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Una sonata para piano - Con: Mikelangelo Van Dort 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Aleksandr Scriabin Miér Oct 16, 2013 11:34 pm

Una sonata para piano


—Monsieur Scriabin, dejamos el piano en el escenario como usted lo solicitó. Los ensayos del grupo de teatro están por terminar y en breve podrá entonar sus obras sin ninguna interrupción.— El pequeño y regordete encargado del teatro, que respondía al nombre de Jean, caminaba junto a mí con rápidos pasos para darle alcance a mis largas zancadas. En su voz podía notar la buena voluntad y, pese a no estar en el mejor de mis días, me esfuerzo por comportarme a la altura y mirar hacia abajo, ofreciéndole una sonrisa.

—Es usted muy amable, Monsieur Jean. Siempre ayudándome con aquel magnífico Érard.— Noté como Jean inflaba su pecho lleno de orgullo sin terminar de comprender el por qué encontraba tan loable el ayudar a una persona como yo.  Muy aparte de ser un pianista de renombre, no me consideraba un modelo moral a seguir y como muestra sólo bastaba que alguien ubicara a Joshua, el joven actor del teatro de Paris, y le pidiera me describa con una palabra. Seguramente la palabra sería: Imbécil. Tomé aire de una bocanada para disipar aquellos tortuosos pensamientos y proseguí. —Y creo que he sido un desconsiderado al no premiar su predisposición.—

—No, Monsieur Aleksandr. No tiene que preocuparse.— Las mejillas del regordete señor adoptaron un tono rojizo.

—Señor Jean, yo insisto. — Con una señal de mi mano pedí a Louis, mi consejero, se acercara a la conversación. —Louis, ¿podrías por favor separarle entradas al señor Jean y su familia para mi siguiente presentación?— Mi consejero asintió con la cabeza sin poner objeción alguna y, despidiéndome con elegancia, me aparté de ellos inmediatamente para que acordaran pormenores. Al fin, necesitaba estar a solas y en silencio. No era que la presencia del señor Jean me molestara, sino simplemente que en estos momentos no me encontraba de ánimos para recibir excesivas atenciones. Simplemente necesitaba subir al escenario, acariciar las teclas de aquel magnífico piano y tocar. Tocar para nadie más que para mí, tocar para alimentar mi alma, tocar para que aquel sentimiento de culpa que carcome mi cuerpo se evaporara como el agua. Tocar… porque amaba tocar.

Jean no mintió al decirme que el ensayo de teatro estaba por terminar. Tomé asiento en una de las butacas del final, envuelto en mi abrigo para protegerme del frío parisino que no respetaba ni aquella enorme y hermosa edificación. Poco a poco los actores comenzaron a abandonar el escenario e, ingenuamente, estiré mi cuello con la esperanza de ver a Joshua entre ellos. Cuan tonto era, obvio Joshua había dejado de asistir a los ensayos, esa era la única explicación para que mis hombres no hayan podido dar con él en todos estos días. Era como si la tierra se lo hubiera tragado y todo rastro de él hubiese sido cuidadosamente eliminado. Un castigo del mundo, que me iba a impedir disculparme apropiadamente y cargar con esta culpa hasta que lograse superarla.

En cuanto todo el teatro quedo vacío y no se escuchaba nada más que mi forzada respiración, producto de los esfuerzos de mi cuerpo por mantenerme a una temperatura adecuada, me puse de pie y caminé con decisión hacia el escenario. Nunca me había percatado de lo grande que era aquel teatro, siempre había salido por detrás del telón y jamás había tenido la oportunidad de recorrerlo hasta hoy.

Cuando llegué frente al escenario, subí las escaleras de mármol recién pulidas y, una vez arriba, tomé asiento frente a mi fiel compañero. Estuvimos viéndonos la cara durante aproximadamente un minuto hasta que por fin me sentí con la concentración y la estabilidad necesaria para tocar mi nueva composición: “La Sonata para Piano N° 4”. La había hecho desafiante, desligándome de los canones y los formalismos. No importaba que los ilustrados dijeran que había exagerado en las notas o que una vez más había pecado de egoísta y había escrito una composición que muy difícilmente podría ser recreada en un futuro. Simplemente, había llegado en un punto, en el que el perpetuarme en el tiempo no era mi única aspiración, sino más bien deseaba crear algo que me representara en mi totalidad. Y aquella melodía, tan confusa y hasta alocada, representaba cómo me sentía en este preciso instante.

