AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El amanecer del diablo || Salomé Ameris
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El amanecer del diablo || Salomé Ameris
En el cielo los ángeles cantan
Pero en la tierra los hombres a los ángeles matan
Pero en la tierra los hombres a los ángeles matan
El Santo Padre “Alejandro I”, conocido en los pasillos del Vaticano como padre de Cesare, un hijo bastardo, ha enviado a su cardenal de mano derecha que pasara más tiempo en la catedral romana que tras los muros de la misma, quizás algo más de apego hacia las demás personas podría hacer que “su hijo” se acercará más a él, por lo que pasó un tiempo como sacerdote de la catedral de San Pedro, dando misas y confesando a las personas que pedían su voto de confesión y absolución.
El sol del mediodía se va asomando en lo alto de los cielos, Cesare abandona la catedral hacia los jardines de la misma en la parte de atrás, para anotar ciertos asuntos de estado en su agenda, además de planear ciertos viajes a las abadías de Francia y España, además de responder una carta a un viejo, muy viejo amigo de las sombras y la vida corrupta que llaman algunos de las Eminencias del Vaticano.
El aire toca lentamente a las hojas de los árboles en especial a un limonero que está en aquel jardín haciendo que aquella brisa veraniega se sienta en los albores de todo el lugar, inundando de caricias y de pensamientos puros pero con tintes de sangre.
-Grazzie Signore Mio, ergo Dios nostro, per este dia soleato–Cesare suspira entre una pausa de sus anotaciones y trabajos como Cardenal, pero luego esa mirada se nubla –Grazziano, venid, os he dicho que mantengáis la puerta cerrad, porque osas en desafiar mis más simples ordenes, acaso queréis que os mande a azotar– su mirada se volvió más densa y oscura, se levantó de su lugar de descanso pasando por el amplio jardín lleno de rosales y árboles de todo tipo y de todo color, sus manos tocaron los grandes maderos del portón trasero, cuando llego noto una ligera sombra por los alrededores, su fina espada desenfundo de entre sus ropas cardenalicias y en alto empuño mirando a todos lados.
–Quien osa entrar a la casa de Dios de esa forma tan descarada y abrupta, si deseas lavar tus pecados, vuelve mañana, si lo que quieres es la vida perder, entonces enfrenta al furia de nostro Señore a mi mano–
Última edición por Cesare Borgia el Miér Oct 28, 2015 8:06 pm, editado 1 vez
Cesare Borgia- Humano Clase Alta
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Re: El amanecer del diablo || Salomé Ameris
¿Cuántos años había pasado? Demasiados como para contarlos con sus dedos. Nunca había pensado que volvería a ver lo que en algún momento de su vida fue su hogar. ¿En serio Salome? Era irónico que aun pensar en ese lugar como un lugar cálido, cuando realmente se trato de una especie de prisión para ella y su hermana. En ese lugar se habían vuelto títeres del papa, la iglesia y la inquisición, que luego pasaron a ser la burla de todos y enemigas de los estados pontífices. Como animales buscaron cazarla, su hermana murió en aquella cruzada, liderada por las mismas personas con las que había peleado hombro a hombro y sido fiel como perro faldero.
Ahora todo había cambiado, era libre y no le temía a nadie ni a nada. Aquel dios a quien adoraba junto con su hermana, se había convertido en una estatua de sal que podía derrumbarse con un pequeño movimiento. Sus ojos se habían abierto y ahora lo único que importaba era ella y nadie más. Se sorprendió un poco al ver que no había cambiado mucho el lugar, seguían con el mismo sistema arcaico de vigilancia, del cual ella había sido parte y conocía a la perfección. Los viejos pasillos secretos aun estaban funcionados, algunos parecían olvidados, mientras que otros se veía que eran utilizados.
Muchas nuevas caras veían por ese lugar, aunque otras conocidas aparecían como fantasmas del pasado, pero al parecer ella se había convertido en el fantasma olvidado que tal vez nadie recordara. Su forma animal la dejaba pasar desapercibida; las mayorías de veces. Pues no parecía un gato normal, sus proporciones eran más grandes y sus rasgos detonaban salvajismo. Pero solos los buenos observadores se quedaban mirando por un momento, para luego recordar que tenían algo más importante que hacer y se olvidaban del animal que acababa de pasar como Pedro por su casa.
Siguió explorando un poco más, hasta que llego a un lado del vaticano que recordaba muy bien. Una explosión de recuerdos inundo su cabeza. Se miraba a ella, jugando con su forma de cachorra, junto con su hermana saltaban, gruñían y se divertían un poco. Había sido sus mejores años, las monjas eran escritas, pero junto con su hermana, la vida siempre le había parecido con unos colores maravillosos. Quiso acercarse al centro del patio, deseaba sentir en sus patas donde había jugado con su compañera hace muchos años atrás.
Pero todo se altero. El sonido de una espada desvainándose hizo que volviera a la realidad. Ese ya no era un recuerdo, no era bienvenida a ese lugar, el vaticano ya no era su hogar. En el centro se veía un gato grande, con la cola en lo alto sin moverse, mostrando sus dos orejas que parecían imagen atraídos por el sonido de la voz del hombre….
— Miauu — Maullo. Como si ella fuera una inocente de todo cargo. Ladeo un poco su cabeza y se puso en movimiento nuevamente, caminado calmadamente hasta cierto muro que le daba un poco de altura, allí se sentó a lamerse las patas tranquilamente
Ahora todo había cambiado, era libre y no le temía a nadie ni a nada. Aquel dios a quien adoraba junto con su hermana, se había convertido en una estatua de sal que podía derrumbarse con un pequeño movimiento. Sus ojos se habían abierto y ahora lo único que importaba era ella y nadie más. Se sorprendió un poco al ver que no había cambiado mucho el lugar, seguían con el mismo sistema arcaico de vigilancia, del cual ella había sido parte y conocía a la perfección. Los viejos pasillos secretos aun estaban funcionados, algunos parecían olvidados, mientras que otros se veía que eran utilizados.
