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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Dimitri Lumière Mar Ago 17, 2010 1:02 pm

Tenía que encontrarla.
Horas de desesperación, días, meses... ya hacía más de una década que me había replanteado encontrar todos los instrumentos de mi teatro, y ahora, doce años después, había reabierto el teatro. No podía esperar más, no podía dejar de mostrar al público parisino las maravillas que en cada momento de la historia creaba la música, la danza, la ópera, y cómo no, el teatro. Necesitaba enseñar los pequeños tesoros que sólo tenían cabida en mi teatro, y además, tampoco me vendría mal aumentar mi fondo económico. Había decidido reabrir el teatro, y así lo hice. Estaba buscando personal, ya casi estaba todo. Tenía compositores propios, compañías de teatro interesadas, tenía público deseoso de volver a frecuentar el teatro del casco antiguo de París, el Teatre Lumière, que tantos secretos y recuerdos ocultaba tras sus muros, tantas penas y alegrías vividas entre bambalinas, tras las rejas de la entrada, o quién sabe, en las butacas y en las zonas reservadas. Pero me faltaba algo... lo mismo que llevaba buscando exactamente doce años. Una docena de periodos de trescientos sesenta y cinco días que había arrojado por la borda en busca de aquel instrumento ausente. El único que me faltaba para completar el escenario y ofrecer un buen espectáculo; el mismo por el que habían pasado artistas de las mejores tallas y cuyas teclas había acariciado mi maestro, mi creador, mi dios Zouis. Recordé a mi maître, el día que me regaló aquel joven piano de cola con teclas de marfil y con dos candelabros que perpetuaban la luz durante las noches más oscuras que había pasado componiendo.

Necesitaba encontrar aquel instrumento antes de que él acabara con mi cordura. Y tenía que hacerlo ya.
El estrés durante los últimos días había hecho mella en mí. Estaba destrozado, apenas podía descansar, y no podía dejar de pensar en él. Me corroía por completo. Llevaba más de una semana sin alimentarme, sin saciar mi sed porque no la tenía, y sin matar a nadie. No había probado la carne ni la sangre de nadie, y mucho menos el calor de una mujer. Mi casa estaba impoluta, y cada vez había más correo esperando a ser respondido. Pero no me importaba. Recordé a Carolina, preguntando a todas horas por aquel piano, y esperando una respuesta convincente que le explicase por qué la música que ella creaba para mí sólo sería interpretada por violín, violonchelo y percusión. Ella no lo entendía. Pero yo no le debía explicaciones, al fin y al cabo sólo era una empleada más, quizás con más sensibilidad que el resto, y por supuesto una excelente música, pero ya está.

Lo único que podía sacarme de mi ensimismamiento, de la tortura que suponía la ausencia de aquel instrumento, era verla a ella. No vestía mi mejor traje, ni tampoco iba más limpio que nunca, y ni mucho menos tenía mi mejor cara. Pero quería verla, y como digo, tenía que encontrarla. Al menos mi hermosa pieza de luna podría apartar de mi mente unos instantes el único pensamiento que había anidado en mí durante los últimos días.

Hice que mi mayordomo buscara el lugar dónde vivía, que se enterase de dónde residía la bella duquesa que merecía todo mi cariño y respeto. Tan sólo le di el apellido, y pudo encontrar un enorme castillo que llevaba su sobrenombre. Decidí ir a visitarla, aunque ella no se lo esperaba. Sabía que sería descortés, poco formal, y sin duda, una encerrona. Desconocía si estaba casada y por tanto no sería bien recibido allí, pero no podía esperar más. Ni siquiera estaba en mis cabales, me estaba quedando completamente exhausto y vacío de cordura, no podía pensar en las consecuencias. Sólo pensaba que ella podría minar mi dolor. Así que aparecí allí, aquella noche veraniega, esperando a que ella me recibiera con los brazos abiertos. Sólo de pensar en su piel fría pero cálida bajo mi vista y en su abrazo suave y tímido se me ponían los pelos de punta.

El recinto estaba vallado, tal como pensaba. El coche de caballos que me llevaba paró justo en la puerta. Tras abrir la cortina y comprobar que era un castillo señorial propio de un miembro de la realeza, me despedí de mi mayordomo y del cochero. Cuando bajé, observé mi reflejo en la pueta de la vaya, de negro metálico. Estaba demacrado y mis ojeras eran cada vez más sonadas. Parecía un vivo agonizando, qué ironía.
Los dos vigilantes de la puerta se acercaron a mí. Les dije mi nombre y ambos se miraron, negando con la cabeza. Me advirtieron de que no estaba invitado y que no esperaban recibirme.
-Ella... ella sabrá quién soy. Dimitri Lumière. Seguro que sabe quién soy -repetí.

Me costaba hablar cada vez más. Los días que llevaba sin alimentarme se notaban demasiado, y a pesar de todo no tenía ganas de nada, tan sólo de verla a ella.
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Mensaje por Invitado Vie Ago 20, 2010 5:04 pm

El arte, no todos la entendían, no todos comprendían aquel laberinto sumido en los paneles de la antigüedad y que conformaban un complejo medio de comunicación para el ser vivo. Sin importa su rama o lo dificultoso que pudiera ser su entendimiento, aquella sola palabra despertaba en mi diversas emociones; la amaba, idolatraba y admiraba, la tomaba como una parte de mi, como si yo fuese un rompecabezas y ese término conformara una pieza esencial en mi persona algo que brindaba belleza, armonía y alguna especie de paz que solo yo podía entender y que sobrellevaba como una compañera neutral que a veces funciona, a veces no, en ultima opción debe ser desechada, y así era, como muchas cosas más en mi vida. Por lo mismo, tales pensamientos trenzados en mi mente indicaban que allí me encontraba, en uno de los tantos salones de mi castillo, de los murales que encubrían al demonio vestido de ángel y que aguardaban dentro de sí a sus más profundos secretos y vivencias. El salón estaba completamente solitario, tal como yo lo había pedido, las horas de la noche recién comenzaban y mis criados internos no dudaron ni un segundo en retirarse a sus habitaciones cuando mi anuncio de una estancia segura en mi hogar fue dado y con este, el permiso concedido a su temprano descanso. Creo que internamente preferían de alguna manera huir de mi extraña presencia nocturna a la cual no acostumbraba normalmente mostrar, tal pensamiento relacionado con lo ilusos que podrían llegar a ser logro que en mis labios se formara una sonrisa sarcástica y llena de humor que hizo que el pincel que mantenía en mis manos se moviera con las ligereza de la acostumbrada, si, a final de cuentas era lo que hacia...pintaba.

La aristocracia y la correspondencia de los cotidianos problemas relacionados con la sociedad se mantenían propensas a mi diario vivir llegando a convertirse en una verdadera molestia de la que no podía escapar, pero, usando mi ingenio y educación lograba dar los pasos correctos para no evadir tales situaciones y salir de ellas con un fin completamente exitoso. Tal era la monotonía que decidí salir de ella como fuese, no de una manera brusca y poco común, algo tranquilo y calmo a su vez. Las visitas al teatro ya estaban completamente cubiertas y no había una puesta en escena que no hubiese visto o has un espectáculo musical cuyas tonadas repicaban y se repetían sin cesar en mi mente asegurándome la validez de mi visita. Mi sed, estaba totalmente controlada y no me apetecía aquella noche salir a cazar o a beber mi preciado elixir de algún infortunado cuyo camino guiado por la curiosidad le saldría totalmente caro y opuesto a lo deseado, por lo tanto las opciones eran escazas. En un paseo por los corredores extensos y poco iluminados de mi castillo, me tope con la historia de mis visitas plasmadas en las paredes en cuadros artísticos perfectamente diseñados y que habían sido de mi agrado por la belleza apreciada. No paso mucho tiempo para que una idea cruzara velozmente por mi persona y con una voz armónica y autoritaria llamara a Stefan, el mayordomo de mi vivienda y guía de cada uno de los mortales que conformaban los puestos de empleados y trabajadores. Mi encargo fue claro y preciso, el salió a una velocidad prudente pero segura y estaba confiada en que cumpliría con mi mandato, así era Stefan y puede que muy dentro de él supiera de lo que yo misma podía ser capaz.

El manto nocturno se acercaba, el sol estaba oculto y solo los restos del astro demostraban que era cierto lo que yo misma presentía, la puerta se abrió, lo sentí aunque reposaba en mi habitación cambiando mi vestuario, de un vestido sencillo y de residencia a mi ropa cotidiana de las noches, no necesitaba dormir y mi vanidad era lo suficientemente igualada para indicarme que la ocasión no importaba para una buena apariencia; un albornoz largo de seda blanca cubría bajo de si un vestido de corte no tan bajo y de un color celeste del mismo prototipo de tela que realzaba la suavidad de mi piel. Mis cabellos caían en suaves bucles sin ninguna pinza o accesorio que lo atara, cubrían el escote que irradiaba sensualidad en mi pecho a medida que su cotidiano movimiento se realizaba según mí andar, se movían como resortes bien formados en perfecta sintonía. Al estar totalmente dispuesta a cumplir mi capricho me encamine al salón donde solo reposaba un amplio mueble de suave tela de diseños y grabados, cuadros que decoraban las solitarias paredes y alguno que otro toque y aparador. La única diferencia era que esta vez un lienzo con un trípode de madera se posaba en medio del misterioso lugar, a su lado los implementos necesarios de pintura, todos y cada uno de ellos comprados y solo con el destino de ser usados en ese momento, un asiento de madera labrada se vislumbraba para que mi cuerpo se posara en el, Stefan había cumplido, sin duda alguna lo había hecho y, claro está, recibiría su merecida recompensa.

El se había retirado y el inmutable silencio volvía en si nuevamente indicándome que estaba a mi justa merced para realizar lo que deseaba. Tome mí puesto en el asiento mientras mis piernas se cruzaban como toda una dama sin importarme la demostración de mis perfiladas piernas a los ojos de cualquiera que pasara frente a mí. Tome un pincel, su aroma y su textura sin estrenar, agradecí nuevamente a los servicios de aquel hombre mayor que cumplía todas mis peticiones, sin pensarlo más coloque el pincel en una tonalidad verde olivo que venía con las pinturas agregadas previas a la selección de Stefan las cuales considere oportunas y adecuadas. Enseguida las primeras líneas fueron trazadas en el lienzo blanco, la visión de un paisaje se aproximaba y solo yo sería su creadora. No pasaron extensos minutos para que las primeras impresiones estuvieran listas, con delicadeza y precisión trazaba mas colores en busca del admirar correcto, lo que no contaba era que un joven perteneciente a la portería me informaría que a esas horas tenia visita.

Mi mente se aisló por completo de la ilustración de la que se había mantenido para dedicarse a pensar quien podría ser mi visitante contando con las horas que para entonces era. Su aroma, percibía un efluvio semejante y ya sentido, días antes en una habitación de hotel, no estaba lejos del hall de entrada y mis afinados sentidos me permitían aclarar mis sospechas, no podía ser, ¿será que me refería a la misma persona de los misterios de mi mente?, a aquel hombre de gran belleza e inteligencia que se había instalado en mi vida ¿el habría cumplido su promesa a toda costa?. Mi rostro permaneció inmutable a lo que mi mente difería, seguí con los trazos de pintura en el lienzo esta vez con un extraño y poco característico humor anímico, solo basto que mi criado, al notar la poca atención que le daba, mencionara el nombre de aquel ser para que mi mirada se fijara en él, si, Dimitri Lumiére había cumplido y eso era algo que lleno cada uno de mis sentidos de una extensa ola de fuego -Hágalo pasar y trasládelo hasta este lugar con la mayor educación que el Lord se merece. El criado se retiro después de una reverencia. Mis ojos volvieron a la pintura que intentaba realizar, alce mi mano en una clara demostración de que seguiría tratando de mejorarla por lo menos por unos instantes, solo que esta vez, aquellas llamas que se adueñaron de mi persona minutos antes, me indicaban que aquella noche no sería como cualquier otra y que Monsieur Lumiére volvía para llenarme de momentos desconocidos y que notablemente agradecía puesto que lo añoraba, añoraba a Dimitri.

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Mensaje por Dimitri Lumière Sáb Ago 21, 2010 6:13 am

Era inevitable, y no me extrañaba. Qué olor, tan dulcemente demoníaco y torturantemene suave. Ella estaba dentro de aquel enorme castillo, ya no podía dudarlo.
Dos hombres trajeados y con cara de sueño vinieron a recibirme tras unos minutos. Supuse que habían hablado con madame Lefevre y ella les había pedido que me dejasen pasar. La primera prueba ya estaba superada: no me había echado a patadas por presentarme sin avisar en su castillo imperial. Mis esperanzas se reforzaron con ese gesto, esperando que aquella noche, al menos aquel corto periodo nocturno, pudiese descansar en paz sin temores y remordimientos que me acosaban a todas horas. Quería volver a verla, lo ansiaba con tanta fuerza que casi creía imaginarla en su dulce lecho respirando entrecortadamente.
Deliraba.

Apenas fui consciente del jardín que me rodeaba hasta llegar a la puerta de entrada. No supe diferenciar el olor de cada flor, ni tampoco la altura de los arbutos y setos. Ni siquiera sabría decir el color predominante de cada área ni las dimensiones del precioso gardenaire. Tan sólo supe que dos hombres me ayudaban a andar y cargaban con la mayoría de mi peso, incapaz de sostenerme yo mismo. Recuerdo escaleras, y recuerdo que las paredes estaban exquisitamente decoradas. Sin lugar a dudas, el pintor de aquellas obras debía ser un profesional instruido en las mejores academias de Venecia, Florencia y Génova. También recuerdo que los corredores eran inmensos, y que las cortinas eran de color rojo. Mas no recordaba mucho más, todo se confundía con el olor de mi preciosa dama, mi querida madame Lefevre.

