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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Aitziber D’ Lemoine Lun Sep 16, 2013 10:58 pm


La verdad brilló,
te ví sin disfraz, tal cual eres.

El carruaje se había detenido en aquella gran mansión, era la primera vez que pisaba ese lugar, de solamente pensar que era el lugar en donde vivía Bruno, su sangre comenzaba a hervir, pero también era donde estaban sus sobrinos y su media hermana, no quedaba de otra, se quedo por unos minutos en su carruaje, estaba aun dudosa de si debía ir hacia ese lugar, era como entrar a la boca del lobo, pero ella debía saber qué clase de sucio hombre era su esposo. Suspiro suavemente, mientras se arreglaba sus cabellos cortos, se quedo unos momentos con la cabeza en su mano, aun el corte le parecía ligero, no se acostumbraba a que tuviera los cabellos tan cortos como los de un hombre, entrecerró sus ojos, que malo había sido su secuestrador por esa parte, aun así, lo único que debía hacer era agradecerle de salvarlo de las manos de Bruno y su estúpida codicia.

Sus pies salieron del carruaje, dio un pequeño saltico, mientras su vestido parecía acomodarse entre leves movimientos, el corsé le daba aquel cuerpo de avispa que era muy atractivo en la época, el hombre que la había traído, la miro un poco desconcertado, la joven bruja le dio una señal para que pudiera irse, volvería luego de una hora, pues esperaba no estar mucho tiempo en ese lugar. Su caminar era pausado, tranquilo y elegante, como se lo habían enseñado, con la mirada al frente y bien en alto. Encontró la puerta, toco suavemente, rápidamente la servidumbre estaba abriendo la puerta, cuando notaron que era la joven D` Lemoine, se apresuraron a hacerla entrar, aunque no se les era posible ocultar su rostro de asombro, al encontrarla en ese lugar.

Los pequeños estaban por allí jugando, podía escucharlos reír  libremente, ella se quedo en donde la servidumbre le indico, suspiro suavemente, mientras ponía sus manos juntas para esperar que apareciera Marie-Sophie, se sentía raro estar en aquel lugar, su piel se erizaba, de la rabia, pero debía contenerse, a lo mejor ella no sabía lo que estaba sucediendo, por el bien de sus hijos, ella creía que era lo mejor. Esperaba que estuviera en lo cierto… -¿Cuánto me hará esperar?- bufo cruzándose de brazos, como si fuera una niña malcriada que no podría esperar tanto.
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Mensaje por Anne-Sophie D'Ponte Lun Sep 30, 2013 5:52 am

Has olvidado tus buenos modales —contestó Sophie a espaldas de su hermana.

La rubia estaba parada en su habitual postura rígida, con el cabello recogido en un tirante rodete que se ataba a la coronilla con una sencilla diadema. Enfundada en un vestido color hueso, sólo se resaltaban sus pecas rosadas y sus brillantes ojos. El resto, toda ella era una muestra de palidez impoluta y regia. La observaba con detenimiento, con un rictus de desprecio que disimulaba casi a la perfección. Las manos las mantenía unidas a la altura del estómago, como si se tratase de una plegaria. A los lejos podían escucharse las risas frescas de sus hijas, que jugueteaban en el cuarto superior, y los sonidos de la lección de piano de su hijo varón a penas irrumpían la escena.

No le había sorprendido la visita de su media hermana, lo que no significaba que fuese de su agrado. Sí le llamó la atención su corte de pelo, lo llevaba como si se tratase de un muchacho, y no pudo más que aumentar su desagrado. ¿Qué clase de valores y sentidos de la estética le habían inculcado a la menor de las hijas de su padre? Era evidente que allí faltaba una mano férrea, una educación más exigente, tal cual la recibió ella, tal cual la condenaron a una falta total de afecto y a un sistemático abandono de la calidez de las caricias. Despejó su mente de aquellas ideas, pensando que el haber estado abocada a Dios debería haberle quitado ese rencor. ¡Cómo si fuera tan fácil! Sophie había sido traicionada con crueldad, su progenitor no había pensado en su dolor, sólo en calentar su cama nuevamente. Aún creía que el cadáver de su madre no se había enfriado, cuando Lemoine ya había puesto una concubina bajo su techo. Jamás reconocería a aquella vil mujer, que jugó con su cariño, como la esposa de su padre. Para Sophie, él seguía viudo, y, quizá, también muerto.

