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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Daphne Landry Sáb Sep 07, 2013 5:22 pm

Recuerdo del primer mensaje :

– ¿Está usted segura que desea quedarse acá Madame Landry? – el cochero sonaba preocupado por la suerte que pudiese correr su ama si la abandonaba en aquel antro. Él mismo conocía el lugar. Se trataba de una taberna en la cual se reunian hombres y mujeres después de las extenuantes jornadas de trabajo para tomar una cerveza y relajarse. También se congregaban allí toda clase de delincuentes y malvivientes. Muy seguramente la clase media sabría como manejar el ambiente y los peligros de la taberna. Pero una mujer de alta cuna, como lo era su ama, resultaría ser una presa fácil. – Si, estoy segura – respondió ella paciente. No necesitaba poseer la habilidad de leer mentes para saber lo que pensaba el hombre. La preocupación por su suerte le resultaba al mismo tiempo irrisoria y conmovedora. Al menos le podía proveer una mínima tranquilidad pues su vestido gris estampado y su capa, aunque elegantes, no eran los mejores de su armario. Iba, además, parca de joyas por lo que, aunque intuyeran que se trataba de alguien adinerado, nadie llegaría a acercarse a su verdadero status.

– Por favor cuídese Madame. Estaré en las cercanías por si me necesita – se atrevió a recomendar arriesgándose a una extralimitación de sus tareas como cochero. Luego lanzó una mirada desconfiada al lugar e inclinando su cabeza se despidió de la mujer. Ella le sonrió y esperó a que el carruaje se alejara para girar y encaminarse hacia el local. No llevaba gorro ni ornamento alguno, por lo que el viento helado agitaba su suelta cabellera a su antojo. Incluso alejada podía percibir el aroma a alcohol, humo y suciedad. Y era justo eso lo que quería esa noche. Podría haberse presentado como una samaritana trabajadora, algo que le permitiese pasar desapercibida, pero en realidad la idea se le había ocurrido en último minuto, cuando ya el carruaje se movía velozmente por las calles parisinas. Resultaría todo un engorro regresar a su mansión solo para cambiar de atuendo. Después de todo el hacerse notar también podría resultar entretenido.

Se detuvo justo frente a la puerta cerrada. Podía escuchar a un par de borrachines discutir en un callejón cercano sobre el dinero necesario para comprar otra botella de licor. Aunque la conversación pastosa e incoherente resultaba sumamente entretenida, lo que pausó su resolución por entrar a la taberna fue la sed. Podría calmarla con aquellos dos, no tenia mayor inconveniente, toda la sangre era buena para ella; o podría esperar un poco para ver si había algún prospecto de cena interesante esperándola adentro. Dudó por algunos segundos decidiéndose, finalmente, por dejar en paz a los borrachos quienes estaban a punto de pasar de las palabras a los golpes. No pudo evitar preguntarse si tendrían la coordinación necesaria al menos para acertar uno de los golpes.

Casi todos los ojos en el interior se fijaron en ella no bien ingresó. Algunos de los hombres la miraban lascivamente, algunas mujeres con envidia nata. Ella, con una enorme sonrisa, se dirigió hasta la barra donde se acomodó entre dos butacas vacías. – Deme una copa de vino, no importa cual, lo único es que sea tinto – solicitó al tabernero que la miraba con recelo. ¡Pero qué prejuiciosos eran todos! Y seguramente, si hubiese acudido como una mujer de clase baja ni siquiera le habrían permitido ordenar un trago. Blanqueó los ojos ante tal ironía. La copa que él hombre le colocó en frente estaba rayada por el uso y un poco desportillada, sin embargo el aroma que ascendió del líquido que ésta contenía podía asemejarse un poco a los mejores vinos que conocía. Eso resultaba ser una completa sorpresa y aunque la idea original era mantener la copa intacta hasta que fuese hora de partir, decidió arriesgarse a dar un pequeño sorbo confirmado así que se trataba de un excelente vino.