Muchas nuevas caras veían por ese lugar, aunque otras conocidas aparecían como fantasmas del pasado, pero al parecer ella se había convertido en el fantasma olvidado que tal vez nadie recordara. Su forma animal la dejaba pasar desapercibida; las mayorías de veces. Pues no parecía un gato normal, sus proporciones eran más grandes y sus rasgos detonaban salvajismo. Pero solos los buenos observadores se quedaban mirando por un momento, para luego recordar que tenían algo más importante que hacer y se olvidaban del animal que acababa de pasar como Pedro por su casa.
Siguió explorando un poco más, hasta que llego a un lado del vaticano que recordaba muy bien. Una explosión de recuerdos inundo su cabeza. Se miraba a ella, jugando con su forma de cachorra, junto con su hermana saltaban, gruñían y se divertían un poco. Había sido sus mejores años, las monjas eran escritas, pero junto con su hermana, la vida siempre le había parecido con unos colores maravillosos. Quiso acercarse al centro del patio, deseaba sentir en sus patas donde había jugado con su compañera hace muchos años atrás.
Pero todo se altero. El sonido de una espada desvainándose hizo que volviera a la realidad. Ese ya no era un recuerdo, no era bienvenida a ese lugar, el vaticano ya no era su hogar. En el centro se veía un gato grande, con la cola en lo alto sin moverse, mostrando sus dos orejas que parecían imagen atraídos por el sonido de la voz del hombre….
— Miauu — Maullo. Como si ella fuera una inocente de todo cargo. Ladeo un poco su cabeza y se puso en movimiento nuevamente, caminado calmadamente hasta cierto muro que le daba un poco de altura, allí se sentó a lamerse las patas tranquilamente
Salomé Ameris- Cambiante Clase Alta
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Re: El amanecer del diablo || Salomé Ameris
Dios mío, Dios mío
Líbrame de las aguas mansas, que de las corrientosas me libraré yo
Líbrame de las aguas mansas, que de las corrientosas me libraré yo
Aun cuando el demonio se disfrace de animal o este tome la forma de un humano, no deja de ser un demonio, y menos si viste una sotana, aquellos son los más peligrosos de toda la humanidad, El cardenal observo y miró al dueño de aquella intrusión, un felino que maullaba con toda naturalidad como si no fuera a hacer ningún mal, más, para aquella cuyas manos envainan ligeramente aquella arma filosa y que en su rostro se perfila una sonrisilla no concibe la “inocencia” o “naturalidad”, pero antes de siquiera guardar el arma habría de comprobar si era o no un felino de verdad, pues conoció a una mujer dentro del vaticano que se transformaba en tigre y otros animales felinos siendo de espía del Alejandro I; empuñando el mango de aquel florete se acercó al pequeño e indefenso gatito con sus dedos acariciándole el mentón.
–Lindo e indefenso felino, que no haría ergo ningún mal como diavole a ninguna alma, verdad, ¿Qué puede hacer un pequeño gatito como tú? Solo morder y arañar, no es cierto– sonríe agarrando en un descuido al animal del lomo hasta la altura de su ojos –Más, tengo conocido por buenas fuentes que existen ciertos seres que toman formas de animales, son unos metamorfos muy entretenidos y útiles en ciertas circunstancias, hay algunos de ellos trabajando para mí, por ello creo que habrá que probar si eres un simple gatito o no, tranquilo no te haré daño, no mucho– mantiene al felino agarrado del lomo desenvainando con la diestra el florete
Apunta con el final de su arma la oreja del animalito, al menos una parte, suspira y sonríe para sí mismo. ¿Cuántas veces ha hecho lo mismo y siempre ha surtido efecto? Tantas que ya había perdido la cuenta. El felino lo dejó de espaldas a él para poder efectuar el juicio, al menos si era uno común y corriente lo marcaría como mascota propia y se la daría a su hermana, quien es la que adora más a los gatos. Suspiró unos momentos antes de realizar aquello que tenía planeado –Si eres un gato común y callejero esto no te dolerá mucho, es una espada de plata, un pequeño corte a la punta de una de tus orejas no será tan doloroso se curará en unos días, pero si no eres un gato común esto te dolerá mucho– murmuró mientras agitaba el arma contra el pelaje del animal –Te daré una oportunidad, como gato común maullarás, pero si no lo eres es mejor que te transformes– recorre con la punta filosa por la barriguita y el lateral del gato hasta llegar a su objetivo la oreja –Es tu decisión, así que decide rápido antes que vengan los criados– sentencia con una sonrisa.
Cesare Borgia- Humano Clase Alta
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Re: El amanecer del diablo || Salomé Ameris
Estaba allí, como si fuera un gato común y corriente; que parecía estar más interesado en mantenerse limpio, que en la persona que se acercaba hacia ella mirándola detenidamente con cierto interés. El caballero logro sujetarla del cuero cerca de su cuello, con una sola mano pudo retirarla del cómodo lugar en donde estaba y la termino dejando en el aire mientras la veía detenidamente. El felino también le dedico una mirada con una expresión aparentemente normal… pero ¿Se podía fiar de las cosas “aparentemente normales”? Salome con sus años de experiencia se había vuelto una muy buena actriz. Pero también debía tener en cuenta en el lugar que se encontraba y que el presente personaje era integrante de los que la habían entrenado. Esperaba que al menos fuera a ser lo suficientemente inteligente como para dudar de la integridad del animal.
¿Hasta cuándo planea mantener su inocencia? El felino se mantiene tranquilo, como si nada temiera. Aun cuando el filo de una espada se acercaba peligrosamente a su cuerpo, este mantenía su cola de un lado para el otro, aun cuando el otro amenazaba de cometer tal crimen con un pobre animal.
