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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Theodore Morandé Mar Oct 01, 2013 12:31 pm

“Y llegará el día en que los mundo se acaben, las sonrisas sean llantos y mi felicidad se haga realidad. Ese día, será el día en que conozca mi muerte. No hay otra salvación para un alma que ya está en pena.” 
Nunca creí en la muerte, en realidad había pensado que eso solo les ocurría a los demás. Yo pensaba en que era alguien inmortal, repleta de una suerte inminente. Pero en realidad no era de ese modo. Me daba cuenta, al estar encerrada por tanto tiempo –en realidad, no tenía idea cuanto había pasado, pero estaba segura de haber visto la noche más de seis veces–, que me había equivocado, que si seguía allí moriría. De hambre, de soledad o de tristeza. Estaba molesta, había pensado que aquella mujer sería mi salvación. Que ella me atesoraría tanto como yo a ella. Pero me había despreciado! Había roto todo lo que yo había pensado en construir y ahora estaba acostada en una cama esponjosa, cómoda, pero desolada. Nuevamente, como cuando era una triste niña. Estaba en la cama, esperando que el agotamiento de haber roto todas las paredes me hiciera desmayar. El llanto se escurría como todas las tardes por mis ojos, miraba a un costado y al otro. No había siquiera una plaga para descuartizar. Ni una rata, ni una araña, apenas el sonido de los pájaros se escuchaba como un susurro en las lejanías. Me acercaba a esa mentira de ventana y la acariciaba. Tomando un bocadillo, llevándolo a la boca para luego volver a acurrucarme en la atestada cama. Me había deshecho de mi ropa, quedando en una prenda fina que había en el armario.

Era un pijama de satén y seda, tan suaves y ligeros que se amoldaban a mi cuerpo, hacían resaltar mis curvilíneos pechos, marcando la punta como una vil campanita. De un color algo rosado que combinaba y hacía resaltar perfectamente mi cabello colorado y mis ojos azules y profundos. El pequeño bordado me picaba, me hacía querer rasgarme la piel, por ello lo había sacado a los tirones. Allí no había nada para cortar y una sola taza no sería prudente de romper. En mis pies llevaba unos pequeños zapatos en conjunto, suaves y resbaladizos, pero para lo que podía caminar no había problemas. No estaba preparada para fallecer y lo peor de todo es que no sabía por qué razones me había hecho aquello. Quizá era una prueba? Una de lealtad? O para comprobar que tanto podía aguantar en la mismísima soledad? No lo sabía, pero lo que era seguro es que mis padres habían mandando a revisar cielo y tierra intentando encontrarme.
— Salomé, cuando volveréis? Esto está muy solo… Por favor, seré buena. Ya os he dicho eso, no? Venid, intentemos llegar a un acuerdo… Es dinero lo que queréis? Decídmelo! Os daré lo que queráis pero apareced aquí! Vamos! — Golpeaba aquella puerta con despecho, acurrucada en aquel rincón, mirando a los lados que al encontrar un pequeño patillo lo metía en los costados, intentando hacer palanca, solo para gastar mi tiempo, sabía que no se abriría.

— No os entiendo! Quiero salir! Quiero salir!!!!! Ahhhhggghhmm — Me despechaba completamente empezaba a golpear, pies manos, rodillas. Me quedaban moreteadas de tanto forcejear, hasta que caía de espaldas en el piso, me hacía con la forma de un feto y empezaba a llorar, jadeando, suplicando entre palabras inentendibles que quería que me deje salir, que me abrace, que me diga que ya no lo volvería a hacer. Yo era perfecta para ella. O quizá era lo que esperaba ser… Como fuese no me calmaría hasta poder estar afuera o sino moriría en el intento. Despechada, la ira se encastraba en mis uñas que estaban sucias de tanto darlas contra la puerta de madera. Mis ojos estaban hinchados y solo el pequeño sonido del piso rechinando me daba una esperanza. Mis ojos enormes y claros se golpearon contra la atestada madera, apoyando las manos y la oreja, jadeando bajito, intentando controlar mi organismo para que no tape aquel sonido. Mi corazón latía a mil por horas, mi piel se estaba congelando y calentando al mismo tiempo. Esperaba escuchar aquel sonido de la puerta abriéndose. Casi se me hacía agua la boca por ver nuevamente la figura curvada de aquella mujer gatuna.



“Por favor, si sois vos, entregaos a mí como yo lo hice contigo, disfrutad de mí, decidme que soy la elegida. Que me enseñarais todo lo que me prometiste. Yo seré vuestro pequeño engendro de laboratorio. Mientras me deis toda la atención que necesito.” 


Última edición por Éléonore el Lun Mar 31, 2014 12:32 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Salomé Ameris Sáb Oct 19, 2013 4:16 pm

El aire que respiraba, era de muerte, tan acostumbraba estaba a aquel olor, que sentiría fuera de lugar, si algún día dejaba de percibir aquella esencia de muerte, que siempre le recordaba, lo cerca que podría estar su final, pero lo lejos veía aquel día. Más cerca estaban los días de otras personas,  pero la de ella, parecía una eternidad, que debería aguantar, pues no estaba dispuesta a irse de ese mundo sin luchar ¿contradictorio? Ella era de ese modo, podría verse dispuesta a cambiar, pero sus movimientos serian distintos.

Ya había terminado con las muñecas vestidas de muerte, preparado cada cuerpo sin alma, para su fiesta final, que bellas se veían aquellas hermanitas, de apenas 12  y 15 años, que habían muerto trágicamente. ¿Cuál era su historia? Marie-Claire  quiso ir de paseo a caballo, acompañada de su hermana mayor, Anne-Julia, pero la traviesa niña eligió a un ejemplar, que no estaba bien domado y luego de unos kilómetros el animal se harto de la presencia de la caprichosa damita y la tumbo del caballo. Anne-Julia quiso socorrerla, pero su potranca también s altero y esta cayó al piso, tuvo la suerte de no golpearse la cabeza y abrírsela, como lo había hecho su hermana menor, pero si la mala suerte, de ver como los caballos pisaba su cuerpo con aquellos poderosos cascos.

