AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La cara oculta | Privado
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La cara oculta | Privado
“La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado.”
Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez
Aprendiendo a convivir con la ausencia, Brianna seguía esperando cada amanecer descubrir a su marido acostado junto a ella. Los meses se habían sucedido con impaciencia, sus hijos crecían a pasos agigantados –Nerys ya daba sus primeros prematuros pasos- y Morgan no estaba presente para ver el avance de ellos. Le dolía cada logro de los pequeños, porque no tenía a su esposo para compartirlo. El día que su niña se levantó del piso y caminó tambaleante hacia sus hermanos, ella se quedó parada en el umbral de la puerta, mordiéndose un puño para contener el llanto. Vio que antes de que ella cayera, Dougal y Malcolm se abalanzaron hacia su cuerpecito y la sostuvieron entre risas. El fresco sonido le alcanzó los oídos y se sostuvo del marco de la puerta, envuelta en las emociones contradictorias que la surcaban de pies a cabeza, y cuando sus niños la descubrieron y corrieron a ella con Nerys entre sus brazos y se abrazaron a sus piernas, debió tragarse la angustia y disfrutar, disfrutar de lo más maravilloso que tenía. En ese momento había entrado su cuñado –que, sorpresivamente, se había convertido en un amigo- y el impacto a contraluz le provocó un vuelco en el estómago. No se acostumbraba al parecido, y en ocasiones le costaba diferenciarlo. Solía descubrirse ansiando rozarlo, para asegurarse que no era su Carmichael; y si se decidía a hacerlo, la desilusión se convertía en una tortura. ¿Cuándo volvería? ¿Cuándo pasaría el dolor?
Le dio un beso en la frente primero a Nerys, luego a Dougal, que dormían, y cuando llegó el turno de Malcolm, descubrió que sus enormes y hermosos ojos la observaban desde la oscuridad. Él parecía presentir cuando Brianna salía de noche a cumplir con un trabajo que podía poner en peligro su vida, y ella simplemente lo observaba asentir, y lo dejaba que se aferrara a su cuello, mientras inspiraba su aroma y grababa en su piel la suavidad de su abundante cabellera oscura. Luego le dio el beso correspondiente y salió por la puerta sin mirar atrás. Sólo una empleada sabía que ella se iba, pero desde que Aleck se quedaba en la casa, y si bien no le había confiado la verdad, sabía que iba a proteger a los niños. Habían desarrollado un vínculo hermoso, y eso a la escocesa la alegraba de sobremanera. Era justo que ellos tuvieran un tío, y no se arrepentía de haberle permitido vivir bajo el mismo techo. Además, sospechaba que el gran parecido con su padre, era un motivo para que los dos varoncitos pudieran vivir la ausencia de una manera menos hiriente.
El corazón le galopaba al son del trote de su yegua, que atravesó el campo con gran rapidez, y se dispuso a seguir las órdenes de su ama. Emperatriz estaba en un estado inmejorable, y si bien fueron casi dos horas de un ritmo acelerado y sin descanso, en ningún momento mostró signos de malestar. La dejó en el sitio indicado, donde un anciano le salió al encuentro y se encargó de darle agua y alimento al animal, mientras Brianna controlaba que sus armas estuviesen dispersas en los diferentes sectores de su cuerpo –tobillos, puños, cintura y rodillas-. Le habían asegurado que no era peligroso, que era un simple vampiro joven poniendo en peligro algunos sectores de la clase baja, que para ella, debido a su experiencia, sería pan comido; y lo más importante era que había un cuantioso pago, que ya había planeado invertir en ganado. Se ató el cabello en un rodete a la altura de la coronilla y sin mediar palabra con el hombrecillo, caminó a paso rápido hacia el lugar donde se suponía debía encontrar al inmortal. Sabía que percibiría su presencia antes de que ella pudiese detectarlo, sin embargo, no podía saber que ella estaba lista para acabar con él con la misma rapidez con la que él iba a atacarla.
