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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Salomé Ameris Sáb Oct 19, 2013 4:21 pm

Aquel minino de rasgos extraños, se movía muy bien entre la capa de nieve, que había dejado la nevada anterior, sus patas estaban perfectamente acostumbradas a sentir el terreno algo inestable, se paseaban tranquilamente en ella, en ocasiones encontrado hoyos que hacían que se cayera en lo profundo, pero su pelaje tupido; que lo hacía ver regordete. Le permitía tener una buena capa para proteger se aquel frio infernal. Era conocido como un gato de montaña, diseñado específicamente para las empinadas montañas, el clima frio y yermo. Por eso se veía tan extraño aquel animal, que rondaba, como si estuviera buscando alguna presa, con la que aun estaba obsesionado, sus rasgos no eran de un gato casero, su pelaje, lleno de diferentes colores, que hacían referencia a un buen camuflaje para la montaña, se hacían presente entre la lúgubres calles, en donde se dejaba ver.

La paciencia era una clave importante para lo que estaba haciendo, entre los matorrales esperaba una oportunidad, algo que era tan improbable, a esta altura del invierno y de la noche, que comenzaba a perder la esperanza de hacerlo por el orden de todo. Tuvo que recorrer, como siempre, a sus juegos sucios.  Un pequeño maullido resonó por todo el lugar, parecía ser inofensivo, pero era el llamo para su suerte. Pronto de la nada salió un hurón, quien estaba mirándolo desde la alta ventana, la cual quería el felino escalar, para entrar a la cálida casa, el animal desapareció, pero un gran viento abrió las puertas de par en par, el felino aprovecho la fuerza de sus patas traseras para impulsarse y llegar, con precisión al borde resbaladizo de la ventana, se apresuro a bajar, para esconderse entre la oscuridad y los varios objetos y libros que estaban regados por aquel lugar, el estruendo había advertido a una sirviente, ella con rapidez y eficiente, había llegado para cerrar la puerta. El frio se había quedado en la estancia, busco encender la chimenea que allí había para calentar el lugar antes de que su amo llegara.

El minino se posiciono gustoso en el borde de la ventana cerrada, mirando detenidamente, con aquellos ojos negros como la joven de aspecto cansado, se retiraba de la estancia. No duro mucho tiempo, para que la estancia fuera ambientada por aquella calidez que la madera lograba al ser quemada, fue tanto que el felino se acomodo en aquel borde, dispuesto a dormitar, mientras llegaba alguien a la estancia. Su cola cayo al borde, se movía de un lado a otro, mientras su cuerpo era recogido y un pequeño ronroneo salía de ella.

Fue un ruido el que la despertó, abrió sus ojos, encentrándose cara a cara con el rostro desconcertado del dueño de la casa, pues en ese lugar no había felinos, ni ningún tipo de animal domestico. Los dos se quedaron mirando fijamente a los ojos del contrario, hasta que el ruso cedió, desviándola un poco, para tal vez llamar al servicio para que sacara a ese gato intruso, pero antes de que este pudiera decir algo el minino salto, siendo menos habilidoso, pues llego a chocar un una mesita, en donde se encontraba algún adorno, que por su peso tembló y lo que tenia encima, cayó al piso, rompiéndose en pedazos. No duro mucho en esa mesa, apenas unas fracciones de segundo, lo cual faltaron para que sus patas traseras tuvieran la suficiente fuerza para terminar en un cómodo sofá individual que estaba en la sala, que solamente era iluminada por la luz de la chimenea.

¿Las sorpresas terminarían allí? No lo creía. Su cuerpo comenzó a hacerse cada más grande. El humano podría ver ante sus ojos una metamorfosis pocas veces apreciada. Dolorosamente los huesos y la piel se estiraba, las extremidades se trasformaban en manos y pies, mientras que el rostro se volvía cada vez más humano.  Se había dejado atrás el pelaje, ahora solamente había una piel pálida, lisa, con caderas voluptuosas, piernas bien delineadas, que se cruzaban elegantemente, para tener un poco del pudor que no conocía. El cuerpo completo se veía como el de una fémina completa, pero más musculosa y tonificada que de costumbre, sus dos protuberancias, parecían ser perfectos, redondos, duros, dejando en evidencia que era una mujer que nunca había dado a luz a un infante. Su melena rubia cayó hasta sus caderas, estaba alborotada, desaliñada completamente, haciendo que el friz provocara un peinado retorcido. En sus labios se mostraron una sonrisa, le encantaba ver el rosto desfigurado de la gente, cuando veía una obra de arte, como lo anterior.

