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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Maxine Bilodeau Dom Abr 19, 2015 7:26 pm

La presa corría. No gritaba pues el aire que entraba en sus pulmones solo le daba lo justo para respirar entrecortadamente. La ciudad de París estaba en silencio, y solo podía oírse los sonidos de los zapatos de un hombre sobre los adoquines. O eso es lo que únicamente oiría un humano. Otro ser, con los sentidos superdesarrollados, prestaría atención a más detalles, minúsculos y ocultos bajo otros ojos. Otro ser se fijaría en la respiración, las pulsaciones aceleradas de su débil corazón y el sudor frío que le cubría todo el cuerpo. Las sombras dominaban París y unas gruesas nubes de tormenta impedían el paso de los rayos de la luz de la luna. Solo las farolas iluminaban el pavimento de forma pobre y lúgubre. De esta forma, muy pocas personas se atrevían a andar por aquellas calles, salvo vagabundos, cortesanas y hombres que regresan a casa borrachos después de un día de trabajo.  Todos ellos son víctimas perfectas para mí, son como filetes de carne al horno moviéndose de un lado a otro, dejando un riquísimo aroma a su paso y esperando ser comidos. Sin embargo, ¿quién podría negarme un poco de diversión? A pesar de que se me ocurría un nombre como respuesta a esa pregunta, no me detuve. Estaba ciega. Ciega de hambre.

El humano seguía su huida. Miraba de vez en cuando hacia atrás pero,… -Idiota, -susurré en su oído -. No puedes huir de mí –Cuando se giró hacia mí, yo ya había desaparecido entre la oscuridad. No podía verme, aunque su sexto sentido le gritaba bien alto que aún estaba allí, observándolo, con una malvada sonrisa en el rostro. Sin duda, esto era los más divertido de ser vampiro. Ver su rostro, asustado debido a mí, era una sensación de lo más agradable. Después de tres años en mi nueva vida, aún no había conseguido dominar mi sed y lo sabía. Sabía que debía controlarla pero, ver cómo los ojos de un humano se apagaban, mientras absorbo su vida mediante mis colmillos, era casi tan placentero como el propio acto del sexo. “huye de mí, escapa de mis garras y cuando te arrincone, suplícame por tu vida” pensaba locamente mientras el hombre entraba en un callejón, deseoso de escapar, lo cual era inútil: era un callejón sin salida.

Lo observé rasgar la pared con las uñas intentando escalar el muro, aún sabiendo que no iba a ser posible. Podía oírlo sollozar como un niño, mientras suplicaba como una mujer antes de ser violada. – No me mates, por favor, no me mates –decía una y otra vez. Y pensar que un hombre se cree tan duro que es capaz de utilizar a una mujer para sus propios beneficios, golpeándola si esta se resiste. Era tan patético que me hacía perder el interés por el juego. Salí de las sombras y me dejé ver justo cuando un trueno rompía el silencio de la noche. El humano me observó de arriba abajo, con una gruesa lluvia cayendo sobre nosotros. Casi la escena había dejado de ser divertida. Casi. Una expresión de ira atravesó el rostro del hombre. –¿Cómo te atreves a hacerme eso? Soy un importante hombre de negoción, ¿cómo has osado burlarte de mí? –comenzó a gritar, levantándose del suelo mojado y caminando hacia mí con decisión. Justo como pensé, al ver que tan solo era una “simple joven” su valentía había vuelto y se había olvidado por completo del peligro que lo acechaba. –Maldita mujer, lamentarás lo que has hecho –dijo cogiéndome de mi vestido negro y arrinconándome contra la pared. Se pegó a mí, invadiendo mi espacio vital. Podía sentir sus músculos sobre mí, incluyendo su dura erección, lista para ser desatada. Aquel sujeto de provocaba repulsión pero, al estar tan cerca, el olor de su sangre era más intenso y se me hacía la boca agua. –los humanos son tan vulgares. En especial los hombres. Piensan que por tener más músculo son mejores cuando es la mujer la fuente de la vida. Me das asco –dije sonriendo cruelmente, lo que me hizo ganarme un bofetada en mi blanco y pulido rostro -. Como hombre me das asco, pero como humano, eres el plato perfecto de esta noche. Suplícame por tu vida y, puede que no mate en estos momentos –le hablé mostrando mis colmillos sedientos de carne humana.