Comencé calentando mis dedos con una suave sonata que cualquier principiante podría entonar sin mayor esfuerzo. Luego me detuve, cerré mis ojos, coloqué mis manos perfectamente sobre las teclas del instrumento y el danzar comenzó. La partitura aparecía en mi mente como si se tratara de una película y mi cerebro, diestro en el arte de leer aquel hermosísimo lenguaje, enviaba señales a mis manos para que golpeasen las teclas precisas en el momento exacto. Todo fluía a la perfección, mi obra cobraba vida aquella noche y lamentaba que no hubiera ningún testigo de este momento. El final estaba a punto de llegar, casi podía sentirlo en mi corazón que palpitaba tan fuerte que parecía querer saltar de mi pecho cuando… fallé.

Mis manos se detuvieron y mis ojos se abrieron de golpe debido a la sorpresa. ¿Cómo? Revisé el teclado intentando buscar excusas para no aceptar mi derrota. Quizá una tecla no estaba ajustada debidamente, quizá… debía haber algo. No encontré nada y golpeé fuertemente el teclado ocasionando que el piano emita un sonido lastimero que se disipó por todo el teatro. Miré hacia al frente derrotado y una figura masculina me devolvió la mirada. —¿Qué hace usted aquí?— Mis palabras abandonaron mi boca como si fuesen balas. ¿Aquel individuo me había escuchado fallar? —El teatro está cerrado, ¿cómo entró? Monsieur Jean me aseguró que nadie me interrumpiría. — Negué con la cabeza y acaricié mi sien en busca de paz. Paz, era todo lo que necesitaba en mi vida.
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Mensaje por Mikelangelo Van Dort Vie Oct 18, 2013 9:37 pm

"Aleksandr Scriabin" había leído en el inventario de músicos que iban de tocar dentro del Teatro de mis horrores. Iba a ser partidiario de un encuentro casual con él, cuando asistí a cobrar una de mis pagas pendientes tras haberme presentado una vez en el teatro. Observé aquél cuadro en el mural, mientras que con mis manos en mis bolsillos vacíos aún leía y salían nombres que nunca en mi larga carrera musical había escuchado antes...
Entonces reflexioné ante mi egoísmo de ser como "el único músico que existe en París"..

Aleksandr.. Aleksandr... Aleksandr Scriabin.. un nombre que me llamaba la atención, resonaba en mi cabeza y no podía recordarle jamás de alguna vez anterior.. solo del murmullo de mis admiradores y sus comparaciones, algo que no tomaba mucho en cuenta,  ya que no era competitivo en ese caso. Miré  en el cuadro su repertorio, sin duda, unicamente, composiciones propias...

El encargado estaba por pagarme cuando de repente mi oído musical captó un piano en el salón principal...
-Pero Monsieur!...aquí...- se escuchaban lejanas ya sus palabras..
Dejé al hombre con el sobre de mi paga en su mano y su brazo estirado...

Caminé a paso lento adentrándome en la altura del último palco del teatro, observando al hombre que se adueñaba del escenario y de ese piano, en ese momento...
Obviamente a tan grande altura permanecí imperceptible...

Su música comenzaba a inundar en mi interior como el vaso lleno que me faltaba desde hace mucho tiempo... era un artista prodigio al cual estaba contemplando, su mirada en aquellas teclas como la del niño desnudo ante la opresión... su manera de tocar, su mirada.. el gesto de sus ojos entrecerrados de pasión era lo que me conmovía, su sutileza, la suavidad de su mano en el aire y la discordancia de la inspiración y las notas que subían y bajaban frente a él..

Aquel final roto, quedó grabado en mi memoria... mientras no me había dado cuenta, que tras una inocente lágrima caída... me acerqué hasta él y su jovial voz me habló...
Me quedé mucho tiempo contemplandole a él y a su piano, mientras sus preguntas todavía estaban en el aire sin ser respondidas.