Se concentró en los sonidos del bosque, que estaba silencioso, claro indicio de que allí no era la única visitante. Los animales parecían haberse escondido en sus madrigueras, y sólo algún que otro búho valiente se atrevía a posarse entre las ramas, rompiendo la incómoda tranquilidad. Antes de lo previsto, le llegó el sonido de unas voces, y aminoró la marcha, intentando mantenerse cubierta por los árboles. Se escondió tras un roble y lo vio sentado sobre una roca enorme, bañado por la luz de la luna. Una mujer le habló y el brillo de sus colmillos estuvo a punto de encandilarla. Sin embargo, se concentró en la voz femenina, de marcadas “erres”, y tragó con dificultad, segura de conocer ese acento y ese timbre. Con sigilo, cambió de posición y vio a la dama, totalmente vestida de oscuro, pero con la larga melena rubia bañándole la espalda. Las piernas se temblaron cuando ella giró levemente y le descubrió el perfil. ¡No podía ser! Sus ojos le estaban jugando una mala pasada, era imposible que ¡su madre! se encontrase en ese lugar, y mucho menos en presencia de aquel ser. Esperó, pues la primera enseñanza que le había dado su esposo, era la de la paciencia. Cuando el vampiro se puso de pie y rodeó a Janet MacKenzie, analizándola, la cazadora sacó uno de sus cuchillos de la manga. Él se ubicó a espaldas de la mujer, le corrió la cabellera y le olisqueó el cuello con lascivia. Incapaz de seguir esperando, Brianna le lanzó la daga, que se clavó exactamente donde deseaba, en la base de la cabeza.
La rubia salió de su escondite, y aprovechó el instante de desconcierto para reducir al vampiro, que se recuperó rápidamente y de un golpe en el estómago le cortó la respiración. Por instinto, la joven caminó hacia atrás intentando recuperarse. El dolor la había ensordecido, y había perdido su arma. Se descubrió contra un árbol, con las manos de la bestia envolviéndole la garganta, impidiéndole recuperar la respiración. Brianna miró a su madre, que contemplaba la escena con horror, y tuvo la certeza de que no la había reconocido. Apretó los ojos y los puntos blancos se hicieron más grandes, y de pronto se sintió más liviana. Pensó en sus niños y el temor de la muerte no fue suficiente para sostenerla; sin embargo, cuando el sobrenatural aflojó la presión y le lamió la curvatura del hombro, Shannon pensó en que si moría, no tendría la dicha de volver a verse envuelta en los brazos de su esposo. Levantó los párpados con dificultad y antes de convertirse en alimento para el vampiro, en un movimiento rápido tomó la daga que llevaba escondida en la parte baja de la espalda y la clavó en el cuello del vampiro, que la soltó. Sin darle tiempo, la cazadora le arrancó la cabeza de su sitio. El cuerpo cayó inerte, y la rubia apoyó la espalda en el tronco, agitada, intentando ordenar los pensamientos y de que el miedo se sacudiese de su cuerpo. Alzó la vista y descubrió que su madre seguía allí.
— ¿Janet MacKenzie? —preguntó en un hilo de voz. —¿Eres tú?
Le dio un beso en la frente primero a Nerys, luego a Dougal, que dormían, y cuando llegó el turno de Malcolm, descubrió que sus enormes y hermosos ojos la observaban desde la oscuridad. Él parecía presentir cuando Brianna salía de noche a cumplir con un trabajo que podía poner en peligro su vida, y ella simplemente lo observaba asentir, y lo dejaba que se aferrara a su cuello, mientras inspiraba su aroma y grababa en su piel la suavidad de su abundante cabellera oscura. Luego le dio el beso correspondiente y salió por la puerta sin mirar atrás. Sólo una empleada sabía que ella se iba, pero desde que Aleck se quedaba en la casa, y si bien no le había confiado la verdad, sabía que iba a proteger a los niños. Habían desarrollado un vínculo hermoso, y eso a la escocesa la alegraba de sobremanera. Era justo que ellos tuvieran un tío, y no se arrepentía de haberle permitido vivir bajo el mismo techo. Además, sospechaba que el gran parecido con su padre, era un motivo para que los dos varoncitos pudieran vivir la ausencia de una manera menos hiriente.
