Daphne esperó pacientemente a que contestara aprovechando el tiempo extra para sentir el calor que emanaba su cuerpo. Finalmente una tímida sonrisa apareció en los labios de la morena. La sarta de palabras le dio lo que perseguía. Se alegró por el descubrimiento de que Chrystelle no deseara morir, no realmente, esto les permitiría continuar su velada en relativa calma.
Una idea descabellada se instaló en su mente no bien la rubia admitió su sed de venganza. – Tranquila, no te apresures… este tipo de cosas hay que tomarlas con calma – se repitió dejando la idea en segundo plano hasta que no recapacitara mejor sobre las consecuencias de ponerla en práctica. Con un movimiento ligero de su mano atrapó una de las lágrimas que recorrían el dulce rostro. Estuvo tentada a probarla pero desistió y, finalmente, permitió que la gota se secara sobre su piel. – Somos lo que somos y es lo único que en realidad no podemos cambiar. Pero, como ya que te dije, tu oficio no es lo que te define, no es lo que eres. Si deseas tanto olvidar ¿Por qué no lo haces? Si deseas tanto dejar de ser vista como un trozo de carne en venta ¿Por qué no intentas algo diferente? La respuesta es temor. Temes las repercusiones del cambio, pues en medio de tu desventura has encontrado una zona de comodidad y seguridad. Un espacio en el que crees estar a salvo de un mal mayor… todo es una ilusión, una falsa verdad que has creado para escudarte pero el único resultado que veo es un halo de autocompasión y destrucción que en realidad aborrezco - a pesar de los duras que pudiesen ser sus palabras las emitía en un tono tan dulce que parecía imposible para una criatura de la noche ¿de quienes quería vengarse y porque? La curiosidad crecía y especular con la poca información que ella le había dado hasta el momento resultaba casi irresistible.
– Deseo… - su voz fue cortada por un beso fugaz que le quito momentáneamente el habla. No lo esperaba pero lo recibió de buen agrado. ¡Ah! ¿Cómo responder a tan difíciles preguntas cuando ella misma desconocía la respuesta? ¿Era un ángel? Le gustaba creer que muchas veces emergía de sí una vena filantrópica que la impelía a ayudar algún alma desafortunada. Era una matriarca amorosa para son su familia adoptiva. También un ama amable y generosa para con sus sirvientes. ¿La convertía esto en un ángel? Pero todo lo demás estaba allí, justo detrás. Las muertes que había provocado, las torturas con las cuales había se satisfecho, las vidas que había destruido y luego regresado a observar el desenlace con la calma y frialdad que solo la locura podía proporcionar ¿podía en un mismo cuerpo existir los dos extremos? Apartándose ligeramente la miró indecisa – No me corresponde a mí definirme como ángel o demonio – susurró y se encontraba a punto de continuar hablando cuando una carcajada la interrumpió. Efectos del alcohol, seguramente. No podía quejarse cuando ella misma había auspiciado tal estado. Sonrió ante la disculpa y enarcó una ceja al escucharla vociferar llamando al camarero.
Sin pensarlo demasiado Daphne se incorporó, rompiendo con el movimiento el intimó contacto en el cual habían estado hasta ese momento. Luego, con paso enérgico se dirigió a la puerta y colocó el cerrojo, encerrándolas dentro e impidiendo que ninguno de los trabajadores del lugar pudiese importunarlas. - ¿Olvidas chère que tenemos una botella entera a nuestra disposición? – tomando la botella que descansaba en las destartalada mesita (justo donde el camarero la había dejado durante su última incursión) llenó la copa y se la alcanzó a Chrystelle – Aquí tienes, no hace falta incomodar a nadie allá afuera – tras una pequeña pausa continuó, optimista de que la bruma del alcohol no se despejara lo suficiente en la cabeza de la joven como para cuestionar el hecho de que las hubiese encerrado en el pequeño cuarto - ¿Así que piensas que soy cálida y fría al mismo tiempo? que dicotomía – se sentía alagada y a la vez contrariada. Quería salvarla de su autodestrucción pero al mismo tiempo sentía en su interior que había un pago para la joven. ¿Por qué no podía solo ser feliz con el conocimiento que ahora tenía? – déjala estar, no puedes hacer más por ella y solo terminaras arruinándola aún más – y allí estaba la estúpida conciencia, con razón como solía suceder. Pero ya era demasiado tarde, estaba demasiado inmiscuida en el asunto como para simplemente abandonarlo. La respuesta a la pregunta de Chrystelle estaba justo ahí: deseaba salvarla pero sabía que no podría hacerlo, por tanto haría lo que en sus manos estuviera aunque eso incluyera destruir un poco su inocencia aunque a otro nivel.
Los golpes amortiguados en la puerta interrumpieron sus cavilaciones – Todo está bien Monsieur, aún contamos con un poco de vino - esperaba que eso fuese suficiente para que les dejase tranquilas pero el mozo, como todo un caballero estaba empecinado en asegurarse de la suerte del objeto de su obsesión, por lo que las llamadas continuaron por algunos segundos mientras Daphne observaba fijamente a Chrystelle hasta que la insistencia la hartó. Abriendo de golpe la puerta observó con dureza la joven – Vete ahora y asegúrate de que nadie nos vuelva a interrumpir – el tono mandatorio fue recibido con una expresión desconcertada y luego con solo un asentimiento por parte del joven. Sus ojos desorbitados denotaban la intensidad del poder de la vampiresa y la confusión en la cual le había sumergido. La puerta se cerró y el cerrojo fue colocado nuevamente. La impaciencia empezó a abrirse camino. Era hora de mostrar finalmente sus cartas. Una medio sonrisa maliciosa se extendió por los labios de la morena mientras se acercaba nuevamente al sofá – Me preguntas que quiero de ti y luego me aseguras que solo hay algo que puedes ofrecerme. Estas equivocada pues me puedes dar mucho más que solo abrir tus piernas para mí – humedeció levemente sus labios mientras un brillo depredador encendía su mirada. Caminó rodeando el sofá hasta quedar parada detrás de la joven, posó sus manos sobre los delicados hombros, masajeándolos ligeramente, para luego inclinarse hasta que su boca se encontró a la altura del oído - Esto es lo que quiero… lo que deseo - susurró antes de clavarle los colmillos con suavidad en el cuello y beber solo dos pequeños sorbos – Ahora quiero que me digas que soy para ti ¿ángel o demonio? –
Mientras permanecía sobre Chrystelle, Daphne podía sentir el latido agitado del joven corazón a través de las capas de ropa, un latido que sonaba tan saludable y fuerte como el de casi cualquier chica con una edad similar, pero que tras una vibración sin vacilaciones se encontraba tan roto y marchito como el de una anciana. La desilusión de la joven se filtraba por la fría y dura piel de la vampiresa, permeándola en una empatía que excedía sus niveles normales para con los desconocidos, o mejor, para con los recién conocidos. Las expresiones que cursaban el rostro y mirada de la rubia le decían más que mil palabras. Tristeza, desolación, resignación, temor… ninguna vibra positiva a decir verdad. Algunas palabras fueron emitidas. Finalmente se estaba abriendo pero en lugar de encontrar algún tipo de consuelo parecía como si el miedo empezase a desplazar todos los demás sentimientos. Su instinto le decía que ese sentimiento se vería incrementado con su cercanía y, de hecho, esperaba que la joven entrara casi en pánico cuando ella se reclinó, aprisionándola contra el sucio sofá. Pero, por el contrario, la otra no parecía incomoda en lo más mínimo con su cercanía, incluso teniendo en cuenta el emotivo discurso y la amenaza velada en el mismo. Daphne esperó pacientemente a que contestara aprovechando el tiempo extra para sentir el calor que emanaba su cuerpo. Finalmente una tímida sonrisa apareció en los labios de la morena. La sarta de palabras le dio lo que perseguía. Se alegró por el descubrimiento de que Chrystelle no deseara morir, no realmente, esto les permitiría continuar su velada en relativa calma.
Una idea descabellada se instaló en su mente no bien la rubia admitió su sed de venganza. – Tranquila, no te apresures… este tipo de cosas hay que tomarlas con calma – se repitió dejando la idea en segundo plano hasta que no recapacitara mejor sobre las consecuencias de ponerla en práctica. Con un movimiento ligero de su mano atrapó una de las lágrimas que recorrían el dulce rostro. Estuvo tentada a probarla pero desistió y, finalmente, permitió que la gota se secara sobre su piel. – Somos lo que somos y es lo único que en realidad no podemos cambiar. Pero, como ya que te dije, tu oficio no es lo que te define, no es lo que eres. Si deseas tanto olvidar ¿Por qué no lo haces? Si deseas tanto dejar de ser vista como un trozo de carne en venta ¿Por qué no intentas algo diferente? La respuesta es temor. Temes las repercusiones del cambio, pues en medio de tu desventura has encontrado una zona de comodidad y seguridad. Un espacio en el que crees estar a salvo de un mal mayor… todo es una ilusión, una falsa verdad que has creado para escudarte pero el único resultado que veo es un halo de autocompasión y destrucción que en realidad aborrezco - a pesar de los duras que pudiesen ser sus palabras las emitía en un tono tan dulce que parecía imposible para una criatura de la noche ¿de quienes quería vengarse y porque? La curiosidad crecía y especular con la poca información que ella le había dado hasta el momento resultaba casi irresistible.
– Deseo… - su voz fue cortada por un beso fugaz que le quito momentáneamente el habla. No lo esperaba pero lo recibió de buen agrado. ¡Ah! ¿Cómo responder a tan difíciles preguntas cuando ella misma desconocía la respuesta? ¿Era un ángel? Le gustaba creer que muchas veces emergía de sí una vena filantrópica que la impelía a ayudar algún alma desafortunada. Era una matriarca amorosa para son su familia adoptiva. También un ama amable y generosa para con sus sirvientes. ¿La convertía esto en un ángel? Pero todo lo demás estaba allí, justo detrás. Las muertes que había provocado, las torturas con las cuales había se satisfecho, las vidas que había destruido y luego regresado a observar el desenlace con la calma y frialdad que solo la locura podía proporcionar ¿podía en un mismo cuerpo existir los dos extremos? Apartándose ligeramente la miró indecisa – No me corresponde a mí definirme como ángel o demonio – susurró y se encontraba a punto de continuar hablando cuando una carcajada la interrumpió. Efectos del alcohol, seguramente. No podía quejarse cuando ella misma había auspiciado tal estado. Sonrió ante la disculpa y enarcó una ceja al escucharla vociferar llamando al camarero.
Sin pensarlo demasiado Daphne se incorporó, rompiendo con el movimiento el intimó contacto en el cual habían estado hasta ese momento. Luego, con paso enérgico se dirigió a la puerta y colocó el cerrojo, encerrándolas dentro e impidiendo que ninguno de los trabajadores del lugar pudiese importunarlas. - ¿Olvidas chère que tenemos una botella entera a nuestra disposición? – tomando la botella que descansaba en las destartalada mesita (justo donde el camarero la había dejado durante su última incursión) llenó la copa y se la alcanzó a Chrystelle – Aquí tienes, no hace falta incomodar a nadie allá afuera – tras una pequeña pausa continuó, optimista de que la bruma del alcohol no se despejara lo suficiente en la cabeza de la joven como para cuestionar el hecho de que las hubiese encerrado en el pequeño cuarto - ¿Así que piensas que soy cálida y fría al mismo tiempo? que dicotomía – se sentía alagada y a la vez contrariada. Quería salvarla de su autodestrucción pero al mismo tiempo sentía en su interior que había un pago para la joven. ¿Por qué no podía solo ser feliz con el conocimiento que ahora tenía? – déjala estar, no puedes hacer más por ella y solo terminaras arruinándola aún más – y allí estaba la estúpida conciencia, con razón como solía suceder. Pero ya era demasiado tarde, estaba demasiado inmiscuida en el asunto como para simplemente abandonarlo. La respuesta a la pregunta de Chrystelle estaba justo ahí: deseaba salvarla pero sabía que no podría hacerlo, por tanto haría lo que en sus manos estuviera aunque eso incluyera destruir un poco su inocencia aunque a otro nivel.
Los golpes amortiguados en la puerta interrumpieron sus cavilaciones – Todo está bien Monsieur, aún contamos con un poco de vino - esperaba que eso fuese suficiente para que les dejase tranquilas pero el mozo, como todo un caballero estaba empecinado en asegurarse de la suerte del objeto de su obsesión, por lo que las llamadas continuaron por algunos segundos mientras Daphne observaba fijamente a Chrystelle hasta que la insistencia la hartó. Abriendo de golpe la puerta observó con dureza la joven – Vete ahora y asegúrate de que nadie nos vuelva a interrumpir – el tono mandatorio fue recibido con una expresión desconcertada y luego con solo un asentimiento por parte del joven. Sus ojos desorbitados denotaban la intensidad del poder de la vampiresa y la confusión en la cual le había sumergido. La puerta se cerró y el cerrojo fue colocado nuevamente. La impaciencia empezó a abrirse camino. Era hora de mostrar finalmente sus cartas. Una medio sonrisa maliciosa se extendió por los labios de la morena mientras se acercaba nuevamente al sofá – Me preguntas que quiero de ti y luego me aseguras que solo hay algo que puedes ofrecerme. Estas equivocada pues me puedes dar mucho más que solo abrir tus piernas para mí – humedeció levemente sus labios mientras un brillo depredador encendía su mirada. Caminó rodeando el sofá hasta quedar parada detrás de la joven, posó sus manos sobre los delicados hombros, masajeándolos ligeramente, para luego inclinarse hasta que su boca se encontró a la altura del oído - Esto es lo que quiero… lo que deseo - susurró antes de clavarle los colmillos con suavidad en el cuello y beber solo dos pequeños sorbos – Ahora quiero que me digas que soy para ti ¿ángel o demonio? –
Daphne Landry- Vampiro Clase Alta
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DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
A veces, el único sentimiento que prevalece frente a todos los demás, es el de pánico. El terror es un sentimiento muy fuerte, poderoso, un sentimiento que pese a significar una completa pérdida de control sobre tu persona, te permite trascender, evadirte de una realidad hostil y sumirte en un mundo irreal. Un mundo que, pese a lo terrible que pueda parecer, sigue siendo mejor que la realidad. Su mundo irreal era una oscura y confusa pesadilla, y aún así, era mucho mejor que permanecer en su propia piel. Dentro de esa tromba de emociones encontradas, se sentía extrañamente segura, ajena a todo cuanto acontecía a su alrededor, tal era el grado de ira que acumulaba hacia sí misma, y hacia aquella porción de la realidad. ¿Por qué? Porque a las pesadillas no tenía la necesidad de buscarles un sentido. No tenían sentido. Eran producto de su imaginación, una mezcla de todas aquellas cosas que odiaba y que acudían en conjunto a atormentarla. Y eso dotaba a su persona de cierto grado de control sobre ellas, un control que nunca había podido ejercer sobre su vida, sobre su destino. Su destino había sido prefijado sin que nadie le preguntase al respecto. Habían escogido todos sus movimientos antes de que los hubiese dado, y eso la estaba destrozando. El hecho de no poder cambiar lo que era, quién era, estaba provocando que perdiera lo poco que le quedaba de su propia libertad. No sabía ni quién era, ni quién quería llegar a ser. No tenía nada en claro. Ni su pasado, ni su presente, ni su futuro. No sabía actuar de otra forma que no fuese huyendo. ¿Eso era vida? Si le hubieran preguntado antes de arrojarla a aquel mundo, hubiese dicho que no quería sin pensárselo dos veces. Nadie quería ser puta, ni estar maldita. Y mucho menos, no poder dejar de serlo.
