Atardecer [privado]

Se podía decir sin temor a equivocarse que la equitación era uno de los pasatiempos favoritos de la joven duquesa, tan solo superado por la esgrima por la cual se había apasionado desde pequeña. Sin embargo de esos dos era el primero el que no había podido realizar desde su llegada a Francia, lo cual había incrementado en ella el anhelo de llevarle a cabo por lo que decidió aprovechar la invitación que le había hecho uno de los personajes acaudalados de la ciudad parisiense. Le había conocido en una de las reuniones sociales que había realizado el embajador alemán y contaba dicho personaje con una majestuosa casa de campo en las afueras de la ciudad.

Fue del agrado de la joven el bajar del coche para encontrarse en un amplio campo rodeado de árboles frutales, se le había indicado que podía dirigirse a los establos sin necesidad de anunciarse más que con los empleados que la esperarían gustosos y ansiosos de agradar a la recién llegada, la verdad es que el caballero deseaba congraciarse con ella, buscando estrechar contactos con la sociedad alemana, lo cual le daría ventaja en sus asuntos comerciales por lo que al enterarse de que a la duquesa le encantaba la equitación no dudo dos veces en hacerle el ofrecimiento.

Vestida con un traje de montar, Eowyn recorrió las elegantes y extensas caballerizas, observando los diversos caballos que se presentaban ante su vista y deteniéndose a acariciar uno de color negro que llamó inmediatamente su atención. -A ese el señor le ha bautizado Relámpago.- le indicó el encargado del lugar. La joven sonrió al observar su brillante pelaje, como conocedora de los caballos se acercó a él y acarició suavemente su crin susurrándole unas palabras que tan solo el noble animal y ella alcanzaron a escuchar. -Prepare la montura.- Le indicó un momento después al mozo, orden que fue obedecida de inmediato por él, por lo que unos minutos después Eowyn cabalgaba sobre Relámpago, quien se abría paso corriendo sobre el pasto, interrumpiéndose de esa manera el silencio tan sólo por el sonido de sus cascos. La chica sonrió al sentir el suave roce del viento sobre su rostro y poco a poco al alejarse disminuyó el trote de su acompañante para así disfrutar del panorama. Le encantaba descubrir los diferentes tipos de árboles, ver algún nido en sus ramas u observar como los colibrís picoteaban sus frutos constituyéndose así en los únicos ladronzuelos de esa área.

En sus labios se dibujó una sonrisa, bajó ágilmente del lomo de Relámpago y tirando de su rienda suavemente caminó bajo el sol de la tarde que en ese momento iluminaba el lugar con un tono anaranjado. Detuvo sus pasos y giró su rostro al escuchar que alguien se acercaba, al parecer no era la única que se aventuraba en el lugar.

La invitación de mi gran amigo Jean Pierre siempre había sido una satisfacción de lo más regocijosa. Me encantaba quedar con las personas de mi mismo estamento social que tuviesen unas ideas claras sobre la nueva política sobre pagar los impuestos así como el ansiaa de libertad que había llevado París hasta ahora. Jean Pierre, este noble inglés -de más clase social que la mía-, estaba de acuerdo con mis ideas ilustradas así como las nuevas ideas que contenía el Romanticismo y modas pasadas. Un buen rato con él en sus hermosos y grandes jardines me animaría en este principio de invierno y, conl a invitación de este unos días antes por una carta, partí de mi casa vestido con un traje totalmente blanco con una corbata y un elegante chaleco negro, así como unos zapatos charol del mismo color.

No tardé en llegar, justo a la hora del té. Mi carruaje paró y, agradeciendo de nuevo a mi conductor, le pedí que me recogiese a las nueve y media de la tarde. Le di mi reloj de oro de bolsillo, pues el hombre sesentón siempre perdía la cabeza cuando iba sin orientación ni hora.
Entré a la gran mansión del sur de París, la cual estaba alejada de la sociedad. "Que envidia de casa", pensaba mientras entraba a su casa y preguntaba por el dueño.
Encontré al hombre en el patio trasero mientras montaba un corcél y, tras tanto hablar y conversar, acabé enterándome de que había más visita en el lugar. Una joven germánica la cual había acudido aquí con una invitación del señor de la casa, sin acordarse de mi entrevista vista hoy. Aun así, me pidió que agarrase el caballo blanco como las nubes y me encaminase en su búsqueda, pues marchó hace un rato a cabalgar por los grandes jardines y campos.

Al final me encontré montado en ese cuadrúpedo de blancos colores mientras observaba el gran pasto verde con sus flores y ese aroma lleno de vida y de elegancia. Era maravilloso, como rozar las nubes. Solo em centraba en los sonidos que el caballo hacía, que el viento azoraba el lugar, pero al escuchar por mi derecha y algo alejado los pasos rápidos de otro córcel más, supe que enseguida se trataba de aquella mujer germánica de nombre Eowyn. Me acerqué, dándole un estímulo al caballo, hacía la chica que cabalgaba el lugar y, poniéndome a su lado, le sonreí.

— Madamoaseille, ¿usted es Eowyn? — Pregunté mientras cabalgaba y frenábamos nuestros caballos en medio del pasto.