Comenzó entonces a reparar con atención en los presentes. Podía sentir como algunos aún la miraban con curiosidad y escuchar como los demás retornaban a sus charlas y bebidas. El fuego crepitaba desde un bien alimentado hogar ubicado en una de las esquinas del recinto. Las mesas, en su mayoría ocupadas, soportaban solitarias velas que ayudaban a los pequeños candelabros a iluminar someramente el lugar. En la barra, donde se encontraba acomodada, había dos hombres discutiendo en voz baja sobre un negocio fallido, un poco más allá una mujer de edad avanzada y vestida de manera ordinaria, desocupaba ansiosa una jarra de cerveza. Desde la distancia la vampira pudo notar el moretón que emergía poco a poco en su pómulo izquierdo. El golpe era muy reciente pero en la mañana muy seguramente tendría que ocultar el rostro tras algún velo para evitar las miradas indiscretas. Se quedó mirándola a ella un buen rato, sabiendo que no había terminado de chequear a los presentes, pero embelesada en la triste mirada perdida de la mujer que se resistía a derramar las lagrimas aunque fuese evidente que estas pugnaban por salir.


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Mensaje por Daphne Landry Vie Feb 27, 2015 5:17 pm

Era tan obvio que la vampiresa se sorprendió por no haberlo notado antes. Por supuesto que aquella mortal, aquella niña perdida en medio de su pesadilla personal, ya había conocido a otros demonios con aspecto angelical. Desde su llegada a Paris no dejaba de asombrarle la concentración de criaturas sobrenaturales que poblaban el lugar. En cualquier callejuela podría encontrarse con vampiros, licántropos o cambiaformas, también incluso con humanos excepcionales, como hechiceros o gitanos. Era como si la ciudad misma se encargase de atraerles por medio de una sutil seducción, hipnotizándoles además para permanecer en ella. Daphne podría intentar convencerse a sí misma de que aún no partía dado que su búsqueda no había finalizado pero, al final del día, la realidad era que las posibilidades de hallarlo se reducían con cada hora que pasaba y, aún así, no había vislumbrado plan alguno para partir hacia el nuevo mundo. Se resistía a la idea de dejar tan encantadora y variopinta urbe pero ¿Por qué? Era esté un misterio que tal vez no desease desvelar. Prefería que la ciudad permaneciese en su memoria como un ídolo a la contraposición de la belleza y la brutalidad, la decencia y la decadencia mezcladas en una infinita sinfonía de luz y oscuridad. Y en medio de ella los mortales, como la joven rubia, que terminaban siendo víctimas o solo simples espectadores. – ¡Ah! pero a la larga todos somos tanto víctimas como victimarios – sonrió con tristeza ante la realidad que ese pensamiento le presentaba. La inocencia pura no existía más que en los niños de brazos, pues todo aquel que amara u odiara de forma consiente era susceptible de victimizar el objetivo de su sentir, el nivel en que lo hiciere dependería de su habilidad para aplicar la bondad y la indulgencia.

Muchos vampiros se sentían especialmente atraídos por los burdeles y los hombres y mujeres que en ellos trabajaba, o que a esa profesión se dedicaran. Resultaba más simple alimentarse de quien ofrece su cuerpo por algunas monedas de manera voluntaria que andar acechando a víctimas en la oscuridad de las calles. De esta forma se minimizaba la lucha y la posibilidad de ser descubiertos, además de contar con los beneficios extra del sexo consentido. Ella sabía también de algunos de estos humanos que reconocían a los de su raza y se aventuraban a ofrecerles su sangre como parte de la transacción. Era algo normal, muy común y que podría llegar a beneficiar a las dos partes siempre y cuando el humano en cuestión saliese con vida, por lo que el riesgo era también muy alto. – Me alegra saberlo – contestó con sinceridad. El que ella no hubiese cedido a la tentación de vender también su sangre fortalecía lo que pensaba de su carácter. Sin embargo había otra cara en la declaración escuchada. Las dos, y no solo la vampiresa, disfrutaron de aquel pequeño trago, lo cual no le molestaba. Pero le inquietaba el que hubiese plantado en ella la curiosidad al respecto. No deseaba ser quien la colocase, inadvertidamente, en un riesgo aún mayor, con lo que tenía que lidiar ya era más que suficiente. – Pero, aunque ya debes saberlo, no todos los nuestros son tan benévolos. Debes tener mucho cuidado y buen juicio antes de permitir que alguien más lo haga – acunó el rostro de la joven en su mano por un instante, en un gesto inequívoco de cuidado y afecto.