Que difícil hacia sido hacer milagros con la niña Marie-Clarie, pero Salome era experta en ese tipo de situaciones, por eso fue, que logro recoger todo y dejarla como una santa, una bella puritana, que no había perdido la virginidad con su padre y tuvo aventuras con su  pronto cuñado.  Anne- Julia, fue menos complicado, pero los moretones y los huesos rotos de su cuerpo, hicieron que se sintiera decepcionada, de la poco eficiencia que en ese momento podría brindar, pensaba aun que era mejor quemarla y entregársela a su familia en un cofre, pero ellos quería santa sepultura y eso era lo que tendrían.

No era una dama sin gustos por la limpieza, luego de dejarse llevar por el placer del baño, hundiéndose completamente, dejándose llevar a un mundo de ensueños que solamente ella podría entrar, pero no duro mucho, una presencia le indicaba que debía hacer cosas, no podía quedarse mucho tiempo disfrutando aquella delicia que a su cuerpo, limpio de cicatrices, le quería regalar. –Ya debe estar muerta…- susurro haciendo un pequeño mohín mientras aun con sus ojos entrecerrados y su cabello recogidos en un moño, se paseaba en la  tina, haciendo pequeñas olas que la divertían.

Su empleada temía sentir que la retaba, pero ella era la correcta para estar con Salome –No lo está…- dijo en un leve susurro –Usted ordeno esconder bocadillos en donde ella pudiera encontrarlos, para que no se muriera de hambre- bajo la mirada, temiendo que la iría llegara a ella y pudiera lanzarle una bofetada en ese mismo lugar. Pero Ameris solamente miraba el cielo, con las manos aferrándose a la tina. Pensando, recordando, viajando, hasta que suspiro largamente. Había vuelto a la realidad.


****


Ya vestía cómodamente, con un vestido negro, como de una viuda, un hermoso adorno en su cabello, aun arreglado con un moño, su moza la empujaba, buscando que pudiera abrirle a aquella pobre muchacha, sabía que no podía decir que se preocupaba por ella, pues eso sería estar traicionando la lealtad y las decisiones de Salome, pero discretamente, buscaba que la cambiante no se distrajera y la siguiera a donde estaba la puerta, en que tenían en cautiverio a la muchacha de cabellos rojizos. Al fin vio la señal de abrir la puerta, la moza, mostrando brillos de felicidad, se apresuro a buscar la llave, para quitar el candado y dejar que esta se abriera.

Salome fue la que entro, noto el cuerpo tirado de la joven a unos pasos de la puerta -¿Me extrañaste?- pregunto en un pequeño susurro, mientras de sus labios nacía, como en primavera, una amplia y retorcida sonrisa -¿Qué haces allí tirada? Levántate, Imbécil- mostro cierta molestia. Cuando estuvo a su altura, sujeto del mentón, moviéndola de izquierda a derecha con cierta brusquedad, mostro cierto aire de desaprobación, al notar que su cuerpo no estaba en un estado crítico de colapso.  –Bueno… hemos hecho trampa…- suspiro levemente –Sabia que no podía hacer las cosas bien- su mano se aproximo, para sujetarla de su cuello y acercarla a ella, aproximando sus cuerpos, para crear cierta intimidad.

-Os contare un secreto, bella mía – beso su frente, antes de dejarla libre. Su cuerpo giro y con sus manos aplaudió tres veces, pronto llego su moza, con un carrito, en donde había un plato tapado y un juego de té, además del tarro predilecto de galletas en forma de huesos. Se sentó en la cama desordenada, mirando de reojo todo el desorden que había logrado hacer la jovencita, en su desesperación, mientras esperaba que la contraria hiciera lo mismo, se le dejo el carrito en esa misma altura, en donde se abrió la tapa que cubría el plato y se encontró una comida completa para que Eleonore disfrutara, mientras Salome solamente se quedaba con una taza de té y sus galletas predilectas.
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Mensaje por Theodore Morandé Miér Oct 30, 2013 5:01 pm

“La esperanza es el sentimiento más fuerte que una persona puede tener. Mientras allá esperanzas, hay vida. Mientras allá vida, ni siquiera un pueblo puede caer en manos de la completa oscuridad” 

Esperanzada. Así me sentía en ese momento, estaba tan feliz que casi sentía que las lágrimas se desbocaban por mi cuerpo. Pero ya no tenía fuerzas, estaba ciertamente, más delgada, aunque ya de por sí parecía un saco de huesos, ahora la pequeña línea de mis mejillas se notaba perfectamente en mi rostro. Mis ojos estaban más saltones y el brillo en mis lunáticas pupilas se hacía más tenebroso.  Pero aún con eso no pude evitar sonreírle, estaba contenta de volver a verla, de no haber muerto. Mi mente no tenía la capacidad de poder conectar que eso que me había hecho no era algo humano, que “no estaba bien”. La mujer no tenía valores morales pero yo tampoco. ¿Eso no nos hacía tal para cual? ¿O era solo un pensamiento abstracto que mi locura estaba formando dentro de mi mente y alma? Gimoteando intenté levantarme cuando ella lo ordenó, pero sus movimientos hacía mi eran más rápido de lo que yo podía pensar. Era alguien súper humano. Sus habilidades eran más allá de lo pensado. Me daba envidia, yo quería poder tener todo ese poder. Sin duda alguna Salomé tenía un rostro inmortal. Era la viva imagen de un ángel caído. Apenas pude procesar sus insultos, pues su rostro hermoso me deslumbraba, provocando que simplemente un tos brusca saliera de mi boca, de repente, noté que no estaba respirando. Su imagen me había quitado todo.

