Una visita inesperada [Libre]

Las bajas temperaturas nocturnas eran el preludio del duro invierno que se aproximaba a pasos agigantados a la capital francesa. Apenas llevábamos unas semanas instalados en la ciudad, y sin embargo los espectadores iban disminuyendo cada noche debido al gélido clima otoñal. Aquella noche no había sido muy distinta, y con apenas una veintena de clientes el espectáculo terminó antes de lo previsto. Sabía por experiencia que aquel cambio repentino en la función no era un buen presagio, y en efecto, los gritos del director del circo no tardaron en escucharse en cada rincón del circo.

Cubriéndome por completo con una austera manta de paño que me había sido proporcionada junto a mi lecho de paja, escuchaba nerviosa como aquel hombre que me había comprado a mis padres y convertido en su esclava, culpaba a todos los miembros del circo de los escasos ingresos que estaban llegando los últimos días a las arcas del mismo. Gritaba enfurecido por no obtener los beneficios que pagasen sus vicios, amenazando con tenernos a pan y agua si no conseguíamos que la situación cambiase. No era la primera vez que pasábamos por una situación similar, deduciendo que pasaríamos hambre durante un largo tiempo.

Poco a poco los empleados del circo fueron volviendo a sus caravanas, explicando la precaria situación a sus familias. No me era difícil percibir los diferentes murmullos procedentes de cada rincón del campamento, sintiendo las auras de preocupación de muchos de los humanos que allí se encontraban. Y así, acompañada del arrullo de sus voces, fui dejándome llevar por los brazos de Morfeo, hasta que un sonido extraño me sacó de mi ensoñación.- ¿Quién anda ahí?- pregunté extrañada, asomando la cabeza de entre la manta, buscando con la mirada el dueño de un aura que no conseguía identificar.

El invierno se me hacía la mejor fecha para decidir recorrer las calles de París, la oscuridad y la nieve hacían un hermoso dúo siendo el ambiente perfecto para olvidar un poco la decena de pacientes que hoy habían causado problemas, imaginando síntomas o quejándose de lo limitado que estaban las instalaciones, poca acción había tenido la guardia. Antes cordialmente había aceptado una invitación de un compañero del hospital, aunque el circo no era de mi agrado no me quedaba de otra que cumplir con mi palabra e ir, poco tenía que perder, viéndome abandonado como era de esperarse pues aquel compañero nunca se presento porque había olvidado que le tocaba la guardia nocturna.

El número de espectadores era escaso, sus razones debían tener, pero vaya decepción sentí al ver como terminaban el espectáculo antes de lo acordado, una razón más para no sentir algún apego por dicha distracción, al menos tiempo suficiente para distraerme debía tener. Cuando se retiraban una de las integrantes del circo había captado mi atención, una mujer cuya belleza sería suficiente para después notar su aura conocida. Mi intriga me ganaría, transformándome cuando las personas me dieran la espalda, no todos los días tenía el privilegio de conocer a alguien que compartía la magnificencia de mi raza.

Suspiré profundamente mientras mi cuerpo disminuía su tamaño hasta los 20 centímetros, mi piel cambiaría de blanca a amarilla con puntos negros y posaría sobre cuatro patas, exhibiendo una cola delgada pero del largo del resto de mi cuerpo; un camaleón.

Aquella belleza de mi piel se limitaría para tratar de pasar desapercibido entre las bancas, facilitando que siguiera los pasos de la señorita. Los gritos del director no me sorprendían, mala fama de los circos ya conocía, pero la molestia en mi ser era imposible no sentirla porque podía percibir la inquietud de la cambiante.

Controlando el coraje evitaría confrontar al hombre, por el momento, pues no la conocía a ella ni al resto de los trabajadores, mi empleo y sueño de ser más que un médico podría verse afectado si tomaba acciones bruscas. Ya había llegado a mi la resignación, dando unos pasos hacía la salida, si aquella vida habían elegido sería problema suyo. Mi piel volvería a su color habitual, poniéndome de pie y con mi cuerpo midiendo 1 metro con 77 centímetros, viéndome expuesto por unas ramas cercanas que partí en dos porque no creí estar lo suficientemente cerca para aplastarlas, quizá estar concentrado en otro asunto me había distraído de mi entorno o buscaba ser encontrado.

Giré para observar como aquella mujer asomaba su cabeza por la manta, el coraje regresaba a mi recordando como hace unos momentos se sentía. - Disculpa si te asusté - diría con seriedad pero sin buscar asustarla, fijando mis ojos en los suyos y dando un par de pasos para acercarme a ella. - ¿Por qué te dejas tratar así? - inevitable sería mi pregunta directa y un tanto grosera, poniéndome en cuclillas para así quedar al mismo nivel, que una cambiante fuera tratada de ese modo me parecía inconcebible.