AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Oh, I think I'm going to cry... No. | Éléonore D' Coste-mess
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Oh, I think I'm going to cry... No. | Éléonore D' Coste-mess
El Sol aún brillaba en el cielo, gobernándolo todo desde la cúspide del mismo, cuando sus ojos se abrieron de par en par. Se topó de frente con la tapa del ataúd, con el interior forrado con un hermoso terciopelo de color rojo sangre. La sensación de sed le sobrevino inmediatamente después, puede que provocada por el dulce olor a humanidad que se colaba por los resquicios de aquel cubículo parcialmente cerrado. Nunca le echaba el cierre por completo, o sería francamente difícil abrirlo desde dentro, por no decir imposible. Aquel no era un ataúd convencional. Lo había hecho fabricar especialmente para ella, y estaba construido directamente sobre una sola pieza de mármol blanco de más de una tonelada de peso. Tan hermoso era por fuera como espacioso era por dentro. En su interior cabían de forma desahogada cuatro personas tumbadas mirando hacia arriba. Claro que ella nunca dormía acompañada: aquel lujo sólo era merecido por su persona. La pieza artística que era la totalidad del ataúd, estaba ubicada en una habitación perfectamente escondida y protegida contra los rayos solares y los ruidos innecesarios provocados por el servicio. Antes, allí se encontraba la biblioteca secreta (y prohibida) del propietario original del castillo, un Duque al que ella misma asesinó para quedarse con el terreno, por lo que era prácticamente imposible acceder a la habitación a menos que fuese la mismísima Ophelia quien te mostrara la entrada, que ni siquiera aparecía en los planos... Y aquello sólo había ocurrido en tres ocasiones, y ninguna de las cuatro personas que entraron a sus "aposentos" personales, vivió para contarlo.
La "puerta" estaba perfectamente camuflada bajo la pesada cama de la habitación principal, pero cualquiera que mirara bajo la misma, no notaría nada extraño. Porque no lo había. Para abrirla habías de presionar un interruptor que estaba tras una estantería de más de trescientas baldas de altura. Y luego, sólo disponías de cinco segundos para pasar la puerta y bajar por la sinuosa escalera que daba a la habitación oculta. Teniendo en cuenta que ambas habitaciones, en la que ella dormía y la biblioteca donde se hallaba el botón, estaban a más de seiscientos metros de distancia, se trataba de una misión prácticamente imposible. A menos que tuvieras mil ochocientos años y fueses un vampiro. Aquel era el secreto. Nadie era capaz de encontrar a Ophelia durante el día porque era imposible acceder a esa habitación a menos que salvaras esa enorme distancia entre el botón y la puerta en menos de ese corto período de tiempo. Inteligente, ¿eh? Era un auténtico búnker de protección para vampiros. Pero dormía sola. El resto de sirvientes de la misma condición, habían de conformarse con las mazmorras o enterrarse en el jardín que rodeaba la enorme construcción. La vampiresa no era un alma caritativa, precisamente. Y en aquel momento, estaba sedienta. Se estiró notando que todos los músculos de su cuerpo se desentumecían al mismo tiempo, emitiendo un sonido seco y sordo, que a más de uno hubiese puesto los pelos de punta. Salió del ataúd y subió las escaleras como si de un espectro se tratase.
Se asomó al exterior, para volver a esconderse inmediatamente. La sirvienta había vuelto a dejarse las persianas y las gruesas cortinas de terciopelo descorridas. Su grito se escuchó por toda la primera planta. El rugido de una bestia que acaba de despertarse, impaciente por tomar el primer bocado de la mañana. - ¡¡Ariadna!! ¡¡Ven aquí ahora mismo o juro que te sacaré las tripas y me pintaré las uñas con tu sangre mientras las veo cocer en la chimenea del salón principal!! -La chica, de apenas diecisiete años, apareció inmediatamente, con cara de terror y expresión confusa, como si acabara de levantarse. Hizo la tarea en menos de un minuto y desapareció tan deprisa como había llegado, a sabiendas que su señora no gustaba que entraran en sus aposentos más que para cumplir sus órdenes. Ophelia salió de su perfecto escondite, sintiéndose segura tras los gruesos muros de piedra del castillo. Nunca había tenido ningún susto durante el día, ni aun estando fuera de aquel refugio, el gran caserón estaba perfectamente construido... Aún así, prefería dormir en su ataúd. El colchón de plumas le resultaba un tanto incómodo. - ¡¡Sergèi!! ¡¡Ven aquí! -Ordenó, y a los pocos segundos, el pesado estruendo de unos pasos rítmicos, se detuvo frente a la puerta cerrada de su habitación. El hombre, de una altura completamente desproporcionada, le sonrió con cierta complicidad, no siendo necesario que Ophelia dijera lo que quería. Y pensar que le había encontrado con diez años, muerto de hambre, en una callejuela de la capital de Rumanía. Ahora tenía veinte años, y además de medir más de dos metros, su aspecto no podía ser más envidiable.
