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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Nemhain Caomhánach Jue Oct 03, 2013 12:20 am


Nemhain Caomhánach


París, invierno del año de nuestro señor Jesucristo 1800

No sé bien el mes que transcurre, sólo que es invierno, que está muy frío y que los vidrios empañados no me permiten mirar hacia afuera. Es invierno, sí, tengo que recordarlo para los vestidos de las señoras, es invierno, sí, un invierno más con él.
Su voz hoy no me ha acompañado, quizá la llovizna haga que se mantenga calentito en su cama, que no quiera hablar, que no tenga deseos de compañía, sólo de su soledad. Qué gran cosa la soledad, hace tiempo que no la experimento, pues él siempre está conmigo.
Anoche le pregunté su nombre, una vez más, y no me lo quiso decir. Luego, decidí que debía trabajar. Me han encargado un vestido de gala, la señora es amable, aunque no tiene consciencia de su figura, me ha pedido un corsé pequeño, el cual insistí que no va a entrarle, pero ella rió y me dijo que me lo pagaría de todas formas. Necesito ese dinero, hace dos días que no como.
Está despertando, me ha saludado. Pero no quiero responderle, prefiero que crea que estoy dormida, aunque él sabe todo de mí, como yo sé todo, o casi todo, de él. Me gustaría ponerle un nombre, insisto en esto porque llamarlo como el maligno me da escalofríos. Acabo de tener uno, sólo de recordar su verdadera identidad.
Conseguí unos géneros muy hermosos, tengo dos clientas jóvenes que estarán contentas con esas telas. Hoy desperté con hambre, el haber comprado el material, no me dejó recursos para ir al mercado por verduras. Tengo hambre, y mi estómago me lo recuerda haciendo sonidos que me avergüenzan.
Hace horas que tengo frente a mí una copa oxidada, su contenido ya se ha enfriado, lo prefería tibio. Me gusta su color, es carmesí, y me agradó la sensación que recorrió mi garganta. ¿Así sienten los sobrenaturales cuando beben sangre? Es satisfactorio, y quita la sed. Su textura espesa me recuerda buenos momentos, y otros malos también, como cuando me pinché un dedo con un alfiler, y mi hermana se llevó mi índice a su boca y succionó con una sonrisa. Siempre tuvo una linda sonrisa. Me da alegría haber acabado con su sufrimiento, eso forma parte de los recuerdos gratos.
Hace tres días desperté con moretones en los brazos. Primero me asusté creyendo que alguien había entrado a mi humilde morada para robarse lo poco que tengo, y que no recordaba haber vivido esa situación. Me preocupan mis pérdidas de memoria, aunque vivo con ello, pues suelo olvidar que las padezco. Aún estoy intentando recordar qué fue lo que me los provocó, pero una idea me da el lazo de cuero que encontré bajo mi cama.
Están tocando la puerta. El reloj de arena que hay al lado de la copa, me ha hecho dar cuenta de que esperaba a una señorita que deseaba un vestido. Su carta me llegó hace una semana, y tenía un sello de lacre muy bonito en azul. Usaré ese color para vestirla, su forma de expresarse me hizo dar cuenta de la clase de persona que es.
Insiste con los golpes, es muy impaciente. Espero que no le guste hablar mucho. Él me ha saludado de nuevo, le respondí escuetamente, sabe que tengo que trabajar. No me gusta que me moleste cuando lo hago.
Tengo hambre, hace dos días que no como. Mejor bebo la sangre en la copa. No recuerdo a quién pertenecía.

Nemhain
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Mensaje por Nemhain Caomhánach Jue Nov 28, 2013 8:14 pm