“Uhm… ya basta” pensó a sus adentros. En un cerrar y abrir de ojos, el cuerpo del animal se había retorcido, para poder soltarse del agarre del hombre. Levanto sus patas traseras con las garras afuera y rasguño parte de su mano, mientras giraba y con la misma fuerza de sus patas se impulsaba hacia abajo para salir corriendo entre los pasillos. Todo parecía indicar que se había salido con la suyas, pero la espada había rosado parte de su oreja, haciendo que esta goteara dejado un notorio rastro, del cual no se había dado cuenta.
Se había colado debajo de una que otra falda de monjas y párrocos, mientras recorría un lugar que sentía que no había cambiado en nada. Izquierda, derecha, bajar, bajar… recordaba, iba justamente a un lugar que inconscientemente sentía que era seguro para ella. El calabozo en donde estuvo con su hermana los primeros años de su vida. Cuando estuvo al frente de la puerta comenzó a transformarse, su cuerpo dio un cambio total, ahora era una mujer alta, esbelta, de piel pálida, con un cabello dorado alborotado; como si se tratara de un mar de oro, abrió la puerta y entro a ese lugar. Sintió cierto ardor en su oreja izquierda, la cual reviso llevándose su mano a esta y encontró un poco de sangre, pero toda ella en buen estado — Solo dejara un rasguño — chasqueo su lengua. Le restaba importancia. Pero cuando se dispuso a respirar y descansar un poco; pensado que estaba a salvo. Escucho unos pasos apresurados y una voz agitada que bajaba por las escaleras, se apresuro a salir del calabozo… [/B]
¿Hasta cuándo planea mantener su inocencia? El felino se mantiene tranquilo, como si nada temiera. Aun cuando el filo de una espada se acercaba peligrosamente a su cuerpo, este mantenía su cola de un lado para el otro, aun cuando el otro amenazaba de cometer tal crimen con un pobre animal.
“Uhm… ya basta” pensó a sus adentros. En un cerrar y abrir de ojos, el cuerpo del animal se había retorcido, para poder soltarse del agarre del hombre. Levanto sus patas traseras con las garras afuera y rasguño parte de su mano, mientras giraba y con la misma fuerza de sus patas se impulsaba hacia abajo para salir corriendo entre los pasillos. Todo parecía indicar que se había salido con la suyas, pero la espada había rosado parte de su oreja, haciendo que esta goteara dejado un notorio rastro, del cual no se había dado cuenta.
Se había colado debajo de una que otra falda de monjas y párrocos, mientras recorría un lugar que sentía que no había cambiado en nada. Izquierda, derecha, bajar, bajar… recordaba, iba justamente a un lugar que inconscientemente sentía que era seguro para ella. El calabozo en donde estuvo con su hermana los primeros años de su vida. Cuando estuvo al frente de la puerta comenzó a transformarse, su cuerpo dio un cambio total, ahora era una mujer alta, esbelta, de piel pálida, con un cabello dorado alborotado; como si se tratara de un mar de oro, abrió la puerta y entro a ese lugar. Sintió cierto ardor en su oreja izquierda, la cual reviso llevándose su mano a esta y encontró un poco de sangre, pero toda ella en buen estado — Solo dejara un rasguño — chasqueo su lengua. Le restaba importancia. Pero cuando se dispuso a respirar y descansar un poco; pensado que estaba a salvo. Escucho unos pasos apresurados y una voz agitada que bajaba por las escaleras, se apresuro a salir del calabozo… [/B]
Salomé Ameris- Cambiante Clase Alta
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Re: El amanecer del diablo || Salomé Ameris
Los demonios toman varias formas para tentar las inocentes almas. Si los ojos no lo pueden apreciar el alma se perderá en las llamas del infierno por toda la eternidad.
Cuando a aun animal se lo acorrala por todo lado este buscará la forma de atacar de frente, sin importar si en el acto sale lastimado con tal de tener un día más en el cual pueda elevar sus oraciones al cielo, en el cual pueda rezar “he sobrevivido a un día más”. La tan ansiada llamada “esperanza” que les otorga los actos de valor que se funden con los “milagros”. Cuando todo eso no es más que una mentira.
Observa al animal arrojándolo con fuerza ante la grave ofensa que recibe de parte de este, aquel rasguño lo enfurece pero no al punto de sentenciarlo a muerte tan temprano, lo observa escapar lástima en aquel sitio no hubiera escape, con parsimonia guarda aquel sable observando la pequeña herida a lo cual sus labios emiten la sonrisa de satisfacción ante la actuación del felino, un digno ejemplar que aquel hombre lleno de santidad ansiaba ver. La herida es lamida por él propiamente, sus pasos son calmados siguiendo el rastro de sangre, pequeñas gotas ante la herida causa por el filo de plata de su espada.
Los pasillos con aquellas finos mármoles en tonos oscuros, como representación del mundo ante la búsqueda de la luz, se iluminaban ante las gotas de un rojo oscuro, pequeño camino marcado que se encontraba con más y más almas entregadas a la palabra de los cielos, su sonrisa es más notoria ante el saludo y asombro de los que ahí residen, los murmuros ante la presencia de un “animal común” que ensangrentado pide ayuda al señor, eran las palabras de algunos clérigos, él solo puede sonreír
Un escalón, dos escalones más, ya se pierde la cuenta cuando llega al lugar de donde emanan los gritos de purificación, donde los más valientes han sucumbido con la sola mirada del camino de redención, cierra la puerta tras de si al adentrarse en aquel lugar, la celda emite el chirrido característico que acompaña un pequeño carraspeo que le ayuda a aclarar la voz a su eminencia –Si será un rasguño leve, quizás si dejo que lo atiendan, pero, también puedo hacerlo más grave– su mano se posa en el mango de su arma
–Que desperdicio, hubiera preferido que este cambio se suscitara a ojos de otros, pero bastará mi palabra– camina despacio dejando las llaves colgadas en el muro tomando en sus manos libres un látigo con puntas de metal al final –Identifícate y crea una buena historia, bien creíble por favor que justifique tu presencia en la casa del reino de nuestro señor Dios– se enfila con una mirada seria ante la mujer de cabellos dorados que aparece ante él sin tela alguna que la proteja, tal cual la trajo el señor la mundo y tal cual se los lleva al final del camino.