Le dejó divagar en silencio mientras ella se limitaba a observarla. Su cuerpo temblaba pero ignoraba si se debía solo al frio físico que pudiese sentir. No había nada que pudiese hacer para ayudarla con eso más que permitirle permanecer con su capa. Si se aproximaba más su cuerpo le robaría el poco calor que tenía dejándola aún peor. Era uno de los detalles que le molestaban de su inmortalidad en momentos como ese. El no poder compartir el calor corporal con quien lo necesitara. Su toque y abrazo estaban muy lejos de ser placenteros. – Hagamos un pacto entonces, ni yo soy un monstruo ni tú eres una criatura patética – afirmó queriendo creer lo que decía. Si Chrystelle supiera los horrores que poblaban su pasado, la cantidad de sangre inocente que cubría sus manos, el rastro de dolor y desesperación que había sembrado a su paso por años y años, seguramente no le cuestionaría el calificativo. El que ahora fuese un poco menos sanguinaria no borraba los errores cometidos ni devolvía la vida a la infinidad de cuerpos que se podrían solo por culpa suya. Frunció ligeramente el ceño. No merecía aquella mirada ni tan poco el suave toque. Un buen acto no poseía un valor incalculable y bien sabía que las consecuencias de sus actos sobre el futuro de la joven podrían ser desastrosas. Y, aún así, no pudo evitar el cambiar su expresión por una sonrisa triste – Si, lo creo. Todo es posible, de eso no que quepa la menor duda – contestó cubriendo la cálida mano de la mortal – No puedes asegurar que no sirvió tu esfuerzo. Puede que solo necesitaras resistir para llegar a este momento, en este lugar. A todos nos es imposible descifrar los designios del destino de antemano – no se trataba de una respuesta contundente pero tampoco de una negativa radical y con eso se conformaría por el momento.

No rechazó el nuevo acercamiento y respondió el beso con ternura. Ninguna pasión carnal podía surgir pero eso no implicaba que no pudiese disfrutarlo a otros niveles. La unión, empero, duró poco y la expresión de la joven encendió la curiosidad en la vampiresa ¿Qué pensamiento le había detenido? ¿Qué pudo causarle tal conmoción como para levantarse? Ahora había una distancia entre ellas y el lado malévolo de Daphne obligó a sus labios a curvarse en una mueca burlona. Permaneció quieta en su lugar, esperando a que las palabras fuesen emitidas. Se encontraban en medio de un baile sutil en el que el pago por la menor equivocación era la perdida de la confianza recién adquirida.

Chrystelle se alejaba cada vez más, confundida por un hecho sobre el que la misma Daphne había insistido varias veces durante la velada. El delgado cuerpo terminó apoyándose contra una pared. La vampiresa podía ver, desde donde se encontraba, la inestabilidad de la joven. En cualquier momento perdería piso y caería de bruces. Deseaba incorporarse y ayudarla a recobrarse, pero sabía por instinto que debía primero aclarar la duda antes de propiciar un nuevo acercamiento – No hay ninguna trampa Chrystelle, aunque admito que tienes razón, nada es gratis – se levantó con lentitud – Y por supuesto que hay algo que puedes ofrecerme – afirmó sonriendo – Tu cuerpo, por apetecible y hermoso que sea no es un objetivo para mí. Tu compañía por el contrario sí lo es. Deseo que te abras a mí, que me permitas buscarte y hablarte con sinceridad – observó como la joven se deslizaba con lentitud hasta el suelo. Se le veía muy débil – hay algo más. Sabes lo que soy y lo que necesito para sobrevivir. A cambio de mi ayuda quiero que me des tu sangre. Unos pocos sorbos, nada que ponga en riesgo tu propia vida pero quiero que sea algo voluntario – se silenció por algunos segundos, esperando a que sus palabras fuesen comprendidas antes de avanzar y arrodillarse en el suelo junto a ella – Lo que te pido es importante para mí pero, al mismo tiempo, lo que te ofrezco tiene una gran valía. No solo pretendo ser tu paño de lagrimas, si aceptas serás mi protegida y pondré a tu alcance lo que requieras para permanecer a salvo… para recuperar tu vida – fue muy cuidadosa. Le daría lo que requiriera no lo que le pidiese.