Cuando me llevaron escaleras arriba y atravesé los corredores, pude vislumbrar al fondo una puerta entreabierta que mostraba una estancia amplia y medio vacía. Conforme avanzaba, las formas comenzaban a tomar sentido, y supe que era un saloncito finamente decorado, con un sólo sofá y un precioso aparador de madera clara. Las obras de arte, colgadas seguramente con mucho detalle mantenían una separación entre ellas regular y constante. Equitativa. Todo parecía ser armonía en aquella casa cuya dueña no podía llamarse de otra forma que madame Lefevre. En el centro de la habitación, entre dos cuadros doradamente enmarcados, había un caballete que sostenía un lienzo apenas comenzado. Y ante él, con una figura perfecta y un porte siempre elegante y característico de su clase, estaba la silueta de la hermosa dama a la que había venido buscando. Mi luna plateada, el mejor bálsamo en una noche como aquella, en la que mi propia conciencia no me dejaba descansar. Vestía de manera muy distinta a la última vez que la ví. Recordé aquel vestido con encaje y tul que llevaba la última vez, el mismo que yo pude deslizar de su cuerpo y quitar la presión que ejercía sobre el cuerpo de aquella dama pétrea y de piel marmórea. Ahora, llevaba un vestido más corto, que no rozaba el suelo, de seda celeste que realzaba el color blanquicino de su piel. Su mortífera belleza me embriagó una vez más, en especial al ver que, sobre la bata que también de seda que cubría su vestido, caía en cascada sobre sus hombros los rizos oscuros que más bellos recuerdos me traían. Ese aroma de violetas y almizcle del pelo que hoy llevaba completamente carente de ataduras, se mezclaba con el suyo propio, formando un aroma perfecto.

Al percatarse de mi presencia, sus rizos se movieron en cuanto ella giró el cuello para verme. La iluminación de su bello rostro me pilló desprevenido; sus ojos, pacientes y llenos de irónica vida, se quedaron fijos en mí, acorde con una hermosa sonrisa que se deshizo en cuanto observó mi estado.
Mi pálido rostro demacrado pudo sonreír al verla, y juraría que mi ánimo se levantó más que levemente. Pero seguía notando la sed que no era capaz de saciar, y la falta de alimento que cada vez más, dejaba una huella imborrable en mí.

-Bonnuit, ma belle madame. Perdone mi apariencia -dije soltando a los dos sirvientes que me habían acompañado hasta allí.- Lamento interrumpir su tranquilidad... y su afición por el arte -dije mirando aquel lienzo a medio comenzar. - Necesitaba volver a verla.
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Mensaje por Invitado Sáb Ago 21, 2010 12:52 pm

Mi mirada, clara esa noche por la ausencia de la sed que me embriagaba diariamente, aun se mantenía fija en el lienzo sin empezar, ni siquiera había llegado a sus mediados en donde se suponía que el paisaje mínimamente se vería claro o se podría distinguir el verdadero sentido de la obra artística. Ahora que lo notaba, no tenia algún punto de referencia, solo pintaba por eso, por pintar, por desahogarme como lo dirían comúnmente los seres humanos, solo que esta vez, a diferencia de la vida mortal, no tenía ninguna emoción aparente a la cual alejar de mi ser, ni tristezas, ni rabia, ni dolor, nada semejante que quisiera apartar de mi como si fuera una peste peligrosa y letal, eso era lo beneficioso de la inmortalidad. Verdaderamente muy pocas veces hallaba dentro de mi ser emociones ligeramente parecidas a los poseedores de vida, a los seres humanos, aquellas sensaciones negativas no se apoderaban de mi a menos que su fuerza fuese mayor a lo que a me respecta y de esa manera me tomara desprevenida para llenar cada espacio de mi y albergarme, cobijarme y solo recorrerme como hilos de pensamientos que no me daban escapatoria alguna. Muy pocas veces tal suceso ocurría y de alguna manera agradecía a mi fuerza interna que era más que todo lo que dentro de mi habitaba ya que de esa forma salía triunfante y exitosa ante tales...conflictos, si, conflictos personales. Por todo esto, y el mar de pensamientos y palabrerías que ahora se encontraban en mi mente, me atrevía a atribuir tal creación artística, que frete a mí se encontraba, a uno de los tantos paisajes a los que había visitado y cual olvido aun no había llegado pese a su hermosura y cobijo.

Mi mano se movía con gracia y suavidad aun sobre la pintura que poco a poco se llenaba con más colores y figuras abstractas a los ojos lejanos. Estaba dividida, yo misma lo sabía, mi atención no pertenecía totalmente al cuadro que, en vano, intentaba realizar, tal parte de mi se dirigía hacia los pasillos, hacia la entrada de mi hogar, agudizaba mis sentidos lo más posible para sentirlo, para poder llenarme de él incluso con el olfato antes de que su presencia se diera en el salón donde yo me encontraba. Oía voces y pasos torpes a los cuales atribuí a mis criados que se dirigían a cumplir la petición encomendada por mí, el trazo sobre el lienzo aun no cesaba, incluso podría decir que esta vez la belleza del retrato era más notoria que minutos antes, estaba ansiosa y eso era lo que demostraba. Posteriormente, sin necesidad de que pasaran largos minutos sentí el cerrar del gran portón de bienvenida a mi morada, no me dio tiempo de sacar conclusiones obvias, incluso contando con la velocidad de mis pensamientos, pues a los segundos su aroma embriago cada centímetro que pisaba, se expandía como aire, como un flamante oxigeno que llenaba mis fosas nasales como un toxico que a la vez disfrutaba presa del masoquismo de mis acciones y de la metáfora utilizada en comparación, era él, mi Lord. Continúe con la inmutable tranquilidad que me caracterizaba, colocaba el pincel en algunos colores vivos para brindarles más tonalidades luminosas a mis trazos, por más que quisiera evitarlo (e internamente no lo deseaba) aquella ola de calor y de efímero fuego, que solo con él me ocurría, se esparcía por cada espacio de mi ser; insistente y voluminosa me indicaba que se acercaba y que sus pasos para llegar a mi encuentro eran seguros, lo sabía, el quería verme tanto como yo.

Justo al momento en que coloque el pincel de suave madera en un vaso de porcelana, donde el agua cristalina de tiño de un verde oscuro, los pasos de los caballeros que se acercaban se hicieron más persistentes lo cual me indicaba que ya no tardaba en llegar y aquello fue un calmante neutral y medianamente eficiente para controlar las ansias que sentía dentro de mi cual joven vital y llena de puras emociones. No existió necesidad alguna de que proclamara su presencia, mi rostro giro de inmediato cuando su varonil y sutil aroma lleno la habitación, hasta el mismo efluvio de mi criado se vio opacado por el del hombre de extenuante belleza y misterio que a su lado se posaba. Mis bucles se deslizaron por mis hombros cual cascada natural al momento que nuestras miradas se encontraron, llenas de complicidad y paciencia, extrañas emociones y mas allá -Pueden retirarse, ya no necesito de sus servicios. Mencione con amabilidad hacia los sirvientes, que tras una reverencia se retiraron del lugar para dejarnos a mí y a mi invitado en la soledad que tanto anhelaba desde su llegada.

Una sonrisa genuina se forjo en mis labios carnosos cuando menciono mi fanatismo hacia el arte que iba más allá que cualquier pasatiempo o sus semejantes. Negué enseguida a su absurda disculpa por su supuesta apariencia inadecuada. Personalmente pensaba que no había impedimento alguno para el resplandor de su belleza y que tal atuendo no era un obstáculo para su presentación. No coloque mis pies en el suelo, permanecí en mi lugar como una clara invitación para que él se acercara, un movimiento inocente e ingenuo pero seguro a su cercanía a lo que a mí amerita-No debe disculparse mi apreciado Lord, su interrupción ha sido de mi agrado más aun que la obra que en vagos intentos trato de crear. Una sonrisa sarcástica apareció en mis facciones cuando mi vista volvió hacia la obra que mantenía en el cuadro un supuesto paisaje digno de mis recuerdos de antaño, se podría notar algunos rastros de lo que me esforzaba en hacer pero ya poco me importaba la precisión de mis trazos contando con la presencia de Dimitri a mi lado. Mis manos se posaron sobre mis piernas, aun sobre la suave tela del albornoz de seda que mostraba sin vulgaridad parte de mis perfiladas muestras de anatomía cruzadas en una clara posición femenina, fue entonces cuando mis ojos buscaron a los suyos nuevamente -No se disculpe por su apariencia Monsieur y le parecerá quizás una casualidad pero yo también deseaba verlo.

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Mensaje por Dimitri Lumière Sáb Ago 21, 2010 2:09 pm

Me perdía la sed que sentía, cada vez más vívida. Si hasta entonces no había sentido necesidad de alimentarme, ahora me llegaba el rastro de tantos días sin probar la sangre humana. Necesitaba un alimento con urgencia, y eso me estaba confundiendo desde la visión hasta el oído, inundando por completo mis sentidos embriagados.
Me confundía en absoluto, y casi perdía el hilo de voz de aquella dama que sonreía ante mi presencia. Después de pedir a los sirvientes que se marcharan, quizás deseando nuestra soledad, me disculpó por la apariencia que presentaba aquella noche otoñal, y sobre todo, lo que más temía, me perdonó por haber irrumpido en su castillo sin avisar.
Lo que sí pude percibir, y mi audición me permitió hacerlo, fueron las suaves palabras que agradecían incluso mi visita. Sonreí inevitablemente, acercándome a ella y tomando una de sus manos. La besé con suavidad sin perdonarme un saludo formal, como una dama de su clase se merecía. A pesar de que la confianza era mutua, no pude faltar a ese formalismo.
-No me habéis entendido bien, madame. -dije con apenas un hilo de voz, aún sin soltar su mano- No es que quisiese verla, o desease hacerlo. Es que necesitaba encontrarme con usted.
Intenté no aportar dureza a mis palabras. No había sido un mero capricho, ni tampoco el deseo fugaz de volver a ver a aquella mujer, sino que no podía aguantar más sin ver aquellos ojos que contaban más de lo que podían decir sus palabras.
-Estáis preciosa, Madame. -dije alejándome de ella un poco para poder observarla con claridad.
Desde luego que lo estaba, poseía ese brillo infinito en la mirada y una piel exquisita que una vez más, no pudieron hacerme olvidar que se trataba de una perfecta vampiresa.
-No he podido evitar desplazarme hasta aquí para volver a verla, madame. No podía aguantar un sólo día más. Si bien la última vez que nos encontramos huía del destino que me había deparado la noche, esta vez huyo de mi propia mente, y no es algo fácil. -elegí las palabras cuidadosamente para que fuera consciente de mi afecto- Necesitaba sentir que había algo más en mi vida que mi teatro y mi ansia de crueldad. Tengo... tanto de que hablaros -no pude desviar la mirada de sus ojos, era imposible hacerlo, la profunidad casi hetérea de su mirada era un refugio del que no quería salir- Pero no me encuentro en condiciones de hacerlo. Como véis, no estoy ni de lejos presentable y menos aún cuando el segundo dialogante sois vos. No estoy a vuestra altura, querida, y lo lamento sinceramente.

Recobré la sed, casi insaciable a esas alturas, y no pude evitar confundirme una vez más. Tenía tanta belleza ante mis ojos que casi se me olvidaba que necesitaba urgentemente sangre fresca. Y temía que eso me impidiera estar en mis cavales.
-Madame, ¿sería demasiado descortés pedirle un lugar en el que descansar?

Tenía claro que aquella noche no iba a alimentarme. Podía haberlo hecho; podía haber ido a cualquier callejón y beber sangre de doncella o visitar a Jared en la Feé Verte y degustar una de sus copas de sangre alcoholizada, pero sin embargo, había elegido verla a ella. Aguantaría un día más, pero desde luego, no lo haría de pie. Quería su cariño, sin duda alguna, y odiaba tener que quitarla de sus aficiones y de su tiempo de descanso, pero necesitaba un lugar donde descansar bajo su atenta y dulce mirada.

Me extrañaba que aún no hubiese hecho ningún comentario acerca de mi aspecto demacrado y casi penoso, pero quizás se debiese a la extrema educación que portaba la dama, incapaz de hacer un comentario que pudiera ofenderme.
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Mensaje por Invitado Sáb Ago 21, 2010 9:29 pm

Su necesidad era la mía, sus ansias formaban parte de mí y por más que pudiera ocultar mi adicción a él, era metódicamente imposible. Hasta los momentos había mantenido al margen mis deseos hacia Dimitri, bajo el manto de palabras educadas y femeninas había encubierto sin dejar de demostrarle los deseos que tenia de verlo, así solo se tratase de una mirada, de un encuentro entre el iris infinito y lleno de sabiduría que nuestros ojos implicaban dentro de sí, no me importaba, o quizás si, pero si fuera necesario el hecho de que el tacto faltara para que su presencia se mantuviera frente a mí, dignamente acataría las normas que tal situación implicaría. Él lo había enmarcado muy bien sin embargo y la sola mención de que yo conformaba una necesidad para el agolpo mi cuerpo como una marea violenta y sin barreras que impusieran su cauce. Si tan solo pudiera confirmarle que tal termino se acoplaba a mis verdaderas emociones, que lo que el sentía muy dentro de sí, y que no se molestaba en ocultar, era simplemente la igualdad de mi querer, pero...los molestos modales se ceñían a mí como una guía de vida y no era que no pudiera romperlos, por supuesto que podía hacerlo, pero por alguna razón esperaría, esperaría para que de mis labios afloraran lo que sus oídos de alguna manera esperaban escuchar, que mis ansias hacia él se igualaban o aumentaban, que Dimitri Lumiére era necesario para mí.