Aquel... era un hombre de expresión algo tosca y bastante extranjera, ya su acento ruso-francés era único, de mirada seria y en ese momento perdida... al cual le pude calcular que estaba llegando ya a sus 30.. sus manos pequeñas... y que quizás solo pasaba unos cuántos centímetro de mi altura...
Su sangre indiscutiblemente alta ante mis sentidos. Pero mi sed esta vez pasó más allá de ello y solo me limité a disfrutar de su aroma...

-Un final desfallecido no es símbolo de mi admiración ante su interpretación.. monsieur..-  recordé entonces su rostro, estampado en el cuadro de la recepción, junto a su repertorio de canciones ...

-..Aleksandr Scriabin... - dije en tono suave y grave como si al tiempo de pronunciarlo durara más de lo que en verdad no duraba... - ...y por nada del mundo vine a interrumpirle monsieur... yo solo rondaba por aquí.. cerca de aquel palco de allá -apunté hacia el lugar-.. y gracias a mi oído musical, le escuché por inercia... notas rebeldes, pensamientos cohartados de liberación espiritual... -dije en seco entonces, mientras me inclinaba en una reverencia-

-..Mikelangelo Van Dort es mi nombre monsieur... ha sido un placer conocerle através de mi sentido de audición...- dije como en broma y alcé mi mirada a sonreír al joven.
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Mensaje por Aleksandr Scriabin Miér Oct 30, 2013 12:28 am

El silencio se apoderó del teatro, siendo mi respiración el único sonido que podía escucharse. Aquel caballero me miraba de una manera que me hacía sentir analizado, juzgado. Como si mi garrafal equivocación no me hacía merecedor de ninguna respuesta y mi castigo era soportar su mirada reprobatoria indefinidamente. Sentí el impulso de ponerme de pie y salir de aquel lugar, pero mi orgullo era mucho más fuerte y me obligó a permanecer quieto sosteniéndole la mirada con mis orbes azules.

Ahora que lo veía más detenidamente, acababa de notar que su piel era un tanto pálida y, a juzgar por las ligeras arrugas que surcaban su frente, me atrevía a afirmar que estaba por llegar a las cuatro décadas de edad. Su rostro se me hacía vagamente conocido, tal vez lo había visto en el público en algunas de mis presentaciones, pero no estaba del todo seguro.

Resignado a no recibir nada más que aquella mirada reprobatoria, me dispuse a ordenar mis coloridas partituras para marcharme con la poca dignidad que todavía me quedaba, cuando de repente el enigmático caballero tomó la palabra. Su primera frase cayó sobre mí con tanta fuerza que sentía que un ente invisible me tomaba de los hombros haciéndome imposible la tarea de ponerme de pie. Había escuchado mi error, y peor aún, sabía mi nombre. Seguro era algún crítico musical, de esos que andaban recorriendo los teatros con la intención de descubrir y revelar los secretos más oscuros de las personalidades de la música. Si eso era cierto, este era mi fin, el acabose de mi reputación y ni siquiera estaba Louis para que me aconsejara algo, cualquier cosa.

—Muchas gracias por los comentarios, caballero Van Dort. — Complementé la frase con un elegante inclinar de mi cabeza. Tal vez si era educado podría conseguir que, lo que acababa de pasar, no saliera de nosotros dos. París era tan vasto y a la vez tan pequeño, que sólo era necesario poner el rumor en la boca adecuada para que llegara a los oídos de todos. —Es una nueva composición que aún planteo si incluir o no en mi repertorio.— Terminé de acomodar mis partituras y las coloqué cuidadosamente encima del piano.  —Cómo bien pudo escuchar, el final no está del todo pulido, Monsieur.— Nunca iba a aceptar que el error había sido mío, que por mi falta de concentración había fallado la nota.

—¿Y quién ronda por el teatro a estas horas, caballero? Van a hacer casi las diez. ¿Trabaja usted aquí, acaso?— Interrogué, puesto que algo en aquel hombre generaba en mí cierta desconfianza. No sabía cómo explicarlo, pero sentía que su presencia no era una casualidad como él quería hacerlo ver. Quizá eran paranoias mías, nerviosismo a causa de mi reciente fallo pero de todos modos miré discretamente hacia la entrada del teatro con la esperanza de que Louis llegara a decirme de que mi carruaje estaba listo. Pero no había nadie. Pareciera como si de repente todos en el teatro se hubiesen marchado y sólo quedábamos él y yo.

