¿Cazador, cazado?

Creía que las cosas le iban bien en París. Hacía una semana desde que se había instalado nuevamente en el colmado y, a base de sutilezas e indagaciones, conocía a personas dispuestas a pagar por sus servicios; y que le proporcionaba el descanso económico necesario para no sentirse al borde del abismo. Sérène aclaró desde el primer instante que ella no practicaba la magia negra, que sus conocimientos medicinales se basaban en años de estudio y dedicación, por lo que la hechicera no podría ayudar dependiendo de lo que buscarán sus clientes. Odiaba que metieran en el mismo saco a aquellos que dedicaban sus dones para ayudar a los demás, con lo que los usaban para hacer daño. ¿Cómo podían algunos llegar a ser tan ignorantes?

Resguardada bajo la calidez de la regia tela, se dirigía hacia la Place du Tertre; famosa por los retratistas que permanecían pacientemente frente a un lienzo inmaculado, pinturas al ristre, dispuestos a plasmar la belleza más escondida de aquellos que estuvieran dispuestos a pagar por sus obras. Se había citado allí con su comprador; era un buen lugar para el intercambio ya que la atención de los viandantes iba dirigida a las pequeñas obras que posaban como ejemplo a modo de tentadora invitación, además del placer que suponía ver a los artistas mover con gráciles gestos el pincel arriba y abajo, componiendo la escena que tenían ante sí. Sujetaba los bordes de la capucha, procurando que el frío viento, con el que habían amanecido los habitantes de París, no hiriera más aún sus ya maltrechos labios. Al menos sus manos estaban resguardadas bajo sendos guantes.

A pesar de todo el sol brillaba con la calidez propia de la época, y no eran pocos los que habían decidido salir a pasear igualmente. París podía llegar a ser realmente adictiva. Sérène caminaba con paso decidido sin dejar de disfrutar de todo lo que la rodeaba, pero en cuanto llegó a la plaza aflojó el paso, siendo presa del natural encanto del lugar. Recorrió todos los puestos cual galería de arte, rechazando con una sonrisa las propuestas para pintarla; aun pudiéndoselo permitir, le avergonzaba la sola idea de permanecer en la infinidad de los días plasmada en un lienzo. Al poco de terminar la vuelta por la plaza, distinguió al hombre que la estaba esperando.

El intercambio fue rápido y discreto, sabedores del peligro que corrían si alguien les delataba. La sociedad era muy hipócrita; hasta las casas de más alta cuna se rebajaban a comprar los brebajes preparados por un hechicero, pero luego sí lo veían en la calle haciendo otro intercambio los delataban a los inquisidores. Aun así… no podía evitar hacerlo, porque para ella era muy sencillo preparar el brebaje o la pasta en cuestión, pero quizás ese mismo preparado salvaba la vida de una persona. El riesgo merecía la pena. Estaba guardando las monedas en el interior de la capa cuando su cliente le advirtió de una extraña figura, no muy lejos de donde ellos conversaban, que les estaba observado.

La alegría abandonó los exóticos ojos de la hechicera dando paso a la preocupación. No era una hechicera con poderes ofensivos, la naturaleza la había bendecido con otros rasgos de la magia y aunque los tuviera no haría uso de ellos; al fin y al cabo esa pobre criatura no era culpable de tener una mente lo suficientemente frágil como para llenarla de ideas radicales y fanáticas. Sérène miró al hombre que en aquellos momentos ya poseía el brebaje que con tanto esmero había fabricado la hechicera y sonriéndole con confianza, se dirigió al callejón más próximo, no sin antes despedirse y desearle buena suerte.

No tenía la más mínima intención de correr, o su perseguidor sabría que le habían descubierto, aunque sí anduvo con su habitual rapidez y ligereza fruto de largos paseos. Debía mezclarse con la multitud lo antes posible, por lo que giró la esquina y volvió a la calle principal donde los coches tirados por caballos y las damas charlaban con sus compañeros de paseo. Se mezcló en la vertiente cual pez en el río y nadó en sentido de la corriente, sintiéndose arropada por los conciudadanos parisinos. Anduvo sin mirar atrás algunos metros hasta que un escalofrío le recorrió la espalda; sin saber cómo, sabía que la seguían. Volteó disimuladamente la cabeza, sin dejar de andar, y la vio, una figura envuelta en oscuros ropajes. Mientras andaba, podía entreverse el resplandor típico de la plata, como si llevara oculta una afilada espada. Sérène volvió rápidamente la vista al frente con el corazón martilleándole en el pecho. No podía ser casualidad. Iba a por ella. A cazarla.

Haciendo gala de una concentración exquisita aún viviendo una situación tan delicada, consolidó la energía necesaria para crear una ilusión de si misma caminando exactamente igual que su cuerpo real, influyendo en la mente del ser que la perseguía para que fuera tras la copia mientras Sérène volvía a girar por otra calle, llevándola nuevamente a la Place du Tertre. No paraba de mirar hacia atrás, esperando ver a aparecer la figura yendo hacia ella desde cualquier esquina.