Los ojos del borracho se abrieron de par en par y éste se alejó varios pasos de mí, hasta encontrarse con la otra pared del callejón –¿Qué demonios? –dijo, cayendo al suelo de nuevo. Anduve hasta él y, sin perder más tiempo, empleé mi fuerza para inmovilizarlo, mientras mis dientes buscaban su cuello. El sabor de la sangre llegó inmediatamente a mi boca. Su sabor y su textura eran magníficos, tanto que me hacían desear más y más, impidiendo que mi fuerza de voluntad me detuviera. Bebí y bebí hasta que mis brazos solo sostenían un peso muerto. Me aparté para saborear las últimas gotas y dejé que la lluvia limpiara mi rostro cubierta de sangre. A continuación, cogiéndolo por el cuello de la camisa, arrastré el cuerpo sin vida de aquel tipo y, cuando llegué al río Sena, lo despedacé y lo tiré trocito a trocito “ Por hombres como tú, el mundo se está resquebrajando” pensé dando media vuelta y alejándome del río. Faltaban pocas horas para el amanecer y decía darme prisa, ya era hora de volver a casa.

Anduve en silencio hasta la gran residencia de mi padre adoptivo, todas las luces de la casa estaban apagadas, los que me hacía pensar que tal vez ya se había acostado. Sabía que si me encontrara con él en estos momentos me esperaría una buena reprimenda y más aún al estar empapada y con el vestido un poco roto y lleno de sangre. Suspiré mientras me quitaba los zapatos para no hacer ruido. Entre por una de las puertas traseras, atravesé el comedor que casi nunca es utilizado y subí las escaleras en dirección a mi habitación. Justo al pasar por el despacho de Domenic, me detuve de pronto. “Mierda”, pensé mientras se encendía una vela en el interior de la habitación.
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Mensaje por Domenic Vaisser Lun Abr 20, 2015 10:29 am

Seguía sin convencerse del todo. Por algún motivo todos aquellos trazos que estaban superpuestos unos a otros le decían algo que no tenía ningún sentido. Para alguien como Domenic, que se había pasado siglos observando arte, ya fuese motivado por la belleza o por la simple naturaleza de destrucción humana, aquello no tenía el mas mínimo sentido. El trazo era irregular, sin pasión ni conocimiento… en general, una obra mediocre. Domenic poseía una de las mejores colecciones de arte privadas de Europa, la mayoría de ellas habían sido “extraviadas” durante diferentes conflictos armados de la historia y, misteriosamente, el magnate siempre había acabado poseyéndolas casi por arte de magia. Su residencia era una obra cultural en sí misma, una de las primeras mansiones de estilo victoriano construida a mediados de la década de 1780 y que había pertenecido a un adinerado barón, cuya cabeza acabo adornando las picas de los insurgentes que pedían a gritos libertad igualitaria. Precisamente por eso muchos artistas iniciados acudían a él, con la esperanza de obtener un mecenas diestro en arte que pudiese impulsarlos a una vida de más comodidad por su arte. Por desgracia para aquel autor en concreto, consideraba aquella obra más un insulto a su inteligencia que algo digno de exposición. Suspiro ante el lienzo con pesadumbre, pues tenía la impresión de que ya nadie respetaba el arte como era debido. Todos se devanaban solamente en obtener fortuna a partir de algo mediocre y sin inspiración, y aquello le irritaba sobremanera. ¿Cómo podía un hombre vivir sin inspiración? La pasión rodeaba al ser humano desde siempre, pero en el último siglo parecía que todo se centraba exclusivamente en el dinero, como si la pasión hubiese sido sustituida en su totalidad por la codicia. Puede que ese pensamiento fuese hipócrita por parte de un hombre lo bastante rico como para equipararse a la realeza, pero aun así era algo que no podía evitar pensar.