—¿Y qué le pareció?— Pregunté para romper con el silencio que nuevamente había caído sobre nosotros. —La composición, ¿qué le pareció la composición?— Me senté erguido en la butaca frente al piano y aguardé paciente por una respuesta.
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Mensaje por Mikelangelo Van Dort Jue Nov 21, 2013 12:21 pm

Fue inevitable el reír para mis adentros tras haber leído en su mirada todas aquellas inquietudes del músico prodigio que tenía frente a mi, su nerviosismo y desconfianza se me hacía una más divertida… Incluso podría llegar a imaginar que este músico estaba pasando por un momento bastante nefasto dentro de su carrera musical, algo que todos los artistas hemos de pasar en alguna ocasión.

Mi silencio parecía verse aún más amplio, dentro de aquel teatro donde escuchaba la voz del hombre que hacía casi un eco en el él. Definitivamente ésta podría ser una noche bastante divertida para mi, empezando porque mi burla ante su sentimiento de inseguridad y su desconfianza ante mi persona ya me había sacado algunas sonrisas algo pícaras en mi rostro.
Di unos pasos hasta quedar frente al escenario donde de nuevo él volvió a sentarse en frente del piano, y luego me senté yo en la butaca de la primera fila del público, mirándole penetrante a sus manos y sus composiciones, para luego alzar mi vista hasta su perfil, donde mis ojos recorrieron su cuello una vez más.

-Pues…si, está bueno… pero sabía de antemano que era una melodía incompleta- resonó al fin mi voz en el teatro.

Escuché aquellas dudas sobre mi ocupación y me reí un poco más esbozando una suave sonrisa que inclinaba mi rostro observándole aún más, mientras éste se sujetaba de mi mano.
-Trabajo aquí, por allá… soy un músico algo más independiente… pero si, también he tocado algunas veces en este majestuoso lugar… Monsieur Scriabin- dije con a voz grave con un leve tono de dejado.

Me levanté del asiento acercándome al piano, para sentarme a su lado y comencé a leer aquellas partituras que la verdad, eran inentendibles ante mis ojos con tantos colores y detalles, pero perfectamente desglosada en mi cabeza y comencé a añadirle los detalles que le faltaban, haciendo que la melodía diese un pique en lo alto, agudizando hasta el máximo para luego volver a recaer en aquella grave ultratumba. Continúe tocando sin importar las reacciones del músico, ya que solo me concentraba en su melodía mientras que el olor a su carmesí penetraba en mi olfato y a medida que se agudizaba una nota, mis colmillos se asomaban aunque fui cauteloso con ello, para que no se notaran en absoluto.

-Esto es lo que le falta…- dije casi como en un gruñido cuando mis sentidos pasionales por la sangre me envolvieron haciendo mucho más veloz la melodía.
–…¡Ecoutéz sa…ecoutéz!...- dije con emoción mientras que mis dedos que se esparcían ligeros y rápidos por las teclas con el arreglo que le hice a su melodía.

La melodía volvió a recaer en lo lúgubre de las sensaciones más amargas, aquellas que Aleksandr había entonado desde un principio y su música la pude leer clara en mi mente, pasando como la misma vida mía con rapidez antes mis ojos, pero con aquél ambiente de soledad que sólo te podía entregar aquellas altas horas de la noche, cuando los mortales deciden descansar y la noche solo sirve para ellos como una cuna, mientras que nosotros vivimos en ella eternamente coincidiendo aveces con una luna sin sol, y las risas de nuestros ancestros sintiéndose palpable en la brisa que nos roza el rostro, enrojeciendo nuestros ojos y divisando el dolor escondido tras un alma muerta, o un corazón sin bombeo.
El pecho y las lágrimas endurecidas, enfriando como el invierno de un París a blanco y negro, y confundiendo la muerte con la vida en un solo instante…

Asi sin más acabé la melodía de Aleksandr donde yo podía hacerla infinita sin mayor esfuerzo, pero la racionalidad humana es tan estrecha que solo pude darle un final que lo dejara insatisfecho para que él siguiera procreándola y deleitándose de la pasión eterna de las memorias pasadas, y de la eterna soledad que podía él, hallar en un cuerpo tan vano como el mío.