Recorrió con su mirada la estancia, detallando cada objeto, con cierta rapidez, para luego mirar al hombre, que aun tenía en el umbral de la puerta —tiene un servicio muy eficaz — sonrió abiertamente, dejo salir un leve suspiro, su cabeza pesadamente se movió hacia un lado, mientras veía, con cierto fastidio, las reacciones corporales del contrario — Relájese… que odio la tensión, prefiero la diversión— un risa amplia mientras se acomodaba en el asiento, dejando que su cuerpo se hundiera en aquel sofá cómodo — vamos al grano, a mis oídos llegaron que usted quiere a alguien “discreto” para hacer cierto trabajito~ — llevo su cuerpo hacia adelante, para detallar aun más el rostro del hombre, aunque no era virtualmente necesario — deje de buscar, deje de llorar, que ya Salome Ameris está aquí— recito en un ronroneo, esperando que el ratón cayera en sus garras.
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Mensaje por Aleksandr Scriabin Sáb Nov 02, 2013 1:18 pm

Las prolongadas jornadas de ensayo se me antojaban largas y extenuantes hasta el punto de que había días, como el de hoy, en donde las articulaciones de mis dedos temblaban debido al esfuerzo excesivo. Nadie se atrevía a decirme que estaba llevando las cosas demasiado lejos, pero yo podía leerlo claramente en sus ojos. Y sí, tal vez me estaba exigiendo de más pero había llegado muy arriba como para permitirme bajar un solo peldaño; mi último concierto me había otorgado un gran prestigio y excelentes críticas y el venidero no podía ser diferente.

Volví a introducir mis manos en el elegante recipiente de plata para relajar mis dedos en aquella agua tibia. Más que aquel ligero temblor en mis falanges, me preocupaba mi estabilidad emocional y mi autoconfianza. Con este, eran ya cinco días los que había acudido al teatro de París a examinar a las nuevas promesas musicales que ensayaban sus primeras composiciones. Muchos, como era de esperarse, tenía un nivel bastante mediocre pero habían otros, sin embargo, cuya precisión para su corta edad era digna de admiración así como de preocupación. Eran jóvenes, con un poco más de la mitad de mis años, y con el correcto adiestramiento podrían convertirse en mi competencia.

Era consciente, por las múltiples charlas que Louis me había dado, de que llegaría el día en que no podría tocar más el piano. De que lo importante era construir mi nombre y hacer que las generaciones venideras me recordaran por todo lo que había conseguido. Pero no podía evitarlo, me era imposible no sentir celos de aquella juventud, me era imposible no odiarlos por tener más vida por delante de la que a mí me quedaba y… me era imposible no desearles el mal.

La vasija de plata tambaleó de repente debido a mi desconcentración y el agua se vertió por toda la mesa. Afortunadamente alejé mi silla a tiempo y a mi traje no salpicó gota alguna, pero la mesa había quedado inundada completamente. Mantuve las manos estiradas hacia el frente, mientras una de mis sirvientas me las secaba y otra arreglaba el desastre que yo había ocasionado. ―Iré al estudio.― Mi enojo era notorio y, como si hubiese pronunciado alguna frase mágica, una eficiente sirviente salió corriendo del comedor con pies tan ligeros como un felino. Seguramente iba a cerciorarse de que el estudio estuviera en condiciones para mí.