Sus labios y su calidez aun prevalecían en mi mano desde su muestra de cortesía minutos antes de que rompiera el contacto para admirar mi belleza, mi cabeza solo se inclino un poco como una muestra de agradecimiento lo que desplazo mis bucles y mi mirar consigo, fue lo mínimo que mi fuero interno se impulso en demostrar ya que por más extraño que se tome sabia de mi hermosura, sabia de lo letal que podría ser el simple hecho de admirarme y perderse en lo femenino de mi figura, pero por algún motivo me gustaba muy por encima de mis cabales que fuese él, precisamente él quien admirara mis rasgos, enseguida la posesión se apodero de mi considerando atrayente su admiración hacia lo que a mí respecta. Todo y mas allá se alejo se mi mente para observarlo con claridad ¡que comportamiento tan descortés había mantenido! sus ojos fueron la principal pista a lo que le sucedía, el tenia sed, lo tenía por seguro. Al ser vampiresa entendía cada una de sus reacciones y el brillo de sus ojos, oscuro y deseoso como la noche lo delataba, nadaba en un mar de confusión donde el mismo no sabía que reacción tomar ni que decir y mucho menos la manera en la que debía o no actuar frente a mí, no sabía si guiarse por los absurdos modales o dejar renacer de una vez más su instinto que se apoderaba de él y de cada extensión de su cuerpo.

Sus palabras, apresuradas por salir de sus labios y explicarme cada paso de sus acciones, pasaban por mi mente dando los puntos necesarios de entendimiento, y todas ellas se detuvieron al momento en el cual hizo su petición, nada exigente ni difícil, solo un lugar para reposar, uno de los aposentos de la edificación de mi vivienda que funcionara como un lecho de reposo ante él. No dormiría, no hacía falta recordar que los nuestros no necesitaban extensas horas de sueño para recobrar las energías necesarias al cometer acciones al día posterior. Interiormente me basaba en pensar en que solo quería un poco de mi compañía, especialmente de mi persona, de Amelie Lefevre, no le negaría tal gusto que, como era de esperarse, yo también deseaba brindarle. Volvíamos a las necesidades puesto que no solo lo deseaba, necesitaba de alguna manera u otra darle aquel cobijo que necesitaba ¿de qué manera aquel hombre (puesto que a fin de cuentas eso era; un hombre) se había involucrado en cada espacio de mi ser y en cada milímetro de mi anatomía?. Era como la medicina para el enfermo, necesitada y añorada y a la vez tan divina y mortífera al paladar. Descendí de mi asiento al instante con una coordinada suavidad y solo fue necesario un paso para estar frente a él y colocar una de mis manos descubiertas en su mejilla, la separación de mis perfilados dedos permitía incluso que uno de ellos rosara la comisura de sus finos labios, algo que llamo al fuego alojado dentro de mi solo como una fiel alarma -Todo de lo que me quiera hablar será concedido al momento de usted tome su merecido descanso Dimitri, le pido que solo deje a un lado tantas palabras sin sentido al referirse a su apariencia y me tomo el atrevimiento de momento al decirle que fue digno de mi desde el momento que sus labios se atrevieron a romper el contacto con los míos. Mi mirada se fijo en el suelo cual doncella ruborizada por sus acciones, solo que esta vez, el tenue colorido típico no apareció, no negare que dentro de mí lo agradecía -Sígame Monsieur, lo llevare a un lugar donde de seguro podrá descansar, lo acompañare hasta que usted mismo considere mi presencia innecesaria y seré de su ayuda si es lo que dicta su querer. Asegure mientras con una mirada y el rompimiento sutil y lento de aquel contacto se realizaba, no sin antes transmitirle que no sería el ultimo tacto de esa noche.

Di unos cuantos pasos hasta colocarme a su par, sabría que me seguiría, muy cerca a decir verdad, y fue entonces cuando me encamine hacia mi destino que no quedaba muy lejos de allí. No es necesario indicar mi visión hacia mi hogar, tantas veces, y repetidas claro está, había pasado por los largos pasillos llenos de obras maravillosas de arte, luces bajas y débiles que compaginaban con los muebles de madera perfectamente labrada, decoraciones de vidrio y algunas puertas que conducían a otras habitaciones. La seda se deslizaba conforme a mi andar cuando comencé a subir las escaleras, faltaba menos y mis ojos miraban de reojo a mi acompañante asegurándome en variadas veces que él se encontraba bien, o aparentemente quizás -Ya falta menos mi Lord. Infundí una especie de fuerzas en el, lo entendía en su totalidad, éramos como un reflejo, si, como el arte de los antiguos espejos.

Finalmente la vi, la puerta de roble pintada de claros y cremosos colores, de mas tamaño que las otras pero sin llegar a romper la armonía de mi hogar. Puse mis manos en el pomo dorado al estar frente a él, dando un giro que resonó solo como audio para los oídos capaces, tome un respiro con una suave curvatura amable, pacífica y femenina en mi rostro cuando mencione -Esta es mi habitación, estos son mis aposentos y ahora su lugar de descanso.

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Mensaje por Dimitri Lumière Dom Ago 22, 2010 6:48 am

Nunca es fácil hacer que un vampiro demuestre sus sentimientos. Y mucho menos, si ese vampiro es una mujer. Sin embargo, aquella dama con piel de luna, casi plateada y gustosamente tallada, parecía tímida ante mi presencia. Sin lugar a dudas, conocía ese gesto, esa valiosa muestra de aprecio que conduce al rubor, aunque, ciertamente, era imposible que eso sucediera en la piel fallecida de un perfecto vampiro. Conocía sus ojos, y sin embargo, no los había recordado tan hermosos y plácidos. También conocía sus manos, pero casi había olvidado el contacto suave y fogoso de su piel sobre mi rostro. Cuando me acarició, creí haber olvidado todo, todo lo que ella me había brindado en nuestro primer encuentro, puesto que era mil veces más maravilloso de lo que podía recordar. Aceptó mi propuesta, y quiso llevarme lejos de aquella habitación fría que sólo mejoraba con su cálida presencia. El eco de sus acciones, siempre dispuestas a ayudarme, sería sin duda un momento maravilloso alejado de todo el tiempo vivido lejos de ella.

Me aseguró que me llevaría a un lugar tranquilo, y así lo hizo. De su mano, inmejorable manera de hacerlo, recorrí de nuevo aquella casa tan bien avenida. Las lamparitas repletas de velas colgaban del techo suavizando el color de las habitaciones, aportando la única luz cálida de cada estancia, puesto que las ventanas harían inhabitable para un vampiro un castillo tan grande. En las paredes, siempre pintadas de colores suaves y cremosos, colgaban numerosos cuadros, al igual que en el resto de habitaciones. Sin embargo, los de los pasillos parecían tiernamente pintados por ella. Desconocía la tremenda afición de aquella dama por el arte, pero siempre supuse que una mujer de sus características no podía descuidar semejante triunfo. El arte por el arte, puesto que dudaba que viviera de eso. Se la veía tan feliz en su castillo, mostrándome de la mano todos los secretos que en él se guardaban. Algún día ella vendría a visitarme en mi teatro, y yo podría mostrarle entonces todo lo que ocultaba aquel precioso teatro barroco con cortes victorianos. Sería todo un placer enseñarle el lugar en el que pasaba la mayoría de mis horas, el lugar que no era sino reflejo de mi propia alma, si es que aún la tenía. Estaba tallado a mi imagen y semejanza, y esperaba que algún día pudiera llevarla allí, y eneñarle todos los instrumentos que tanto significaban para mí. Bueno, todos... menos uno, como siempre.

De nuevo, sentí una punzada en mi muerto corazón, más de dolor que de rutinaria vida. Me agarré a su mano con más fuerza, sabiendo que era ella la única pieza capaz de hacer funcionar mi rompecabezas. Llegamos ante las puertas de su habitáculo, dobles y más grandes. Eran de madera color tierra claro, talladas con relieves y bajorrelieves que demostraban la sencillez y dominio propios de aquella dama que me llevaba preso de su mano. Antes de entrar, habló con su voz segura, presentándome lo que dentro íbamos a ver como mi nuevo lugar de descanso. Mi reposo a manos de aquella dama debía ser un lugar perfecto. Aunque sólo tuviera un colchón en medio del suelo, si madame Lefevre no me abandonaba, sería el mejor cielo que podría vivir lejos de mi agonía diaria, buscando aquel instrumento perdido ya durante una docena de años.

-Mon dieu -murmuré al entrar.
La habitación, bastante amplia y detalladamente decorda, mostraba una imagen cálida y reposada fruto de la sencillez de la madame. La cama, colocada estratégicamente en medio de la habitación, vestía tonos celestes como el vestido que hoy recubría su cuerpo. Los cojines que sobre ella reposaban, al igual que las cortinas que tapaban la pared carente de agujeros de luz -algo extraño, quizás- eran del mismo color que la pared, de nuevo en tonalidades crema. Lo que más llamó mi atención, lejos de los muebles tallados cuidadosamente y con inscripciones sobre los cajones, fue el espejo que había frente a la cama, de medio cuerpo, sobre el tocador que supuse utilizaría madame Lefevre para acuciar su belleza. Su marco era dorado, al igual que los pomos de la puerta, y poseía relieves de ángeles en las esquinas, sin demasiada ornamentación. Era lo único que destacaba sobre la estancia acogedora.
-Es digna de una dueña como vos -mascullé en su oído.
Me dejé caer con suavidad sobre el banco tapizado que había a los pies de la cama, apartando un cojín de lado. La escena me recordaba inevitablemente a la del Hotel des Arenes, sólo que esta vez no había vino, ni tampoco tenía mi ansia saciada. Esta vez, a pesar de estar tan cerca del lecho de la vampiresa que rondaba mis sueños, tampoco tenía fuerzas para hacerla vivir una experiencia placentera junto a mí, sino que más bien estaba decaído y esperaba que su mera presencia sanase mis heridas aún abiertas que destrozaban mi mente y trastocaban mi cordura.
Me sujeté con fuerza a uno de los brazos de aquel banco, incapaz de mantener el equilibrio.
-Hace... -comencé- Hace demasiados días que no pruebo la sangre. Por eso estoy así, madame. Hay algo que me está comiendo por dentro y que roe a pasos adelantados mis cabales.-suspiré antes de continuar, y alcé uno de mis brazos en busca de su contacto. Cuando conseguí acariciar su cabello, tan suave y brillante como siempre, proseguí- Pero no quiero aburrirla con mis cuentos. Quizá lo más cortés sería preguntarle qué ha acontecido en su vida desde nuestro último encuentro.

Esperé con toda la firmeza que pude su respuesta, deseoso de conocer los cambios en la vida de mi querida pieza de luna.
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Mensaje por Invitado Dom Ago 22, 2010 10:11 am

Y así fue como finalmente abrí la puerta que nos conducía a mis íntimos aposentos. Aun recuerdo con claridad el rostro del anciano arquitecto y su joven ayudante en decoración al mirarme incrédulos y vacilantes cuando hice la mención de que bajo ningún concepto quería ventanales de ningún tipo en mi hogar. Me miraban sin entender, aunque de alguna manera creo que un rayo misterioso y oculto de mi perspectiva visual los hizo entender, sin ningún impedimento, que mi petición era clara y sencilla y que debía de ser cumplida. Eran un par de mortales inteligentes y sofisticados, unos de los mejores decoradores de Francia. Mi posición me había facilitado tal contrato y los dos hombres no habían tenido problemas cuando Stefan, como un fiel enviado de mi parte, les explico exactamente lo que deseaba para el arreglo del antiguo castillo que había encontrado una tarde de invierno en los confines del bosque. Estaba desolado pero aun así la magnificencia de su estructura seguía en pie, aun así no era una formación monstruosa y exagerada, que rompía la armonía característica de lo que yo deseaba, era de un notable tamaño y extravagancia pero aun así pacifico y solitario como solo los alrededores del bosque suelen ser. Dominico y Richard, si, así eran sus nombres, el primero era italiano, y el hecho de que la esencia de mi país natal prevaleciera aun en las paredes de mi hogar fue de mi total agrado. Tiempo, fueron largos meses hasta que el trabajo finalizo y de resultado quedo lo que yo misma me había proyectado; un castillo con la viva imagen de su dueña. Desde luego la paga fue suficiente y más de ello, tanto que Dominico, como una muestra de agradecimiento por mi bondad, tallo con sus propias manos las medianas formaciones doradas de querubines que reposaban en el espejo de tocador también creado por el mismo la cual despertó cierta pausa en el admirar del Lord que me acompañaba.

-Gracie mi Lord. Un agradecimiento afloro de mis labios al momento en que sus palabras llegaron a mis oídos agolpando ese fuego interno y volviéndolo mas violento por cuestión de segundos. Instantáneamente vi que sus pies no podían sostenerlo y se tumbaba vagamente en el mueble tapizado a las orillas de mi lecho. Lo sentía, y sabia incluso como se debía sentir, la sed, maldita sensación pero divina al ser saciada, te hacía sentir débil, miserable y sin que nada valiese la pena cuando no llenabas el camino de tu garganta de tan flamante liquido. No podías sostenerte en el terreno plano y las ganas de desfallecer estaban tan cercanas que podías percibirlas, sin embargo, Dimitri había tomado la volantas de venir a verme, de tomarme como su compañía a pesar de su estado, y eso, definitivamente, era algo que valoraba de sobremanera. De momento permanecía de pie, no muy lejos de él, fue a los segundos cuando me encamine a su lado, sentándome con delicadeza en el banco donde el reposaba, me posicione muy cerca, con la cercanía considerable que me mantuviera frente a él, tanto, que mientras dictaba sus palabras llenas de ansias y esmero pudo tocar mis cabellos deslizando sus finos dedos por las suaves hebras, tal gesto traslado mi mente a la noche en el hotel, la noche en que nos conocimos, una noche memorable y que nunca se borraría de mi mente, no podía, ni quería dejarla ir.

