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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Caleb Thanos Dom Sep 15, 2013 4:13 pm

El sol de París lucía pálido en aquella tarde de invierno. En el exterior debía de hacer frío y bastante a juzgar por los gruesos chaquetones que usaban los viandantes –o al menos los que se los podían permitir–. Eran mucho más calurosos que cualquiera de los que hubiera visto por Mirthira desde hacía al menos una década, cuando la horrible costumbre de usar trajes de piel para indicar el poder adquisitivo había sido erradicada. Al otro lado del cristal, es decir, donde me encontraba yo, la temperatura era agradable, controlada por un par de estufas para que los pudientes clientes que se hallaban en su interior se encontraran a gusto. Y yo estaba en la gloria, disfrutando de una de las que yo consideraba maravillas de la cultura culinaria francesa: el café au lait.

- Muchacho, tráeme otro; rápido – exigí a uno de los jóvenes que se encargaban de atender a los usuarios. Ya tres tazas se habían derramado por mi garganta y ya sentía el nerviosismo en el cuerpo, pero la verdad es que el suave gusto que tenía aquella bebida me resultaba, sencillamente, irresistible. En mi ciudad, la élite también consumía dicho bien de importación, aunque siempre se tomaba al modo turco y, según rezaban estos, el brebaje debe ser negro como el infierno, fuerte como la muerte y dulce como el amor. Con dicha descripción uno se puede hacer idea de cuán amargo era el sabor.

Al fin, tuve entre mis manos la tibia porcelana que apresuré a llevar a mis labios, quemándome suavemente mi delicada piel. No me importó, pues, como se dice, sarna con gusto no pica, así que sencillamente cerré los ojos para degustar mejor el líquido manjar. Al abrir los párpados, volví a mirar a mi casual compañero, con el cual me había encontrado hacía apenas unas horas y con el cual había entablado un largo intercambio de opiniones sobre la sociedad y la revolución llevada a término hacía unos años atrás. Por supuesto, tenía un cercano parentesco con alguno de los nobles del país, aunque, por suerte, no había heredado ningún título y se había salvado milagrosamente de la guillotina. Sin embargo, sí que había recibido el dinero suficiente como para convertirse en parte de la nueva élite, la cual se autodenominaba burguesía, y en ello radicaba mi interés en él.

- Como le decía, la sociedad siempre ha estado formada por amos y por sus esclavos, se denominen como se denominen. Así ha sido y así será– continué dirigiéndome a mi rollizo camarada -. Llámense reyes o llámense jefes, ¿qué importa? Quien controla el dinero, controla el país, aquí y en Pequín.

- Totalmente de acuerdo, mi buen amigo, totalmente de acuerdo. El populacho sólo busca tener un buen dueño – reafirmó él mis palabras, pareciendo no querer aportar nada más a la conversación.

- El anterior soberano les trataba sin cuidado y ellos le mordieron la mano. El rey fue tonto y no supo controlar a sus perros, que ahora buscan un nuevo dueño – mis palabras evidenciaban el relativo desprecio que pudiera sentir hacia las clases medias y bajas.

- Y ahí es donde entramos nosotros, mi querido colega. Nosotros, los de nuestra clase, seremos los nuevos dueños de Francia; inclusive del mundo, si jugamos bien – el varón alzó las manos, exaltado, antes de pasarse una mano por la calva y yo le contesté con una mirada que evidenciaba mi vergüenza ajena por su exagerada actuación. Por mi parte, no aspiraba a tanto; era demasiado esfuerzo el que había que realizar para alcanzar tamaño objetivo.