Cesare Borgia- Humano Clase Alta
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Re: El amanecer del diablo || Salomé Ameris
Frente a frente dos almas que chocan como si fueran titanes. Que estúpida se sintió por un momento, ella misma se acorralo, se atrapo en un lugar que alguna vez fue su zona de seguridad en este lugar. Pero ya no lo era más, ahora se había convertido en un espacio peligroso para su integridad. Busco aquella fuente de sangre, era su oreja que tenía una pequeña rasgadura en la parte de arriba, presiono fuertemente con sus dedos, que poco a poco de manchaba de sangre, para que la sangre coagulara rápido y comenzara una lenta cicatrización por el hecho de que fue atacada por un objeto de plata.
— ¿Disculpa? — Se hizo la indiferente ante las amenazas del santo — No te escucho, creo que me has lastimado mi audición — se alzo los hombros. Su frondoso cabello oculto pronto la oreja lastimada y su mano la dejo en paz. Debíamos recordar que estaba totalmente desnuda ante un hombre que la acorralaba amenazándola con volver a lastimarla con su espada, aun así, Salome parecía indiferente ante su notable desventaja.
Puso atención como el látigo que se arrastraba como serpiente en el piso. Alzo un poco sus cejas sintiendo como podría ser un pequeño problema el hecho de estar acorralada. Pero había estado en peores situaciones y aun estaba con vida ¿cierto? Aunque en este momento no se acordaba de ninguno parecido.
―Oye… yo debería tener más derechos que tu, este antes era mi hogar y tu ni siquiera habías nacido… ― bufo. Miraba de reojo donde había colocado las llaves que serian su única opción. Debería esquivar los golpeteos del látigo y las estocadas del arma que le había dejado una marca en su oreja, todo eso para llegar a su objetivo. ― Solo venia de visita y ya me iba — Salome Salto hacia el hombre, sujetando el látigo con su mano, aquellas púas de metal que tenia se le incrustaron en su mano haciendo que unos hilitos de sangre se deslizaran por el cuero y de un tirón se lo quito.
― ¡Qué lindo juguete tienes aquí! ― exclamo, mientras detallaba los hermosos incrustados de piedras preciosa que tenía en el mango — No han cambiado nadita ustedes…— rio estrepitosamente mientras era ahora ella quien tenía el látigo.
— ¿Disculpa? — Se hizo la indiferente ante las amenazas del santo — No te escucho, creo que me has lastimado mi audición — se alzo los hombros. Su frondoso cabello oculto pronto la oreja lastimada y su mano la dejo en paz. Debíamos recordar que estaba totalmente desnuda ante un hombre que la acorralaba amenazándola con volver a lastimarla con su espada, aun así, Salome parecía indiferente ante su notable desventaja.
Puso atención como el látigo que se arrastraba como serpiente en el piso. Alzo un poco sus cejas sintiendo como podría ser un pequeño problema el hecho de estar acorralada. Pero había estado en peores situaciones y aun estaba con vida ¿cierto? Aunque en este momento no se acordaba de ninguno parecido.
―Oye… yo debería tener más derechos que tu, este antes era mi hogar y tu ni siquiera habías nacido… ― bufo. Miraba de reojo donde había colocado las llaves que serian su única opción. Debería esquivar los golpeteos del látigo y las estocadas del arma que le había dejado una marca en su oreja, todo eso para llegar a su objetivo. ― Solo venia de visita y ya me iba — Salome Salto hacia el hombre, sujetando el látigo con su mano, aquellas púas de metal que tenia se le incrustaron en su mano haciendo que unos hilitos de sangre se deslizaran por el cuero y de un tirón se lo quito.
― ¡Qué lindo juguete tienes aquí! ― exclamo, mientras detallaba los hermosos incrustados de piedras preciosa que tenía en el mango — No han cambiado nadita ustedes…— rio estrepitosamente mientras era ahora ella quien tenía el látigo.
Salomé Ameris- Cambiante Clase Alta
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Re: El amanecer del diablo || Salomé Ameris
La voz siseando de aquella mujer que con calma pretendía desviar la mirada de su santidad, éste esbozo otra sonrisilla oculta ante sus inquietantes cuestionamientos en cuanto al lugar en el que se hallaban. El látigo en su mano bailaba con tanta soltura como si estuviera aquel instrumento acostumbrada a aquella mano que le sujetaba con fuerza, aun con los restos de sangre, no vacilo en descenderlo con la muestra del saludo .
Observa a la mujer apuntándole su espada directo a la garganta –¿Tu hogar? Si hubiese sido tu hogar entonces sabrías muy bien que en este lugar los fisgones no terminan muy bien, en todo caso tu terminarías en el estómago de cierto animal esperando por tu confesión, o prefieres la silla– el látigo en su mano vuelve a hacer escuchar buscando una de las piernas de la mujer –No te pases de graciosa, mujer, no pruebes mi paciencia porque mi objetivo no es matarte al final, pero tampoco dejarte ir como si nada, como si esta fuera, como lo llamaste. Oh, si tu hogar– el filo de su arma empuja a la mujer obligándola a adentrarse en aquella celda.
