Ni muerto se enfría (?) [Priv.]

Su bastón, inútil a pesar de estar rellenito de energía nigromántica, bailaba en su mano mientras avanzaba por las concurridas calles de París, ya poniéndose el sol a ojos vistas.
Cierta gente cerraba sus negocios en aquellos momentos, mientras que otras recién los abrían; mercaderes de toda clase se iban o llegaban a sus respectivos puestos, y las prostitutas ya comenzaban sus cantos de "sirena"... no es como si aquello le importase un pimiento al que agitaba elegantemente aquel "báculo de mando" de segunda mano, pero el ambiente era bastante propicio para camelar a la descerebrada de turno que se había agenciado.
El Ex-Barón sonrió a la descerebrada en cuestión galantemente, la única que podía verle.
- Ah, querida... va a hacer una noche espléndida, ¿no crees? -le sonrió sensualmente- Lástima que bajo las sábanas no vayamos a verla~
- ¡Jijijiji, oh, mi señor, sois muy piiillooooo, jijijiji! -demonios... ¿por qué tenía que ser una de aquellas estúpidas "Jijis"? Aquella risa histérica y chillona lo sacaba de sus casillas...
El fantasma vio determinación a la hora de cerrarle la boca con una buena mordaza cuando volviese a su residencia... SUYA, no de su nieto.

Suspirando con resignación por haber conseguido una presa algo defectuosa (y aún así manteniendo su brazo alrededor de la esbelta cintura de ella), el promiscuo hechicero fantasmal avanzó con su traje negro impoluto y su elegante sombrero  por la calle atestada, disfrutando de la intimidad que le conferían sus poderes al no verlos ni a él ni a su víctima absolutamente nadie... aprovechando para asustar a unos cuantos dándoles bastonazos cuando se cruzaban en su camino, todos ellos quedando desconcertados al recibir un trastazo de algo invisible. En muchos aspectos era divertido estar muerto... aunque otros (especialmente el tema de la magia) lo traían por la calle de la amargura. Últimamente estaba particularmente por andar siempre quejándose precisamente de esa cuestión; que si en el pasado había sido uno de los nigromantes más poderosos y creativos, que si su experimento con el bastón hubiese funcionado todos aquellos estúpidos mortales se habrían enterado de lo que era bueno, que si echaba de menos jugar con muertos... en fin, un plasta. Su nieto necesitaba librarse de él por un tiempo, así que le había recordado su hábito de cazar doncellas o mozalbetes de buen ver y él había partido presuroso a encontrar una presa... se notaba que estaba desentrenado.

- ¡Oye, oye, ¿dónde vamos?! ¡Jijijiji! Llevamos ya caminando un buen rato y estoy cansadita, ¡jijijiji! ¿Vamos a follar o algo a tu casa? ¡Jijijiji! -dioses... aquello era un suplicio. Alzó el brazo con el que rodeaba su cintura y puso su mano tapando aquella boca que pensaba rellenar como un pavo al llegar a la dichosa mansión, dejándola allí para que aquel monstruo Jiji se callase de una vez.
Estaba pensando en que, después de todo, hasta la lucha de la otra por seguir hablando a pesar del bozal que tenía era irritante, cuando pasaron frente a una sastrería. Por la ausencia parcial de luces se diría que estaban a punto de cerrar, y un último cliente estaba medio desnudo en el interior de la tienda probándose un traje de apariencia lujosa.
Vaurien lo observó a través del cristal de la sastrería con cara de nada y, cuando lo pasaron de largo, el fantasma no reaccionó en absoluto hasta que la muchacha tuvo a su derecha un callejón oscuro donde había casualmente un enorme barril de cerveza abierto y medio vacío.
Justo en ese momento el amarre que impedía salir la lengua de aquella diablesa de la risilla se apartó... y en lugar de callarla, la empujó directa hacia aquel barril con la fuerza de la tumba (?)
Con un gritito ridículo y sin estilo alguno, el putón verbenero cayó dentro del barril y se quedó allí atrapada, bocarriba y pataleando, lanzando chillidos como si estuviese atacándola una bandada de cuervos famélicos. Como un cochinillo que iba al matadero. Como una maldita banshee recordándole a todo cristo su sufrimiento por no haber podido echar más casquetes en su difunta vida.
Vamos, que ya sin el velo de invisibilidad y desaparición del fantasma, llamó la atención de todo bicho viviente en kilómetros a la redonda.