Tan solo un breve momento después de escuchar el ruido de cascos diferentes a los del corcel que le acompañaba Eowyn observó como un nuevo equino de la misma especie se acercaba contrastando enormemente con Relámpago pues se trataba de un ejemplar que competía en blancura con la nieve pero igualmente hermoso, ella le observó unos segundos pero al desviar la mirada hacia el jinete fue él quien retuvo su atención al percatarse inmediatamente de los inusuales rasgos del rostro de el personaje que se encontraba frente a ella siendo éstos muy finos y bastante singulares de una manera que se le figuró un tanto extraña pero al mismo tiempo muy llamativa.

No pasó por alto el elegante traje que portaba el cual le reveló que se encontraba ante una persona de alta alcurnia pues iba vestido según lo dictaba la ocasión, con un elegante traje blanco y unos zapatos tan brillantes que inmediatamente despertaron en ella algo de envidia y le incitaron a tomar nota mental de salir al día siguiente con el objetivo de adquirir una nueva colección de calzado que se acomodase a su gusto. Devolvió su atención a la persona frente a ella y asumió entonces que se trataría de otro invitado pues hasta donde sabía su anfitrión no contaba con parientes jóvenes y además no encontró la menor similitud de rasgos entre Jean Pierre y la persona que ahora indagaba quien era ella.

-Así es, soy Eowyn Von Richter.- Sonrió cortesmente al decirlo y le observó un par de segundos con curiosidad. -Asumo que será usted amigo de Jean Pierre.- Se preguntó si el caballero inglés se encontraría en la mansión de campo y a cuantas personas aparte de ella habría invitado al lugar, al principio había pensado que solamente a ella por lo que el percatarse de su error despertaba su curiosidad. -¿Le ha visto? Me temo que mi entusiasmo por cabalgar y por conocer el lugar me hayan incitado a hacerlo de una vez en cuanto llegué, sé que debí de haberme dirigido directamente a la mansión antes que nada para saludarle pero la belleza del campo y el deseo de encontrarme en el exterior logró que me dirigiese acá en primer lugar.- Llevó un dedo hasta sus labios para indicarle traviesamente que por favor guardase discreción.- Por favor no le diga que dije eso ni que me dejé seducir tan fácilmente por este hermoso corcel antes que gozar un rato de su compañía.-

La joven sonrió y acarició la cabeza de Relámpago un momento, era un mágnifico ejemplar pero además de eso había algo especial y majestuoso en él, algo que le diferenciaba de los otros corceles que había visto en la caballeriza, era como si estuviese al mando en lugar de la joven pero hubiese decidido hacerle un pequeño favor al permitirle montarle y hacerle creer que era ella quien llevaba las riendas. -¿Le ha enviado Jean Pierre a buscarme?- La expresión de su rostro cambió entonces por una más seria y algo inquieta. -Espero que si fue así no sea por alguna razón alarmante ni haya sucedido algo malo.-

Aquel hermoso caballo que portaba la mujer era un ejemplar de lo más hermoso con una velocidad considerable y una manseza de lo más respetable, pero lo que hacía más de notar era la sabiduría de la mujer por aquellos corceles. Parecía una mujer elegante que en su tiempo libre haría eso, por eso no la judge, a pesar de que era casa ajena. Cada uno tenía sus defectos y no había porque judgar a nadie ni acusar a una persona que no era culpable de un delito grave.
Sonreí de lado ante sus respuestas, negando con mi cabeza cuando esta dijo que no la acusase. Obviamente lo haría, pero lo que si haría sería mirarme a un espejo cuando llegase a la casa del anfitrión, pues no me fiaba de como podría tener mi hermoso traje pulcro y mis cabellos; quería ir perfecto para la ocasión.

- Tranquilicese, mi doña, todo el mundo tiene sus pasiones, así que no la voy a judgar. Digamos que ha sido un accidente y que solamente se fue a pasear cerca de aquí. El señor de la casa no dirá nada si estoy yo presente, my lady. No se perocupe, comprendo su pasión por estso cuadrúpedos. -Sonreí de lado, acostándome en el caballo hacía delante mientras acariciaba su larga crín de lo más bien cuidada de aquel caballo de raza blanca que se agitaba con ternura con el viento que azoraba en este hermoso prado verde.- Ahora, mi doña, ¿Nos marchamos? Me mandó aquí el señor, pero creo que desconoce su escapada con los caballos... o eso creo. -Le dije, siendo un poco mentiroso. Jean-Pierre sabía perfectamente que había salido con uno de sus caballos, por eso me mandó a mi a buscarla, pero no es que estuviese enfadado, por lo que intenté tranquilizarla.- No se preocupe, no es nada grave por lo que me mandó el señor, my lady. ¿Vamos?

Con eso, yo me puse en marcha en aquel hermoso caballo blanco que cogí. El viento volvía a ser fuerte, dejando atrás aquel hermoso lugar verde -mi segundo color favorito- y volviendo a la gran mansión de aquel buen señor que nos invitó tanto a mi como a esta señorita y a más invitados a tomar un té mientras teníamos una tertulia de las que se improvisasen. Me daba algo de pena dejar este hermoso lugar atrás, no poder seguir contemplando su belleza natural, pero era de muy mala educación estar aquí y pasar de aquella invitación. "Ya volveremos aquí, seguro", pensé para animarme, mientras tenía al lado a la mujer que seguía los pasos de mi corcél.

- Por cierto, mi buena señora, ¿qué es lo que le trae por aquí? ¿Le invitó el señor? -Dije mientras seguíamos cabalgando por llegar a casar. Tenía que hacer algo mientras cabalgaba porque era ya un poco aburrido y porque la chica me intersó un poco. Más que nada fue su presencia.