- Que sea de clase alta, por favor. Los incompetentes de ayer me trajeron a una muchacha de veintipico años, más pobre que las ratas y con más miedo que sangre. Además, estaba muriéndose. Ya sabes que la compasión no es lo mío, y si acabé con ella fue porque lo suplicó. Llévate el cadáver también. Y toma -le tendió un saco de tamaño considerable, lleno de monedas de oro. - Tu paga. O parte de ella, mejor dicho. A veces pienso que mejor sería despedazar a todos estos idiotas y quedarme solo contigo... -Acarició el joven rostro del muchacho y sonrió levemente. Una sonrisa sincera, pero fugaz. De las pocas que dedicaba. - Vamos, lárgate. -Hizo un gesto con las manos para que se marchara, y tras una reverencia, su cuerpo desapareció en el pasillo. Su misión era simple: secuestrar a alguna muchacha de clase alta -nobleza, preferentemente- y llevársela a su ama a fin de alimentarla. La suerte de la chica dependía de ella misma. Si era complaciente, viviría. Si la fastidiaba, moriría. Claro que esa información nunca la tenían, así que todas acababan muriendo. Quien hace la ley, hace la trampa... y ella era tramposa hasta en su propio juego.
La presa resultó ser una chica, bastante guapa y bastante distraída, que paseaba por las calles de París. Sola. La noqueó dándole un golpecito en el lugar exacto, con la fuerza necesaria, para que la chica cayera redonda de inmediato. La llevó al caserón y la depositó en el colchón de su ama, quien le agradeció por el trabajo bien hecho. - Despertad, princesita... La bruja precisa de vuestros servicios... -Su voz sonó suave, delicada, melodiosa, pero tajante. Tenía demasiada sed para andarse con rodeos. Examinó a la presa con una media sonrisa, pícara, feroz. Era bonita, joven, su piel parecía tan delicada que casi sentía que podría romperla sólo con tocarla. Aquel iba a ser un día sumamente entretenido.
Última edición por Ophelia M. Haborym el Dom Dic 08, 2013 10:58 am, editado 2 veces
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Oh, I think I'm going to cry... No. | Éléonore D' Coste-mess
“La complicidad de la noche juega conmigo un rumbo al azar. Miro esplendorosamente los ruidos y vidrios caídos de las vitrinas que rompo con mi pasar. ¿Estás preparada para sentir un fuego que te consumirá?”
El día era horriblemente hermoso. Estaba soleado, no hacía ni demasiado frío ni demasiado calor y eso era odioso, me gustaba el frío, congelarme mientras sentía que se me abría en mil pedazos la piel de mis labios. Me gustaba sentir la espesa y ácida sangre recorrer mi boca. Manchar mi vestido ajustado color pimienta, reírme del rostro de las personas que se asustaban al ver mi “sedosa, lustrosa, pálida y perfecta piel”, como mi madre decía que era, manchada de carmesí. Aunque para mí, mi piel era un pedazo asqueroso de lienzo, débil y triste. Una tela barata y fácil de romper. ¿A quién le podría gustar ser de esa forma? Mi cabello colorado me hacía mala fama. “Los colorados traen mala suerte!” Eso dicen de mí los amigos de la familia. Pero a mi ninguna de esas cosas me importa, voy más allá de esos simples seres, me alimento de mi ego y del orgullo de la gente. Disfruto de cosas esenciales, latidos del corazón, sangre debajo de la piel, me gusta coleccionar pequeñas partes de animales y luego hacer con ellas una especie nueva. Sí, esa soy yo, una bella muchacha de clase alta esperando un nuevo marido el cual asesinar.