En dicho momento, volví a descuidar la atención que me prestaba el ricohombre para dedicarme a degustar de nuevo la mezcla que tanto me había cautivado, efectuando en el proceso el hábito que estaba adquiriendo a cegarme. Fue un tremendo error, pues, mientras mi consumición se precipitaba a mi cavidad bucal, sucedió un evento que nadie en el interior del local esperaba y que dio fin a mi dicha. ¡Oh! Mi corazón pareció querer salírseme del pecho justo antes de comenzar a latir desbocado mientras mis oídos eran privados del gozo del clavicordio para resultar ensordecidos por un estruendoso ruido mientras mi cuerpo se precipitaba contra el respaldo, impulsado por la fuerza de la explosión. Noté un fuerte dolor en la mitad derecha de mi pecho, allí donde se había dirigido a estamparse uno de los fragmentos que resultaron arrancados de algún muro, robándome la respiración por unos cuantos segundos en los que llegué incluso a temer por mi vida. También resulté herido por unas pequeñas magulladuras que marcaban la hasta entonces impoluta piel de mi rostro, las cuales me escocían en demasía, ya que no era un sufrimiento que yo hubiera requerido. Me sentía aturdido a la par que ofendido por dicho trato hacia mi persona y no tardé en fijar mi mirada en mi contertulio para preguntarle si aquello era algo normal en el lugar, pero lo único que encontré fue una mirada vacía que no tardó en ser empañada por el rojo que surgía directamente de la brecha que le había ocasionado un trozo desprendido del techo. Estaba muerto, pero, para ser sinceros, no me preocupó mucho su fallecimiento, como tampoco me alarmé por la pérdida de aquel anodino personaje, no entonces, que tenía asuntos más importantes que atender. Llevé, por lo tanto, mi mano izquierda a la mejilla para comprobar que también se hallaba sangrando y, justo cuando iba a buscar a algún otro sobreviviente al accidente, un grito inundó la estancia.

- Corsica libera! – pronunció una desconocida voz cuyo origen no logré identificar. No entendí la lengua en la que se pronunciaba, pero, lo que me quedó claro, era que aquella detonación no había sido casual y, siendo francos, la intriga que me embargó fue suficiente como para paliar mis aflicciones y ayudarme a levantarme en busca de alguien que me explicase lo que acababa de suceder.


PD: La explosión es un atentado efectuada por los standitus, un grupo de rebeldes que buscan la independencia de Córcega por medio del terrorismo. On-rol ya debería llevar unos pocos ataques por medio de explosivos en Francia, pero principalmente en París.
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Mensaje por Lissander C. Arcalucci Lun Sep 16, 2013 11:13 pm

Bendito café de Paris, benditas las manos que lo hicieron realidad, y bendito el instante donde pensé y decidí entrar a este lugar. Era la primera taza del día, la primera desde hacía mucho, cabía destacar, y es que, un viaje de Asís hasta Paris, debía pedirse algunos recortes para ahorrar presupuesto, y obviamente, la compra de café fue uno de ellos. Ese día de invierno en particular andaba comprando algunas cosas con su hermana, para la casa y buscando lugar para montar el consultorio con el que trabajaría, estaba paseándose por las calles desde hacía varias horas con ella, cargando un par de cosas tontas, un cuadro pequeño, un florero, y ese tipo de adornos, cuando convenció a Eris de entrar a ese lugar. Ni le prestó atención al nombre del local, solamente el olor acarició su sentido olfativo y lo arrastró sublimemente hasta la silla y mesa donde estaban sentados.

- Sé que no te gusta el café, pero permíteme degustarlo a mí… - Le indicó aquel de platinados cabellos a su joven hermana, mientras llamaba al muchacho que atendía, - Por favor, un café para mí y un panecillo para la señorita… - Indicó amablemente con su varonil voz, todo mientras le devolvía la mirada a su hermana, era la primera salida juntos después de la mudanza, lo correcto era compartir un poco más con ella. - ¿Te gusta Paris entonces? - Le preguntó, mientras sus codos se afincaban a la mesa, y sus manos se entrelazaban, escondiendo su rostro detrás de ella, era una pose bastante típica en él.

El frío que asediaba en las calles le invitaba a tener una bufanda gris en el cuello, un chaleco de una tela gruesa de color negro que cubría todo su torso, y unos pantalones del mismo tono, la verdad, es que no usaba mucho color, no le gustaba, ya suficiente era con tener que ver colores en los vestidos de su hermana, que obviamente si los lucía.

- Espero pronto poder tener el consultorio, eso nos dará un buen sustento para vivir acá, y tener dinero para los dos. - Justo en ese instante, se acercaba el muchacho con su café y el panecillo, que puso a cada lado donde estaban los dos hermanos Arcalucci. Tomó entonces la taza de café y la llevo a su boca, y fue cuando entonces sintió una especie de paz interna en todo su cuerpo, si, amaba el café, era uno de sus placeres culposos, podría decirse, por ello disfrutaba tanto de una buena taza al día, y siempre acompañado de un buen lugar o momento, incluso de una buena compañía, como en ese instante lo disfrutaba al estar en frente de Eris.