El barón dio media vuelta y se desentendió de ella, volviendo sobre sus pasos y entrando en la sastrería atravesando una pared, aún invisible a todo el mundo. Y entonces se pudo deleitar con las "vistas". Aquel hombre que se estaba probando el traje llevaba el torso al descubierto... y el vello negro esparcido armónicamente por su musculoso y esbelto cuerpo hicieron que el fantasma por poco se orgasmease solo. Sin duda parecía que su suerte seguía siendo la de siempre, si bien su técnica había tardado en resurgir lo suficiente como para meterle un "jijiji" en la cabeza...
Sólo entonces se hizo visible y sólido y movió la puerta a sus espaldas con la mente lo justo para que sonase, alertando al otro que no podría haber sentido siquiera su presencia física por método alguno, incluso si se trataba de algún sorbenatural. Las campanillas sonaron, y el hombre trajeado avanzó ligeramente por la tienda, lo suficiente pero sin acercarse demasiado a aquel hombre infartante.
- Mmmm... buenas noches -saludó, no viendo al dependiente por ninguna parte y haciendo como si en verdad le interesase lo más mínimo encontrarse con él-. Parece que llego un poco tarde para comprar un traje -comentó. Una obviedad. Sería idiota...

Desde que despidiera a la última doncella, Kyrion ya había tenido que encargar un jarrón nuevo de cristal, pedir que arreglaran un peldaño de la curvada escalera que unía el hall de la pequeña mansión con el primer piso y ahora, debía ir a tomarse medidas para reemplazar un traje que había sido manchado con vino. Siempre la misma historia, y todo porque al parecer, las muchachas de hoy en día, eran incapaces de ver a un hombre desnudo sin sobresaltarse. ¿Desde cuándo se había vuelto tan importante el ir vestido a todas horas? Entendía que los ropajes eran necesarios para las interacciones sociales con desconocidos, por lo que siempre se arreglaba antes de salir a la calle, ¿pero en su propia casa? ¡Lo que faltaba! Era el dueño y señor del lugar y se harían las cosas a su manera, tal y como su madre le trajo al mundo en su día.

Suspiró, paseando por las solitarias calles de París. No es que fuera una ciudad abandonada, ni mucho menos, simplemente era una hora baja para el gentío. Faltaba poco para que se pusiera el sol y la mayoría de negocios ya estaban haciendo cuentas con la recaudación del día. No era un ser muy madrugador y prefería la noche al día, quizás porque le resultaba más fácil camuflarse y pasar desapercibido. Al final de la acera, pudo ver el pequeño cartel de madera que anunciaba la sastrería, oscilando suavemente por el apacible aire que soplaba sin demasiada fuerza. Se aproximó tranquilamente, con paso relajado y elegante, deteniéndose justo frente a la pequeña puerta acristalada. Posó una mano sobre el pomo y lo hizo girar, empujando hasta que el tintineo de la campana, anunció su llegada al dependiente, que salió rápidamente a atenderle. Se notaba que eran malos tiempos y la gente se desvivía por cuatro monedas de metal. Sonrió para sus adentros y cruzó el umbral del local, dejando que la puerta se cerrara tras de sí.

- Oh, barón, qué alegría verle por aquí. -Dijo el anciano de unos cincuenta años con el cabello canoso y el rostro arrugado, al tiempo que apoyaba una mano sobre la otra, en la que sostenía una enroscada y maltrecha cinta de medir.- Por favor, dígame en qué le puedo servir hoy.

- Buenas noches, sastre. -Dio un paso más al frente, quitándose el sombrero que cubría su corta y espesa cabellera, justo antes de que el hombre entrado en edad, lo tomara y esperara por el abrigo, el cual se quitó con lentitud y entregó al contrario.- Necesito un traje nuevo. Gris oscuro, nada de negro. Lo quiero sin cruzar, con dos botones.

El personaje secundario, asintió con obediencia y se retiró enseguida para colgar las prendas con mucho cuidado en una percha y un colgador, regresando de inmediato junto al de apariencia más joven.