Caminaba por las tediosas calles parisenses, recordando lo fastidiosa que era mi vida. Escaparme de mis padres era algo fácil, a ellos no les gustaba que saliera sola, decían que me podrían secuestrar. ¡Já! ¿Secuestrarme a mí? Me creía demasiado o más bien, demasiado poco, como para que quisieran hacer algo así. Pero la realidad es que ellos no estaban errados. Mientras miraba al piso, jugando a no tocar las líneas del suelo con mi zapato sentí un crujido que primeramente pensé me había excitado por la efusividad y el dolor y luego solo un pozo negro se hundió en mis ojos y me dejó inconsciente. De haberlo sabido le hubiese dicho “¡Llévame a donde quieras! Pero déjame ver el camino” pero solo pude rezongar cuando la voz melodiosa de una hiena acaparó mis sentidos. Abrí despacio un ojo y luego otro y dejé salir una exhalación. Era una mujer hermosa, una mujer a la que si pudiese, le sacaría los ojos y los dejaría como un adorno especial en mi mesa de despertar. — ¿La bruja sois vos o soy yo? No soy princesa pero puedo ser reina. — Moviendo suavemente la cabeza a un lado me quedé mirando el lugar, dejando los labios entre abiertos, removiéndome con cuidado mientras apoyaba las manos en aquella cómoda cama de plumas, parecía estar nueva e intacta. Pero algo me sacó de mis casillas, tal fue mi sorpresa que mis ojos verdes penetrantes y brillosos se quedaron pegados en los de ella. Había algo que estaba muy mal.
— ¿Qué pasa con este corazón? ¡Estáis a solo unos centímetros de mí, pero no oigo vuestra respiración! ¿Es un engaño barato? Ahh… — Casi sentía el éxtasis recorriendo mi vientre, me recosté completamente en aquel hermoso cubrecama y me quedé mirándola, pestañeando con un dulce y perfecto rostro inocente. Subí una de mis manos y toqué desesperadamente su piel, era fría, era la piel fría de un muerto. Ella me recordaba a los libros de criaturas sobrenaturales que había leído. Los libros paganos que no eran aceptados en la cultura. Eso me hacía sentir tan viva que casi se me salían las tripas del interior. Sangre, sangre, ella buscaba sangre, lo oía de sus ojos y por eso quise cumplirle su capricho, me froté en la cama, mi vestido alborotado se subió dejando ver mis casi raquíticas piernas de porcelana, desparramé mis cabellos anaranjados a un lado y estiré mi holgado cuello dejando ver toda aquella vena cartesiana que yo bien sabía dónde estaba. Y esperé, esperé como si fuese un sueño divino. Ser devorada por un místico ser era un ideal que pensé jamás se me presentaría. Estaba en mi mundo de felicidad, no quería dejar de olerla de sentirla. Siempre había pensado en que me enamoraría de un muerto. Me casaría con el cadáver de mi esposo, el cual yo misma asesinaría. Pero eso era mejor, era un dos por uno, vida y muerte en un mismo ser. Desprendía el olor a un funeral, pero bautizado con escombros de rosas muertas. Y mi perfume que era de vainilla late, se bañaría con el de ella formando una fragancia infernal. Estaba preparada para morir. Yo no le tenía miedo a la muerte, pero mientras más hermosa, más feliz me ponía. — A-hh~ Decidme vuestro nombre ser muerto infernal, me gustaría gritarlo mientras me quitáis parte de mi vida o lo que sea que pretendáis de mi… — Susurré en un escozor garrafal, mientras la emoción me proclamaba temblar y mi dulce piel pálida se ponía de un rosa insistente, principalmente en mis mejillas, allí donde estaba acumulando la sangre de la vergüenza.
Era inevitable para mí, sentirme especial. No importaba donde, ni cuando, mientras alguien se fijara en mí, yo sentía que valía algo. Y en esos momentos la mujer de colmillos grandes era quien me estaba observando. Parecía hambrienta y yo solo tenía mi sangre y mi cuerpo para alimentarla. Por qué nadie se alimentaba con dinero y de ser así no importaba como lo viera, a nuestro alrededor las cosas parecían aún más caras que las de mi propia casa. Era un lugar con muebles demasiado lindos, pero que yo probablemente usaría para mis colecciones de patas de arañas, ratas y ranas. Algo que a la gente común le parecía desagradable. Yo lo encontraba como una obra de arte. Pero en fin, yo estaba buscando en ella un placer divino. Algo nuevo, un sentimiento que me alejara de una vez de las costumbres habituales. Era momento de empezar otra etapa. Y si esta etapa terminaba con la muerte, estaría agradecida de tenerla.
