AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Complicidades con la luna || Libre
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Complicidades con la luna || Libre
Todo hombre es como la Luna: con una cara oscura que a nadie enseña.
- Mark Twain
- Mark Twain
Solo se podía captar el sonido de una gota caer contra un vaso de agua. ¿De verdad era agua? No, en realidad era algo prohibido para los humanos, y deseado para los vampiros. Una cabaña en medio del bosque, resaltaba en medio de la oscuridad. La cantidad de velas que estaban encendidas incluso dejaban un aura de calor un poco insoportable para quien estaba siendo torturado, para quien disfrutaba de la vista solo era un extra, el calor puede ayudar a crear mejor cada movimiento, pues no estas preocupado por cubrirte la piel, traer ropa incomoda encima a causa del frío, al menos se podía mover mejor.
Los gritos comenzaron a hacerse presente en medio de la tranquilidad. Aquel vampiro estaba siendo torturado con salivas de licántropo, dicen que suelen ser incluso acidas para ellos, por eso Angelique disfrutaba desmintiendo o afirmando las palabras de las personas. Aquella noche estaba especialmente aburrida, Charles llevaba un tiempo fuera de la ciudad, extrañaba en demasiada a su familia, su primo, su amante, le hacía falta sentir que alguien controlaba su figura, que alguien controlaba sus pensamientos y sus deseos. Charles tenía la habilidad de poner en su lugar a la bruja con simples palabras, cosa que la hacían odiarlo o adorarlo.
Efectivamente, después de varias inyecciones de saliva de licántropo, aquel vampiro había caído en un estado… ¿De shock? No importaba, la joven se había aburrido, para ella había sido demasiado sencillo y demasiado rápido haberlo dejado de esa manera. Bufó, rodó los ojos, y se puso de pie - Desátenlo - Ordenó a sus sirvientes con su voz completamente tranquila, como si estuviera en medio de una fiesta de sociedad donde no apartaba de su rostro aquella sonrisa fingida.
La joven comenzó a verter gasolina en el cuerpo inmovible del vampiro. Sonrió al notar como aquellos ojos eran lo único que podía moverse, y como el rostro de la aberración comenzaba a tornar suplicante. Ni siquiera le dio tiempo para que reaccionara. La vela que había tomado segundos antes caía con rapidez hasta estrellarse con el cuerpo del ser de la noche. La sonrisa de la rubia se amplió, de tal manera que aterró a sus sirvientes.
No le tomó mucho tiempo seguir en aquella cabaña, la joven odiaba el olor a quemado, odiaba el tener que estar con seres tan inferiores, odiaba casi todo lo que no fuera, a su consideración, digno de ella. Esta vez, no pidió que la acompañaran de regreso a su castillo, prefería caminar por el bosque, siempre se identifico con aquella naturaleza, pues podía ser hermosa pero engañosa al mismo tiempo. Angelique era así, una mujer hermosa, que podía tomarse como alguien completamente delicado, pero conforme pasaba el tiempo y la ibas conociendo te dabas cuenta que detrás de ese hermoso rostro de porcelana, se encontraba uno de los peores demonios hecho mujer.
Se deslizaba con destreza entre la oscuridad aterradora de bosque, disfrutaba de los sonidos escalofriantes que se producían dentro de él. Se sentía abrazada por su habitad natural - ¿Dirás que no ves? Yo sé que si, los demonios me siguen a todos lados, me quieren seducir, me quieren caer, pero eso no pasará - Se hablaba a ella misma recordando que las tentaciones humanas podían truncar sus planes, sin duda no estaba dispuesta a flaquear, no cuando estaba en el mejor momento de su vida.
Los gritos comenzaron a hacerse presente en medio de la tranquilidad. Aquel vampiro estaba siendo torturado con salivas de licántropo, dicen que suelen ser incluso acidas para ellos, por eso Angelique disfrutaba desmintiendo o afirmando las palabras de las personas. Aquella noche estaba especialmente aburrida, Charles llevaba un tiempo fuera de la ciudad, extrañaba en demasiada a su familia, su primo, su amante, le hacía falta sentir que alguien controlaba su figura, que alguien controlaba sus pensamientos y sus deseos. Charles tenía la habilidad de poner en su lugar a la bruja con simples palabras, cosa que la hacían odiarlo o adorarlo.