- Lo quiero bien entallado, así que nada de tomar las medidas por encima de la ropa como si eso fuera a ofrecer un resultado de calidad. -Y sin esperar respuesta, se deshizo de la chaqueta, que apartó para dejarla caer sobre los brazos ajenos y a continuación se desabotonó la camisa e hizo lo mismo que con la anterior pieza de ropa.- ¿A qué esperas? Ve a dejarlo para que pueda terminar con esto cuando antes.

El hombre mayor, que parecía empequeñecer cada vez más, se apresuró a dejar las cosas en un lugar adecuado, mientras el barón se sentaba en una silla y esperaba con infinita paciencia a que volviera el otro y le descalzara, pues obviamente, él no pensaba hacerlo.

Una vez terminado el trabajo, tras varias llamadas de atención por parte de Kyrion para que el sastre se apresurara, el hombrecillo se retiró a la trastienda, seguramente para llorar y lamentarse, aunque ahora tenía unas monedas más en el bolsillo que antes, y en cuanto terminara el traje, aún tendría unas cuantas más. Mientras, nuestro protagonista, terminaba de vestirse a solas, pensando ya en otros menesteres que no acontecían a aquel lugar, sin percatarse de la intrusión de un desconocido por su espalda, cosa extraña, dada su condición. Escuchó el tintineo y se giró en un intento de sobresalto, que disimuló con toda la sutileza de la que fue capaz, con el torso aún al desnudo.

- Buenas noches... -Carraspeó, aclarándose la garganta y tras examinar detenidamente al contrario de arriba a abajo, sonrió de medio lado y respondió.- Eso parece, joven. Me temo que yo he sido el último cliente del día.

"Y así, tataratataratataratataratataratatara-nieto mío, es como se mantiene el orgullo Vengeus bien alto" puntualizó mentalmente para sí aquel déspota fantasmal con sombrero mientras se apoyaba ligera y elegantemente sobre su bastón y alzaba una de sus cejas, esbozando una media sonrisa divertida y francamente "refrescado" por una palabra en especial que el otro le había dedicado. Joven. Ah... por supuesto que era joven... estaba en la flor de la vida: la inmortalidad y la juventud eterna.
Su sorpresa difícilmente disimulable hizo que aquella sonrisa pícara aumentase ligeramente... y por supuesto las vistas que seguía ofreciendo, según parecía sin ningún tipo de recato, también contribuian a mejorar el humor del viejo brujo... y a hacerle olvidar la breve pero traumática compañía que había tenido que soportar casi dos horas desde que había encontrado a aquella mujer fácil en una posada.

Lo cierto es que cuando había salido aquella tarde/noche había pensado en buscar un ligue rápido y fácil y volver a casa a divertirse un poco y ya... pero ahora que se había encontrado con un ser tan suculento... bueno... digamos que ya no le importaba tomarse las cosas con un poco más de calma. Un torso desnudo, un ligero sobresalto y aquella sonrisa del contrario estaban bien para empezar.
- Vaya... es una lástima pues que no sea tan musculoso como vos, caballero, sino al menos ya me tendrían las medidas tomadas y ya sería un trabajo que me ahorraría -comentó de una forma demasiado aleatoria... y sin embargo clara como el agua. Sí, le estaba tirando los tejos, aunque con lo retorcidillo que era para hacerlo... quizá el otro no se diese cuenta. Tenía pinta de ser listo. A ver si cuadraba. Si soltaba un "jijijijiji" lo mataría allí mismo por muy bueno que estuviese...

Soltó un suspiro de falso pesar muy convincente y ladeó la cabeza, haciendo que su mirada se perdiese ligeramente (le costó un poco dejar de mirar aquel torso musculoso, todo había que decirlo...) para darle un poco más de misterio.
- En fin, no se puede hacer nada... -volvió a mirarlo de soslayo y sonrió ahora un poco más amplio, mostrándole su blanca dentadura y haciendo una leve reverencia quitándose el sombrero elegantemente- Ah, ¿pero dónde están mis modales? Soy el Barón Vaurien Vengeus, un placer conocerle, señor... -unos ojos azules llenos de una picardía vedada se alzaron para mirar de nuevo a aquel hombre, aguardando una respuesta claramente buscada con toda aquella pantomima.
"En realidad no haría falta tu nombre... podría llamarte "carne"... o "macho"... o ahorrarme incluso eso e instarte a entrar en mi cama a la de tres" añadió para sí, pensativo y sin reflejar aquello lo más mínimo en su rostro "te trataría bien... y no tendrías que encargar ropa al sastre, no tendría problema en tenerte desnudo siempre por casa~" poco sabía él que ya era así en su vida habitual...