Una de las manos de la inmortal se posó en la nuca de la joven, masajeándola con suavidad. - ¿Es demasiado lo que pido? – su voz era apenas un susurro. Sus labios se acercaron con deliberada lentitud al cuello de la joven - ¿Estarías dispuesta a permitirme alimentarme de ti? - su aliento frió cubrió la porción de piel más cercana, justo donde dos pequeñas heridas eran evidentes, segundos antes de que depositara en el mismo lugar un beso – Ayúdame y yo te ayudare – ¿Por qué lo hacía? No era necesario. Podía cazar y alimentarse sin tener que recurrir a ello. También podría ayudarle y cumplir lo prometido sin tener que obligarla a canjear su sangre, su esencia vital, por sus favores. Pero alguna malévola fibra en su interior deseaba que ella se entregara incondicionalmente, que se ofreciera para ayudarle a subsistir. Ahora una nueva pregunta vacilaba en el aire ¿Qué haría en el caso de que la joven se negara?



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Mensaje por Ciel Manon-Geróux Lun Abr 13, 2015 9:00 pm

Una vez la distancia entre ambas se hubo ampliado, la rubia volvió a pensar con claridad, y entonces, sopesó las palabras de la vampiresa. Realmente nunca había llegado a pensar que los sobrenaturales fuesen más peligrosos para ella que cualquier otro ser humano con malas intenciones. En el momento en que ciertos clientes acudían al burdel, y cuando la madame veía que sus gustos eran "peculiares", Chrystelle siempre era el primer nombre al que la mujer acudía, a sabiendas que la joven no podía permitirse el lujo de rechazar sus mandatos. Estaba acostumbrada a ver y sufrir todo tipo de vejaciones, de malos tratos y prácticas de lo más variado, en el peor de los sentidos. ¿Por qué iba a plantearse siquiera que un vampiro, o un licántropo, pudiera ser peor compañía para las noches que todos aquellos que ya la habían sorprendido con más de una propuesta a la que cualquier persona normal se hubiera negado en rotundo? Si bien su carácter había acabado prácticamente desintegrado por culpa de sus vivencias, la resistencia de su maltrecho cuerpo había sido probada en un millón de ocasiones. Sabía que, per se, esas criaturas eran mucho peores que los simples humanos, pero mientras que no traspasaran cierta línea -como la de beber su sangre, por ejemplo-, para ella no eran más que simples clientes, con sus peculiaridades, por supuesto. Claro que si se paraba a pensarlo, ¿cómo de difícil le hubiera resultado a un vampiro requerirla por la fuerza, o incluso hipnotizarla para que fuera ella misma quien se la ofreciese. Pero Daphne era diferente... ¿o no?

O quizá simplemente había sido demasiado estúpida, y al final tanto los demonios con cara de ángel, como los seres infernales que nada hacían para controlar sus impulsos, tenían más en común de lo que ella quería creer. Y es que, como todos, querían algo a cambio por sus actos. Y por más que no pudiera sentir temor por la cercanía de la vampiresa, se deba cuenta de que probablemente lo más inteligente fuese precisamente tenerle miedo. Pero ella no era lista, o por lo menos, nunca se había caracterizado por actuar según los dictados de su cabeza, precisamente. No, la prostituta se había resignado a irse moviendo a trompicones, según hacia donde la guiaran sus circunstancias, o las necesidades que iban surgiendo en su día a día. Era el propio mundo el que la hacía moverse hacia una u otra dirección, no lo que creyera correcto, o más lógico. ¿Acaso tenía lógica que una mujer aceptase convertirse en simple mercancía, solamente por miedo? Claramente, no. Y allí estaba, planeando hacer un pacto con una vampiresa. Un pacto que desde fuera incluso podía verse atractivo, a pesar de que había mucho que leer entre líneas. Porque aunque su mente, su alma, su corazón y todos sus instintos se hubieran activado para avisarle de que debía desconfiar de ella, y de las promesas poco a poco iban escapando de entre sus labios, la simple posibilidad de que no fueran una vil mentira, la mantenía consciente. Despierta. Viva. Por muy estúpido que parezca, las personas necesitan de cierto impulso para continuar. Y ella llevaba tanto tiempo siendo arrastrada por la corriente, que la necesidad de creer era más fuerte que el recelo.