Pero esa paz que le brindaba tomarse aquel líquido amargo iba a ser destruida, literal y metafóricamente.

Entregándole una media sonrisa a la joven interlocutora que tenía, desvió por un segundo la mirada hacia las personas que entraban al café en ese momento, su aura, ese maldito color rojo oscuro que obviamente denotaba rabia e ira estaba en ellos, por tanto antes de poder decir o hacer algo, solamente se escucho aquella detonación en el lugar, gracias al cielo que estaban al fondo del local, por tanto solamente sentirían la onda de choque y varios golpes de escombros pequeños, obviamente se cayó de la silla y su acción seguida fue acercarse y abrazar a Eris con todas sus fuerzas para pronunciar en el oído de su hermana: - Unsichtbares Schild - Ella sabría que es, es un hechizo que habían practicado cientos de veces, era una barrera que el usaba en combinación con sus habilidades de ilusionismo, para hacerla totalmente invisible a los demás, la conmoción del lugar los cubría y obviamente nadie vería la protección tipo cúpula que tenían sobre ellos.

Unas palabras. Un hechizo. Una segunda detonación.

- ¡Maldición! - Alcanzó a decir con rabia, mientras un pedazo del techo caía delante de ellos, su cuerpo abrazaba el de Eris, no dejaría que nada le pasara, eso sería sobre su cadáver. - Eris no entrés en pánico, recuerda que estamos juntos, vayámonos de aquí. No te separes de mí, y siempre ve detrás. - Desharía entonces el hechizo, y se levantaría con cuidado para echar un vistazo, aun habían gritos en todos lados, y cuerpos extendidos en el suelo, no podía salvarlos a todos, era mucho más peligroso.

En su mente solo rebotaba una palabra: “¡Maldición!” repetida una y otra vez.

Es entonces cuando haciendo un ademán hacia Eris para que lo siguiera, comenzaría a caminar algo apresurado, confiado de la presencia de su hermana detrás; ya llegando a la puerta vería a un hombre, tenía una herida en el pecho y algunos golpes en la cara, estaba despierto, si no lo atendía y lo dejaba así, podía morir, y es entonces que en ese instante odio con todas su fuerzas ser médico y tener ese espíritu de ayudar al necesitado.

- Señor, está herido, déjeme llevarlo conmigo, soy médico, puedo ayudarle, úseme como apoyo para caminar… ¡Vayámonos antes de que venga otra detonación!  - Lissander se pararía a su lado y buscaría pasar su mano derecha hacia el costado izquierdo de aquel desconocido para poder ayudarlo a caminar, claro, si este se dejaba el podría hacerlo, de no ser así, habría arriesgado su vida y la de su hermana, en vano.

¿Aceptaría la ayuda aquel brujo de clase alta?
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Mensaje por Eris Arcalucci Mar Sep 17, 2013 12:50 am

Estaba contenta, con mucho frió pero contenta. Por fin había salido con Lissander a caminar un poco por París y comprar algunas cosas. Se arrebujaba dentro de su suave abrigo color blanco con botones y bordes dorados para sentir calor,  cuando siguió la mirada de su hermano hasta un pequeño local a pocos pasos de ellos, sabia que entrarían allí para satisfacer la necesidad de su hermano de ingerir un buen café.

A pesar de no disfrutar de dicha bebida no negaba que le fascinaba el agradable olor que desprendía, dio una suave inhalación y dejo que el encantador aroma le invadiera su ser y le hiciera hasta sentir un poco de calor. Llegaron hasta una de las mesas del fondo y simplemente asintió cuando su hermano le pedía que le dejara disfrutar a él de su bebida y ordenaba un panecillo también para ella. -Gracias...- dijo un poco bajo, pero lo suficiente para que el joven frente a ella escuchara.

Se dedico a observar un momento el lugar sin detallar mucho en realidad, hasta que la voz de su hermano la trajo de vuelta a la realidad preguntando su opinión sobre París. -Es agradable, pero aun hay mucho por ver antes de emitir un juicio justo- respondió sonriente mientras se quitaba sus guantes.