— Sí, lo hice. ¡A-ah…! ¿Cuánto tiempo ha pasado? Umgh… E-estoy intentando… — Gruñendo de molestia, solo su mano logro calmarme de intentar levantarme completamente. Y allí me tenía a su mereced, mi cuello era mi fuente de vida y con un movimiento de su mano estaba segura de que me podría hacer polvo. Eso me excitaba, me revolvía el estómago, me hacía temblar. Sentía perfectamente como en mi vejiga se formaba un colapso de emociones que subían aspaventeramente por todos los rincones de mi delgado y fino cuerpo. — No me habéis dicho como eran las reglas… Salomé. Entonces, entonces las creé por mí misma, jijiji — Me reí como una pequeña niña, que sabía que había hecho trampa, pero también sabía que había encontrado la excusa perfecta. Me relamí los labios y cuando me acercó más a su cuerpo, apoyé los brazos en su pecho, deseando poder apenas tocar un poco de su piel, rodearla como una fiel amante de la locura. Su blancura estaba tibia y olía a muerte y mi piel, al contrario estaba muy fría, blanca y casi se podían notar las venas de mi rostro y manos. Estábamos en pleno invierno y no había cobijas suficientes para mantener el calor en aquel lugar. De querer hacerlo, podría fingir que era un cadáver. Pero no. Estaba viva, estaba con toda la energía que necesitaba para poder aprensarme con la felina. La fuerza que ella deseaba que yo tuviese.

—Me encantan los secretos… — Cuando Salomé se separó me abalancé sobre ella, juntando mis manos, apretando su vestido negro con fuerzas, sintiendo como mis lágrimas se derramaban. Pero solo había aplaudido, no se estaba yendo. Eso me hizo sonreír y despacio me separé un poco, observando lo que entraba, sintiendo como la hambruna hacía un campeonato de ruidos en mi estómago. Podía sentir el olor de la comida y la seguí, intentando mantener mis modales. Avergonzada cuando miró con desaprobación el desastre que había hecho. Pero mantuve la cordura, si es que aún tenía. Me senté frente a ella y cuando el plato se abrió frente a mí, tome los cubiertos y me puse a comer lentamente. Quería devorarlo todo con las manos, engullirlo como si fuese la última vez que comería en mi vida. Pero no quería hacerlo. Jadeaba del placer con cada bocado, mirando a la mujer de reojo, sonrojándome mientras bebía un sorbo de agua. Agua… Pasando por mi garganta, fue un placer divino y tosí, cubriendo mis labios, mirándola sonrojada.

— ¿Cuál es el secreto Mademoiselle…? Ha sido muy aburrido estar aquí, ¿sabéis? No deseo que lo volváis a hacer… Quiero estar arriba… Por favor! — Fue un gritillo desesperado, mis cabellos colorados revolotearon cuando mi cabeza se giró de un lado a otro. Y luego agaché el rostro, temblando, sintiendo como mi cabeza se movía en un tic nervioso. Tragando saliva miraba a un costado, veía borroso. Me froté los ojos y volví a engullir educadamente la comida. Esperando una palabra más. Que me diga por qué razones me había dejado allí. Tenía la esperanza de que todo aquello haya sido una prueba para poder dejarme viva a su lado. Una prueba que había ganado. Sí, eso mismo. Me sentía poderosa de solo pensarlo. Capaz de destruir al mundo con mis propias manos. De poder despedazar a todos aquellos que se burlaban de mi cuando iba pasando por la calle. Ella podía ayudarme, ella podría devolverme toda mi felicidad. Ella, era, mi potencial felicidad…


“Dime cuáles son tus deseos, haré lo que sea por cumplirte los caprichos. Me volveré un fantasma, si eso es lo que quieres que haga. Hazme sentir viva, matándome.”
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Mensaje por Salomé Ameris Mar Nov 05, 2013 1:47 pm


"No recordamos ya cómo éramos al principio porque con cada día parte un cadáver nuestro a pudrirse en el tiempo."
Mario Payeras

—No me interrumpas cuando estoy hablando— se quejo tajante, la miro de reojo, noto como su cuerpo se movía desesperado, aunque la joven tratara de mantener una línea de comportamiento, para verse “decente”, Salome podía tonar en sus ojos y en otras cosas, que solamente ella podría percibir con facilidad y naturalidad. La locura mantenía vivo a muchos, parecía que ella era una de esas personas. ¿Quién era la otra? La misma que vestía y calzaba. La rubia cambiante, con pasado oscuro y retorcido, que prefería esconderse de su realidad, en un mundo poco encantador para muchos, pero jodidamente perfecto para ella y al parecer para la pelirroja también — ¿A que le temes?— pregunto hartándose de los modales que tenia la joven a su lado. Acomodo su espalda, siempre firme, sin curvarla en ningún momento. — ¿Acaso no sabes que la comida sabe mejor si la comes con las manos?— chasqueo la lengua. Con sus dedos largos y delgados, tomo una buena cantidad de comida, para ponerla en su boquita pequeña y reseca, Salome pareció sonreír con cierto aire humano y fraternal, como si estuviera dándole un cariño cuerdo y común. Dejo que se alimentara de sus manos, para luego limpiar sus dedos con una servilleta, blanca con un perfecto bordado dorado entre las orillas, en donde cada esquina había una calavera, con una “S” retorcida, que parecía asemejarse a una serpiente escurridiza.

—¿En dónde me había quedado?— se pregunto, ladeando un poco su cabeza, su atención se centro en aquellas galletas en forma de hueso, debía admitir que era adicta a esas galletas, no pensaba que pasaría si su receta secreta y la familia encargada de hacerlas de esa manera, que a ella le gustaban, desaparecieran, tal vez ella desaparecía con ellos, pues todo tiene un final, un lamentable final. Agarro una, para mantenerla en su mano, con cierta delicadeza, pues le encantaba quebrarlas en su boca, con sus dientes, sentir las migajas traviesas escapárseles para llegar a sus senos y tener que limpiarse luego. — Nunca puedo hacer las cosas correctas — pareció sonar arrepentida, algo distraída, como si recordara tantas cosas que su mente se iba y perdía en la inmensidad de su torcida mente — Eleonore, la joven pelirroja, que una vez conocí en el mercado ambulante, ella iba a morir — miro al techo, como si estuviera más interesante ver las telarañas que se habían formado en ese lugar, antes de aclarar todo.  ¿Se había encaprichado? Si por eso se había dado el lujo de dejarla para ella, de moldearla, de romperla a su gusto, sin tener que hacer ningún estúpido trabajo, aunque, tenía en mente, escribir aquel trabajo, pero con otro punto de vista diferente, su tesis tendría la visión de Ameris.