Las puertas cerradas de las mazmorras, una celda con un ocupante a la que mantiene cautiva a barrotes cerrados y cuya llave la tiene el carcelero que revisa las armas una por una buscando la precisa para arrancar las palabras deseadas, uno a uno los látigos pasan por sus manos –Me encanta oír a estos pequeños cantar sobre las espaldas de los impíos, arrancar las confesiones como la piel, marcarlos hasta dejarlos en un hilo de vida, ¿a eso llamas que no hemos cambiado nada?– el calor de la habitación era proporcionada por una pequeña estructura que no se asemeja a las chimeneas, pero que sirve para calentar ciertos instrumentos; con un atizador revuelve las cenizas incandescentes sin dejar de ver a la mujer y que esta no deje de ver sus movimientos con aquel fierro bendito, que pronto será maldito –Responderás a mis preguntas o tendré que volverme un inquisidor para obtenerlas– con la ceja enarcada y la mirada seria y oscura se acerca con aquel instrumento a la celda de la mujer con la llave en la mano moviéndola de un lugar a otro.
Dándole así la ventaja de que ella decida cómo terminará, o mejor dicho como iniciará.
Observa a la mujer apuntándole su espada directo a la garganta –¿Tu hogar? Si hubiese sido tu hogar entonces sabrías muy bien que en este lugar los fisgones no terminan muy bien, en todo caso tu terminarías en el estómago de cierto animal esperando por tu confesión, o prefieres la silla– el látigo en su mano vuelve a hacer escuchar buscando una de las piernas de la mujer –No te pases de graciosa, mujer, no pruebes mi paciencia porque mi objetivo no es matarte al final, pero tampoco dejarte ir como si nada, como si esta fuera, como lo llamaste. Oh, si tu hogar– el filo de su arma empuja a la mujer obligándola a adentrarse en aquella celda.
Las puertas cerradas de las mazmorras, una celda con un ocupante a la que mantiene cautiva a barrotes cerrados y cuya llave la tiene el carcelero que revisa las armas una por una buscando la precisa para arrancar las palabras deseadas, uno a uno los látigos pasan por sus manos –Me encanta oír a estos pequeños cantar sobre las espaldas de los impíos, arrancar las confesiones como la piel, marcarlos hasta dejarlos en un hilo de vida, ¿a eso llamas que no hemos cambiado nada?– el calor de la habitación era proporcionada por una pequeña estructura que no se asemeja a las chimeneas, pero que sirve para calentar ciertos instrumentos; con un atizador revuelve las cenizas incandescentes sin dejar de ver a la mujer y que esta no deje de ver sus movimientos con aquel fierro bendito, que pronto será maldito –Responderás a mis preguntas o tendré que volverme un inquisidor para obtenerlas– con la ceja enarcada y la mirada seria y oscura se acerca con aquel instrumento a la celda de la mujer con la llave en la mano moviéndola de un lugar a otro.
Dándole así la ventaja de que ella decida cómo terminará, o mejor dicho como iniciará.
Cesare Borgia- Humano Clase Alta
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Re: El amanecer del diablo || Salomé Ameris
— Cierto, conozco todos sus juegos, yo misma pude ser partícipe de ellos, en algún momento de mi vida— con la amenaza de la espada, Salome retrocede varios pasos con una amplia sonrisa en sus labios una carcajada inundo el calabozo haciendo que se arquera la espalda y su cabeza hacia atrás. En las armas había un poder oculto; además de darte la protección bélica que llegaría a ser un punto de ventaja. Ayudaba a los humanos a sentirse poderosos, inflaba ese ego de sentirse superiores por estar blandiendo algo que los hacía más letales. Lo único que provocaba en Salome era risa, una incontrolable.
— puede que uno que otro haya cambiando, se hayan vuelvo más creativos — se alzo los hombros — ¿Por qué tu no me dices exactamente lo que quieres saber?— en esos lugares siempre había una mugrienta y pequeña cama, que podía ser tallada de la misma piedra del calabozo. Era fría, dura y insalubre, pero Salome busco ese lugar, para sentarse allí, haciendo que sus nalgas desnudas tuvieran un contacto directo con la piedra fría y húmeda en donde muchos pecadores habían puesto sus cabezas para intentar reposar. Cruzo sus piernas y puso sus manos sobre sus rodillas — Te puedo decir muchas cosas, que tu ni siquiera piensa que puedan existir aquí — su susurro fue como un ronroneo hacia el mundo. No sabía si lo había logrado escuchar, pero tampoco era de su interés, para ella todo esto se trataba de un juego.
—Uhm… Inquisidores… — dejo salir un leve suspiro, mientras cambiaba de posición las piernas —la línea de los adoradores de dios, que no temen ensangrentarse las manos, en nombre de dios― rio suavemente — Realmente divertido. ―
Salomé Ameris- Cambiante Clase Alta
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Re: El amanecer del diablo || Salomé Ameris
Santas paciencias benditas que eran el augurio de las tormentas, con miradas a los altos cielos que claman por desatarse o simplemente sosegarse para dar paso a la clemencia; pero, eso no era posible para aquel hombre con la sonrisa en su rostro poblando con el eco de la maldad, sus dedos retiraban los santos ropajes de las mangas mientras la risa y sarcasmo en el tono de la mujer solo lo divertía más y más. Sus ojos se paseaban por las armas de la inquisición que tanta sangre, sudor y lágrimas arrancó así como lo que más anhelaban.
El fierro que termina en una figura de cruz forjada todo en negro metal lo acerca al fuego, la celda cerrada con la prisionera dentro es todo lo que necesita para poder satisfacer su necesidad, una que va más allá de lo esperado –Crees que no se lo que estas paredes y en toda la santa iglesia merodea– el cálido fuego que enciende el metal al rojo vivo –¿Qué podrías saber tu que no se sepa en las altas esferas?– muestra aquella arma encendida y lista para lacerar lo que a su paso se encuentre.
–No tientes tu suerte felino, quizás no tengas las siete o nueve vidas que dicen que tienen ¿o debemos ponerlo a prueba?– acerca el fierro a la celda colocándolo frente a la vista de la mujer jugando con este lentamente –Acaso, tú fuiste alguna inquisidora, o mascota espía de alguno de ellos, quizás amante o zorra– pregunta directo mirando a la mujer de frente abriendo la celda cortando la salida con su cuerpo y aquella arma enardecida.