Nemhain Caomhánach


París, invierno del año de nuestro señor Jesucristo 1800

Aún no ha amanecido, pero los primeros claros empiezan a penetrar el cielo en una danza silenciosa. La luz mortecina del hogar envuelve mi pequeña casa y la hace parecer una cueva, una muy diminuta, oculta en la oscuridad que nos rodea. A él le gusta la oscuridad, no porque me lo haya confesado es que lo sé, sino, porque eligió mi cabeza para vivir. Él está allí dentro, y me imagino que debe ser un sitio frío y sin luz, tal como soy yo. Debe estar helado, como éste invierno arrasador que no da tregua.
Él tampoco me da tregua, constantemente sus órdenes me guían hacia lo que debo hacer. Me he preguntado en ciertas ocasiones si es una ofrenda que desea o una simple incitación al placer. Placer que jamás he sentido, y que sólo me lo genera hacer mi trabajo. Aunque en ocasiones, cuando hago lo que hago, tengo ganas de reír. ¿Será por dicha o por simple inercia?
También me he preguntado si está bien o está mal, se lo he preguntado a muchas personas. Se lo pregunté a aquel joven que gritaba y gritaba, cuando aún era muy pequeña. Él no me decía sí o no, simplemente suplicaba, ¡como si fuera a hacerle caso! No porque fuese un completo desconocido, sino, porque el dueño de mis actos es uno sólo, ni a mí misma me pertenece mi voluntad. Sólo a…me aterra decir su nombre, jamás podría dejarlo plasmado en un papel.
He recordado que debía comer, y tuve la fortuna de conseguir algunas verduras. Las papas del huerto sobrevivieron a las primeras nevadas, y compré pescado a muy bajo precio. A pesar de que no era fresco, pude cocinarlo y comer algo rico, que hacía tiempo no lograba. Ya comenzaba a sentirme las costillas bajo la piel cuando me vestía.
Al mirarme al espejo pude notar que se me comenzaban a consumir las mejillas, y eso no me agradó. Siempre me han gustado mis mejillas, cuando las aprieto levemente son suaves y mullidas, como las de un niño pequeño; y suelen estar coloradas por el frío, lo que aviva mi rostro y resalta mis ojos. Mis ojos también me gustan, aunque no sean expresivos como los de mi hermana. Ella sí tenía bonitos ojos. Debería habérmelos quedado de recuerdo.
Cuando me miro al espejo, también, intento encontrar algún parecido con los padres que nunca conocí, como si observándome fijamente lograra recrear alguna escena que me fuese familiar. Pero era demasiado chiquita cuando ellos murieron, y nada de lo que veo me lleva a un pasado tan lejano. Es una de las pocas cosas que lamento…
Él me acaba de preguntar qué otra cosa lamento, por eso la tinta se secó, pues me quedé pensando. Y no encontré nada verdaderamente contundente que lamentar. Nada de todo lo ocurrido en todos estos años me da culpa, y eso le provocó risa. Me pidió que siga indagando, que me sumerja en las profundidades de mis recuerdos, pero a pesar de mi esfuerzo, los recuerdos quedaron flotando en una marea negra, para ahogarse lentamente, una vez más.
Creo que a él le gustó que no sintiera remordimiento alguno, o que nada me provocara tristeza. Al fin de cuentas, sacia su instinto con mis actos. Él me necesita tanto como yo a él, porque si no me usa, no obtiene lo que quiere, y si él no conmina lo que debo hacer, me sentiría perdida, no sabría hacia dónde dirigirme o cómo ejecutar. Seguramente moriría aquí encerrada, de tristeza, pues me sentiría muy sola. Al fin de cuentas, su voz es mi compañía y mi guía, quien nunca me ha dejado abandonada al costado del camino, quien ha estado todos estos años a mi lado para ayudarme. Hoy me siento gratificada con él, y eso es toda una novedad.

Nemhain
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Mensaje por Nemhain Caomhánach Mar Feb 04, 2014 9:53 am


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París, invierno del año de nuestro Señor Jesucristo 1800