“Es en un encuentro infortunio, donde las alas de un cuervo muerto se desprenden. Esperando de ti un beso divino, que me lleve a sentir la muerte en mi propio paladar.”
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: Oh, I think I'm going to cry... No. | Éléonore D' Coste-mess
Tedio. Estúpida sensación que la acompañaba la mayor parte del tiempo, desde hacía tanto que apenas recordaba cómo era su existencia sin tenerla presente. No había nada que lograra apartarla, nada que pudiera llevarse aquel gran vacío que yacía instalado en su marchito corazón. Libros, amantes, alcohol, sexo, muerte, putrefacción... No había nada lo suficientemente potente para eliminar de su alma aquel sentimiento que impregnaba todo con su triste olor a muerte. Sólo las largas caminatas por la ciudad, cuando ésta dormía, lograba opacar un poco aquel oscuro sentimiento... Pero opacar no es eliminar, como ignorar no es desaparecer. El dolor, aunque callado, siempre sigue haciendo daño, y eso era algo que aún le costaba asumir.
Siempre le había resultado fascinante caminar por las calles de París y ver la gran variedad de gente que poblaba la ciudad. Una increíble contraposición de corsés, sombreros de copa y joyas frente a harapos, pies descalzos y estómagos hambrientos. Y lo más curioso es que no hacía falta ir de una punta de la ciudad a otra para poder ser partícipe de aquel disparate únicamente presente entre la población humana. Aquella lucha de unos contra otros era muy similar a una partida de ajedrez: Negras contra blancas, Ricos contra pobres.... ¿quién haría el jaque mate final? Muchas veces había esperado, en vano, a que el pueblo se rebelara contra aquellos que los sometían... Pero la humanidad era demasiado débil para luchar por sus propios derechos. Aún así, esperaba que en algún momento ocurriera, y que ella pudiera estar ahí para contemplarlo. No movería ni un dedo ni por unos ni por otros, pero se reiría en la cara de aquel Dios en el que algunos aún creían. Y se sentiría estupendamente.
Pero todo aquello tenía lugar durante la noche. Cuando el Sol brillaba en lo alto del cielo, ella estaba obligada a permanecer escondida, oculta entre las sombras que siempre la acompañaban a todas partes. Cuando la luz del día iluminaba a aquellos seres inútiles y fugaces, dotándoles de la vida que la inmortalidad le había arrebatado a ella, debía dormir, fingir que nada ocurría fuera de esas cuatro paredes... Y aun tras tantos años de existencia, era incapaz de soportarlo. No es que necesitase el Sol para nada en particular, pero echaba de menos observar el mundo iluminado por algo más que unas cuantas velas que le arrebataban toda la belleza que era recordaba. Podría decirse que una de las cosas -que no la única, ni la más importante- por las que odiaba tanto a los humanos, era por su forma despreocupada de vivir la vida. Siendo como eran, ajenos a la realidad del universo que los rodeaba, eran felices. Y ella, que tenía todo para serlo, echaba en falta los pequeños detalles que ellos ignoraban en su día a día. La brisa otoñal, la calma tras la tormenta, los amaneceres anaranjados... No sabían lo que tenían. Merecían ser pisoteados.
Vida. ¿Qué era la vida? ¿Qué era su vida, tal y como muchos la concebían? Un gran milagro, un gran misterio, sin ningún significado, sin ningún propósito... importa en sí misma, es en sí misma, no oculta nada más. Sin saber cómo había surgido, ni cuándo había aparecido por primera vez, la vida se había abierto paso en un universo hostil a través del tiempo y del espacio, cambiando y adaptándose a las variaciones que el universo iba incluyendo. Prosperando, evolucionando milenio tras milenio, haciéndose cada vez más amplia y adoptando una enorme gama de formas, aspectos, y sentidos muy diferentes entre sí. Pero nadie sabía cuál era su propósito, su finalidad. Y mientras ellos se cuestionaban los motivos para estar en aquel mundo, siendo lo único en que se fijaban en sus patéticas vidas, ella sabía que el único motivo que tenía para seguir estando en aquel mundo, era provocar que el caos aflorase por donde quiera que pasara.