Acompáñame, Aitziber —su voz pareció un susurro, pero contenía la firmeza cotidiana, esa con la que se manejaba con todos, menos con sus hijos y, en ocasiones, con su marido.

En silencio, cruzaron el vestíbulo. La decoración soberbia había sido una clara elección de ella. Bruno le había permitido elegir cuanto detalle se encontraba en esos rincones, nadie le había siquiera asesorado. Anne-Sophie estaba muy segura de su buen gusto, y se encargaba de demostrarlo, manteniendo el orden y la pulcritud a raja tabla. Se volvió y se paró ante un mueble que sostenía un opulento jarrón egipcio, entrecerró los ojos, sacó del puño de su vestido un pañuelo, y con una delicadeza que sólo ella lograba en un acto tan simple, le quitó un imperceptible rastro de polvo. Miró de soslayo a la doméstica, que se había quedado perpleja ante su falta. Las órdenes siempre eran claras. Ni una partícula de suciedad podía corromper con la siempre brillante residencia. Tenía un ejército a cargo de esa tarea, y le resultaba casi imperdonable la negligencia. No emitió más sonido que el frufrú de su vestido, que volvía a ponerse en movimiento. Cruzaron al comedor, donde las esperaba una mesa preparada para el té.

Dos criados se habían ubicado detrás de la silla de la cabecera y la derecha, respectivamente. En la primera se ubicaría Sophie, que se detuvo a observar a la visitante. Luego prestó atención a los sonidos infantiles que comenzaban a cesar.

Toma asiento, por favor —no le sonrió, tampoco hubo un gesto de afecto. Sophie estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantener la indiferencia, pero ver a Aitziber, era ver el fruto de la deslealtad.
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Mensaje por Aitziber D’ Lemoine Miér Oct 23, 2013 5:07 pm

Un gruñido leve salió de sus labios, había tenido tanto tiempo que no la veía y ahora recordaba porque no le agradaba tanto su hermana mayor, frunció el ceño, comenzaba a arrepentirse de querer aconsejarla y ayudarla, pero era su hermana, familia al final y esta no se podía abandonar fácilmente, así que se trago todo lo que tenia para decirle,  y la siguió a donde ella quería llevarla. Era su territorio, debía mantenerse discreta, seguir las órdenes, no querían que la echaran antes de pisar la casa. Lo único sano de aquella casa, lo único energéticamente atrayente para Aitziber y que era de su agrado eran las risas provocadas por los pequeños, aquellos niños, que eran sus sobrinos, pero que no había tenido el placer de conocer a fondo, solamente cuando el mayor nació y la pequeña también, allí vio por segunda vez al niño, de resto, nunca más llego a verlo, por culpa del extraño orgullo de Anne-Sophie y el aire protector de Bruno. ¿Acaso Wilson y ella tendrían algún tipo de enfermedad? Suspiro largamente, era mejor no pensar en eso.

Odiaba admitirlo, pero su hermana tenía un buen gusto para el interior de su casa, pero todo era tan rígido, tan sistematizado, que solamente le daba grima. Miro sin decir nada como la mujer regañaba a una de sus empleadas, por la falta de eficiencia en su trabajo, rodo sus ojos, para seguir caminando detrás de su hermana mayor, miro a la empleada, que tenía un semblante cansado y nervioso, Aitziber le dedico una dulce sonrisa y le giño el ojo, para luego seguir con su camino, se notaba que siempre había sido la más traviesa y relajada de la casa, no como la vieja amargada que tenia al frente…