“En la búsqueda de la perfección
¿Cuánto duraran las pequeñas alas de la mariposa en mis manos? ”

Curiosidad, eso era lo que tenia Salome, deseos de ver hasta donde llegaba destruyéndola y volviéndola a crear, pues sin destrucción, no hay creación. Un principio que había que cumplir, regirse por él, aunque le costara toda una vida, lo intentaría. Al fin giro a verla, para perderse entre sus ojos que detonaban más que esa absurda explicación— Pero la que está al frente mío, no tiene un final diferente — confeso, mordiendo la galleta en forma de hueso, mientras con la libre alborotaba su cabello rojo, volviéndolo aun mas alborotado, parecía un nido de pájaro — Todos al final estamos destinados a morir — le explico mientras se limpiaba las migajas de la comisura de sus labios, mientras parecía haberse vuelto a perder en sus pensamientos.

Hubo cierto silencio, tal vez estaba dejando cierto lapso de tiempo para que la jovencita saciara su hambre, sus necesidades naturales de un ser vivo, de un animal que le habían quitado todo lo que estaba acostumbrado — Te pregunto ¿Cómo piensas llegar hasta arriba si no has tocado abajo? — ladeo su cabeza, mirándola detenidamente, hasta que se pareció aburrir de quedarse tanto tiempo quieta, sin  mover sus músculos, sus manos, su rostro. Estiro su brazo hasta el tarro de galletas para solamente sujetar todas las galletas que podía sostener y así disfrutarlas, devorándolas, bocado por bocado, de manera fugaz, con ansias y como si buscaba acabarlas rápidos.
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Mensaje por Theodore Morandé Lun Nov 11, 2013 8:19 am

“Me gustaría recordar mis vidas pasadas, así disfrutaría cada una de mis muertes y no tendría que estar esperando por la actual”

Fue el salto más desesperado que hice cuando sus palabras me torturaron en condena. Quería arrastrarme contra una pared a mí misma, golpearme hasta llorar y prometer que nunca más lo haría. Pero no. No lo hice, me quedé escuchándola, quieta, con mis ojos casi brotando en desesperación, esperanzada de que sus próximas palabras fueran caricias para mi alma. Y fue algo más o menos así, el miedo, el miedo que ella me preguntaba coló por mis venas y me hizo erizar los cabellos. Y de repente me pregunté a qué le temía. Y quizá al fin lo había descubierto, luego de tantos años de buscar algo que me haga sentir terror, lo había encontrado. — Solo a vos. Tengo miedo de vos… — Refuté en contra del aleteo de mis pestañas, sonriéndole dulcemente, escuchando el libertinaje que me permitía tomar aquello que estaba comiendo con mi mano, engullirlo en mi boca con desespero, pero tenía que procurar mantenerme limpia, solo para ella. Fue algo entraño, antes de poder agarrar la comida ella la tomó y mi corazón parpadeó en un jadeo insinuante, cerrando los ojos fui sin quejas a su mano, mordiendo despacio la comida, masticando fielmente mientras mis dedos largos y quebradizos acariciaban la piel ajena, terminando de tragar que dejé en libertad una pequeña lamida a su esencia. Y eso, casi me congeló de excitación. 

Me separé entusiasmada y limpié con la misma delicadeza que ella se limpiaba las manos, mi boca. Hipnotizada por sus movimientos que a duras penas podía terminar aquel plato de comida. Sentía el temblor de mis piernas y el miedo recorriendo nuevamente mis entrañas cuando la discusión de Salomé con ella misma se hacía presente. ¿Yo iba a morir? ¿Estaría mal sentir que en los brazos de esa mujer morir estaba bien? Jugué con la servilleta y le sonreí mostrando esos hermosos dientes blancos de los que tan orgullosa estaba. Y la esperé, observando las curvas de su pecho, tan formado y esbelto. Yo era una simple muñequita plana por donde se me mirase y me decepcionó no poder estar a su altura. Estaba por hablarle, pero recordé sus palabras sobre no interrumpirla y mordí mi labio. Pasaron unos ‘no sé cuántos’ minutos y mi corazón se aceleró. 
— A-ahhrm… ¿Mmm? Sí, moriré de todos modos…— Susurré con prudencia, quejándome por el revoltijo que había en mi cabeza que subí ambas manos e intenté que mi maraña cayera a mis hombros. Cosa que resultó imposible, pero al menos dejaba de parecer un espanta pájaros.
— ¿Cómo puedo tocar abajo? ¿No estoy ya abajo? — No estaba segura de mi respuesta, miré a los costados y esperé ver alguna puerta, alguna madera floja, algo que me indicara que se podía seguir bajando, pero no encontré nada. O era muy idiota o no había más abajo o eso estaba muy bien escondido. Al final solo me quedé pensando, era un mar de pensamientos y todos ellos llevaban a que moriría. Pensar en todo eso me dejó con más hambre y con grandes bocados terminé de limpiar el plato. Bebiendo de la copa, la sed estaba derrumbándome y cuando terminé de saciarme me levanté. Me acerqué al trono donde estaba sentada la mujer y me quedé ahí, mirándola fijamente mientras uno de mis dedos se colaban por entre mi ropa, desajustando mi vestido, haciendo que este caiga como una tela sin vida por mis pies. 

Fue prematuro, fue inconsciente, simplemente lo hice. Dejé todo mi cuerpo al descubierto para ella y jadeé. Sentí que simplemente su aura me haría gritar de placer.
— Quiero llegar arriba a como dé lugar… — Firme en mis palabras, el suave sonrojo de mi piel en contraste con mis ojos verdes se formó. Sentí los poros de mi cuerpo poniéndose  como los de un pollo. Mis pezones pequeños y dulces estaban puntiagudos hacia arriba y en mi parte baja, se podía apreciar el monte venus con una suavidad de bellos colorados y apenas visibles. Mis extensiones llamadas piernas eran largas y estaban separadas completamente una de otras. Como las patas de un ternero, era frágil, era fácil de romper y degollar, la viva imagen de una muñeca maldita. — Os daré todo lo que quieras, solo quiero aprender de vuestra inteligencia. ¿Os gusta mi cuerpo? Es suyo. — Alcé un dedo y quedé sonriendo, esperando por una mirada, algún gesto simple que me dijera que ella disfrutaba de la visión de aquel pequeño y triste cuerpo.