Hoy desperté a mitad de la noche con el llanto y los ladridos de un perrito. Eran lejanos, muy lejanos, y por un momento, pensé que era sólo obra de un mal sueño. Él estaba callado, seguramente dormía plácidamente mientras yo mantenía los ojos abiertos de par en par y la respiración agitada, intentando encontrar la dirección exacta del sonido. Bajé de la cama, me cubrí con una manta de lana, y salí al frío gélido del exterior. El viento me envolvió, haciéndome tambalear, y terminé apoyando mi espalda en la pared, hasta que ésta misma ventisca, trajo, nuevamente, el llanto del animal. Me pregunté si estaba herido o si alguien le estaba haciendo daño. Mi contextura es pequeña, por lo que tomé una pala que había en el suelo y que no recordaba poseer.
Caminé entre la tierra mojada, mis pies se hundieron en algún que otro charco de barro, y la subida por una elevación fue dura, pero estaba empecinada en encontrar al perro. Me arrastré por un pastizal, ya que el viento había incrementado su velocidad y no me dejaba avanzar erguida. Un aullido, producto de un final deplorable, me obligó a elevar mi cabeza, y allí descubrí una escena que me acompañará hasta mi último día.
Un hombre alto, muy alto, con el cabello oscuro y la ropa andrajosa, reía a carcajadas. La luna llena, que iluminaba entre las nubes, delineó su silueta. Escupía mientras de su boca emanaba aquel sonido espantoso. A sus pies, el perrito que me había llamado rogando ayuda. La lengua le colgaba a un costado del hocico, una pata trasera estaba separada de su cuerpecito y una delgada cascada de sangre emanaba de él y llegaba a mí.
Me puse de pie, sentía que las venas de todo mi cuerpo iban a estallar. Se hizo presente mi mascota de la infancia, a él también lo asesinaron, pero fueron unos niños, recuerdo que me persiguieron por un bosque cuando fui a preguntarles por qué le habían hecho eso. Nunca más los vieron. Y no me acuerdo qué sucedió. Sentía un hormigueo constante por la piel, algo espantoso crecía en mi interior, y él habló. “Hazlo” me dictó, y su risa fue musical.
Creo que me acerqué con lentitud. Jamás me había sentido tan violenta, tan capaz de hacer lo que fuera. Los ojos inyectados del hombre me observaron cuando estuve muy cerca, me sonrió y descubrí que le faltaban dientes. Pateó el cuerpecillo del animal, y vi lascivia en él. ¿Habrá creído que era una ramera? Observé al perrito rodar por la pendiente, y las lágrimas cayeron por mis mejillas sin que yo pudiera hacer nada. No fue un llanto histérico, sólo emanaron.
El asesino me tomó de un brazo, sacándome de la confusión. Me acarició un seno, jamás me habían tocado de esa manera. No me gustó. Hice un paso atrás, y él uno adelante. Repetimos la acción. Cuando quiso agarrarme, trastabilló y cayó, sus gritos me hicieron reír. Bajé lentamente, él no podía moverse. Le palpé el rostro, él me pidió ayuda. Metí dos dedos en su boca, tenía varios dientes flojos, y fui arrancándolos uno por uno. El hombre sólo era capaz de mover la cabeza. Rogaba piedad. Piedad que no había tenido con el perrito. Luego, con mis pulgares, le apreté los ojos, fuerte…muy fuerte, hasta que sentí como si algo explotara bajo ellos. Perdió el conocimiento, quizá del dolor.
Lo arrastré, era demasiado corpulento, pero llegué a la puerta de mi hogar. Había perdido la manta, tenía los pies lastimados por caminar descalza, y me temblaban todos los músculos debido al esfuerzo. No sé cuánto tiempo tardé. Pero lo coloqué en el patio trasero, le tajeé los brazos, le tiré alcohol en las heridas; también lo mantuve despierto mientras le arrancaba las uñas, primero de las manos, luego de los pies. El dolor lo hacía desmayarse cada tanto, pero seguía consiguiendo que volviera en sí. Por último, le abrí el estómago lo suficiente para que no muriese.
Escuché el aleteo de unos pájaros y el inconfundible sonido de los cuervos. Sentían la sangre, ésta noche se darían un festín. Lo dejé tirado, y me senté en una piedra a observar cómo las aves de rapiña le devoraban las entrañas, le arrancaban pedazos de piel. El hombre era duro, tardó en morirse, mejor para mí. El espectáculo fue maravilloso.
Me dispuse a escribir, tras volver de enterrar al perrito. Cavé un pozo profundo. Cuando lo alcé noté que tenía gran parte de sus huesos rotos. Lloré sobre su lomo y luego lo coloqué con cuidado en su tumba. La cubrí de tierra y le coloqué flores. Volví a mi hogar, con el Sol asomándose en el horizonte.
Lo que queda del cuerpo del hombre, aún es devorado por los cuervos menos afortunados. Dejaré que se pudra en mi patio, ese también será un buen espectáculo.

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Mensaje por Nemhain Caomhánach Mar Jul 15, 2014 2:36 pm