Efectivamente, después de varias inyecciones de saliva de licántropo, aquel vampiro había caído en un estado… ¿De shock? No importaba, la joven se había aburrido, para ella había sido demasiado sencillo y demasiado rápido haberlo dejado de esa manera. Bufó, rodó los ojos, y se puso de pie - Desátenlo - Ordenó a sus sirvientes con su voz completamente tranquila, como si estuviera en medio de una fiesta de sociedad donde no apartaba de su rostro aquella sonrisa fingida.
La joven comenzó a verter gasolina en el cuerpo inmovible del vampiro. Sonrió al notar como aquellos ojos eran lo único que podía moverse, y como el rostro de la aberración comenzaba a tornar suplicante. Ni siquiera le dio tiempo para que reaccionara. La vela que había tomado segundos antes caía con rapidez hasta estrellarse con el cuerpo del ser de la noche. La sonrisa de la rubia se amplió, de tal manera que aterró a sus sirvientes.
No le tomó mucho tiempo seguir en aquella cabaña, la joven odiaba el olor a quemado, odiaba el tener que estar con seres tan inferiores, odiaba casi todo lo que no fuera, a su consideración, digno de ella. Esta vez, no pidió que la acompañaran de regreso a su castillo, prefería caminar por el bosque, siempre se identifico con aquella naturaleza, pues podía ser hermosa pero engañosa al mismo tiempo. Angelique era así, una mujer hermosa, que podía tomarse como alguien completamente delicado, pero conforme pasaba el tiempo y la ibas conociendo te dabas cuenta que detrás de ese hermoso rostro de porcelana, se encontraba uno de los peores demonios hecho mujer.
Se deslizaba con destreza entre la oscuridad aterradora de bosque, disfrutaba de los sonidos escalofriantes que se producían dentro de él. Se sentía abrazada por su habitad natural - ¿Dirás que no ves? Yo sé que si, los demonios me siguen a todos lados, me quieren seducir, me quieren caer, pero eso no pasará - Se hablaba a ella misma recordando que las tentaciones humanas podían truncar sus planes, sin duda no estaba dispuesta a flaquear, no cuando estaba en el mejor momento de su vida.
Angelique Delacroix- Hechicero Clase Alta
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Re: Complicidades con la luna || Libre
Medianoche. El reloj del salón de té de la mansión Destutt de Tracy anunciaba a las tropas que ya podían rendirse. Empleados aún en pié quedaban muy pocos, sólo aquellos que se habían quedado desarrollando las tareas más pesadas. Y claro, con Quentin supervisándolos, más lejos verían el momento de llegar a sus camas. El hombre de manos enguantadas se encontraba específicamente verificando que la labor de darle brillo a los zapatos de la ama fuera eficazmente realizada. A pesar de los esmeros del niño que había sido asignado a esa tarea por sus manos pequeñas, el resultado no era el esperado por el mayordomo, quien lo observaba pacientemente con sus brazos cruzados sobre su abdomen. El menor lo miraba constantemente entre pulida y pulida, esperando su aprobación, mas Quentin seguía mostrándose inconforme.
—Están opacos. Nada obtendrás frotando más fuerte; sólo maltratarás el material. Hazlo suave y lentamente. —claramente hablaba desde su propia experiencia. “Si vas a ordenar a los sirvientes hacer algo, debes saber hacerlo a la perfección” era uno de sus lemas. Alzó la mirada nuevamente después de unos minutos y se encontró con el par de zapatos sobre la mesa. Los tomó e inspeccionó, haciendo tintinear sus ojos azules.— Así está mejor. Puedes irte.
El niño se fue y el hombre se quedó en su lugar, metiendo los zapatos en cajas encintadas para cubrirlos con una tela protectora. De forma accesoria, introdujo al interior del contenedor un diminuto pedazo de madera de eucalipto para aromatizar. Perfecto; sólo unos segundos pasados de las doce y ya casi había finalizado su jornada. Casi. Había algo que no debía faltar. Miró hacia arriba, visualizando el techo bajo la recámara de su ama, y no sin antes dejar todo en su lugar, se encaminó hacia las escaleras sin hacer mayor ruido.