No quise ser irritante y subí las escaleras tan despacio como me fue posible. Tanto así que cuando llegué al último escalón, ella iba de bajada con la respiración notoriamente agitada. ―Muchas gracias.― Dije, aunque no estaba seguro si con la velocidad con la que bajó las escaleras había conseguido escucharme. Crucé el pasillo acariciando casi involuntariamente mi mano derecha y abrí la puerta del estudio. La chimenea estaba encendida y toda la estancia se había visto inundada por un calor confortable. Lo único que deseaba en estos momentos era recostarme en el sillón y dejar mi mente completamente en blanco pero, en el momento en que giré la perilla de aceite de la lámpara y todo se iluminó, la presencia de un gato me perturbó sobremanera.

¿Un gato?, ¿cómo era posible?, ¿por dónde había entrado? Di un paso hacia atrás, hacia el umbral, para llamar a que solucionen este inconveniente, cuando de repente algo sin precedentes comenzó a tomar lugar frente a mis ojos, allí, en el sillón donde pensaba recostarme. El felino comenzó a convulsionar y contorsionarse y yo no supe qué hacer, cómo reaccionar. Mi corazón latía fuerte, sujeté el firme roble de la puerta en búsqueda de algo de qué sujetarme y toda mi cara adoptó una mueca de sorpresa, terror y pánico. Recordé las palabras de los brujos a quienes consultaba, recordé todo aquello de que el mal que deseas algún día se te regresa y, con mi rostro empalidecido, comencé a pensar que se trataba del mismísimo diablo que venía por mi alma.

Intenté correr pero mis piernas no respondieron, intenté gritar pero mi garganta había enmudecido, todo mi cuerpo estaba bloqueado siendo mis ojos la única parte funcional que presenciaban horrorizados como, el que hace segundos atrás era un gato, ahora era una exuberante mujer. Una mujer que me miraba desde aquel sillón con una confianza avasalladora y en cuyos ojos se leía que sabía más de mí de lo que yo podría imaginarme.

Cuando habló, mi bloqueo se fue disipando poco a poco. Escucharla hablar fue un choque de realidad que agradecí infinitamente, pero de todos modos aún no recuperaba mi voz. La escuché en silencio sin atreverme a mirarla directamente a los ojos. Los pocos centímetros que había retrocedido, ahora los avancé y con ello cerré la puerta; sus palabras estaban tratando temas comprometedores y no iba a permitir que ninguno de mis sirvientes las escuchasen.

―Có…― Sacudí la cabeza intentado salir del letargo en el que me había sumido. ―¿Cómo?― Una simple pregunta que sonaba corta pero implicaba tantas cosas. No entendía nada de lo que estaba pasando, no entendía quién era ella tampoco qué era ella. Mi cabeza palpitaba y sentía que en cualquier momento iba a estallar, así que moviendo mis brazos como si fuera un invidente encontré el asiento más cercano y me tumbé allí, tapando mi rostro con mis manos y rogando porque todo esto no fuera más que una visión producto del cansancio. Pero no lo era, cuando el velo protector que mis manos me brindaron se abrió, ella seguía allí, mirándome y sonriendo.

―¿Quién eres?―
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Mensaje por Salomé Ameris Mar Nov 05, 2013 1:40 pm


"Muéstrame un jugador y yo te mostraré un perdedor, muéstrame un héroe y te mostraré un cadáver."
Mario Puzo


Y todo se resumía a aquel momento, La loca y el pianista, ella mirando con cierta malicia, una malicia que parecía estar contenida, como la caja de pandora y deseaba salir para hacer estragos en su alrededor, de alguna u otra manera, el cuerpo del ruso aun parecía estar en shock, aunque se las había arreglado para sentarse cerca de aquella mujer. Había cerrado la puerta, algo muy inteligente de su parte, Salome le hubiera aplaudido por tal astucia, pero estaba muy ocupada, acariciando su cabello largo y dorado, que parecía cubrir mágicamente las puntas de sus voluptuosos y pálidos senos — La pregunta es quien no soy — respondió sin mucho interés y como siempre con la incoherencia que le definía. Miro el rostro del hombre y sonrió, inclino su cuerpo hacia adelante, para con una mano hacer una leve señal, parecía que estaba ayudándolo a darle aire, el oxigeno que necesitaba — ¿Necesita un poco de té para qué le pase la impresión? — parpadeo con falsa intranquilidad ante el estado de su actual compañero. Suspiro largamente, para fruncir el ceño y tirar de golpe su cuerpo y asi arregostarse en el mullido sofá — se hombre y déjate de estupideces — chasqueo su lengua malhumorada.