Este cuerpo inaceptable y atropellado tantas veces por el mismo carro. Acuchillado una y otra vez por la misma llaga del dolor y del encierro de la oscuridad para como un ser como yo…
Miré al hombre a mi lado al finalizar y esbocé una ligera sonrisa, poco sincera después de aquél duro golpe masoquista de y autoflagelación infringida… y finalicé:

-¿Qué tal así... Monsieur, Scriabin?– pregunté en un tono autoritario y cordial, sin despegar mi vista de sus ojos desdichados…
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Mensaje por Aleksandr Scriabin Lun Dic 09, 2013 10:18 pm

Sus pasos resonaban por el teatro como si se trataran del galope de un caballo. La presencia de aquel individuo me intrigaba sobremanera no sólo por la forma como lucía sino por su manera de hablar. Sus palabras y expresiones envolvían un aire anticuado que se me antojaba escalofriante. —¿Incompleta, dice?— Repetí la pregunta con un cierto tono de molestia. No entendía que ocurría con aquel caballero y cuál era su afán de ofenderme voluntaria o involuntariamente. —Disculpará usted pero mi melodía no se encuentra incompleta, simplemente está en fase de mejora, para eso estoy aquí. Deseaba escucharla bajo la acústica de este teatro y poder tener una idea de lo que le está faltando. — Refuté.

Finalmente explicó a qué se dedicaba pero a decir verdad no presté demasiada atención. Me concentré más bien en sus acciones, en la forma cómo se ponía de pie y se sentaba junto a mí en la misma butaca sin haber tenido la delicadeza de preguntarme si me molestaba o no aquel atentado a mi privacidad. Mis labios se entreabrieron incapaces de pronunciar palabra alguna y perdí el control de mis piernas por lo que ni siquiera pude ponerme de pie y apartarme. Simplemente me dediqué a observar sus manos, a ver como sus dedos se desplazaban por el teclado trayendo a la vida notas tan perfectas que hacía nacer en mi pecho sensaciones de júbilo y una profunda envidia. ¿Cómo?, ¿cómo podía ese caballero estar completando una melodía que me pertenecía a mí y a nadie más?, ¿qué sabía él de mis sentimientos al momento de escribirla?, ¿de en quién o qué estaba pensando?

Mis ojos pasaron de sus dedos a sus ojos y una mueca de consternación se dibujó en mi rostro. Sus notas habían sido hermosas tenía que admitirlo, pero lo que él había hecho no tenía nombre. Tocar mis partituras, creerse capaz de completar mi composición, ¿quién se creía él que era? —¿Por qué ha hecho eso?— Pregunté sin contestar a su pregunta. —Era mi composición, usted no tenía derecho de hacer lo que acaba de hacer, señor. No lo tenía.— Me puse de pie un tanto descolocado por todo lo que acababa de acontecer y me dediqué a acomodar rápidamente mis partituras. De repente un pánico se apoderó de mi corazón, aquel sujeto… claro, quizá era un imitador. Quería plagiarme, quería usar mis ideas y hacerlas pasar como suyas. Pero yo no se lo iba a permitir, claro que no. Por más hábil que él fuera y por más estudios en música que tuviera jamás iba a estar al nivel de Aleksandr Scriabin. Jamás.

—Sé perfectamente lo que pretende. — Una de mis partituras resbaló de mis dedos y danzó por el aire como si se tratara de una pluma ondeando al viento. Flotó por encima del elegante piano y se posó en el piso, a mitad del escenario, a la espera de que yo vaya por ella. Suspiré cansino y caminé hacia donde se encontraba mi partitura para luego agacharme y recogerla. —Lo que usted pretende es amedrentar mi confianza, ¿no? — Acomodé el cuello de mi traje el cual se había desacomodado al momento de agacharme. —Sabe muy bien que tengo un concierto sobre mis espaldas y que mi repertorio no está listo. ¿Quién lo mandó?— Lo miré con una sonrisa de autosuficiencia. Sí, yo sabía perfectamente como era el oscuro y asqueroso mercado de la música. Un músico cae y otro resurge, pero yo no iba a ser títere de este juego. —Vamos, puede decírmelo, le pagaré el doble de lo que le está pagando quien sea que lo haya mandado. E incluso el triple. — Lo miré a los ojos y solamente me encontré con un infinito abismo oscuro y lleno de frialdad, ¿quién era ese sujeto y qué quería conmigo?