No le importaba lo más mínimo la desnudez, y había sido precisamente ese motivo, el que le trajera aquella tarde, casi entrada en la noche, a la mejor sastrería de la ciudad. Se quedó observando con detenimiento al muchacho elegantemente vestido que tenía en frente, examinando sus ropas, un poco anticuadas para su gusto, pero bien entalladas y de tela buena, sin duda. Regresó la mirada al rostro ajeno, alzando una ceja al descubrir la sonrisa dibujada en los gruesos labios del contrario.

Ya se había olvidado del vejestorio que debía seguir en el almacén de la tienda, cuando de pronto escuchó las palabras que escaparon de aquella boca que le resultaba tan picarona, confirmando así lo que él mismo había deducido y correspondió de igual forma a la sonrisa, curvando ligeramente más la comisura derecha que la izquierda. Hacía ya un tiempo que no recibía halagos que le gustaran, estaba cansado ya de los elogios interesados o por miedo, echaba en falta algo sincero, por tosco que sonara o aunque viniera de un completo desconocido.

El suspiro del contrario, le resultó algo divertido, aunque no se le notó en la expresión, pues se lo guardó para él mismo, dándole vueltas a una risa un tanto irónica en su cabeza.

-¿Barón? Qué casualidad. -Siguió el movimiento del sombrero con la vista y en cuanto el joven se volvió a erguir, devolvió la reverencia, semi-desnudo como estaba.- Barón Kyrion Asmik. El placer es mío, joven señor.

Volvió a erguirse y extendió un brazo para alcanzar la camisa. Deslizó un brazo por una de las mangas y a continuación hizo lo mismo con el otro, dejando caer la fina y delicada tela sobre los hombros. De momento no tenía pensado abrocharla, pero dado que a quien tenía delante era un hombre de igual rango al suyo, le mostraría más cortesía que al resto.

-¿Os corría mucha prisa el encargo? Estoy seguro que el sastre se apresuraría de saber que sois de la realeza. -Mencionó con tono realmente despreocupado, aunque con un cierto toque de interés.-

Vaurien siguió las expresiones de aquel hombre con curiosidad, viendo cómo iba reaccionando a los "estímulos" que él le ofrecía y que, en aquel caso y de momento, no podían ser de la clase que querría ofrecerle...
La sonrisa con la que le correspondió el contrario, sin embargo, fue bastante esclarecedora... o, cuanto menos, esperanzadora. Quizá únicamente sonreía por estar complaciendo su vanidad... pero el fantasma tenía cierta confianza en sus encantos como para rendirse o siquiera tener pensamientos negativos recién comenzada la "cacería".
Dudas y decepciones para más tarde... o quizá para ningún momento, gracias. Si triunfaba no habría necesidad alguna de martirizarse.

La presentación del contrario, sin embargo, lo tomó un tanto de sorpresa. Es decir, imaginaba que, estando en la mejor sastrería de la ciudad, tendría que ser un hombre bastante importante y rico, alguien con un nivel social elevado y quizá poder más allá de lo económico... pero... ¿un Barón? Y, aún por encima... ¿Barón ruso? Porque estaba clarísimo que era ruso, ya ni siquiera por el nombre o el apellido, sino por el acento. ¿De todas las personas que había en el mundo se había ido a encontrar con el que ahora ocupaba el puesto que él había tomado en la antigüedad?
Sin duda los caminos del Destino eran insondables... sin embargo, él no pensaba tomarse aquello como algo negativo; no es como si hubiese un único Barón en Rusia, y aunque así fuese tampoco tenía por qué molestarse en fingir ante un trozo de carne... aunque fuese una "carne" de tan buena calidad como aquella que tenía frente a sí.
- Señor Asmik, pues... -Lord no pensaba llamarlo, pero tampoco creía que fuese adecuado llamarlo Kyrion... los extremos nunca eran buenos (por no hablar de que antes moriría que postrarse de nuevo ante alguien... desde que había muerto ni el mismo Rey tenía derecho a mandar sobre él, a su entender)- Mmmm... -ladeó la cabeza y sonrió sin dejar de mirarlo- Qué peculiar encuentro el nuestro, ¿no cree? -inquirió, refiriéndose al hecho de que ambos eran, obviamente, Barones (se podía poner en duda, claro...) y rusos.