— Las paredes tienen oído, señor, también boca — rio suavemente. Su mirada se fijo en la de él, cierto aire de seriedad se había apoderado del lugar, era extraño que Salome se encontrara en aquel estado de cordura, que me permitía hacer negocios, pero siempre habría alguna necesidad que la obligaría a mostrar seriedad. — Le ofrezco mis servicios, no se preocupe, nadie nos relacionara, lo podrán hacer luego de su muerte, cuando luzca una de mis bellas obras de artes, como son mis ataúdes — se escucho cierta pasión en su voz, al hablar de con lo que se ganaba la vida. Como el hombre amaba tocar el piano, en ella había nacido el amor por crear y diseñar personalmente los ataúdes para sus clientes.

— Claro, todo tiene un precio, pero mire el lado bueno, le daré el 50% de descuento en mi funeraria — no podía dejar de sonreír, aun tenía en su mente el rostro del hombre en su mente, aquel horror de verla transformarse. ¡Para ella valía puro oro! Con solamente con eso se podría conformar, pero lo habría de revelar cuando este aceptara completamente. Su rostro se oscureció de cierta tristeza y decepción, sus brazos hicieron peso en las posaderas, aferrándose firmemente, para poder levantar todo el peso de su cuerpo y comenzar a caminar hacia lo que sería la salida, la ventana.

— Al parecer no está interesado, imagínese lo que podríamos lograr juntos — negó su cabeza, suspirando largamente — pero bueno… gozare ver como este gran pianista muere por vejez; aunque muy talentoso. La juventud es una carta, que los otros tendrán…— tik, tak, el tiempo era el enemigo del ruso, pero el amigo de la italiana. Todo seria amigo o aliado de la cambiante, pues ella se había propuesto que nada le impediría ser lo que era, ella iba con la corriente, mientras provocaba una única y original, en donde pocas personas podrían estar y soportar, pero al parecer, aquel hombre no era uno de aquellos que podría hacerlo.
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Mensaje por Aleksandr Scriabin Lun Nov 18, 2013 5:50 pm

Como si la situación que acontecía ante mis ojos no fuese lo suficientemente surreal y confusa, encima debía soportar las respuestas ambiguas y poco claras de mi misteriosa interlocutora. Sus palabras eran imprecisas y, por la sonrisa que esbozaba, podía afirmar que era consciente de que no estaba siendo todo lo clara que yo pedía que fuese y, más aún, lo disfrutaba. Mi cerebro neutralizó mi ira cuando intentó llamarme cobarde. Yo era orgulloso pero no estúpido y ponerme a discutir con una dama, que segundos atrás había sido un felino, no era para nada razonable. Sobre todo porque no sabía de qué era capaz y qué más sabía.  

Su dramática metamorfosis aún nadaba en mis pensamientos provocándome un dolor que se concentró en toda la parte frontal de mi cráneo. Lo sentía similar a la fatiga, al cansancio de cuando practicaba por hora sin darme un solo segundo de descanso. Respiré profundamente e hice mi mejor esfuerzo por sentarme erguido en aquel sillón y dirigirle la mirada. Ahora que mi vorágine cerebral había menguado un poco, lograba captar sus palabras y el sentido de las mismas. Aparentemente me estaba ofreciendo sus servicios pero yo seguía sin entender nada. ¿Qué podría ofrecerme aquella mujer? Lo primero que se me vino a la mente fue que se trataba de una prostituta que deseaba una recompensa por una noche de pasión delirante, pero cuando comenzó a hablar de ataúdes y funerarias la situación se tornó bastante tétrica. ¿Planeaba matarme?