Y aquello empezaba por devorar a cuantas personas "inocentes" se le cruzaran en el camino. Por eso su sonrisa macabra se ensanchó tantísimo al observar el rostro dormido de aquella nueva y extraña víctima. La observó con una mezcla de sorpresa e inquietud. Normalmente era ella quien escogía a sus propios "juguetes", y aunque confiaba en aquel muchacho, su criterio nunca sería el mismo que el que ella misma poseía. Acarició el rostro de la muchacha hasta que finalmente abrió los ojos, ayudada por las palabras que acababa de mencionar. Lo cierto es que no esperaba obtener respuesta a aquella broma particular que había formulado, pero obtenerla, -¡y de qué modo!- la hizo soltar una carcajada exenta de alegría, pero que resonó por la sala durante unos instantes. Curiosa forma de despertar. Normalmente, cuando te levantas en una casa ajena, frente a la atenta mirada de una desconocida, lo lógico era sorprenderse, cuanto menos. Pero no parecía sorprendida sino... ¿excitada?
- Evidentemente, la bruja soy yo, mademoiselle... estáis en mi hogar porque mandé a alguien a secuestraros... No creo que haya muchas princesas que hagan algo así... -Tomó un rojizo mechón de pelo y se lo colocó tras la oreja, con una sonrisa irónica dibujada en su semblante. - Así que queréis ser reina... -Murmuró mientras la humana iba atando cabos acerca de la naturaleza de quien tenía enfrente. - Yo podría entregaros un reino inigualable... Si me dierais algo a cambio... ¡Ja! Sólo bromeaba... No necesito pediros lo que deseo. Puedo tomarlo yo misma... -La muchacha parecía algo desorientada, o eso, o estaba un tanto loca. Fuera como fuese, le daba lo mismo. Sólo quería su sangre... ¿O no? Su perspicacia la tomó por sorpresa. No eran muchos los que, estando a solas frente a su presencia, se paraban a buscar el latido de su corazón. - Mi corazón lleva mucho sin palpitar... tanto tiempo como mis pulmones llevan sin necesitar aire... -La miró con más atención, como queriendo entrever en ella una naturaleza diferente a la que podía percibir de un simple vistazo.
Había oído súplicas de todo tipo, pero siempre relacionadas con permanecer vivos, y nunca al contrario. Le habían pedido de rodillas que los convirtiera en lo que ella era... Pero nunca que les mataran. ¿Odiaba a su vida o simplemente no entendía la realidad de lo que estaba ocurriendo? Ophelia se levantó de la cama y la rodeó, sin dejar de observarla, relamiéndose los labios con insistencia. Notaba el palpitar de su sangre bajo la fina capa de piel que la recubría. Sangre dulce, joven, llena de locura. Se sentó junto a ella, rodeándola con un brazo, en una postura más íntima y cercana, que le permitió saborear el aroma de su líquido vital. - Sois un espécimen de lo más curioso, niña... ¿Suplicáis a un muerto para que os arrebate la vida? ¿No es esa una ironía fantástica que vuestra patética vida os ofrece? Mas... las súplicas me quitan el apetito... Decidme pues porqué debería manchar mis afiladas dotes con vuestra sangre y no partiros el cuello sin más por tan absurda petición. Apresuraos, muchacha, tengo que pedirle al servicio que vaya a por una presa más común... A vos puedo encerraros en mi sótano particular... No cabe duda de que puede ser interesante... -Sus colmillos, blancos, afilados, fieros, se dejaron ver en todo su esplendor, dotando a su expresión de una ferocidad sutil, aunque patente. Delineó la clavícula de la joven con una de sus heladas yemas, relamiéndose. Estaba hambrienta, pero sus deseos por abandonar el tedio que la acompañaba en sus eternas noches, eran incluso más poderosos que la necesidad de alimentarse.
Siempre le había resultado fascinante caminar por las calles de París y ver la gran variedad de gente que poblaba la ciudad. Una increíble contraposición de corsés, sombreros de copa y joyas frente a harapos, pies descalzos y estómagos hambrientos. Y lo más curioso es que no hacía falta ir de una punta de la ciudad a otra para poder ser partícipe de aquel disparate únicamente presente entre la población humana. Aquella lucha de unos contra otros era muy similar a una partida de ajedrez: Negras contra blancas, Ricos contra pobres.... ¿quién haría el jaque mate final? Muchas veces había esperado, en vano, a que el pueblo se rebelara contra aquellos que los sometían... Pero la humanidad era demasiado débil para luchar por sus propios derechos. Aún así, esperaba que en algún momento ocurriera, y que ella pudiera estar ahí para contemplarlo. No movería ni un dedo ni por unos ni por otros, pero se reiría en la cara de aquel Dios en el que algunos aún creían. Y se sentiría estupendamente.