“Son las malas lenguas las que te incitan a lastimarme. Pero sabes que valgo mucho más que eso. Soy un carbón que puedes convertir en tu diamante o puedes prender fuego hasta que se haga cenizas.”
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Mensaje por Salomé Ameris Mar Ene 14, 2014 9:53 am

“No quiero caminar entre locos", dijo Alicia. "Oh, no puedes hacer nada", le respondió el gato, "todos estamos locos aquí”
— Lewis Carroll


Estaba confundida, debía aceptarlo, por un lado deseaba ver como la muerte llegaba a aquel cuerpo bello y quebradizo, pero por otro, deseaba mantenerla por el más tiempo posible a su lado. ¿Qué era ese amor terrorífico? Pero lamentablemente, esa era su forma de amar, mantenerse junto a una persona el mayor tiempo posible, hasta que de esta, ella misma se aburriera y con sus propias manos se desasiera de la persona que antes sintió cierto aprecio. Pues en su mente, la comprensión del amor y el aprecio de un tercero, era la debilidad misma haciéndose presente y desde que su hermana Lucia había muerto, su mayor amor, en toda su vida; pues fue con ella que conoció el cariño, aunque no era un amor retorcido. Sentía que todas las personas por las que sentía un cariño; siendo amor o no. Debían terminar igual de Lucia; muertas. Para así terminar el ciclo de su debilidad y su pasión por esa persona.

Si, sentía pasión por Éléonore, pero no llegaba a ser un amor profundo y pasional, carnal y total. Sus sentimiento iban mas allá de todo eso, podría hacerle de todo y aun así desear ver como su sangre fluía fuera de sus venas, porque siempre había esa curiosidad de “como seria si…” y eso era lo que la hacía peligrosa, su curiosidad y el no saber cuándo se debía parar, para que duraran un poco más, no, ella no tenía ese don, ella los destrozaba, para después lamentarse de su debilidad, de que no pudieron soportar, para la final, no ser ella la culpable, si no ellos, por su poca resistencia. Ese era su juego y no había nadie que pudiera ganarle en el, todos los que entraban, estaban destinados a perder, pues se había diseñado, para que ella siempre ganara.

Acomodo su cabeza, ladina en su puño, con el cual la sostenía, mientras el brazo firme de ella se mantenía en los costados de la silla, entrecerró sus ojos al notar que Éléonore se había desnudado frente a ella, no por vergüenza, simplemente era una reacción, pues dentro de ella había una extraña reacción. Era como si el mismo cordero estuviera poniendo su cuello para ser sacrificado. — Solamente llegaras totalmente abajo, cuando tú misma desees que la muerte llegue — susurro suavemente — pero es un buen comienzo querer desprenderte de todo y humillarte — su cuerpo se irguió, levantándose del lugar en donde estaba, para quedarse frente a la joven, con su cuerpo falta de carne, frágil y rompible.

Fue algo rápido, lo quiso así, para demostrarle la diferencia de fuerza que había entre ellas, además, para recordarle, su sobrenaturalidad, que no era una humana cualquiera. De un empujo la arrojo a la cama, mientras ella se subía encima de la pelirroja, poniendo cada una de sus piernas aun lado de su cuerpo y sus manos entre sus hombros. — Virgen ¿Cierto? — su nariz se acerco a su cuello olfateando por detrás de la oreja, hasta llegar hasta su clavícula, sintiendo la yugular danzando y saltando en su recorrido, relamió sus labios, mientras bajaba hasta estar entre los dos pequeños y marchitos senos.

Se detuvo, se levanto, sentándose otra vez en su asiento, su trono, en donde notaria cada movimiento de ella — Quédate así boca arriba, abre las piernas — ordeno, sujetando sus tobillos para acercarla un poco más a la orilla de la cama. Puso una almohada entre sus nalgas, para alzar un poco su cuerpo inferior y así tener una mejor visión ella sentada, arregostada, como si no tuviera mucho interés en tocarla, en solo observar — Bueno… ¿Qué esperas? Comienza a masturbarte — ladeo esperando una reacción de ella, perdiéndose en sus ojos celestes, que parecían aumentar su belleza, con aquel todo rojizo en su piel, su pecho, en donde estaban sus senos también estaban comenzando a ponerse rojizos, y sus pechos, aumentaban de tamaño, todo por una excitación, que ella no había aumentado con sus toques lujuriosos.

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Mensaje por Theodore Morandé Sáb Feb 01, 2014 9:14 am