Mientras el joven que los atendía colocaba la orden en la mesa ella continuaba su conversación, quería que su hermano sintiera toda la confianza que tenia en él -Lo sé. Pronto estaremos bien y todo sera mejor.- dio un bocado a su panecillo con calma, estaba delicioso, limpio las migas que sin querer cayeron sobre su ropa y sonrió para sí, le diría a Lissander para regresar a este lugar.

Pero eso no iba a suceder; ella no se percato de las personas que ingresaron al lugar, mucho menos pudo predecir sus intenciones, ni fijarse en la expresión de su hermano en ese momento.

Cuando se escucho aquel estruendo, junto a paredes y cosas desmoronándose, de su garganta escapo un grito digno de una infante y se lanzo al suelo. Sintió los brazos de Lissander envolverla y le escucho hacer un hechizo para protegerlos, ella no lo había pensado, ni siquiera recordó sus habilidades por volverse presa del pánico.

Lo escucho otra vez, era como una explosión, sus ojos se inundaron de lagrimas, se tapo los oídos con las manos y de repente su boca hacia eco de sus pensamiento repitiendo casi histérica -¡Vamos a morir! ¡Vamos a morir!- Su hermano intentaba calmarla, le recordó que estaban juntos como una promesa de que así estarían a salvo y le pidió seguirlo y ella obedecería sin problemas esta vez. Lo oyó maldecir un par de veces mientras se encontraba a sus espaldas, hasta que se detuvo.

Se acercaron a un hombre herido pero consciente, ella porque seguía a su hermano y Lissander por su estúpida vocación y necesidad de salvar vidas. -Maldición, justo ahora quiere ser héroe- susurró muy por lo bajo mientras observaba como su hermano tendía la mano a aquel desconocido. No es que quisiera ser egoísta, solo quería que su hermano y ella estuvieran a salvo mas que cualquier cosa, solo se tenían el uno al otro. Y ayudar a un desconocido que de paso estaba herido podría hacer mas difícil salir de allí en caso de que hubiera otra detonación.
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Mensaje por Caleb Thanos Miér Sep 25, 2013 5:13 pm

El lugar estaba destrozado. Una verdadera desgracia lo que había sucedido con aquel elegante establecimiento del que sólo habían permanecido ilusiones rotas y un cúmulo de ennegrecidos despojos. A mi derecha, donde antes se encontraba una gran cristalera, tan sólo quedaba la ausencia de la misma y esos cortantes a la par que afilados bordes que parecían querer atentar contra mi integridad con su mera existencia. A mi otro lado, en medio del pasillo y entorpeciendo el tránsito, descansaban los restos de la antes exquisita lámpara de araña, cuyos cristales se hallaban desparramados a su derredor por el sucio entarimado de madera. ¿Y los cómodos asientos? ¡Echados a perder! Llenos de polvo y suciedad, rasgados sus recubrimientos y manchados de los restos de sus anteriores usuarios. Pero, pese a todo, era hermoso. ¡Oh, sí! ¡Claro que lo era! ¿No había sido aquello uno de los exponentes del lijo parisién? ¿No habían reído los clientes y no habían disfrutado de una apacible tarde al resguardo del atroz clima’ Pues aquella felicidad tan sólo insistía en lo sublime de su repentina destrucción, en la grandiosidad de un suceso que, en ese instante, el gélido viento que inundaba el local se encargaba de recordar. Resultaba curioso, pues me encontraba tan disgustado con los malhechores como agradecido a dichos artistas, porque eso es lo que eran, maestros del acto que querían proporcionarme una nueva y magnífica experiencia. Sonreí y quise incluso aplaudir por la increíble representación, mas una segunda explosión me lo impidió, obligándome a regresar súbitamente a ese asiento del que, sin dilación, me apresuré a levantar.