Se decía una y otra vez, en su mente, que no debía tener tales pensamientos de sus hermanas, algo casi imposible, pero como buena que era, trataba de hacerlo, lo mejor posible. Llegaron al comedor, ella solamente dio una mirada rápida, para luego sentarse en donde le habían indicado. Miro que Sophie hizo lo mismo, se quedo mirándola por unos segundos, igual que ella — Sophie… — susurro con cierta ternura, recordando que de pequeña siempre le había gustado aquel nombre y la llamaba de tal forma. Quiso seguir hablando pero las risas infantiles le interrumpieron, la bruja miro hacia donde provenían y sonrió ampliamente — Estoy segura que debes tener unos hijos hermosos y talentosos — sentía que se estaba desviando del tema, pero la sangre era más espesa que el agua y aunque no pudiera verlos, se sentía atraída a ellos — Papa está deseoso de tener nietos revoloteando por allí y allá, sacándole más canas de las que tiene— rio suavemente mientras en su mente se creaba la situación, en donde los pequeños, comenzaban a molestarlo y querer jugar justamente a su hora de lectura, sería interesante de ver, pero sabía que era algo virtualmente imposible, así que suspiro con pesadez, notando que los sirvientes traían lo necesario para un servicio de té.

— Quita esa cara Sophie, no importa lo que digas, yo puedo ver mas alla…— se mordió los labios. Desvió la mirada, prestándole atención a los sirvientes y como servían la mesa, con ellas allí. Su semblante cambio un poco, gruño levemente, al sentir muchas personas cerca, mucha gente, como para poder hablar discretamente, Aitziber era tan diferente, una rebelde de época, que no le gustaba la compañía de tanta gente, que al final era innecesaria — algunos llegan a considerarme una “Salvaje” por mis falta de modales y ahora una “Inmoral” por mi atrevido corte de cabello — se toco sus cabellos cortos, con cierto orgullo, le gustaba causar polémica, aunque aun estaba sumamente enojada por aquel atrevimiento, era mejor no recordar aquello, pues terminaría maldiciendo a Teng en ese mismo momento — ¿Quieres que te relate mi aventura? — le pregunto, poniendo los codos en la mesa, para acercase mas a ella, parecía una niña, queriendo darle un beso a sus bellas y mejillas, pero solamente lo hacía para molestarla, pues aunque buscaba ser buena y educada, no podía evitar, sentir el abismo que la separaba — creo que te interesara saber que tu esposo también tiene que ver — dijo bajito, para que ella solamente escuchara, miro al empleado, que estaba a su izquierda y le señalo dos terrones de azúcar. Mientras veía claramente como el aura de la mujer cambiaba, aunque no podría decir lo mismo por su rostro. “Es mejor que retires a tus empleados” le dijo con los ojos, algo que había aprendido muy bien, gracias a la educación que le dio su madre, pero que para desgracia de ella, botaba a la basura.
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Mensaje por Anne-Sophie D'Ponte Jue Dic 26, 2013 8:40 am

Sophie estaba sumamente tensionada. Una puntada aguda le surcaba desde el coxis hasta la nuca por la columna vertebral. Hacía tiempo, desde que su condición de humana había cambiado, que no sentía ningún tipo de dolor, y agradecía que su niño fuese tan sano gracias a la licantropía que Bruno les había transmitido para salvarlos de una muerte segura. La presencia de su media hermana era una situación que evitaba desde hacía años, siempre averiguando dónde no encontrársela, rechazando invitaciones de su padre, de su madrastra, y de la otra hermana que tenían en común. En lo profundo de su corazón, sabía que estaba siendo injusta, pues Aitziber no había elegido los padres que le habían tocado, ni había tomado las decisiones por ellos, pero le era inevitable observar aquel rostro exótico y no asociarlo a la traición, una vez más, desde que había llegado. Le molestaba su actitud desenvuelta, su rostro fresco, mientras ella estaba irritada, rígida y completamente alterada. Supuso que, de haber tenido ella una madre desvergonzada como sí tuvieron sus hermanas, sería igual, una pagana pecadora. De todas maneras, se sentía una hipócrita tildando de “pecadora” a la familia de su padre, cuando ella había sido religiosa y había quedado embarazada cuando aún no había dejado los hábitos. Pero Sophie no era la clase de dama que recordaba sus propios errores con facilidad, y mucho menos cuando esos errores tenían un nombre propio: Alexandr. Por ese niño, habría hecho lo que sea, y así había sido.