“Me gustaría estar en un mundo de locos, para así sentir que puedo caminar en un mismo rumbo, sin salir de la estructura superficial de los cuerdos.”
El juego del ratón escurridizo se había detenido, ¿en qué momento había sido envuelta por tales espasmos de placer con el solo hecho de haber sido torturada en la miseria por unos días? Siquiera me había tocado, pero yo sentía las yemas de su fuego en mi carne, estaba metida en mí, la sentía como si me estuviese violando de la forma más violenta posible. En todo ese tiempo, había notado que yo realmente estaba siendo una extraña anomalía del mundo moderno –de la época-, mis características eran arrolladoras, me devastaba con solo pensar en situaciones doloras y placenteras al mismo tiempo. Notaba como desde siempre había tenido formas de ser que no eran normales y ahora había encontrado el porqué de todo. Era la mujer gatuna que tenía frente a mis ojos, la manzana de la discordia, ella quien tenía la poderosa habilidad de hacerme sentir única entre las personas, ella lograba captar todo lo que yo había deseado en años y nadie había podido dármelo, pero, ¿qué costo tendría que pagar por haber encontrado esa luz en mi interior que desde siempre había buscado? Sus ojos claramente destinaban en mi corazón una muerte rápida y eficaz, no estaba segura de querer darle mi vida, pero por momentos sonaba apasionadamente seductor. 
El miedo como una corriente eléctrica se hundió en mi piel, traspaso mi columna vertebral y cuando mi vista se quedó fija en el techo, el desconsuelo se hizo presente por la eternidad. Tragué saliva, sentía la humedad haciéndose presente en diferentes partes de mi cuerpo. Salomé era poderosa, era increíblemente fuerte, con sus curvas y extremidades perfectamente calculadas, con un rostro demasiado hermoso para ser verdadero. Deseaba tocarlo, acariciarle las mejillas y así lo hice. Sentía dolor en mi cuerpo, el movimiento había sido descomunalmente rápido, pero aun así no me importaba. Alcé una de mis manos y toqué su rostro con un amor que era fuera del mundo físico. Traspasaba lo espiritual, las yemas de mis delgadas falanges la acariciaban dulcemente y yo me derretía en sus brazos, y en un movimiento que era rápido, pero se veía lento, pude sentir la piel rígida de sus mejillas. — No lo soy, recuerdo el cuerpo de un hombre arriba del mío, pero nada como lo que siento ahora. En ese entonces, solo era dolor. —Murmuré con los ojos claros destellando agonía, perdiéndome en su rostro mientras mis labios se entreabrían y los pezones erguidos buscaban ser consolados por aquella mujer que carecía de todo amor verdadero o al menos eso era lo que me hacía notar. Pero yo estaba feliz de ese modo, nunca había estado tan increíblemente feliz.
Un jadeo pecaminoso se escurrió entre mis dientes al sentir aquella lengua rondando por mi cuello, pude ver un destello de luz en la lejanía, como si algo se prendiera fuego, y el jadeo se convirtió en gemido y los espasmos se incrementaron progresivamente, pero se detuvieron de forma abismal cuando aquella se separó. Mis manos se habían acurrucado en la cintura ajena, en su ropa, la había tomado con preciso miedo a que se separara y quise llorar cuando me dejó sola en la cama, aunque me aferraba con fuerzas, al final no pude vencerla y la observé con reproche cuando me movía como una muñequita de porcelana. No tenía que ayudarla en lo absoluto, al cabo de un instante me había acomodado como más le placía y yo tenía poca visión de aquella doncella. Estaba lejos y la parte obscena de mi cuerpo apuntaba a su rostro. Mis mejillas se tornaron violentamente rojas y sentí en la parte de abajo como escurría un líquido lubricante fantasmagóricamente excitante.— No sé cómo hacerlo. Yo… Umgh. —Me quejé mordiendo mi labio inferior poniéndolo rosado intenso y bufando llevé una de mis manos a aquella parte, mis piernas temblaron cuando la yema de mi dedo índice se acercó al punto rosado de mi aparato y empecé a masajearlo lentamente, en silencio abría y cerraba la boca, sentía placer pero eran sus ojos los que me hacían sentirlo de verdad.
Fue quizá un solo minuto, pero sus ojos y mi dedo apretando aquella delicada piel me hicieron sentir en un abismo de vapor. Los jadeitos eran suaves, casi insonoros, pero mi barriga subía y bajaba una y otra vez, para poder contener las pulsaciones, los latidos de mi corazón que se incrementaban rápidamente, la sangre empezaba a acelerarse y mi dedo índice y anular se atropellaban contra el puente, contra el prepucio del clítoris que ya estaba tan bien formado.  Mi lengua se abatía entre mis labios y se contraía mi columna, buscando los ojos de Salomé, agonizaba en placer, solo porque me viera hacer lo que quisiera. Los dedos de mis pies se estiraron vulgarmente y la lubricación de mi cuerpo se hacía más pesada, más semisólida, como un menjunje perverso en mi piel. Y me detuve al verla nuevamente, temblé por su rostro y ladeé la cabeza. — No te ves bien tan lejos… —
“Intento convencerte, de que yo soy lo mejor y lo más perfecto e ideal para tus placeres.”


Última edición por Éléonore el Lun Mar 31, 2014 1:10 pm, editado 3 veces
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Mensaje por Salomé Ameris Lun Mar 17, 2014 11:33 am

Era el placer de la humillación, de mostrar lo que muchos ocultan, pero que es natural, tan primitivo como dormir, comer y defecar. Una chispa se encendió en Salome, aunque no lo demostró, adoraba ver suplicar, por cualquier necesidad fisiológica, era para ella, una suma satisfacción, ver que podían llegar a rebajarse de tal forma., Para poder conseguir el objetivo que tenían en la mente. Los  pensamientos de Salomé eran retorcidos, mientras la joven esquelética pelirroja exploraba algo nuevo para ella, como era la estimulación de sus órganos sexuales, si ayuda alguna ayuda. Le encantaba poder observarlo, puesto que la iglesia lo veía como algo pecaminoso, ella; tal vez de forma inconsciente. Trataba de buscar, lo perturbador de ese momento tan personal y espiritual.

Pedazo por pedazo, comenzaba a destrozarla, en su mente la escuchaba gritar, entrecerraba sus ojos, desvaneciendo su afortunada vista, mientras se dejaba llevar por los ruidos que creaba su perturbada imaginación, la hacia sonreír, la mil y un forma de acabar con aquel pedazo de carne que se le insinuaba de la forma más vulgar que conocía, algo que era pobre, pero lograba despertar un poco de deseo en la cambiante, que abrió los ojos, al escuchar la vocecilla de ella retumbar en la habitación. Aun un poco aturdida, tuvo que esforzarse de salir de su trance y poner esfuerzo en combinar las letras escuchadas en una oración coherente, para luego negar la cabeza con cierta burla.