¿Tan débil estaba que mi cuerpo me traicionaba sin yo poder evitarlo?, Esa era la interrogante que despertó en mi mente al momento que mis ojos se entrecerraron y mis labios se entreabrieron mínimamente para proferir un suave suspiro inaudible como si mi piel fuera lo suficientemente frágil al semejarse a las doncellas comunes, sensibles y típicas en su edad juvenil. Mis ojos se abrieron cuando escuche su petición, si, una especie de petición donde me pedía que le contara que había sido de mi rutina en el tiempo en que no nos habíamos visto. Una de mis manos tomo la suya que aun se mantenía en mis cabellos, como una manera de sentirlo más cerca a pesar de su debilidad notoria, entrelace mis dedos con los suyos, ambas manos aun posadas sobre la tela de nuestro asiento, ante tal movimiento no evite, ni mucho menos me cohibí al acercarme más a él rompiendo cualquier margen dictado por la etiqueta, solo dos personas, un hombre y una mujer frente a frente, inmortales, eso sí.

-Mis días transcurren con el típico andar que me implica Dimitri, son lo cotidiano, intento salir de la monotonía, lo logro claro está, la música, el teatro, el arte y los paseos solitarios son mis fieles acompañantes en lo que se trata de escapar de la aristocracia, nada nuevo ha ocurrido en mi diario vivir, recuerdos y mas recuerdos se funden en mi memoria noche tras noche, no me molestan pero si son como una especie de álbum que me enseña cada paso que doy, por lo mismo agradezco que viniera, además de una necesidad compartida te has convertido en un cambio, lo mencionado aquella noche en el hotel, el cambio que buscaba. Una curvatura sencilla y sincera profano de mis labios en cuanto mi dialogo dio fin y mis ojos se encontraban con los suyos -Pido disculpas por tan precipitadas y atrevidas palabras, no logro cohibirme al hablar, no es que quiera hacerlo, en fin, has venido a mí y no puedo verte en ese estado, no físico, se lo que sientes y te ofrezco mi ayuda si en lo que tus instintos, tu sed, se basa o cualquier cosa que sea de tu necesidad. Desde luego yo misma sabia y esperaba que el también. Quería ayudarlo en cualquier aspecto que pudiera pedir, solo tenía que decirlo y no tardía en serle entregado. Mi mano libre se sumo en una caricia a sus suaves cabellos, fríos por la noche pero sedoso como el más costoso lino, mis facciones permanecían calmas y armónicas, sosegadas por la agradable suavidad -A pesar de todo anhelaba que nuevamente se diera un encuentro entre nosotros, no toma importancia la espera así sea para verte una vez mas. Admití bajo el hechizo que implicaba nuestra cercanía y el contacto de nuestro mirar, dos factores que me hacían recordar y sentirlo en todo su esplendor, a él, a mi anhelado acompañante.

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Mensaje por Dimitri Lumière Dom Ago 22, 2010 3:10 pm

Sus labios se curvaron dando paso a una bella sonrisa de rubor.
-No tenéis que pedir disculpas por nada, madame. Me alegra formar parte de vuestra vida, y más aún cuando lo que me decís es que queréis verme porque, al igual que yo, necesitáis volver a sentir lo que sentísteis aquella noche en el hotel, tan maravillosa e imposible de olvidar para ambos.
Su sonrisa afloró de nuevo, esta vez incluso más pronunciaba. Amaba hacerla reír; ver esos labios carnosos curvarse por mi culpa. Había añorado ese gesto y ahora me daba cuenta de cuánto. Me dí cuenta de que había empezado a tutearme, lo cual no hizo sino alegrarme debido a que aquello era una sana muestra de la confianza que me brindaba. Me gustó aquel gesto, aunque yo no podía permitirme hacer lo mismo, puesto que merecía mantener el puesto de madame, y siempre sería así para mí. Me habló de nuevo, provocando en mí que aquel fuego nocturno que ardía en mi interior, preso de la sed y hambre que me acuciaban aquella noche, echase más chispas que nunca. Dijo que estaba a mi disposición, en otras palabras, podía conseguirme alimento.
-No es eso lo que he venido a buscar, querida. No busco sangre a pesar de que la necesito con avidez. Hay algo que necesito mucho más que todo eso.
Ella acarició mis manos, y cuando sentí su contacto, me alegré de haber acudido a ella en vez de buscar sangre en cualquier lugar o buscar otro nuevo hechicero capaz de solucionar mi problema. Había acudido a ella, y ahora recordaba por qué. Entrelazó sus dedos con los míos, y no pude evitar sonreír. Se acercó más a mí, y yo la rodeé con mi abrazo dejando que se apoyara sobre mi cuello.

-Os necesito a vos, madame. Más que nunca necesito vuestras palabras. Quiero dejar de oír cualquier cosa, aunque sea la música más bella, aunque se trate del violín mejor tallado tocado por el mejor violinista de París. Quiero dejar de escucharlo todo para escucharos a vos. Es lo único capaz de calmarme ahora.
Mientras hablaba, pegué mi barbilla a su cabeza y la abracé con fuerza, a pesar de no querer dañarla. Sentir la frialdad de su cuerpo junto al mío resultaba incluso cálido, aunque no podía sentir aquella sensación. Me eché hacia atrás, pegando mi espalda en la parte baja de la cama, aún sobre aquel banco, y con mi abrazo, hice que ella quedara recostada junto a mí, todavía con su cabeza apoyada sobre mi hombro. Volví a estrecharla con fuerza y finalmente deslicé una de mis manos, librándola de mi abrazo, sobre su faz, cuyos ojos se dirigían, tan oscuros como siempre, hacia mí. Parecían sonreír, y me dije que si yo era el causante de aquella sensación, no me iría de allí hasta que ella me lo pidiera.

-Supongo que os preguntaréis por qué me encuentro en tal estado, ¿no es así?
Esperé su respuesta, aunque ciertamente su mirada dudosa y su expresión de incertidumbre hablaban más que nada.
-Me estoy consumiendo por dentro, Amelie -era la primera vez que la llamaba por su nombre, y no sabía bien a qué se debía. Quizá me estaba sincerando demasiado, o quizá necesitaba contarle todo lo que me pasaba por la cabeza. -Se trata de un piano. Un piano que me está volviendo loco -Sabía que contarle esto implicaría contarle una parte de mi vida que nunca había compartido con nadie, y que eso me costaría bastante, pero a pesar de todo, si había alguien a quien quería contarle esto, era a ella. Si había alguien en quien podía confiar y estar seguro de que no se reiría de mí, era aquella preciosa madame- Hace poco que he reabierto mi teatro, Amelie, y tiene más de un siglo de antigüedad. Busqué todos los instrumentos, guardados en las falsas del edificio. Los encontré todos -notaba como el dolor se iba apoderando de mí. Si hubiera sido humano, no hubiera tardado en ponerme a sudar.- excepto uno, el más valioso. -Cerré los ojos antes de continuar hablando, y la volví a abrazar en mis brazos, esta vez con más fuerza si cabe.- Se trata de un piano de cola de teclas de marfil. Una preciosidad valorada en muchísimo dinero, Amelie. Los candelabros que sostenían las velas estan fabricados con oro azteca. Pero eso no es lo que realmente importa.
Besé la frente de mi dama, sabiendo que lo que le estaba contando carecía de sentido absolutamente. Era un ser frío cuando quería, pero esta tema me superaba y desconocía la razón.
-Ese piano me lo regaló mi maestro. El hombre que me enseñó todo cuanto sé sobre música, sobre mi pasión por el piano y el violín, sobre escribir melodías que cautiven a las gentes parisinas. -me incorporé con suavidad, dejando atrás a Amelie.- Ese hombre fue el que me convirtió.
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Mensaje por Invitado Lun Ago 23, 2010 9:37 am

Sus palabras eran el eco armónico mas sensible que mis oídos podían percibir, cada vez que las mencionaba causaba que mi cuerpo se sumiera en la mas perfecta melodía, me sumaba a una obra teatral, a una banda sonora donde solo anhelaba cerrar mis ojos y sentir, si, sentir mas allá de lo que mis ojos ameritaban, no ver ni percibir con el tacto, sino solo oír y llenarme de la paz que el me brindaba con tan solo una oración, por esa razón quizás seria mi deseo de verlo, mi necesidad de sentir su tez en roce con la mía nuevamente, como el bien lo había dicho, como lo había demostrado con sus diálogos y sus actuales acciones....todo se basaba en la necesidad, y de mi parte emociones nunca antes sentidas y que mi mente no se dignaba a mostrarme como voluntad propia, pues bien, quizás era el momento, después de tantos siglos de espera, de trazarme la misión de descubrir lo que mi mar de pensamientos ahondaba en lo mas profundo de sus confines, ¿verdaderamente seria capaz de implicarme en tal hecho? definitivamente no lo sabia puesto que con Dimitri Lumiére a mi lado el desarrollo de nuestro encuentros era desconocido, incluso para alguien como yo, pero es de saberse que francamente me agradaba que fuera así, desconocido y misterioso, incluso para ambos.

No paso un tiempo ilimitado para que sus brazos me estrechasen a el y pudiera sentirme aprisionada en mas suave y sutil cuna, como si la forma convexa de su cuello y la suavidad y masculinidad de su torso fueran el lecho mas cómodo jamás sentido, como si la figura de una cama, a pesar de que no era necesaria, no figurara a nuestro alrededor y fuese mi deseo permanecer allí, acunada a el y a su cuerpo, protegida y cálida entre sus brazos de marfil y lo pétreo de su cuerpo, mis manos correspondieron posándose en medio de sus hombros y su pecho. Por un momento no creí que hiciera caso a sus palabras puesto que mi mente se sumo a un lapsus mental en donde solo me veía a mi con el y a la posición que manteníamos en mi habitación, como si viera o no estuviera, como si admirara la situación sin desear algo mas, pero sus cuerdas vocales me sacaron de mi trance para inquirir si deseaba en verdad saber el porque de su estado, emocional y físicamente, no asentí ni negué, mis ojos se encargarían de expresarle la curiosidad interna que implicaba su cuestionamiento en mi, pareció captarlo, no espera menos, ya que al instante empezó su relato. Mi nombre de sus labios se forjo como un coro angelical de los mas preciados querubines, intente que esa muestra no me apartara de mi mente que esperaba ansiosa la causa de sus tormentos. Parecía una doncella, una joven doncella enamorada y sensible ante un Lord que es la causa de sus sueños y pensamientos, que ironías y no negaba que no podía, ni quería evitarlo.

Me hablo de un teatro, de su inquietud hacia un instrumento. Poco a poco su tacto se alejaba de mi sumiéndose el en su propia historia, involucrándose en ella para que pudiera entender con creces a lo que se refería; un piano, ese era el motivo figurativo de lo que lo atormentaba, un instrumento que culminaría la reapertura de su local. De un principio supe que aquel hombre era amante de las artes, casi al igual que yo, y de momento sabia que no erraba, de muestra a mis sospechas, la causa de su tristeza y decepción era un valioso instrumento que formaba parte de la melodiosa armonía de lo que el mismo deseaba lograr. Lo escuche atenta y sumisa, prestando la atención necesaria a cada silaba que brotaba de sus labios. Solo la mención de su creador me aisló de momento, me hizo recordar en que ni yo misma tenia idea de quien seria mi creador, aquel hombre que en una noche en los alrededores de los bosques de Roma, me tomo con fuerza y hundió sus perfilados colmillos en mi cuello, solo se que el dolor me invadió, su sangre recorría mi garganta como el elixir para lograr salir a la superficie de la vida, me sumí en la oscuridad y cuando desperté, era así, era un demonio de la noche, ladrón y usurpador de vidas aparentemente inocentes, desde entonces lo busque, noches enteras antes de volver a mi hogar, si así podía llamársele, pero a fin de cuentas me rendí, lo considere innecesario, el me había dejado un don, si, una grata herencia que yo debía aprovechar y controlar a mi antojo, ahora era la dueña de mi vida y eso nadie lo cambiaria en lo que mi eternidad se refiriese.

Tantas ilusiones y proyecciones del pasado culminaron en cuanto su relato, al que sin embargo no había perdido paso, termino, y de esa forma su tacto hacia mi persona. Me incline hacia el en un intento de estar a su altura, coloque una de mis manos en su fuerte hombro como si con esa acción quisiera apoyarlo y ofrecerle, sin mediar palabras, la moralidad que se merecía, pero era necesario el dialogo por lo que mi rostro se inclino mínimamente a un lado del suyo, hacia su oído, no como un secreto, sino como la tonalidad de voz común y no tan elevada que implicaba la cercanía que ambos manteníamos en aquel mueble -Puedo ayudarte Dimitri, en cada paso que des, en cada sospecha que tengas sobre el paradero de tu búsqueda, estaré contigo, te ofrezco mi apoyo incondicional a pesar que de sobra sabes que no es necesario que lo confirme para que sea de tu entendimiento que mantienes la ofrecimiento contigo desde el día que te conocí, si de mis manos esta ayudarte mas allá de lo que hasta ahora has hecho, ten por seguro que lo hare. Mis dedos se deslizaron por la línea continua de su cuello y algunas hebras de destellos dorados y misteriosos de sus cabellos, confirmando nuevamente la suavidad que estos mantenían -¿Hay algo mas que pueda hacer para cooperar con que su dolor se aleje de ti con permanencia?. Inquirí deslizando la yema de mis dedos por su mamonea mejilla, admirando, como si del mismo adonis se tratara, la magnificencia de mi acompañante que se hallaba oculta tras el reproche de sus recuerdos.