La sola mención de una escena de intimidad, afecto y familiaridad entre sus dulces hijos y su desgraciado padre, casi le provoca náuseas. Claro que sólo arqueó una ceja, y su mirada se endureció como un témpano de hielo. No había sido la mejor manera de iniciar una conversación, la que Aitziber había elegido. Apretó suavemente los dedos para recordarse que debía estar atenta. Seguramente, aquella muchacha de voz suave era una víbora envolvedora igual que su madre, e intentaría encantarla como la oriental había hecho con Wilson, con el debilucho de Wilson. Agradeció la presencia de los sirvientes, de no haber estado ellos, seguramente habría montado un escándalo para echar a la perdida de su hogar, y mantenerla lejos de sus niños. Con los pulgares, se acarició las marcas que habían dejado sus uñas en las palmas. Observó en silencio, la escuchó y analizó, mientras estaba atenta a las tareas de los dependientes. De vez en cuando, una orden emanaba de sus labios, sobre correr medio centímetro la azucarera, o poner dos panecillos más para que la pirámide quedara prolija. Todos obedecían sin chistar, sin siquiera levantar la vista.

Asintió con satisfacción, agradecía que Aitziber fuera consciente de lo que era. No quería recordarle lo que eran las buenas costumbres y la buena educación que, estaba más que evidenciado, ella no había recibido. Se humedeció los labios, y hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo seco que los tenía. Cuando la joven nombró a su marido, Sophie alzó el rostro, que había desviado por un instante para controlar que su cuchara de plata no tuviera ni la marca de los dedos de la sirvienta que lo había colocado. Sus orbes se clavaron en aquella mujer, y toda clase de ideas surcaron sus pensamientos. ¿Serían amantes? ¿Estarían tramando algo contra ella para quitarle su herencia? <<Bruno me ama, nos amamos, no sería capaz>> Unos celos negros le opacaron la visión, pero logró controlarse, elevando una leve plegaria a la Virgen para que la serenase, pero le costaría tiempo borrar de su imaginación a Aitziber y Bruno enredados en las sábanas besándose. Se reprendió por su mente enferma, y decidió no pensar más y escuchar atentamente.

Prosigue —con un suave movimiento de su mano la instó a continuar, pero el mayordomo pidió permiso para servir el té. Torció la boca en lo más parecido a una sonrisa, cuando interpretó perfectamente lo que los ojos de Aitziber querían decir. Pero ni ella ni nadie le dirían qué hacer con su personal en su propia casa, por lo que intentó demorar a las sirvientas con órdenes tontas. También hizo llamar a la doncella de Dominique para que mantuviera a los niños ocupados, que tomaran una merienda en el jardín, y que no interrumpiesen su conversación salvo por un asunto de extrema gravedad. —Ahora sí pueden retirarse —el séquito hizo una reverencia, y a paso acelerado, pero sin chocarse, cada uno se dispuso a hacer sus respectivas labores. Le colocó un terrón de azúcar a la infusión, lo revolvió con total parsimonia, disfrutando de la impaciencia que generaba en su invitada, y luego, tras varios minutos de espera, se dignó a prestarle atención. —Estamos lo suficientemente solas para que digas lo que tengas que decir. Pero, debo aclararte que, sea lo que sea que te haya traído hasta aquí, mi marido y mis hijos son mi única familia, y no permitiré que ensucies a Bruno. De todas formas, tienes mi venia para relatar tu historia, la cual, debo aclararte, no me interesa en lo más mínimo.
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Mensaje por Aitziber D’ Lemoine Lun Ene 20, 2014 4:05 pm

“El futuro será como quiera que sea, pero alguien tiene que hacerlo.”
— Paco Ignacio Taibo II