Nemhain Caomhánach


París, Primavera del año de nuestro Señor Jesucristo 1800

Hoy desperté con un profundo deseo de volar. Él estuvo callado mientras abría los ojos y un pajarillo golpeaba la madera del alfeizar, al tiempo que sus camaradas lo llamaban con su dulce música desde las ramas de los árboles que rodean mi hogar. Imaginé que era uno de ellos, que nacían alas en mi espalda, que me elevaba de la cama, la sábana se deslizaba suavemente por mi piel, que se eriza con el tacto. El camisolín ondeaba mientras mi cuerpo acariciaba el aire de manera distinta. La ventana se abría y yo salía por ella, envuelta en un halo de pureza, el mismo que tienen los bebés cuando nacen, libres cuando, por fin, lo separan de su madre cortando el cordón umbilical. Esa debe ser la máxima expresión de libertad, el único instante en que, quizá, los seres humanos pueden experimentarla.
Hoy desperté con un profundo deseo de libertad. Recorrí el bosquecillo en el que vivo, pude verlo desde arriba. Las copas frondosas de los centenarios árboles, sus verdes variados. Pude oler el perfume de la naturaleza y distinguir cada piedra del camino. La loma que me separa de la civilización se convirtió en un corazón del color de la esperanza, con puntitos en diversos colores, que tras parpadear varias veces vi que eran las flores. Flores. Cuántas flores hay a mi alrededor y no soy capaz, con mis pies aferrados a la tierra, de ver y admirar. Me acerqué al campo de lavandas que hay cerca de mi casa, su aroma me envolvió como un torbellino, y no pude más que rozar con las puntas de mis dedos todas y cada una de ellas. Su tonalidad me hizo pensar en vestidos, en hermosos vestidos de lavandas que luciría yo, nadie más que yo. ¡Vestidos de flores! Reemplazar la tela por pétalos, ¿por qué nunca pensé en algo así? Pero, ¿quién querría ponérselo? Sería un fracaso, y yo debo comprar comida.
Comer. Volé hacia un manzano y corté una fruta, era roja, roja como la sangre, intensa, dulce. Se deshacía en mi boca, y yo cerraba los ojos, presa de un placer inigualable. Una ventisca me dio frío, y me abracé con mis propias alas, y el frío desapareció. Me daba calor, no había necesidad de nada más. Con mis alas podía hacer cualquier cosa, lo que yo quisiera. Abastecerme y observar, y mantenerlo a él callado. ¿Les tendrá miedo? Dudo de que pueda temerle a algo, pero me sentía tan suprema, tan omnipresente, tan omnipotente. Me sentía Dios. Y que Dios me perdone por eso.
Volví a elevarme y fui más allá, mucho más de lo que he ido alguna vez. No conocí fronteras, no conocí límites espaciales. Vi personas, me vi a mi misma reflejada en cada río, en cada lago, en cada charco, y era una mancha blanca que pasaba con rapidez, dejando aroma a lavanda a su paso. Sonreía, no recuerdo la última vez que lo hice, pero se sentía bien, como si cada músculo de mi rostro perdiera su tensión. Y me pregunté si la felicidad existía, y si era así, si debía ponerle un nombre, era ese: volar.
Buen día, Nemhain” susurró. Y de pronto, comencé a regresar. El Sol se escondió, ya no brillaba en lo alto. Las nubes cargadas oscurecieron el día, y yo retrocedía sin poder hacer nada al respecto. Dejé que el efecto siguiera, y sentí con dolor, como si me arrancasen los brazos, cómo mis alas se desintegraban. Allí donde estaban sus raíces, sentía un fuego y, cuando por fin desaparecieron, parecía que mi espalda se había incendiado. Entré por la ventana y caí en la cama, golpeé mi cabeza con el respaldar, y me senté. Intenté tocarme allí donde habían estado, pero no podía, por más que me retorciese como un gusano. “Buen día, mi dulce Nemhain. ¿Cómo estuvo tu viaje?” habló nuevamente, pero su voz ya no denotaba que había dormido.
Hoy desperté con un profundo deseo de volar. Hoy desperté con un profundo deseo de libertad. Pero no nací para ello.

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Mensaje por Nemhain Caomhánach Mar Ene 06, 2015 7:16 pm


Nemhain Caomhánach


París, verano del año de nuestro Señor Jesucristo 1800

Curioso. Callado. Especial. El hombre del zafiro. Extrañamente puedo recordarlo, en especial al zafiro que brillaba inalterable en su mano de dedos largos y finos; su mano grande, que podría torcer un cuello con sólo apretarlo levemente. Su rostro me es difuso, pero tengo grabada en la memoria su estampa enorme y oscura. Tenía el aura de los que han perdido su alma en algún recóndito rincón de la vida, que la han dejado expuesta a las inclemencias humanas y éstas la han carcomido con fervor, sin detenerse en pulir su brillo; tenía la esencia de aquellos que le entregaron todo a la oscuridad y se desorientaron en su camino. Quizá tenía la mirada perdida, o quizá veía cosas de las cuales el resto de los mortales estaban exentos. Yo podía ver su oscuridad, y aún me eriza de fascinación el contraste con el brillo de la espléndida joya que llevaba adornando su atuendo impecable. Puedo imaginar la textura suave del anillo, su calor azul envolviéndolo todo, envolviéndolo a él. ¡El hombre del zafiro podía reducirse a su piedra! Si con tan sólo cerrar los ojos los imagino, uno con el otro, uno fundido en el otro, siendo uno, siendo maravillosamente uno. ¡Qué inolvidable experiencia! ¡Qué memorable sensación! No volví a verlo, quizá lo encuentre nuevamente en las penumbras de una noche lúgubre, como él, y como yo…