Se quedó junto a la puerta de Bárbara, oyendo a través de ella el silencioso respirar de su ama. Si bien resultaba tranquilizador, no aseguraba nada. Con prudencia, abrió tan sólo unos centímetros la entrada a la habitación y miró por aquel espacio que había libre. Había ocasiones en que la ama tenía pesadillas. Debía asegurarse de que su día también hubiera terminado; después de jornadas difíciles solía luchar con las sábanas hasta caer rendida en altas horas de la madrugada. La razón era simple: Si ella no cerraba sus ojos para dormir, el mayordomo no se convertía en Quentin. No existían las opciones. Al menos se notaba en un profundo sueño. Era suficiente. El varón cerró la puerta con el mismo sigilo con que la abrió y depositó sus guantes blancos sobre la mesa del pasillo. El viaje de su dueña hacia los brazos de Morfeo le había dado el permiso necesario para —al menos durante la noche— ser Quentin.
—Bonne nuit, Madame —susurró antes de abandonar el lugar por unas horas antes de volver a comenzar. Sólo las paredes de la fría mansión lo habían oído.
¿Por qué el bosque? ¿Por qué de noche? ¿Por qué durante el invierno? Para una persona normal, porque sencillamente estaba loco. Para Quentin, porque nadie más se atrevería a transitar por ahí en esas circunstancias. Nadie lo molestaría. Podría beber con toda la lentitud y comodidad que quisiera su mate hirviente. Así se disfrutaba mejor de ese brebaje para un ciudadano enseñado y circunspecto como él: siendo iluminado solamente por la luna y sentado en una fuerte rama de un árbol. Gracias a su fortuna, su habilidad para trepar árboles descubierta en su niñez no lo había abandonado y podía darse lujos como esos. Nada como aflojarse el uniforme y engañar al frío con una tibia bebida. Pero, por supuesto, ninguna noche solitaria podía ser coronada sin recordar viejos pasajes de su vida, como aquellos tiempos en que trabajaba para el sucio dueño de la casa de empeño.
—Valmorain, Valmorain —pensaba sonriendo casi con ironía— Apuesto a que esa no te la esperabas. Llevabas años robándoles cosas a otros. Tarde o temprano alguien tomaría lo algo tuyo de vuelta. —el pasar de los semestres volvía más claros los hechos remotos. Cada vez que reflexionaba en torno a ello sacaba algo nuevo.
Pero entonces, una femenina voz acercándose ingresó por sus oídos, haciéndolo dejar de beber para escuchar con mayor cuidado. ¿Se trataba acaso de una mujer caminando sola por esos sitios? Dos opciones: o era de muy mal traer o tenía asuntos sucios que ocultar. Tenía que comprobarlo él mismo, o de otra manera dejaría todo al azar, cosa que detestaba. Evitando moverse demasiado, giró sus ojos bañados en luz de luna hacia abajo y la encontró a ella. Halló a una mujer de altanero andar y severa mirada. ¿La primera impresión acerca de aquella dama? Que no estaba ahí de casualidad o porque se hubiera perdido; incluso, se mostraba empoderada de la flora que la rodeaba, como si estuviese esperando que se inclinara a sus pies. Una fémina caprichosa, hubiese dicho un hombre promedio, pero Quentin era más observador que eso. En su mirada encontró fortaleza, perfeccionismo, pasión, inteligencia, y lo más peligroso de todo: falta de límites. De pronto el individuo recordó la primera vez que vio un felino enjaulado en el circo. Ella no estaba enjaulada, pero para él era como ver pasear a un puma bajo sus pies; una peligrosa y hermosa visión.