Miro como cada uno de los presentes se retiraba, para dejarlas solas, sus ojos los acompaño hasta la puerta, cuando estoy desaparecieron, su mirada se dirigió hacia otra puerta, en donde podía escuchar algunos ruidos y un ambiente, que solamente los niños podrían hacer, una pequeña sonrisa de dibujo en sus labios, por notar cuan felices eran aquellos niños en ese momento, pero bueno, no dudaba que Sophie fuera una buena madre, estricta a lo mejor muy en el fondo cariñosa, eso esperaba, pues si no era así, los niños tendrían una vida muy oscura y aunque eso no fuera asunto de ella, le preocupaba el beneficio de sus sobrinos, al final de cuenta, comparten sangre.

— No tengo intensiones de manchar a Bruno, tu sabes muy bien que en él hay algo malo Sophie, pero nunca lo quisiste ver, menos ahora que estas perdidamente enamorada y te ha dado una familia — sentencio Aitziber, recordando la primera vez que vio a Bruno, desde el primer momento, le pareció un hombre extraño, nada de fiar, le había comentado a su padre, pero este solamente había suspirado y dejado las cosas como estaban, no podía hacer nada mas Sophie estaba lejos de su alcance y eso le dolía profundamente — Yo que pensé que tu nunca ibas a tener hijos, cuando se te entro esa loca idea de entregarte a dios… — un tono burlón salió de esos pálidos labios. Entrecerró sus ojos, dejando ladear un poco su rostro, hacia un lado, mientras se daba cuenta de que estaba desviándose del tema y creando fuego en donde no debía.

— Lo que quiero decir es que, en los infortunados acontecimientos, que han surgido en la familia, son nada más y nada menos que culpa de Bruno — se acomodo en su asiento, entrelazando sus manos — El no soporta la idea de haberse casado con la mayor de nosotras y que ella no sea la que maneje los intereses de nuestro padre —respiraba profundamente, recordando que debía controlarse — Quería deshacerse de mi, para que tu pudieras ser la que manejara todo, pero como tú no sabrías hacerlo, el estaría al mando — chasqueo levemente su lengua. — El mismo se ofreció a buscarme para salvarme de esos maleantes, pero, ¿sabes que hizo? ¡Ofreció dinero para que me mataran! — se levanto de sus asiento, su vestido bailo con sus movimientos, dio unos pasos hacia delante, para arrodillarse cerca de donde estaba sentada Sophie — Hermana… el… el no es bueno para ti… — entrecerró sus ojos. Dios sabia, el que veía todo, si es que existía, él era el único que sabía la verdad.

— Si dios existe, oh.. Espero que exista, juro que cada palabra es verdad, si no lo fuera, yo misma me echaría al fuego, hermana — temeroso de que todo acabara mal, de que Sophie estuviera al lado de su marido, antes de que su hermana, quien le advertía sobre la verdad de aquel hombre, se levanto, acomodando su vestido, esperando alguna reacción de ella, si no te atrevía a levantar su mano contra la imprudente Aitziber, sería buena señal o eso esperaba ella. De todos modos, sabía que Bruno se enteraría de todo aquello, pero no le importaba, la verdad se debía saber, aunque no quisieran saberla.

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Mensaje por Anne-Sophie D'Ponte Lun Mar 10, 2014 7:10 am