Y allí estaban. Chrystelle con sus complejos y aquella horrible sensación de no ser ella misma; y Daphne y su belleza sobrenatural, su fortaleza, su ausencia de miedo. Eran tan dolorosamente diferentes, tan ajenas la una a la otra, que parecía una absurda casualidad que ambas estuviesen allí, en aquel preciso momento, y juntas. La primera casualidad con la que se topaba. La primera diferencia que surgía en su vida después de tanto tiempo. No tenían nada en común, eran de mundos opuestos, y aún así se comprendían. O eso pensaba ella. Y aunque este pensamiento no fuese más que otra mentira que se dedicaba a sí misma parar sentirse mejor al respecto de la patética vida que tenía, la simple posibilidad de que le importara algo a aquella majestuosa mujer la hacía sentir más dichosa de lo que nunca se había sentido. Y eso decía mucho de lo poco habitual que era en su día a día que alguien, quien fuese, se interesada por su estado más allá del bienestar físico. Ni siquiera la madame del burdel se preocupaba tanto por su salud, mental y física: para ella, mientras sonriera y se maquillara lo bastante para ocultar su cansancio emocional era más que suficiente. La estaban exprimiendo entre todos. Así que toparse con alguien, que además de ser todo un ejemplo de belleza y de lo que ella podría ser si saliera de ese infierno, se molestaba en tratarla como algo más que a un objeto, era digno de mención. Aunque en su corazón se hubiese instalado la sombra de una duda acerca de la identidad de la mujer. A pesar de que no estaba segura de poder definirla en los márgenes que establecía el hecho de ser un ángel o un demonio, no estaba asustada. Ella no era nadie para juzgarla, ni por las cosas buenas que hubiese hecho, ni por las malas, si es que las había. Chrystelle era solo un montón de basura comparada con ella. ¿Qué importaba si tenía cuernos retorcidos, o si quería llevarla con ella al inframundo?
Al menos, dormiría caliente. Algo que, sin duda, le hacía mucha falta. O la sensación de estarse congelando la recorrería por completo. El infierno, comparado con el burdel en el que pasaba noche sí y noche también, parecía un lugar de lo más confortable. Y más si Daphne era uno de aquellos ángeles oscuros que se dedicaban a capturar almas para llevarlas hasta allí. Se agarró a los bordes de la capa que la otra le había prestado como si la vida le fuera en ello. De todas formas no quería congelarse, por mucho que pareciera que había dejado de luchar para sobrevivir, ella sabía que no era cierto. Sabía que el simple hecho de seguir respirando ya era todo un logro. Además, sabía que no todo estaba perdido, aunque no hiciera mucho por conseguir lo que quería. Lo único que la diferenciaba de otras personas que estaban mucho más perdidas que ella misma, era que ella sí tenía posibilidades de cambio. Otra cosa es que no lo viera. Y era más que evidente que no lo estaba viendo. Sin embargo, no podía decir que echara de menos una figura de autoridad que se lo recordase lo mucho que valía la pena, lo mucho que podría llegar a conseguir con un poco de esfuerzo. No. Ella misma rechazaba esa posibilidad. La única vida que conocía era la de estar huyendo de quienes querían hacerle daño, y la mejor forma de huir era fingir que aquella parte de sí misma a la que perseguían, estaba muerta y enterrada. Aunque eso la obligara a renegar de ser la niña feliz y alegre que alguna vez fue. Observó a Daphne con los ojos entrecerrados. ¿Podría ver dentro de su interior a aquella muchacha que el camarero había nombrado? Y si era así, ¿aquel interés que había surgido en primer lugar se transformaría en lástima? Esperaba que eso nunca sucediera. O significaría que era demasiado tarde.
- ¿Eso creéis? ¿Que somos lo que somos y no podemos cambiarlo? Entonces me dais la razón en que soy una puta. Y nunca dejaré de serlo. -Una carcajada amarga salió directamente de su garganta. - Porque querida Daphne, aunque sea agradable imaginar que nuestro estatus, que nuestra posición o los oficios que desempeñamos no marcan lo que somos para siempre... La realidad es que es así. Al menos, si eres tan pobre como las ratas, como es mi caso. En el vuestro, mi señora, podéis ser cuanto queráis. Un ángel, un demonio, una duquesa o alguien que se dedique a viajar por toda su vida. En mi caso... El estigma de ser lo que soy me perseguirá siempre, incluso aunque intente dejar el mercado del sexo y buscar otra labor entre las que desempeñan las personas tan pobres como yo. Las putas están mal vistas. Siempre ha sido así, y siempre lo será. Nos miran por encima del hombro, como si estuviéramos apestadas. ¿Y si es cierto en realidad? Todas nos sentimos malditas... Y eso que hay muchas que consiguen dejarlo. Pero yo llevo tanto siéndolo, lo soy desde tan joven, que no puedo imaginarme haciendo otra cosa. Porque simplemente, no sé hacerla... -Enjugó las lágrimas que pujaban por salir nuevamente de su mirada azul y dibujó una tierna aunque falsa sonrisa. - Y sí, también tengo miedo. Tengo miedo a intentar salir de este infierno, y fracasar, y darme cuenta de que no hay nada que yo pueda hacer para cambiar esta vida miserable que llevo. Porque Daphne, hermosa Daphne... ninguna de las dos sabemos si es posible que yo sea algo diferente. Me aborrezco por ser lo que soy. Pero ser lo que soy me ha mantenido viva todos estos años. Y por más que me pese, no puedo olvidarlo... -Intentó, por todas sus fuerzas, que las últimas palabras, afiladas, de la mujer, no le pesaran tanto como finalmente lo hicieron. Estaba autocompadeciéndose, era verdad y no le gustaba. Pero menos le gustaba que fuera tan evidente a ojos ajenos.
Justo en aquel momento se dio cuenta de que su nivel de alcohol había caído en picado. No solía decir cosas tan lógicas estando borracha. La tolerancia era terrible. De pronto, la cercanía con Daphne se hizo un tanto incómoda. Deseaba más alcohol. Y como si por una extraña razón le hubiera leído la mente, Daphne se dirigió a la puerta para cerrarla, permitiéndole el acceso a aquel elixir tan preciado como odiado. Tomó de la copa con avidez, saboreando levemente el líquido. Necesitaba volver a estar completamente ebria. Necesitaba recuperar aquella sensación de ingravidez que le traía. Le permitía tener la mente en blanco, restarle importancia a todo... Al menos, hasta que se le pasaba el efecto. Esperó a tragarse todo el contenido para volver la vista a su interlocutora. Sus mejillas se tiñeron de un "demasiado" saludable color bermellón, y sus labios se entreabrieron levemente, en una mueca más que sugerente que no tenía demasiado sentido dado el contexto. - Vos lo veis como una dicotomía, yo como una hermosa contradicción. El mundo está lleno de contradicciones, pero ni de lejos resulta tan agradable de descifrar como la vuestra. Ángel y demonio; fría y cálida. ¿Cuánta perfección puede albergar un mismo cuerpo? -Tomó la botella y se sirvió otra generosa copa, que terminó por vaciar con la misma rapidez que la anterior. Observó con una mezcla de indiferencia y confusión la escena que se reprodujo a continuación en la puerta, aunque agradeció que el camarero se marchase sin más: después de todo, la culpa era suya por haber hablado de lo que no debía.
Después se limitó a observar a aquella desconocida, ahora no tan desconocida. Sumergida como nuevamente estaba bajo las brumas del alcohol, su hermosura se volvía aún más grande. Más salvaje. Aunque no se hubiera atrevido jamás a confesar qué pensaba acerca de aquella dicotomía. Borracha como estaba, era incapaz de procesar todos los detalles que, sin duda, le deberían de haber llevado a una conclusión muy diferente de haber estado sobria. La confusión en el rostro del muchacho. El abrupto cambio en su tono de voz, en su forma de caminar. En aquellos momentos, sólo podía suponer -erróneamente- que todo cuanto deseaba era lo mismo que los demás: que, efectivamente, abriese sus frágiles y pálidas piernas para ella. Pero sus palabras, más oscuras de lo que nunca hubiera podido predecir, la invitaban a pensar otra cosa. Algo que no era capaz de entender del todo. La rubia enarcó una ceja, contrariada, cuando la hermosa dama abandonó su agradable cercanía anterior para finalmente colocarse a su espalda. Chrystelle entrecerró los ojos, dispuesta a dejarse llevar a donde fuera que ella quisiera llevarla. Lo que no sabía era hasta donde pensaba llevarla... Al notar su gélido aliento sobre su cuello, torció la cabeza de forma instintiva. Aquel lugar siempre le había vuelto loca. Demasiadas terminaciones nerviosas. Demasiados significados. Y esperó. Esperó un beso, una caricia, que nunca llegó. En su lugar, un dolor agudo, punzante, la hizo abrir los ojos y tensarse de forma brusca. Un desagradable sorbido de succión, aunque breve, la hizo estar segura de que Daphne no era en absoluto el ángel que ella quiso pensar que sería. - Sois... un demonio con cara de ángel. -Murmuró en voz alta, compartiendo sus cavilaciones. Aunque lo que peor le sentó fue que, en el fondo, le diera absolutamente lo mismo. Giró más la cabeza, para permitirle un mejor acceso a su cuello. Si era un ángel de la muerte... Quería que la llevara consigo en aquel preciso instante.
Y allí estaban. Chrystelle con sus complejos y aquella horrible sensación de no ser ella misma; y Daphne y su belleza sobrenatural, su fortaleza, su ausencia de miedo. Eran tan dolorosamente diferentes, tan ajenas la una a la otra, que parecía una absurda casualidad que ambas estuviesen allí, en aquel preciso momento, y juntas. La primera casualidad con la que se topaba. La primera diferencia que surgía en su vida después de tanto tiempo. No tenían nada en común, eran de mundos opuestos, y aún así se comprendían. O eso pensaba ella. Y aunque este pensamiento no fuese más que otra mentira que se dedicaba a sí misma parar sentirse mejor al respecto de la patética vida que tenía, la simple posibilidad de que le importara algo a aquella majestuosa mujer la hacía sentir más dichosa de lo que nunca se había sentido. Y eso decía mucho de lo poco habitual que era en su día a día que alguien, quien fuese, se interesada por su estado más allá del bienestar físico. Ni siquiera la madame del burdel se preocupaba tanto por su salud, mental y física: para ella, mientras sonriera y se maquillara lo bastante para ocultar su cansancio emocional era más que suficiente. La estaban exprimiendo entre todos. Así que toparse con alguien, que además de ser todo un ejemplo de belleza y de lo que ella podría ser si saliera de ese infierno, se molestaba en tratarla como algo más que a un objeto, era digno de mención. Aunque en su corazón se hubiese instalado la sombra de una duda acerca de la identidad de la mujer. A pesar de que no estaba segura de poder definirla en los márgenes que establecía el hecho de ser un ángel o un demonio, no estaba asustada. Ella no era nadie para juzgarla, ni por las cosas buenas que hubiese hecho, ni por las malas, si es que las había. Chrystelle era solo un montón de basura comparada con ella. ¿Qué importaba si tenía cuernos retorcidos, o si quería llevarla con ella al inframundo?
Al menos, dormiría caliente. Algo que, sin duda, le hacía mucha falta. O la sensación de estarse congelando la recorrería por completo. El infierno, comparado con el burdel en el que pasaba noche sí y noche también, parecía un lugar de lo más confortable. Y más si Daphne era uno de aquellos ángeles oscuros que se dedicaban a capturar almas para llevarlas hasta allí. Se agarró a los bordes de la capa que la otra le había prestado como si la vida le fuera en ello. De todas formas no quería congelarse, por mucho que pareciera que había dejado de luchar para sobrevivir, ella sabía que no era cierto. Sabía que el simple hecho de seguir respirando ya era todo un logro. Además, sabía que no todo estaba perdido, aunque no hiciera mucho por conseguir lo que quería. Lo único que la diferenciaba de otras personas que estaban mucho más perdidas que ella misma, era que ella sí tenía posibilidades de cambio. Otra cosa es que no lo viera. Y era más que evidente que no lo estaba viendo. Sin embargo, no podía decir que echara de menos una figura de autoridad que se lo recordase lo mucho que valía la pena, lo mucho que podría llegar a conseguir con un poco de esfuerzo. No. Ella misma rechazaba esa posibilidad. La única vida que conocía era la de estar huyendo de quienes querían hacerle daño, y la mejor forma de huir era fingir que aquella parte de sí misma a la que perseguían, estaba muerta y enterrada. Aunque eso la obligara a renegar de ser la niña feliz y alegre que alguna vez fue. Observó a Daphne con los ojos entrecerrados. ¿Podría ver dentro de su interior a aquella muchacha que el camarero había nombrado? Y si era así, ¿aquel interés que había surgido en primer lugar se transformaría en lástima? Esperaba que eso nunca sucediera. O significaría que era demasiado tarde.
- ¿Eso creéis? ¿Que somos lo que somos y no podemos cambiarlo? Entonces me dais la razón en que soy una puta. Y nunca dejaré de serlo. -Una carcajada amarga salió directamente de su garganta. - Porque querida Daphne, aunque sea agradable imaginar que nuestro estatus, que nuestra posición o los oficios que desempeñamos no marcan lo que somos para siempre... La realidad es que es así. Al menos, si eres tan pobre como las ratas, como es mi caso. En el vuestro, mi señora, podéis ser cuanto queráis. Un ángel, un demonio, una duquesa o alguien que se dedique a viajar por toda su vida. En mi caso... El estigma de ser lo que soy me perseguirá siempre, incluso aunque intente dejar el mercado del sexo y buscar otra labor entre las que desempeñan las personas tan pobres como yo. Las putas están mal vistas. Siempre ha sido así, y siempre lo será. Nos miran por encima del hombro, como si estuviéramos apestadas. ¿Y si es cierto en realidad? Todas nos sentimos malditas... Y eso que hay muchas que consiguen dejarlo. Pero yo llevo tanto siéndolo, lo soy desde tan joven, que no puedo imaginarme haciendo otra cosa. Porque simplemente, no sé hacerla... -Enjugó las lágrimas que pujaban por salir nuevamente de su mirada azul y dibujó una tierna aunque falsa sonrisa. - Y sí, también tengo miedo. Tengo miedo a intentar salir de este infierno, y fracasar, y darme cuenta de que no hay nada que yo pueda hacer para cambiar esta vida miserable que llevo. Porque Daphne, hermosa Daphne... ninguna de las dos sabemos si es posible que yo sea algo diferente. Me aborrezco por ser lo que soy. Pero ser lo que soy me ha mantenido viva todos estos años. Y por más que me pese, no puedo olvidarlo... -Intentó, por todas sus fuerzas, que las últimas palabras, afiladas, de la mujer, no le pesaran tanto como finalmente lo hicieron. Estaba autocompadeciéndose, era verdad y no le gustaba. Pero menos le gustaba que fuera tan evidente a ojos ajenos.