Pero todo aquello tenía lugar durante la noche. Cuando el Sol brillaba en lo alto del cielo, ella estaba obligada a permanecer escondida, oculta entre las sombras que siempre la acompañaban a todas partes. Cuando la luz del día iluminaba a aquellos seres inútiles y fugaces, dotándoles de la vida que la inmortalidad le había arrebatado a ella, debía dormir, fingir que nada ocurría fuera de esas cuatro paredes... Y aun tras tantos años de existencia, era incapaz de soportarlo. No es que necesitase el Sol para nada en particular, pero echaba de menos observar el mundo iluminado por algo más que unas cuantas velas que le arrebataban toda la belleza que era recordaba. Podría decirse que una de las cosas -que no la única, ni la más importante- por las que odiaba tanto a los humanos, era por su forma despreocupada de vivir la vida. Siendo como eran, ajenos a la realidad del universo que los rodeaba, eran felices. Y ella, que tenía todo para serlo, echaba en falta los pequeños detalles que ellos ignoraban en su día a día. La brisa otoñal, la calma tras la tormenta, los amaneceres anaranjados... No sabían lo que tenían. Merecían ser pisoteados.
Vida. ¿Qué era la vida? ¿Qué era su vida, tal y como muchos la concebían? Un gran milagro, un gran misterio, sin ningún significado, sin ningún propósito... importa en sí misma, es en sí misma, no oculta nada más. Sin saber cómo había surgido, ni cuándo había aparecido por primera vez, la vida se había abierto paso en un universo hostil a través del tiempo y del espacio, cambiando y adaptándose a las variaciones que el universo iba incluyendo. Prosperando, evolucionando milenio tras milenio, haciéndose cada vez más amplia y adoptando una enorme gama de formas, aspectos, y sentidos muy diferentes entre sí. Pero nadie sabía cuál era su propósito, su finalidad. Y mientras ellos se cuestionaban los motivos para estar en aquel mundo, siendo lo único en que se fijaban en sus patéticas vidas, ella sabía que el único motivo que tenía para seguir estando en aquel mundo, era provocar que el caos aflorase por donde quiera que pasara.
Y aquello empezaba por devorar a cuantas personas "inocentes" se le cruzaran en el camino. Por eso su sonrisa macabra se ensanchó tantísimo al observar el rostro dormido de aquella nueva y extraña víctima. La observó con una mezcla de sorpresa e inquietud. Normalmente era ella quien escogía a sus propios "juguetes", y aunque confiaba en aquel muchacho, su criterio nunca sería el mismo que el que ella misma poseía. Acarició el rostro de la muchacha hasta que finalmente abrió los ojos, ayudada por las palabras que acababa de mencionar. Lo cierto es que no esperaba obtener respuesta a aquella broma particular que había formulado, pero obtenerla, -¡y de qué modo!- la hizo soltar una carcajada exenta de alegría, pero que resonó por la sala durante unos instantes. Curiosa forma de despertar. Normalmente, cuando te levantas en una casa ajena, frente a la atenta mirada de una desconocida, lo lógico era sorprenderse, cuanto menos. Pero no parecía sorprendida sino... ¿excitada?
- Evidentemente, la bruja soy yo, mademoiselle... estáis en mi hogar porque mandé a alguien a secuestraros... No creo que haya muchas princesas que hagan algo así... -Tomó un rojizo mechón de pelo y se lo colocó tras la oreja, con una sonrisa irónica dibujada en su semblante. - Así que queréis ser reina... -Murmuró mientras la humana iba atando cabos acerca de la naturaleza de quien tenía enfrente. - Yo podría entregaros un reino inigualable... Si me dierais algo a cambio... ¡Ja! Sólo bromeaba... No necesito pediros lo que deseo. Puedo tomarlo yo misma... -La muchacha parecía algo desorientada, o eso, o estaba un tanto loca. Fuera como fuese, le daba lo mismo. Sólo quería su sangre... ¿O no? Su perspicacia la tomó por sorpresa. No eran muchos los que, estando a solas frente a su presencia, se paraban a buscar el latido de su corazón. - Mi corazón lleva mucho sin palpitar... tanto tiempo como mis pulmones llevan sin necesitar aire... -La miró con más atención, como queriendo entrever en ella una naturaleza diferente a la que podía percibir de un simple vistazo.