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Mensaje por Dimitri Lumière Jue Ago 26, 2010 4:28 am

El calor de su respuesta me pilló desprevenido. Ella quería ayudarme a encontrar el objeto de mi discordia, pero yo bien sabía que poco quedaba ya por hacer.
-¿Qué no he hecho ya, Amelie? -continué sincerándome- He buscado en las falsas del teatro, en las cajas fuertes más grandes que esconden sus paredes, en el almacén, en las bambalinas, y a pesar de todo, mis esfuerzos son en vano. -respiré hondo, antes de continuar. Lo que le iba a decir a continuación no era algo que le hubiera contado a cualquiera, sino más bien tan sólo a ella, a la mejor amiga que podía encontrar, que me calmaba con sólo verla.- Incluso visité a... -miré al suelo, avergonzado- algunos brujos en busca de ayuda. No es algo de lo que esté orgulloso, se lo aseguro, pero cuando estás desesperado poco importan los medios si éstos implican poder conseguir el fin. Sin embargo, ni siquiera así lo logré. Sus artes no son tales como ellos las dicen, o al menos a mí no quisieron ayudarme. Aún prevalece la búsqueda de alguien que posea artes adivinatorias. E incluso para mí, un vampiro, un ser sobrenatural, esto le parece ridículo, y os aseguro que desconfío de ellos, pero, ¿qué otro remedio me queda?
Recordé a la primera bruja a la que fui a visitar. A penas era una niña y se ponía nerviosa con cualquier movimiento que hiciese, puesto que conocía mi naturaleza.
-Aún así, madame -dije recobrando la compostura, volviendo a acariciar su tez suave, el único consuelo que me quedaba en un mundo que se me antojaba interminable- os agradezco enormemente vuestra ayuda, querida. Pero creo que poco se puede hacer ya. Lo único que me queda, lo único que realmente puedo hacer es resignarme y adquirir uno nuevo.
Volví a recostarme sobre su lecho, esta vez de lado, con el codo sobre la colcha sujetando mi cabeza, alzada, mirando atónito la belleza de vampiresa que tenía junto a mí. Recorrí su perfil con mi pétreo tacto, deslumbrado una vez más ante las curvas de su figura. Poco a poco, parecía enredarme en la red de su vida, tupida y bella como una enredadera que crece embelleciendo la fachada de un hogar. Ella embellecía mi fachada, mi persona; mi ser. Había llegado en medio de la noche, como no podía ser de otra forma, y había irrumpido en su castillo preso de la desesperación, anhelando ver el rostro que era capaz de revitalizarme, la única persona en el mundo en la que había pensado cuando necesitaba un alma que pusiera fin a mi soledad. Y allí estaba ella, tan perfecta como siempre. Mi bálsamo, Amelie.

-Desearía que todo esto no me afectase tanto -le comenté-. Sé que es una estupidez y que peco de excesiva sensibilidad. Soy totalmente consciente de que esto me supera, y también sé que es la primera vez que ocurre. Siempre procuro que no me afecte, pero os aseguro, querida, que me es imposible. -la miré directamente a los ojos, disfrutando de aquel color oscuro y brillante que me recordaba una de mis noches más preciadas.- Supongo que es lo único que queda de humanidad en mí. Dicen que siempre es bueno recordar tus raíces, aunque creo que en este caso no estoy de acuerdo. Pero así es, es un mero objeto al que yo me empeño en crearle aprecio y sentimentalismo. Y eso me destruye.

Me levanté de la cama, un poco más animado. Al menos, visitar a Amelie me había servido para desahogarme y hablar con alguien sobre el tema. Un punto muy humano, por lo que lo odiaba por completo.
-En este momento me odio por completo. Odio cómo me siento, y odio cómo reacciono. Pero es inevitable para mí. -dije girado de espaldas a Amelie. Después, volví a mirarla a los ojos, y noté como nunca las consecuencias de ser inmortal: la sed inviable y mortífera que se adueñaba cada vez con más fuerza de mi ser.
-Me temo que debería marcharme, querida. No deseo molestarla más, aunque le aseguro que adoro su compañía. Pero no puedo aguantar más la sed, madame. Y no estoy en condiciones propias de mi persona -dije con una media sonrisa, recuperando mi carácter.- Sabéis que puedo dar mucho más de mí mismo si quiero -solté una risita, que condujo a su casi rubor inmediato. No era necesario que sus mejillas se tiñeran de rojo para que yo fuera consciente de que mis palabras la hacían más tímida. Así era ella, tan dulcemente callada, lecho de la tranquilidad.
-A no ser, que queráis acompañarme, madame -dije alzando una ceja. Por un lado, deseaba beber sangre, deseaba destrozar la piel de algún humano o humana y vacíarlo de aquel líquido jocoso y dulce. Pero por otro, necesitaba quedarme con ella, con la mujer que no podía olvidar en ninguna de mis noches.
Recordé entonces la oferta que anteriormente me había proferido. Me había ofrecido sangre, me había dicho que cualquier cosa que le pidiese a sus sirvientes le llegaría de inmediato. Era una buena opción, podría quedarme con ella bebiendo sangre en copas de bermú y disfrutando de su más que agradable compañía. Aunque odiaba beber sangre sin saber de dónde venía, y sin disfrutar de toda la paraferniala y condecoro que implicaba desmenuzar un cuerpo en el momento más álgido de placer, aquella noche podría hacer una excepción y quedarme con la dama que me había dado cobijo y calor.
-O mejor, Amelie, querida. ¿Qué me decís de lo que habéis dicho antes? ¿Podríais traer sangre fresca hasta aquí?
Fuera de contexto, mi proposición habría sido indecente, y sin duda, tosca y poco cortés; completamente falta de educación. Pero daba por sentado que ella sabía que si quería quedarme y que nos trajeran la sangre, era con el único fin de continuar en su compañía y disfrutar de su belleza y conversación.
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Mensaje por Invitado Jue Ago 26, 2010 10:00 am

Sus intentos habían sido en vano, tanto o mas que lo habían conducido a un fracaso seguro en la búsqueda de aquel instrumento, aquel trozo material que tanto le recordaba a su humanidad y que motivaba un anhelo, si, una especie interna de anhelo que por una parte lo llevaba a más y por otra solo lo castigaba por tal ilusión. Lo veía en sus ojos, en parte lo conocía demasiado y tenía por seguro que su iris oscuro no denotaba algo más que la frustración de que parte de sus días dependieran de una búsqueda interminable con un único fin que no hacia más que atarlo a sus recuerdos lejanos, a los pocos que mantenía de su vida mortal y que sin embargo lo seguían como una fuente de tormento sin fin, insesante y tortuosa completamente ceñida a el. Todo aquello y más era lo que su mirar me transmitia, ambos deseos debatiendo dentro de su mente; el querer de seguir, las ansias de no saciar su búsqueda hasta traer el preciado objeto, y por otra parte, la dominante a mi parecer, insistía en una visión futura, en dejar de insistir en algo que no valía, en percepciones que ya no eran necesarias para su formación, que había un mas allá y que la historia debía de seguir. Claramente yo me había guiado por lo último y de ahí se había convertido a aquel ideal como una guía segura a mi forma de vida.

Años tras año había buscado sin éxito alguno a mi creador, a aquel hombre de las oscuridades y de una maldad interna segura que lo había llevado a convertirme en su obra, con la semejanza de que el fuera el famoso artista. Por los confines del mundo había viajado en su búsqueda hasta darme cuenta de que no merecía la pena seguir, el me había otorgado un don, sin razón aparente, y yo lo aprovecharía, mas bien demasiado, en el recorrer de mi eternidad. Inmediatamente sus palabras intimidaron a mi fuero de mujer. Una sonrisa llena de picardía, suavidad y complicidad, se formó en mis labios al recordar sucesos no muy lejanos y vividos con Monsieur Dimitri los cuales guardaba minusiosamente en el baúl de recuerdos de mi mente. Posterior a ello mi rostro repentinamente se torno serio cuando mencionó su retirada, no quería que se fuera, lo necesitaba de sobremanera. Sabía lo que la sed implicaba y mas cuando abarcaba sin fin la mente y el cuerpo de su poseedor, las ganas de cometer las mas impresionantes atrocidades sin temor alguno, todo para obtener el preciado elixir de nuestros anhelos.

Seguí su andanza con mi mirada, se levantó el un vago intento de que su cuerpo estuviera mas que dispuesto a irse, pero no fue así. Me sentí triunfante cuando supe que el motivo de que se quedará había sido solo yo. Dudoso y pensativo inquirio sobre lo que yo misma le ofrecí hacia instantes, la búsqueda de sangre, eso solo fue un llamado para que me levantara, flamante y deseosa de ayudaroe en lo que el quisiera. La tela se seda se movió conforme a mi andar con destino hacia el hombre inmortal, deslizando incluso algunos bordes en el suelo, me pose tras el colocando mis manos en sus hombros formados y varoniles, y mis labios carnosos a la altura de su cuello, fue entonces cuando mi hálito sutil se hizo presentre -Oh mi apreciado Lord, como quisiera que se olvidará de tantos tormentos que lo acallan, de su búsqueda insesante, mas me creo incapaz debido a que solo usted puede tomar tal desicion, yo solo soy una observadora que se presta a ayudarlo cuando lo necesite. Conclui dada la confesion de su búsqueda que me había comentado para desahogarse de tal apresion. Una sonrisa irónica se forjó en mis labios al recordar tantos medios que mantenía para conseguir saciar mi sed y de la que el, en ese momento, necesitaba con una acallada desesperación -Desde luego ayudaré en lo que su sed refiere. No aguante la tentación de su cercanía por lo que las peligrosas curvaturas de mi boca se deslizaron por una línea imaginaria de su perfilado y marmoneo cuello mientras mis ojos se entrecerraban, solo era un roce, un roce deseado por mi que mi cuerpo reclamaba con necesidad -Hay maneras.... Susurre separando mis labios a escasos centímetros de su cuello -de obtener aquella sangre. Tengo reservas aquí hayadas, ocultas de la vista de muchos. Por otro lado tengo mortales por doquier en los sótanos donde reposan, usted digame que desea Lord Lumiére Los formalismos volvieron pero no ameritaban cambios en nuestro tratar, una sonrisa se forjó en mis labios, una sonrisa que aguardaba un seguro torrente emocional y todas referidas a ese hombre de gran belleza, a mi Lord.
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Mensaje por Dimitri Lumière Vie Ago 27, 2010 8:16 am

A pesar de que mi expresión era serena, tan sólo perturbada por el ansia de sangre fresca, me quedé de piedra. Tan hermosa mujer, delicada y cuidada rosa, suave y aromática como la más bella, acababa de mostrar su espinado corazón. Si hubiera podido, se me habría cortado la respiración. Mortales ocultos en el sótano del castillo... Mmm... No habría esperado tal carácter de aquella pieza de luna a la que tanto cariño guardaba, pero ciertamente era algo que, aunque se me había escpado, parecía más obvio que el color de sus ojos. Ella era, como yo, un vampiro. Sediento, sádico, y deseoso de la sangre humana, ciego vino dulce que aporta la vida a unos y se la quita a otros. La idea era, desde luego, tentadora. Me imaginé a aquella dama blanca desmenuzando la carne de un frágil y asustado humano. Enseguida había colocado una perfecta escena en mi mente en la que ella roía con viveza la piel de una dama de baja cuna, y manchaba su carita nívea con la sangre escarlata, mientras yo sostenía a su víctima, presa del miedo y la desesperación. Sonreí, mostrando mis colmillos perfectos.

-Eres deliciosa, Amelie
-dije. Sabía que estaba perdiendo las formas, que había dejado de llamarla madame, pero me era imposible pensar en los formalismos ahora. La besé con suavidad, rodeando su cintura con mis manos.- Vidas humanas ahí abajo, ¿por qué no se me había ocurrido antes? -Sonreí con generosidad, notando los hoyuelos que se formaban en mi cara al reír, y volví a besarla, esta vez durante unos segundos.- Me placería sobremanera disfrutar con vos de una buena noche en ese sótano del que me habláis, pero me temo que ni siquiera ante la sed que me destruye puedo perder la cortesía. -Besé su mejilla, y después volví a centarme en sus labios, carnosos y dulces casi tanto como la sangre más fresca-. Me confomo con alimentarme de la sangre vertida en copas, querida. Y espero que me acompañéis.

Alcé una de las manos que reposaban en su cintura y acaricié con suavidad su rostro; primero su pómulo, después sus labios.
-Deberíamos vernos más a menudo, Amelie. Cualquier cosa parece fácil contigo. Perdón, con vos, madame.
Sonreí de nuevo. Esperé a que me llevara a algún lugar donde pudiera beber sangre, o a que pidiera que nos trajeran las copas. Era increíble el cambio tan brusco que había dado mi humor en aquella noche. Pero no podía pensar ahora en el piano, no esa noche. Tenía a una mujer preciosa conmigo, al bálsamo capaz de mitigar todo mi dolor, y además, iba a tener alimento, algo que no había probado en días, casi en dos semanas. Así que lo mejor que podía hacer era sentarme y disfrutar, observar cómo pasaban los acontecimientos. Al fin y al cabo no merecía la pena volverme tan loco por un mero objeto. Estaba quedándome vacío, casi parecía torturarme una y otra vez, así que tendría que poner fin a aquel episodio de mi vida. No haría más intentos. Aquel piano podría haber sido desarmado, quemado, regalado a cualquier persona, o incluso, destruido. Si mi maître, el vampiro que me había enseñado todo cuanto sabía, aquel que me había regalado el más preciado don, mi inmortalidad, mi naturaleza, no había querido saber nada de mí, entonces, ¿por qué él sí merecía mi añoranza? No, claro que no la merecía.