Justo en aquel momento se dio cuenta de que su nivel de alcohol había caído en picado. No solía decir cosas tan lógicas estando borracha. La tolerancia era terrible. De pronto, la cercanía con Daphne se hizo un tanto incómoda. Deseaba más alcohol. Y como si por una extraña razón le hubiera leído la mente, Daphne se dirigió a la puerta para cerrarla, permitiéndole el acceso a aquel elixir tan preciado como odiado. Tomó de la copa con avidez, saboreando levemente el líquido. Necesitaba volver a estar completamente ebria. Necesitaba recuperar aquella sensación de ingravidez que le traía. Le permitía tener la mente en blanco, restarle importancia a todo... Al menos, hasta que se le pasaba el efecto. Esperó a tragarse todo el contenido para volver la vista a su interlocutora. Sus mejillas se tiñeron de un "demasiado" saludable color bermellón, y sus labios se entreabrieron levemente, en una mueca más que sugerente que no tenía demasiado sentido dado el contexto. - Vos lo veis como una dicotomía, yo como una hermosa contradicción. El mundo está lleno de contradicciones, pero ni de lejos resulta tan agradable de descifrar como la vuestra. Ángel y demonio; fría y cálida. ¿Cuánta perfección puede albergar un mismo cuerpo? -Tomó la botella y se sirvió otra generosa copa, que terminó por vaciar con la misma rapidez que la anterior. Observó con una mezcla de indiferencia y confusión la escena que se reprodujo a continuación en la puerta, aunque agradeció que el camarero se marchase sin más: después de todo, la culpa era suya por haber hablado de lo que no debía.
Después se limitó a observar a aquella desconocida, ahora no tan desconocida. Sumergida como nuevamente estaba bajo las brumas del alcohol, su hermosura se volvía aún más grande. Más salvaje. Aunque no se hubiera atrevido jamás a confesar qué pensaba acerca de aquella dicotomía. Borracha como estaba, era incapaz de procesar todos los detalles que, sin duda, le deberían de haber llevado a una conclusión muy diferente de haber estado sobria. La confusión en el rostro del muchacho. El abrupto cambio en su tono de voz, en su forma de caminar. En aquellos momentos, sólo podía suponer -erróneamente- que todo cuanto deseaba era lo mismo que los demás: que, efectivamente, abriese sus frágiles y pálidas piernas para ella. Pero sus palabras, más oscuras de lo que nunca hubiera podido predecir, la invitaban a pensar otra cosa. Algo que no era capaz de entender del todo. La rubia enarcó una ceja, contrariada, cuando la hermosa dama abandonó su agradable cercanía anterior para finalmente colocarse a su espalda. Chrystelle entrecerró los ojos, dispuesta a dejarse llevar a donde fuera que ella quisiera llevarla. Lo que no sabía era hasta donde pensaba llevarla... Al notar su gélido aliento sobre su cuello, torció la cabeza de forma instintiva. Aquel lugar siempre le había vuelto loca. Demasiadas terminaciones nerviosas. Demasiados significados. Y esperó. Esperó un beso, una caricia, que nunca llegó. En su lugar, un dolor agudo, punzante, la hizo abrir los ojos y tensarse de forma brusca. Un desagradable sorbido de succión, aunque breve, la hizo estar segura de que Daphne no era en absoluto el ángel que ella quiso pensar que sería. - Sois... un demonio con cara de ángel. -Murmuró en voz alta, compartiendo sus cavilaciones. Aunque lo que peor le sentó fue que, en el fondo, le diera absolutamente lo mismo. Giró más la cabeza, para permitirle un mejor acceso a su cuello. Si era un ángel de la muerte... Quería que la llevara consigo en aquel preciso instante.
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/07/2013
Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
Dans ma rue y'a des femmes qui s'promènent
Et je tremble et j'ai froid et j'ai peur
Et je tremble et j'ai froid et j'ai peur
La cálida sangre se deslizó por la garganta de la vampiresa extasiándola y encendiendo su necesidad de beber un poco más. Su cuerpo la recibía con beneplácito, su lengua recorría sus propios labios en un intento porque ninguna gota, por pequeña que fuese, escapase. Olía muy bien y sabía aún mejor. Nada podría compararse con aquello. El alcohol, el cigarro, los alucinógenos, el sexo. Podría quedarse pensando y citando adicciones, recordando los comportamientos compulsivos y psicóticos de aquellos que eran privados el objeto de su obsesión, pero ninguna comparación se acercaba siquiera a la profunda necesidad que carcomía sus entrañas. Era esta, en gran medida, el móvil de muchos de sus crímenes ¿estaba tratando de justificarse? No, de ninguna manera huiría de sus culpas. El hambre la impelía pero también obtenía placer en medio de la crueldad y tenía que admitirlo. Al menos había mejorado mucho en ese aspecto en los últimos siglos, era más consciente y pacífica, incluso podría llegar a decir que era mucho más sabia. Pero la sed era la sed y también tenía que recordar que no se alimentaba aún esa noche. Se amonestó mentalmente por haber desechado tan rápidamente a los borrachos en las afueras de la taberna pero ya era tarde para corregir ese error. Finalmente y, costándole una buena dosis de voluntad, se restringió a solo esos dos sorbos pues le movían ahora intensiones superiores que cumplir que las exigencias básicas y monstruosas de su forma corpórea.
Dos tímidos hilos de sangre recorrieron el delgado cuello de la cortesana, las heridas eran pequeñas pero continuaban abiertas. El rojo carmesí, unido al movimiento de acceso de Chrystelle, le invitaba a continuar con su tarea. Daphne mordió con fuerza su labio inferior. La velada se había centrado en obligar a la chica abrir sus ojos y darse cuenta que tenia oportunidades en el futuro, que apreciara quien era y se valorara como persona y mujer, y ahora pareciera que la joven se rindiera voluntariamente a una muerte causada por su propia mano. Le reconocía como un demonio pero continuaba permitiéndole la cercanía. Aquella reacción desconcertó momentáneamente a la vampiresa. No esperaba una de histeria pero tampoco una tan complaciente. Inclinándose nuevamente barrió la sangre del cuello y lamió las heridas para que cerrasen. – Así es querida Chrystelle, solo soy un demonio embutido en un hermoso disfraz. Ya ves, no puede existir sobre el planeta un ser más imperfecto y, al mismo tiempo, digno de admiración – murmuró. Tendría que ser tonto para no reconocer la belleza con que la inmortalidad dotaba a las criaturas así que el comentario iba, en realidad, exento de falsa modestia. Se levantó con lentitud y caminó algunos pasos en el reducido espacio en el cual se encontraban sin mirar de nuevo a la joven. Muchos pensamientos bullían en su interior. Lo que hacemos no nos define, fueron sus palabras. Si lo hace, fue el argumento de la cortesana y ahora ella misma admitía que la otra tenía razón al confirmar que era un demonio. Bebía sangre pues debía alimentarse y esta razón era la misma por la cual una prostituta entregaba su cuerpo. Si sus razonamientos estuviesen tan acertados como siempre había creído no se consideraría así misma un monstruo por hacer lo que tenía que hacer. Eso no era ella ¿o sí lo era?
Chrystelle, una cortesana con el corazón destrozado y el alma dolida, borracha y en medio de una crisis existencial le enseñaba a ella, una inmortal con seis siglos en sus espaldas, a ver las cosas de una manera distinta. Ahora se cuestionaba si su visión de las cortesanas no era errónea. Se había apresurado a juzgar con mano de hierro sin molestarse en asegurar la veracidad de su posición. Se congraciaba de su empatía y capacidad para comprender y adoptar otros roles dentro de la pútrida sociedad, pero siempre estuvo tan ciega con respecto a esas mujeres. Existirían excepciones, eso era seguro, pero así como Chrystelle se veía a sí misma como una rata encajonada, víctima del destino y a merced de la crueldad de los demás, seguro muchas otras se encontrarían en una situación similar, básicamente sin una vía de escape que les proporcionara la seguridad necesaria para dar el salto. ¡Cuán equivocada! Un mundo entero de posibilidades se extendía ahora bajo sus pies. Deseo inclinarse y besar a la joven solo por el regalo que acaba de hacerle aunque de seguro no se daría cuenta del impacto de sus palabras.
Con una enorme sonrisa se adelantó y tomó asiento una vez más. Observó el hermoso rostro ajeno, la botella medio vacía, la copa y luego, nuevamente, los cristalinos ojos azules. – Soy una hermosa contradicción, como tú – afirmó dándole la razón, ahora en voz alta. Seguía en el rostro de la rubia las emociones y reacciones desencadenadas por la revelación que acababa de hacerle. Era algo que se tomaba en serio. Los humanos no debían enterarse de su existencia. La supervivencia estaba íntimamente ligada a la bendita ignorancia de los mortales y era así como tendría que permanecer. Sin embargo, eran muchos los inmortales que permitían que unos pocos privilegiados, o malditos dependiendo desde donde se observara, conocieran el oscuro secreto. Por lo general estos eran mantenidos cerca y utilizados como alimento o servidumbre. Era una idea sumamente tentadora pero antes tenía que tratar y aclarar otros asuntos con la cortesana. –Casi logras convencerme de tus intenciones de continuar. De tus esfuerzos por sobrevivir a pesar de lo desdichada de tu existencia y aún así te entregas a mí, como si deseases que te arrancara de tu miseria. No vas a morir por mis manos, hermosa Chrystelle – – al menos no esta noche – completó en sus pensamientos antes de continuar – y será mejor que saques esa idea de tu cabeza antes de que hagas enojar de verdad, pues estoy segura de que hay una infinidad de posibilidades para cambiar tu destino. Solo hace falta que te decidas a intentarlo y, cuando finalmente lo hagas, estaré allí para ayudarte a conseguirlo – sus palabras eran tan amistosas como su expresión. Su tono de voz suave y tranquilizador ¿podría darse cuenta la joven de que no ofrecía su ayuda como una posibilidad sino como un hecho? La vida de la cortesana ahora estaba ligada a la suya y la única manera de que le permitiera marcharse en completa libertad era en los brazos de la muerte. Desde ahora la vampiresa velaría y cuidaría de la humana, pero también pediría algo a cambio. Nada es gratis en el mundo.
Pasó con delicadeza los dedos entre su suelta cabellera, moviéndola hacia atrás y permitiendo que las hebras oscuras se alborotaran un poco - Existen muchas vías para conseguir dinero distintas a entregar tu cuerpo y, con éste, puedes cambiar tu futuro e, incluso, reinventar tu pasado – sonrió sombríamente – deberías alegrarte por poder concebir siquiera una posibilidad, no importa cuán oscura y difícil aparente ser. Se trata de una esperanza que yo no me puedo permitir – tomó la botella de vino y llenó generosamente la copa de la que había bebido la cortesana. Luego vació el líquido oscuro de un solo trago. Lo que le pareció un excelente vino al llegar a la taberna se le antojaba ahora desabrido y simple. No podía esperarse menos después del elixir que acababa de saborear. Su garganta ardía y su estomago se retorcía exigiéndole más. Su rostro se contrajo momentáneamente antes de que fuese capaz de controlarse a sí misma de nuevo.
– Quiero que me digas como es que terminaste donde estas ¿Por qué ocultas a Mònique? ¿Quiénes te lastimaron tanto? ¿Qué fue lo que te hicieron? – las palabras sobre la venganza seguían sonando en los odios de la morena, pero hasta que la cortesana no le contase exactamente lo que había ocurrido solo podría conjeturar. Prefería basar sus decisiones en hechos y no en suposiciones. Si pretendía cuidar de la joven tenía que estar enterada de quienes estaban tras de sí. Esta información resultaba crucial para poder hablar claro y saber si finalmente continuaba con el plan de mantenerla con vida o si solo la asesinaba y olvidaba todo el asunto. No era ésta su primera elección pero debía pensar también en su seguridad y en la de la familia humana que de ella dependía. Ningún capricho, por tentador que fuese, podría sobreponerse al bienestar de Clara y Melissa. Mientras esperaba por sus respuestas se adueño de la botella y el poco vino que aún contenía. Era hora de detener el embotamiento de Chrystelle. La necesitaba mínimamente sobria para la propuesta que podría ser manifestada y las promesas y juramentos que debía arrancarle en consecuencia.
Dos tímidos hilos de sangre recorrieron el delgado cuello de la cortesana, las heridas eran pequeñas pero continuaban abiertas. El rojo carmesí, unido al movimiento de acceso de Chrystelle, le invitaba a continuar con su tarea. Daphne mordió con fuerza su labio inferior. La velada se había centrado en obligar a la chica abrir sus ojos y darse cuenta que tenia oportunidades en el futuro, que apreciara quien era y se valorara como persona y mujer, y ahora pareciera que la joven se rindiera voluntariamente a una muerte causada por su propia mano. Le reconocía como un demonio pero continuaba permitiéndole la cercanía. Aquella reacción desconcertó momentáneamente a la vampiresa. No esperaba una de histeria pero tampoco una tan complaciente. Inclinándose nuevamente barrió la sangre del cuello y lamió las heridas para que cerrasen. – Así es querida Chrystelle, solo soy un demonio embutido en un hermoso disfraz. Ya ves, no puede existir sobre el planeta un ser más imperfecto y, al mismo tiempo, digno de admiración – murmuró. Tendría que ser tonto para no reconocer la belleza con que la inmortalidad dotaba a las criaturas así que el comentario iba, en realidad, exento de falsa modestia. Se levantó con lentitud y caminó algunos pasos en el reducido espacio en el cual se encontraban sin mirar de nuevo a la joven. Muchos pensamientos bullían en su interior. Lo que hacemos no nos define, fueron sus palabras. Si lo hace, fue el argumento de la cortesana y ahora ella misma admitía que la otra tenía razón al confirmar que era un demonio. Bebía sangre pues debía alimentarse y esta razón era la misma por la cual una prostituta entregaba su cuerpo. Si sus razonamientos estuviesen tan acertados como siempre había creído no se consideraría así misma un monstruo por hacer lo que tenía que hacer. Eso no era ella ¿o sí lo era?
Chrystelle, una cortesana con el corazón destrozado y el alma dolida, borracha y en medio de una crisis existencial le enseñaba a ella, una inmortal con seis siglos en sus espaldas, a ver las cosas de una manera distinta. Ahora se cuestionaba si su visión de las cortesanas no era errónea. Se había apresurado a juzgar con mano de hierro sin molestarse en asegurar la veracidad de su posición. Se congraciaba de su empatía y capacidad para comprender y adoptar otros roles dentro de la pútrida sociedad, pero siempre estuvo tan ciega con respecto a esas mujeres. Existirían excepciones, eso era seguro, pero así como Chrystelle se veía a sí misma como una rata encajonada, víctima del destino y a merced de la crueldad de los demás, seguro muchas otras se encontrarían en una situación similar, básicamente sin una vía de escape que les proporcionara la seguridad necesaria para dar el salto. ¡Cuán equivocada! Un mundo entero de posibilidades se extendía ahora bajo sus pies. Deseo inclinarse y besar a la joven solo por el regalo que acaba de hacerle aunque de seguro no se daría cuenta del impacto de sus palabras.