Me llevé la mano contraria al pecho porque, ¿para qué vamos a engañarnos?, me dolía, por mucho que el éxtasis en el que estaba inmerso hiciera las veces de opiáceo y mitigase la molestia. Observaba todo y nada, con la mirada perdida, al tiempo que escuchaba esa cacofonía conformada por las voces de los supervivientes y el crepitar del fuego. Me horrorizaba, disfrutaba de dicho horror y me sorprendía del disfrute, permitiendo que una tras otra las emociones se encadenasen en mí, embargándome y propiciándome uno de los más intensos momentos vividos en esos meses. Sin embargo, por alguna cruel razón del destino, hube de ser perturbado y la espléndida ilusión de plata y oro se desvaneció en el aire, dando paso al aroma del roble quemado. Miré a aquel muchacho, hombre o la clase de varón que dijese o creyese ser con una clara desilusión impresa en mis azuladas pupilas. Sin embargo, me encontré con unos ojos casi gemelos, al menos en lo que a tonalidad se refiere, encajados de cierta agradable manera en un rostro de armoniosas proporciones. Debo mencionar que mi primer pensamiento, antes incluso de contestarle, fue la percepción de que era claramente atractivo, con ese cabello rubio, ni corto ni largo; aunque también debo añadir que en aquella ciudad todos resultaban agraciados por alguna razón que jamás llegué a entender, quizás alguna sustancia en el ambiente o, quizás, la inclinación con la que los rayos solares incidían en aquel afortunado rincón del mundo. Realicé un suave a la par que fino asentimiento permitiendo que aquel me asiese por el lateral de mi torso sin lastimar, más por el contacto del gallardo que porque requiriese realmente ayuda alguna. Comencé a caminar, amoldando mi paso la ajeno, cuando, de repente, noté la presencia de una tercera persona en la cercana proximidad. Miré hacia el lugar y descubrí a esa señorita de ese mismo matiz de melena que se emplazaba en algún punto entre el castaño claro y la coloración del trigo; la mala luz me impedía precisar dónde. Mi pronta impresión fue que ambos serían pareja y mi gozo se esfumó, aunque regresó en las posibilidades de un ménage à trois. Sólo entonces me percaté de que ambos tenían el mismo mirar y, entonces, llegué a la impresión de que serían hermanos, aunque mi interés por el posible encuentro seguía siendo el mismo. El único problema que había al respecto era esa desagradable e incordiante moral que tendían a tener los continentales y de la cual los franceses no habían logrado deshacerse. Una vez marcados en mi cabeza los pros y los contras de mis deseos, procedí a centrarme en escapar de ese lugar del que ya no quedaba por aprovechar ni para mis más retorcidos gustos.

El exterior nos recibió con el frío que permitía a la nieve empezar a caer, mezclándose con las cenizas que ya embellecían el aire, y con una multitud que se agolpaba alrededor de la entrada. Algunos gendarmes luchaban por controlarla mientras otros comenzaban a entrar al interior. Les reproché con mi simple mirada por llegar tarde a salvar al único, o únicos, que debieran de haber rescatado o, al menos, a los únicos cuya salvación debiera de importar. Decenas de ojos se clavaron en nosotros y yo aproveché para corregir cualquier desperfecto que pudiera haber sufrido mi porte. Quizás ensuciado, quizás magullado, pero Mah’Khälé Kajh siempre se hallaba deslumbrante. Y aproveché también para comenzar la verdadera escena, por fugaz que pudiese resultar.

- ¡Señoras, señores!  – clamé a la multitud – Agradezcan a este caballero su generosidad y su altruismo. Éste que, en un alarde de heroísmo, ha arriesgado su vida para rescatarme a mí – remarqué esto último para recalcar el quid más importante de la cuestión, dejando de lado a la señorita, pues claramente ella no había realizado ningún esfuerzo por ayudarme. Una mujer del populacho comenzó a hacer chocar sus guantes, propiciando que el resto le siguiera en aplausos y vítores que elogiaban a aquel valiente. Por supuesto, no lo hacía por él, sino por la mera devoción que profeso hacia el teatro y mi afición a convertir el día a día en la más perfectísima representación. Mostré una sonrisa y me dispuse a dar la espalda al gentío para colocarme frente a ambos -. Disculpadme por no realizar la correspondiente reverencia, mi pecho me lo impide – me excusé, aunque en realidad no resultaba ser más que un pretexto pues prefería ahorrarme dicha formalidad con ellos -. Mi nombre es Caleb Thanos, ¿serían tan amables de permitirme saber la identidad de mis salvadores? – me presenté ante ellos con mi seudónimo a la vez que intentaba iniciar una conversación, la cual esperaba que ni muriese pronto ni me llevase a ningún puerto.
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Mensaje por Lissander C. Arcalucci Miér Sep 25, 2013 11:02 pm