Atraje a Amelie a mis brazos, una vez más. Su abrazo era sincero, algo muy difícil de encontrar en un vampiro, y sus brazos parecían agarrarse a mí como si fuera el único poste seguro en una fuerte ráfaga de viento. Adoraba a su persona, y más cuando ella también sentía lo mismo. Ella había sido fruto de un encuentro repentino e imprevisible en las noches de París. Con ella, parecía que de todo lo malo salía siempre algo bueno. Ella, ella. Ella. Qué hermosa era. Quizá ahora, sediento como estaba, podía verla con más claridad, con más acritud, con mucha más fiereza. Ansiaba su cuerpo de nuevo, ansiaba darle todo lo que podía ofrecerle, como a aquella vez en el Hotel des Arenes, o ¿por qué no? Ansiaba darle mucho más. Recorrí su cuello con mis besos, aún los dos de pie. Repasé su mentón con mis colmillos, palpando su casi hetérea perfección. Necesitaba sangre, mucha sangre. Necesitaba beber con avidez y probar el líquido más dulce y corpóreo: la sangre humana. Me separé con suavidad de Amelie y la miré con mis ojos casi negros, cada vez más precipitados.

-¿Beberéis conmigo, entonces?
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Mensaje por Invitado Sáb Ago 28, 2010 8:38 pm

La visión de sus penetrantes colmillos fue como un manjar adictivo y exclusivo para mi paladar, dulce pero agrio a la vez que se infiltro en mi cuerpo como un toxico que no se negaba en parar y que mi fisionomía inmortal no podía defender por más que quisiera, y sin embargo no lo deseaba. Era un creatura de la noche como yo, llena de una maldad interna que no sabía si mostrar o no, que en parte se escondía en los más profundo de su ser, como un monstro oculto en los confines del universo preparado para salir cuando sea necesario y cuando de su voluntad dependa, cuando la ocasión se dé y cuando no pueda retenerlo más. Por otro lado se hallaba la bondad de su alma que con muy pocos se mostraba, que solo conocían los que poseían la suerte de ganarse su confianza, de conocer al verdadero Dimitri Lumiére, no a la realeza inmortal, a la figura de alta cuna, no, esta vez solo podrían ver su parte ¨amigable¨ (a su manera, claro está) los que conocían al hombre, a la figura masculina y fortalecida por virtudes mortales y comunes. Esa fue mi ultima visión, o lo que logre atrapar de los pensamientos que en mi mente se hallaban y que enseguida volaron como aves de papel puesto que sus palabras me cegaron, encendieron la pasión llameante de una mujer, la lujuria máxima que dentro de mi habitaba, el sadismo en todos los sentidos que poseía y que debía de tranquilizar.

Sus palabras se perdieron de alguna forma, pero las recordaba, cómo no, mis ojos solo se cerraron en cuanto sus labios mamoneos y fríos se posaron en mi mejilla en una muestra de cariño cortes y tímida a la vez. Me hablaba de mi proposición y de lo que había mencionado. Por un momento, entre lo que mi concentración había logrado atrapar, pensé que aceptaría la opción cazadora y venidera a nuestra especie, la búsqueda de mortales que para esa hora se hallaban en sus sueños más profundos sueños, principalmente en el trato de lograr una tranquilidad plena y un descanso a todas sus actividades diarias. Sonreí orgullosa y triunfante cuando, luego de un beso pasional y delicado plenamente correspondido, abrí mis ojos solo para ver su curvatura educada y cortes, segura de sus acciones que dictaban que bajo ninguna circunstancia dejaría atrás la educación y etiqueta, los modales por un simple capricho que sus necesidades exclamaban con ansias. Asentí levemente, muy lento a decir verdad, y estaba decidida, decidida a encaminarme al encuentro de aquel elixir que guardaba en mis aposentos minuciosamente lejos del encuentro de los curiosos y solo dispuesto a mi hallazgo, como una caja fuerte, un pequeño secreto que nadie sabía, un mapa hacia un tesoro. Mis pies se dignaban a caminar cuando me atrajo con fuerza, no con brutalidad y rudeza, pero si con la suficiente autoridad como para hacer que no escapara de sus brazos, algo que ni en mi peor tormento me dignaría a hacer.

Sus ojos me miraron, brillaron y centellaron sin ocultarse, entendí cada una de sus intenciones, lo conocía, y a estas alturas más aun, cada uno de sus gestos no eran nuevos para mí y eso era algo que me agradaba en su totalidad. Deseo, posesión, respeto, admiración...eran tantas las emociones reflejadas en su vista que me inundaron de inmediato como el más extenso mar, como el más violento cauce. A continuación mi fuero femenino me golpeo, con fuerza, sin piedad e intentando romper cada una de las barreras de resistencia que inútilmente mantenía como una especie de cuidado a lo que mi cuerpo y mi mente quería hacer guiados por mis instintos. Sus labios pasaron por mi garganta, sus finos dientes delinearon mi cuello enmarcando el camino que el mismo trazaba en una línea imaginaria. Mis respiración, aunque no era necesaria, se marco pausadamente, dejando que algunos suspiros placenteros fluyeran de mis labios como una adaptación a lo que hacía, esta vez era solo mujer, era Amelie, la dama, la doncella, la joven, la amante. Mis manos se posaron en sus cabellos, deseosas de sentir las finas hebras que mis dedos enredaban entre sí, aunque solo fuera el tacto que en el transcurso de nuestro encuentro había mantenido. No las moví ni lo intuí a más allá, aunque aun así mis pechos se movían acompasados con mi respiración, sujetados y enmarcados por la ropa de dormir, su forma redondeada y carnosa era más que evidente.

No paso mucho tiempo, y menos extensos minutos para que su acción se viera irrumpidas por sus palabras, sonreí finalmente marcando mis colmillos blanquecinos en mis labios, solo un poco nada mas, nada atemorizante ni poco común. Posteriormente abrí mis ojos manteniendo aun la distancia de sus brazos en mi cuerpo y de mis manos en sus cabellos que se deslizaron suavemente hasta llegar a sus bien formados brazos, como si me costara alejarme de él, lo admitía, odiaba alejarme de su tacto y más aun cuando sucesos cálidos y pasionales como el anterior se daban en la intimidad de una habitación solo con nuestra deslumbrante presencia -Así será mi Lord, no debe dudarlo. Incline mi cabeza como una aceptación y entonces me dirigí a uno de los cuadros, raro, pero ahí se hallaba el motivo de mi búsqueda.

La tela se deslizaba por el suelo resonando solo para los oídos capaces como un roce sutil y sosegado por el silencio de la noche y de las paredes que nos rodeaban. Hice a un lado la pintura dejando ver una especie de cajón de madera, creíble o no, yo misma lo había ideado. Con una sonrisa triunfante tome la llave plateada escondida tras el marco, mínima ante los ojos pero que encajaba a la perfección ante el primer toque, lo abrí en segundos y mis ojos claros vieron lo que tanto buscaban; una botella, verde como el veneno y oscura a la vez como la noche, alrededor algunas posesiones personales, joyas, cartas y papeles reposaban de forma ordenada dejando al final unas copas de plata con grabados antiguos, exactamente tres, cuya historia causa pesadez en mi ser y no me creía capaz de contar; la corte, solo debo decir que ahí pertenecían, mis andanzas con Lady Sabrina, que recuerdos aquellos. Tome dos de las copas y la botella, cerré la caja con la llave y lo devolví todo a su lugar correspondiente, odiaba todo lo contrario al orden -No permito que toquen mis aposentos y en ningún momento mis criados se han mostrado protestantes a ello. Sonreì de forma simple mientras volvía a mi lugar anterior, frente a él, a una distancia corta y lejos de cualquier formalidad -¿Me haría el honor?. Inquirí mientras mis labios repasaban su mentón, no me cohibía y menos frente a él, Monsieur Lumiére más que nadie sabía lo que sentía, puesto que lo correspondía de igual o más intensa manera -Es capaz de ello ¿No, Dimitri?. Mis curvaturas cálidas y húmedas posaron un beso en dicho lugar ante tal susurro, deslizando uno de mis dedos por su torso varonil en un sutil trazo, impulsando luego las copas sin fuerza y obligación hacia él, dejándolas para que sus manos fueran las que sirvieran nuestra bebida, el vigorizante liquido de nuestros sueños que hoy compartíamos entremezclados con nuestros deseos y nuestros más profundos pensamientos.

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Mensaje por Dimitri Lumière Mar Ago 31, 2010 9:37 am

Tan solo una pequeña botella de cristal y dos copas se convirtieron en el objeto de mis más siniestros anhelos durante aquella noche. Eso, y por supuesto, la dama que me había dejado entrar en su casa pese a haber irrumpido sin cita previa, y la misma que me había ofrecido sus aposentos más íntimos y la sangre que me devolvería a mi estado natural. Amelie se acercó y comenzó a proferirme caricias y besos. Estaba preciosa, sin duda alguna.
Ella me incitó a ser yo mismo quien hiciera los honores de servir. Sonreí ambiguamente y la miré a los ojos, aquellos que tanto me fascinaban.
-Claro que soy capaz. Espero que no lo dudéis.

Abrí la botella deshaciéndome con suavidad del abrazo de la bella dama. Sólo con oler el líquido que contenía sentí que ya estaba más vivo. El olor dulce de una dama joven; podía sentirlo. La acerqué sin llegar a rozarme y volví a oler, llegando a pensar incluso que se trataba de la sangre de una dama virgen. Un manjar.
Me imaginé a la propia Amelie en su sótano, donde dijo que guardaba a humanos que esperaban el día de su juicio final, en el que entregarían la sangre que les poseía para convertirse en alimento de seres insaciables que ansiaban su inmortalidad. Me la imaginé allí eligiendo a conciencia a sus vícitimas, las mismas que ahora compartiría conmigo.
Decidí no darle más vueltas a aquel asunto y continuar con nuestro brindis. Llené las dos copas lentamente, disfrutando del sonido de la sangre al posarse al final de la copa de cristal, y viendo cómo llenaba el interior de ésta. Repetí el mismo ritual con la otra copa, y dejé la botella abierta encima de una mesita.

-Brindemos, querida -dije mientras le entregaba su copa en mano, ansioso por probar aquel manjar que la afitriona me había entregado.
Sonreí ampliamente, y ella correspondió mi gesto. Antes de que nuestras copas chocase, entrelacé nuestros brazos, los mismos que portaban la copa. Chocamos los cristales, y al hacerlo, un poco de sangre de su copa se derramó sobre su mano. Incapaz de evitarlo, siendo presa de mis más fieros instintos, aunque considerablemente consciente, acerqué mi rostro hasta su mano y lamí con avidez la primera gota de sangre en una docena de días. No pude evitar tampoco que mis ojos se quedasen en blanco, y que a mi mente acudieran múltiples sensaciones que casi podrían parecerse a las d la primera vez que probé la sangre de una virgen. Increíble.
Levanté la cabeza hasta Amelie y mordí con suavidad su labio inferior, para después volver a mi puesto. Seguíamos con los brazos entrelazados, y yo tenía un ansia impetuosa por continuar bebiendo. Chocamos el cristal de nuevo, y esta vez no se derramó nada.
-Por nosotros. Por tí, mi confidente, amante y amiga -acerqué mi boca al cristal para comenzar a beber- Mi bálsamo -dije antes de entregarme al placentero sabor de la sangre que mi amiga había traído hasta nosotros. Deshice nuestro abrazo y volví a llenar las copas. Me recosté sobre la cama de perfil, con la cabeza sujeta por un brazo y con el otro sosteniendo la copa de mi elixir de vida. Invité a Amelie a hacer lo mismo y sonreí antes de beber un nuevo trago de mi salvación. Podía sentir mi ánimo levantarse y mi aspecto rejuvenecer. Desabroché los botones de mi camisa, lo único que quedaba sobre mi torso, y disfruté de la visión que tenía frente a mí.

-Gracias por todo, Amelie.
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Mensaje por Invitado Mar Ago 31, 2010 9:53 pm

Ante lo que mis acciones habían causado tuve la satisfacción de sonreír ampliamente y con un orgullo centellante que iluminaba con fiereza el iris de mis ojos. Me fijaba verlo de tal manera, tanto o mas que podía considerarlo una especie de masoquismo. La forma en que disfrutaba el roce de mía labios, tan solo el contacto de su tez con la mía, no importa la magnitud estaba segura que su mirar y sus acciones lo delataban en lo que a mi se refería. Puede que la sed lo irrumpiera y apartará su total concentracion a lo que a mi refería, pero sin embargo tenía el poder de aún estar atento a mi persona y de aprovechar cada instante de que la calides se apoderara de mi haciendome cometer las mas variadas muestras de afecto que se alojaban dentro de mi, claro está, sin embargo eran como una caja de Pandora; oculta y misteriosa para muchos y desesperante al basarse en la curiosidad de lo que su contenido podía emanar. Por eso y más mi ego y vanidad de mujer aumentaban con cada gesto o palabra de Dimitri Lumiére, no solo era por su inmortalidad que, en tal caso, ampliaba su margen de contacto y apreciación semejante, no, además de ello el era un hombre especial, en todos los sentidos, con una sola oración podía causar en mi los más inesperados efectos, me agradaban y es allí a donde iré, sea lo que sea que dijera o hiciera tenía el don de que esas muestras me gustarán de sobremanera en indudablemente quisiera más, más de el.

