AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
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Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
Me dais paz
☾ Aunque por dentro esté en guerra ☽
¿Puede la música de un vals ser asesinada por el silencio de dos individuos? Según parece, el destino quiso que viéramos que efectivamente es así. Sorprendentemente seguisteis mi silencio sin reproches. Se sintió extraño y a la vez… ¿”acogedor” es la palabra? Lo dudo; jamás he sido bueno expresándome a través del vocabulario, y creo que ya desde ese entonces lo sospechabais. ¿Cómo decirlo, entonces? Tal vez así: Todo contacto nuestro hasta ese entonces se había basado en la confrontación constante de impulsividad y discreción, provocando en mí indignación y en vos fastidio. Pero ahí estaba vuestra merced, calmada y confiada, en mis brazos bailando como si fuese un hombre y nada más. Seguí mis instintos y me permití el atrevimiento de mirar a vuestros ojos directamente, descubriendo que se encontraban tan quietos y apacibles como si fuerais a dormir en mi pecho. Me sonreí; vuestro semblante hacíame creer que no existía el peligro, que todo estaba bien. Bastó aquella primera pieza de baile para darme cuenta de que el verdadero peligro reposaba en vos; veros a salvo me daba paz, a pesar de que por dentro estuviera en guerra. Bajaba la guardia, me confiaba y por todas esas cosas… disfrutaba.
Pero dentro de mí, no todo era perfecto. La felicidad venía acompañada de la culpa, porque tenía en cuenta que mientras más dichoso me volviera vuestra presencia, más atado estaría. Sería bienaventurado a costa vuestra. Estaría condenando vuestra alma al mismo infierno al cual partiría la mía al morir, al igual que con mi etérea Lorelei. Todo aquello me lo repetía en medio de ese culpable placer que dolía y embriagaba más con cada gesto vuestro, aunque no dijerais nada. Sabía que nos estaba acercando cada vez más a un abismo que sentenciaría la vida de ambos irrevocablemente, y aún así actué. En cierta forma os odié en ese momento en que me decidí a finalizar el silencio ¡pero maldita sea! ¡inhibisteis ese odio con vuestra injerencia apenas nació! Lo habíais logrado. Estaríamos perdidos para antes del amanecer.
—Ha sido una grata sorpresa el que hayáis aceptado venir, señorita Rilke. Sobre todo considerando las circunstancias poco afortunadas en las cuales tratamos por vez primera —ese insoportable hablar correcto salía de mi boca como camuflaje a lo que realmente quería deciros; que huyerais, porque yo no podría pediros que os marcharais. En vez de eso, sólo seguí bailando lentamente con vos como me habían enseñado a hacerlo. No sentía mis pasos. Me ahogaba, el licántropo que había en mí quemaba mi garganta, castigando mi silencio. Y en parte cedí ante su presión— Es curioso. Resulta algo difícil creer que aquella vigorosa y desafiante mujer con la cual me topé en un baile como este sea la misma silente doncella que ha aceptado gentilmente concederme esta pieza.
Lo nuestro se había construido sobre la base de un conflicto generado por el intento de un no muerto de quitaros el aliento para siempre. Sobre aquello vos habíais sido la encargada de estirar los límites sin importar que fueran a romperse, y yo os había intentado reprimir por todos los medios, yendo hacia el lado contrario vuestro. Y había quitado uno de los pilares de aquello, reposando plácidamente en mi guía al bailar. Sin vuestra imprudencia exacerbada de por medio, ¿cómo se suponía que debía comportarme yo? Me habíais tomado de improviso, amenazando las reglas formales que me habían escudado de quien realmente era. Ahí estaba el conflicto; me había protegido tanto tiempo de mí mismo que ya no sabía ni quién era. ¿Era un Zar?, ¿un hombre?, ¿un licántropo?, ¿tenía alma acaso? Quería pensar que vos podíais decírmelo. Vos, que habíais permitido guiaros únicamente por la naturaleza de vuestro corazón.
—Y ahora reconozco viviendo en vuestra merced dos lados contrarios entre sí. —así como en mí. La gran diferencia radicaba en que vos lo aceptabais; no, lo gozabais con una sonrisa sin importar los enemigos que ganarais por ello. Y yo no podía dormir tranquilo pensando en que el peor de mis enemigos habitaba dentro de mí, conspirando constantemente para hacerme perder los estribos. Vos teníais algo, algo valioso a lo cual yo solamente podía admirar— Así y todo, y aunque a los demás les sea una amenaza, no parece significaros un problema. Debo decir que no contribuís para nada a no sentirme confundido. Hacéis preguntarme si es que aquello que os hace vivir ha permanecido siempre en vos o lo habéis adquirido. Si es lo segundo por favor hacédmelo saber. Este hombre tiene mucho más que aprender que el idioma ruso.
Entonces la primera pieza acabó; lo supe por los aplausos que repentinamente retumbaron en mis oídos. Nos habían quitado el valioso tiempo que nos había regalado el silencio, pero no habían logrado matar esa sensación que se había alojado en mi pecho. Finalmente, el sonar de las palmas que provocó una pausa entre nosotros también hizo su aporte. Aclaró mi cabeza en una parte, mis pensamientos. Había descubierto cómo actuar sin vuestra imprudencia de por medio. Sin ella, simplemente os escucharía, porque eso quería hacer, oíros. Y si algo teníais que decir con respecto a los vampiros a los cuales os sentíais cercana, atento estaría. Había una razón por la cual estábamos reunidos esa noche. Podría el invierno haberos detenido en el camino o vuestros padres haber hecho lo mismo antes de emprender el viaje, pero no había sido eso lo acontecido. Vuestros ojos almendrados tenían cosas que decirme y yo estaba dispuesto a complacerlos, aunque me significara la cordura. La verdad era que quería saber qué os rodeaba, a qué temíais, qué anhelabais. Yo… quería saber todo de vos.
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Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
Alguna vez, ¿Callaré en el silencio?
Alejandro Lanús
El silencio no me era suficiente, creía que mis ojos mostraban todo lo que mis labios callaban y que la cercanía de nuestros cuerpos provocaba que incluso fueras capaz de escuchar los latidos de mi corazón agitado y apresurado, que se negaba a creer aún que entre tantas asistentes me escogieses a mi para aquel primer baile importante para todo celebración. Tú, que ahora eras un Zar, alguien importante y por tanto debías convertirte en alguien intocable para mi, una persona a quien debía respetar y jamás contradecir en algo que deseara aunque seré sincera, te conocí antes de que fueras Zar y no por eso me había detenido tu posición anterior, ahora mucho menos lo haría y eso en parte me aliviaba y me aterraba; ¿Cómo actuarías como Zar? pues hasta esos momentos estaba viendo que eras lo contrario a la primera ocasión que nos encontramos, en la cual me querías convencer de que estar cerca de sobrenaturales era malo, que me cuidara y que continuara con una vida normal pero ahora ¿Cómo volvería a esa vida normal? Te habías acercado a mi, tomaste mi mano entre todas aquellas y me miraste en silencio. Desde ese momento creo que para ambos todo había terminado.
Maldije tú voz que se atrevía a romper ese silencio en el que ambos nos habíamos sumergido; acasó no te era suficiente con lo que mis ojos te habían dicho, con lo que implicaba el haber aceptado en un inicio esa pieza a tu lado… al parecer no, pues ahí ibas de nuevo a abrir esos labios y dejar que el silencio muriera entre nosotros.
Reí ligeramente mientras mi cabeza negaba a tus palabras, no había existido posibilidad alguna de que hubiera faltado a un evento como ese , mucho menos considerando que mi madre estaba tan emocionada por eso y que parte de mi quería escapar de París y de todo lo que ahí estaba; eso que había abandonado allá te incluía.
– No sabía de quién era la invitación y hubiese sido de mala educación no aceptarla viniendo del ahora Zar de Rusia – volví a reír – Las circunstancias en las cuales nos encontramos por primera vez no fueron desagradables del todo, más bien yo diría que fueron bastante interesantes pero al parecer no era lo que esperaba.
Seguía tus pasos porque mi mente era incapaz de recordar la manera adecuada en la que se bailaba, a tu lado me volvía algo torpe y eso era peligroso para mi pues estaba descubriendo mi debilidad por ti; una debilidad que no debía de ser y que me obligue a ocultar diciendo a mi misma que lo que me pasaba era que pensaba en Lara y lo que ella opinaría de todo eso. Claro que todo era una vil mentira, mi mente estaba plagada de dudas sobre ti.
–Bueno eso ha sido porque me has pedido no decir nada ¿o no? – quería culparte por mi silencio aunque realmente eras el culpable de que me hubiera quedado sin palabras durante aquellos segundos que me parecieron eternos – Pero si lo deseas puedo volver a darte batalla, se nota que extrañas eso de mi – sonreí – solo que sería vergonzoso para el Zar que una dama nada importante como yo le tratara como si fuera nada – me comportaba sería o al menos más de lo normal por ti.
Me era complicado no decir lo que pensaba, no actuar como lo haría en otros momentos pero al parecer estar a tu lado aminoraba el paso de la vida, como si cada segundo fueran horas y el actuar correcto fuera un don único. Debía verme bastante extraña actuando de una manera tan correcta pero quizás solo sería por unos momentos en los que mi cabeza ordenaba todo aquello que estaba pasando y que aún era incapaz de asimilar por completo.
Esos lados contrarios a los que te referías, era ciega a ellos pero para ti parecían ser claros. Estabas aprovechando además haber sido el primero en hablar, preguntabas e intentabas no guardar silencio pues sabías que cuando me dieras la oportunidad serían mis preguntas las que llegarían y bien conocías ya que mi curiosidad no es fácilmente saciable y que de ti existían muchas cosas que deseaba conocer, incluidas aquellas que estaban prohibidas en esos momentos.
– ¿Confundido? No hay porque sentirse de esa manera, si se vuelve un consuelo el que lo sepas siempre he sido de esta manera al menos desde que lo recuerdo. Pero es algo complicado vivir de esta manera, se debe ser fuerte o uno terminaría roto como cristalería inservible – Mire esos ojos absorbentes esperando desviar las atenciones de mi persona – No creo que aprender ruso sea tan complicado, creo que lo harás muy bien después de todo alguien tan correcto no se saltara clases – De yo haber estado en ese lugar no hubiese asistido ni siquiera a las dos primeras clases de ese idioma.
Los aplausos me trajeron de nuevo a aquella sala en la que estábamos rodeados de parejas y de manera automática comencé a aplaudir, sin poder despegar mi mirada de ti. El haberme alejado un poco de tu lado hacía que algunas cosas se volvieran claras pero otras solamente se tornaban más oscuras y confusas que las anteriores.
– ¿Por qué me has invitado? – Soné firme, tal como quería que saliera esa primer pregunta pues de ella me sujetaría para poder continuar hablando, de no hacerlo corría peligro de que mi voz no saliera más y no podía dejar de mirarte – Pensé que no te vería más, que podría olvidar todo aquello que vi en el baile de la ultima vez y seguir con mis planes… y ahora resulta que aquí estas, que eres quien me ha invitado a esta celebración y yo… yo no sé para qué lo has hecho – Tu presencia, tu mirada, todo en ti me confundía. Mentía además cuando decía que pensaba olvidar todo aquello, porque no existe forma posible de que te olvidara y en ese detalle había estado el inicio de mi perdición el no poder dejarte pasar como a tantos otros.
Alejandro Lanús
El silencio no me era suficiente, creía que mis ojos mostraban todo lo que mis labios callaban y que la cercanía de nuestros cuerpos provocaba que incluso fueras capaz de escuchar los latidos de mi corazón agitado y apresurado, que se negaba a creer aún que entre tantas asistentes me escogieses a mi para aquel primer baile importante para todo celebración. Tú, que ahora eras un Zar, alguien importante y por tanto debías convertirte en alguien intocable para mi, una persona a quien debía respetar y jamás contradecir en algo que deseara aunque seré sincera, te conocí antes de que fueras Zar y no por eso me había detenido tu posición anterior, ahora mucho menos lo haría y eso en parte me aliviaba y me aterraba; ¿Cómo actuarías como Zar? pues hasta esos momentos estaba viendo que eras lo contrario a la primera ocasión que nos encontramos, en la cual me querías convencer de que estar cerca de sobrenaturales era malo, que me cuidara y que continuara con una vida normal pero ahora ¿Cómo volvería a esa vida normal? Te habías acercado a mi, tomaste mi mano entre todas aquellas y me miraste en silencio. Desde ese momento creo que para ambos todo había terminado.
Maldije tú voz que se atrevía a romper ese silencio en el que ambos nos habíamos sumergido; acasó no te era suficiente con lo que mis ojos te habían dicho, con lo que implicaba el haber aceptado en un inicio esa pieza a tu lado… al parecer no, pues ahí ibas de nuevo a abrir esos labios y dejar que el silencio muriera entre nosotros.
Reí ligeramente mientras mi cabeza negaba a tus palabras, no había existido posibilidad alguna de que hubiera faltado a un evento como ese , mucho menos considerando que mi madre estaba tan emocionada por eso y que parte de mi quería escapar de París y de todo lo que ahí estaba; eso que había abandonado allá te incluía.
– No sabía de quién era la invitación y hubiese sido de mala educación no aceptarla viniendo del ahora Zar de Rusia – volví a reír – Las circunstancias en las cuales nos encontramos por primera vez no fueron desagradables del todo, más bien yo diría que fueron bastante interesantes pero al parecer no era lo que esperaba.
Seguía tus pasos porque mi mente era incapaz de recordar la manera adecuada en la que se bailaba, a tu lado me volvía algo torpe y eso era peligroso para mi pues estaba descubriendo mi debilidad por ti; una debilidad que no debía de ser y que me obligue a ocultar diciendo a mi misma que lo que me pasaba era que pensaba en Lara y lo que ella opinaría de todo eso. Claro que todo era una vil mentira, mi mente estaba plagada de dudas sobre ti.
–Bueno eso ha sido porque me has pedido no decir nada ¿o no? – quería culparte por mi silencio aunque realmente eras el culpable de que me hubiera quedado sin palabras durante aquellos segundos que me parecieron eternos – Pero si lo deseas puedo volver a darte batalla, se nota que extrañas eso de mi – sonreí – solo que sería vergonzoso para el Zar que una dama nada importante como yo le tratara como si fuera nada – me comportaba sería o al menos más de lo normal por ti.
Me era complicado no decir lo que pensaba, no actuar como lo haría en otros momentos pero al parecer estar a tu lado aminoraba el paso de la vida, como si cada segundo fueran horas y el actuar correcto fuera un don único. Debía verme bastante extraña actuando de una manera tan correcta pero quizás solo sería por unos momentos en los que mi cabeza ordenaba todo aquello que estaba pasando y que aún era incapaz de asimilar por completo.
Esos lados contrarios a los que te referías, era ciega a ellos pero para ti parecían ser claros. Estabas aprovechando además haber sido el primero en hablar, preguntabas e intentabas no guardar silencio pues sabías que cuando me dieras la oportunidad serían mis preguntas las que llegarían y bien conocías ya que mi curiosidad no es fácilmente saciable y que de ti existían muchas cosas que deseaba conocer, incluidas aquellas que estaban prohibidas en esos momentos.
– ¿Confundido? No hay porque sentirse de esa manera, si se vuelve un consuelo el que lo sepas siempre he sido de esta manera al menos desde que lo recuerdo. Pero es algo complicado vivir de esta manera, se debe ser fuerte o uno terminaría roto como cristalería inservible – Mire esos ojos absorbentes esperando desviar las atenciones de mi persona – No creo que aprender ruso sea tan complicado, creo que lo harás muy bien después de todo alguien tan correcto no se saltara clases – De yo haber estado en ese lugar no hubiese asistido ni siquiera a las dos primeras clases de ese idioma.
Los aplausos me trajeron de nuevo a aquella sala en la que estábamos rodeados de parejas y de manera automática comencé a aplaudir, sin poder despegar mi mirada de ti. El haberme alejado un poco de tu lado hacía que algunas cosas se volvieran claras pero otras solamente se tornaban más oscuras y confusas que las anteriores.
– ¿Por qué me has invitado? – Soné firme, tal como quería que saliera esa primer pregunta pues de ella me sujetaría para poder continuar hablando, de no hacerlo corría peligro de que mi voz no saliera más y no podía dejar de mirarte – Pensé que no te vería más, que podría olvidar todo aquello que vi en el baile de la ultima vez y seguir con mis planes… y ahora resulta que aquí estas, que eres quien me ha invitado a esta celebración y yo… yo no sé para qué lo has hecho – Tu presencia, tu mirada, todo en ti me confundía. Mentía además cuando decía que pensaba olvidar todo aquello, porque no existe forma posible de que te olvidara y en ese detalle había estado el inicio de mi perdición el no poder dejarte pasar como a tantos otros.
Nathaly Rilke- Humano Clase Alta
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Localización : Yo aqui tu donde??
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
En ese momento en que me revelasteis que no había nacido un principio en esa manera tan auténtica de ser que teníais, pasé por alto que dentro de mí rugía una alimaña de fuerza y sed incontrolables y me sentí la criatura más indefensa de Rusia; habíais recorrido el duro camino de tener un alma contraria a las expectativas, conocido sus consecuencias, y aún así perseverado. No os negaré el poco orgullo que me quedaba se sintió malherido cuando destacasteis la fortaleza necesaria para vivir de esa manera, ya que yo no lo hacía, pero fue mayor el remezón que sintió mi coraza cuando me hicisteis ver —tal vez sin siquiera habéroslo propuesto— que tras ella se ocultaba cristalería inservible. ¿En eso me había convertido y ni siquiera lo había notado? Quizás sí lo había notado, pero no volteado a ver; ignorar no era de bravos, pero podía ayudar a mantener los cimientos que se tenían cuando se sabían débiles.
—Aprender ruso —sonreí mientras observaba hacia una de las ventanas en lo alto del salón, evitando vuestra mirada no por temor, sino por concentración; si no me enfocaba, perdería vuestro rastro. Era lo que menos quería— Es sencillo ahora que me hacéis pensarlo. Acudir regularmente a las lecciones garantiza un aprendizaje no pronto, pero sí eventual. —bajé mi mirada esperando la vuestra de vuelta. Me resultabais fascinante, Nathaly Rilke; todavía lo sois— Pero un acertijo, no importa cuánto tiempo se intente resolverlo, no se dejará ver hasta que los ojos de quienes lo buscan sean lo suficientemente certeros como para hallarlo.