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Mensaje por Mikelangelo Van Dort Jue Ene 16, 2014 2:04 pm

Aleksandr Scriabin... su modo de actuar ante la protección de su música era cautivante, las notas que divisaba en sus partituras eran singulares, pero aquello que más me daba júbilo era que al momento en que yo finalizaba aquella melancólica melodía, con mis manos sobrevolando por su melancolía él las disfrutaba...

-Y yo sé perfectamente cuán equivocado estás, monsieur Scriabin. Nadie me ha mandado a espiarte, nadie me ha dicho sobre ti, yo te descubrí gracias a mi oído mientras me adentraba en el salón y eso es todo lo que realmente ha pasado. ¿Dinero?, para qué yo querría tanta riqueza de la que ya tengo, suficiente me has dado con particular melodía, y que espero haber hecho lo mismo por ti al habértela terminado...- reí un poco y le miré con un poco más de ternura.

Aquel miedo que salía de sus ojos, me llenaba de mucho más que riquezas, me llenaban de inspiración, y de pasión por las notas melancólicas, me recordaba a cuando pensaba en la mujer desahuciada, aquella sin amor, que llena de envidias en su corazón, solo aumentaba la belleza de su fealdad dentro
de sí. Me alimentaba con el solo reflejo de sus ojos temerosos sobre los míos, y el aroma de su sangre se complementaban en un trago amargo.

Observé sus dedos llenos de nerviosismo tras mi presencia, y los imaginé vendados, quizás heridos de la quema de sus lágrimas derramadas en un antiguo pasado, sobre el piano. Sonreí. Volvía a encontrar mi mirada con la suya, y esta vez lo observé como la memoria de un niño dibujando en la pared de su casa, en colores, como intentando conectar cada trazo para hacer música sin el más leve movimiento, solo a través de una mirada perdida en la imaginación.

Tomé con cuidado sus partituras quitándoselas de las manos y las dejé descansar seguras sobre el piano.
-No tienes nada que temer joven Scriabin. Yo solo soy un músico más, dentro del alma perdida tras una eterna y oscura sombra.

Dije aquello mientras me volví a sentar con cuidado en la butaca del piano para tocar una de mis composiciones.
-...El espíritu de un músico solo es un detalle que muy pocos se atreven a conocer, pensando que todos son lo mismo. Demostrarte que no soy como todos, es fácil. Pero salir de tu círculo vicioso de desconfianza que no trae nada más que irritación es lo más complicado....

Yo continuaba tocando a medida en que mis palabras se iban alargando ante el músico de los ojos miedosos. Luego deseé mirar una vez más, a esos ojos que alimentaban solo mi seguridad y mi deseo de que tal vez un bocado de clase alta no me vendría nada de mal.

Si, yo podía oler su miedo, así mismo desearlo, pero solo conseguía perderme en aquella seguridad que traía a arrastras conmigo desde hace unos milenios. La seguridad de que lo perdido volvería. Era por eso que yo terminé su composición, debido a mi terco pensamiento de que lo perdido vuelve...Pero todo era un error tras un error.... -y mis notas comenzaban a incrementarse en la gravedad de su tono- ...¿Cuando acabaría tal suplicio?... El error de ser seguro de un amor y de una pasión perdida, mientras que ¿Intentaba corromper el miedo a seguir equivocarse, de otro?

Aleksandr Scriabin.. la cuerda floja que me impulsaba al sentimiento de seguridad que me poseía, llevaría su nombre por toda la eternidad, el nombre de mi miedo se llamaba Aleksandr Scriabin, miedos que no eran míos, pero que los tomaba para obsesionarme con el regreso de el amor que perdí hace
unos años atrás por la mujer que de nombre me estigmatizaba. Si.. ese estigma que no quería perder otra vez, que no quería borrar, que no quería disolver... se veía reflejada en las inseguras notas en pauta de Aleksandr Scriabin.

...Y fue entonces que en mi cabeza comenzaba a formarse una melodía que hablaría de él....
“Miedictis Aprehention Scriabin”....
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