Su sonrisa, sin embargo, no pudo permanecer intacta mucho más cuando vio como el otro se estiraba para coger su camisa y ponérsela de nuevo. ¡¿Por qué narices se ponía la camisa?! ¡Estaban entre hombres, por amor de Satán! ¡Y ni que no hubiese visto nunca un hombre desnudo! Aparte... ¡de que quería seguir viéndolo medio desnudo!
Ahora mismo estaba odiando a muerte la ropa, por mucho que la de aquel siglo le encantase en comparación con la que se llevaba en sus tiempos... aunque en fin, tendría que conformarse con el leve morbo que le ocasionaba el ver a otro con la camisa desabrochada. Aunque después de haberlo visto sin nada por encima era como conformarse con ver a la Maja Vestida después de haberla visto Desnuda... francamente decepcionante.
Trató (ya un poco tarde) de disimular la decepción que había aparecido en su rostro tras la acción del contrario, y volvió a prestar atención a la conversación a pesar del disgusto que sentía.
- Oh, no... el sastre puede esperar... -"El sastre puede irse a zurrir mierdas con un látigo..."- Ya que el Destino nos ha preparado un encuentro tan... peculiar... creo que sería una falta de... educación por mi parte el ignorarlo -ladeó la cabeza y alzó una ceja... para ver si pillaba la indirecta, vamos, o siquiera si le interesaba pillarla. Aunque no la pillase le daba igual con tal de que le invitase a su casa... bueno, mansión. Francamente, el tipo de vivienda era lo que menos le importaba en aquel momento...

Sin saber exactamente a qué venía el cambio de expresión en el rostro ajeno, pudo ver como éste pasaba de verse con una cierta sonrisa con algo oculto a mostrar un claro desagrado ante la situación. ¿Sería por hablar del sastre? Lo cierto es que tampoco le importaba demasiado, puesto que él ya había conseguido lo que había ido a buscar allí y el otro, ya se las apañaría a su manera para lo que quisiera. Era ley de vida en los años que corrían. Él se mantuvo impasible ante los cambios de humor del contrario, pero sí que mutó al escuchar sus comentarios algo difusos sobre su encuentro. Alzó ambas cejas de manera notable, abriendo algo más los ojos y separó los labios antes de dejar escapar suavemente el aire entre ellos y preguntar.

-¿Créeis en el destino, barón Vengeus? -Dio un paso al frente, sin molestarse si quiera en abrochar los perlados botones de marfil de su cara y fina camisa, deslizando despreocupadamente una de las manos en el bolsillo del pantalón de tiro alto que vestía. acariciando entonces con la yema de los dedos, el grabado del reloj que guardaba en él, reliquia de familia.- Yo soy partidario de confiar en el azar y las coincidencias. Aunque agradezco cuando ambas cosas juegan a mi favor y me obsequian con algo bueno. -Observó nuevamente al contrario de arriba a abajo y volvió a curvar la comisura derecha de sus labios, en una ladeada e insinuante sonrisa.-

Notaba que el otro dejaba migas de pan al insinuarse y esperaba que él las pillara, más no le gustaba parecer demasiado lanzado, pues parecería desesperado y, por suerte para él, no solía estar necesitado al respecto. Además, siempre era de apreciar un buen reto y un encuentro entre dos barones de la mismísima Rusia, en París, sin ser planeado, pintaba exquisitamente interesante, si ambos jugaban bien sus fichas.

-¿Le gustaría seguir esta conversación en un lugar más apropiado? -Terminó por sonreír completamente, aunque sin mostrar nunca sus blanquecinos y bien cuidados dientes. Seguir conversando allí, cuando el dueño de la tienda podía aparecer en cualquier momento (aunque dudaba que lo hiciera después de lo sucedido, pero nunca estaba de más ser mínimamente precavido), no le parecía cómodo ni adecuado. Prefería algo más acogedor, cómodo y solitario.-