Vos erais ese laberinto que parecía interminable. Algo en vuestra merced había cambiado y en mí también, pero yo solamente podía vislumbraros a vos. Aún podía percibir en vuestra aura ese afán de ponerle punto final a vuestra existencia, pero había algo más. Hallaba duda, una pausa mortal antes de tomar una determinación. Hasta ahí todo bien, concreto y tranquilizador. Lo que me quebraba la cabeza en medio de los aplausos que nos rodeaban era conocer el motivo de aquello. ¿Os debatíais entre estar bailando conmigo o con algún desconocido que había llamado vuestra atención? ¿Entre iros después del tercer baile o en ese mismo instante en que tan insistentemente vuestra mirada se clavaba en la mía? ¿Entre vivir… o morir? Me intranquilizaba de sobremanera pensar en que voluntariamente anhelabais apagar la luz de unos ojos tan majestuosos. Erais la esperanza hecha carne y la queríais matar. ¿Planeabais acaso que me sentara a observar cómo esta se apagaba? Quería hacer algo, y ya importaba poco si aquello pudiera generar confrontación.
¿Por qué os había invitado? Merecíais saber. No usé paños fríos; si lo hacía, los dos nos arrepentiríamos de ello. Habréis notado que siempre había creído que reprimir los deseos era la mejor manera de conservar mi humanidad, pero ese… solamente ese… no estaba dispuesto a callarlo.
—Pretendéis ser uno de ellos —afirmé; ni siquiera os lo pregunté. Estaba seguro que esas palabras que habíais dicho esa noche eran más que meras decoraciones, y más sumado a la cercanía vuestra con los vampiros. De pronto el ruido que hacían los aplausos me parecieron demasiado sutiles. Mi espíritu golpeaba contra las paredes de mi cuerpo con un metálico sonido que apagaba todo lo demás. ¿Veis lo que me hacíais?— Quería que supierais que yo lo sé, y que sin querer me habéis demostrado que tenéis más razones que nadie para no serlo.
En mis años como real autoridad, años que significaban mi vida entera, había conocido la negritud que envolvía al mundo, uno que se acrecentaba con cada fiera desterrada de la mano de Dios engendrando ríos de sangre y de corrupción a su paso. Encontrar en vos la luz había sido mi fortuna, un azar amigo que me negaba a dejar que se marchitara.
Creyendo que el silencio me haría sentir más a salvo ante vuestra presencia deleitosamente invasora, me acerqué cerrando los ojos a un lado de vuestro rostro, y casi rozando vuestra mejilla con la mía, me atreví a susurraros lo que mi conciencia me rogaba que dejase para mí.
—Dejad de hacer eso. Dejad de hacerlo ya —dije de la nada, expresando nada más ni nada menos que los deseos de un aplacado. Ante vuestro rostro confundido, expliqué— Procurar que no amáis más esta vida efímera, cuando yo sé que al menos de un modo lo hacéis.
Y añadí una interrogante más a nuestro juego mutuo de pregunta y ataca.
—¿Por qué habéis venido?
Estaba por comenzar el segundo vals, pero nadie bailaría sino nuestros caminos irreversiblemente entrelazados.
—Aprender ruso —sonreí mientras observaba hacia una de las ventanas en lo alto del salón, evitando vuestra mirada no por temor, sino por concentración; si no me enfocaba, perdería vuestro rastro. Era lo que menos quería— Es sencillo ahora que me hacéis pensarlo. Acudir regularmente a las lecciones garantiza un aprendizaje no pronto, pero sí eventual. —bajé mi mirada esperando la vuestra de vuelta. Me resultabais fascinante, Nathaly Rilke; todavía lo sois— Pero un acertijo, no importa cuánto tiempo se intente resolverlo, no se dejará ver hasta que los ojos de quienes lo buscan sean lo suficientemente certeros como para hallarlo.
Vos erais ese laberinto que parecía interminable. Algo en vuestra merced había cambiado y en mí también, pero yo solamente podía vislumbraros a vos. Aún podía percibir en vuestra aura ese afán de ponerle punto final a vuestra existencia, pero había algo más. Hallaba duda, una pausa mortal antes de tomar una determinación. Hasta ahí todo bien, concreto y tranquilizador. Lo que me quebraba la cabeza en medio de los aplausos que nos rodeaban era conocer el motivo de aquello. ¿Os debatíais entre estar bailando conmigo o con algún desconocido que había llamado vuestra atención? ¿Entre iros después del tercer baile o en ese mismo instante en que tan insistentemente vuestra mirada se clavaba en la mía? ¿Entre vivir… o morir? Me intranquilizaba de sobremanera pensar en que voluntariamente anhelabais apagar la luz de unos ojos tan majestuosos. Erais la esperanza hecha carne y la queríais matar. ¿Planeabais acaso que me sentara a observar cómo esta se apagaba? Quería hacer algo, y ya importaba poco si aquello pudiera generar confrontación.
¿Por qué os había invitado? Merecíais saber. No usé paños fríos; si lo hacía, los dos nos arrepentiríamos de ello. Habréis notado que siempre había creído que reprimir los deseos era la mejor manera de conservar mi humanidad, pero ese… solamente ese… no estaba dispuesto a callarlo.
—Pretendéis ser uno de ellos —afirmé; ni siquiera os lo pregunté. Estaba seguro que esas palabras que habíais dicho esa noche eran más que meras decoraciones, y más sumado a la cercanía vuestra con los vampiros. De pronto el ruido que hacían los aplausos me parecieron demasiado sutiles. Mi espíritu golpeaba contra las paredes de mi cuerpo con un metálico sonido que apagaba todo lo demás. ¿Veis lo que me hacíais?— Quería que supierais que yo lo sé, y que sin querer me habéis demostrado que tenéis más razones que nadie para no serlo.
En mis años como real autoridad, años que significaban mi vida entera, había conocido la negritud que envolvía al mundo, uno que se acrecentaba con cada fiera desterrada de la mano de Dios engendrando ríos de sangre y de corrupción a su paso. Encontrar en vos la luz había sido mi fortuna, un azar amigo que me negaba a dejar que se marchitara.
Creyendo que el silencio me haría sentir más a salvo ante vuestra presencia deleitosamente invasora, me acerqué cerrando los ojos a un lado de vuestro rostro, y casi rozando vuestra mejilla con la mía, me atreví a susurraros lo que mi conciencia me rogaba que dejase para mí.
—Dejad de hacer eso. Dejad de hacerlo ya —dije de la nada, expresando nada más ni nada menos que los deseos de un aplacado. Ante vuestro rostro confundido, expliqué— Procurar que no amáis más esta vida efímera, cuando yo sé que al menos de un modo lo hacéis.
Y añadí una interrogante más a nuestro juego mutuo de pregunta y ataca.
—¿Por qué habéis venido?
Estaba por comenzar el segundo vals, pero nadie bailaría sino nuestros caminos irreversiblemente entrelazados.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
La noche se vuelve, de pronto, respirable.
Rosario Castellanos
Nunca imagine que mis palabras pudieran afectar como pensabas o lo que creías de ti mismo, todo lo que te decía siempre estaba basado en mi y lo que creía. Sonreía al escucharte hablar de las clases de ruso, me imaginaba como ten resultaba el aprender ese idioma e irremediablemente me imagine a mi misma, solo que en mi mente yo era un absoluto desastre y tu… tu no lo eras, nunca lo has sido pese a todo lo que siempre has creído de ti mismo.
Tu eres un acertijo para mi. Tus palabras me llevaban a callejones sin salida sobre ti mismo y lo que creías, me dabas evasivas acerca de lo que eras y lentamente ibas descubriendo cosas de mi aunque yo era incapaz de descubrir cualquier cosa de ti. Debes perdonarme, realmente pensaba que no podía descubrir nada aunque en la realidad estuviese haciendo contigo lo que tu conmigo.
– Los acertijos son parte de lo mejor de la vida aunque me desespera saberme no lista como para encontrar la respuesta, es desesperante buscarla, observar esos ojos que tienen las respuestas que quieres y saber que no te dirán nada, solo se quedaran mirando a los tuyos – mis ojos se perdían en los tuyos, haciendo justamente lo que te decía… buscaban respuestas que no podía encontrar o que quizás no querías darme para protegerme en aquellos momentos. Desde el primer momento has sido así, siempre buscando la manera de salvarme de mi misma y de mis decisiones pero yo también quería salvarte aunque no lo admitiera. Quería salvarte de esa falta de vida que existía en tus ojos y la cual podía encontrar en instantes, eran apenas un destello que me volvía feliz sin motivo aparente.
El baile seguía pero todo a nuestro alrededor se había esfumado, todo a mi alrededor restaba de importancia si estabas cerca de mi y en esos momentos estabas más cerca que nunca y no solo físicamente.
Ambos habíamos cambiado ¿lo notabas? un fragmento de nosotros se había incrustado dentro del otro y conforme más intentábamos sacarle, más profundo entraba haciendo eco cada vez más y más. A mi me llevaba a cuestionar las creencias que hasta ese momento tenía y todo lo correcto hasta entonces se tornaba incorrecto, me llevabas a pensar todo de nuevo a asegurarme de que eso fuera lo mejor solo para terminar dudando.
La respuesta a mi pregunta vino de ti sin duda alguna, pero tampoco era que hubiese querido ocultarte mi decisión en algún momento sino que no preguntaste de la manera correcta si es que iba a ser uno de ellos. Sonreí para ti; las personas a nuestro alrededor debían estar pendientes de lo que sucedía y más de una mujer aguardaba porque bailaras con ellas y me dejaras. ¿Por qué no lo hacías? Ya me habías expresado tu conocimiento por mis decisiones pero aún así querías más; buscabas conocer más y por algún motivo no pensaba negarte ese conocimiento, no esa noche.
– Si, quiero ser como ellos y las cosas están planeadas desde hace mucho tiempo – Lara vino a mis pensamientos, lo que semanas antes me había enterado sobre que nos conocíamos antes, que había borrado mi memoria porque deseaba que viviera como todas las jóvenes de mi edad; pero eso aún no me era suficiente y ella lo sabía, por eso regreso a mi. Debes de saber que dañar a Lara es algo que no puedo perdonarme, ella que fue la única que me acepto de la manera en la que realmente era y que me brindo la oportunidad de conocerte, de no haber sido por ella debo admitir que nunca te hubiese conocido – y de hecho estoy en mis últimos días como humana… – Calle cuando dijiste que te había mostrado razones para que no lo fuera y sonreí – ¿Qué razones le he mostrado al Zar? – trataba que con esa manera de hablarte nos alejáramos más, pero como lo he dicho antes ya era imposible que lo lograra.
Permanecí inmóvil cuando te acercaste a mi, tu cercanía me ponía nerviosa. Aún lo hace. En esos momentos esperaba que guardaras distancia y que mis barreras fueran lo suficientemente fuertes como para resistir tus palabras.
– No he dicho que no existieran cosas que no amo, pero no me siento parte de esto – mire a mi alrededor y después volvía a dirigir mi mirada en tu dirección – … o no me sentía… ya no sé – reí, pues estaba expresando mi confusión ante tus palabras, no había sido capaz de resistir tanto como creía antes – es extraño que alguien que pertenece a un mundo diferente al mío se esfuerce porque no llegue a ser parte de el – deseaba saber tus intenciones, las reales.
El segundo baile había dado comienzo, pero mis pies no se movían pues me quede sumida en tu pregunta. ¿Habría ido de saber que eras el Zar?
Me enfoque en tus ojos y la sonrisa que antes tenía en mi rostro paso a ser una mueca de confusión.
– No lo sé, mi madre me dijo que viniera y que no desperdiciara esta oportunidad –¿Era realmente solo esa la razón? No, claro que no – Pero la verdad… tenía curiosidad en saber que era lo planeaba el Zar invitando a alguien como yo y bueno me he encontrado con una sorpresa – suspire, pues al parecer tu tenias razón en que aunque fuera un poco, amaba aquella vida – ¿Crees que sea triste?… el no poder ver el sol nuevamente cuando se es inmortal y no poder… – y entonces una pregunta que nunca espere fluyó de mis labios – ¿No podré verte más?
Rosario Castellanos
Nunca imagine que mis palabras pudieran afectar como pensabas o lo que creías de ti mismo, todo lo que te decía siempre estaba basado en mi y lo que creía. Sonreía al escucharte hablar de las clases de ruso, me imaginaba como ten resultaba el aprender ese idioma e irremediablemente me imagine a mi misma, solo que en mi mente yo era un absoluto desastre y tu… tu no lo eras, nunca lo has sido pese a todo lo que siempre has creído de ti mismo.
Tu eres un acertijo para mi. Tus palabras me llevaban a callejones sin salida sobre ti mismo y lo que creías, me dabas evasivas acerca de lo que eras y lentamente ibas descubriendo cosas de mi aunque yo era incapaz de descubrir cualquier cosa de ti. Debes perdonarme, realmente pensaba que no podía descubrir nada aunque en la realidad estuviese haciendo contigo lo que tu conmigo.
– Los acertijos son parte de lo mejor de la vida aunque me desespera saberme no lista como para encontrar la respuesta, es desesperante buscarla, observar esos ojos que tienen las respuestas que quieres y saber que no te dirán nada, solo se quedaran mirando a los tuyos – mis ojos se perdían en los tuyos, haciendo justamente lo que te decía… buscaban respuestas que no podía encontrar o que quizás no querías darme para protegerme en aquellos momentos. Desde el primer momento has sido así, siempre buscando la manera de salvarme de mi misma y de mis decisiones pero yo también quería salvarte aunque no lo admitiera. Quería salvarte de esa falta de vida que existía en tus ojos y la cual podía encontrar en instantes, eran apenas un destello que me volvía feliz sin motivo aparente.
El baile seguía pero todo a nuestro alrededor se había esfumado, todo a mi alrededor restaba de importancia si estabas cerca de mi y en esos momentos estabas más cerca que nunca y no solo físicamente.
Ambos habíamos cambiado ¿lo notabas? un fragmento de nosotros se había incrustado dentro del otro y conforme más intentábamos sacarle, más profundo entraba haciendo eco cada vez más y más. A mi me llevaba a cuestionar las creencias que hasta ese momento tenía y todo lo correcto hasta entonces se tornaba incorrecto, me llevabas a pensar todo de nuevo a asegurarme de que eso fuera lo mejor solo para terminar dudando.
La respuesta a mi pregunta vino de ti sin duda alguna, pero tampoco era que hubiese querido ocultarte mi decisión en algún momento sino que no preguntaste de la manera correcta si es que iba a ser uno de ellos. Sonreí para ti; las personas a nuestro alrededor debían estar pendientes de lo que sucedía y más de una mujer aguardaba porque bailaras con ellas y me dejaras. ¿Por qué no lo hacías? Ya me habías expresado tu conocimiento por mis decisiones pero aún así querías más; buscabas conocer más y por algún motivo no pensaba negarte ese conocimiento, no esa noche.
– Si, quiero ser como ellos y las cosas están planeadas desde hace mucho tiempo – Lara vino a mis pensamientos, lo que semanas antes me había enterado sobre que nos conocíamos antes, que había borrado mi memoria porque deseaba que viviera como todas las jóvenes de mi edad; pero eso aún no me era suficiente y ella lo sabía, por eso regreso a mi. Debes de saber que dañar a Lara es algo que no puedo perdonarme, ella que fue la única que me acepto de la manera en la que realmente era y que me brindo la oportunidad de conocerte, de no haber sido por ella debo admitir que nunca te hubiese conocido – y de hecho estoy en mis últimos días como humana… – Calle cuando dijiste que te había mostrado razones para que no lo fuera y sonreí – ¿Qué razones le he mostrado al Zar? – trataba que con esa manera de hablarte nos alejáramos más, pero como lo he dicho antes ya era imposible que lo lograra.
Permanecí inmóvil cuando te acercaste a mi, tu cercanía me ponía nerviosa. Aún lo hace. En esos momentos esperaba que guardaras distancia y que mis barreras fueran lo suficientemente fuertes como para resistir tus palabras.
– No he dicho que no existieran cosas que no amo, pero no me siento parte de esto – mire a mi alrededor y después volvía a dirigir mi mirada en tu dirección – … o no me sentía… ya no sé – reí, pues estaba expresando mi confusión ante tus palabras, no había sido capaz de resistir tanto como creía antes – es extraño que alguien que pertenece a un mundo diferente al mío se esfuerce porque no llegue a ser parte de el – deseaba saber tus intenciones, las reales.
El segundo baile había dado comienzo, pero mis pies no se movían pues me quede sumida en tu pregunta. ¿Habría ido de saber que eras el Zar?
Me enfoque en tus ojos y la sonrisa que antes tenía en mi rostro paso a ser una mueca de confusión.
– No lo sé, mi madre me dijo que viniera y que no desperdiciara esta oportunidad –¿Era realmente solo esa la razón? No, claro que no – Pero la verdad… tenía curiosidad en saber que era lo planeaba el Zar invitando a alguien como yo y bueno me he encontrado con una sorpresa – suspire, pues al parecer tu tenias razón en que aunque fuera un poco, amaba aquella vida – ¿Crees que sea triste?… el no poder ver el sol nuevamente cuando se es inmortal y no poder… – y entonces una pregunta que nunca espere fluyó de mis labios – ¿No podré verte más?
Nathaly Rilke- Humano Clase Alta
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
Así que ese era el actual capítulo de vuestra historia, la de Nathaly Rilke. Habíais llegado a la parte, como arrivaban todos, en la que os debatías entre la vida y la muerte, con la esencial diferencia que vos estabais eligiendo vivirla apresuradamente y, para ser honesto, sin ningún motivo de peso. Resultaba difícil creer que pronto le quitaríais el calor a unas mejillas tan satinadas. Eso se llamaba autodestrucción y no lo admitía, no de vuestra parte. Pero… ¿tenía cara para reprochároslo cuando yo hacía lo mismo? Al menos vos titubeabais, todavía os preguntabais si era el mejor camino para seguir dadas las circunstancias; yo, en cambio, no quería saberlo. La vida me había ofrecido bienaventuranzas varias veces, cierto, pero me había castigado por haberlas disfrutado demasiado. ¿Qué más daba si me quitaba la máscara que encarcelaba mi sonrisa? El mundo era cruel, no soportaba que nadie se creyera tan feliz como para dejar de temerle; por eso me había sancionado justo cuando no podía ir ya más alto de las nubes.
Pero con vos, Nathaly, el sentimiento persistente de autodestrucción se retiraba de mis pensamientos. Sentía que ante una causa perdida como la mía, por la vuestra valía la pena luchar. No había lugar para enfocarme en mis demonios; hubiese sido un botarate sin remedio si me hubiese ocupado de lamer mis heridas antes de encender una esperanza para vos, pero no saldría gratis. No saldría gratis para ninguno de los dos. Vos habíais pagado un alto precio: admitir vuestro vínculo con los no-muertos, y el mío… Tragué saliva. No necesitaba hacer uso de mis instintos para averiguar cuál debía ser mi moneda de pago para impedir que saltarais y no pudierais ya jamás volver. Aquella sonrisa… no teníais idea de cuánto significaba, ¿verdad?