Ser el héroe nunca fue de su agrado, no le llenaba, no le apetecía, no gustaba de ser el centro de atención y que todos fuesen a amarlo por ello. Pero, nunca había estado en una situación como aquella, nunca había sido un sobreviviente a un ataque terrorista de brujos, porque sí, sabía que esas palabras raras que escuchó antes de la última detonación eran de un antiguo lenguaje usado por hechiceros de quién sabe qué clase o etnia, no las reconocía, y ese instante no era el adecuado para averiguarlo. Logró con éxito poder tener a aquel hombre herido en su poder, tomó con cuidado la parte que accedió a tocar, y lo sacó afuera a pasos bien coordinados como si de un baile se tratará, donde verdaderamente el frío les arropaba cual bella madre a un hijo suyo antes de dormir. Paris podía ser tan hermoso como peligroso, se atrevería a pensar en aquel instante tan poco adecuado.

La multitud afuera intentaba ser tan humana como siempre, curiosa por naturaleza, buscando saber que paso, como paso, cuando, porque, y todo el par de detalles que cualquiera podría leer en el periódico del día después, claro, con un par de exageraciones demás. Avistando en ese instante que salió triunfante de aquella pocilga, toda la destrucción que causaron aquellos malhechores, todos los inmuebles destruidos, el ardiente fuego consumiendo lo que quizás podía salvarse, y los cuerpos inertes en el suelo, sobre todo eso causo cierto pesar y cierta curiosidad en Lissander, que aun llevando a un sobreviviente a cuestas, veía todos aquellos que no pudo salvar, todos esos seres indefensos que solo fueron a disfrutar del contraste de un café amargo y caliente con el fresco y cruel clima invernal de aquella ciudad. Pobres, pobres, pobres… pudo pasarse por su mente ese pensamiento, como a continuación se pasaría el hecho de que pudiese usar esos cuerpos para muchas otras cosas útiles, y ahora, serían desperdiciados en la morgue, y luego para producir lágrimas en un velatorio, y al final, a pudrirse en el cementerio. Otro desperdicio más.

Dejaría ir al hombre que salvó y escucharía sus palabras a la multitud agradeciéndole y causando cierto furor en la comunidad presente, cosa que solamente produjo en él una media sonrisa y un ademán de su mano diestra dando agradecimiento a los demás, sin pronunciar una palabra, porque no quería dar muchas explicaciones. Casi ni los miro, sus orbes azules se pasearían por ellos como las mismas garras frías del viento podían acariciar aquellos rostros, no tenía intención alguna de disfrutar de dicha fama. No era afanado al espectáculo, como quizás lo era aquel buen hombre.

- No se disculpe caballero. - Negaría con suavidad con la cabeza, tratando luego de clavar aquella seria expresión de su mirada, en los azules iris de su interlocutor, que ahora que los veía se percataba del parentesco que tenía con los suyos, ¿curioso, no?, - ¿Me permite revisar su pecho? Como dije cuando le saqué de allí, soy doctor, puedo ayudarle, si usted quiere, claro está. - Primero que su presentación, popularidad y heroísmo ante todo, estaba la salud de sus pacientes, ese juramento que hizo el día que acepto el título de doctor no fue en vano, y también quería saber más de lo que pasó allí, quizás aquel podría darle una pista, en todo caso, el estuvo mucho más cerca de los atacantes. - Mi nombre es Lissander Arcalucci, y esta señorita de acá es mi hermana, Eris Arcalucci. - Hizo un leve señalamiento con su mano, para mostrar la presencia de aquella que le seguía. - Es un placer conocerlo… Señor Thanos. - El si haría una corta reverencia con su cabeza y parte del torso, los modales siempre iban de la mano con aquel joven, aprenderlos no fue fácil como para olvidarlos rápidamente.

No se percataría de aquellos cabellos rubios suyos un poco desordenados en su cabeza, o de las manchas grises de polvo en sus ropajes negros, ni en su cara, eso era lo de menos en esos instantes, porque solamente pensaba en una cosa: su actual paciente. - Si usted quiere, y espero que así lo quiera, podríamos ir a nuestra casa, donde tengo todos los utensilios médicos para poder curarle óptimamente, Señor Thanos. - Esa petición del primogénito Arcalucci estaba basada en que aun no tenía trabajo particular, en el hospital público, como para portar su maletín con sus cosas, y además de que prefería estar en un lugar seguro, pues, si aquellos terroristas habían atacado en pleno café lleno de gente, ¿Por qué no lo harían en plena calle donde estaban más vulnerables?