Con una enorme sonrisa se adelantó y tomó asiento una vez más. Observó el hermoso rostro ajeno, la botella medio vacía, la copa y luego, nuevamente, los cristalinos ojos azules. – Soy una hermosa contradicción, como tú – afirmó dándole la razón, ahora en voz alta. Seguía en el rostro de la rubia las emociones y reacciones desencadenadas por la revelación que acababa de hacerle. Era algo que se tomaba en serio. Los humanos no debían enterarse de su existencia. La supervivencia estaba íntimamente ligada a la bendita ignorancia de los mortales y era así como tendría que permanecer. Sin embargo, eran muchos los inmortales que permitían que unos pocos privilegiados, o malditos dependiendo desde donde se observara, conocieran el oscuro secreto. Por lo general estos eran mantenidos cerca y utilizados como alimento o servidumbre. Era una idea sumamente tentadora pero antes tenía que tratar y aclarar otros asuntos con la cortesana. –Casi logras convencerme de tus intenciones de continuar. De tus esfuerzos por sobrevivir a pesar de lo desdichada de tu existencia y aún así te entregas a mí, como si deseases que te arrancara de tu miseria. No vas a morir por mis manos, hermosa Chrystelle – – al menos no esta noche – completó en sus pensamientos antes de continuar – y será mejor que saques esa idea de tu cabeza antes de que hagas enojar de verdad, pues estoy segura de que hay una infinidad de posibilidades para cambiar tu destino. Solo hace falta que te decidas a intentarlo y, cuando finalmente lo hagas, estaré allí para ayudarte a conseguirlo – sus palabras eran tan amistosas como su expresión. Su tono de voz suave y tranquilizador ¿podría darse cuenta la joven de que no ofrecía su ayuda como una posibilidad sino como un hecho? La vida de la cortesana ahora estaba ligada a la suya y la única manera de que le permitiera marcharse en completa libertad era en los brazos de la muerte. Desde ahora la vampiresa velaría y cuidaría de la humana, pero también pediría algo a cambio. Nada es gratis en el mundo.
Pasó con delicadeza los dedos entre su suelta cabellera, moviéndola hacia atrás y permitiendo que las hebras oscuras se alborotaran un poco - Existen muchas vías para conseguir dinero distintas a entregar tu cuerpo y, con éste, puedes cambiar tu futuro e, incluso, reinventar tu pasado – sonrió sombríamente – deberías alegrarte por poder concebir siquiera una posibilidad, no importa cuán oscura y difícil aparente ser. Se trata de una esperanza que yo no me puedo permitir – tomó la botella de vino y llenó generosamente la copa de la que había bebido la cortesana. Luego vació el líquido oscuro de un solo trago. Lo que le pareció un excelente vino al llegar a la taberna se le antojaba ahora desabrido y simple. No podía esperarse menos después del elixir que acababa de saborear. Su garganta ardía y su estomago se retorcía exigiéndole más. Su rostro se contrajo momentáneamente antes de que fuese capaz de controlarse a sí misma de nuevo.
– Quiero que me digas como es que terminaste donde estas ¿Por qué ocultas a Mònique? ¿Quiénes te lastimaron tanto? ¿Qué fue lo que te hicieron? – las palabras sobre la venganza seguían sonando en los odios de la morena, pero hasta que la cortesana no le contase exactamente lo que había ocurrido solo podría conjeturar. Prefería basar sus decisiones en hechos y no en suposiciones. Si pretendía cuidar de la joven tenía que estar enterada de quienes estaban tras de sí. Esta información resultaba crucial para poder hablar claro y saber si finalmente continuaba con el plan de mantenerla con vida o si solo la asesinaba y olvidaba todo el asunto. No era ésta su primera elección pero debía pensar también en su seguridad y en la de la familia humana que de ella dependía. Ningún capricho, por tentador que fuese, podría sobreponerse al bienestar de Clara y Melissa. Mientras esperaba por sus respuestas se adueño de la botella y el poco vino que aún contenía. Era hora de detener el embotamiento de Chrystelle. La necesitaba mínimamente sobria para la propuesta que podría ser manifestada y las promesas y juramentos que debía arrancarle en consecuencia.
Daphne Landry- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
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Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
Si tuviera que responder a aquella trágica pregunta que tantas veces se había hecho, incluso sin pensar demasiado, podría llegar fácilmente a la conclusión de que, de todas las muchas cosas que le provocaban miedo, a lo que más miedo tenía, con diferencia, era a la posibilidad de que su vida cambiase drásticamente. No porque no lo deseara con todas sus fuerzas, no porque pensara que todo sería mucho peor de lo que ya era. Nada de eso. Chrystelle, o Mònique, o quien demonios fuera en realidad, tenía miedo a lo desconocido, porque era precisamente eso, desconocido. Si no disponía apenas de armas ni de la fuerza suficiente para enfrentarse a un mundo que conocía casi a la perfección, ¿cómo iba a poder moverse en otro del que no conociera absolutamente nada? Se la comerían como el pez pequeño que era. La devorarían sin pensárselo dos veces, y no podría huir ni esconderse en ningún sitio. Irónicamente, el cambio que necesitaba su vida para dejar de ser tan terrible como era en aquellos momentos, la hacía pensárselo dos veces por culpa de aquel temor del que no podía desprenderse, ni siquiera con todas las copas de ron que llevaba encima. El alcohol la hacía olvidar sus penas parcialmente, sí, pero el miedo era lo que gobernaba su vida desde hacía tanto que apenas recordaba cómo era vivir sin él. Hacía falta algo mucho más fuerte para que pudiera desprenderse de él. Si es que podía hacerlo. El miedo la paralizaba, la hacía sentirse pequeña y conformarse con lo que tenía, por muy poco que fuera.
Lo más raro era, que incluso después de que aquel demonio con cara de ángel clavara sus afilados colmillos en su cuello, no podía dirigir aquel miedo que siempre la acompañaba hacia ella. No podía tenerle miedo. Era tan perfecta, tan arrebatadoramente irreal, que era incapaz de sentir otra cosa por la vampiresa que no fuera admiración. Y eso que los vampiros no le caían precisamente bien. Realmente no le importaba que bebiera su sangre, a saber si tenía buen o mal sabor después de todo el alcohol que había bebido, algunos clientes le habían pedido alguna vez beber de ella, aunque nunca había aceptado. De nuevo, no porque le importara "vender" su sangre por dinero -peores cosas vendía, después de todo-, sino porque había algo en ellos que le resultaba espeluznante. ¿Sus ansias de control, tal vez? ¿O el hecho de que supiera que muchos tenían cientos de años y no había nada que ella pudiera aportarles? Pero con ella era diferente. No se sentía incómoda, ni intimidada, ni utilizada para obtener aquel líquido vital. De hecho, se sentía a gusto de poder darle algo lo suficientemente "valioso" para que pudiera apreciarlo. Porque si ambas fueran humanas, ¿qué podría enseñarle? Estaría condenada a sentirse inútil para con ella el resto de aquel encuentro, o el resto de su vida, en el caso de que volvieran a verse. En cierta forma, casi podría decir que saber que era un vampiro la aliviaba más que alarmarla. Era normal sentirse inferior a un vampiro: eran hermosos, fuertes e inteligentes. Y ella seguramente sería una de las mejores vampiresas. ¡Cómo podría si quiera compararse a su grandeza! Una sonrisa tímida se apoderó de su semblante, mientras una extraña sensación de mareo comenzó a recorrerla de arriba abajo. ¿Así que eso era lo que se sentía cuando un vampiro bebía de ti? Pues no era tan malo. No, en absoluto, era bastante agradable en realidad.
Podía notar un cosquilleo allí donde los labios de Daphne rozaban su piel. Sentía la cabeza embotada, como si una densa niebla se hubiese instalado alrededor de sus recuerdos, impidiéndole sacarlos a la consciencia. Era de agradecer. Después de pasar toda su vida siendo reconcomida por aquellas verbalizaciones negativas que ella misma se iba dedicando, un momento de silencio, aunque fuera en presencia de alguien que era evidentemente más peligroso que los borrachos con los que solía tratar, no podía decir que le molestara. Fuera un ángel o el mismísimo demonio, la vampiresa la había ayudado y tratado mejor que el resto de personas con las que se había topado en toda su vida. Y no eran pocas, precisamente. Pero entonces, cuando había encontrado un momento de paz, de quietud, se detuvo, rompiendo por completo aquellos instantes de ¿felicidad? Sí, era lo más parecido a la felicidad que había sentido nunca. Recibió aquel gesto con un suave gruñido, que acompañado de su ceño fruncido, le dio más aspecto de rabieta que de auténtica decepción. Pudo sentir cómo sus heridas se cerraban después del gélido beso de la vampiresa, pero eso no la alivió. ¿Por qué se había detenido? ¿Acaso su sangre no era lo bastante buena? Giró levemente la cabeza, para seguirla con la mirada, maravillándose nuevamente con su aspecto, con la sensualidad implícita en sus movimientos. Aún sabiendo lo peligrosa que resultaba, no podía dejar de sentirse impresionada por su belleza inmortal. Una vez se sentó nuevamente a su lado, ya se sentía bastante más despejada, y su cerebro comenzó a volver a funcionar con relativa normalidad.
Relativa, porque tenía demasiadas cosas que procesar antes. Había confiado en Daphne de forma casi instantánea desde el primer momento en que sus miradas coincidieron. Y resultaba que era un vampiro. ¿Qué debía pensar ahora? ¿Habría utilizado alguna de sus habilidades para lograr embelesarla? ¿O realmente estaba perdiendo la cabeza hasta el punto de jugar con cosas tal peligrosas? Agitó la cabeza con violencia, como queriendo deshacerse de esas ideas. Sabía que no estaba tan loca para buscar el peligro por su cuenta, y confiaba lo bastante en su atrofiado instinto de supervivencia para pensar que nunca hubiera elegido a alguien que quisiera hacerle daño. Por otra parte... Por mucho que ambas supieran ahora que bajo aquella cara de ángel se escondía algo más oscuro, aquella mujer no le parecía especialmente deseosa de querer dañar a nadie. Y menos, a ella. No porque no pudiera, que tenía claro que sería capaz, sino porque parecía sentir más simpatía por los humanos, y los desfavorecidos, de lo que ella misma tenía. ¿Cómo se explicaba si no que hubiese aguantado tanto rato escuchando sus penas e incoherencias, además de dejarle saber un secreto tan grande como el hecho de que era un vampiro? La confianza, por tanto, tenía que ser mutua. O eso se obligó a sí misma a creer. La sombra de la duda apareció en su semblante sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo. No era inseguridad. No era miedo. ¿Qué pasaba si realmente Daphne no tenía ningún interés en ella? Se sentiría dolida, traicionada. A eso temía. A una nueva decepción. Porque le había hecho pensar que en aquel mundo tan podrido había gente a la que le importaba lo que sucediera con los demás. Aunque fuera poca.
- Tal vez sí que sea una contradicción, pero ni de lejos tan hermosa como vos... -Susurró en voz baja, dándose cuenta entonces de lo débil que se sentía. Y no precisamente porque la vampiresa hubiera bebido en exceso, sino por la gran cantidad de emociones, sentimientos y pensamientos que tenía que asumir a la vez. Y no se sentía capaz de ello. La sobrepasaban. Se sentía pequeña, desprotegida, incapaz de decidir qué hacer, qué sentir o qué pensar al respecto de todo lo sucedido. ¿Qué significaría para ella saber el secreto que su acompañante de aquella noche acababa de revelarle? ¿Qué debería hacer al respecto? Estaba claro que era necesario aportar muchísima confianza en alguien para contarle algo así, ¿qué pretendía que hiciera a partir de ahora? Y lo más importante, ¿estaría a la altura de las circunstancias? Quizá quería que trabajase para ella o algo así, ¿y sería capaz de hacerlo? Chrystelle no era lista, no sabía hacer gran cosa salvo ser lo que era, una vulgar puta. ¿Acabaría por decepcionarla también? No podría soportarlo. Y justo iba a hacerla partícipe de sus cavilaciones, cuando de los labios de la vampiresa salieron aquellas palabras. Aquellas palabras que nunca quiso oír, y que la molestaron de sobremanera. Frunció el ceño repentinamente, cruzándose de brazos. ¿Dejarse llevar? ¡Por supuesto! Las cortesanas estaban entrenadas para satisfacer los deseos de sus clientes sin rechistar. ¿Pero morir? Si había algo que tenía claro es que su muerte no tendría lugar aquella noche, ni a causa de sus manos por muy hermosas que fueran éstas, ni en un patético cuartucho de una simple taberna. No. Se prometió a sí misma que el día de su muerte sólo podría tener lugar bajo dos supuestos: a causa de sus propias manos, o por el normal curso de la naturaleza. Y sí, puede que fuera una borracha, puede incluso que estuviese deprimida. Pero aquella no era su última noche.
- ¿Morir? ¿De verdad creéis que quiero morir ahora mismo? Hay algo en lo que tenéis razón, en que quizá haya muchas posibilidades ahí fuera esperando por mi, y sí, puede que no sepa o no quiera verlas, pero eso no significa que quiera morir, aquí, ahora, en este preciso instante. Creedme, he tenido muchas ocasiones para rendirme, para dejar de luchar, y no lo he hecho. No porque crea que merezca la pena vivir así, sino porque no sentía que era el momento. El día de mi muerte lo decidiré yo misma, si no muero antes por enfermedad o por culpa del azar. Y no, no es esta noche. -Se sentía confusa, contrariada. ¿Quizá había dado esa impresión por dejarse llevar? Pues era probable. Pero estaba segura de que la vampiresa no había sentido lo misma que ella acababa de sentir. Sus preocupaciones se marcharon de su mente en el mismo momento en el que sus colmillos comenzaron a succionar su sangre. ¿Cómo podía, simplemente, no dejarse llevar? - Puedo suicidarme en cualquier momento, y sí, a veces pienso que es la opción más acertada dada mi situación, pero ni necesito ni quiero ayuda para eso. Bastante pena doy en vida como para arrastrarme para que alguien me ayude a hacerlo. -Y entonces, surgió, como de la nada, aquel pequeño resquicio de orgullo que aún le quedaba, escondido bajo capas y capas de inseguridades. La muerte era un tema que, como otros muchos, rondaba su cabeza con bastante más frecuencia que la esperada. Pero precisamente para eso bebía, para olvidar, incluso del hecho de que su patética mente parecía querer verla bajo tierra. Y una parte de ella, temerosa por hacer acto de presencia pero que sin duda estaba ahí, impedía que la cruda realidad la llevase directamente a un hoyo. No tenía motivos para vivir, era cierto. Pero seguía viva. Tuviese sentido o no, así era. Y así sería de momento. ¿Por qué darles esa satisfacción a quienes le hicieron tanto daño? No merecían sus lagrimas, ¡como para merecer que derramase su sangre por ellos!