—En vuestro rostro tenéis una, ahí, de oreja a oreja. Conozco que es costumbre mostrarse contento para guardar las apariencias, sobre todo en señoritas como vos, pero obviamente no sois de las que se preocupa por eso; me lo habéis demostrado. Es lo que nos ha llevado a chocar un par de ocasiones. —acerqué mi mano derecha lentamente a vuestro rostro, acariciándolo en el aire mas no en la carne. Sentía vuestra calidez y no quería que se fuera; hubiese sido igual a que el invierno nunca abandonase aquel lugar— Esto es real. ¿Os parece lejano? Porque a mí no. Ni siquiera tenéis que buscar más adelante; los motivos más que suficientes están en vos misma. ¿Cómo terminar de entenderos? No bien me mirasteis esa noche, me visteis y con una perspicacia que va más allá de mi entendimiento como Zar y como hombre, pero a vos… ¿os cuesta tanto percataros de lo valiosa que sois?
¿Y cómo no? Vuestras palabras contradictorias daban muestra de la confusión que reinaba vuestros sentimientos. No podíais sentiros ni feliz ni triste en relación a vuestra decisión porque erais incapaz de ver el fondo. Sólo queríais salir de allí y llegar a cualquier lugar que os llevara lejos de vuestro mundo conocido. Para algo debían servir los sentidos aumentados que me habían dejado mi maldición; me revelaron vuestro palpitar acelerado y esa respiración irregular que más que a alguien eufórico, imitaban a un cervatillo siendo perseguido por ambos flancos. Tiritabais por dentro. Estaba bien, no teníais que elegir el mal camino por no vivir el peor. Quería, si era posible y siempre que vos lo quisierais, abriros otra puerta que os llevara a una salida, a una agradable. ¿Y a pesar del cúmulo de problemas que os aplastaba lenta y tortuosamente, os preocupabais por volver a verme?
Con mi índice acarició sutilmente vuestra mejilla derecha, decidido a grabarla dentro de mi memoria por si no volvía a tenerla más. No sé qué me pasó. Quería alejaros de todo lo que hubiera causado vuestro tormento. Yo no había podido huir y lo estaba pagando. Dios me escuchase siquiera una vez para que me escucharais gritar desde mi corazón ¡No os vayáis!.
—Venid. Por lo que más queráis, esta vez no preguntéis y sólo acompañadme —os tomé de la mano y os llevé de la pista hacia las escaleras que nos llevarían a uno de los balcones del último piso. Podía oír a la guardia real siguiendo nuestros pasos y a mis asistentes indicando, como había indicado con anterioridad, que continuara el baile sin mi presencia.
Desde ese momento comprendí que desde esa noche comenzaría a invocar mis últimos rincones humanos para ver si con ellos recordabais lo que significaba tener un sinnúmero de ventanas abiertas por cada puerta que se cerraba. Conocía el lugar al cual queríais ir, Nathaly y no encontraríais allí otra cosa sino más oscuridad. Ahora que os había apartado de las multitudes que yo mismo había invitado en pos de las relaciones exteriores de Rusia, no pensaba esperar a que cambiarais las estrellas por piedras. Mi propio dolor no lograría desviarme de vos. Me daba más miedo que partierais hacia aquel puerto y que no me dijerais adonde había ido vuestra alma.
Sobre el tejado brillaba la luna, bajo él reían y bebían condes y baronesas. Y nosotros bajo un balcón, esperando que un rayo de la luna nos indicara el camino. Caminando terminaríamos descubriéndolo. Apoyado en la baranda, dándole la espalda a la luz, os miré sagaz. Todavía llevaba mi antifaz, pero era como si lo hubiese olvidado, puesto que vuestros ojos veían a través de él.
—Si no pertenecieras a la tierra que os vio nacer, vuestros ojos no verían la luz del día. Sois de aquí, algo más grande decidió eso. Más que eso, sois más auténtica de lo que otros jamás podrían ser, porque han aceptado tanto la mentira que hoy creen que es la única irreprochable verdad. Sólo tuvisteis la mala fortuna de haber nacido en una familia hubiese apreciado esas cualidades si se hubiese fijado en su hija por quien es en lugar de lo que contribuye o no a las apariencias —me alejé de mi apoyo y caminé hacia vos, estando más cerca, a un milímetro de quebrantar la distancia considerada prudente para un hombre y una mujer. Juro que no lo planeé; mi espíritu movía a mi cuerpo, quería despertaros mientras todavía podía— No puedo cambiar vuestra sangre, Nathaly. Tampoco puedo transformar el mundo que conocéis, ni imponiendo mi voluntad en toda Rusia lograría que dejaran de juzgaros. Pero os quiero decir aquí y ahora, porque no sé si mañana amanezcáis siendo la misma otra vez, que en mi mundo no tendríais que cambiar nada. Hallarías bienvenida, no rechazo, porque sois… preciosa.
Lo erais, en más maneras de las que el resto de las convencionales mujeres hubiera podido entender. No me di cuenta entonces de que eso había salido de mi boca. No lo procesé; era lo que mi alma quería que supierais. Y comencé a tener temor de lo que sentía.
Pero con vos, Nathaly, el sentimiento persistente de autodestrucción se retiraba de mis pensamientos. Sentía que ante una causa perdida como la mía, por la vuestra valía la pena luchar. No había lugar para enfocarme en mis demonios; hubiese sido un botarate sin remedio si me hubiese ocupado de lamer mis heridas antes de encender una esperanza para vos, pero no saldría gratis. No saldría gratis para ninguno de los dos. Vos habíais pagado un alto precio: admitir vuestro vínculo con los no-muertos, y el mío… Tragué saliva. No necesitaba hacer uso de mis instintos para averiguar cuál debía ser mi moneda de pago para impedir que saltarais y no pudierais ya jamás volver. Aquella sonrisa… no teníais idea de cuánto significaba, ¿verdad?
—En vuestro rostro tenéis una, ahí, de oreja a oreja. Conozco que es costumbre mostrarse contento para guardar las apariencias, sobre todo en señoritas como vos, pero obviamente no sois de las que se preocupa por eso; me lo habéis demostrado. Es lo que nos ha llevado a chocar un par de ocasiones. —acerqué mi mano derecha lentamente a vuestro rostro, acariciándolo en el aire mas no en la carne. Sentía vuestra calidez y no quería que se fuera; hubiese sido igual a que el invierno nunca abandonase aquel lugar— Esto es real. ¿Os parece lejano? Porque a mí no. Ni siquiera tenéis que buscar más adelante; los motivos más que suficientes están en vos misma. ¿Cómo terminar de entenderos? No bien me mirasteis esa noche, me visteis y con una perspicacia que va más allá de mi entendimiento como Zar y como hombre, pero a vos… ¿os cuesta tanto percataros de lo valiosa que sois?
¿Y cómo no? Vuestras palabras contradictorias daban muestra de la confusión que reinaba vuestros sentimientos. No podíais sentiros ni feliz ni triste en relación a vuestra decisión porque erais incapaz de ver el fondo. Sólo queríais salir de allí y llegar a cualquier lugar que os llevara lejos de vuestro mundo conocido. Para algo debían servir los sentidos aumentados que me habían dejado mi maldición; me revelaron vuestro palpitar acelerado y esa respiración irregular que más que a alguien eufórico, imitaban a un cervatillo siendo perseguido por ambos flancos. Tiritabais por dentro. Estaba bien, no teníais que elegir el mal camino por no vivir el peor. Quería, si era posible y siempre que vos lo quisierais, abriros otra puerta que os llevara a una salida, a una agradable. ¿Y a pesar del cúmulo de problemas que os aplastaba lenta y tortuosamente, os preocupabais por volver a verme?
Con mi índice acarició sutilmente vuestra mejilla derecha, decidido a grabarla dentro de mi memoria por si no volvía a tenerla más. No sé qué me pasó. Quería alejaros de todo lo que hubiera causado vuestro tormento. Yo no había podido huir y lo estaba pagando. Dios me escuchase siquiera una vez para que me escucharais gritar desde mi corazón ¡No os vayáis!.
—Venid. Por lo que más queráis, esta vez no preguntéis y sólo acompañadme —os tomé de la mano y os llevé de la pista hacia las escaleras que nos llevarían a uno de los balcones del último piso. Podía oír a la guardia real siguiendo nuestros pasos y a mis asistentes indicando, como había indicado con anterioridad, que continuara el baile sin mi presencia.
Desde ese momento comprendí que desde esa noche comenzaría a invocar mis últimos rincones humanos para ver si con ellos recordabais lo que significaba tener un sinnúmero de ventanas abiertas por cada puerta que se cerraba. Conocía el lugar al cual queríais ir, Nathaly y no encontraríais allí otra cosa sino más oscuridad. Ahora que os había apartado de las multitudes que yo mismo había invitado en pos de las relaciones exteriores de Rusia, no pensaba esperar a que cambiarais las estrellas por piedras. Mi propio dolor no lograría desviarme de vos. Me daba más miedo que partierais hacia aquel puerto y que no me dijerais adonde había ido vuestra alma.
Sobre el tejado brillaba la luna, bajo él reían y bebían condes y baronesas. Y nosotros bajo un balcón, esperando que un rayo de la luna nos indicara el camino. Caminando terminaríamos descubriéndolo. Apoyado en la baranda, dándole la espalda a la luz, os miré sagaz. Todavía llevaba mi antifaz, pero era como si lo hubiese olvidado, puesto que vuestros ojos veían a través de él.
—Si no pertenecieras a la tierra que os vio nacer, vuestros ojos no verían la luz del día. Sois de aquí, algo más grande decidió eso. Más que eso, sois más auténtica de lo que otros jamás podrían ser, porque han aceptado tanto la mentira que hoy creen que es la única irreprochable verdad. Sólo tuvisteis la mala fortuna de haber nacido en una familia hubiese apreciado esas cualidades si se hubiese fijado en su hija por quien es en lugar de lo que contribuye o no a las apariencias —me alejé de mi apoyo y caminé hacia vos, estando más cerca, a un milímetro de quebrantar la distancia considerada prudente para un hombre y una mujer. Juro que no lo planeé; mi espíritu movía a mi cuerpo, quería despertaros mientras todavía podía— No puedo cambiar vuestra sangre, Nathaly. Tampoco puedo transformar el mundo que conocéis, ni imponiendo mi voluntad en toda Rusia lograría que dejaran de juzgaros. Pero os quiero decir aquí y ahora, porque no sé si mañana amanezcáis siendo la misma otra vez, que en mi mundo no tendríais que cambiar nada. Hallarías bienvenida, no rechazo, porque sois… preciosa.
Lo erais, en más maneras de las que el resto de las convencionales mujeres hubiera podido entender. No me di cuenta entonces de que eso había salido de mi boca. No lo procesé; era lo que mi alma quería que supierais. Y comencé a tener temor de lo que sentía.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
La verdad, ni yo sabía lo que quería, pero me moría a su lado.
Panait Istrati
Las confusiones aumentaban pero al mismo tiempo se clarificaban solo a momentos, dejando que fuera capaz de ver que existía algo más allá afuera que la inmortalidad. Me invitabas a aferrarme a algo que llamabas vida, pero creo que parte de ti y de mi no eran conscientes de que nos invitábamos a la misma vez a aferrarnos el uno al otro sin importar al parecer a que nos fuera a arrastrar todo aquello. Sé bien que siempre planeas las cosas, te ocultas tras esa mascara porque ayuda a mantener la barrera y que te mantengas en control pero ya sabes que soy hábil para promover las perdidas de ese control.
Solo una vez y ya podías saber que sonreía no por apariencias, sino porque era algo que me nacía desde el fondo de mi ser. Sonreía porque en esos momentos me sentía feliz, sonreía por ti y para ti.
– Aun siendo inmortal podría sonreír, no veo lo importante en eso aunque trate de hacerlo ver como el punto clave de esta charla y ya veo que ha prestado atención a mi manera de ser, mucho más que otros – Quería que vieras más de mi, más de eso que pocos podían encontrar interesante pero que al parecer era lo que te llamaba de mi, la verdad no lo sé del todo y no es que importe ya. Al ver tu mano deseé su tacto sobre mi piel, pero agradezco que no me tocaras pues de haberlo hecho confieso que me hubiera quebrado, todo aquello que esta dentro de mi hubiera salido de forma abrupta y uno nunca sabe lo que esas cosas pueden lograr. Ya soy de por si imprudente pero solo necesitaba las palabras, mirada o roce adecuado para que todo terminara, me quebraría y entonces no sabía que podía pasar.
Tus palabras me dejaban sin una respuesta que pudiera convencerte y mucho menos convencerme a mi misma. Me veías valiosa y la única que vio eso en mi era Lara; por un segundo tu mirada me pareció la de ella, relucía aquellas ganas de cuidarme ante todo.
– No sé que puedo encontrar en mi que me invite a permanecer aquí y tampoco puedo dar con eso que ve valioso, siempre he sido una molestia para todos a mi alrededor porque a nadie le agrada que diga lo que pienso o hago lo que sea correcto. ¿Cómo se considera uno valioso después de escuchar tanto que no lo es? – suspire – pero no puedo cambiar lo que soy ni como soy así que me he acostumbrado, aún así, gracias.
Algunas otras parejas habían dado inicio al segundo baile y mi inesperada pregunta había salido de mis labios. En mi interior me decía que era el momento de hacer una reverencia al Zar y alejarme, deseaba alejarme de ti pero ahí estaba entonces, aquello que sabía que era capaz de quebrarme aunque no lo hubiera sentido tanto como en aquel momento, tu tacto.
No aparte mi mirada de ti a pesar de que lo inoportuno de mi pregunta seguía torturando mi mente. ¿Cómo había sido capaz de preguntarte eso? En primera ¿Deseaba verte nuevamente? Por supuesto, pero aquello no era motivo para haber sonado tan apesadumbrada o anhelante de una respuesta de tu parte. La sutil caricia en mi mejilla dejo el rastro de tu calidez en ella y quise pedir más de ese calor que me decía que estaba viva, que podía sentir realmente y que eso era agradable.
No dije una sola palabra ante tu petición, haber dicho algo me hubiera dado la fuerza para negarme y lo ultimo que quería en esos momentos era decirte que no. Me aferre a tu mano como si esa fuera la manera de mantenerme en la mortalidad unos segundos más, como si mediante ese vinculo pudiera estar más cerca de ti y descubrir que era lo que esperabas de mi. Tampoco mire a nadie, aunque seguramente más de una mirada curiosa se poso sobre él Zar y aquella joven de la cual había mucho que hablar pero muy pocas cosas positivas; olvide a todos porque tu eras lo único importante en esos momentos, tu eras quien se llevaba todos mis pensamientos con su presencia.
Deje de pensar en la guardia real que nos seguía, en el camino que recorríamos e incluso en todo lo que me esperaba después de verte nuevamente, porque siempre que te veo es sacudir mi mundo y mis pensamientos de una manera tan brusca que no se cual es la realidad.
Aquellos pasos que seguí sin cuestionar, confiando plenamente en ti y en lo que estabas planeando nos llevaron a un balcón. Nuestras manos se soltaron y permanecí observándote, aguardando por alguna palabra que considerara correcta para decirte o algo prudente que hacer. De nuevo deseaba ser prudente a tu lado; pero eso solo se me da contigo pues eres él único que acepta mi manera de ser. Tus palabras me ganaron y sonreí; finalmente me dabas una respuesta a la pregunta que te había hecho sobre el sol y su calor pero con esa respuesta me habías hecho comprender que te había cuestionado no solo sobre el sol, sino además sobre ti porque de alguna extraña manera me parecías tan indispensable como aquel astro.
La distancia entre ambos se mantenía aun, pero pronto eso fue parte del pasado. Antes de lo que esperaba ya estabas cerca de mi nuevamente, demasiado cerca para el gusto de cualquiera, pero afortunadamente para ti y para mi, yo no soy cualquiera. Tus nuevas palabras tocaron una parte de mi que provoco que se me estrechara el pecho y necesitara respirar de manera más acelerada; mis ojos se desviaron de los tuyos pues sentí que si continuaba mirando tus ojos terminaría por derramar algunas lagrimas y en cambio me atreví a sujetar tu mano en un intento de que me tranquilizara su calor para poder responder.
– Ya dije que me he acostumbrado a que me juzguen pero lo que es nuevo es que alguien me diga que soy bienvenida – reí un poco, liberando parte de la tensión que tenía dentro para de esa manera mirarte – y mucho menos me lo espere del Zar alguien que debe de mantener las apariencias y ser firme y no dar de que hablar, aún así, acepta traer a alguien como yo a un balcón alejado de todos los demás invitados corriendo el riesgo de ser juzgado y – suspire, la verdad es que no tenía manera alguna de expresar la gratitud que sentía en esos momentos – Valentino, eres muy bueno – solté tu mano, no buscando alejarme ni mucho menos. Por el contrario, temía que después de lo que me decías optaras por alejarte y en mi afán egoísta por no perderte en esos momentos fui incluso más imprudente, terminando por acercarme más solo para abrazarte.
Fueron apenas unos segundos en los que permanecí de esa manera y después me aleje.
– Lo siento, es solo que necesitaba hacerlo – desvíe mi mirada entonces a los jardines que se extendían desde ese balcón y me acerque a la baranda – Voy a pensarlo – susurre apenas – ya no estoy segura de nada y creo que lo mejor es aguardar. ¿Te sentirás tranquilo porque espere? o… – me gire sin despegarme de la baranda – ¿Quisieras que cuando decida algo te lo diga? – No estaba segura de nada, solo de querer verte nuevamente y eso me ayudaría a lograrlo, a pesar de que quizás en esa ocasión fuera nuestra despedida.
Panait Istrati
Las confusiones aumentaban pero al mismo tiempo se clarificaban solo a momentos, dejando que fuera capaz de ver que existía algo más allá afuera que la inmortalidad. Me invitabas a aferrarme a algo que llamabas vida, pero creo que parte de ti y de mi no eran conscientes de que nos invitábamos a la misma vez a aferrarnos el uno al otro sin importar al parecer a que nos fuera a arrastrar todo aquello. Sé bien que siempre planeas las cosas, te ocultas tras esa mascara porque ayuda a mantener la barrera y que te mantengas en control pero ya sabes que soy hábil para promover las perdidas de ese control.
Solo una vez y ya podías saber que sonreía no por apariencias, sino porque era algo que me nacía desde el fondo de mi ser. Sonreía porque en esos momentos me sentía feliz, sonreía por ti y para ti.
– Aun siendo inmortal podría sonreír, no veo lo importante en eso aunque trate de hacerlo ver como el punto clave de esta charla y ya veo que ha prestado atención a mi manera de ser, mucho más que otros – Quería que vieras más de mi, más de eso que pocos podían encontrar interesante pero que al parecer era lo que te llamaba de mi, la verdad no lo sé del todo y no es que importe ya. Al ver tu mano deseé su tacto sobre mi piel, pero agradezco que no me tocaras pues de haberlo hecho confieso que me hubiera quebrado, todo aquello que esta dentro de mi hubiera salido de forma abrupta y uno nunca sabe lo que esas cosas pueden lograr. Ya soy de por si imprudente pero solo necesitaba las palabras, mirada o roce adecuado para que todo terminara, me quebraría y entonces no sabía que podía pasar.