Fue música para mis oídos el vertir del liquidó rojizo en las copas, la afinación permanente de mi audio me permitió percibir de mejor forma el acústico caer en forma de cascada que fue aumentando lentamente hasta cubrir cierta parte decla copa dandole un aspecto cálido y, como no, aromático y enloquecedor incluso, mis sentidos se activaron en su mayoría cuando aquel joven y dulce efluvio penetró mis fosas nasales con furia y sin barreras aparentes, volviendome esclava de su propio cause. El, de manera educada y eficiente, realizó el mismo procedimiento con el deseo reflejado en su mirar, pero sin dejar a un lado la galantería y cortesía, vaya hombre, y que posecion podía causarme. Luego de ello extendió su mano a la mia, como un brindis al dejar la copa en un lugar seguro, sin duda repetí su movimiento, las palabras no eran necesarias y menos aún cuando mis gestos deseosos y pacíficos hablaban por si solos. Quería entreoazar nuestros brazos y yo no tuve inconvenientes cuando estos se enroscaron a la perfección como trozos de marfil armados y grabados entre si, pero un mínimo error cayó como una trampa antes cubierta, una de las gotas se posó en mi mano, traviesa y dispuesta a reclamar su atención.

Sin preámbulos vi sus ojos, parecían sosegados por aquella minúscula demostración luego del diminuto toque de las copas; oscuros y expectantes no dejaban de ver mi tez ahora marcada de una tonalidad roja oscura, se acercó y sin poder evitarlo el fuego volvió a mi y me agolpó con violencia, con rudeza, despertando de nuevo la intensidad. Solo pude sentir sus labios, sus carnosos labios y una pequeña humedad de su lengua ávida que limpiaban la gota asegurandose que no quedará nada más de ella. Mis ojos se cerraron y mordí mi labio inferior cual adolescente ansiada, mordida que el separó apoderandose de mi labio y manejandolo a su inesperado antojo, eso, momentáneamente, me separó del mundo donde me encontraba, llevandome a uno en donde el único rostro que veía y el cuerpo de mi anhelo tenia por nombre Dimitri Lumiére. El término y solo pude oír su dedicatoria, su brindis y su mención a lo que yo implicaba en su vida, era su amiga, su amante, su medicina. Ambos bebimos y nuestras copas se encontraron nuevamente sin ninguna caída repetida. Podía verlo, podía darme cuenta de que su estado mejoraba de forma considerable con cada sorbo que daba. Sin pensarlo se tumbó en mi cama, lo veía como una figura de Adonis, como un retrato famoso y antiguo expuesto solo en los mejores museos artisticos de la ciudad, solo al ver parte de la marmonea piel de su pecho supe que los recuerdos decla noche en el hotel no tardarían en llegar.

Lo deseaba de todas las firmas existentes, deseaba al Dimitri hombre, al amigo, al compañero, a el. Una invitación se formó entre el contacto visual que manteníamos y fue cuando tome con desicion el listón de seda del albornoz, mi mano libre lo soltó con la lentitud necesaria solo para dejarlo caer en un desliz sutil por cada forma de mi cuerpo, finalmente solo pude quedar con un, considerable corto como ropa para dormir que dejaba a su vista algunas extenciones perfiladas de mi cuerpo. Me encamine sin tardar a su lado, la copa reposaba en mis labios mientras bebía llenandome más de tan preciado elixir, solo al sentarme a su lado, al apoyarme hacia el sin evitarcla cercania, fui capaz de dejar a un lado la copa a la cual posiblemente devolvería uso en unos momentos -Oh Dimitri, las gracias entre nosotros no son necesarias, más aún cuando yo debería dartelas a ti. Una de mis manos se deslizo por sus cabellos, por sus hebras doradas, mientras que la otra se hallaba en un descanso notable sobre mi abdomen, sobre la tela de seda misteriosa y atrayente -No se debe agradecer lo que podría ser común o de esperar. Mis labios se curvaron con tranquilidad mientras deslizaba uno de mis dedos por el contorno de su rostro, como la exploración de una infante a lo desconocido -Al parecer no es necesario cuestionar que has mejorado, podría servirte otra copa si lo deseas, solo dime si necesitas algo mas, no quiero que algo te falte en mi propio hogar.
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Mensaje por Dimitri Lumière Sáb Sep 04, 2010 3:54 pm

Sus facciones se dibujaban y desdibujaban para dirigirse a mí. Cada vez que me miraba resurgían los recuerdos de la noche más preciada de los últimos meses; la que pasé junto a ella. Y cada vez que dejaba de mirarme ansiaba volver a ver la profundidad de sus ojos.
-Adoro que te preocupes tanto por mí -dije tras escuchar sus palabras, con una sonrisa pícara en la que podían notarse mis hoyuelos. Levanté una mano y la acaricié, rozando con mis dedos la infinita suavidad de su rostro duro-. Pero estoy bien, querida. Me sienta bien la sangre.
Volví a beber la copa y yo mismo me levanté para rellenar mi copa. No le ofrecí a Amelie porque su copa aún seguía medio llena. Mis ansias por beber hacían que yo acabase antes; se notaba que había pasado días en completa sequía, y necesitaba alimentarme. Quizá la sangre embotellada me supiera a poco, puesto que era mucho mejor beberla directamente de la persona que eliges, pero la presencia de Amelie suplía todas aquellas necesidades. Ya tendría tiempo después para dedicarlo a mi alimentación; ahora estaba centrándome en otro tipo de placeres que no sólo gustaban al paladar.

Volví a la cama con la copa llena y comencé a beber en tragos largos pero pausados. Era una sangre esponjosa, líquida pero con cuerpo. Sentía el líquido rojizo descendiendo por mi garganta, rozando las paredes de mi esófago sin adherirse a ellas. Era perfecta. Al igual que Amelie.
Cuando terminé la copa la dejé sobre la mesa, donde yacía la botella, y volví a recostarme en la cama, esta vez apoyando la cabeza sobre el colchón.
-Ya estoy mejor. -hice una pausa un poco prolongada, sintiendo cómo mi cuerpo me pedía más sangre, pero ciertamente no era el momento ni el lugar, aunque sabía que era pura lujuria, nada tenía que ver con la verdadera necesidad que había sentido hacía unos instantes.- Me siento más relajado, de verdad -dije volviendo mi cabeza hacia ella. Adoraba sentir sus ojos clavados en mi cuerpo. Me gustaría adivinar qué era lo que pasaba por su cabeza en aquel instante, qué la tenía tan ensimismada.- En el fondo sé que todo lo que ha pasado conmigo ha sido una soberana tontería -dije muy serio-. Sé que es un acto de debilidad y cobardía, pero supongo que ni siquiera un vampiro puede sobreponerse a ciertas aptitudes humanas, sobre todo cuando éstas superan la docena de años.

En realidad, sabía que estaba hablando más para mí mismo, como si estuviera pensando en voz alta, que contándole mis pensamientos a Amelie. Aunque ciertamente era satisfactorio saber que las palabras no se perdían en la infinidad de la habitación, ni en el abismo del aire que flotaba sobre la atmósfera, sino que llegaban a oídos de otra persona que me escuchaba atentamente con cariño. Amaba observarla, y adivinar la dirección de sus ojos, e incluso el curso de su desbocada mente.
-Soy estúpido -dije incorporándome, volviendo mi torso hacia ella. Supuse que ella había entendido que me refería a que lo era por haber estado torturándome por encontrar un objeto hasta el punto de llegar a abstenerme de alimentarme.- Bueno, por eso también lo soy, pero me refiero... -dije volviéndo a acariciarla. Ella cerró los ojos al sentir mi contacto, y me imaginé cómo habría sido el rubor escarlata en su piel antaño humana- a que estoy hablando demasiado, cuando en realidad contigo las palabras se leen en nuestros ojos. Es algo que me encanta de tí, Amelie -sabía que había perdido por completo los formalismos, pero quizás allí, en sus aposentos más íntimos, recostado sobre su lecho bebiendo sangre, sobraban.

Mi sonrisa era amplia, y nunca me alegré más de haberme dirigido hasta allí aquella noche estrellada en la que no podía ver más que su imagen en mi mente.
-Hay una cosa que me gustaría pedirte, querida. Pero sólo si es posible y si os apetece.
Sabía que iba a volver a hablarle de lo mismo, iba a volver a perder el tiempo en temas que no lo merecían teniendo a una hermosa vampiresa frente a mis ojos capaz de entregarme su noche, regalándome las últimas horas hasta que el amanecer sorprendiese su piel inmortal, tanto como la mía; sin embargo, lo que iba a pedirle era algo que necesitaba tanto quizás como la propia sangre que me alimentaba.
-Tengo entendido, y así me lo has hecho saber, que sois una amante de las artes en su completo significado. Me habéis demostrado que adoráis la pintura, pero como sabéis, yo me decanto más por otro tipo de arte: la música. Hace, como os he dicho, más de una década que no he podido rozar el marfil de un piano, o acariciar con suavidad la tapa de madera que cubre sus teclas.-Tomé una de sus manos por sorpresa, consciente de lo que podía provocar en ella- Imagino que tendréis un piano en algún lugar de este enorme castillo. Me gustaría muchísimo dedicarte unas notas antes de que la luz matutina me obligue a abandonar vuestra morada.

Esperé su respuesta con el brillo en los ojos que me provocaba la idea de volver a tocar un piano. La música siempre había sido mi fiel compañera. La única que era capaz de abandonarme sin que yo lo hiciera primero; la única que aunque dejara de disfrutarla, volvía a mí tras mi demora; la única que se marchaba de mi vida dejando un vacío indeleble y sin embargo, yo aceptaba con gran alegría su vuelta.
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Mensaje por Invitado Miér Sep 08, 2010 9:54 pm

Fortuna divina la que había irrumpido mi futuro para encontrarme una noche con Dimitri Lumiére, un escenario nocturno de diferentes caminos que conllevaban a un mismo destino. Exitosa la jugada que se había tropezado con nuestro andar, con nuestras misiones que habían cambiado hasta convertirse en la misma trama, en el mismo acto, hasta en las mismas acciones, como una obra de teatro predeterminada por la esencia de nuestra eternidad que insistía en cambiar las acciones de lo que se suponía que tenía que ser una monotonía de vida. Si existía una profecía de fe, palabras de honor celestial o cualquiera de sus semejantes entonces podría utilizar el término bendito como un adjetivo al movimiento que sea como sea y sin siquiera tener una razón aparente había puesto a aquella figura de gran belleza, a ese ser inmortal, a...ese hombre, si, a ese hombre en los trazos de mi camino y el cauce de mi andar, por ello y por mas razones mis ojos, mi cuerpo, mis emociones y todo lo que de mi dependía ahora no podía separarse de él y si tenía que vivir con un continuo anhelo y un mar vacio de recuerdos para solo tenerlo presente, entonces lo haría. Que ironías, era como una metáfora entre una fría roca, fuerte y resistente aun al pasar de los años que a medida del paso del reloj se recreaba y se adaptaba a sus alrededores hasta el punto de cambiar su máscara por un recurso más del paisaje con especialidad propi. Ahí podía comprobarlo, mi mente se sumía en un lapsus de pensamientos solo cuando el estaba cerca, y la diferencia de mis memorias de antaño a este momento era que todo giraba en torno a él, solo a mi apreciado Lord, extraño termino o lo indescriptible y aun oculto que nos ocurría o que internamente sabíamos.

Al volver a mi realidad tome mi copa para darle un sorbo al liquido suculento que se adhería a las paredes de mi garganta hasta posarse en mi estomago y satisfacerlo sin importar que mi sed no era tan extensa, sonreí correspondiéndole con picardía y complicidad asintiendo solo una vez demostrándole que me alegraba su mejoría que sin embargo era notable incluso en su apariencia. Deje la copa a un lado dispuesta a brindarle una caricia, tan solo un roce que no podía evitar y que demostrara que no podía ni quería mantener una distancia entre nuestra tez, pero al parecer Dimitri presintió mi acción puesto que su mano me brindo una delicada caricia sosegada de sutileza y una especie de cariño que me impregnaba hasta la extensión mas diminuta de mi cuerpo, solo pude entrecerrar mis ojos hasta que finalizara, era como si sus dedos y tan solo esa muestra de afecto se acoplara únicamente de él para mi, así como todo lo que hacía, diseñado para mi persona, y como me agradaba pensar en ello, de sobremanera . Al finalizar Dimitri se sirvió otra copa, una vez más mis ojos no perdieron ni in instante de sus movimientos elegantes incluso en la acción tan simple y cotidiana de servirse un poco de bebida -Alegría sobra decir al saber que estas mejor, Dimitri. Se tumbo nuevamente en la cama y mi atención se vio distraída ante sus palabras que afirmaban nuevamente su estado y que mostraban su filosófico punto de vista acerca de su estado, negué y sé que él se dio cuenta, le demostraba que no me importaba lo que pensaba de su estado, que a fin de cuentas era un momento, solo un instante entre dos figuras inmortales, entre sus pensamientos y palabras, entre sus miradas y acciones, quizás no supiese el hilo exacto de mi mente pero si sabría que nada importaba a excepción de su sola presencia.

De repente el mismo se catalogo de estúpido, su posición ahora se hallaba frente a mí al igual que yo, con una cercanía entre nuestros cuerpos donde me explico algo en lo que coincidíamos y que me hizo reír con inocencia y casualidad al eliminar todas mis sospechas a su repentino comportamiento. Su caricia influyo mas a mi fuero interno que llameaba sin puedas y que hizo que un suspiro innecesario fluyera de mis labios haciendo que mi torso se moviera a su compas remarcando la forma suave y conservadora de mis pechos aun con un mínimo escote en la tela de seda. Tenía la razón y no tenía que hablar para que él lo supiese, las palabras entre nosotros no eran necesarias cuando el iris de nuestros ojos hablaban por si solos comunicando nuestro más sincero sentir y mas allá de ello -No se cataloga como estupidez al instinto que nunca se equivoca, mi Lord. Mi mano se deslizo por su pecho, mis yemas era suaves con el contacto hacia su torso aun sobre la ropa donde me detuve tan solo para ver sus ojos aun con la serenidad contenida en mis facciones. Mi mano volvió a su lugar cuando sus labios se entreabrieron, seguros después de un goce caballeroso de mi acción, para pedirme un favor que no dudaría en facilitarle. Lo escuche y asentí ante la mención de mis amadas artes. Me pedía el solo toque de un piano una vez más, no me preocupaba y me tranquilice al saber que era el resultado de lo que mis sospechas dictaban, quería dedicarme una melodía y eso hizo que el fuego encendiera un supuesto pozo sin fin al lado izquierdo de mi pecho, algo tan humano que desconocía instantáneamente, pero todo se paralizo y mi sonrisa se borro con rapidez con la sola mención de su próximo abandono que las horas y el acercamiento del amanecer se precipitaban en indicar, mi rostro se quedo estático y, en busca de no demostrarlo, asentí simplemente mientras me levantaba tomando el albornoz de seda que me puse al instante cubriendo las extensiones misteriosas y sensuales de mi anatomía antes vislumbradas solo por él.