Había oído súplicas de todo tipo, pero siempre relacionadas con permanecer vivos, y nunca al contrario. Le habían pedido de rodillas que los convirtiera en lo que ella era... Pero nunca que les mataran. ¿Odiaba a su vida o simplemente no entendía la realidad de lo que estaba ocurriendo? Ophelia se levantó de la cama y la rodeó, sin dejar de observarla, relamiéndose los labios con insistencia. Notaba el palpitar de su sangre bajo la fina capa de piel que la recubría. Sangre dulce, joven, llena de locura. Se sentó junto a ella, rodeándola con un brazo, en una postura más íntima y cercana, que le permitió saborear el aroma de su líquido vital. - Sois un espécimen de lo más curioso, niña... ¿Suplicáis a un muerto para que os arrebate la vida? ¿No es esa una ironía fantástica que vuestra patética vida os ofrece? Mas... las súplicas me quitan el apetito... Decidme pues porqué debería manchar mis afiladas dotes con vuestra sangre y no partiros el cuello sin más por tan absurda petición. Apresuraos, muchacha, tengo que pedirle al servicio que vaya a por una presa más común... A vos puedo encerraros en mi sótano particular... No cabe duda de que puede ser interesante... -Sus colmillos, blancos, afilados, fieros, se dejaron ver en todo su esplendor, dotando a su expresión de una ferocidad sutil, aunque patente. Delineó la clavícula de la joven con una de sus heladas yemas, relamiéndose. Estaba hambrienta, pero sus deseos por abandonar el tedio que la acompañaba en sus eternas noches, eran incluso más poderosos que la necesidad de alimentarse.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Oh, I think I'm going to cry... No. | Éléonore D' Coste-mess
“La necesidad más básica de un ser humano, aparentemente, tanto vivo, como muerto. Es sobrevivir. Alimentarse, nutrirse y seguir existiendo. No cabía duda alguna, que no eran solo los seres con latidos los que necesitaban de ello.”
Era sorprendente como se movía, ¿estaba viva o estaba muerta? Me hacía sufrir el hecho de que su piel sea un marfil, que sus roces sean aterciopelados y que su aroma sea el de una diosa. No estaba podrida, no estaba maltrecha, era una especie de bicho raro, del que ya había oído. Sin embargo, en mis ojos se relucía la extrema curiosidad, querer fastidiarla por unos segundos sería algo fantástico, pero por otro lado, no quería terminar tan rápido mi vida. ¿La valoraba? ¡Por supuesto que no! Pero en momentos como esos, quería más, un poco más de tiempo. Que me quiebren el cuello no sería una muerte digna de admirar. No me daría el placer que ella se merecía. Sin duda alguna quería, en todo caso, ser asesinada cuando ella se llevara todo el palpitar de mi interior. Cuando encontrara mi yugular, que se veía a la distancia, cuando se relamiera mi sangre. Todo mi cuerpo pedía por ello y cuando pude tocar aquel corazón detenido en el tiempo, el cosquilleo de mi vientre se coló por toda mi espina dorsal hasta mi cuello. Quise arquearlo y dejar salir un suave jadeo, pero negándome a eso, me quedé observándola. Sufriendo por que se alejaba y empezaba a rodearme. Mis ojos, tan profundos como el humo de un infierno, se hacían presentes. El potente latido del pulso en mi garganta casi hizo eco en la habitación y mis dedos perforaron el colchón, lo agarraron mientras mi mirada se potenciaba vívidamente. — Un secuestro… Supongo que si desea dinero, mis padres se lo darán… Al marguen de eso, no veo que lo necesite… Me gustaría ser reina, de esta cama, ¿quizá? ¡Ah! ¿Qué… es eso que deseas? ¿Puedo saberlo de todos modos? —
Gateaba sobre la cama, como una pequeña niña que no puede caminar, me paseaba, acariciaba mi oreja que hacía momentos había sido acariciaba por la ajena. Un sonrojo ligero, como si me hubiese pintado, se hacía fama en mi rostro. ¿Sentía vergüenza? Eso era algo extraño, algo completamente raro en mí. Pero había algo, sin duda, algo me llamaba la atención en esa mujer, más de lo habitual. Era común en mí, que algo me emocionara y que luego me dejara de agradar. Lo amaba, lo tiraba y lo rompía. Nunca nada duraba demasiado, pero aquello era más de lo habitual, sentía un golpeteo por su especie. Una vampiresa, una mujer de la noche, no había duda de ello, las historias narraban tantas cosas y cada una de ellas me gustaba más. Lo único que interfería en mis ganas de ser eso, era que no podía perjudicarme a mí misma, que me heriría y sanaría. Que no podría sentir el proceso de cuando se infectaba la carne, cuando empezaba a curarse, cuando se descascaraba la piel. Los huesos limpios de un cadáver eran una de las cosas más hermosas de ver. Pero ellos nunca se convertirían en eso. Mis ojos revoloteaban por la habitación pensando esa serie de cosas y cuando subí los ojos, me encontré nuevamente con los de ella.