Tus palabras me dejaban sin una respuesta que pudiera convencerte y mucho menos convencerme a mi misma. Me veías valiosa y la única que vio eso en mi era Lara; por un segundo tu mirada me pareció la de ella, relucía aquellas ganas de cuidarme ante todo.
– No sé que puedo encontrar en mi que me invite a permanecer aquí y tampoco puedo dar con eso que ve valioso, siempre he sido una molestia para todos a mi alrededor porque a nadie le agrada que diga lo que pienso o hago lo que sea correcto. ¿Cómo se considera uno valioso después de escuchar tanto que no lo es? – suspire – pero no puedo cambiar lo que soy ni como soy así que me he acostumbrado, aún así, gracias.
Algunas otras parejas habían dado inicio al segundo baile y mi inesperada pregunta había salido de mis labios. En mi interior me decía que era el momento de hacer una reverencia al Zar y alejarme, deseaba alejarme de ti pero ahí estaba entonces, aquello que sabía que era capaz de quebrarme aunque no lo hubiera sentido tanto como en aquel momento, tu tacto.
No aparte mi mirada de ti a pesar de que lo inoportuno de mi pregunta seguía torturando mi mente. ¿Cómo había sido capaz de preguntarte eso? En primera ¿Deseaba verte nuevamente? Por supuesto, pero aquello no era motivo para haber sonado tan apesadumbrada o anhelante de una respuesta de tu parte. La sutil caricia en mi mejilla dejo el rastro de tu calidez en ella y quise pedir más de ese calor que me decía que estaba viva, que podía sentir realmente y que eso era agradable.
No dije una sola palabra ante tu petición, haber dicho algo me hubiera dado la fuerza para negarme y lo ultimo que quería en esos momentos era decirte que no. Me aferre a tu mano como si esa fuera la manera de mantenerme en la mortalidad unos segundos más, como si mediante ese vinculo pudiera estar más cerca de ti y descubrir que era lo que esperabas de mi. Tampoco mire a nadie, aunque seguramente más de una mirada curiosa se poso sobre él Zar y aquella joven de la cual había mucho que hablar pero muy pocas cosas positivas; olvide a todos porque tu eras lo único importante en esos momentos, tu eras quien se llevaba todos mis pensamientos con su presencia.
Deje de pensar en la guardia real que nos seguía, en el camino que recorríamos e incluso en todo lo que me esperaba después de verte nuevamente, porque siempre que te veo es sacudir mi mundo y mis pensamientos de una manera tan brusca que no se cual es la realidad.
Aquellos pasos que seguí sin cuestionar, confiando plenamente en ti y en lo que estabas planeando nos llevaron a un balcón. Nuestras manos se soltaron y permanecí observándote, aguardando por alguna palabra que considerara correcta para decirte o algo prudente que hacer. De nuevo deseaba ser prudente a tu lado; pero eso solo se me da contigo pues eres él único que acepta mi manera de ser. Tus palabras me ganaron y sonreí; finalmente me dabas una respuesta a la pregunta que te había hecho sobre el sol y su calor pero con esa respuesta me habías hecho comprender que te había cuestionado no solo sobre el sol, sino además sobre ti porque de alguna extraña manera me parecías tan indispensable como aquel astro.
La distancia entre ambos se mantenía aun, pero pronto eso fue parte del pasado. Antes de lo que esperaba ya estabas cerca de mi nuevamente, demasiado cerca para el gusto de cualquiera, pero afortunadamente para ti y para mi, yo no soy cualquiera. Tus nuevas palabras tocaron una parte de mi que provoco que se me estrechara el pecho y necesitara respirar de manera más acelerada; mis ojos se desviaron de los tuyos pues sentí que si continuaba mirando tus ojos terminaría por derramar algunas lagrimas y en cambio me atreví a sujetar tu mano en un intento de que me tranquilizara su calor para poder responder.
– Ya dije que me he acostumbrado a que me juzguen pero lo que es nuevo es que alguien me diga que soy bienvenida – reí un poco, liberando parte de la tensión que tenía dentro para de esa manera mirarte – y mucho menos me lo espere del Zar alguien que debe de mantener las apariencias y ser firme y no dar de que hablar, aún así, acepta traer a alguien como yo a un balcón alejado de todos los demás invitados corriendo el riesgo de ser juzgado y – suspire, la verdad es que no tenía manera alguna de expresar la gratitud que sentía en esos momentos – Valentino, eres muy bueno – solté tu mano, no buscando alejarme ni mucho menos. Por el contrario, temía que después de lo que me decías optaras por alejarte y en mi afán egoísta por no perderte en esos momentos fui incluso más imprudente, terminando por acercarme más solo para abrazarte.
Fueron apenas unos segundos en los que permanecí de esa manera y después me aleje.
– Lo siento, es solo que necesitaba hacerlo – desvíe mi mirada entonces a los jardines que se extendían desde ese balcón y me acerque a la baranda – Voy a pensarlo – susurre apenas – ya no estoy segura de nada y creo que lo mejor es aguardar. ¿Te sentirás tranquilo porque espere? o… – me gire sin despegarme de la baranda – ¿Quisieras que cuando decida algo te lo diga? – No estaba segura de nada, solo de querer verte nuevamente y eso me ayudaría a lograrlo, a pesar de que quizás en esa ocasión fuera nuestra despedida.
Nathaly Rilke- Humano Clase Alta
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
¿Os había herido de alguna manera? ¿Por eso desviabais la mirada dolorosamente? A esas alturas, las preguntas se me hacían insostenibles, en especial aquella que me hacía dudar si hacía bien estando cerca de vos, aunque fuera para ofrecer auxilio. Quizás a corto plazo era factible insistir, pero ¿a largo plazo? Estaba subestimando el poder de los vínculos sobre nosotros que estábamos alimentando con nuestros constantes encuentros y desencuentros. Pensaba que tenía pleno control de mis facultades humanas, que solamente al licántropo debía respetar y temer, pero cuando tomásteis mi mano fui entendiendo que nada era como yo creía. Se nos había salido de control.
—Todos necesitamos nuestro refugio, Nathaly —vos lo llevabais en conjunto con quienes querían constituirlo, mientras yo optaba por la soledad. Al final, habíamos llegado a un consenso: estábamos solitariamente juntos, apartados de la vista de terceros— Permitidme al menos dejar que volváis aquí cuando lo necesitéis, donde es supuesto que tengo el poder suficiente para guardaros. Vuestra calma será la mía —mi pulgar acariciaba tontamente el dorso de vuestra mano No sabía hacia dónde íbamos, pero allá estábamos.— Es necesario cuidar las apariencias, bien decís, pero en cuanto a lo que se refiere a vos, prefiero que me juzguen por las decisiones tomadas que por las oportunidades dejadas al azar, y con el azar arriesgáis vos más que nadie —vuestra mano volvió a su lugar. La mía se quedó en el mismo espacio vacío a la que la habíais llevado, congelando nuestras pretensiones con la esperanza de que junto con vos pudiera hacerlas volver.
Con vuestra apreciación de mi falsa bondad, me pedíais que me convirtiera en el hombre bueno que describíais, implantando en mí la pregunta cómo complaceros cuando mi marca era permanente. Inconscientemente pedíais que dejara de jugar a la distancia, que en lugar de buen juicio pusiera corazón en mi cabeza. Vos no lo sabíais, pero pedíais una esperanza para sonreír con ella y luego buscabais en mí un lucero que os diera permiso para romper el espacio entre nosotros. Quería desmentiros, deciros lo equivocada que estabais al incluirme en la categoría de hombres honorables, porque cada vez que os oía confiar de esa manera me sentía un verdadero canalla, pero en esa batalla… en cualquier batalla que tuviera con vos, estaba en desventaja.
—Señorita Rilke, yo no…
Y así, en un abrazo, la bestia enjaulada fue invitada a liberarse. Hacía años que nadie me estrechaba de esa manera, como si aguardase que me convirtiera en un refugio cuando era la amenaza perfecta. Lorelei… ella había sido la primera y la última, y había sido para hacerme dar cuenta de algo. Estaba intrigado, idiotizado por escucharos, pero a la vez me paralizaba. Pedíais tantas cosas y yo continuaba a manos rotas procurando ser el Zar que pensabais para ver si así conseguía daros más tiempo.
Se detenía el reloj sobre nosotros, caían las diez que resbalaban por vuestros hombros, y se nos hacía insuficiente la luz, pues se enredaba entre hombre y mujer cuando entre los dos todo y nada claro estaba. Se sentía diamante de pronto y luego agua por un instante. Estar con vos era jugar con la muerte y vivir para siempre. Seríamos lo mejor y lo peor de nuestras vidas. ¿Cómo había podido dar con vos? Esa noche si sabía si quedarme allí arriesgándome a poneros en peligro o apartarme con frialdad con una frase armada que volvería tristes vuestros ojos de decepción, si os hablaba o me quedaba respirando la esencia de vuestros cabellos. ¿Acaso debía reteneros más o sólo mirar cómo os perdíais en la eternidad?
Una voz comenzó a asaltarme; me hablaba sobre vos. Era insistente, poderosa. ¿Lo peor? Era parte de mí, el licántropo que sería hasta mi fallecimiento.
—Reclamadla —dijo con voz profunda y salvaje. ¿Me creeríais si os dijera que no reconocí a primera a quién pertenecía?
—A ella no. No a ella. —rogué interiormente a mis instintos— Nathaly no es alguien a que podáis lastimar. ¿Es que no hayáis saciedad por las vidas que habéis tomado? Dejadla en paz.
Me ignoró por completo. No quería dialogar; buscaba persuadir. Tuve que concentrarme en vos para no acceder.
—No estáis tranquilo con que lo piense. No es lo que queréis; a ella sí. A mí sois incapaz de mentir —duro y preciso. Sabía cómo sacarme de mis casillas, al igual que vos— Sois un lobo, no un gato asustadizo. Comportaos como tal.
—Callad. Es por vos que no puedo abrazarla como quisiera —si lo hacía, no veríais al correcto Zar, ni siquiera a un mal hombre. No podía ser.
Me ayudasteis soltándome, ya que duda que hubiera podido hacerlo cuando a duras penas luchaba con la voz en mi cabeza. Os veíais tranquila, confiada. Yo sólo sabía una cosa.
—Ya no quiero que lo penséis. ¿Y si dijera que no quiero por ningún motivo que lo hagáis? —mi tono uniforme se rompió; era por vos. Soné como si de ello dependiera todo lo demás.
Mis ojos no os dejaron. Quería lo que pudiera, porque… si vuestros ojos me miraban de vuelta, conseguía alejar la desventura, cobraban sentido los anhelos de un desesperanzado que aguardaba paciente que llegara la muerte, volvía a incorporarme porque así esperabais verme.
Si me mirabais de vuelta, os tenía.
—Todos necesitamos nuestro refugio, Nathaly —vos lo llevabais en conjunto con quienes querían constituirlo, mientras yo optaba por la soledad. Al final, habíamos llegado a un consenso: estábamos solitariamente juntos, apartados de la vista de terceros— Permitidme al menos dejar que volváis aquí cuando lo necesitéis, donde es supuesto que tengo el poder suficiente para guardaros. Vuestra calma será la mía —mi pulgar acariciaba tontamente el dorso de vuestra mano No sabía hacia dónde íbamos, pero allá estábamos.— Es necesario cuidar las apariencias, bien decís, pero en cuanto a lo que se refiere a vos, prefiero que me juzguen por las decisiones tomadas que por las oportunidades dejadas al azar, y con el azar arriesgáis vos más que nadie —vuestra mano volvió a su lugar. La mía se quedó en el mismo espacio vacío a la que la habíais llevado, congelando nuestras pretensiones con la esperanza de que junto con vos pudiera hacerlas volver.
Con vuestra apreciación de mi falsa bondad, me pedíais que me convirtiera en el hombre bueno que describíais, implantando en mí la pregunta cómo complaceros cuando mi marca era permanente. Inconscientemente pedíais que dejara de jugar a la distancia, que en lugar de buen juicio pusiera corazón en mi cabeza. Vos no lo sabíais, pero pedíais una esperanza para sonreír con ella y luego buscabais en mí un lucero que os diera permiso para romper el espacio entre nosotros. Quería desmentiros, deciros lo equivocada que estabais al incluirme en la categoría de hombres honorables, porque cada vez que os oía confiar de esa manera me sentía un verdadero canalla, pero en esa batalla… en cualquier batalla que tuviera con vos, estaba en desventaja.
—Señorita Rilke, yo no…
Y así, en un abrazo, la bestia enjaulada fue invitada a liberarse. Hacía años que nadie me estrechaba de esa manera, como si aguardase que me convirtiera en un refugio cuando era la amenaza perfecta. Lorelei… ella había sido la primera y la última, y había sido para hacerme dar cuenta de algo. Estaba intrigado, idiotizado por escucharos, pero a la vez me paralizaba. Pedíais tantas cosas y yo continuaba a manos rotas procurando ser el Zar que pensabais para ver si así conseguía daros más tiempo.
Se detenía el reloj sobre nosotros, caían las diez que resbalaban por vuestros hombros, y se nos hacía insuficiente la luz, pues se enredaba entre hombre y mujer cuando entre los dos todo y nada claro estaba. Se sentía diamante de pronto y luego agua por un instante. Estar con vos era jugar con la muerte y vivir para siempre. Seríamos lo mejor y lo peor de nuestras vidas. ¿Cómo había podido dar con vos? Esa noche si sabía si quedarme allí arriesgándome a poneros en peligro o apartarme con frialdad con una frase armada que volvería tristes vuestros ojos de decepción, si os hablaba o me quedaba respirando la esencia de vuestros cabellos. ¿Acaso debía reteneros más o sólo mirar cómo os perdíais en la eternidad?
Una voz comenzó a asaltarme; me hablaba sobre vos. Era insistente, poderosa. ¿Lo peor? Era parte de mí, el licántropo que sería hasta mi fallecimiento.
—Reclamadla —dijo con voz profunda y salvaje. ¿Me creeríais si os dijera que no reconocí a primera a quién pertenecía?
—A ella no. No a ella. —rogué interiormente a mis instintos— Nathaly no es alguien a que podáis lastimar. ¿Es que no hayáis saciedad por las vidas que habéis tomado? Dejadla en paz.
Me ignoró por completo. No quería dialogar; buscaba persuadir. Tuve que concentrarme en vos para no acceder.
—No estáis tranquilo con que lo piense. No es lo que queréis; a ella sí. A mí sois incapaz de mentir —duro y preciso. Sabía cómo sacarme de mis casillas, al igual que vos— Sois un lobo, no un gato asustadizo. Comportaos como tal.
—Callad. Es por vos que no puedo abrazarla como quisiera —si lo hacía, no veríais al correcto Zar, ni siquiera a un mal hombre. No podía ser.
Me ayudasteis soltándome, ya que duda que hubiera podido hacerlo cuando a duras penas luchaba con la voz en mi cabeza. Os veíais tranquila, confiada. Yo sólo sabía una cosa.
—Ya no quiero que lo penséis. ¿Y si dijera que no quiero por ningún motivo que lo hagáis? —mi tono uniforme se rompió; era por vos. Soné como si de ello dependiera todo lo demás.
Mis ojos no os dejaron. Quería lo que pudiera, porque… si vuestros ojos me miraban de vuelta, conseguía alejar la desventura, cobraban sentido los anhelos de un desesperanzado que aguardaba paciente que llegara la muerte, volvía a incorporarme porque así esperabais verme.
Si me mirabais de vuelta, os tenía.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
El mayor enemigo de la felicidad no es el dolor, es el miedo.
Para estar realmente vivo tienes que estar dispuesto a pagar un precio por lo que obtienes.
José Ovejero
Estabas salvando, tal vez en parte yo también trataba de salvarte pero esa manera en la que nos sosteníamos el uno al otro nos lastimaba. Fueran palabras, la ausencia de palabras o el exceso de ellas, todo era demasiado complicado y sencillo a tu lado. Cada acción y cada palabra contenían un significado más profundo que todo lo que nos rodeaba; eras mucho más importante que todo lo que estaba a mi alrededor.
¿Qué debía hacer ante semejantes ofrecimientos? Podía despedirme de ti y no regresar jamás, eso hubiese sido desde un inicio lo mejor que me alejara de ti, que no mirara al Zar Valentino. No debí tomar tu mano para aquel baile que ahora terminaba por condenarme a ser incapaz de separarme completamente de ti. Podía volverme inmortal, tenía la elección de regresar a casa y convertirme en aquello que no deseabas que fuera y de esa forma mantenerme obligatoriamente alejada de tu cercanía pero no habría refugio para mis pensamientos ni siquiera en la oscuridad de la noche o la eternidad. Dentro de mi sabía que sin importar la distancia y el tiempo estarías presente desde ese momento y en adelante más de lo que cualquier otra persona.
– No creo verdaderamente conveniente que el Zar de Rusia este aceptando a invitadas para refugiarles, pero ¿Quién soy yo para llevar la contraria? – retiraba mi mano de las suaves caricias que obsequiabas. Estaba siendo fuerte lo más que podía pero no era suficiente – No traeré calma, pero eso es algo que conoce y por eso agradezco su oferta, tenga por seguro que si en algún momento necesito esa paz, vendré – a tu lado no existía paz para mi mente y mis sentimientos, estaba sumergida en aguas desconocidas para mi, aguas que me reclamaban a quedarme en ellas porque estabas tu ahí.
Quise encerrarme en aquel abrazo, obligarte a atarme a aquella mortalidad que tu veías tan hermosa. Buscaba que me mostraras que era lo que existía de valioso en ella e incorrecto en la decisión que estaba escrita en mi mente desde hacía mucho tiempo, pero que ahora carecía de escritura alguna en mi corazón. Lentamente arrancabas de mi corazón la idea de la inmortalidad, de las aventuras en las noches oscuras; me invitabas con cada una de tus palabras y tu mirada a contemplar el mundo aquel del que parecía haberme perdido tanto, solo que ni yo ni tu nos percatábamos de que el mundo solo obtenía la belleza que deseabas mostrarme si es que estabas a mi lado.
Daba gracias porque en mi abrazo cualquiera de tus palabras se callaran, no necesitaba palabra alguna solo el calor que despedías porque de ese modo me ataba más a la mortalidad y a ti.
No deseaba separarme, quería que me lo impidieras pero eso no paso y me sentí una completa tonta por creer que alguien como tu buscaría retenerme. No; eras demasiado recto ante mis ojos como para buscar detenerme de esa manera, tu buscabas mi reflexión y que me arrepintiese de mi decisión por mi cuenta. Yo solo buscaba una señal, la más mínima señal de esperanza de algo que aún era incapaz de comprender para detenerme y cambiar el rumbo de mi futuro.