Bebió su té sin inmutarse y sin quitar su mirada desconfiada de su media hermana. Anne-Sophie era como un témpano, experta en ocultar lo que sentía o lo que se cruzaba por su cabeza. Si ella no lo hacía notar, jamás podría decirse si estaba triste o feliz, si sufría o si algo la alegraba. Sólo cuando una situación cotidiana la molestaba, era capaz de notarse en su rostro un esbozo de disgusto. Y con esa misma frialdad escuchó el comienzo de una letanía que a medida que el tono de voz de Aitziber se impregnaba en el ambiente, mayor dolor de cabeza comenzaba a provocarle. Se arrepentía terriblemente de haberla recibido en su morada, podría haber acusado un resfriado o haber pedido que se dijera que estaba ausente, pero no, las buenas costumbres inculcadas no se olvidaban con facilidad. Hubiera deseado, por cinco minutos, ser una grosera y vulgar mujerzuela de la periferia, una pobretona que a nadie le debía explicaciones de nada, que se valía por sí misma trabajando más de doce horas diarias tejiendo para que un burgués se gastase el dinero, que ella le hacía ganar, en prostitutas, alcohol y lujos. Pero no, sus orígenes habían sido nobles, su cuna de oro y el haber recibido una educación impecable, le prohibían un acto de tan baja calaña. Sólo las nuevas ricas, esas que escalaban posiciones por sus maridos, eran capaces de tamaña actuación, pero no ella, jamás se atrevería a arrastrar por el suelo y pisotear lo que su madre le había dejado, que en nada se parecía a lo que había recibido la menor de los Lemoine.

Cuando el relato de Aitziber hubo terminado, decidió que pasaría por alto la apreciación sobre su elección del pasado. ¿En qué momento habían tenido la confianza para que la muchacha catalogara de tal o cual manera su decisión? Hubiera reído sólo para contener el deseo de abofetearla, sensación que se mantuvo a lo largo del discurso. No le cabían dudas de que tanto con Aitziber como con su otra media hermana, habían sido demasiado benévolos, no habían tenido la mano dura que Sophie sí había padecido a lo largo de su infancia. Como era costumbre, los primogénitos eran a prueba y error, con ellos se experimentaba en beneficio de los demás hijos. Lo que se había hecho con el mayor, no solía repetirse con el menor, y sobre ella había pesado siempre el deseo de no decepcionar a su padre. Hasta que él terminó decepcionándola, hasta que ella se cansó de perdonar… Le pareció realmente ridículo ver a una miembro de los Lemoine arrodillada suplicando, zapateando sobre el encumbrado apellido, por más que fuese ante un igual. ¿Nadie le había enseñado lo que era el orgullo a esa muchacha? Contuvo el impulso de tomarla por los hombros y sentarla nuevamente en su silla, de darle una lección que le serviría, pero antes de hacer algo en beneficio de ella, se cortaría las manos y se arrancaría la lengua. Cada cosa que Aitziber decía, era una ofensa más y más grande, se clavaba en lo más profundo de su alma, desde insinuar que su marido sólo se había casado por interés, hasta el hecho de que Bruno era un maleante. Había perdido la cabeza.

¿Has terminado? —preguntó finalmente, con su voz gélida y monótona. —Toma asiento y bebe tu té. Oh, no, espera, debe estar frío. Te serviré más —se puso de pie, alzó la tetera y llenó otra taza, la cual puso en lugar de la anterior— Ahora sí puedes beber —volvió a su lugar y siguió con sus orbes clavados en Aitziber —Debes saber que, si hay alguien responsable de los infortunados acontecimientos en tu familia, no es nada más ni nada menos que Wilson. He dejado de opinar sobre él y sobre ustedes hace mucho, me he retirado de la escena y me he dedicado a formar a mi familia, y es lo que seguiré haciendo. ¿Realmente creíste que tenías la suficiente autoridad moral para venir a mi hogar, que también es el de Bruno, a hacer uso de tu lengua viperina, levantando acusaciones que no tienes manera de probar? Tu palabra, sinceramente, vale poco y nada. ¿Tienes documentos que certifiquen lo que dices? ¿Tienes testigos? Porque si no lo posees, no sé a qué has venido —sentenció. A pesar de lo acalorada que podrían haber sido sus palabras, Sophie se mantuvo como una estatua de marfil.
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Mensaje por Aitziber D’ Lemoine Mar Abr 01, 2014 11:39 am

“Tiene en su poder la luz y la sombra, pero su luz no ofende nunca, y su oscuridad aún deja ”
— Ferruccio Busoni