El corazón le galopaba al son del trote de su yegua, que atravesó el campo con gran rapidez, y se dispuso a seguir las órdenes de su ama. Emperatriz estaba en un estado inmejorable, y si bien fueron casi dos horas de un ritmo acelerado y sin descanso, en ningún momento mostró signos de malestar. La dejó en el sitio indicado, donde un anciano le salió al encuentro y se encargó de darle agua y alimento al animal, mientras Brianna controlaba que sus armas estuviesen dispersas en los diferentes sectores de su cuerpo –tobillos, puños, cintura y rodillas-. Le habían asegurado que no era peligroso, que era un simple vampiro joven poniendo en peligro algunos sectores de la clase baja, que para ella, debido a su experiencia, sería pan comido; y lo más importante era que había un cuantioso pago, que ya había planeado invertir en ganado. Se ató el cabello en un rodete a la altura de la coronilla y sin mediar palabra con el hombrecillo, caminó a paso rápido hacia el lugar donde se suponía debía encontrar al inmortal. Sabía que percibiría su presencia antes de que ella pudiese detectarlo, sin embargo, no podía saber que ella estaba lista para acabar con él con la misma rapidez con la que él iba a atacarla.
Se concentró en los sonidos del bosque, que estaba silencioso, claro indicio de que allí no era la única visitante. Los animales parecían haberse escondido en sus madrigueras, y sólo algún que otro búho valiente se atrevía a posarse entre las ramas, rompiendo la incómoda tranquilidad. Antes de lo previsto, le llegó el sonido de unas voces, y aminoró la marcha, intentando mantenerse cubierta por los árboles. Se escondió tras un roble y lo vio sentado sobre una roca enorme, bañado por la luz de la luna. Una mujer le habló y el brillo de sus colmillos estuvo a punto de encandilarla. Sin embargo, se concentró en la voz femenina, de marcadas “erres”, y tragó con dificultad, segura de conocer ese acento y ese timbre. Con sigilo, cambió de posición y vio a la dama, totalmente vestida de oscuro, pero con la larga melena rubia bañándole la espalda. Las piernas se temblaron cuando ella giró levemente y le descubrió el perfil. ¡No podía ser! Sus ojos le estaban jugando una mala pasada, era imposible que ¡su madre! se encontrase en ese lugar, y mucho menos en presencia de aquel ser. Esperó, pues la primera enseñanza que le había dado su esposo, era la de la paciencia. Cuando el vampiro se puso de pie y rodeó a Janet MacKenzie, analizándola, la cazadora sacó uno de sus cuchillos de la manga. Él se ubicó a espaldas de la mujer, le corrió la cabellera y le olisqueó el cuello con lascivia. Incapaz de seguir esperando, Brianna le lanzó la daga, que se clavó exactamente donde deseaba, en la base de la cabeza.
La rubia salió de su escondite, y aprovechó el instante de desconcierto para reducir al vampiro, que se recuperó rápidamente y de un golpe en el estómago le cortó la respiración. Por instinto, la joven caminó hacia atrás intentando recuperarse. El dolor la había ensordecido, y había perdido su arma. Se descubrió contra un árbol, con las manos de la bestia envolviéndole la garganta, impidiéndole recuperar la respiración. Brianna miró a su madre, que contemplaba la escena con horror, y tuvo la certeza de que no la había reconocido. Apretó los ojos y los puntos blancos se hicieron más grandes, y de pronto se sintió más liviana. Pensó en sus niños y el temor de la muerte no fue suficiente para sostenerla; sin embargo, cuando el sobrenatural aflojó la presión y le lamió la curvatura del hombro, Shannon pensó en que si moría, no tendría la dicha de volver a verse envuelta en los brazos de su esposo. Levantó los párpados con dificultad y antes de convertirse en alimento para el vampiro, en un movimiento rápido tomó la daga que llevaba escondida en la parte baja de la espalda y la clavó en el cuello del vampiro, que la soltó. Sin darle tiempo, la cazadora le arrancó la cabeza de su sitio. El cuerpo cayó inerte, y la rubia apoyó la espalda en el tronco, agitada, intentando ordenar los pensamientos y de que el miedo se sacudiese de su cuerpo. Alzó la vista y descubrió que su madre seguía allí.
— ¿Janet MacKenzie? —preguntó en un hilo de voz. —¿Eres tú?
Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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