No dijo Quentin palabra alguna. ¿Para qué? Si ella era tan astuta como él imaginaba por los signos no verbales que destilaba su cuerpo, no tardaría en descubrirlo.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
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Re: Complicidades con la luna || Libre
Angelique no era una bruja normal. Ella no se ocultaba porque le diera vergüenza lo que dijeran en la sociedad, para ella, de ser posible mostraría todo su poder para someter a base de medio a la plebe, pero no, estaba tan cómoda en su burbuja que guardaba silencio y se hacía pasar como una ciudadana normal, aunque no lo fuera. Por esa razón y otras más es que se adentraba al bosque, de esa forma, y en esas horas tan altas no tendría quien llegara a interrumpir sus charlas con la luna, o con esos tres demonios con quienes tenía trato. Cuando era interrumpida, quien lo hiciera tenía que sufrir las consecuencias, porque si, no se quedaba tranquila recibiendo disculpas, ese no era el modus operandi de la mujer. Ni siquiera con su misma familia o sus trabajadores más cercanos, de hecho, ellos mejor que nadie conocían sus manías, quizás por eso tanta lealtad y apego.
La rubia era poseedora de magia negra, aquello era evidente, pero muchos no estaban consientes de hasta donde esa clase de habilidades podía llegar. Por supuesto, ella si; desde que recuerda había hecho un pacto especial con tres demonios provenientes del Averno. Ellos hacían todo lo que la mujer pedía a cambio de almas, o en ocasiones de cuerpos en los cuales poder entrar, invadir y causar pánico por periodos en la comunidad. Para Angelique, aquellas criaturas eran como niños hambrientos de travesura y diversión, les había encontrado su lado, por eso ya llevaban tantos años con esos tratos exitosos. Pues claro, para ella no había margen de error. En ocasiones la joven disfrutaba de hacerse pasar como un alma caritativa, pues nunca sospechaban de sus andadas, y cuando un crimen o un asesinato atroz ocurría, ni siquiera por asomo sospechaban de ella.
Belial y Leviathan la acompañaban, ellos nunca se le despegaban, quizás su tiempo permaneciendo en el infierno los tenían aburridos, pues todo lo que la bruja hacía le era aplaudido por ese par. Ninguno de los dos la dejaban sola por temor a que le hicieran daño. Porque si, los demonios llegan a apagares a una criatura hasta incluso volverlos locos con su presencia, pero entre ellos habían armado un gran equipo.
"Hay figuras acercándose Angelique". En su mente resonó la voz grave de uno de sus acompañantes. La figura que más bien parecía una sombra reflejada por la ayuda de la luna, estaba dando vueltas en los terrenos cercanos, alerta, pero dada la tranquilidad que su voz mostraba, la rubia ni siquiera se inmutó. Por el contrario, esbozó una amplia sonrisa, quizás podría haber más de una tortura esa noche, o quizás una charla amena que mereciera dejar con vida a quien interrumpía su velada.
"Parece inofensivo, Angelique, pero recuerda podemos adentrarnos para saber que hay en él" La segunda voz, una aguda ahora no se quiso quedar atrás. Pero sólo ella entendía lo que decían, pues si alguien más se acercaba encontraría un terrible chillido que asimilaba a un animal siendo torturado. Las aves que según dormitaban empezaron a quejarse de los invasores, y de esa forma se fueron, dejando el área limpia.
- ¿Quién eres? ¿No te han dicho que el bosque es un lugar peligroso para cualquiera? Deberías de temer… Deberías correr y alejarte - Su sonrisa cálida apareció cuando giró el cuerpo segura de la localización del hombre. Sus ojos acostumbrados a las penumbras notaron la figura del susodicho, el rostro. Bueno, ella había visto mejores, pero sin duda era muy atractivo. ¿Un festín? Quizás uno hasta sexual podría tener, ya que su primo estaba lejos alguien podría atender sus necesidades. Angelique era una mujer exigente, no sólo en los trabajos diarios, en sus torturas, en sus empleados, o alguna que otra cosa, como lo sexual, por ejemplo. - Acércate, no soy quien te va a hacer daño esta noche, aun - Canturreó poniéndose de pie, pues la roca con la que se había sentado ya no le parecía tan cómoda. Acomodó sus telas para que la viera a la perfección, sin siquiera una arruga - ¿Tus amos te dan permiso de pasear por las noches? No deberías hacerlo, puedes ser una baja para ellos, es dinero perdido - Chasqueó la lengua en desaprobación, negó repetidas veces - El dinero lo es todo para está gente ¿no lo ves? - Molestaba un poco, pues en realidad para ella no sólo se trataba de dinero, sino de poder.