El fierro que termina en una figura de cruz forjada todo en negro metal lo acerca al fuego, la celda cerrada con la prisionera dentro es todo lo que necesita para poder satisfacer su necesidad, una que va más allá de lo esperado –Crees que no se lo que estas paredes y en toda la santa iglesia merodea– el cálido fuego que enciende el metal al rojo vivo –¿Qué podrías saber tu que no se sepa en las altas esferas?– muestra aquella arma encendida y lista para lacerar lo que a su paso se encuentre.
–No tientes tu suerte felino, quizás no tengas las siete o nueve vidas que dicen que tienen ¿o debemos ponerlo a prueba?– acerca el fierro a la celda colocándolo frente a la vista de la mujer jugando con este lentamente –Acaso, tú fuiste alguna inquisidora, o mascota espía de alguno de ellos, quizás amante o zorra– pregunta directo mirando a la mujer de frente abriendo la celda cortando la salida con su cuerpo y aquella arma enardecida.
Cesare Borgia- Humano Clase Alta
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Re: El amanecer del diablo || Salomé Ameris
En un momento dado de su vida había agradecido al señor todos los años a su servicio. Pero llego un determinado tiempo en que rogaba con toda su alma y fe que tenía en él, que ni se le ocurra prolongar mi estadía en este mundo que cae en decadencia con cada década que pasa y ella era la mismísima prueba de esta declaración.
Ya era fe que había tenido años atrás había desaparecido por completo, ahora solo creía en una sola cosa y era que solo la muerte la tenía segura todo el mundo. Tal vez uno que otro se prolongaba la vida con trucos y artimañas, pero tarde o temprano todo el mundo terminaría igual. Eso le encantaba, pues le hacía sentir que al final de todo, siempre seriamos iguales y nuestras vidas finalizarían igual.
—Amante, Mascota, inquisidora… — Se relamió lentamente los labios. — ¿Cuál es realmente la diferencia? — un pequeño movimiento de hombros dejo saber que le restaba importancia al status que pudo haber tenido en ese lugar. —Todo lo que se haga en nombre de nuestro santísimo padre y para su causa; nunca será pecado — el hombre que estaba al frente de ella no era muy diferente a los de su época.
Tenía en sus ojos esa chisma de maldad, que en sus mismos ojos se reflejaban haría cualquier cosa para obtener lo que quisiera bajo el nombre sagrado de su dios; ella misma lo había hecho en su tiempo. Debía moverse con cuidado, pues conocía muy bien a los de su tipo, se podía decir que ella misma fue uno de ellos. Pero a la final y al cabo todo esto para ella era un simple juego.
—Fui en su tiempo un sirviente de Dios. Cuando este no me necesito más, Salí de su sendero divino — Explico con tranquilidad. Mientras veía como el hombre utilizaba su cuerpo para bloquear la posible salida de ese lugar. — En este tiempo no nos llamaban inquisidores. La mayoría de los papas habían tenido una extraña fascinación con tener “mascotas” que fueran criados como hijos propios, tal vez con la idea de que esta “Familia” siempre los cuidaría, pero como dicen por allí; cría cuervos y te sacaran los ojos — no sabía si estos informes donde relataban las historias de los papas y sus “hijos” cambiaformas; que eran huérfanos que ellos mismos adoptaban. Aun existían, pero ese fue el comienzo para la integración de inquisidores cambiaformas en el vaticano.
Ya era fe que había tenido años atrás había desaparecido por completo, ahora solo creía en una sola cosa y era que solo la muerte la tenía segura todo el mundo. Tal vez uno que otro se prolongaba la vida con trucos y artimañas, pero tarde o temprano todo el mundo terminaría igual. Eso le encantaba, pues le hacía sentir que al final de todo, siempre seriamos iguales y nuestras vidas finalizarían igual.
—Amante, Mascota, inquisidora… — Se relamió lentamente los labios. — ¿Cuál es realmente la diferencia? — un pequeño movimiento de hombros dejo saber que le restaba importancia al status que pudo haber tenido en ese lugar. —Todo lo que se haga en nombre de nuestro santísimo padre y para su causa; nunca será pecado — el hombre que estaba al frente de ella no era muy diferente a los de su época.
Tenía en sus ojos esa chisma de maldad, que en sus mismos ojos se reflejaban haría cualquier cosa para obtener lo que quisiera bajo el nombre sagrado de su dios; ella misma lo había hecho en su tiempo. Debía moverse con cuidado, pues conocía muy bien a los de su tipo, se podía decir que ella misma fue uno de ellos. Pero a la final y al cabo todo esto para ella era un simple juego.
—Fui en su tiempo un sirviente de Dios. Cuando este no me necesito más, Salí de su sendero divino — Explico con tranquilidad. Mientras veía como el hombre utilizaba su cuerpo para bloquear la posible salida de ese lugar. — En este tiempo no nos llamaban inquisidores. La mayoría de los papas habían tenido una extraña fascinación con tener “mascotas” que fueran criados como hijos propios, tal vez con la idea de que esta “Familia” siempre los cuidaría, pero como dicen por allí; cría cuervos y te sacaran los ojos — no sabía si estos informes donde relataban las historias de los papas y sus “hijos” cambiaformas; que eran huérfanos que ellos mismos adoptaban. Aun existían, pero ese fue el comienzo para la integración de inquisidores cambiaformas en el vaticano.
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Re: El amanecer del diablo || Salomé Ameris
Santo eres en verdad nuestro dios y santificado sea tu nombre tanto en la tierra como el cielo, porque ayudas a tus santos hijos en llenarse de la virtud de la compasión y la paciencia al tratar con los siervos del señor, tus bellas ovejas a las que admiras desde los altos cielos.
