La cara oculta de la Luna [Privado]

Se acercaban nubes negras de tormenta, amenazadoras, resplandecientes, ocultándolo todo a su paso mientras devoraban el cielo de un atardecer mortecino. Soplaba una brisa que variaba su intensidad de forma caprichosa mientras la oscuridad comenzaba a extender su mandato.

Aquella iba a ser otra noche agitada por las inclemencias de la fría estación.

Una diminuta sombra emergió muy lentamente entre las aguas; un rostro humano, oculto y retador, que no era sino una silueta más en aquél creciente juego de tonos claroscuros. Pero la superficie del lago permanecía intacta, sin que se hubiera levantado la más mínima onda en su oscura superficie. Entonces, en esa pequeña forma, dos franjas plateadas se abrieron hasta formar sendas elipses: su gélida mirada parecía refulgir con fiereza mientras el resto de su cuerpo surgía de la laguna, con parsimonia, hasta que quedó medio cuerpo al descubierto.

«…Mi querida muñeca… eres mi marioneta, Noah, creada a mi imagen y semejanza...»

Los dos óvalos que adornaban aquella sombra se cerraron, siendo tan solo dos rendijas que resultaban imposibles de descifrar. Su mano derecha se desdibujó, y la superficie del lago se vio alterada, sus gotas viéndose esparcidas por el aire mientras reflejaban el tono plateado de la preciosa Luna llena que lucía en el firmamento. Oculta a los ojos que no estuvieran acostumbrados, bajo el amparo de la carencia de luz, sus músculos se tensaron y la mano que había mancillado con ira la laguna, se crispó por unos segundos en un claro gesto de pura rabia incontenida.

Alzó lánguidamente su mirada gris, desprovista de calidez y vida, al nocturno cielo. El argénteo astro gobernaba el firmamento con arrogancia, menospreciando a todos aquellos que se hallaban bajo sus vastos dominios. La sombra sentía su llamada, a la que él respondía con altanería, rechazando su invitación, tan tentadora, tan atrayente…

Ojalá pudiera sentir esas noches como lo haría cualquier otro ser. Incluso si fuera un vampiro, podría apreciar mejor la belleza de esos paisajes. Lamentablemente, ese era un lujo que no podía permitirse: ya algunos días antes del plenilunio, era incapaz de conciliar el sueño, pues las pesadillas que tenía a diario se volvían más violentas y fragmentadas. Ah… cuánto anhelaba poder descansar como se merecía… si bien a los hados no les debía de parecer digno de tal capricho. No… porque en aquél mundo no había paz para los…

«…Noah… No eres un monstruo…», dijo otra voz en su mente. Su dulzura rivalizaba con la anterior, pero ésta no hacía falsas promesas. Era una voz sincera de verdad, una voz con nombre y rostro, que consiguió aplacar levemente el fuego que avivaba el veneno que recorría sus venas.

Le dolía admitirlo, pero aún no acababa de abrazar por completo esa filosofía. Todos tenemos algo roto en el interior: por eso todos somos unas desagradables quimeras. ¿Acaso no es este mundo un verdadero infierno?

Era difícil poder expresar lo que sentía. Dolor. Frustración. Resignación e impotencia, quizás, ante la incapacidad de poder aceptar a aquél demonio animal que le roía sus venas y arrasaba las ruinas de su alma. Una noche más bañado en el caos y el terror. ¿Cuándo habría justicia en la sangre… en su sangre? Deseaba un poco de paz tan desesperadamente que cruzaba las líneas de lo obsesivo. Pero no. Ah no. De ninguna manera los hilos de su destino iban a concederle tal don. Tan noble y austero legado debía ser sometido a sufrir tormentos sin fin durante cada noche en la que la diosa sombría lo mirara con desprecio, absorta en sus cavilaciones, cuando a él le tocaba seguir oponiéndose a lo que era. Corrompido por algo que escapaba a su comprensión y herido por un pasado que le seguía siendo esquivo.

Dudaba que hubiera alguien que también estuviera saboreando tan amargo averno.

Procedió a salir de la laguna con parquedad, al tiempo que tímidos rayos de luz de luna iluminaban sus facciones, endurecidas, que coronaban un torso pálido. Unos pantalones oscuros, que quedaban ceñidos por estar empapados, cubrían su parte inferior, y unos pies que se enterraban entre la grava y la maleza de la zona. De nuevo sentía la llamada desde su interior, y pugnó por contenerse. Ya estaba comenzando a perder su propia conciencia mientras su excelsa mirada se emborronaba y su piel comenzaba a perder esa calidez tan característica.

Sólo era cuestión de tiempo que se rindiera por completo al dolor…