— Estoy muy bien — se alzo los hombros, para dejar caer un poco su cabeza hacia un lado, dejando que su espeso cabello rubio fuera víctima de la gravedad — Deberías ser más sincera, es malo ocultar las cosas — inclino su cuerpo hacia ella, para en un segundo estar en la orilla de la cama, apoyando una rodilla en ella, mientras una de sus manos apresaba el tobillo de la pelirroja, haciéndola acercarse aun mas a ella, como si se tratara de un simple ratón, que es manoteado por la garra de un gato — Con solo decir “Oh Diosa Salome, necesito sentir tu calor~” puede que te conceda tus deseos más íntimos y esquizofrénicos — trago saliva, mientras como tal felino, gateaba, con ella boca arriba, para tenerla, debajo de su potente cuerpo, acerco sus labios a su oído, dejando salir un leve jadeo que choco con su oreja — Pues no creo que resistas mucho —

Sus manos retiraron las de ella, de su sexo, allí fue cuando comenzó a introducirle, dos de sus dedos, sintiendo como rápidamente se llenaba de sus jugos, los cuales ya comenzaban a mojar gran parte de las zonas exteriores, como sus labrios externos y parte del liquido, comenzaba a bajar por la línea fina de las nalgas, hasta depositarse en el ano, sus movimientos eran lento, dejando que sus dedos rasgaran la piel interna y tierna de la jovencita. —Apuesto que tu interior debe estar rosadito — susurro, deseando abrir aquel vientre para corroborar lo que debía, pero se limito a mantener la mirada en su víctima, regocijándose  de sus espasmos.
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Mensaje por Theodore Morandé Lun Mar 31, 2014 1:06 pm

“Incrusto mi alma en una cruz para que los pecados que he cometido sean pagados con mi sangre y mi placer.”
Era un sentir inestable, sus manos me daban miedo, pero me hacían arquear del placer, sus ojos eran como un frasco de anfetamina que estaba por ser inyectado en mi cerebro. Pensé que quizá era la hora de salir huyendo por algún agujero en la pared. Pero no podía moverme, el placer incrustado en mi entrepierna, en la parte sensible y rosada que componía mi virilidad, me negaba movilidad alguna. Cuando me agarró del tobillo y me deslizó como un trapo de piso hacía ella mis pezones rosados se endurecieron, mi piel se puso como la de una gallina, mis vellos se elevaron, ya sean los del monte de venus o los de mis delgados brazos, sentí espasmos y dejé salir un jadeo, mientras miraba al techo y esperaba por la mano ajena, que me diera el verdadero placer que estaba buscando antes de morir.  —Soy sincera,  yo no miento… Lo juro. Uhggmm, quiero sentir vuestro calor entonces, por favor, no me dejéis. — Supliqué como una niña a la cual le están por quitar la madre. Buscando acurrucarme en sus brazos, pero sus toques solo provocaban que me mueva a un lado y al otro. Haciendo que me ardan los labios inferiores, estaba quemándome lenta y dolorosamente.
Pensé que quizá era algo normal, algo que sucedía con todos cuando hacían el amor o tenían un sexo salvaje y desenfrenado, pero parecía ser algo más, como si mi cuerpo supiese que pronto llegaría mi fin y quisiera disfrutar todo eso como todas las veces de la vida juntas. No estaba mal para mí, al fin y al cabo siempre había anhelado la tranquilidad, siempre había querido sentir que el espacio y el tiempo se detenían y ahora con ella sobre mí se hacía realidad uno de mis más extraños deseos. — ¡Resistiré! Te quiero Salomé, te quiero. — Dejando que las sílabas salieran deslizándose como agua por una montaña, manteniendo un silencio abrasante antes de que las lágrimas cayeran por mis ojos. Sus dedos se injertaban con frialdad en mí, mi abdomen plano y esquelético se elevaba, mi corazón se aceleraba a ritmos inhumanos y mis ojos arrullados por la distorsión se abrían en busca de su mirada. Una de mis manos se elevó y tomó su hombro, sujetándose para mantenerse en ese mundo. Estaba sintiendo que me desmayaba del exagerado placer que ella me daba, como si fuese el mismísimo sol calentándome por dentro.
— No lo sé, ¿debería estarlo? Ughmm~ Quiero más, ¡más! — Pedí en un gritillo agudo e inestable y levanté el rostro para apoyarme en su pecho, observando esos hermosos senos, redondos y elevados, no sabía qué debía hacer y deposité un beso en donde alcancé sonrojándome por completo, retorcí mis piernas con vergüenza y luego las volví a abrir, sintiendo los líquidos cayendo por mi entrepierna, viscosos y suaves, lubricaban mi cuerpo, deseaba ser penetrada con todo de ella, que me mantenga aprisionada con ganas, hasta hartarse de mí. Sentí mis ojos aguarse, las lágrimas seguían cayendo con precisión por mis mejillas y aun cuando los jadeos se hacían más precisos, las ganas seguían aumentando. — ¿Me dejaras estar aquí por más tiempo? ¿Qué puedo hacer para darte placer? Dime, por favor… — Supliqué mientras acariciaba su piel con mis destartalados y débiles dedos, untando mi piel con la de ella, mi rostro fogoso se mantenía rojo mientras las piernas se acunaban a los lados, también rosadas en las rodillas, mis extremidades parecían estar a punto de romperse y no me sorprendería si con un mal movimiento terminaba por romperme algún hueso. Pero eso tampoco me importaba, sin embargo, apreté mi interior, succionando esos dedos que estaban dentro de mí, los apreté buscando que entraran más, que tocaran aquel punto especial que me haría estallar de placer, en el momento donde mi cuello se iba hacía atrás y todos mis problemas desaparecían, todo se esfumaba y solo quedábamos nosotras, hundiéndonos en un cosmos privado.

“No quiero que tengas a nadie más que a mí, pero me apena saber que solo soy yo la de la propuesta y que moriré con este sentimientos frustrado.” 
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Mensaje por Salomé Ameris Mar Abr 29, 2014 1:36 pm

Era como una muñeca de porcelana que tenía tantas grietas, que al solo tocarla podría romperse, Salome la trataba de forma suave, la movía como un trapo, pero aun así le daba el gusto que necesitaba, le mostraba el dulce cielo antes de llevarla al infierno, en donde se quedaría por completo. Quería de alguna forma ser dulce con ella, pero no le salía la ternura de su ser, aunque Eleonor parecía profetizar el amor que le tenía a la cambiante de una forma tan sincera, no lograba entrar a su corazón completamente, debía ser agua para poder recorrer las grietas de aquel corazón de piedra, para así poder filtrarse en su dureza.