Al menos así es como versan en los textos bíblicos como misión de los que dirigen la santa cuna de nuestro señor, aunque en la realidad se muestra de otra manera, como la que el cardenal sugiera con el hierro candente en mano dispuesto a conseguir con ello una confesión o al menos lo que se presupone como tal; su excelencia se acerca más y más a la mujer escuchando sus réplicas con las respuestas no deseadas pero quizás acertadas hasta que sus pasos se detienen a un distancia prudencial pero son los ojos de él que se clavan en el rostro de la mujer buscando una pisca de engaño o mentira.
Aleja el fierro así como él que sale de la celda dejando a la mujer desnuda y sola en ella –He escuchado de ello, incluso mi padre tenía en un tiempo a alguien así a su cercanía, pero esa mascota no es su amante y como dices perteneció a la familia, una muy secreta y antigua, entonces dime tu si siendo una mascota ¿Qué papel desempeñabas para tu dueño? Y aún mejor ¿cuál era tu dueño? – sonríe al alzar una de las varas de castigo con varias puntas metálicas al final colocándola al fuego nuevamente. Ha dejado la celda medio abierta como un tiento para la mujer mientras finge que no se ha dado cuenta de ello –Sabes muchas cosas para estar fuera de estos muros ¿no querrías regresa a los brazos de nuestro señor?, ya que tu mismo lo has mencionado, todo lo que se haga bajo su nombre está permitido, entonces bajo su nombre ¿regresaría la hija prodiga?– soltó una sonrisa mirando al fuego
Su excelencia sabe bien que si la mujer se escapa será atrapada por inquisidores arriba por ello se toma su tiempo al alzar cada una de las armas de torturas de aquel lugar con calma y paciencia.
Al menos así es como versan en los textos bíblicos como misión de los que dirigen la santa cuna de nuestro señor, aunque en la realidad se muestra de otra manera, como la que el cardenal sugiera con el hierro candente en mano dispuesto a conseguir con ello una confesión o al menos lo que se presupone como tal; su excelencia se acerca más y más a la mujer escuchando sus réplicas con las respuestas no deseadas pero quizás acertadas hasta que sus pasos se detienen a un distancia prudencial pero son los ojos de él que se clavan en el rostro de la mujer buscando una pisca de engaño o mentira.
Aleja el fierro así como él que sale de la celda dejando a la mujer desnuda y sola en ella –He escuchado de ello, incluso mi padre tenía en un tiempo a alguien así a su cercanía, pero esa mascota no es su amante y como dices perteneció a la familia, una muy secreta y antigua, entonces dime tu si siendo una mascota ¿Qué papel desempeñabas para tu dueño? Y aún mejor ¿cuál era tu dueño? – sonríe al alzar una de las varas de castigo con varias puntas metálicas al final colocándola al fuego nuevamente. Ha dejado la celda medio abierta como un tiento para la mujer mientras finge que no se ha dado cuenta de ello –Sabes muchas cosas para estar fuera de estos muros ¿no querrías regresa a los brazos de nuestro señor?, ya que tu mismo lo has mencionado, todo lo que se haga bajo su nombre está permitido, entonces bajo su nombre ¿regresaría la hija prodiga?– soltó una sonrisa mirando al fuego
Su excelencia sabe bien que si la mujer se escapa será atrapada por inquisidores arriba por ello se toma su tiempo al alzar cada una de las armas de torturas de aquel lugar con calma y paciencia.
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Re: El amanecer del diablo || Salomé Ameris
Salome nunca dejaba nada a la azar; o al menos trataba de que pareciera así. La mirada siempre fija hacia su opresor, deleitándose con cada movimiento del cuerpo del contrario, ningún movimiento era pasado desapercibido. La cambiaformas realizo una pequeña mueca mientras alzaba los hombros, para restarle importancia a las palabras del hombre.
— Tanto tiempo… que ni me acuerdo su nombre — mintió. Dejo salir un pequeño suspiro — Mi memoria parece que falla — sentencio mientras se acercaba cada vez más a los barrotes.
— ¿Quién va a obligarme a regresar? — Dejo salir una amplia carcajada — ¿Usted? ¡Por dios…! — Movió la cabeza en negación — No creo que tenga la capacidad suficiente para hacerme cambiar de opinión, la vida de libertinaje es muy divertido como para volver a hacer una mojigata de la iglesia — ronroneo mientras se deslizaba por las puertas abiertas. Acercándose al fuego que avivaba los hierros que serían utilizados para su “tortura”.
— Que divertido se ve eso ¿Lo probamos con usted? — pregunto. Mientras con cierta rapidez sujeto el fierro aun en el fuego. Lo empuja hacia ella, su mano se quema, pero para ella será un dolor pasajero, un olor a piel quemada llega a sus fosas nasales — Yo soy más fuerte que usted. ¿Acaso no lo nota? Todo esto apenas es un juego para mí — su otra mano libre la introduce en el fuego, recogiendo un poco de ceniza encendida y la esparce hacia su oponente, justamente hacia el rostro, mientras de su garganta vuelve a surgir una risa burlona.
— Tanto tiempo… que ni me acuerdo su nombre — mintió. Dejo salir un pequeño suspiro — Mi memoria parece que falla — sentencio mientras se acercaba cada vez más a los barrotes.
— ¿Quién va a obligarme a regresar? — Dejo salir una amplia carcajada — ¿Usted? ¡Por dios…! — Movió la cabeza en negación — No creo que tenga la capacidad suficiente para hacerme cambiar de opinión, la vida de libertinaje es muy divertido como para volver a hacer una mojigata de la iglesia — ronroneo mientras se deslizaba por las puertas abiertas. Acercándose al fuego que avivaba los hierros que serían utilizados para su “tortura”.
— Que divertido se ve eso ¿Lo probamos con usted? — pregunto. Mientras con cierta rapidez sujeto el fierro aun en el fuego. Lo empuja hacia ella, su mano se quema, pero para ella será un dolor pasajero, un olor a piel quemada llega a sus fosas nasales — Yo soy más fuerte que usted. ¿Acaso no lo nota? Todo esto apenas es un juego para mí — su otra mano libre la introduce en el fuego, recogiendo un poco de ceniza encendida y la esparce hacia su oponente, justamente hacia el rostro, mientras de su garganta vuelve a surgir una risa burlona.