- No sé si decís en serio lo de ayudarme... Ni siquiera sé si sabéis lo complicado que se hace el mundo para la gente como yo... ¿Otras formas de ganar dinero? ¡Por supuesto! Pero no para alguien con mi pasado, no para alguien que debe ocultarse para asegurar un futuro, para garantizar su seguridad... Miraos. Sois hermosa y tenéis la eternidad por delante, literalmente, además. Seguramente tengáis más dinero del que yo nunca podré soñar. Y la verdad es que no envidio nada de eso. Solamente puedo llegar a envidiar una cosa: ser libre para ser quien queráis. Yo no soy libre. Nunca lo he sido, y no sé si pudiera llegar a ser de otra forma. No sé ser más que una puta, y quizá si no tuviera que huir incluso me sentiría orgullosa de ello... Si al menos lo hubiese elegido... -Las palabras salían de forma atropellada de entre sus labios. Necesitaba decirlo en voz alta para creérselo. Necesitaba decirlo en voz alta para recordarse a sí misma que la mayoría de sus miserias eran por culpa de otros. Que había sido lastimada hasta la saciedad. ¿Por qué? Para no sentirse un bicho raro en un mundo en el que todas las personas parecían luchar por su supervivencia, para no sentir que se estaba rindiendo, sino al contrario, que sólo estaba luchando por sobrevivir. A su manera. Y en cierto modo, funcionó. Dibujó una sonrisa lúgubre aunque sincera, y la miró directamente a los ojos. Su mirada, siempre transparente, trató de serlo aún más. Trató de que, esta vez a propósito, la vampiresa leyera su alma para que lograra ver más lejos de sus circunstancias. ¿Quién sabe? Quizá oírselo decir a alguien más sería más fructífero.
- Mònique fue enterrada en el mismo momento en que Chrystelle nació. Esa es la realidad en la que vivo. No la oculto, no la escondo, sólo me resigno a que nunca más podrá reaparecer, no hasta que ellos desaparezcan. -Recibió con un gruñido a modo de queja el hecho de que la vampiresa alejara de ella el vino. ¿No entendía que eso la calmaba? Y si realmente tenía que hablar de su vida, calma es lo que más necesitaba. Suspiro y se recostó en el sofá, clavando esta vez la mirada en el techo. ¿Cómo iba a comprenderlo? Era un vampiro, después de todo, y seguramente a sus ojos todos los problemas de la cortesana le parecían estúpidos e intrascendentes. Y quizá lo fuera. Quién sabe. Siempre hay personas que están peor en el mundo, y aunque esto no resultase un consuelo para ella, la animaba. Aunque fuese un poco. Cruzó los brazos sobre el pecho y cerró los ojos. Los recuerdos de su vida en el orfanato, de su escapada y posterior secuestro, comenzaron a asaltarla casi instantáneamente. Eran tan vívidos que casi podía sentir que estaba allí.
- Toda mi vida ha sido decidida por terceras personas, desde el principio. Nunca supe quiénes eran mis padres. Toda mi infancia la pasé en un orfanato. Pasábamos hambre, sed y éramos muchos en poco espacio. Pero al menos teníamos un techo bajo el que dormir... Aunque eso no nos consolara a ninguno. Las monjas nos obligaban desde pequeños a pedir por las calles, si no cumplíamos con la cuota requerida éramos severamente castigados. Siempre quise salir de allí. Un amigo y yo siempre escondíamos parte del dinero que conseguíamos o robábamos, con la estúpida promesa de escaparnos juntos... Y lo hicimos. Creo que tenía... ¿nueve? ¿diez años? cuando logramos salir de allí. Dudo que nos echaran de menos. Dos niños menos eran dos camas más. ¿A quién iba a importarle? A los pocos meses una banda me encontró. Pegaron una paliza a mi amigo y me llevaron a mi con ellos. -De pronto, se detuvo. Aún sentía escalofríos al oír el rasgarse del viento ante un cinturón. Los pasos tras la puerta. Las voces. El llanto de las otras niñas. Una lágrima bajó por su mejilla. De impotencia, de rabia. ¿Cuántas vidas habían destrozado además de la suya? - Nos obligaban a prostituirnos. Los ricos pagan mucho por las niñas jóvenes. Yo siempre fui más pequeña que las demás. Ni siquiera había tenido mi primera menstruación cuando ya tenía más clientes de los que tengo hoy día... Pero un día dije basta. Ya había intentado escaparme antes, pero hasta aquella noche no tuve el valor suficiente para hacerlo realidad. Una chica se chivó de mis planes al proxeneta, pero no me importó. Cogí el cuchillo con el que solía hacernos marcas y le rajé la cara. Y huí. Salí de allí y me marché lo más lejos que pude sin mirar atrás... Me encontraron, por supuesto. Me dieron una paliza y me encerraron en un calabozo. Cuando volví a escapar supe que Mònique debía desaparecer si quería seguir viva. Aún les oigo preguntar por mi en según qué locales. Aún les veo seguir mis pasos. -Abrió los ojos para mirarla directamente a la cara. - Supongo que no todas las putas podemos dejar de serlo. ¿De qué otra forma podría ganarme la vida sin decir quién soy en realidad y sin llamar su atención? ¡Claro que podría casarme con un rico y vivir como una marquesa! ¿Pero cuánto tardarían en encontrarme si mi cara apareciera en el periódico local? ¿Sabéis cuánto dinero maneja una "empresa" como la suya? Todos miran para otro lado. ¿Qué puedo hacer al respecto más que luchar por sobrevivir como pueda, y por mucho asco que me de? -Una carcajada dolorida escapó de su garganta. - Si quisiera morir, sólo tendría que salir a la calle gritando mi nombre. No duraría ni dos días. -Volvió a cerrar los ojos. La imagen de aquel tipo estaba clavada en sus retinas. Jamás lo olvidaría. Esa era su peor tortura.
Lo más raro era, que incluso después de que aquel demonio con cara de ángel clavara sus afilados colmillos en su cuello, no podía dirigir aquel miedo que siempre la acompañaba hacia ella. No podía tenerle miedo. Era tan perfecta, tan arrebatadoramente irreal, que era incapaz de sentir otra cosa por la vampiresa que no fuera admiración. Y eso que los vampiros no le caían precisamente bien. Realmente no le importaba que bebiera su sangre, a saber si tenía buen o mal sabor después de todo el alcohol que había bebido, algunos clientes le habían pedido alguna vez beber de ella, aunque nunca había aceptado. De nuevo, no porque le importara "vender" su sangre por dinero -peores cosas vendía, después de todo-, sino porque había algo en ellos que le resultaba espeluznante. ¿Sus ansias de control, tal vez? ¿O el hecho de que supiera que muchos tenían cientos de años y no había nada que ella pudiera aportarles? Pero con ella era diferente. No se sentía incómoda, ni intimidada, ni utilizada para obtener aquel líquido vital. De hecho, se sentía a gusto de poder darle algo lo suficientemente "valioso" para que pudiera apreciarlo. Porque si ambas fueran humanas, ¿qué podría enseñarle? Estaría condenada a sentirse inútil para con ella el resto de aquel encuentro, o el resto de su vida, en el caso de que volvieran a verse. En cierta forma, casi podría decir que saber que era un vampiro la aliviaba más que alarmarla. Era normal sentirse inferior a un vampiro: eran hermosos, fuertes e inteligentes. Y ella seguramente sería una de las mejores vampiresas. ¡Cómo podría si quiera compararse a su grandeza! Una sonrisa tímida se apoderó de su semblante, mientras una extraña sensación de mareo comenzó a recorrerla de arriba abajo. ¿Así que eso era lo que se sentía cuando un vampiro bebía de ti? Pues no era tan malo. No, en absoluto, era bastante agradable en realidad.
Podía notar un cosquilleo allí donde los labios de Daphne rozaban su piel. Sentía la cabeza embotada, como si una densa niebla se hubiese instalado alrededor de sus recuerdos, impidiéndole sacarlos a la consciencia. Era de agradecer. Después de pasar toda su vida siendo reconcomida por aquellas verbalizaciones negativas que ella misma se iba dedicando, un momento de silencio, aunque fuera en presencia de alguien que era evidentemente más peligroso que los borrachos con los que solía tratar, no podía decir que le molestara. Fuera un ángel o el mismísimo demonio, la vampiresa la había ayudado y tratado mejor que el resto de personas con las que se había topado en toda su vida. Y no eran pocas, precisamente. Pero entonces, cuando había encontrado un momento de paz, de quietud, se detuvo, rompiendo por completo aquellos instantes de ¿felicidad? Sí, era lo más parecido a la felicidad que había sentido nunca. Recibió aquel gesto con un suave gruñido, que acompañado de su ceño fruncido, le dio más aspecto de rabieta que de auténtica decepción. Pudo sentir cómo sus heridas se cerraban después del gélido beso de la vampiresa, pero eso no la alivió. ¿Por qué se había detenido? ¿Acaso su sangre no era lo bastante buena? Giró levemente la cabeza, para seguirla con la mirada, maravillándose nuevamente con su aspecto, con la sensualidad implícita en sus movimientos. Aún sabiendo lo peligrosa que resultaba, no podía dejar de sentirse impresionada por su belleza inmortal. Una vez se sentó nuevamente a su lado, ya se sentía bastante más despejada, y su cerebro comenzó a volver a funcionar con relativa normalidad.
Relativa, porque tenía demasiadas cosas que procesar antes. Había confiado en Daphne de forma casi instantánea desde el primer momento en que sus miradas coincidieron. Y resultaba que era un vampiro. ¿Qué debía pensar ahora? ¿Habría utilizado alguna de sus habilidades para lograr embelesarla? ¿O realmente estaba perdiendo la cabeza hasta el punto de jugar con cosas tal peligrosas? Agitó la cabeza con violencia, como queriendo deshacerse de esas ideas. Sabía que no estaba tan loca para buscar el peligro por su cuenta, y confiaba lo bastante en su atrofiado instinto de supervivencia para pensar que nunca hubiera elegido a alguien que quisiera hacerle daño. Por otra parte... Por mucho que ambas supieran ahora que bajo aquella cara de ángel se escondía algo más oscuro, aquella mujer no le parecía especialmente deseosa de querer dañar a nadie. Y menos, a ella. No porque no pudiera, que tenía claro que sería capaz, sino porque parecía sentir más simpatía por los humanos, y los desfavorecidos, de lo que ella misma tenía. ¿Cómo se explicaba si no que hubiese aguantado tanto rato escuchando sus penas e incoherencias, además de dejarle saber un secreto tan grande como el hecho de que era un vampiro? La confianza, por tanto, tenía que ser mutua. O eso se obligó a sí misma a creer. La sombra de la duda apareció en su semblante sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo. No era inseguridad. No era miedo. ¿Qué pasaba si realmente Daphne no tenía ningún interés en ella? Se sentiría dolida, traicionada. A eso temía. A una nueva decepción. Porque le había hecho pensar que en aquel mundo tan podrido había gente a la que le importaba lo que sucediera con los demás. Aunque fuera poca.
- Tal vez sí que sea una contradicción, pero ni de lejos tan hermosa como vos... -Susurró en voz baja, dándose cuenta entonces de lo débil que se sentía. Y no precisamente porque la vampiresa hubiera bebido en exceso, sino por la gran cantidad de emociones, sentimientos y pensamientos que tenía que asumir a la vez. Y no se sentía capaz de ello. La sobrepasaban. Se sentía pequeña, desprotegida, incapaz de decidir qué hacer, qué sentir o qué pensar al respecto de todo lo sucedido. ¿Qué significaría para ella saber el secreto que su acompañante de aquella noche acababa de revelarle? ¿Qué debería hacer al respecto? Estaba claro que era necesario aportar muchísima confianza en alguien para contarle algo así, ¿qué pretendía que hiciera a partir de ahora? Y lo más importante, ¿estaría a la altura de las circunstancias? Quizá quería que trabajase para ella o algo así, ¿y sería capaz de hacerlo? Chrystelle no era lista, no sabía hacer gran cosa salvo ser lo que era, una vulgar puta. ¿Acabaría por decepcionarla también? No podría soportarlo. Y justo iba a hacerla partícipe de sus cavilaciones, cuando de los labios de la vampiresa salieron aquellas palabras. Aquellas palabras que nunca quiso oír, y que la molestaron de sobremanera. Frunció el ceño repentinamente, cruzándose de brazos. ¿Dejarse llevar? ¡Por supuesto! Las cortesanas estaban entrenadas para satisfacer los deseos de sus clientes sin rechistar. ¿Pero morir? Si había algo que tenía claro es que su muerte no tendría lugar aquella noche, ni a causa de sus manos por muy hermosas que fueran éstas, ni en un patético cuartucho de una simple taberna. No. Se prometió a sí misma que el día de su muerte sólo podría tener lugar bajo dos supuestos: a causa de sus propias manos, o por el normal curso de la naturaleza. Y sí, puede que fuera una borracha, puede incluso que estuviese deprimida. Pero aquella no era su última noche.
- ¿Morir? ¿De verdad creéis que quiero morir ahora mismo? Hay algo en lo que tenéis razón, en que quizá haya muchas posibilidades ahí fuera esperando por mi, y sí, puede que no sepa o no quiera verlas, pero eso no significa que quiera morir, aquí, ahora, en este preciso instante. Creedme, he tenido muchas ocasiones para rendirme, para dejar de luchar, y no lo he hecho. No porque crea que merezca la pena vivir así, sino porque no sentía que era el momento. El día de mi muerte lo decidiré yo misma, si no muero antes por enfermedad o por culpa del azar. Y no, no es esta noche. -Se sentía confusa, contrariada. ¿Quizá había dado esa impresión por dejarse llevar? Pues era probable. Pero estaba segura de que la vampiresa no había sentido lo misma que ella acababa de sentir. Sus preocupaciones se marcharon de su mente en el mismo momento en el que sus colmillos comenzaron a succionar su sangre. ¿Cómo podía, simplemente, no dejarse llevar? - Puedo suicidarme en cualquier momento, y sí, a veces pienso que es la opción más acertada dada mi situación, pero ni necesito ni quiero ayuda para eso. Bastante pena doy en vida como para arrastrarme para que alguien me ayude a hacerlo. -Y entonces, surgió, como de la nada, aquel pequeño resquicio de orgullo que aún le quedaba, escondido bajo capas y capas de inseguridades. La muerte era un tema que, como otros muchos, rondaba su cabeza con bastante más frecuencia que la esperada. Pero precisamente para eso bebía, para olvidar, incluso del hecho de que su patética mente parecía querer verla bajo tierra. Y una parte de ella, temerosa por hacer acto de presencia pero que sin duda estaba ahí, impedía que la cruda realidad la llevase directamente a un hoyo. No tenía motivos para vivir, era cierto. Pero seguía viva. Tuviese sentido o no, así era. Y así sería de momento. ¿Por qué darles esa satisfacción a quienes le hicieron tanto daño? No merecían sus lagrimas, ¡como para merecer que derramase su sangre por ellos!