Volví a verlo a los pocos segundos, me asegure de soñar convincente y aparentemente llena de alegría o algo parecido que no dejara dudas de que además de que me disponía a ayudarlo no me afectaba la debilidad que dentro de mí se había manifestado. Su mirar me congelo instantáneamente y mantuve la curvatura en mis carnosos labios -Si, lo ayudare Monsieur. En este mismo pasillo, no muy lejos de aquí, queda un salón donde reposa un piano de cola antiguo y cuya apariencia se que será de su gusto y tacto, fue un regalo de un buen amigo, allí podrá cumplir su deseo y yo estaré presente para su dedicatoria la cual agradezco indudablemente. Me dirigí en pasos pausados hasta llegar la puerta y tomar el tomo, sabía que él me seguiría y que había sido evidente el usar formalismos, ya ni podía contenerme y me martirizaba por ello. Abrí la puerta hasta ver los pasillos poco iluminados y no muy lejos una puerta entreabierta en una de las tantas habitaciones que serviría como nuestro destino -Allí se encuentra, te guiare hasta ese lugar. Frágilmente sonreí aunque mi rostro no fuera visible para él. Una vez más demostraba que a pesar de mi vida eterna, de mi necesario elixir, era una mujer, una doncella, una dama, cualquier sinónimo que incluyera mis emociones y sentir tras la apariencia exterior. Lo seguiría, estaba dispuesta, sin importar mi frágil pensar de su retirada estaba decidida a acompañarlo para escuchar las armónicas notas que se dedicaban a su audiencia, a su oyente, a su compañera, a mí, como una tonada de despedida, como algo de lo que me quedaría solo una promesa de regreso y un extrañar día a día con solo un nombre grabado, aquel que se hallaba tras de mí y que hipnotizaba mi ser únicamente con una mirada.

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Mensaje por Dimitri Lumière Jue Sep 16, 2010 10:08 am

Cuando Amelie asintió, dispuesta a satisfacer mis necesidades, no cabía en mí de júbilo. Mi semblante comenzó a tornarse alegre, y juraría que mis facciones descansaban al fin. No tendría mi piano, ni de lejos sería lo mismo, pero al menos volvería a sentir mis dedos clavados en aquel marfil blanquecino en el que podía llegar a perder mi cordura y lanzarla al abismo a la espera de una melodía ancestral en la que plasmar mi estado anímico.
Ambos nos levantamos de aquella cama, dejándola atrás encerrada en una habitación de ensueño donde podría haber vuelto a sentir la totalidad de la vampiresa que tenía frente a mí, mi anfitriona aquella noche.

Volvimos a transitar los pasillos de su enorme castillo. La seguíría una vez a la espera de que su paseo me llevara al lugar que deseaba, y en el que encontraría el objeto que ahora constituía el único pensamiento en mi mente. Junto a ella, me dirigí a una sala fría en la que había varios instrumentos de música. Apartado, frente a la pared, yacía un violín oscuro cuya madera aún olía a nuevo. De hecho, desde mi posición, al otro lado de la puerta, podía adivinar de qué clase de madera se trataba, la antigüedad aproximada, y la frecuencia con la que había sido utilizado. Quizá había algún instrumento más, más bien estaba seguro de que algo más rodeaba la habitación, quizás pequeños instrumentos; no pude saberlo. Mi completa atención estaba dirigida al enorme piano de cola doble, de diez escalas. Si hubiera sido humano, estaba seguro de que mi corazón habría dejado de latir durante un instante.

Miré de soslayo a Amelie y le dirigí una sonrisa que hablaba más de lo que podría haberlo hecho con palabras. Con mis ojos, le expresé el cariño más infinito que guardaba en aquel momento para ella. Me senté en la butaca y antes de colocar mis dedos sobre las teclas, pensé qué iba a tocar. ¿Quizás algo propio? No, ultimamente sólo componía música para violín. Sería difícil recordar mi música para piano. Probablemente esas partituras estaban destinadas a mi piano, si es que alguna vez volvía a verlo, o lo más importante, a tocarlo. ¿Algo de mi maestro, entonces? No. Sus partituras estaban guardadas dentro de un recoveco de mi mente, allí donde ya prácticamente no entraba la luz. Su música era sencillamente perfecta, e incluso él mismo había dicho que le gustaba más cuando era yo quien la tocaba. Pero esa música me traía demasiados malos recuerdos.

Bien, tocaría algo de Bach. Música sencilla, tranquila y plagada de sentimientos neutrales. Ni odio, ni amor, ni tampoco algo fácil de entender. Coloqué mis manos en la posición inicial, utilizando una escala en Do mayor.
Empecé a ser consciente de que iba sin chaqueta ni chaleco, e incluso llevaba la camisa desabrochada cuando miré hacia abajo para comenzar a tocar. Volví a mirar a Amelie, que me observaba desde un lado de la habitación. Curvé mis labios hacia ella, y comencé a tocar.

Poco a poco, recordé la melodía en mi cabeza, aunque las primeras notas tan sólo eran una prueba de sonido. Cuando conseguí acordarme al completo de las notas que conformaban la melodía. Las notas de Fantasía comenzaron a sonar, llenando por completo la habitación de una armoniosa fuerza que emanaba desde el piano. La rapidez con la que recordaba las notas, y sobre todo, con la que mi cerebro enviaba el impulso a mis manos para que tocaran, me sorprendió incluso a mí mismo. Apenas fueron dos minutos, el tiempo exacto que duraba la melodía que el maestro Bach escribió en Viena.

Cuando terminé, noté como la música dejaba de fluir por mis venas, desenroscando el ritmo y separándolo de mí para volver a una realidad espumosa, en la que me di cuenta de que no había percibido ni uno sólo de los detalles del piano negro con adornos florales de nácar.
Suspiré y, sin aún decir nada, miré a la preciosa Amelie, que había escuchado mi pequeño concierto en silencio desde el otro lado de la habitación.

-Merci...
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Mensaje por Invitado Mar Sep 21, 2010 9:12 am

Mis pasos aun se marcaban distantes y simples por la intención de su pronta retirada involuntariamente a que no deseara que fuese notorio tal impulso femenino, mientras tanto mi mente navegaba en un mar difuso de pensamientos cubiertos por las más profundas emociones. Unas notables ansias se destacaban por la propia curiosidad a aquella melodía que a la que Dimitri daría vida con sus propias manos y que solo me tendría a mí como audiencia, al parecer era lo único que cobraba la vida de la curvatura apagada de mi rostro que a la que no había dado atención desde que, en mi propia habitación, mi apreciado Lord puso un fin cercano a nuestro encuentro, el amanecer era la causa y fue entonces cuando me di cuenta cuanto detestaba el solo hecho de una aproximación de los rayos del sol a mi morada, era el único motivo que causaba que Monsieur Lumiére tuviera que retirarse hasta quien sabe que línea del tiempo que no uniera nuevamente. Al volver a la realidad solo fui consciente de mis pasos por los pasillos poco iluminados que nos acercaban cada vez más al salón musical que guardaba minuciosamente cerca de mi habitación, fuera del alcance de los curiosos y como una caja de Pandora a los verdaderos amantes de ese arte.

Dimitri me seguía desde luego, solo lo mire de reojo algunas veces como si necesitara comprobar que el audio de sus elegantes pasos no era muestra suficiente para demostrar que me seguía y que aun su presencia no había abandonado el castillo. Ironías las que ahora me convertían en una doncella cualquiera, en quizás, una mujer mortal que se deja ahondar por los sentimientos que el destino le preparaban y que la hacían sentir sumida en un mar de pensamientos del que no se sabe que esperar ni mucho menos de qué forma salir. Finalmente la espera no fue demasiada puesto que ya nos hallábamos frente al gran salón, mi mano perfilada se enrosco con el pomo para abrirla en su totalidad y dejar entrever el pacifico lugar lleno de instrumentos y el recuerdo de vagas melodías que alguna vez realice sin motivo aparente en uno de mis tantos días metódicos en el camino de la inmortalidad. Desearía con palabras poder describir el iris brillante que se poso en los ojos de Dimitri en cuento sus ojos se fijaron en el único instrumento de su interés, en lo que lo llamaba sin cohibiciones, la razón por la que ignoro a los demás instrumentos que, en vano, trataban de llamar su atención con su estructura envidiable y perfecta; el piano de cola impulso un brillo enloquecedor en su mirar, sus facciones permanecían intactas claro está, pero una curvatura se forjo hacia mi solo para dedicarme unos segundos de agradecimiento que cubrían cualquier palabra innecesaria que sus labios pudieran crear. Desde luego, yo, que hasta ahora había mantenido mi mirar en él, le correspondí con una curvatura suave y delicada, sus intención había sido respondida y de momento tome la intención de olvidar cualquier sentimiento que contradijera la armonía y emoción de estar con él.

Sus pasos se dirigieron hacia el instrumento de gran tamaño posado a mitad de la habitación, preferí quedarme cerca de la puerta para darle unos momentos a solas para su mejor familiaridad y concentración, solo perdí el contacto por unos segundos al entrecerrar la puerta evitando cualquier interrupción que internamente sabía que no existiría. Me daba cuenta de cada gesto y acción y podría decir con creces que Dimitri Lumiére parecía un humano que ve el sol por primera vez después de tantos siglos sumido en un pozo profundo de cualquier especie de oscuridad, sus dedos se deslizaban con cautela y sosiego por las teclas blanquecinas antes de que tomara asiento para involucrarse en un debate interno donde buscaría con exactitud a que melodía cobraría vida, sonreí involuntariamente ante su concentración que no era más que semejante a un niño pensativo que decide que letras escribir en un blanco papel con temor a equivocarse. Posteriormente su mente comenzó a fluir y fue cuando poso sus manos en las teclas que cobraron movimiento conforme a su elección, estaba probando aun indeciso pero aquello quedo a un lado cuando una suave y rítmica melodía afloro de Dimitri para llenar toda la habitación, parecía una figura divina, si, algo semejante a ello sentado en el piano con la música brotando por cada poro de su ser, la perfección masculina y la belleza inmortal brillaban con cada tecla que compaginaba con su deseo de la perfección en la tonada, lo estaba logrando, su propósito se estaba cumpliendo y agradecía inmensamente que fuera yo quien lo presenciara.

Me sumí en un mundo donde solo él y yo habitábamos, donde ese instante no tenia fin, mi cabeza apoyada en una de las paredes laterales dejaba que mis bucles oscuros se perdieran sin piedad por la caída de mi torso, lo admiraba y me llenaba con la cultura artística al mismo tiempo, la ultima era tan deseada que por un momento pensé que parte de mi agradecimiento hacia el esa noche era que me la brindara nuevamente de esa forma tan única y que solo ambos pudiéramos compartir. Los segundos pasaban y cada nota fluía con más y más deseo que la anterior, como si quisieran demostrar más y más del querer de su proyección. Mi vista seguía fija en aquella escena al pasar de los minutos donde dio su fin y la tonada se aparto de la habitación, de las paredes y de cada súbito rincón, incluso de mi misma que la habita tomado como una muestra pacifica y plena. Posteriormente dio su fin al separarse de Lord Lumiére que tras un suspiro de satisfacción alzo su mirada para verme y decir tan solo una palabra a la que respondí con una inclinación de mi rostro y una curvatura sincera.

Me acerque a él con pasos lentos y lejos de la melancolía que minutos antes me había llenado al entrar al salón, el albornoz de seda se deslizaba por el suelo conforme a mis pasos con un lejano roce pudiente solo para los capaces de audio. Al estar tras suyo me incline a su oído, no con una intención apasionada y deseosa, claro está que esas emociones se hallaban dentro de mí y solo despertaban por él, pero esta vez fue solo un decir, algo que hizo que mi voz descendiera varias octavas -Ha sido...maravilloso, gracias por ese detalle y por tenerme solo a mí como audiencia tras esta magnífica tonada, de seguro pudiera demostrarle mis dotes musicales pero temo que se hallan ocultos dentro de mi persona, presos y anhelantes de salir pero sin encontrar la forma de que su maestra las exprese de una forma adecuada a lo perfecto que se quiere lograr. Una sonrisa vacilante sustituyo mis palabras al momento que mi incline a su cuello, un poco antes de la base, para dar un beso misterioso e inocente. Me incorpore, ignorando la fuerza y el fuero de mi cuerpo unido al de él, solo para caminar sin alejarme demasiado por la habitación. Mis dedos se deslizaron por el violín al encontrarse junto a él sobre una repisa de fina madera que facilitaba mi alcance hacia tan hermoso instrumento, cada parte de él fue recorrida por mi contacto que apreciaba su belleza en todas las formas posibles -En mi interior lamento profundamente que tengas que irte, Dimitri, es lo que nubla mis facciones de momento por el hecho de recordar que en algún momento cercano tendrás que irte. Mencione sin rastro de formalidad alguna abandonando el tacto de violín mientras mi rostro volteaba a verlo, brindando una pequeña curvatura en mis carnosos labios que inconscientemente solo aquel hombre podia causar.

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