Nada de eso que espere llego mientras permanecí abrazada a esa calidez que me daba una paz que pocas veces tenía y al mismo tiempo me volvía más insegura que en cualquier otro momento de mi vida. Tratando de evitar cualquier otra cosa, me separe para alejarme y poner distancia entre nuestros cuerpos pero esa distancia era inútil ya para mis pensamientos.
Creí que con decir que lo pensaría para después ir a contarte sobre mi resolución te dejaría tranquilo pero no, me había equivocado terriblemente, olvide que tu al igual que yo tenías otros pensamientos y que las cosas nunca eran como uno las esperaba.
Ante tus palabras fue que me volví a mirarte de manera fija, la incredulidad de esas palabras y el tono de aquella voz me obligaron a hacerlo, más cuando mire fijamente aquellos ojos que se mantenían firmes y seguros sobre lo que dijiste fue que todo termino. No importaría cuanto más me negara y dijera que me volvería inmortal; estaba segura que los siguientes días serían complicados al jurarme que lo sería y que nada había cambiado cuando la verdad fuera que con esas palabras se había terminado mi lucha. Los intentos de escapar de la mortalidad llegaban a su fin.
¿Dónde había quedado el Zar? Frente mi ahora solo podía ver a un hombre que ya no pedía que recapacitara sino que de manera firme me pedía que dijera que no.
Permanecí muda, buscando las palabras correctas para no mostrar la respuesta real a esa pregunta.
– Entonces… – sonreí – Muéstreme que es lo maravilloso de la vida humana, eso por lo que no debo renunciar a ella y entonces prometo no volver a pensar si quiera en una vida inmortal – Pedía demasiado, lo sabía pero necesitaba hacerlo.
Creo que en esos momentos fue que me di cuenta completamente que el vinculo entre nosotros iba mucho más lejos de la mera salvación del otro, existía algo mucho más profundo y aunque no supiera exactamente que era aún; eso me volvía feliz.
Para estar realmente vivo tienes que estar dispuesto a pagar un precio por lo que obtienes.
José Ovejero
Estabas salvando, tal vez en parte yo también trataba de salvarte pero esa manera en la que nos sosteníamos el uno al otro nos lastimaba. Fueran palabras, la ausencia de palabras o el exceso de ellas, todo era demasiado complicado y sencillo a tu lado. Cada acción y cada palabra contenían un significado más profundo que todo lo que nos rodeaba; eras mucho más importante que todo lo que estaba a mi alrededor.
¿Qué debía hacer ante semejantes ofrecimientos? Podía despedirme de ti y no regresar jamás, eso hubiese sido desde un inicio lo mejor que me alejara de ti, que no mirara al Zar Valentino. No debí tomar tu mano para aquel baile que ahora terminaba por condenarme a ser incapaz de separarme completamente de ti. Podía volverme inmortal, tenía la elección de regresar a casa y convertirme en aquello que no deseabas que fuera y de esa forma mantenerme obligatoriamente alejada de tu cercanía pero no habría refugio para mis pensamientos ni siquiera en la oscuridad de la noche o la eternidad. Dentro de mi sabía que sin importar la distancia y el tiempo estarías presente desde ese momento y en adelante más de lo que cualquier otra persona.
– No creo verdaderamente conveniente que el Zar de Rusia este aceptando a invitadas para refugiarles, pero ¿Quién soy yo para llevar la contraria? – retiraba mi mano de las suaves caricias que obsequiabas. Estaba siendo fuerte lo más que podía pero no era suficiente – No traeré calma, pero eso es algo que conoce y por eso agradezco su oferta, tenga por seguro que si en algún momento necesito esa paz, vendré – a tu lado no existía paz para mi mente y mis sentimientos, estaba sumergida en aguas desconocidas para mi, aguas que me reclamaban a quedarme en ellas porque estabas tu ahí.
Quise encerrarme en aquel abrazo, obligarte a atarme a aquella mortalidad que tu veías tan hermosa. Buscaba que me mostraras que era lo que existía de valioso en ella e incorrecto en la decisión que estaba escrita en mi mente desde hacía mucho tiempo, pero que ahora carecía de escritura alguna en mi corazón. Lentamente arrancabas de mi corazón la idea de la inmortalidad, de las aventuras en las noches oscuras; me invitabas con cada una de tus palabras y tu mirada a contemplar el mundo aquel del que parecía haberme perdido tanto, solo que ni yo ni tu nos percatábamos de que el mundo solo obtenía la belleza que deseabas mostrarme si es que estabas a mi lado.
Daba gracias porque en mi abrazo cualquiera de tus palabras se callaran, no necesitaba palabra alguna solo el calor que despedías porque de ese modo me ataba más a la mortalidad y a ti.
No deseaba separarme, quería que me lo impidieras pero eso no paso y me sentí una completa tonta por creer que alguien como tu buscaría retenerme. No; eras demasiado recto ante mis ojos como para buscar detenerme de esa manera, tu buscabas mi reflexión y que me arrepintiese de mi decisión por mi cuenta. Yo solo buscaba una señal, la más mínima señal de esperanza de algo que aún era incapaz de comprender para detenerme y cambiar el rumbo de mi futuro.
Nada de eso que espere llego mientras permanecí abrazada a esa calidez que me daba una paz que pocas veces tenía y al mismo tiempo me volvía más insegura que en cualquier otro momento de mi vida. Tratando de evitar cualquier otra cosa, me separe para alejarme y poner distancia entre nuestros cuerpos pero esa distancia era inútil ya para mis pensamientos.
Creí que con decir que lo pensaría para después ir a contarte sobre mi resolución te dejaría tranquilo pero no, me había equivocado terriblemente, olvide que tu al igual que yo tenías otros pensamientos y que las cosas nunca eran como uno las esperaba.
Ante tus palabras fue que me volví a mirarte de manera fija, la incredulidad de esas palabras y el tono de aquella voz me obligaron a hacerlo, más cuando mire fijamente aquellos ojos que se mantenían firmes y seguros sobre lo que dijiste fue que todo termino. No importaría cuanto más me negara y dijera que me volvería inmortal; estaba segura que los siguientes días serían complicados al jurarme que lo sería y que nada había cambiado cuando la verdad fuera que con esas palabras se había terminado mi lucha. Los intentos de escapar de la mortalidad llegaban a su fin.
¿Dónde había quedado el Zar? Frente mi ahora solo podía ver a un hombre que ya no pedía que recapacitara sino que de manera firme me pedía que dijera que no.
Permanecí muda, buscando las palabras correctas para no mostrar la respuesta real a esa pregunta.
– Entonces… – sonreí – Muéstreme que es lo maravilloso de la vida humana, eso por lo que no debo renunciar a ella y entonces prometo no volver a pensar si quiera en una vida inmortal – Pedía demasiado, lo sabía pero necesitaba hacerlo.
Creo que en esos momentos fue que me di cuenta completamente que el vinculo entre nosotros iba mucho más lejos de la mera salvación del otro, existía algo mucho más profundo y aunque no supiera exactamente que era aún; eso me volvía feliz.
Nathaly Rilke- Humano Clase Alta
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Localización : Yo aqui tu donde??
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
Os tenía tan cerca que temía que si os aproximaba más terminaría por quebrantaros. Hubiera sido tan fácil hacerlo… y más cuando vos también lo buscabais, volviendo mi tarea un desafío aún más complejo. Una parte de mí deseaba con todas sus fuerzas que vuestro padre hubiese acudido al evento para vigilar que vuestros pasos no acompañaran a los de ningún hombre que quisiera hallaros a solas con él, pero otra —una muy insistente que me llenaba la cabeza con pensamientos nefastos— me decía no solamente que aceptara, sino que gozara con lo que estaba ocurriendo, porque era lo que ambos necesitábamos. ¿Pero a qué precio?
—Dejadla ir —me dije a mí mismo mientras cerraba mis ojos intentando apartar vuestra imagen dichosa de mi mente; ella sólo me confundiría— Está contenta porque cree que sois alguien que no sois, alguien que nunca seréis. Su felicidad se basa en una mentira. Ahora mismo la engañáis.
Creíais que era un hombre de bien. Así lo creían todos. Era la imagen que me había dedicado más de la mitad de mis años a construir. Una patética falsedad. No había previsto que con mis espejismos os incluiría a vos también dentro de esas redes de ficciones. Es que no os había visto venir o yo no me había avistado descubriéndoos. Fuera como fuera, ya no tenía sentido reflexionar al respecto. Sentía que a pesar de las razones que respaldaban mi actuar, con vos no tenía excusas. Si había algo que me asfixiaba más que no poder impactaros contra mí era engañaros. Estabais invirtiendo vuestros sentimientos en algo inexistente. Y yo lo estaba permitiendo. Tenía que acabar con ello antes de que fuera tarde. Pero erais testaruda. La única manera de alejaros definitivamente sería con una imagen que no pudierais olvidar jamás.
—Quedaos tranquilo con salvarla de sus decisiones y ya. Permitid que despose a un hombre digno de ella, que pueda envejecer al ritmo de sus días y que no tenga que temer asesinarla o algo peor. Vos podríais matarla hasta en el lecho nupcial. Lastimasteis tanto a Lorelei que debilitasteis su cuerpo; por eso murió con vuestro hijo en el vientre. —¿Os parece duro lo que me decía a mí mismo? Tenía que ser así. De otra manera no os compartiría con nadie.— No la sentenciéis a una condena peor. Un paso más y harás su vida miserable. Atrás. Ahora.
Paulatinamente me fui alejando, memorizando vuestra jubilosa faz. Así quería recordaros antes de que os hiciera retroceder. Lamento no haber podido disimular mi amargura cuando os vi por última vez antes de acariciar vuestro cabello con una de mis manos para depositar un beso sobre aquel. Me estaba despidiendo.
—Hasta siempre, Nathaly. Ahora sí que me odiareis —pensé parpadeando con fuerza antes de volver a apartarme.
Para cuando os miré otra vez, había tensando mi semblante. Estábamos solos; mis sentidos los comprobaron. Era hora de continuar.
—Ni aunque me lo propusiera podría mostraros el camino. Es algo que tendréis que descubrir vos sola. —no estaba empleando un tono que os reconfortara; quería que os marcharais con el único propósito de alejaros lo más posible de mí.— Olvidaos de todo lo que sabéis o creéis saber. No es real; nada lo es. Dejé vuestro mundo hace tiempo y ya no volveré. Estoy estancado entre la realidad que vivís y la que buscabais realizar, sin pertenecer a ninguna de las dos.
Y de repente perdí la paciencia conmigo mismo. Sólo atiné a tomaros de las manos con vigor, forzándome a mí mismo a contenerme para no partir vuestras muñecas. Me tiritaban los nudillos. Todo pasaba demasiado rápido y terriblemente lento a la vez. Era una tortura, pero tenía que pasar.
—Miradme. ¿Qué es lo que veis? —no os dejé contestar. Sentía que mis pulmones rebasarían su capacidad en cualquier momento. Sólo podía mantener mis ojos inyectados en los vuestros mientras la adrenalina subía— Un antifaz, eso es. ¿Para ocultar qué? No os molestéis en pensar en cicatrices; tal vez no sepáis que va más allá de eso, pero lo intuís. Vamos, ¿cuál es la verdad? Sois una mujer lista, Nathaly Rilke. No importa lo que os hayan dicho los demás; vuestros padres, vuestras supuestas amistades o el necio que sea. ¿Qué es?
Con el mismo síndrome tembloroso llevé vuestras manos a mi rostro, específicamente sobre los bordes de aquella ridícula coraza. En ningún momento pude despegar mi vista de vos. Tenía que cerciorarme de que nunca más quisieseis volver. Para el mundo tenía cuarenta y seis años de vida, pero tras esa vergonzosa prenda se camuflaban veintitrés. ¡Quería que vos lo descubrieseis! Si yo os lo decía, titubaríais.
—Recordad esa noche, cómo maté a ese vampiro. Me visteis deshacerlo entre mis manos como si fuera papel. ¿Cómo? La clave no está tras este antifaz; está en vos. La tenéis. Miradla de una vez. Conocéis lo que está detrás. —Respiré agitado y profundo haciéndole frente a la verdad: que mi muralla se caía a pedazos y que mi dicha con vos seguiría la misma suerte. El Zar era una fachada. El hombre gentil, absolutamente todo. Os despertaría del sueño con un golpe. Sólo así os daría pavor volver a dormir.— Ahora decidme. No os dejé un rastro de pistas para que hagáis trampa en esta pregunta.
—Dejadla ir —me dije a mí mismo mientras cerraba mis ojos intentando apartar vuestra imagen dichosa de mi mente; ella sólo me confundiría— Está contenta porque cree que sois alguien que no sois, alguien que nunca seréis. Su felicidad se basa en una mentira. Ahora mismo la engañáis.
Creíais que era un hombre de bien. Así lo creían todos. Era la imagen que me había dedicado más de la mitad de mis años a construir. Una patética falsedad. No había previsto que con mis espejismos os incluiría a vos también dentro de esas redes de ficciones. Es que no os había visto venir o yo no me había avistado descubriéndoos. Fuera como fuera, ya no tenía sentido reflexionar al respecto. Sentía que a pesar de las razones que respaldaban mi actuar, con vos no tenía excusas. Si había algo que me asfixiaba más que no poder impactaros contra mí era engañaros. Estabais invirtiendo vuestros sentimientos en algo inexistente. Y yo lo estaba permitiendo. Tenía que acabar con ello antes de que fuera tarde. Pero erais testaruda. La única manera de alejaros definitivamente sería con una imagen que no pudierais olvidar jamás.
—Quedaos tranquilo con salvarla de sus decisiones y ya. Permitid que despose a un hombre digno de ella, que pueda envejecer al ritmo de sus días y que no tenga que temer asesinarla o algo peor. Vos podríais matarla hasta en el lecho nupcial. Lastimasteis tanto a Lorelei que debilitasteis su cuerpo; por eso murió con vuestro hijo en el vientre. —¿Os parece duro lo que me decía a mí mismo? Tenía que ser así. De otra manera no os compartiría con nadie.— No la sentenciéis a una condena peor. Un paso más y harás su vida miserable. Atrás. Ahora.
Paulatinamente me fui alejando, memorizando vuestra jubilosa faz. Así quería recordaros antes de que os hiciera retroceder. Lamento no haber podido disimular mi amargura cuando os vi por última vez antes de acariciar vuestro cabello con una de mis manos para depositar un beso sobre aquel. Me estaba despidiendo.
—Hasta siempre, Nathaly. Ahora sí que me odiareis —pensé parpadeando con fuerza antes de volver a apartarme.
Para cuando os miré otra vez, había tensando mi semblante. Estábamos solos; mis sentidos los comprobaron. Era hora de continuar.
—Ni aunque me lo propusiera podría mostraros el camino. Es algo que tendréis que descubrir vos sola. —no estaba empleando un tono que os reconfortara; quería que os marcharais con el único propósito de alejaros lo más posible de mí.— Olvidaos de todo lo que sabéis o creéis saber. No es real; nada lo es. Dejé vuestro mundo hace tiempo y ya no volveré. Estoy estancado entre la realidad que vivís y la que buscabais realizar, sin pertenecer a ninguna de las dos.
Y de repente perdí la paciencia conmigo mismo. Sólo atiné a tomaros de las manos con vigor, forzándome a mí mismo a contenerme para no partir vuestras muñecas. Me tiritaban los nudillos. Todo pasaba demasiado rápido y terriblemente lento a la vez. Era una tortura, pero tenía que pasar.
—Miradme. ¿Qué es lo que veis? —no os dejé contestar. Sentía que mis pulmones rebasarían su capacidad en cualquier momento. Sólo podía mantener mis ojos inyectados en los vuestros mientras la adrenalina subía— Un antifaz, eso es. ¿Para ocultar qué? No os molestéis en pensar en cicatrices; tal vez no sepáis que va más allá de eso, pero lo intuís. Vamos, ¿cuál es la verdad? Sois una mujer lista, Nathaly Rilke. No importa lo que os hayan dicho los demás; vuestros padres, vuestras supuestas amistades o el necio que sea. ¿Qué es?
Con el mismo síndrome tembloroso llevé vuestras manos a mi rostro, específicamente sobre los bordes de aquella ridícula coraza. En ningún momento pude despegar mi vista de vos. Tenía que cerciorarme de que nunca más quisieseis volver. Para el mundo tenía cuarenta y seis años de vida, pero tras esa vergonzosa prenda se camuflaban veintitrés. ¡Quería que vos lo descubrieseis! Si yo os lo decía, titubaríais.
—Recordad esa noche, cómo maté a ese vampiro. Me visteis deshacerlo entre mis manos como si fuera papel. ¿Cómo? La clave no está tras este antifaz; está en vos. La tenéis. Miradla de una vez. Conocéis lo que está detrás. —Respiré agitado y profundo haciéndole frente a la verdad: que mi muralla se caía a pedazos y que mi dicha con vos seguiría la misma suerte. El Zar era una fachada. El hombre gentil, absolutamente todo. Os despertaría del sueño con un golpe. Sólo así os daría pavor volver a dormir.— Ahora decidme. No os dejé un rastro de pistas para que hagáis trampa en esta pregunta.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
Te estaba esperando, sola, en un mundo en el que tú no estabas.
Kyoichi Katayama
La condena ya estaba dada, no existía nada que pudiera alejarte ya de mi camino. Tratabas de generar nuevamente entre nosotros una muralla que ya no podía ser tan fuerte como cuando nos habíamos encontrado la primera vez, aquella en la que me salvaste de la muerte. Ahora seguías salvando mi existencia mortal de la muerte pero aunque lo hacías, te negabas a tomar la parte que te correspondía. Ignorabas la responsabilidad que ahora tenias al hacer que mi mente dudara tanto en tomar una resolución acerca de mi futuro. Tu eras el único culpable de que nos encontráramos en esa situación. Tu que habías osado invitarme a aquella fiesta, que estiraste tu mano en mi dirección cuando pudiste dar aquel primer baile con cualquier otra mujer. Nos llevaste hasta el punto que ahora estábamos atravesando y de manera injusta te alejabas de buenas a primeras, dejándome mucho más confusa que antes, sin saber que esperar de ti y mucho menos de mi misma.
Supiste desde el inicio que si me abrías la puerta, no me detendría hasta poder descubrir todos tus secretos, hasta atarme lo suficiente a ti como para atarme a mi misma a la mortalidad y a tu vida. Eras injusto no solo al pensar en que después de mostrarme un poco de ti, de mirarme con la intensidad que lo hacías y de que tus manos cálidas tocaran parte de mi piel me alejaría sin más. Estaba decidida a descubrir más de ti aunque eso significase terminar herida, aunque terminase como tus peores pesadillas te decían que terminaría.
Siempre me supe más fuerte que el resto, incomprendida y deseosa de llegar a un lugar donde nadie más pudiera alcanzarme. Había estado buscando algo que nunca supe que era, hasta que te conocí. Al ver tu terquedad, tu forma de herirte a ti mismo y cerrarte para no lastimar a otros; fue que pude reconocer finalmente porque era yo como era.