- No sé si decís en serio lo de ayudarme... Ni siquiera sé si sabéis lo complicado que se hace el mundo para la gente como yo... ¿Otras formas de ganar dinero? ¡Por supuesto! Pero no para alguien con mi pasado, no para alguien que debe ocultarse para asegurar un futuro, para garantizar su seguridad... Miraos. Sois hermosa y tenéis la eternidad por delante, literalmente, además. Seguramente tengáis más dinero del que yo nunca podré soñar. Y la verdad es que no envidio nada de eso. Solamente puedo llegar a envidiar una cosa: ser libre para ser quien queráis. Yo no soy libre. Nunca lo he sido, y no sé si pudiera llegar a ser de otra forma. No sé ser más que una puta, y quizá si no tuviera que huir incluso me sentiría orgullosa de ello... Si al menos lo hubiese elegido... -Las palabras salían de forma atropellada de entre sus labios. Necesitaba decirlo en voz alta para creérselo. Necesitaba decirlo en voz alta para recordarse a sí misma que la mayoría de sus miserias eran por culpa de otros. Que había sido lastimada hasta la saciedad. ¿Por qué? Para no sentirse un bicho raro en un mundo en el que todas las personas parecían luchar por su supervivencia, para no sentir que se estaba rindiendo, sino al contrario, que sólo estaba luchando por sobrevivir. A su manera. Y en cierto modo, funcionó. Dibujó una sonrisa lúgubre aunque sincera, y la miró directamente a los ojos. Su mirada, siempre transparente, trató de serlo aún más. Trató de que, esta vez a propósito, la vampiresa leyera su alma para que lograra ver más lejos de sus circunstancias. ¿Quién sabe? Quizá oírselo decir a alguien más sería más fructífero.
- Mònique fue enterrada en el mismo momento en que Chrystelle nació. Esa es la realidad en la que vivo. No la oculto, no la escondo, sólo me resigno a que nunca más podrá reaparecer, no hasta que ellos desaparezcan. -Recibió con un gruñido a modo de queja el hecho de que la vampiresa alejara de ella el vino. ¿No entendía que eso la calmaba? Y si realmente tenía que hablar de su vida, calma es lo que más necesitaba. Suspiro y se recostó en el sofá, clavando esta vez la mirada en el techo. ¿Cómo iba a comprenderlo? Era un vampiro, después de todo, y seguramente a sus ojos todos los problemas de la cortesana le parecían estúpidos e intrascendentes. Y quizá lo fuera. Quién sabe. Siempre hay personas que están peor en el mundo, y aunque esto no resultase un consuelo para ella, la animaba. Aunque fuese un poco. Cruzó los brazos sobre el pecho y cerró los ojos. Los recuerdos de su vida en el orfanato, de su escapada y posterior secuestro, comenzaron a asaltarla casi instantáneamente. Eran tan vívidos que casi podía sentir que estaba allí.
- Toda mi vida ha sido decidida por terceras personas, desde el principio. Nunca supe quiénes eran mis padres. Toda mi infancia la pasé en un orfanato. Pasábamos hambre, sed y éramos muchos en poco espacio. Pero al menos teníamos un techo bajo el que dormir... Aunque eso no nos consolara a ninguno. Las monjas nos obligaban desde pequeños a pedir por las calles, si no cumplíamos con la cuota requerida éramos severamente castigados. Siempre quise salir de allí. Un amigo y yo siempre escondíamos parte del dinero que conseguíamos o robábamos, con la estúpida promesa de escaparnos juntos... Y lo hicimos. Creo que tenía... ¿nueve? ¿diez años? cuando logramos salir de allí. Dudo que nos echaran de menos. Dos niños menos eran dos camas más. ¿A quién iba a importarle? A los pocos meses una banda me encontró. Pegaron una paliza a mi amigo y me llevaron a mi con ellos. -De pronto, se detuvo. Aún sentía escalofríos al oír el rasgarse del viento ante un cinturón. Los pasos tras la puerta. Las voces. El llanto de las otras niñas. Una lágrima bajó por su mejilla. De impotencia, de rabia. ¿Cuántas vidas habían destrozado además de la suya? - Nos obligaban a prostituirnos. Los ricos pagan mucho por las niñas jóvenes. Yo siempre fui más pequeña que las demás. Ni siquiera había tenido mi primera menstruación cuando ya tenía más clientes de los que tengo hoy día... Pero un día dije basta. Ya había intentado escaparme antes, pero hasta aquella noche no tuve el valor suficiente para hacerlo realidad. Una chica se chivó de mis planes al proxeneta, pero no me importó. Cogí el cuchillo con el que solía hacernos marcas y le rajé la cara. Y huí. Salí de allí y me marché lo más lejos que pude sin mirar atrás... Me encontraron, por supuesto. Me dieron una paliza y me encerraron en un calabozo. Cuando volví a escapar supe que Mònique debía desaparecer si quería seguir viva. Aún les oigo preguntar por mi en según qué locales. Aún les veo seguir mis pasos. -Abrió los ojos para mirarla directamente a la cara. - Supongo que no todas las putas podemos dejar de serlo. ¿De qué otra forma podría ganarme la vida sin decir quién soy en realidad y sin llamar su atención? ¡Claro que podría casarme con un rico y vivir como una marquesa! ¿Pero cuánto tardarían en encontrarme si mi cara apareciera en el periódico local? ¿Sabéis cuánto dinero maneja una "empresa" como la suya? Todos miran para otro lado. ¿Qué puedo hacer al respecto más que luchar por sobrevivir como pueda, y por mucho asco que me de? -Una carcajada dolorida escapó de su garganta. - Si quisiera morir, sólo tendría que salir a la calle gritando mi nombre. No duraría ni dos días. -Volvió a cerrar los ojos. La imagen de aquel tipo estaba clavada en sus retinas. Jamás lo olvidaría. Esa era su peor tortura.
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/07/2013
Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
Lo ojos claros de Chrystelle siguieron sus movimientos de manera inquisidora. No podía culparla por la curiosidad que creía que la otra sentía así como no pudo evitar preguntarse lo que podría estar pasando por la mente de la chica. Incluso bajo los influjos del alcohol y la pérdida de sangre debido a su mordida, la rubia continuaba atenta y tan lúcida como se podía esperar que estuviese. Hasta consiguió sacarle una nueva sonrisa al escuchar el gruñido emitido cuando ella se apartaba de su delicado y suculento cuello. Solo podía generar conclusiones apresuradas basadas en su propia imaginación y en las actitudes que su acompañante le facilitaban. En su vida como mortal, a pesar de la existencia de leyendas y miedos fuertemente arraigados y bastamente irradiados, nunca conoció en realidad a una criatura sobrenatural que pudiese confirmar cualquiera de los chismes susurrados entre vecinos o en las historias muchas veces repetidas en los sermones de los religiosos. Las brujas existían, claro, nadie negaría eso cuando una acusación sobre tal estado podía llevarte directo a la hoguera. El diablo, indiscutiblemente, estaba presente en las calles donde creció y vivió como una humilde e ignorada mujer; y ni hablar de las apariciones del mundo espiritual, esas que volvían en busca de venganza o consuelo, por alguien que les recordara o para recrear parte de su trágica muerte. A pesar de que todo aquello tenía un profundo significado, no dejaba de ser tan efímero e irreal como la existencia de un Dios todopoderoso que cuidaba con amoroso fervor a una humanidad que perdía la mitad de su vida rogando y esperando por una migaja de esa supuesta bondad. Su primer encuentro con un vampiro había sido también su última oportunidad como humana. Y, dado que aquella noche se vio teñida de horror, desgracia, fuego y muerte, en realidad no contó con el tiempo suficiente como para reflexionar sobre el suceso. Aunque ya había escuchado en el pasado a humanos hablando sobre la manera en como afrontaban y percibían este tipo de encuentros, ella no había podido vivirlo en carne propia por lo que era una de esas tantas cosas que escapan de una comprensión absoluta o, al menos, vivencial.
¿Qué pensaba Chrystelle sobre ella? Verdad era que le había dado acceso a su cuello al percatarse de su verdadera naturaleza, como si aquello no la asustara, pero ¿era acaso posible que lo aceptara tan fácilmente? Los ojos de la joven mostraban sentimientos encontrados, tan variados y alternados con tal velocidad que solo conseguían convertir las dudas de la vampiresa en una grieta que amenazaba con expandirse ¿y si perdía la razón por su imprudencia? Poco tiempo había pasado con ella pero por alguna razón ya le había tomado cariño. De ninguna otra manera se habría atrevido a prometer algo tan absurdo como que la cuidaría. El movimiento brusco de la rubia cabellera le confirmó, en alguna medida, que la vía de los pensamientos de Chrystelle no era ni positiva ni alentadora. Sin embargo tomó aquel movimiento como una suerte de cumplido, un movimiento voluntario para intentar despejar la mente, uno que ella misma hacía con frecuencia. Un pensamiento afloró entonces de improviso – No soy la primera que conoces – susurró haciendo referencia a que, muy seguramente, no se trataba del primer vampiro que la joven enfrentara. Eso explicaría en parte su tranquila reacción. Esperó con paciencia a que la mente de la joven decidiera el camino que deseaba seguir con respecto a su revelación e ignoró tanto la afirmación sobre su belleza como la debilidad con la que fue expresada.
Lo siguiente sí que le sacó una reacción a la vampiresa quien le miró con sorpresa y satisfacción – Bueno, me alegra escucharlo… al menos la primera parte de tu emotivo discurso – el que se defendiera tan asiduamente le daba por fin la confirmación que tanto deseaba. Incluso si después ella misma había afirmado que se quitaría la vida en cualquier momento, con aquella defensa Daphne daba por sentado que se trataba más de un orgullo herido hablando que de verdaderas intenciones. Además debía reconocer la verdad en lo que escuchaba. Llevaba una vida dura, por lo que podía vislumbrar, y antes de abandonarse voluntariamente a los brazos de la muerte prefería obnubilarse y adormecerse sumergida en una copa de licor. Podía ser que, después de todo, fuesen muy similares. Las dos aferrándose a la vida aunque el panorama frente a sus ojos no fuese para nada alentador. Aquello significaba que habían prevalecido ante una de las barreras importantes para la vampiresa y, por tanto, consideraba el tema como superado.
Giró su cuerpo para verla de frente, subiendo sus piernas al sofá y descansando el brazo en el viejo respaldo. Era una pose que había visto adoptar infinidad de veces a otras mujeres con las que compartían su techo y siempre le había parecido que daba una impresión de comodidad envidiable, aunque su cuerpo preternatural no pudiese apreciarlo en realidad. En esa posición escuchó y observó, sopesando sus opciones y dándose cuenta, finalmente, que es muy difícil conseguir que alguien que no quiere ver la luz enfoque en ella sus ojos. Muchas ideas acudían a su mente, algunas realistas, otras un tanto disparatadas, pero todas viables, todas con posibilidad de que una prostituta encontrase un nuevo camino… algunas que ni siquiera requerirían de que se desvelase su pasado. – Y con eso has logrado calificarme como una mentirosa – bromeó emitiendo una sonrisa. Lo había dicho y pensaba mantenerlo. Puede que desconociese los detalles y que, por poderosa que fuese, algunas cosas se saliesen de su control pero, por ahora, lo que más le preocupaba era la negatividad y la barrera casi impenetrable de terquedad a la que se estaba enfrentando.
La mirada sincera que le regaló antes de continuar hablando logró conmover aún más a Daphne. Se estaba perdiendo en los sufrimientos de aquella alma y ya sabía que eso solo le acarrearía dolor – no es verdad, no solo puedo esperar dolor – le recordó su conciencia a la vez que decenas de rostros conocidos pasaban rápidamente por su memoria. Era verdad que las veces que se había entrometido en la vida de algún humano, con el inevitable desenlace de terminar encariñándose, terminaba sufriendo pero también salía triunfante en muchos otros aspectos. Su familia actual era el ejemplo de oro para aquella teoría. Después de todo el destino era tan cruel como sabio, así que cerró el pico y abrió su mente a lo que estaba por ser revelado.
Se trataba, por supuesto, de una historia triste. Tanto como podría ser la de cualquiera de los desposeídos de las calles o de la infinidad de prostitutas que pululaban en la ciudad. Pero adquiría un tono único y personal debido a la conexión que tenían ahora y por eso esperó, en reverencial silencio y con la quietud propia de una estatua de granito, a que ella terminase de hablar. Ahora comprendía muchas de las cosas escuchadas durante la velada. Seguía creyendo que revelarle aquel nombre, Mònique, al muchacho de la taberna, había sido un error increíble, una completa bobería para alguien cuya vida depende por completo del anonimato. También seguía convencida de que podía sacar a la muchacha del mundo oscuro en el que había terminado pero ella debía poner de su parte para poder lograrlo. La rubia cerró los ojos y Daphne comprendió que podía dar por finalizado su relato. Suspiró, humedeció sus perfectos labios y agitó suavemente la botella que sostenía en su mano y que estaba casi desocupada mientras pensaba de cada una de las palabras proferidas.
– Abre los ojos Chrystelle – ordenó con aquel tono que sabía ningún humano podía ignorar mientras se inclinaba en dirección a la cara de la joven – Has sido muy valiente, no solo por cómo te estás comportando en este momento, frente al monstruo al que te encuentras, sino por lo que has tenido que pasar para llegar al momento en que estamos – proclamó mirándola fijamente – lo único que te pido es que perpetúes esa valentía un poco más y que tenas un poco de fe. Voy a ayudarte pero primero necesito que te ayudes tu misma. Me es imposible concebir una estrategia efectiva si solo observo negros nubarrones que tú misma colocas sobre tu cabeza – agitó la mano que descansaba sobre el respaldo como si quisiera espantar las imaginarios nubarrones sobre la rubia cabellera – Por supuesto, una manera sería que consiguieses un marido rico y poderoso que, por arte de magia, terminara con tus problemas de vivienda, comida y vestido. Pero eso, como tú misma lo has mencionado, te acarrearía muchos más inconvenientes de lo que tienes en este momento. Además, no solo partidaria de este tipo de soluciones – frunció ligeramente el ceño enfatizando la posición mencionada. Entregarse para que otro te salve y guie no es una solución, es solo otro tipo de prisión. Por eso no podía simplemente ofrecerle dinero, no si quería que aquella joven se liberara del peor de los carceleros, su propia mente. – He vivido más de lo que puedas imaginar y por eso me atrevo a afirmar que si lo deseas podemos conseguir que lo superes y comiences una nueva vida… que seas libre para elegir lo que quieres para ti. Pero, Chrystelle, debes decidirte ¿lo intentaras o no? – cuestionó ofreciéndole su palma abierta y confiando en que la adorable joven tomase la decisión correcta e hiciese en voz alta la pregunta más importantes de todas ¿Qué le pediría ella a cambio?