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Re: El amanecer del diablo || Salomé Ameris
El ser humano, aquel ser creado a imagen y semejanza de nuestro señor, a quien se le otorgo el libre albedrío y bendecido con los dones más granes se atreve incluso delante de su señor a mover aquella lengua en contra de mentiras, cubriendo el rastro de la verdad con las falacias que los ojos no alcanzan a ocultar. Solo un ser humano ignorante y estúpido podría caer en tales viles artimañas bien elaboradas, pero su Eminencia quien estaba más acostumbrado a ellas en todo sentido las conocía mejor que nadie y solo pudo sonreír con un leve suspiro ante la osadía de una de las creaciones torcidas de la naturaleza pero que son de utilidad para quien les vea un propósito como la iglesia lo estaba haciendo.
–Vaya que inconveniente para nosotros, o tal vez para ti, pero, no sé si sabes que existen muchas formas de hacer que alguien como tu recupere su tan fatídica memoria – el atizador se movía entre el fuego reclamando el color rojo encendido de la ira con la que peleaba con aquel pedazo de metal, tan vivo, tan encandecido . Sus ojos observaron el andar sigiloso de la felina, tal como un gato sin hacer mucho ruido al desplazarse y esa podría ser una muy aprovechable situación para quien desee un espía con semejantes habilidades. Sonrió dejándose tomar desprevenido, admirando como el atizador quemaba la piel de la chica y él sin moverse más que solo con la mano en la empuñadura de su espada, sus ojos centrados en la mano de la joven que dejaron una marca muy profunda, sonrió. Él estaba al tanto de sus beneficios pero nunca había visto de frente dichas situaciones, quedó en silencio observando la mano de la chica hasta que en su visión se acercó aquella ceniza, alcanzó a cubrir con la manga de su sotana parte de su rostro, sus ojos se cerraron y al girar levemente el cuerpo para cubrirse mostró su espada frente a la mujer riéndose y negando con la cabeza quitándose aquella ceniza del cabello y parte del rostro, en sus ojos había entrado un poco, por lo que la mantuvo cubierta con la sotana de la manga del brazo izquierdo.
–Lindo acto, te felicito, eso muestra que eres alguien de armas tomar, pero te olvidas de algo niña, soy un Cardenal de esta institución santa, soy un Borgia y por lo tanto tengo toda la autoridad para hacer o no algunas cosas y entre esas es tenerte a ti de nuevo en bajo estas paredes con un gran collar en tu cuello que diga “pertenece a su Excelencia Borgia” – ríe mirando la herida de la mujer sanar lento –Tus habilidades me son muy útiles para mis planes y propósitos, no me interesa lo que tú quieras si no lo que yo disponga y por tanto estarás encerrada en estas mazmorras hasta que te tenga que usar ¿Te parece?– soltó una sonrisa apuntándole con la espada en dirección al cuello –Tus escoges, o entras por tus pies o te haré entrar al enviar una minuta con tu sentencia a un grupo de inquisidores para que vaya tras de ti día y noche hasta que acaben contigo, respetaré tu libre albedrío– guarda la espada y de la mesa de instrumentos de tortura toma le látigo largo que se divide al final en diez lazas más que tienen en su punta metales filosos para arrancar la carne tal como los que se usaron para azotar al mismo Jesús.
–Vaya que inconveniente para nosotros, o tal vez para ti, pero, no sé si sabes que existen muchas formas de hacer que alguien como tu recupere su tan fatídica memoria – el atizador se movía entre el fuego reclamando el color rojo encendido de la ira con la que peleaba con aquel pedazo de metal, tan vivo, tan encandecido . Sus ojos observaron el andar sigiloso de la felina, tal como un gato sin hacer mucho ruido al desplazarse y esa podría ser una muy aprovechable situación para quien desee un espía con semejantes habilidades. Sonrió dejándose tomar desprevenido, admirando como el atizador quemaba la piel de la chica y él sin moverse más que solo con la mano en la empuñadura de su espada, sus ojos centrados en la mano de la joven que dejaron una marca muy profunda, sonrió. Él estaba al tanto de sus beneficios pero nunca había visto de frente dichas situaciones, quedó en silencio observando la mano de la chica hasta que en su visión se acercó aquella ceniza, alcanzó a cubrir con la manga de su sotana parte de su rostro, sus ojos se cerraron y al girar levemente el cuerpo para cubrirse mostró su espada frente a la mujer riéndose y negando con la cabeza quitándose aquella ceniza del cabello y parte del rostro, en sus ojos había entrado un poco, por lo que la mantuvo cubierta con la sotana de la manga del brazo izquierdo.
–Lindo acto, te felicito, eso muestra que eres alguien de armas tomar, pero te olvidas de algo niña, soy un Cardenal de esta institución santa, soy un Borgia y por lo tanto tengo toda la autoridad para hacer o no algunas cosas y entre esas es tenerte a ti de nuevo en bajo estas paredes con un gran collar en tu cuello que diga “pertenece a su Excelencia Borgia” – ríe mirando la herida de la mujer sanar lento –Tus habilidades me son muy útiles para mis planes y propósitos, no me interesa lo que tú quieras si no lo que yo disponga y por tanto estarás encerrada en estas mazmorras hasta que te tenga que usar ¿Te parece?– soltó una sonrisa apuntándole con la espada en dirección al cuello –Tus escoges, o entras por tus pies o te haré entrar al enviar una minuta con tu sentencia a un grupo de inquisidores para que vaya tras de ti día y noche hasta que acaben contigo, respetaré tu libre albedrío– guarda la espada y de la mesa de instrumentos de tortura toma le látigo largo que se divide al final en diez lazas más que tienen en su punta metales filosos para arrancar la carne tal como los que se usaron para azotar al mismo Jesús.
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