Puedes pensar que estoy loca al pensarlo de esa manera, pero estoy segura de que soy como soy, por ti; porque algo que no comprendo esperaba que me topara contigo y que no cediera ante tus palabras y tus rechazos. Debía ser fuerte y resistir las negativas que recibiera de tu parte, mi terquedad tarde o temprano debilitarían tu coraza y poco a poco seríamos capaces de acercarnos más al otro.
Cuando nuestras miradas se encontraron nuevamente, tu rostro mostraba una frialdad que no me parecía ser tuya y no comprendí a que se debía hasta que tus palabras llegaron a mi.
– Entonces la verdad es que no existe eso que llamas tan maravilloso. Si existiera sabrías que es y me lo dirías para evitar que haga aquello que me pides que olvide – Me decías que nada era real, pero eras lo más real para mi en esos momentos – Dejaste mi mundo, tal y como yo pienso hacer. Eso no es la gran cosa. Cuando entregue mi vida por la inmortalidad yo también estaré estancada; no estaré viva, pero tampoco estaré muerta – sonreí ligeramente – en esos momentos, estaremos en más igualdad de la que crees – no podía evitar decir aquello, tus palabras volvían a molestarme y me empujaban a decir todo eso en un intento quizás ridículo de buscar lastimarte.
Mire tus ojos con sorpresa. Tu agarre era firme pero detrás de esa firmeza, se mostraba un temor que apocaba todo lo demás que querías transmitir. Tus palabras solo corroboraban que estabas actuando como alguien asustado. No supe que era porque temías a lo que podías hacerme sino que creía que temías porque tomara un camino erróneo; ante tu mirada, tu eras el camino erróneo.
Eras curioso, porque aunque fueras el camino erróneo, tomar tu camino o elegir otro, era enteramente mi decisión y nada de lo que hicieras o dijeras evitaría que yo siguiera a mi corazón. Mis ojos se mantenían fijos en los tuyos, tratando de descifrar que era lo que esperabas que te dijera porque sabes bien que lo que yo pensaba en esos momentos no era lo que tratabas de aparentar. Querías que te viera como un monstruo, que deseara no verte más e incluso que buscara la manera de olvidarte; pero estabas equivocado, ante mi mirada aquel antifaz solo te protegía de tus temores.
Tus manos temblaban al guiar las mías. Si me hubiera sido posible, hubiera tomado tus manos para eliminar aquel temor y las dudas que tuvieras.
Pese a lo que esperabas que pasara con tus actos y palabras, solo atine a sonreír de manera leve.
– Ella me lo ha dicho – Lara me había explicado mucho del mundo al que pertenecería y no entiendo porque me había costado trabajo ver la verdad detrás de ti. Quizás no quería decirte que eras un ser maldito por la luna como tantos otros les llamaban, para mi solo eras el Zar de Rusia, Valentino; un hombre que buscaba salvarme aunque no se lo pidiera – Sé que es lo que esta detrás de ti, pero ¿Qué esperas que haga? – te mire fijamente – ¿Quieres que te diga lo que eres? Eso no va a cambiar nada, no me alejo de nadie el saber que eran vampiros ¿Crees que me hada cambiar de opinión el saber lo que eres? – temías más tu que yo, ¿Acaso no lo veías? Suspire – Has dejado un rastro de pistas ¿Para qué? – aún con todo lo que hacías me volvían las dudas, si es que ibas a apartarme de tu lado, para qué me acercabas a ti en primer lugar.
Esperaba que fueras sincero o que de no ser así me dejaras ir. Demasiadas cosas sucedían cuando estaba a tu lado, tantas que era complicado para mi darles un significado a todas ellas y era mucho más difícil tomar una decisión sobre mi futuro; ese que de una manera u otra desembocaría en ti.
Kyoichi Katayama
La condena ya estaba dada, no existía nada que pudiera alejarte ya de mi camino. Tratabas de generar nuevamente entre nosotros una muralla que ya no podía ser tan fuerte como cuando nos habíamos encontrado la primera vez, aquella en la que me salvaste de la muerte. Ahora seguías salvando mi existencia mortal de la muerte pero aunque lo hacías, te negabas a tomar la parte que te correspondía. Ignorabas la responsabilidad que ahora tenias al hacer que mi mente dudara tanto en tomar una resolución acerca de mi futuro. Tu eras el único culpable de que nos encontráramos en esa situación. Tu que habías osado invitarme a aquella fiesta, que estiraste tu mano en mi dirección cuando pudiste dar aquel primer baile con cualquier otra mujer. Nos llevaste hasta el punto que ahora estábamos atravesando y de manera injusta te alejabas de buenas a primeras, dejándome mucho más confusa que antes, sin saber que esperar de ti y mucho menos de mi misma.
Supiste desde el inicio que si me abrías la puerta, no me detendría hasta poder descubrir todos tus secretos, hasta atarme lo suficiente a ti como para atarme a mi misma a la mortalidad y a tu vida. Eras injusto no solo al pensar en que después de mostrarme un poco de ti, de mirarme con la intensidad que lo hacías y de que tus manos cálidas tocaran parte de mi piel me alejaría sin más. Estaba decidida a descubrir más de ti aunque eso significase terminar herida, aunque terminase como tus peores pesadillas te decían que terminaría.
Siempre me supe más fuerte que el resto, incomprendida y deseosa de llegar a un lugar donde nadie más pudiera alcanzarme. Había estado buscando algo que nunca supe que era, hasta que te conocí. Al ver tu terquedad, tu forma de herirte a ti mismo y cerrarte para no lastimar a otros; fue que pude reconocer finalmente porque era yo como era.
Puedes pensar que estoy loca al pensarlo de esa manera, pero estoy segura de que soy como soy, por ti; porque algo que no comprendo esperaba que me topara contigo y que no cediera ante tus palabras y tus rechazos. Debía ser fuerte y resistir las negativas que recibiera de tu parte, mi terquedad tarde o temprano debilitarían tu coraza y poco a poco seríamos capaces de acercarnos más al otro.
Cuando nuestras miradas se encontraron nuevamente, tu rostro mostraba una frialdad que no me parecía ser tuya y no comprendí a que se debía hasta que tus palabras llegaron a mi.
– Entonces la verdad es que no existe eso que llamas tan maravilloso. Si existiera sabrías que es y me lo dirías para evitar que haga aquello que me pides que olvide – Me decías que nada era real, pero eras lo más real para mi en esos momentos – Dejaste mi mundo, tal y como yo pienso hacer. Eso no es la gran cosa. Cuando entregue mi vida por la inmortalidad yo también estaré estancada; no estaré viva, pero tampoco estaré muerta – sonreí ligeramente – en esos momentos, estaremos en más igualdad de la que crees – no podía evitar decir aquello, tus palabras volvían a molestarme y me empujaban a decir todo eso en un intento quizás ridículo de buscar lastimarte.
Mire tus ojos con sorpresa. Tu agarre era firme pero detrás de esa firmeza, se mostraba un temor que apocaba todo lo demás que querías transmitir. Tus palabras solo corroboraban que estabas actuando como alguien asustado. No supe que era porque temías a lo que podías hacerme sino que creía que temías porque tomara un camino erróneo; ante tu mirada, tu eras el camino erróneo.
Eras curioso, porque aunque fueras el camino erróneo, tomar tu camino o elegir otro, era enteramente mi decisión y nada de lo que hicieras o dijeras evitaría que yo siguiera a mi corazón. Mis ojos se mantenían fijos en los tuyos, tratando de descifrar que era lo que esperabas que te dijera porque sabes bien que lo que yo pensaba en esos momentos no era lo que tratabas de aparentar. Querías que te viera como un monstruo, que deseara no verte más e incluso que buscara la manera de olvidarte; pero estabas equivocado, ante mi mirada aquel antifaz solo te protegía de tus temores.
Tus manos temblaban al guiar las mías. Si me hubiera sido posible, hubiera tomado tus manos para eliminar aquel temor y las dudas que tuvieras.
Pese a lo que esperabas que pasara con tus actos y palabras, solo atine a sonreír de manera leve.
– Ella me lo ha dicho – Lara me había explicado mucho del mundo al que pertenecería y no entiendo porque me había costado trabajo ver la verdad detrás de ti. Quizás no quería decirte que eras un ser maldito por la luna como tantos otros les llamaban, para mi solo eras el Zar de Rusia, Valentino; un hombre que buscaba salvarme aunque no se lo pidiera – Sé que es lo que esta detrás de ti, pero ¿Qué esperas que haga? – te mire fijamente – ¿Quieres que te diga lo que eres? Eso no va a cambiar nada, no me alejo de nadie el saber que eran vampiros ¿Crees que me hada cambiar de opinión el saber lo que eres? – temías más tu que yo, ¿Acaso no lo veías? Suspire – Has dejado un rastro de pistas ¿Para qué? – aún con todo lo que hacías me volvían las dudas, si es que ibas a apartarme de tu lado, para qué me acercabas a ti en primer lugar.
Esperaba que fueras sincero o que de no ser así me dejaras ir. Demasiadas cosas sucedían cuando estaba a tu lado, tantas que era complicado para mi darles un significado a todas ellas y era mucho más difícil tomar una decisión sobre mi futuro; ese que de una manera u otra desembocaría en ti.
Nathaly Rilke- Humano Clase Alta
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
No hubiera podido saber cómo era vivir como vos lo hacíais vos. Ambos sabemos que nunca lo haré. La humanidad que alguna vez tuve, si es que puede llamarse de esa manera, la sobreviví entre médicos matasanos y meses febriles completos en una cama cuya seda ardía como el infierno sobre mi piel ante la desesperanza de una infancia perdida. Así hasta mis catorce años, fecha en que mi corazón dejaría de funcionar, golpeándome contra el suelo frío antes de robarme el último aliento. ¿A que no es curioso el destino, Nathaly? Tiene el humor de un saltimbanqui, pero la voluntad de un déspota tirano. Me quitó el don de la muerte, por eso me otorgó esta marca que veis a través de mi coraza, pero olvidó despojarme de mis anhelos humanos. Me volví una bestia clandestina que en secreto soñaba con ser un hombre. Cuánto hubiera querido que dicha fantasía se hubiese convertido en realidad. Lo pedí cuanto tuve en mis brazos a Lorelei, pero lo imploré cuando sentí sobre mi rostro las manos de vuestra merced. Sin marca de ninguna clase teníais el poder de quebrantarme por completo. Y por vos me sentí criatura.
Mi imprudente, mi martirio en vida, mujer que danza con vampiros y de apetencias suicidas, os habíais vuelto mi más intenso y prohibida inclinación. Y no teníais idea de lo que significaba.
—Creedlo o no, un hombre no es más vulnerable de lo que yo soy. No realmente. Pero ninguno es capaz de vencerme destruyendo vidas y condenando almas. Ese virus es mío —hice hincapié— Yo no soy un vampiro, Nathaly. Hay una razón por la que somos enemigos naturales. Incluso aunque elimináramos las barreras de la sangre, de la noche y el día, y las rivalidades a la hora de la caza, nuestras esencias continuarían combatiéndose una a la otra. No es de nosotros la conciencia; no es de nosotros controlar.
De pronto, como si mis palabras hubieran desatado el último cabo que me mantenía distanciado de vos, el impulso ganó y de un solo movimiento os tomé con ambos brazos de la cintura y os apegué a mi cuerpo. En esa comprometedora posición, en la cual sólo nos separaban unos cuantos centímetros, sólo podía volveros retazos devoraros por completo. Teneros así para mí me hacía temblar. Teníais razón: era yo el temeroso.
—¿Qué os hace pensar que estáis a salvo conmigo? Ahora mismo podría haceros pasar por lo mismo que vuestro desafortunado amigo e incluso podría darme el lujo de no acabar con vos de manera rápida e instantánea, sino que podría ser todo lo sádico que se me ocurriera y nadie osaría acusarme de nada. Sería tan fácil. —repetí exactamente las mismas palabras que empleé la noche en que os conocí. Esta vez el mensaje fue fuerte y definitivo— ¿Lo veis? Nada ha cambiado. No en mí. Pero puede cambiar para vos si hacéis lo que os digo. Sólo así podréis ser libre. Hacedme caso por única vez en vuestra vida.
Por primera vez en muchos años no quise ocultarme, y no porque estuviera orgulloso de quien era, sino porque de otra forma continuarías tentando a vuestra suerte sin saber que es aún más infiel que el destino que entremezcló nuestros caminos. Tendríais que ver el mal encarnado o pasaríais el resto de vuestros días ciega, sin saberlo identificar.
—Removed mi careta —os miré de reojo. Ni siquiera titubeé— Escuchasteis. Hacedle frente a la alimaña que invocasteis. Y que no se os olvide jamás que es a este rostro al cual debéis temer y huirle con todas las fuerzas de vuestro cuerpo y sobretodo las de vuestra alma. Es una orden, señorita Rilke.
Que fuera la última que os diera.
Mi imprudente, mi martirio en vida, mujer que danza con vampiros y de apetencias suicidas, os habíais vuelto mi más intenso y prohibida inclinación. Y no teníais idea de lo que significaba.
—Creedlo o no, un hombre no es más vulnerable de lo que yo soy. No realmente. Pero ninguno es capaz de vencerme destruyendo vidas y condenando almas. Ese virus es mío —hice hincapié— Yo no soy un vampiro, Nathaly. Hay una razón por la que somos enemigos naturales. Incluso aunque elimináramos las barreras de la sangre, de la noche y el día, y las rivalidades a la hora de la caza, nuestras esencias continuarían combatiéndose una a la otra. No es de nosotros la conciencia; no es de nosotros controlar.
De pronto, como si mis palabras hubieran desatado el último cabo que me mantenía distanciado de vos, el impulso ganó y de un solo movimiento os tomé con ambos brazos de la cintura y os apegué a mi cuerpo. En esa comprometedora posición, en la cual sólo nos separaban unos cuantos centímetros, sólo podía volveros retazos devoraros por completo. Teneros así para mí me hacía temblar. Teníais razón: era yo el temeroso.
—¿Qué os hace pensar que estáis a salvo conmigo? Ahora mismo podría haceros pasar por lo mismo que vuestro desafortunado amigo e incluso podría darme el lujo de no acabar con vos de manera rápida e instantánea, sino que podría ser todo lo sádico que se me ocurriera y nadie osaría acusarme de nada. Sería tan fácil. —repetí exactamente las mismas palabras que empleé la noche en que os conocí. Esta vez el mensaje fue fuerte y definitivo— ¿Lo veis? Nada ha cambiado. No en mí. Pero puede cambiar para vos si hacéis lo que os digo. Sólo así podréis ser libre. Hacedme caso por única vez en vuestra vida.
Por primera vez en muchos años no quise ocultarme, y no porque estuviera orgulloso de quien era, sino porque de otra forma continuarías tentando a vuestra suerte sin saber que es aún más infiel que el destino que entremezcló nuestros caminos. Tendríais que ver el mal encarnado o pasaríais el resto de vuestros días ciega, sin saberlo identificar.
—Removed mi careta —os miré de reojo. Ni siquiera titubeé— Escuchasteis. Hacedle frente a la alimaña que invocasteis. Y que no se os olvide jamás que es a este rostro al cual debéis temer y huirle con todas las fuerzas de vuestro cuerpo y sobretodo las de vuestra alma. Es una orden, señorita Rilke.
Que fuera la última que os diera.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
Ir a su encuentro te obligará a realizar un largo viaje.
Un viaje en el curso del cual descubrirás que nada de todo aquello que creías ser era verdad.
Marc Levy
Nuestras historias eran diferentes y no conocía la tuya como para saber que era lo que te llevaba a cerrarte de esa manera. No podías culparme de mi manera de indagar y buscar saber más de ti cuando ocultabas tanto y no me decías aquello que realmente pudiera alejarme de ti, en cambio, decías lo justo para que mi curiosidad me arrastrara a ti y ya no importaba si es que me iba en esos momentos o me volvía un vampiro en los siguientes días, igual no dejaría de pensar en ti. Pensaría en esa mirada cargada de reproches sobre ti mismo y casa una de tus palabras con las que tratabas de salvarme. Me decía a mi misma que de hacer alguna locura, impulsada por tus palabras o rechazos, al final terminaría por tratar de encontrarte de nuevo, aunque me rechazaras o dijeras que me matarías.
Aunque Lara me hubiera contado mil veces las cosas sobrenaturales, tu forma de decirlo era completamente diferente y se sentía como si mi corazón se rompiera en mi pecho. Ser yo un vampiro simbolizaba entonces ser enemiga tuya, que nuestras esencias, como lo decías buscaran eliminarse y eso no podría soportarlo, así como tampoco soportaría que en algún momento se encontraran tu y Lara, para entonces de una forma más terrible de lo que esperaba terminara todo.
– Nunca nadie ha dicho que la naturaleza sea buena, enemigos naturales existen en todos lados y no es necesario que se tenga un virus, poseas conciencia a no. Los enemigos siempre existieron y siempre existirán, no hay nada de malo en eso – Te decía aquello con la mayor seguridad de la que era capaz, pero me dejabas pensando en todo lo que se desencadenaría con cualquiera de mis decisiones y eso era lo complicado para mi. Yo siempre estuve acostumbrada a que lo que optara por hacer, perjudicara solo a pocas personas, pero ahora perjudicaba a quienes más valoraba y tomar el camino erróneo no me era permitido.
No espere que la distancia entre nosotros se vería reducida y por eso fue que atine solo a mirar tus ojos. El corazón me daba un vuelco y juraba que se notaba el sonrojo que aparecía en mis mejillas debido a tu cercanía, esa que me hacía tanto bien y que me negabas tanto. Sin embargo, la seriedad que transmitías era el inicio de lo que según tu, sería el fin de todo y para mi únicamente el inicio.
– ¿Quieres la verdad? – sonreía para ti – Simplemente es algo que sé, no me preguntes cómo o por qué, pero algo me dice que no me harías daño, de quererlo ya hace mucho que lo habrías hecho y aún si planeas hacerme daño no voy a irme – una me mis manos fue a delinear aquella mascara que cubría la realidad de tu persona – Soy libre y precisamente por eso es que haré lo que me parezca más conveniente. No voy a hacerte caso, quizás en algunas cosas pero no en todo, así que no me pidas que haga caso a todo, cuando haces también tanto como quieres.
Creía que dejaba clara mi posición; nada más parecería perturbarme en esos momentos hasta que me pediste algo que pensé que era imposible y mis ojos se enfocaron en la careta que cubría a tu verdadero ser. No sabía que era exactamente lo que planeabas pero estaba segura de que nada cambiaría con tus ordenes.