— Te pondré un bello vestido, en tu ataúd te rodeare de rosas rosadas y blancas — susurro mientras llevaba sus labios se iba al cuello de la joven, mientras sus dedos seguían dentro de ella, desgarrándola, deseando sacar cada suspiro, jadeo, estremecimiento de ella, hasta que quedara completamente exhausta, quería drenarla, acabarla por dentro, para luego seguir por fuerza. Se detuvo con cierta brusquedad, sus dedos terminaron saliendo de su cavidad, pero se deslizaron traviesos hacia aquel botoncito que parecía estar tan duro que molestaba, con la yema de los dedos lo rozo, sonriendo suavemente. Termino de separarse de ella, se levanto para poner todo su peso en el suelo, estaba allí parada frente a ella, quien parecía no entender bien lo que estaba sucediendo.

La mano de salome fue a sus vestimentas, que cayeron luego de algunas deslizadas y abertura, dejando su cuerpo bien estructurado a la visión de ella. — Hagamos un trato — volvió a adentrarse a la cama y termino acostándose cerca de la cabecera, con un ademan le indico que se acercara a ella, cuando la tuvo cerca rodeo su pequeña cinturita y beso sus dos mejillas — Has sido una buena niña hasta ahora, si quieres permanecer más tiempo conmigo, ve abajo e intenta satisfacerme — llevo la pálida y pequeña mano de la joven hacia su sexo, mientras le seguía mirando directamente a los ojos — Si no lo logras, se arrancare la matriz y hare que te la comas como cena. ¿Entendiste? — sus labios rozaron con los de ella, mientras una de sus manos se iba hacia los glúteos, sujetando uno con firmeza.

Mordió suavemente el mentón de la chica, su lengua siguió creando un recorrido hasta parte de su oreja, en donde atrapo su lóbulo derecho, con el cual disfrutaba rozas sus pequeños colmillos y notar el estremecimiento de su débil cuerpo.
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Mensaje por Theodore Morandé Sáb Mayo 03, 2014 4:00 pm

“Rosadas y blancas, rosadas y blancas…”
Eran sus palabras tan bellas como un poema perfectamente armado, cuidado e idolatrado, abría mis labios con jugosa necesidad, jadeaba al compás de mi respiración extenuante y temblaba de manera que todos los poros de mi piel se erizaban, al igual que mis pezones rosados que estaban sintiendo el calor y el aroma del cuerpo ajeno como un elixir de la excitación sin control. Mis ojos, como dos esferas arrancadas del cielo, la miraban curiosamente, me sonrojaba y en un impulso que determinaría todo, intenté abrazarla por esas palabras tan tranquilizadoras, sí, quería morir, quería morir hermosamente. — ¿Rosas y blancas? ¿Y me darás una color roja para que tenga entre mis manos? ¿Por favor? Sería roja como tus labios y como el color de la sangre. — Murmuré a escasos centímetros de sus labios, mientras sentía el acelerado corazón que estaba hundido en mí, palpitar con miedo, como si supiera que sería una de las últimas veces que lo haría.
Observé como se levantaba, como apoyaba las piernas sobre el suelo y sus ropas caían como prendas muertas, un cuerpo dominado y marcado estaba frente a mí, parecía una escultura hecha a mano, completamente dura y acabada, mi pecho se abrió tomando aire, me retorcí del placer que se sentía verla y cuando volvió a mi lado no tardé más de dos segundos en estar contra su pecho, rozándolo deseosamente, mi cabeza se iba hacia sus pechos para apoyarse allí y escuché sus órdenes o su “trato” que obviamente no tenía más de un camino. Sentí miedo, mis orbes empezaron a lagrimear y temblé por cada rincón de mi cuerpo, estiré la espalda, miré al techo y pensé que necesariamente buscaría sobrevivir hasta el final. — Lo haré, te haré sentir bien, te haré sentir. — Murmuré al final pasando mis dedos y mis manos por su cintura, acurrucándome con placer, mientras sentía sus pesadas manos, deambulaban por arriba mío, me dejaban síntomas de placer y cuando torturaba mis pezones casi sentí que me desmayaría.
No fue hasta que terminó con mi oreja que sentí la humedad bajando por mi entrepierna, los jadeos se escuchaban pomposos en el aire y la miré a los ojos, fijamente y sin escrúpulos y busqué sus labios una vez más, quise morder un poco para pronto bajar algo toscamente a su fuente, yo no sabía, jamás lo había hecho de semejante manera, pero me deslicé, mi mirada se encontró con su sexo, tan pálido y rosado a los costados, tan deseoso y amigable, pensé que no podría hacerlo, simplemente sería imposible para mí. Con mis dedos abrí aquellos labios, los estiré y un hermoso botón rosado se dejó entrever. Moví el rostro y me agité, tomé aire y con los ojos cerrados y los labios entreabiertos los apoyé allí, ¡Era tan suave! Me gustaba, me encantaba y mi lengua se volvió loca y buscó probar más, la yema de mi dedo índice se posó en el puente que tenía, aquella piel que escondía su botón rosa y empecé a masajearlo y moverlo a los lados, me estremecía y mordisqueaba, jadeaba contra ella y elevaba la vista para poder ver su rostro un poco. Mis manos sujetaban una de sus piernas.
Era como una muñequita rompiéndose en pedazos, mis piernas a los lados, mi cintura quebrada para llegar a su cuerpo y mis manos y labios se ocupaban de su virilidad, que parecía exclamar más, mis cabellos rojos se alborotaban y como una indeseable seguía succionando hasta más no poder. No tardé mucho hasta pensar en meter los dedos, los acerqué y lentamente inserté uno, lo colé con miedo y entre sollozos elevé la cabeza para pedir una especie de instrucción. — Sois muy rica, os quiero, os quiero mucho. — Las lágrimas caían por mis mejillas y mi lengua salía para lamer de arriba abajo su matriz exterior, como si con ello me alimentara de una extraña forma.— Os deseo hasta siempre... — Con glorioso anhelo apretaba y sentía sus manos, me retorcía en busca de más de ella, deseaba tener sus labios, pero me conformaba con cualquier cosa, si tan solo ella me dejara estar a su lado para siempre, la haría tan feliz, que quizá yo misma me sanaría.  

“Es que ya no puedo pensar en qué me hace fuerte y qué me matará.”  
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