La voz que habita en mi cabeza está enojada por ésta aparente obsesión. No entiende que nada puede competir con su injerencia, con su constante compañía, con su caricia sin tacto, con su tono demandante y atronador. Él convive conmigo, conoce hasta lo más profundo de mi ser, ¿cómo podría yo cambiarlo por un zafiro? Por más que éste fuese hermoso y único, lo que él y yo tenemos no se puede comparar. Es supremo; yo le debo todo lo que soy, y mi arte es para él, pero parece no entenderlo, y quiere cada día más de mí. ¿Qué puedo darle que ya no le haya dado? Lo que sea que quiera, yo lo cumplo, con total devoción, con el alma entregada a ésta misión que nos trasciende. Él es el dueño de todo; soy una simple arma para satisfacerlo, para que sus deseos se hagan realidad, para que cada fantasía se vuelva palpable. Él disfruta de mí, yo creo para él; sin cuestionar, acatando sus órdenes.

Le temo, sí que le temo. Lo respeto, sí que lo respeto. Entonces, ¿cuál es el motivo que no le permite confiar? Sería incapaz de abandonarlo. Estaría perdida sin él, no sabría cómo actuar. Desde el episodio con “el hombre del zafiro”, suele desaparecer por horas, y yo devano mi existencia llamándolo, pidiéndole que me hable. No me agrada que me deje sola, me siento a la intemperie,  como si cayeran sobre mi cuerpo muebles viejos, con sus astillas lacerándome la piel de los brazos, de las piernas, de la espalda, clavándose en mi cráneo, pero consciente, con cada golpe más consciente, y quisiera dormir, para despertar escuchándolo, pero no, no puedo, el insomnio me ataca, y vago por el prado esperándolo, llamándolo en susurros que se pierden en la noche; y amanezco con los miembros entumecidos, y él me habla, una vez más, y disfruta del castigo, y no puedo negarme a sus pedidos, y le ruego que se quede, y él se queda, pero se va…tan efímera es su presencia, que cada instante se vuelve más real.

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Mensaje por Nemhain Caomhánach Mar Mar 24, 2015 10:09 am


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París, año de nuestro Señor Jesucristo 1800

Un murciélago golpea el vidrio de la única ventana de mi habitación, las gotas de lluvia se comienzan a teñir de con su sangre. Pequeño tonto. Su ceguera no le permite ver a su alrededor, y el golpe al parecer no lo ayudó a continuar con su viaje. Su sombra se proyecta en el piso cuando los rayos de la tormenta rompen contra el firmamento, y su explosión hace vibrar mi morada, pareciera que todo va a caerse. No es que tenga muchos objetos, pero no quisiera que mis instrumentos de trabajo estén desparramados por el suelo, hay piezas muy valiosas, y me he esmerado en forrar con seda fría varias decenas de botones que compré a un comerciante rumano. Me dijo que Rumania es un país que me gustaría mucho, y me ofreció llevarme con él, pero me negué. No quisiera alejarme de éste sitio, aquí he hallado por fin la tranquilidad para llevar a cabo mi labor con tranquilidad. Aquí nadie me molesta y el acceso es difícil, además de que los curiosos no se atreven a acercarse, y los clientes sólo vienen cuando les dejo las indicaciones para llegar sin poner en riesgo su vida. Los pantanos están demasiado cerca como para aventurarse por mero deseo de llevar a cabo una travesura, hay mejores sitios y seres más interesantes con los cuales divertirse. He advertido que paso desapercibida para el común de las personas, y que son muy pocos los que reparan en mi presencia, y que sólo lo hacen cuando me quito la capucha. A muchos les llama la atención mi cabellera platinada como la Luna.