Para aquel desconfiado hombre, todo a su alrededor era peligroso, sus poderes estaban despiertos cual fiera preparada para atacar y se podía decir que a cualquier acción tenía un hechizo en la punta de la lengua, a todos los que veía les descifraba su aura, no podía permitirse otro ataque, no podía permitirse más muertos, aunque a final de cuentas, todos íbamos a morir tarde o temprano, su hermana estaba presente y debía ponerla a salvo.
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Mensaje por Eris Arcalucci Vie Sep 27, 2013 10:06 pm

Entre  humo, llamas, escombros y cuerpos inertes, empezaba a sentirse uno de los personajes de esos libros que normalmente leía, en una de esas escenas trágicas que marcan a los protagonistas. Pero ella no se sentía marcada, sino desesperada por salir de aquel deprimente lugar, que sí quedaría marcado, tanto por el recuerdo de lo que alguna vez fue, como por la muerte que quedara impregnada entre los escombros.

Debían salir de allí cuanto antes. Su hermano por fin logro poner en pie al sujeto herido y emprendió el camino a la salida arrastrándolo con él. Al llegar afuera el frió la golpeo sin compasión, había olvidado como se sentía estar afuera pero lo prefería mil veces antes de quedarse allí, se fijo en la multitud de personas que detuvieron su andar solo para ser espectadores de lo que seria, seguramente, el próximo tema de conversación en reuniones y comidas de la ciudad, todos ellos solo viendo sin expresar la más mínima intención de ayudar.

Solo esperaba por su hermano, una vez que dejara ir al hombre que rescato podrían marcharse ¿Cierto?
No, ese no era el plan del destino. De pronto el hombre que habían rescatado hacia todo un show para hacer ver a Liss como un héroe nacional "-Lo que faltaba. Ahora háganle un altar-" pensó con molestia mientras que su expresión mostraba obvio desdén por el acto. Se giro un poco la espalda a la espera de que la orden de marcharse a casa, mientras el "héroe" seguía ofreciendo sus servicios, y ella seguía estando nerviosa e incomoda, toda sucia, con olor a cenizas y el recuerdo demasiado fresco en su mente de las detonaciones que cobraron vidas y que por un milagros del cielo ni ella ni su hermano estaban entre ellas. Dio un leve asentimiento cuando el hombre se presento y volvió a girarse para hacer una correcta reverencia ante él cuando su hermano la presento. "-Son demasiados formales hasta después de casi morir. ¿Como lo hacen?-"

De verdad esperaba que el hombre declinara el ofrecimiento alegando que ya habían hecho suficiente, ella lo creía así. Pero alguien, específicamente su hermano, parecía no estar de acuerdo. Había invitado a su nuevo paciente a la casa para atenderlo ¿Que no lo podía entender allí? Ella era totalmente consciente de que no se podía, después de todo era enfermera desde hace tiempo y sabia que hacerlo de este modo seria totalmente inadecuado. Pero su inmadurez e imprudencia no le permitían ver mas allá para entender lo que quería o pensaba su hermano al invitar a ese desconocido.

Se acerco hasta y poniéndose de puntillas para llegar al oído le susurrándole de manera bastante indiscreta su opinión -Yo no quiero llevarlo a casa. No lo conocemos y ya tenemos suficientes emociones para una noche- No esperaba que su hermano estuviera de acuerdo, mucho menos que le hiciera caso, tampoco le importaba lo que pensara es señor Thanos de su comportamiento. Ella solo quería informar de su inconformidad, era mas como un aviso de que esta noche no estaría muy dispuesta a colaborar. Se giro un poco dando la espalda a los caballeros que le acompañaban, al fin y al cabo ella no seria ni tomada en cuenta en la conversación ni en las decisiones de estos, solo le quedaba encogerse mas en su sucio y estropeado abrigo a la espera de las acciones de su hermano para seguirle, porque a pesar de todo, ella siempre le seguiría a donde sea que él deseara llevarlos.
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