Era tan difícil tratar de hacer comprender a una persona ciega, porque deseaba estarlo, aun así, Aitziber no era de las personas que se rendían, aunque sabía muy en el fondo, que Anne-Sophie era un caso perdido, hacia caso omiso a sus instintos y trataba, a toda costa de quitarle una vendas, que ella misma se había puesto en los ojos. Qué tristeza le recorría en su alma, parecía que nunca podría salvarla, estaba muy dentro. La reacción fría de la dama, le dio a entender lo malvada que era, mientras tomaba asiento, miraba atentamente, lo cínica que podrá llegar a ser una persona, por unos segundos, paso por su mente, la posibilidad de que ella también estuviera metida en todo eso, se sintió estúpida por estar allí, tratando de salvar a alguien, que no quería a su madre y aborrecía a su mismo padre. La misma dama al frente de ella, podría ser cómplice de su amado, no era una hipótesis paranoica, en ese momento el enemigo podría ser cualquiera.

— Aunque tuviera documentos y testigos no creerías una palabra de lo que estuviera diciendo — sonrió levemente, dejando el té servido a un lado, no se atrevería a tomar nada que hubiera venia de las manos de aquella mujer. Se alzo los hombros, entrecerrando un poco sus ojos. A la lejanía, escucho algunas risillas, la más ponente era la de una pequeña, que parecía divertirse mucho, eran sus sobrinos, a los que no había tenido la oportunidad de conocer y sabía que Anne-Sophie no le daría la oportunidad de conocerlos — Pero que puedo decir, si eres lo mismo que Bruno es— había durado un rato captarlo, su mente no había estado completamente concentrada en aquellos leves cambios que ocurren a una trasformación, ya que los licántropos siempre tienden a ser humanos, con algunas alteraciones, muy sutiles, a simple vista, lo que le permite, pasar desapercibidos y llevar una vida normal.

El detenerse un momento, en silencio, a detallar sus movimientos al servir nuevamente el té, eso la había ayudado a diferenciar, con más maestría, que no se trataba de una persona normal. Desvió la mirada, para donde se debían encontrar los pequeños, su cuerpo se inclino hacia adelante, como si se estuviera a punto de levantarse, pero no lo hizo, la verdad tenía muchas ganas, pero trataba de controlarse — ¿Sabes porque Wilson me prefiere a mi siempre? — Inquirió, sin verle, su mirada estaba atenta a otra cosa — La razón de porque no has obtenido lo que es tuyo, es simplemente es porque siempre te falto ese “Algo” — una pequeña ráfaga de viento, llego a ellas, algo gélida, era un espíritu que pasaba; Aitziber lo había enviado a donde estaba los niños y volvía con la información necesaria.

Eran niños felices, llenos de vitalidad, vivirán muchos años, serian personas muy importantes en las siguientes generaciones, el niño viviría aun más que todos, gracias a los dones infecciosos de sus padres, la niña, ella, era la más interesante, especial por todos lados, se trataba de una bruja. El tono de sorpresa no puedo evitar mostrarlo en su rostro — Tu hija lo tiene — susurro levemente, sabiendo, que gracias a sus oídos más sensibles, captaría sus palabras. Se había levantado de su asiento, caminando apresuradamente hacia donde estaba los niños, esquivando a varias sirvientes, que buscaba impedir su paso, sabiendo que la señora de la casa le molestaría tal acto imprudente, pero a ella no le importaba, llego a donde estaba la instruís con los niños.

— Que niños tan lindos — inquirió con emoción — Hola, soy su tía, me llamo Aitziber D’ Lemoine, soy la hija menor de su abuelo Wilson — sus ojos se posaron en la niña — Debo admitir que no me dijeron lo bella que eras pequeña — se inclino un poco, notando que la maestra, buscaba alejarlos un poco de ella, eso no le molesto, era común, Aitz era una intrusa, no le extrañaría que llegaran a tirarla a la calle, de un momento a otro — Dime… querida — hizo señal para que la niña se acercara, pero la bruja se enderezo y giro su cuerpo, esperando la confrontación de la loba furiosa.
Aitziber D’ Lemoine
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