– Si el Zar lo pide – mis manos se dirigieron con seguridad a aquella máscara que era más una coraza para cubrirte del exterior y lentamente la removí, dejando ante mis ojos justo lo que esperaba. Un hombre. No encontraba nada de monstruo en ti, ese rostro era demasiado atractivo de hecho y si bien podía decirse que el demonio se aparece en cosas atractivas, sabía que contigo eso se equivocaba – Yo no veo nada de lo que deba huir, lo lamento – y sonreí. No apartaba mi mirada de cada una de las facciones que existían debajo de aquella coraza, la cual, por mera curiosidad trate de acomodar sobre mi rostro. Era algo curioso que aquel objeto material fuera tan poderoso, pues aunque se quedaba más o menos sobre mi rostro, era como estar completamente preso, no se veía todo el ambiente y claro, privaba del contacto – Bueno, ya vi lo que querías y sigo creyendo que no tengo que apartarme y de hecho no lo haré por más que lo digas o trates de demostrar cosas que no son…– hablaba mientras que parecía que habíamos invertido los papeles – por cierto, ¿Cómo se me ve? – me refería claro a aquella careta que usabas y la cual, ahora estaba en mi poder.
Un viaje en el curso del cual descubrirás que nada de todo aquello que creías ser era verdad.
Marc Levy
Nuestras historias eran diferentes y no conocía la tuya como para saber que era lo que te llevaba a cerrarte de esa manera. No podías culparme de mi manera de indagar y buscar saber más de ti cuando ocultabas tanto y no me decías aquello que realmente pudiera alejarme de ti, en cambio, decías lo justo para que mi curiosidad me arrastrara a ti y ya no importaba si es que me iba en esos momentos o me volvía un vampiro en los siguientes días, igual no dejaría de pensar en ti. Pensaría en esa mirada cargada de reproches sobre ti mismo y casa una de tus palabras con las que tratabas de salvarme. Me decía a mi misma que de hacer alguna locura, impulsada por tus palabras o rechazos, al final terminaría por tratar de encontrarte de nuevo, aunque me rechazaras o dijeras que me matarías.
Aunque Lara me hubiera contado mil veces las cosas sobrenaturales, tu forma de decirlo era completamente diferente y se sentía como si mi corazón se rompiera en mi pecho. Ser yo un vampiro simbolizaba entonces ser enemiga tuya, que nuestras esencias, como lo decías buscaran eliminarse y eso no podría soportarlo, así como tampoco soportaría que en algún momento se encontraran tu y Lara, para entonces de una forma más terrible de lo que esperaba terminara todo.
– Nunca nadie ha dicho que la naturaleza sea buena, enemigos naturales existen en todos lados y no es necesario que se tenga un virus, poseas conciencia a no. Los enemigos siempre existieron y siempre existirán, no hay nada de malo en eso – Te decía aquello con la mayor seguridad de la que era capaz, pero me dejabas pensando en todo lo que se desencadenaría con cualquiera de mis decisiones y eso era lo complicado para mi. Yo siempre estuve acostumbrada a que lo que optara por hacer, perjudicara solo a pocas personas, pero ahora perjudicaba a quienes más valoraba y tomar el camino erróneo no me era permitido.
No espere que la distancia entre nosotros se vería reducida y por eso fue que atine solo a mirar tus ojos. El corazón me daba un vuelco y juraba que se notaba el sonrojo que aparecía en mis mejillas debido a tu cercanía, esa que me hacía tanto bien y que me negabas tanto. Sin embargo, la seriedad que transmitías era el inicio de lo que según tu, sería el fin de todo y para mi únicamente el inicio.
– ¿Quieres la verdad? – sonreía para ti – Simplemente es algo que sé, no me preguntes cómo o por qué, pero algo me dice que no me harías daño, de quererlo ya hace mucho que lo habrías hecho y aún si planeas hacerme daño no voy a irme – una me mis manos fue a delinear aquella mascara que cubría la realidad de tu persona – Soy libre y precisamente por eso es que haré lo que me parezca más conveniente. No voy a hacerte caso, quizás en algunas cosas pero no en todo, así que no me pidas que haga caso a todo, cuando haces también tanto como quieres.
Creía que dejaba clara mi posición; nada más parecería perturbarme en esos momentos hasta que me pediste algo que pensé que era imposible y mis ojos se enfocaron en la careta que cubría a tu verdadero ser. No sabía que era exactamente lo que planeabas pero estaba segura de que nada cambiaría con tus ordenes.
– Si el Zar lo pide – mis manos se dirigieron con seguridad a aquella máscara que era más una coraza para cubrirte del exterior y lentamente la removí, dejando ante mis ojos justo lo que esperaba. Un hombre. No encontraba nada de monstruo en ti, ese rostro era demasiado atractivo de hecho y si bien podía decirse que el demonio se aparece en cosas atractivas, sabía que contigo eso se equivocaba – Yo no veo nada de lo que deba huir, lo lamento – y sonreí. No apartaba mi mirada de cada una de las facciones que existían debajo de aquella coraza, la cual, por mera curiosidad trate de acomodar sobre mi rostro. Era algo curioso que aquel objeto material fuera tan poderoso, pues aunque se quedaba más o menos sobre mi rostro, era como estar completamente preso, no se veía todo el ambiente y claro, privaba del contacto – Bueno, ya vi lo que querías y sigo creyendo que no tengo que apartarme y de hecho no lo haré por más que lo digas o trates de demostrar cosas que no son…– hablaba mientras que parecía que habíamos invertido los papeles – por cierto, ¿Cómo se me ve? – me refería claro a aquella careta que usabas y la cual, ahora estaba en mi poder.
Nathaly Rilke- Humano Clase Alta
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
Hirviendo. Así se sintieron vuestras manos sobre mi rostro. ¿Y por qué? No lo entendí, no quise hacerlo. Se suponía que era mi condenada especie la de la piel infernal, pero así y todo me quemabais. Cobarde, cerré los ojos al tacto. No quería ver lo que os estaba haciendo, porque era una canallada. Os amenazaba con promesas de muerte y abominación, pero era incapaz de mover un solo músculo para mostraros lo nocivo que podía ser, a pesar de que con eso generase un bien mayor. Para salvaros necesitaba lastimaros a conciencia, y no podía. Cada milímetro que os acercabais era una derrota. Por mi falta de osadía, moriríais en vuestro edén descolorido. A cambio, renaceríais en el mismo sitio que yo: la nada.
—Así os lo ordeno —murmuré antes de percibir el filo del aire helado castigando la faz que no veía la luz.
Por impulso más que por la razón tuve el arrojo de daros la cara. No sé de qué forma os vi que produjo en vos que me vierais de esa manera tan cercana. ¿Por qué? Nathaly, qué difícil me lo hicisteis. No era la mirada que buscaba. Se suponía que debíais aborrecer el tiempo que sólo la mitad de las veces pasaba por mi carne, asquearos ante él. Mi piel era la visión más engañosa; indicaba que podía ser vuestro hermano, cuando en realidad fácilmente podría haberos engendrado. Sonreíais y volvía a perder. Tenaz insolente. De todas las armas que existían para derribar a una persona, la que vos usabais era la que más aborrecía. Una contra la cual no se podía luchar. Ni siquiera vos. Iba ya una sonrisa. Si usabais una segunda, me dejaríais en ruinas. Ya no había coraza que me protegiera aunque fuera ficticiamente. Es que necesitaba creer que algo me mantenía separado de vos, o de otro modo yo…
—No lo lamentáis tanto como yo. No tenéis razón, no tenéis corazón. —ni por vos misma ni por los esfuerzos que hacía para no ceder ante esa voz siniestra que me llamaba.
De nuevo la penumbra y de nuevo el silencio precursor. Ahora comenzabais a aumentar el número de las fronteras atravesadas sintiendo lo que he sentido todos estos años bajo un antifaz. Los objetos tienen carga, ¿lo sabíais en ese entonces? ¿Qué esperabais obtener? Me preguntaba atento a vuestras reacciones; ninguna señal de arrepentimiento o de deseos de marcharos. ¡Qué lejos se había retirado la cautela! ¡Y con qué fuerza invadía la temeridad! Podía internar la fiereza de mis ansias hacia lo más oscuro de mi garganta, donde carcomía el oxígeno, pero entonces vuestros actos la levantaban, dejando que creciera. Estabais trabajando para que acudiera a vuestro encuentro. Y ya no sabía si lo hacíais involuntariamente o descaradamente consciente. Quería recuperar el control de la situación, ¿pero cómo ganar de un tirón tanto terreno doblegado a vuestra merced?
—Como algo que no debería ser. —os contesté. Esconderos, ¿vos por qué?— Sois justo la persona que no puede negarse al mundo, porque lo estaría castigando. ¿O vuestra merced alguna vez admiró un Rembrandt y pensó que debía guardarse de los ojos del hombre? Incluso, la pintura es inerte, y aún así inspiradora. Cuánto podéis hacer vos con sólo respirar. —hubiera continuado, pero en medio de mis palabras, irrumpió en mi mente la imagen de mi difunta mujer. Ella me sonreía, cómplice y mortalmente dulcificada. Pero lo peor fue que os miró a vos. Mis ojos se abrieron de par en par y mi boca… qué sé yo lo que pasó con mi boca. Sabía lo que significaba, pero no quería verlo— No… —supliqué— A ella no, Lorelei.
Os quería con dolor y sin medida. La licantropía volvía pasiones los sentimientos; si alguna vez llegaba a odiaros, sería con injusticia e inmisericordia. La prudencia de los que podían perder; esa era la vida. Y yo estaba un paso al lado de ella. Acerqué mis manos para recuperar de vuestro rostro la única de mis vestiduras que resultaba imprescindible para mi supervivencia, pero al hacerlo, la torpeza me jugó la peor de la pasadas. Porque rocé vuestros labios con los dedos. Y se heló el tiempo junto con el espacio. El antifaz se resbaló de mis dedos, impactando contra el piso. De un momento a otro, no os escuché más y apoyé idiotizado mi frente contra la vuestra. Las respiraciones se fundieron. Allí estabais vos y allí estaba yo; el cancerbero recibiendo intensamente el fuego que lo golpeaba, impiadoso, irregular. El balcón se inmovilizaba en la penumbra, desordenado y silencioso. Todo parecía abstraerse, eterno y nada de noble. Esa era nuestra vida.
—Es tiempo de que os vayáis, señorita Rilke. —no reconocí ni mi propia voz; el lobo la raspaba— Haré que volváis a salvo, pero no puedo hacerlo si os quedáis un minuto más. Largaos ya. Aquí no queda nada para vos, ya no. —se había ido.
Del fondo de las cosas se oía brotar y subir una melodía de palabras graves y lentas que nos quedaríamos escuchando a través de nuestros corazones: “Siempre” y “Nunca”. Porque por siempre moraría entre nosotros algo que nos haría volver al otro. Y porque nunca volveríamos a sentirnos tan vulnerables. Así pasarían las horas, los días, y los años. ¡Siempre! ¡Nunca! ¡La vida, nuestra vida!
—Así os lo ordeno —murmuré antes de percibir el filo del aire helado castigando la faz que no veía la luz.
Por impulso más que por la razón tuve el arrojo de daros la cara. No sé de qué forma os vi que produjo en vos que me vierais de esa manera tan cercana. ¿Por qué? Nathaly, qué difícil me lo hicisteis. No era la mirada que buscaba. Se suponía que debíais aborrecer el tiempo que sólo la mitad de las veces pasaba por mi carne, asquearos ante él. Mi piel era la visión más engañosa; indicaba que podía ser vuestro hermano, cuando en realidad fácilmente podría haberos engendrado. Sonreíais y volvía a perder. Tenaz insolente. De todas las armas que existían para derribar a una persona, la que vos usabais era la que más aborrecía. Una contra la cual no se podía luchar. Ni siquiera vos. Iba ya una sonrisa. Si usabais una segunda, me dejaríais en ruinas. Ya no había coraza que me protegiera aunque fuera ficticiamente. Es que necesitaba creer que algo me mantenía separado de vos, o de otro modo yo…
—No lo lamentáis tanto como yo. No tenéis razón, no tenéis corazón. —ni por vos misma ni por los esfuerzos que hacía para no ceder ante esa voz siniestra que me llamaba.
De nuevo la penumbra y de nuevo el silencio precursor. Ahora comenzabais a aumentar el número de las fronteras atravesadas sintiendo lo que he sentido todos estos años bajo un antifaz. Los objetos tienen carga, ¿lo sabíais en ese entonces? ¿Qué esperabais obtener? Me preguntaba atento a vuestras reacciones; ninguna señal de arrepentimiento o de deseos de marcharos. ¡Qué lejos se había retirado la cautela! ¡Y con qué fuerza invadía la temeridad! Podía internar la fiereza de mis ansias hacia lo más oscuro de mi garganta, donde carcomía el oxígeno, pero entonces vuestros actos la levantaban, dejando que creciera. Estabais trabajando para que acudiera a vuestro encuentro. Y ya no sabía si lo hacíais involuntariamente o descaradamente consciente. Quería recuperar el control de la situación, ¿pero cómo ganar de un tirón tanto terreno doblegado a vuestra merced?
—Como algo que no debería ser. —os contesté. Esconderos, ¿vos por qué?— Sois justo la persona que no puede negarse al mundo, porque lo estaría castigando. ¿O vuestra merced alguna vez admiró un Rembrandt y pensó que debía guardarse de los ojos del hombre? Incluso, la pintura es inerte, y aún así inspiradora. Cuánto podéis hacer vos con sólo respirar. —hubiera continuado, pero en medio de mis palabras, irrumpió en mi mente la imagen de mi difunta mujer. Ella me sonreía, cómplice y mortalmente dulcificada. Pero lo peor fue que os miró a vos. Mis ojos se abrieron de par en par y mi boca… qué sé yo lo que pasó con mi boca. Sabía lo que significaba, pero no quería verlo— No… —supliqué— A ella no, Lorelei.
Os quería con dolor y sin medida. La licantropía volvía pasiones los sentimientos; si alguna vez llegaba a odiaros, sería con injusticia e inmisericordia. La prudencia de los que podían perder; esa era la vida. Y yo estaba un paso al lado de ella. Acerqué mis manos para recuperar de vuestro rostro la única de mis vestiduras que resultaba imprescindible para mi supervivencia, pero al hacerlo, la torpeza me jugó la peor de la pasadas. Porque rocé vuestros labios con los dedos. Y se heló el tiempo junto con el espacio. El antifaz se resbaló de mis dedos, impactando contra el piso. De un momento a otro, no os escuché más y apoyé idiotizado mi frente contra la vuestra. Las respiraciones se fundieron. Allí estabais vos y allí estaba yo; el cancerbero recibiendo intensamente el fuego que lo golpeaba, impiadoso, irregular. El balcón se inmovilizaba en la penumbra, desordenado y silencioso. Todo parecía abstraerse, eterno y nada de noble. Esa era nuestra vida.
—Es tiempo de que os vayáis, señorita Rilke. —no reconocí ni mi propia voz; el lobo la raspaba— Haré que volváis a salvo, pero no puedo hacerlo si os quedáis un minuto más. Largaos ya. Aquí no queda nada para vos, ya no. —se había ido.
Del fondo de las cosas se oía brotar y subir una melodía de palabras graves y lentas que nos quedaríamos escuchando a través de nuestros corazones: “Siempre” y “Nunca”. Porque por siempre moraría entre nosotros algo que nos haría volver al otro. Y porque nunca volveríamos a sentirnos tan vulnerables. Así pasarían las horas, los días, y los años. ¡Siempre! ¡Nunca! ¡La vida, nuestra vida!
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
El tictac de un reloj me remachaba el cerebro con su falta de tino. Enamorada.
Alejandro Palomas
Ordenes que significaban más un grito de ayuda que nada en el mundo. Sabía que al momento de retirar de tu rostro aquello que te mantenía alejado del mundo te sentirías decepcionado, no necesitaba verte aquello que todos mencionaban tan misterioso para darme cuenta de que para mi siempre serías simplemente un hombre, no el monstruo que tu tratabas de mostrarme y él cual, existía únicamente en tu mente. Temías a que te viera normal o que de esa manera me sintiera más irremediablemente unida a ti; te equivocaste al creer que me alejaría y por eso era que me sentía entonces más cercana a ti. Había sido capaz de retirar aquella coraza que te cubría y veía finalmente lo que tanta curiosidad causaba a los demás.
Si tan solo pudieras haberte visto a través de mis ojos. Te podía asegurar que de haberlo hecho, lo ultimo que hubiera aparecido frente a ti y en tus pensamientos, sería un monstruo. Tus palabras denotaban únicamente el temor que tenías, que se volvía más latente ante la carencia del mío. Sonreí sin decir nada. Mi corazón existía aunque tal vez mi razón fallara la mayoría del tiempo, arrastrando a situaciones inesperadas y en varias ocasiones arriesgadas. Aquello que decías era únicamente para buscar como hacerme enojar, decepcionarme e irremediablemente alejarme de tu lado. Pero quien se llevara la decepción serías únicamente tú, pues a pesar de todo lo intentado; más que nunca, quería estar cerca de tu persona.
Hice una mueca. De sobra podía notar que aquel antifaz no estaba hecho para mi y tus palabras no pudieron ser más precisas. La sonrisa volví a cruzar mi rostro y mis ojos continuaban admirando cada parte de ti que finalmente me era permitida. Grabaría en mi memoria cada parte de tu rostro que ocultaras bajo aquella coraza, porque si no me dejabas verla nuevamente, no importaba; yo me imaginaría siempre aquel rostro debajo de la máscara y sería más feliz de lo que pudieses imaginar.
– Vaya, al menos pensamos igual respecto a algo. Este antifaz no debería usarlo yo según tu y desde yo lo veo, tampoco deberías usarlo – cuando deseaba ser capaz de ver aquel rostro más tiempo. A donde quiera que fuera el Zar de Rusia, esperaba poder admirarte de esa manera. Aún así deseas y soñar era inútil, pues sabía que te negarías de manera rotunda a que las cosas eran como yo decía pero al menos no me quedaba con las cosas, todo cuanto pensaba lo hablaría debido a la probabilidad que aquella fuera la ultima vez que nos halláramos de esa manera – Me encantaría poder verte así siempre – no supe que en entre tus palabras y mucho menos que entre nosotros existía alguien más, dispuesta a que cambiaras tu manera de pensar por más que te negaras a ello. Porque aquella mujer que te fuera arrancada una vez te amaba tanto que solo deseaba verte feliz.
El deseo de apartarme y llevarme conmigo aquel antifaz era demasiado grande. De haberme sido posible lo hubiera hecho, te hubiera dejado al descubierto y no me habría importado. Eras demasiado precavido y antes de que pudiera si quiera moverme de donde estaba, aquellas cálidas manos de las que eres poseedor ya retiraban tu coraza de mi rostro. Suspire ligero y el mundo pareció detenerse a nuestro alrededor cuando mis labios notaron la calidez de tus dedos. Mis ojos se mantenían fijos en los tuyos y el sonido del antifaz contra el suelo fue como cualquier otro imperceptible sonido.