Suspiró cuando finalmente Daphne volvió a acercarse a ella. Extrañamente a lo que había pensado, después de reaccionar de esa manera tan brusca a algo que ella ya le había advertido, tenerla nuevamente a su lado la hizo sentir mejor. Arropada. Como si parte de esa fortaleza que era inherente a la naturaleza y carácter de la dama, se le contagiase. Era una sensación extraña, pero a la que no quería volver a renunciar. Sí, sabía lo que sus instintos le decían al respecto de ella, que era peligrosa, y que confiar en sus palabras tan rápido era estúpido. Pero también sabía cómo la hacía sentir, y eso no era algo que pudiera ignorar. Toda su vida se la había pasado escondiéndose de la gente, ocultando su verdadera identidad, su verdadera personalidad. Por miedo. Por vergüenza. Pero se había abierto a aquella dama sin apenas esfuerzo, y parte del peso que llevaba sobre sus espaldas ciertamente se había aliviado al hacerlo. No se había sentido juzgada, ni atacada, y ella además le había respondido desvelándole también su secreto más oscuro. Era evidente que había cierta dualidad en la relación que habían establecido. Por un lado, la certeza de que algo no cuadraba, de que había algo más que Daphne no le estaba contando, la hacía desconfiar. Pero por otro, incluso aunque tratara de engatusarla por algún motivo que desconocía, no podía evitar sentirse bien a su lado, ansiar que aquella velada se extendiese por un tiempo indefinido. Convertirse en algo más para ella. ¿Al precio que fuese?

- ¿Mi sangre? ¿Acaso no hay criaturas, mujeres más jóvenes y saludables de las que podáis alimentaros? No hay en mi nada valioso, y mucho menos el líquido que circula bajo mis venas. -Rodó los ojos hasta toparse con su mirada, y luego alzó las manos hasta enredar sus dedos en torno a las hebras oscuras del cabello de la inmortal. Todo en ella era tan perfecto que parecía salido de un sueño. De un sueño oscuro, y terrible, pero de un sueño, después de todo. Del que no quería despertarse. - No niego que vuestra propuesta es... demasiado llamativa como para que nadie pudiera ignorarla. Por eso mismo me provoca cierta desconfianza. -Ladeó el rostro para verla mejor, y no pudo evitar dibujar una sonrisa. ¿Qué era lo que tenía, que la hacía tan especial? Su rostro despedía hermosura y peligro, luz y oscuridad, y todo al mismo tiempo. Sus manos, delgadas y temblorosas, se deslizaron hacia su rostro. Frío. Pétreo. Perfecto. - ¿Salvarme? ¿Tenderme la mano para tratar de sacarme de este pozo, a cambio de algo que no tiene ningún valor? ¡Ni siquiera es un poco justo, tratándose de un pacto! A menos que... Haya algo más... Y es ese algo más lo que me asusta. No sois vos, Daphne, ni vuestra naturaleza. Es esa parte del trato que no me desveláis. -¿Acaso era posible que alguien que lo tenía todo, se dignase a ayudar a una escoria como ella, a cambio de sangre? ¿De un poco de su sangre? Le parecía todo menos creíble.

- Estaría dispuesta a cualquier cosa por vos, mi Señora, porque me recompensarais con simplemente una noche más de vuestra compañía. -Por suerte para ella, ese pensamiento nunca llegó a salir a flote. Ni siquiera sabía por qué se le había pasado por la cabeza. ¡Ja! Al final el alcohol sí que estaba haciendo estragos en su cerebro. Y el malestar general que no hacía más que acentuarse le daba la razón a este hecho. - ¿Tengo una alternativa, acaso, mi Señora? Si no fuera a cambio de mi sangre, ¿os plantearíais siquiera la posibilidad de volver a hablar conmigo? Yo no valgo nada, y vos podríais tener a cualquier persona a vuestros pies. ¿Entendéis por qué no puedo confiar en un pacto del que desconozco todos los aspectos? -Su orgullo, o su razón, tal vez, hablaron en aquella ocasión, a pesar de que el gélido aliento de la vampiresa sobre su piel hizo que torciese el cuello, facilitándole el acceso al mismo. Quería volver a experimentar esa sensación de antes, de su sangre abandonando su cuerpo, junto con sus preocupaciones, siendo arrastradas por la vampiresa al exterior. - Hacedlo... Por favor... -Rogó en un hilo de voz, apenas audible. Realmente lo deseaba. Aunque en el fondo eso implicara reconocer que aceptaba el trato.

Pero no lo diría en voz alta. No todavía. No era tan estúpida.


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