¿Qué pensaba Chrystelle sobre ella? Verdad era que le había dado acceso a su cuello al percatarse de su verdadera naturaleza, como si aquello no la asustara, pero ¿era acaso posible que lo aceptara tan fácilmente? Los ojos de la joven mostraban sentimientos encontrados, tan variados y alternados con tal velocidad que solo conseguían convertir las dudas de la vampiresa en una grieta que amenazaba con expandirse ¿y si perdía la razón por su imprudencia? Poco tiempo había pasado con ella pero por alguna razón ya le había tomado cariño. De ninguna otra manera se habría atrevido a prometer algo tan absurdo como que la cuidaría. El movimiento brusco de la rubia cabellera le confirmó, en alguna medida, que la vía de los pensamientos de Chrystelle no era ni positiva ni alentadora. Sin embargo tomó aquel movimiento como una suerte de cumplido, un movimiento voluntario para intentar despejar la mente, uno que ella misma hacía con frecuencia. Un pensamiento afloró entonces de improviso – No soy la primera que conoces – susurró haciendo referencia a que, muy seguramente, no se trataba del primer vampiro que la joven enfrentara. Eso explicaría en parte su tranquila reacción. Esperó con paciencia a que la mente de la joven decidiera el camino que deseaba seguir con respecto a su revelación e ignoró tanto la afirmación sobre su belleza como la debilidad con la que fue expresada.
Lo siguiente sí que le sacó una reacción a la vampiresa quien le miró con sorpresa y satisfacción – Bueno, me alegra escucharlo… al menos la primera parte de tu emotivo discurso – el que se defendiera tan asiduamente le daba por fin la confirmación que tanto deseaba. Incluso si después ella misma había afirmado que se quitaría la vida en cualquier momento, con aquella defensa Daphne daba por sentado que se trataba más de un orgullo herido hablando que de verdaderas intenciones. Además debía reconocer la verdad en lo que escuchaba. Llevaba una vida dura, por lo que podía vislumbrar, y antes de abandonarse voluntariamente a los brazos de la muerte prefería obnubilarse y adormecerse sumergida en una copa de licor. Podía ser que, después de todo, fuesen muy similares. Las dos aferrándose a la vida aunque el panorama frente a sus ojos no fuese para nada alentador. Aquello significaba que habían prevalecido ante una de las barreras importantes para la vampiresa y, por tanto, consideraba el tema como superado.
Giró su cuerpo para verla de frente, subiendo sus piernas al sofá y descansando el brazo en el viejo respaldo. Era una pose que había visto adoptar infinidad de veces a otras mujeres con las que compartían su techo y siempre le había parecido que daba una impresión de comodidad envidiable, aunque su cuerpo preternatural no pudiese apreciarlo en realidad. En esa posición escuchó y observó, sopesando sus opciones y dándose cuenta, finalmente, que es muy difícil conseguir que alguien que no quiere ver la luz enfoque en ella sus ojos. Muchas ideas acudían a su mente, algunas realistas, otras un tanto disparatadas, pero todas viables, todas con posibilidad de que una prostituta encontrase un nuevo camino… algunas que ni siquiera requerirían de que se desvelase su pasado. – Y con eso has logrado calificarme como una mentirosa – bromeó emitiendo una sonrisa. Lo había dicho y pensaba mantenerlo. Puede que desconociese los detalles y que, por poderosa que fuese, algunas cosas se saliesen de su control pero, por ahora, lo que más le preocupaba era la negatividad y la barrera casi impenetrable de terquedad a la que se estaba enfrentando.
La mirada sincera que le regaló antes de continuar hablando logró conmover aún más a Daphne. Se estaba perdiendo en los sufrimientos de aquella alma y ya sabía que eso solo le acarrearía dolor – no es verdad, no solo puedo esperar dolor – le recordó su conciencia a la vez que decenas de rostros conocidos pasaban rápidamente por su memoria. Era verdad que las veces que se había entrometido en la vida de algún humano, con el inevitable desenlace de terminar encariñándose, terminaba sufriendo pero también salía triunfante en muchos otros aspectos. Su familia actual era el ejemplo de oro para aquella teoría. Después de todo el destino era tan cruel como sabio, así que cerró el pico y abrió su mente a lo que estaba por ser revelado.
Se trataba, por supuesto, de una historia triste. Tanto como podría ser la de cualquiera de los desposeídos de las calles o de la infinidad de prostitutas que pululaban en la ciudad. Pero adquiría un tono único y personal debido a la conexión que tenían ahora y por eso esperó, en reverencial silencio y con la quietud propia de una estatua de granito, a que ella terminase de hablar. Ahora comprendía muchas de las cosas escuchadas durante la velada. Seguía creyendo que revelarle aquel nombre, Mònique, al muchacho de la taberna, había sido un error increíble, una completa bobería para alguien cuya vida depende por completo del anonimato. También seguía convencida de que podía sacar a la muchacha del mundo oscuro en el que había terminado pero ella debía poner de su parte para poder lograrlo. La rubia cerró los ojos y Daphne comprendió que podía dar por finalizado su relato. Suspiró, humedeció sus perfectos labios y agitó suavemente la botella que sostenía en su mano y que estaba casi desocupada mientras pensaba de cada una de las palabras proferidas.
– Abre los ojos Chrystelle – ordenó con aquel tono que sabía ningún humano podía ignorar mientras se inclinaba en dirección a la cara de la joven – Has sido muy valiente, no solo por cómo te estás comportando en este momento, frente al monstruo al que te encuentras, sino por lo que has tenido que pasar para llegar al momento en que estamos – proclamó mirándola fijamente – lo único que te pido es que perpetúes esa valentía un poco más y que tenas un poco de fe. Voy a ayudarte pero primero necesito que te ayudes tu misma. Me es imposible concebir una estrategia efectiva si solo observo negros nubarrones que tú misma colocas sobre tu cabeza – agitó la mano que descansaba sobre el respaldo como si quisiera espantar las imaginarios nubarrones sobre la rubia cabellera – Por supuesto, una manera sería que consiguieses un marido rico y poderoso que, por arte de magia, terminara con tus problemas de vivienda, comida y vestido. Pero eso, como tú misma lo has mencionado, te acarrearía muchos más inconvenientes de lo que tienes en este momento. Además, no solo partidaria de este tipo de soluciones – frunció ligeramente el ceño enfatizando la posición mencionada. Entregarse para que otro te salve y guie no es una solución, es solo otro tipo de prisión. Por eso no podía simplemente ofrecerle dinero, no si quería que aquella joven se liberara del peor de los carceleros, su propia mente. – He vivido más de lo que puedas imaginar y por eso me atrevo a afirmar que si lo deseas podemos conseguir que lo superes y comiences una nueva vida… que seas libre para elegir lo que quieres para ti. Pero, Chrystelle, debes decidirte ¿lo intentaras o no? – cuestionó ofreciéndole su palma abierta y confiando en que la adorable joven tomase la decisión correcta e hiciese en voz alta la pregunta más importantes de todas ¿Qué le pediría ella a cambio?
Daphne Landry- Vampiro Clase Alta
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DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Another star denies the grave [Chrystelle M. Deschamps]
Instantes después de haber escupido todas aquellas palabras, los recuerdos comenzaron a asaltar su memoria de forma repentina, arrastrándola hacia la oscuridad de aquellos momentos que siempre había deseado olvidar. Aquellos hombres habían destrozado su vida, y a saber la de cuántas otras niñas en sus mismas circunstancias. La habían despojado de su dignidad, de su orgullo, la habían convertido en un simple títere en sus manos. Recordaba con perfecta claridad todas las noches que permaneció encerrada en una mazmorra, envuelta en lágrimas y temblando de frío, después de las muchas palizas que aquel monstruo le propinaba a ella y al resto de las chicas. Tenían prohibido salir si no era sin supervisión, y tampoco comían si no cubrían el cupo de clientes estimado para cada día. Además, incluso cuando cumplían todos los requerimientos exigidos por el "Maestro" -como estaba obligada a llamar al jefe de aquella red de tráfico de jóvenes-, su forma preferida de impartir disciplina a fin de impedir que las chicas se rebelaran, era por medio del cinturón. Aún podía sentir cómo el cuero caía sobre su piel con una fuerza tal que en cuatro o cinco latigazos ésta se desgarraba bajo la presión. Desde entonces, siempre tuvo una especie de manía hacia las personas que usaban esa prenda. La ponían nerviosa, como si esperara que en cualquier momento la furia se desatase sobre ella y su espalda como antaño le ocurría.
Después de ser golpeadas, las dejaban encerradas en la mazmorra. Solas. A oscuras. Hasta que el llanto se convertía en silencio y resignación. Eso era lo que buscaban, que aquellas niñas, que Mònique, se rindieran, que dejaran de oponer resistencia. Que dejaran de pensar que podrían salir de aquella pesadilla en algún momento. Que asumieran que ahora les pertenecían a ellos, y que así sería por siempre. Ese hubiera sido su futuro de no haber escapado de aquel infierno, haciendo acopio de unas fuerzas que nunca tuvo en realidad. Y una vez hubo escapado se dio cuenta de que lo único que había cambiado era el escenario. No había podido escapar de ese futuro, de ese destino. Seguía siendo una maldita puta. Alguien que vendía su cuerpo a cambio de unas pocas monedas, y a cambio también de perder los pocos resquicios de orgullo que le quedaban a su alma. No se arrepentía, sin embargo, de haberse escapado de ellos. Fue lo único que hizo en su vida que la consiguió hacer sentir con las fuerzas suficientes para superar cualquier adversidad. Si bien ahora se daba cuenta de que no había servido para nada, pues seguía condenada a la misma vida de miserias, por lo menos, seguía viva. Ellos la hubieran matado cuando ya no les sirviera para nada. Ese era su método. No podían dejar que las mujeres a las que maltrataban durante años se marcharan luego sin más. Aunque dudaba sinceramente que nadie en aquella ciudad repleta de hipócritas e indiferentes fuera a hacer nada al respecto, incluso cuando alguna de aquellas putas decidiera hablar acerca del infierno que habían vivido.
Porque ellas formaban parte del escalón social más bajo, y no había nada que pudieran hacer para remediarlo. Así como Daphne, aquella criatura con aspecto angelical pero un secreto oscuro que bien podría asemejarla con el demonio, siempre pertenecería a la élite. No solamente por su dinero, aunque este hecho ayudara, sino porque tenía tres cosas que Chrystelle nunca tendría. Belleza. Una belleza exótica, atrayente, que hubiera conseguido que el más duro de los hombres se rindiera a sus pies y que la más correcta de las mujeres aceptara sentirse atraída por ella. Porque si bien la prostituta siempre había sido de buen parecer, su aspecto demacrado y su infinito cansancio opacaban por completo la belleza que aún pudiera conservar después de toda la miseria que había vivido. La segunda cosa, y quizá la más evidente, era que la vampiresa tenía poder. Un poder que nada tenía que ver con su economía -que también-, ese algo, esa chispa que la hacía tener las riendas de su vida, de todos los aspectos de su mundo. Tenía influencia sobre los demás, con el simple uso de su labia, y apoyándose en su belleza. Chrystelle ni era capaz de asumir las riendas de su vida, ni tenía la confianza necesaria siquiera para intentarlo. Y aquí entraba en juego la tercera y última diferencia. La fortaleza. No sólo porque su condición de sobrenatural la hiciera más fuerte, sino porque esa confianza en sí misma la dotaba de capacidad para superar cualquier cosa -o eso suponía-, y para anteponer sus deseos a los de cualquier otro. Chrystelle era una cobarde, temerosa de salir de ese pozo en el que la habían arrojado y en el que se había quedado encallada, incapaz de avanzar.
El miedo, sí, el jodido miedo, sentimiento que había gobernado su vida desde que tenía uso de razón. Tenía miedo a tantas cosas que le costaba encontrar algo a lo que no lo sintiera. Pero en aquellos momentos, en aquella suerte de cuartucho en esa taberna de mala muerte, sí estaba segura de algo a lo que no temía. A Daphne. De hecho, lo único que le daba miedo de lo que la vampiresa pudiera o no hacer, era darle esperanzas de salir de una vida de la que sabía que no podía escapar. Eso, y que la abandonase. Sí, desde que ambas cruzaran apenas un par de palabras, había sentido que lo único que no quería era que aquella mujer de cabellos oscuros y tez pálida diese por acabada su conversación. Que se marchara, como hacían todos los demás. Que la tratara como lo que era. Una vulgar puta. Una escoria. Porque con ella se sentía diferente. Por eso sonrió ante la observación de la mujer, porque aunque cierta, no reflejaba la realidad en su totalidad. - No sois la primera que conozco, pero sí la única a la que he permitido beber de mi. Aunque ahora me doy cuenta de lo mucho que me había perdido... Quizá os estaba esperando. -Se estiró para mirarla cuando la vampiresa se acercó, y sonrió. Sonrió con dulzura, con devoción, totalmente hechizada. Quiso tocarla, atreverse a sentir con las yemas de sus dedos si toda esa belleza que hacía gala también se reflejaba en su tacto, aunque incluso sin hacerlo estaba segura. Sí que se había perdido muchas cosas, renunciando a los placeres que los sobrenaturales podían haberle otorgado. Quizá, después de todo, ella también pensara que no se merecía ningún trato diferente al obtenido por todos los demás. Razón de más para apreciar de corazón la atención demostrada por Daphne. Ella en aquellos momentos era un oasis de paz, de tranquilidad, totalmente opuesto al caos que aún seguía desatándose dentro de su cabeza.
Aquel hombre estaba allí fuera, buscándola para vengarse. Esperando terminar de destruirla. ¿Cómo podía sentirse al respecto? Aún tenía pesadillas en las que cientos de sombras adornadas con su rostro la perseguían, buscando engullirla. ¿Cómo no anhelar una muerte venida de tu propia mano, cuando es el mismo mundo el que quiere borrarte de la existencia? Por suerte aún conservaba ese orgullo, quizá el único ápice que le quedaba, de pensar que tenía derecho a decidir el momento de su muerte. Eso le había salvado la vida, aunque no la hubiese sacado de esa terrible realidad en la que seguía envuelta. Volvió a cerrar los ojos, dejando reposar su cabeza contra el respaldo. Sentía su cuerpo cansado, los huesos le dolían, los labios le temblaban. El frío nuevamente había invadido su alma, y el tiritar de su cuerpo marchito reflejó que no sólo era interno. El invierno hacía mucho que se había desatado en su interior, y con el tiempo, lo único que había hecho era encrudecerse. Sin embargo, aunque lo único que le apetecía en aquellos momentos era dormir envuelta por el perfume y la presencia de la vampiresa, sus ojos parecieron responder inmediatamente a su requerimiento. Al abrirlos, la buscó, como si aún no terminara de creerse que estaba allí, en aquel preciso momento, con ella. Otra sonrisa apareció en su semblante, aunque lucía tan cansada como ella misma. Empezaba a marearse. Tenía la vista nublada.