“¿La han mandado a matarme?” Pensé en preguntar, pero al igual que un gato que salta por los techos de los castillos, la dama movía la conversación a su antojo de un tema a otro, dejándome una vez más completamente desarmado y frustrado por ser incapaz de seguir el ritmo. Mi boca permaneció entreabierta por las palabras no dichas y mis ojos la siguieron en todo el camino hacia la ventana. Por un segundo me sentí aliviado, porque desde que había entrado en mi estudio eso era todo lo que había deseado: que se largara; pero sus últimas palabras provocaron en mí una reacción inmediata.

―¡Espere!― Grité, esperando que eso fuera necesario para llamar su atención. ―¿Qué es lo que acaba de decir?― Contemplé su esbelta figura, escuetamente iluminada por las llamas del candelabro y luego miré a sus ojos color esmeralda. ―Todo eso de la juventud.― Moví mis manos un tanto rápido producto de la ansiedad que se había apoderado de mí en esos momentos. La juventud eterna junto con la fama y la admiración eran mis puntos débiles, aquellas eran las tres cosas que siempre había deseado en mi vida pero, lastimosamente, sólo había conseguido las dos últimas e incluso esas estaban amenazando con irse de mis manos.

―¿Es usted una bruja, acaso?― Invadido de una fuerza que no conocía, o más bien de ambición, me puse de pie y caminé unos pasos hasta ubicarme frente a la mujer. ―¿De qué clase de servicios estamos hablando, madame?― Ahora, sin muchos deseos de que abandone mi mansión, estiré mi mano señalando con la punta de mis dedos el cómodo sofá en el que había estado sentada minutos atrás.
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Mensaje por Salomé Ameris Vie Ene 24, 2014 2:27 pm


Prueba es de buen espíritu tener firmeza.
— Séneca



Y ella se detuvo, cuando escucho el grito del ruso, su cuerpo se paralizo, quedándose a un paso de saltar por la ventana, giro su cabeza, para mirarle por encima del hombro mientras una ceja de alzaba y una media sonrisa se asomaba. Salome se alzo los hombros, girando completamente, había captado su atención, ahora como fiel felina que era, se contoneaba lentamente, sin apresurar mucho su andar. ¡Qué gracioso para ella fue escuchar que le decían bruja! Rio y rio, hasta que su estomago dolió. Volvió a sentarse en el sillón, para negar suavemente, mientras su cuerpo se acomodaba entre ese cómodo asiento.

— Dios no me ha concedido ser una alquerre — Dijo con cierta lastima, pero se inclino un poco hacia él, como si estuviera a punto de decir un secreto — pero me ha dado la juventud que usted tanto ha deseado — sus ojos se posaron maliciosamente en el, queriendo destrozarlo, por dentro, para luego ayudarlo — Tengo 60 bellos años y mírame, parezco una bella mujer de 29 años, bueno 30, pero siempre digo que 29, para verme más interesante — así era ella, saltaba de un tema a otro, sin previo aviso, sin oportunidad de que la otra persona reaccionara ante su presencia.

— Resulta que las paredes escuchan y pues vera, me ha llegado a mis oídos, que necesita usted una solución para sus competidores; a los cuales ya he podido ver, en diferentes ocasiones. Creo que la solución es retirarlos del espectáculo, por un tiempo más — unió sus dedos, mientras ladeaba su cabeza. Ese era su plan, retirarlos antes de tiempo, pero ¿Qué ganaba ella? Principalmente diversión, mucha y loca diversión, que era lo que la movía, lo que la mantenía vivo. Hacer un trato con ella, era como hacerlo con el mismísimo Satanás. Nunca sabrías si era realmente bueno, hasta que vieras los resultados.

— ¿quiere ser eterno? Sea bienvenido, únase a un mundo, lleno de extraños seres, pero los cuales duraran eternamente; o casi. — ¿Cuál era el significado de eterno? Ella no lo sabía, pero le ofrecía la solución de muchas cosas, aun así era él, quien debía decidir si quedarse tal como esta o seguir con una vida llena de éxitos, pero con una gran maldición. Ser eterno, en ocasiones, podría ser malo también. Todo siempre en el punto de vista que se viera.

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