El murciélago por fin murió. Muy arriesgado de su parte salir en una noche como ésta, con una tormenta tan feroz amenazando con arrasar todo a su paso. Cuando era pequeña, un murciélago mordió la pierna de mi hermana, que estuvo con una infección durante días. Recuerdo el olor putrefacto de su piel, el tono rojizo que fue mutando al morado, hasta tomar la coloración del moho. Quienes nos criaron terminaron por asustarse, y decidieron llamar a un médico, que logró salvarla de la amputación, aún no se había gangrenado por completo. La fetidez de su carne tardó varios meses en abandonar las paredes de nuestra habitación, y con ella nos acostumbramos a la sensación de nauseas que nos acometió durante todo ese tiempo. Era despertar con un deseo inhumano de vomitar, y acostarnos de la misma manera. No nos dejaban ventilar el cuarto todos los días, y no tuvimos más opciones que embeber pañuelos y sábanas en agua con lavanda, y eso nos ayudaba a conciliar el sueño. Ellos parecían disfrutarlo. No pude preguntárselos antes de aquella noche en que todo llegó a su fin; creo que debería haberlo hecho, así tenía la certeza. Creo que por aquel episodio con la herida de mi hermana es que me volví una verdadera amante de la limpieza, no soporto la suciedad, ni el polvo, ni las telas de arañas. Además mi labor requiere de higiene, los costosos géneros que consigo no pueden ensuciarse. No.

La vela está consumiéndose y no podré seguir escribiendo, ni tampoco podré coser. He olvidado comprar, como tampoco he adquirido comida, sólo quedan un par de manzanas. Quizá porque hace varios días que no como es que siento éste dolor en la boca del estómago…

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Mensaje por Nemhain Caomhánach Mar Mayo 12, 2015 2:48 pm


Nemhain Caomhánach


París, año de nuestro Señor Jesucristo 1800

Tengo una mascota. Sí, puede sonar extraño, desmedido, pero no me resistí al encanto de los ojos del gatito que cayó desmayado a mis pies, agonizando de hambre. Demasiado pequeño e indefenso para negarme a ayudarlo. Fue y es raro cuidar de él, puedo pasar horas contemplándolo jugar con un ovillo de lana, o mientras toma su leche o come el pescado que compro para él. He aprendido a separar dinero para sus necesidades, y a pesar de ello, sigo olvidándome de las mías. Aún no le he puesto un nombre, me parece confuso llamarlo de alguna manera en especial, cuando es un simple gato que pertenece a la naturaleza, naturaleza a la que volverá cuando se canse de mí. Ahora está apegado, quizá por su corta existencia, pero especialmente, porque soy quien lo alimenta y quien le da trozos de tela para jugar. He descubierto que me agrada su ronroneo. A la noche, antes de dormir, suele recostarse en mi regazo y, mientras le acaricio la parte trasera de las orejas, emite aquel sonido que termina por llevarme al letargo total. Él, que hasta parece encariñado con el pequeño felino, se burla de mi debilidad. Sin embargo, cae rendido ante los juegos del gatito. Es extraño, pues me he dado cuenta que, cuando le presto atención al pequeño, su voz no suena en mi cabeza, me siento serena y tranquila.

Es distinto a todo. Ahora está durmiendo arriba de mi almohada; hay un instante de su sueño que me arranca sonrisas, y es cuando sus patitas tiemblan. ¿Soñará? ¿Qué puede soñar un gato? Si decide quedarse a vivir conmigo, cuando tenga edad suficiente, será de gran utilidad con las ratas. Meses atrás, descubrí a algunas queriendo mordisquear mis telas, y durante mis horas de descanso, suele despertarme el sonido que emitan a pasar bajo mi cama. He intentado matarlas, pero parecen multiplicarse por millones, y no quiero mudarme sólo porque su presencia se vuelva insoportable. Intento mantener mi hogar limpio, será pequeño y no tendrá muchas cosas, pero me gusta que huela bien. Me tomo el trabajo de cortar flores que perfumen el ambiente, tampoco es bueno para mi negocio que mis clientas se sienten sobre el polvo o que sus refinados olfatos se vean afectados por algún mal olor. De hecho, a mí misma suele agradarme el perfume dulce de las fresias o el sobrio de las rosas; siempre hay un jarrón con agua limpia que contiene un ramillete que me esmero en que sea de colores armónicos. Además, las flores me sirven como inspiración para los bordados, y me ha sorprendido más de una vez el trabajo minucioso que hago, no descuido los detalles e intento hacerlo con rapidez, para que no se marchite mi modelo...

Nemhain
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"Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto."


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