- ¿Monstruo? Ningún monstruo de verdad podría tener semejante rostro, ni preocuparse por una criatura tan patética como yo. -Su voz titubeaba levemente, y aunque aquella sentencia podía resultar muy cruda, lo había dicho más como una observación objetiva. Ciertamente, era inferior en todos los aspectos a aquella mujer. Nadie habría podido contradecir ese hecho. Por otro lado, aunque se mantuvo en silencio, no podía estar de acuerdo en que fuese valentía lo que la había llevado a confesarle todo aquello. El alcohol la desinhibía, y eso, sumado con la capacidad que parecía tener la vampiresa para mostrarse confiable, eran la clave para entender por qué se había arriesgado tanto diciéndoselo. Además, ella también le había confesado algo, quizá mucho más importante que el secreto que ella guardaba: le había mostrado su verdadera naturaleza. Estiró la mano y atrapó la ajena, sintiéndose instantáneamente como la niña que acaba de encontrarse con su héroe de siempre, ese que promete sacarla de todos los apuros, aunque quizá no sopesó lo suficiente la pregunta. ¿A quién le importaba? Quería sentir su piel, su tacto. Quería sentirla más cerca. Y se encontró justamente con lo que había soñado que se encontraría. Fría y aterciopelada. Exactamente igual que su voz. Sonrió nuevamente, y la miró directamente a los ojos. - ¿De verdad me creéis capaz de salir de un agujero del que ni siquiera veo la salida? Me temo que tenéis demasiada fe en mi, mi Señora... Aunque eso no quita que no lo intente. Daphne... Si sigo viva es porque pese a todo, lo sigo intentando. Aunque no haya servido para mucho. -Un sí parcial, en eso se resumía su respuesta, pero también sus ganas de intentarlo. Por supuesto que quería salir de allí, por supuesto que soñaba con una vida mejor, alejada de toda aquella pesadilla. Pero no volvería a caminar a ciegas. No daría un paso sin saber qué se encontraría al otro lado. No a solas.
¿Significaba eso que necesitaba un guía, una mano amiga que la arrastrara al exterior del fango? Probablemente, aunque su incapacidad para confiar en nadie le limitara seriamente las posibilidades. Pero aquella noche era diferente, una nueva luz se había dispuesto en su camino. Aquel Ángel Oscuro que prometía salvarla. Daphne. Se estiró lo suficiente para rodear el cuello de la vampiresa con ambos brazos, y haciendo un poco de fuerza, la atrajo hacia sí para depositar un beso en sus labios. Un beso más intenso, más duradero que el de antes. Un beso que consiguió que abriera los ojos nuevamente, de par en par, para darse de bruces con una realidad que no había contemplado hasta ese momento, pese a ser tan evidente. ¿Por qué un ser poderoso y brillante como ella querría ayudar a una simple prostituta? ¿Por qué motivo iba a sacrificar ni un minuto de su tiempo en ayudarla a avanzar? Misma pregunta que se había hecho un rato antes, cuando aquel portento de mujer había decidido acompañarla a ella, a una borracha, y ser testigo de sus muchas miserias. ¿Qué era lo que escondía? ¿Qué pretendía obtener a cambio? Y lo más importante, ¿podría ella hacerse cargo de la deuda que sin duda tendría para con ella desde ese momento? Su cuerpo se tensó de repente, y acabó por levantarse. La miró de frente, con el sofá estableciendo un límite visible entre las dos. - Sois consciente de que no hay nada que yo pudiera ofreceros para compensar eso que decís que queréis hacer por mi, ¿no? Mi cuerpo es lo único de mi que puedo ofreceros, y a la vista queda que no es eso lo que queréis de mi, o ya lo hubieseis tomado. No es tan caro poseerlo, después de todo. -Su voz sonaba entrecortada, y las piernas parecían no querer responderle. Se tambaleó hasta llegar a la pared más cercana, buscando en ella un apoyo para no caerse. La observó desde allí, aunque sólo podía percibir su silueta. La habitación le daba vueltas. - ¿D-dónde está la trampa? ¿Qué implica todo esto? ¿Qué es eso que no me decís..? L-llevo mucho tiempo en la calle. Nadie da nada s-sin esperar nada a cambio, y aunque yo estuviera dispuesta a daros cualquier cosa por un simple minuto de vuestro tiempo, no avanzaré sin saber a donde me dirijo. N-no volveré a cometer ese error... -La intensidad de su discurso fue disminuyendo, a medida que la habitación se oscurecía. Se dejó caer al suelo y se sentó. Estaba frío, aunque eso la reconfortó. Buscó la mirada de la vampiresa, a fin de dejarle claro que aunque se encontrase mal, sus palabras iban en serio. Sólo necesitaba comer algo.
Después de ser golpeadas, las dejaban encerradas en la mazmorra. Solas. A oscuras. Hasta que el llanto se convertía en silencio y resignación. Eso era lo que buscaban, que aquellas niñas, que Mònique, se rindieran, que dejaran de oponer resistencia. Que dejaran de pensar que podrían salir de aquella pesadilla en algún momento. Que asumieran que ahora les pertenecían a ellos, y que así sería por siempre. Ese hubiera sido su futuro de no haber escapado de aquel infierno, haciendo acopio de unas fuerzas que nunca tuvo en realidad. Y una vez hubo escapado se dio cuenta de que lo único que había cambiado era el escenario. No había podido escapar de ese futuro, de ese destino. Seguía siendo una maldita puta. Alguien que vendía su cuerpo a cambio de unas pocas monedas, y a cambio también de perder los pocos resquicios de orgullo que le quedaban a su alma. No se arrepentía, sin embargo, de haberse escapado de ellos. Fue lo único que hizo en su vida que la consiguió hacer sentir con las fuerzas suficientes para superar cualquier adversidad. Si bien ahora se daba cuenta de que no había servido para nada, pues seguía condenada a la misma vida de miserias, por lo menos, seguía viva. Ellos la hubieran matado cuando ya no les sirviera para nada. Ese era su método. No podían dejar que las mujeres a las que maltrataban durante años se marcharan luego sin más. Aunque dudaba sinceramente que nadie en aquella ciudad repleta de hipócritas e indiferentes fuera a hacer nada al respecto, incluso cuando alguna de aquellas putas decidiera hablar acerca del infierno que habían vivido.
Porque ellas formaban parte del escalón social más bajo, y no había nada que pudieran hacer para remediarlo. Así como Daphne, aquella criatura con aspecto angelical pero un secreto oscuro que bien podría asemejarla con el demonio, siempre pertenecería a la élite. No solamente por su dinero, aunque este hecho ayudara, sino porque tenía tres cosas que Chrystelle nunca tendría. Belleza. Una belleza exótica, atrayente, que hubiera conseguido que el más duro de los hombres se rindiera a sus pies y que la más correcta de las mujeres aceptara sentirse atraída por ella. Porque si bien la prostituta siempre había sido de buen parecer, su aspecto demacrado y su infinito cansancio opacaban por completo la belleza que aún pudiera conservar después de toda la miseria que había vivido. La segunda cosa, y quizá la más evidente, era que la vampiresa tenía poder. Un poder que nada tenía que ver con su economía -que también-, ese algo, esa chispa que la hacía tener las riendas de su vida, de todos los aspectos de su mundo. Tenía influencia sobre los demás, con el simple uso de su labia, y apoyándose en su belleza. Chrystelle ni era capaz de asumir las riendas de su vida, ni tenía la confianza necesaria siquiera para intentarlo. Y aquí entraba en juego la tercera y última diferencia. La fortaleza. No sólo porque su condición de sobrenatural la hiciera más fuerte, sino porque esa confianza en sí misma la dotaba de capacidad para superar cualquier cosa -o eso suponía-, y para anteponer sus deseos a los de cualquier otro. Chrystelle era una cobarde, temerosa de salir de ese pozo en el que la habían arrojado y en el que se había quedado encallada, incapaz de avanzar.
El miedo, sí, el jodido miedo, sentimiento que había gobernado su vida desde que tenía uso de razón. Tenía miedo a tantas cosas que le costaba encontrar algo a lo que no lo sintiera. Pero en aquellos momentos, en aquella suerte de cuartucho en esa taberna de mala muerte, sí estaba segura de algo a lo que no temía. A Daphne. De hecho, lo único que le daba miedo de lo que la vampiresa pudiera o no hacer, era darle esperanzas de salir de una vida de la que sabía que no podía escapar. Eso, y que la abandonase. Sí, desde que ambas cruzaran apenas un par de palabras, había sentido que lo único que no quería era que aquella mujer de cabellos oscuros y tez pálida diese por acabada su conversación. Que se marchara, como hacían todos los demás. Que la tratara como lo que era. Una vulgar puta. Una escoria. Porque con ella se sentía diferente. Por eso sonrió ante la observación de la mujer, porque aunque cierta, no reflejaba la realidad en su totalidad. - No sois la primera que conozco, pero sí la única a la que he permitido beber de mi. Aunque ahora me doy cuenta de lo mucho que me había perdido... Quizá os estaba esperando. -Se estiró para mirarla cuando la vampiresa se acercó, y sonrió. Sonrió con dulzura, con devoción, totalmente hechizada. Quiso tocarla, atreverse a sentir con las yemas de sus dedos si toda esa belleza que hacía gala también se reflejaba en su tacto, aunque incluso sin hacerlo estaba segura. Sí que se había perdido muchas cosas, renunciando a los placeres que los sobrenaturales podían haberle otorgado. Quizá, después de todo, ella también pensara que no se merecía ningún trato diferente al obtenido por todos los demás. Razón de más para apreciar de corazón la atención demostrada por Daphne. Ella en aquellos momentos era un oasis de paz, de tranquilidad, totalmente opuesto al caos que aún seguía desatándose dentro de su cabeza.
Aquel hombre estaba allí fuera, buscándola para vengarse. Esperando terminar de destruirla. ¿Cómo podía sentirse al respecto? Aún tenía pesadillas en las que cientos de sombras adornadas con su rostro la perseguían, buscando engullirla. ¿Cómo no anhelar una muerte venida de tu propia mano, cuando es el mismo mundo el que quiere borrarte de la existencia? Por suerte aún conservaba ese orgullo, quizá el único ápice que le quedaba, de pensar que tenía derecho a decidir el momento de su muerte. Eso le había salvado la vida, aunque no la hubiese sacado de esa terrible realidad en la que seguía envuelta. Volvió a cerrar los ojos, dejando reposar su cabeza contra el respaldo. Sentía su cuerpo cansado, los huesos le dolían, los labios le temblaban. El frío nuevamente había invadido su alma, y el tiritar de su cuerpo marchito reflejó que no sólo era interno. El invierno hacía mucho que se había desatado en su interior, y con el tiempo, lo único que había hecho era encrudecerse. Sin embargo, aunque lo único que le apetecía en aquellos momentos era dormir envuelta por el perfume y la presencia de la vampiresa, sus ojos parecieron responder inmediatamente a su requerimiento. Al abrirlos, la buscó, como si aún no terminara de creerse que estaba allí, en aquel preciso momento, con ella. Otra sonrisa apareció en su semblante, aunque lucía tan cansada como ella misma. Empezaba a marearse. Tenía la vista nublada.
- ¿Monstruo? Ningún monstruo de verdad podría tener semejante rostro, ni preocuparse por una criatura tan patética como yo. -Su voz titubeaba levemente, y aunque aquella sentencia podía resultar muy cruda, lo había dicho más como una observación objetiva. Ciertamente, era inferior en todos los aspectos a aquella mujer. Nadie habría podido contradecir ese hecho. Por otro lado, aunque se mantuvo en silencio, no podía estar de acuerdo en que fuese valentía lo que la había llevado a confesarle todo aquello. El alcohol la desinhibía, y eso, sumado con la capacidad que parecía tener la vampiresa para mostrarse confiable, eran la clave para entender por qué se había arriesgado tanto diciéndoselo. Además, ella también le había confesado algo, quizá mucho más importante que el secreto que ella guardaba: le había mostrado su verdadera naturaleza. Estiró la mano y atrapó la ajena, sintiéndose instantáneamente como la niña que acaba de encontrarse con su héroe de siempre, ese que promete sacarla de todos los apuros, aunque quizá no sopesó lo suficiente la pregunta. ¿A quién le importaba? Quería sentir su piel, su tacto. Quería sentirla más cerca. Y se encontró justamente con lo que había soñado que se encontraría. Fría y aterciopelada. Exactamente igual que su voz. Sonrió nuevamente, y la miró directamente a los ojos. - ¿De verdad me creéis capaz de salir de un agujero del que ni siquiera veo la salida? Me temo que tenéis demasiada fe en mi, mi Señora... Aunque eso no quita que no lo intente. Daphne... Si sigo viva es porque pese a todo, lo sigo intentando. Aunque no haya servido para mucho. -Un sí parcial, en eso se resumía su respuesta, pero también sus ganas de intentarlo. Por supuesto que quería salir de allí, por supuesto que soñaba con una vida mejor, alejada de toda aquella pesadilla. Pero no volvería a caminar a ciegas. No daría un paso sin saber qué se encontraría al otro lado. No a solas.
¿Significaba eso que necesitaba un guía, una mano amiga que la arrastrara al exterior del fango? Probablemente, aunque su incapacidad para confiar en nadie le limitara seriamente las posibilidades. Pero aquella noche era diferente, una nueva luz se había dispuesto en su camino. Aquel Ángel Oscuro que prometía salvarla. Daphne. Se estiró lo suficiente para rodear el cuello de la vampiresa con ambos brazos, y haciendo un poco de fuerza, la atrajo hacia sí para depositar un beso en sus labios. Un beso más intenso, más duradero que el de antes. Un beso que consiguió que abriera los ojos nuevamente, de par en par, para darse de bruces con una realidad que no había contemplado hasta ese momento, pese a ser tan evidente. ¿Por qué un ser poderoso y brillante como ella querría ayudar a una simple prostituta? ¿Por qué motivo iba a sacrificar ni un minuto de su tiempo en ayudarla a avanzar? Misma pregunta que se había hecho un rato antes, cuando aquel portento de mujer había decidido acompañarla a ella, a una borracha, y ser testigo de sus muchas miserias. ¿Qué era lo que escondía? ¿Qué pretendía obtener a cambio? Y lo más importante, ¿podría ella hacerse cargo de la deuda que sin duda tendría para con ella desde ese momento? Su cuerpo se tensó de repente, y acabó por levantarse. La miró de frente, con el sofá estableciendo un límite visible entre las dos. - Sois consciente de que no hay nada que yo pudiera ofreceros para compensar eso que decís que queréis hacer por mi, ¿no? Mi cuerpo es lo único de mi que puedo ofreceros, y a la vista queda que no es eso lo que queréis de mi, o ya lo hubieseis tomado. No es tan caro poseerlo, después de todo. -Su voz sonaba entrecortada, y las piernas parecían no querer responderle. Se tambaleó hasta llegar a la pared más cercana, buscando en ella un apoyo para no caerse. La observó desde allí, aunque sólo podía percibir su silueta. La habitación le daba vueltas. - ¿D-dónde está la trampa? ¿Qué implica todo esto? ¿Qué es eso que no me decís..? L-llevo mucho tiempo en la calle. Nadie da nada s-sin esperar nada a cambio, y aunque yo estuviera dispuesta a daros cualquier cosa por un simple minuto de vuestro tiempo, no avanzaré sin saber a donde me dirijo. N-no volveré a cometer ese error... -La intensidad de su discurso fue disminuyendo, a medida que la habitación se oscurecía. Se dejó caer al suelo y se sentó. Estaba frío, aunque eso la reconfortó. Buscó la mirada de la vampiresa, a fin de dejarle claro que aunque se encontrase mal, sus palabras iban en serio. Sólo necesitaba comer algo.
Última edición por Chrystelle M. Deschamps el Lun Abr 13, 2015 7:22 pm, editado 1 vez
Ciel Manon-Geróux- Licántropo Clase Baja
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