- ¿Cuál es tu nombre? - Preguntó por fin, un poco de conocimiento sobre el individuo no estaría para nada mal.
La rubia era poseedora de magia negra, aquello era evidente, pero muchos no estaban consientes de hasta donde esa clase de habilidades podía llegar. Por supuesto, ella si; desde que recuerda había hecho un pacto especial con tres demonios provenientes del Averno. Ellos hacían todo lo que la mujer pedía a cambio de almas, o en ocasiones de cuerpos en los cuales poder entrar, invadir y causar pánico por periodos en la comunidad. Para Angelique, aquellas criaturas eran como niños hambrientos de travesura y diversión, les había encontrado su lado, por eso ya llevaban tantos años con esos tratos exitosos. Pues claro, para ella no había margen de error. En ocasiones la joven disfrutaba de hacerse pasar como un alma caritativa, pues nunca sospechaban de sus andadas, y cuando un crimen o un asesinato atroz ocurría, ni siquiera por asomo sospechaban de ella.
Belial y Leviathan la acompañaban, ellos nunca se le despegaban, quizás su tiempo permaneciendo en el infierno los tenían aburridos, pues todo lo que la bruja hacía le era aplaudido por ese par. Ninguno de los dos la dejaban sola por temor a que le hicieran daño. Porque si, los demonios llegan a apagares a una criatura hasta incluso volverlos locos con su presencia, pero entre ellos habían armado un gran equipo.
"Hay figuras acercándose Angelique". En su mente resonó la voz grave de uno de sus acompañantes. La figura que más bien parecía una sombra reflejada por la ayuda de la luna, estaba dando vueltas en los terrenos cercanos, alerta, pero dada la tranquilidad que su voz mostraba, la rubia ni siquiera se inmutó. Por el contrario, esbozó una amplia sonrisa, quizás podría haber más de una tortura esa noche, o quizás una charla amena que mereciera dejar con vida a quien interrumpía su velada.
"Parece inofensivo, Angelique, pero recuerda podemos adentrarnos para saber que hay en él" La segunda voz, una aguda ahora no se quiso quedar atrás. Pero sólo ella entendía lo que decían, pues si alguien más se acercaba encontraría un terrible chillido que asimilaba a un animal siendo torturado. Las aves que según dormitaban empezaron a quejarse de los invasores, y de esa forma se fueron, dejando el área limpia.
- ¿Quién eres? ¿No te han dicho que el bosque es un lugar peligroso para cualquiera? Deberías de temer… Deberías correr y alejarte - Su sonrisa cálida apareció cuando giró el cuerpo segura de la localización del hombre. Sus ojos acostumbrados a las penumbras notaron la figura del susodicho, el rostro. Bueno, ella había visto mejores, pero sin duda era muy atractivo. ¿Un festín? Quizás uno hasta sexual podría tener, ya que su primo estaba lejos alguien podría atender sus necesidades. Angelique era una mujer exigente, no sólo en los trabajos diarios, en sus torturas, en sus empleados, o alguna que otra cosa, como lo sexual, por ejemplo. - Acércate, no soy quien te va a hacer daño esta noche, aun - Canturreó poniéndose de pie, pues la roca con la que se había sentado ya no le parecía tan cómoda. Acomodó sus telas para que la viera a la perfección, sin siquiera una arruga - ¿Tus amos te dan permiso de pasear por las noches? No deberías hacerlo, puedes ser una baja para ellos, es dinero perdido - Chasqueó la lengua en desaprobación, negó repetidas veces - El dinero lo es todo para está gente ¿no lo ves? - Molestaba un poco, pues en realidad para ella no sólo se trataba de dinero, sino de poder.
- ¿Cuál es tu nombre? - Preguntó por fin, un poco de conocimiento sobre el individuo no estaría para nada mal.
Angelique Delacroix- Hechicero Clase Alta
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