Mi cabello del color del fuego era seducido por sus dedos. Viajaban dulcemente por la piel de terciopelo ajena. Y yo me sentía sedada, mordiendo mi labio, experimentando sensaciones que apenas empezaba a descubrir. — La razón que tiene es increíble, aunque mi patética vida es impresionantemente suertuda. Creo que si me matáis vos, seré especial. Así qué, ¿por qué no? Admito que vivir es interesante, las experiencias… son muy ricas. Quiero saber más. ¿Ah? Eso… Es que sería aburrido para ambas y desperdiciarías mi cuerpo y contenido. No puedes beberme muerta, no es así? — Mis ojos, exageradamente grandes para mi cabeza deambulaban en la habitación. Me estiraba, me acercaba a ella, acurrucándome en su cuello, oliéndolo por encima de su ropa. Olía a muerte. El temblor salió a relucir desde mis piernas a mis brazos, mis ojos, que estaban completamente tímidos ante su cercanía se volvieron oscuros y un poco más profundos de lo normal. Mis dedos, delgados, tan finos que apenas se distinguía la carne de los huesos, se acercaron a los ajenos, los acariciaron y lentamente mis labios se vieron mordidos por mis propios dientes. — Que castigo. Encerrarme, ¿he hecho algo tan malo? Yo no me escaparé, aunque me tienta intentar huir y ver si irás a buscarme. Derramar mi sangre y ver si controlaréis el matarme… — Mirando sus ojos que eran perlas oscuras, una punzada se arremetió contra mi vientre e intenté separarme, deslizarme por la cama, sentía las mejillas rojas, hinchadas del placer y la satisfacción que estaba experimentando, por un momento pensé, que nada podría perturbarme de esa sensación. Alzaba la mano, contemplaba la belleza inmortal, pensando en cómo podría jugar si el caso se diera al revés. Que tanto podría sangrar hasta revivir, una y otra vez. Ellos podían ver la luz cuantas veces quisieran y salir de allí. No era aquello algo completamente hermoso?
— ¿Cómo moriste? ¿Cuántos años tienes? Me llamo Éléonore y si mi vida te apetece no tengo problema en que la tomes, sin embargo, de momento, creo que quiero vivir un poco más… — Faltaba explicar que quería que sea cerca de un ser como ella, pero esos comentarios me los podía guardar por el momento. No quería ser picadillo en ese preciso instante, quería madurarlo, mantenerlo fresco pero tranquilo, mientras alguien jugara conmigo, podía vivir por mucho tiempo más. Aunque no estaba segura de que lo disfrutaría, por alguna razón, siempre todo me había llevado a buscar la muerte. Y al no tener demasiada suerte, nunca la había encontrado. Ahora, me sentía ahogada, en un pozo donde podía respirar y al mismo tiempo no. ¿Estaba sintiendo una especie de remordimiento? No estaba del todo segura y por ello mantuve unos momentos de silencio, cerrando los ojos, mientras mis sentidos eran embriagados por el olor casi imperceptible de la muchacha.
“Sacude mis sentidos, haz como si mi propia alma fuese también mi cuerpo. Dispara la flecha del arco y apunta a mi corazón. Estoy preparada para todo, incluso para la muerte.”
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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