Cerré los ojos apenas un instante, descubriendo al abrirlos como nuestras frentes estaban unidas. Te encontrabas tan cerca que mi corazón latió desbocado en mi pecho, alerta ante tu cercanía que no hacía más que alterarme, esperando que te quedaras de esa manera tan cercana para siempre. Cuantas ganas tenía de decirte que no te alejaras, que permanecieras así conmigo y de esa forma no tendrías que preocuparte más por el camino que eligiera porque irremediablemente serías tú; sería una vida que buscaría a tu lado y una cercanía que en esos momentos eras incapaz de brindarme por mucho tiempo. Preciso el tiempo es el que nos jugaba en contra cuando yo trataba de permanecer ahí, con todo lo demás a nuestro alrededor invisible y tú, me echabas sin más, a pesar de que podía notar en tu cercanía que tampoco querías que lo hiciera; tus palabras confirmaron eso.
– Si eso es lo que el Zar quiere, no puedo negarme – Poseías la capacidad y el poder de echarme de aquel sitio en el momento en que más desearas; yo no era nadie para poder evitarlo, pero antes de eso me llevaría tu recuerdo y te dejaría como siempre mi imprudencia.
Ya no me importaba nada más, igual me iría después de aquello y fue por eso que aproveche tu cercanía e impedí que te alejaras. Mis manos fueron a posarse sobre tus mejillas y la sonrisa apareció una vez más en mi rostro, la última sonrisa de esa noche.
– Queda más de lo que te imaginas, pero no quieres aceptarlo – yo tampoco quería. No buscaba decir que era el hombre más importante de mi vida, que no podías desaparecer ni un segundo de mis pensamientos y que te quería como nunca pensé llegar a querer, con todo y tus palabras firmes, la manera de rechazarme y echarme. Ya no pensaba decir anda más, solamente me deje llevar y mis labios encontraron los tuyos en un suave beso que dejaba como despedida. Mis manos soltaron tu rostro y mis labios se separaron de los tuyos. No existieron más sonrisas, solo la huida. Apresure mis pasos por el camino que antes siguiéramos hasta aquel lugar. Aparecí en el salón donde estaban los asistentes al baile, no repare en si me observaban o no; buscaba salir de aquel lugar antes de que decidiera regresar sobre mis pasos y de manee firme decirte que no te dejaría, contrario a eso salía del gran palacio en busca de la libertad que no quería más, a menos que fuera aquella que existía en mi al encontrarme a tu lado.
Alejandro Palomas
Ordenes que significaban más un grito de ayuda que nada en el mundo. Sabía que al momento de retirar de tu rostro aquello que te mantenía alejado del mundo te sentirías decepcionado, no necesitaba verte aquello que todos mencionaban tan misterioso para darme cuenta de que para mi siempre serías simplemente un hombre, no el monstruo que tu tratabas de mostrarme y él cual, existía únicamente en tu mente. Temías a que te viera normal o que de esa manera me sintiera más irremediablemente unida a ti; te equivocaste al creer que me alejaría y por eso era que me sentía entonces más cercana a ti. Había sido capaz de retirar aquella coraza que te cubría y veía finalmente lo que tanta curiosidad causaba a los demás.
Si tan solo pudieras haberte visto a través de mis ojos. Te podía asegurar que de haberlo hecho, lo ultimo que hubiera aparecido frente a ti y en tus pensamientos, sería un monstruo. Tus palabras denotaban únicamente el temor que tenías, que se volvía más latente ante la carencia del mío. Sonreí sin decir nada. Mi corazón existía aunque tal vez mi razón fallara la mayoría del tiempo, arrastrando a situaciones inesperadas y en varias ocasiones arriesgadas. Aquello que decías era únicamente para buscar como hacerme enojar, decepcionarme e irremediablemente alejarme de tu lado. Pero quien se llevara la decepción serías únicamente tú, pues a pesar de todo lo intentado; más que nunca, quería estar cerca de tu persona.
Hice una mueca. De sobra podía notar que aquel antifaz no estaba hecho para mi y tus palabras no pudieron ser más precisas. La sonrisa volví a cruzar mi rostro y mis ojos continuaban admirando cada parte de ti que finalmente me era permitida. Grabaría en mi memoria cada parte de tu rostro que ocultaras bajo aquella coraza, porque si no me dejabas verla nuevamente, no importaba; yo me imaginaría siempre aquel rostro debajo de la máscara y sería más feliz de lo que pudieses imaginar.
– Vaya, al menos pensamos igual respecto a algo. Este antifaz no debería usarlo yo según tu y desde yo lo veo, tampoco deberías usarlo – cuando deseaba ser capaz de ver aquel rostro más tiempo. A donde quiera que fuera el Zar de Rusia, esperaba poder admirarte de esa manera. Aún así deseas y soñar era inútil, pues sabía que te negarías de manera rotunda a que las cosas eran como yo decía pero al menos no me quedaba con las cosas, todo cuanto pensaba lo hablaría debido a la probabilidad que aquella fuera la ultima vez que nos halláramos de esa manera – Me encantaría poder verte así siempre – no supe que en entre tus palabras y mucho menos que entre nosotros existía alguien más, dispuesta a que cambiaras tu manera de pensar por más que te negaras a ello. Porque aquella mujer que te fuera arrancada una vez te amaba tanto que solo deseaba verte feliz.
El deseo de apartarme y llevarme conmigo aquel antifaz era demasiado grande. De haberme sido posible lo hubiera hecho, te hubiera dejado al descubierto y no me habría importado. Eras demasiado precavido y antes de que pudiera si quiera moverme de donde estaba, aquellas cálidas manos de las que eres poseedor ya retiraban tu coraza de mi rostro. Suspire ligero y el mundo pareció detenerse a nuestro alrededor cuando mis labios notaron la calidez de tus dedos. Mis ojos se mantenían fijos en los tuyos y el sonido del antifaz contra el suelo fue como cualquier otro imperceptible sonido.
Cerré los ojos apenas un instante, descubriendo al abrirlos como nuestras frentes estaban unidas. Te encontrabas tan cerca que mi corazón latió desbocado en mi pecho, alerta ante tu cercanía que no hacía más que alterarme, esperando que te quedaras de esa manera tan cercana para siempre. Cuantas ganas tenía de decirte que no te alejaras, que permanecieras así conmigo y de esa forma no tendrías que preocuparte más por el camino que eligiera porque irremediablemente serías tú; sería una vida que buscaría a tu lado y una cercanía que en esos momentos eras incapaz de brindarme por mucho tiempo. Preciso el tiempo es el que nos jugaba en contra cuando yo trataba de permanecer ahí, con todo lo demás a nuestro alrededor invisible y tú, me echabas sin más, a pesar de que podía notar en tu cercanía que tampoco querías que lo hiciera; tus palabras confirmaron eso.
– Si eso es lo que el Zar quiere, no puedo negarme – Poseías la capacidad y el poder de echarme de aquel sitio en el momento en que más desearas; yo no era nadie para poder evitarlo, pero antes de eso me llevaría tu recuerdo y te dejaría como siempre mi imprudencia.
Ya no me importaba nada más, igual me iría después de aquello y fue por eso que aproveche tu cercanía e impedí que te alejaras. Mis manos fueron a posarse sobre tus mejillas y la sonrisa apareció una vez más en mi rostro, la última sonrisa de esa noche.
– Queda más de lo que te imaginas, pero no quieres aceptarlo – yo tampoco quería. No buscaba decir que era el hombre más importante de mi vida, que no podías desaparecer ni un segundo de mis pensamientos y que te quería como nunca pensé llegar a querer, con todo y tus palabras firmes, la manera de rechazarme y echarme. Ya no pensaba decir anda más, solamente me deje llevar y mis labios encontraron los tuyos en un suave beso que dejaba como despedida. Mis manos soltaron tu rostro y mis labios se separaron de los tuyos. No existieron más sonrisas, solo la huida. Apresure mis pasos por el camino que antes siguiéramos hasta aquel lugar. Aparecí en el salón donde estaban los asistentes al baile, no repare en si me observaban o no; buscaba salir de aquel lugar antes de que decidiera regresar sobre mis pasos y de manee firme decirte que no te dejaría, contrario a eso salía del gran palacio en busca de la libertad que no quería más, a menos que fuera aquella que existía en mi al encontrarme a tu lado.
Nathaly Rilke- Humano Clase Alta
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Re: Me dais paz, aunque por dentro esté en guerra - Nathaly Rilke [El Baile de los Hielos Nacientes]
Vuestro calor sobre el mío me sofocaba. Esas manos… vos no entendías lo que pasaba dentro de mí cada vez que os acercabais de esa manera. Y como un loco esperé que lo hicierais; así cuidaríais vuestros pasos mientras estuvierais próxima a mí. Pero «cuidado» no cabía en vuestra razón, así como «libertad» había abandonado mi cuerpo. ¿Cómo aceptar lo que fuera que me permitiera alcanzaros, si podía ceder implicaba destruir eso que amaba de vos? Mis pensamientos se quebraron cuando llegasteis a mí con esos labios . Me enseñasteis cómo encontrar la muerte en un beso. Suspiré en vuestra boca, inconsciente e intensamente. De a poco, pero implacable, me fuisteis destruyendo. Un poco más y nada hubiera impedido que os encerrara conmigo para mediros y dominaros con mi aliento la piel. Y me sentí solo cuando nuestros labios se separaron. Mis ojos se mantuvieron cerrados con quemante asfixia; si los abría a encontrar los vuestros, creedme que no pararía.
Así me quedé, como un patético animal, esperando a que os fuerais. Apenas me moví; creo que no lo hice en absoluto sino hasta cuando mi olfato me dijo que habíais vuelto a la multitud. Mi mano derecha tuvo que sostener mi torso, agitado hasta la médula por lo que había acontecido. Impulsos en masa habían acudido a vuestro encuentro, y yo los había asesinado. Nada hubiera querido más aquel idiota que consumir voraz la ternura de vuestro ser. ¡Y no entendía que no! El corazón me pesaba, y era por vos. ¡Qué ganas de arrancármelo del pecho y que no volviera nunca más! A él quería borrar de la faz de la tierra, no a vos, Nathaly. ¿Cómo hacéroslo entender? ¿Cómo hacérmelo a mí entender? Sabía que debía pagar, pero no era justo, ¡injusticia!
—Que se vaya todo al infierno —gruñí con una frustración que escapó de mis manos.
Lo que vino fue muy parecido al caos. Me retiré casi corriendo hacia los pasillos que daban a mis cuartos, arrancándome los adornos, las prendas y las medallas de oro centellante. Oí la tela rasgarse; que se fuera al demonio. Estaba furioso, y eso nunca era bueno. Cuando empecé a desquitarme con los objetos a mi paso, la servidumbre se asustó e intentó retenerme, pero no comprendían que una vez desatada la ira de un licántropo, era como el efecto bola de nieve. Vencía la gravedad y la entropía.
—¡Majestad, calmaos, por favor! —oí que me imploraron. Ni los vi.
La furia conmigo mismo era tan ciega que tomé a uno de los desafortunados del cuello de su camisa y lo arrojé varios metros a lo lejos. Más individuos se aproximaron tratando de pacificarme.
—¡No! ¡Dejadme! —me hice hacia atrás, arrinconándome como alimaña. Me miraban como tal; sólo vos lo hacíais como si fuera un hombre— Mentirosos… ¡todos mienten! —algo impactó en mí. Un desmayo sobrevino en mí. Demasiadas emociones.
Justo antes de perder por completo la conciencia, en medio del caos y el desorden, logré distinguir a Marianne, mi principal ama de llaves, acercándose con cautela. Sólo cuando me sacó de allí y me guió a mi lecho, logré volver en mí, pero la frustración no se fue. ¿Qué queréis que os diga? Odiaba el Palacio edificado sobre sangre y cadáveres; maldecía las personas a mi cargo, toda una nación reclamándome; repudiaba a los aduladores, que mientras más agasajos regurgitaban, más extirpaban de mí; y me odiaba a mí mismo, por sobre todas las cosas, por dejaros ir.
Pasaron los minutos. Cuando el color regresó a mis mejillas, Marianne soltó lo que tenía que decir, hincada, mirándome sentado y con la cabeza gacha.
—Ha sido por la señorita Rilke, ¿no es cierto? —levanté la vista sin ánimos. No contesté nada—Los vi. Es mi deber observar hasta demasiado.
No quería hablar de eso; pronunciar vuestro nombre me haría cometer insólitos actos de los que me arrepentiría. Era capaz de, en donde estuvierais, arrancaros. Nada de preguntar opiniones o dar porqués. Así es esta maldición.
—El muchacho al cual agredí… ¿se encuentra bien?
—Ha tenido días mejores, pero nada grave le pasó. Está asustado, nada más.
¿Nada más? Entenderéis que ese «nada más» siempre se usa para bajar el perfil a las desfachateces más mayúsculas. Sólo lo usasteis de muñeco de trapo, sólo eso, no importa. ¡Tenía la importancia del mundo! Si eso había hecho con un individuo por frenar las sensaciones que generasteis, ¿de qué hubiera sido capaz con vos si cedía ante aquella corriente? Marianne no me dejó reflexionar al respecto.
—Majestad, con el respeto que merecéis, esta joven os ha alterado en más de una ocasión; no entiende de límites y no acata protocolos. No os ayuda a vivir como un hombre; mirad lo que os ha hecho. ¿Por qué pasar por esto? Podría acabarse vuestro suplicio si tan solo dejarais de tolerar su comportamiento avasallador.
Como Zar me incorporé, negando con mi cabeza dicha afirmación, antes de dirigirme a la ventana que daba al exterior. Tal como mis instintos me habían notificado, estabais allí, subiendo al carruaje que os llevaría a un lugar realmente seguro, uno que os prometiera guareceros del peligro, pero nunca lo suficientemente lejos como para apartaros de mí. Porque, Nathaly, yo os seguiría adonde fuese.
—No, Marianne. El problema no es tolerarla. —mi mano derecha acarició el vidrio empañado, acariciando vuestra imagen a la lejanía— No soporto verla marchar; ese es el problema.
Esa noche me lo hicisteis ver. Aunque pasáramos nuestras vidas huyendo el uno del otro, tarde o temprano nuestras almas volverían a necesitarse. Ya os necesitaba. Y lo haría eternamente.
Así me quedé, como un patético animal, esperando a que os fuerais. Apenas me moví; creo que no lo hice en absoluto sino hasta cuando mi olfato me dijo que habíais vuelto a la multitud. Mi mano derecha tuvo que sostener mi torso, agitado hasta la médula por lo que había acontecido. Impulsos en masa habían acudido a vuestro encuentro, y yo los había asesinado. Nada hubiera querido más aquel idiota que consumir voraz la ternura de vuestro ser. ¡Y no entendía que no! El corazón me pesaba, y era por vos. ¡Qué ganas de arrancármelo del pecho y que no volviera nunca más! A él quería borrar de la faz de la tierra, no a vos, Nathaly. ¿Cómo hacéroslo entender? ¿Cómo hacérmelo a mí entender? Sabía que debía pagar, pero no era justo, ¡injusticia!
—Que se vaya todo al infierno —gruñí con una frustración que escapó de mis manos.
Lo que vino fue muy parecido al caos. Me retiré casi corriendo hacia los pasillos que daban a mis cuartos, arrancándome los adornos, las prendas y las medallas de oro centellante. Oí la tela rasgarse; que se fuera al demonio. Estaba furioso, y eso nunca era bueno. Cuando empecé a desquitarme con los objetos a mi paso, la servidumbre se asustó e intentó retenerme, pero no comprendían que una vez desatada la ira de un licántropo, era como el efecto bola de nieve. Vencía la gravedad y la entropía.
—¡Majestad, calmaos, por favor! —oí que me imploraron. Ni los vi.
La furia conmigo mismo era tan ciega que tomé a uno de los desafortunados del cuello de su camisa y lo arrojé varios metros a lo lejos. Más individuos se aproximaron tratando de pacificarme.
—¡No! ¡Dejadme! —me hice hacia atrás, arrinconándome como alimaña. Me miraban como tal; sólo vos lo hacíais como si fuera un hombre— Mentirosos… ¡todos mienten! —algo impactó en mí. Un desmayo sobrevino en mí. Demasiadas emociones.
Justo antes de perder por completo la conciencia, en medio del caos y el desorden, logré distinguir a Marianne, mi principal ama de llaves, acercándose con cautela. Sólo cuando me sacó de allí y me guió a mi lecho, logré volver en mí, pero la frustración no se fue. ¿Qué queréis que os diga? Odiaba el Palacio edificado sobre sangre y cadáveres; maldecía las personas a mi cargo, toda una nación reclamándome; repudiaba a los aduladores, que mientras más agasajos regurgitaban, más extirpaban de mí; y me odiaba a mí mismo, por sobre todas las cosas, por dejaros ir.
Pasaron los minutos. Cuando el color regresó a mis mejillas, Marianne soltó lo que tenía que decir, hincada, mirándome sentado y con la cabeza gacha.
—Ha sido por la señorita Rilke, ¿no es cierto? —levanté la vista sin ánimos. No contesté nada—Los vi. Es mi deber observar hasta demasiado.
No quería hablar de eso; pronunciar vuestro nombre me haría cometer insólitos actos de los que me arrepentiría. Era capaz de, en donde estuvierais, arrancaros. Nada de preguntar opiniones o dar porqués. Así es esta maldición.
—El muchacho al cual agredí… ¿se encuentra bien?
—Ha tenido días mejores, pero nada grave le pasó. Está asustado, nada más.
¿Nada más? Entenderéis que ese «nada más» siempre se usa para bajar el perfil a las desfachateces más mayúsculas. Sólo lo usasteis de muñeco de trapo, sólo eso, no importa. ¡Tenía la importancia del mundo! Si eso había hecho con un individuo por frenar las sensaciones que generasteis, ¿de qué hubiera sido capaz con vos si cedía ante aquella corriente? Marianne no me dejó reflexionar al respecto.
—Majestad, con el respeto que merecéis, esta joven os ha alterado en más de una ocasión; no entiende de límites y no acata protocolos. No os ayuda a vivir como un hombre; mirad lo que os ha hecho. ¿Por qué pasar por esto? Podría acabarse vuestro suplicio si tan solo dejarais de tolerar su comportamiento avasallador.
Como Zar me incorporé, negando con mi cabeza dicha afirmación, antes de dirigirme a la ventana que daba al exterior. Tal como mis instintos me habían notificado, estabais allí, subiendo al carruaje que os llevaría a un lugar realmente seguro, uno que os prometiera guareceros del peligro, pero nunca lo suficientemente lejos como para apartaros de mí. Porque, Nathaly, yo os seguiría adonde fuese.
—No, Marianne. El problema no es tolerarla. —mi mano derecha acarició el vidrio empañado, acariciando vuestra imagen a la lejanía— No soporto verla marchar; ese es el problema.
Esa noche me lo hicisteis ver. Aunque pasáramos nuestras vidas huyendo el uno del otro, tarde o temprano nuestras almas volverían a necesitarse. Ya os necesitaba. Y lo haría eternamente.
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