Hablando de inspiración, el vampiro ya tenía una lo bastante grande como para ocupar gran parte de su tiempo. Dio la espalda a aquella cochambrosa imagen que pretendía solamente adularle y se encamino por uno de los largos pasillos de su residencia. La señora Dubré, ama de llaves de su casa desde hacía cinco años, estaba al final del pasillo, con aquella mirada tan centrada y militante de siempre. - ¿Qué desea que haga con el cuadro, mesieur? – La mujer sabia de la condición de Domenic, por supuesto, pero tampoco era algo que le preocupase demasiado, pues había servido fielmente a su nueva familia desde entonces, independientemente de la especie a la que perteneciesen. Sin duda, un tipo de servicio como ese siempre había sido muy agradecido, por lo que a la mujer jamás le había faltado de nada. – Envía un mensaje al autor y dile que puedo concederle audiencia mañana al anochecer. – Llevaba demasiado tiempo sin comer, y aquel seria el arreglo perfecto, de una sola piedra se alimentaria y libraría al mundo de un aprovechado más. Pero no nos desviemos, estábamos hablando de la inspiración por su puesto, a veces su mente se iba por las ramas sin poder contenerse, cualquiera diría que se estaba haciendo viejo. Sonrió ante aquello como un niño cuyo chiste solo podía comprender él. En cualquier caso, era el momento de ir a ver a Maxine. La joven francesa había demostrado ser su inspiración si, puesto que sus esfuerzos por convertirla en una digna hija de sangre parecían empezar a dar frutos. La vampiresa ya llevaba un par de años con él, y sus aptitudes le complacían casi tanto como su compañía. Oh, aun tenia defectos, por supuesto, pero nunca la habría convertido si pensase que la perfección se basaba solo en tener virtudes. Incluso la locura propia de alguien que lleva encerrado en su propia mente durante años podía resultar un tipo de perfección, solo que la basada en una locura muy particular.

Torció una esquina del pasillo hasta llegar a unas puertas dobles, lugar donde se situaba la habitación de su vástago. Llamo dos veces a la puerta y, al no recibir respuesta, Domenic entro con paso tranquilo y, de alguna manera, convencido de que lo que iba a encontrar; o mejor, la falta de lo que esperaba encontrar, iba a ponerle de un humor que escasas veces le gustaba tener. Ciertamente, la habitación estaba vacía, el hogar encendido desprendiendo un calor para que la habitación no pareciese tan fría como la piel de los que allí vivían, pero por lo demás, completamente carente de presencia. Domenic noto como los colmillos empezaban a asomar bajo su labio superior, detestaba profundamente tener que recordarle a Maxine las simples reglas de la casa, una situación que se había repetido en más de una ocasión. En algunos aspectos, su hija le frustraba casi tanto como inspiraba, y llegaba a odiarla casi tanto como la deseaba. Tras unos segundos retomo el control de aquellas sensaciones amplificadas por su especie, y sus colmillos volvieron al lugar de donde habían emergido. Ya conocía lo bastante a su hija como para saber dónde podía estar y que era lo que podía estar haciendo, solo esperaba que por una vez sus intenciones no la llevasen a una situación que era incapaz de controlar. Bajo al piso de abajo y se metió en su despacho, aun considerando la posibilidad de salir a buscarla y traerla de vuelta a la mansión. No obstante, amanecería en apenas unas horas, por lo que no tardaría en volver por su propio pie.

El vino permanecía en aquella botella de Cheatau cuando su oído le alerto de la llegada de la joven. Por algún motivo que no entendía, Maxine pensaba que su sigilo era lo bastante bueno como para escapase a seiscientos años de asesinatos, caza y persecución. Un cuerpo delgado y silencioso paso por delante de la puerta justo en el momento en que Domenic encendía una de las velas de su escritorio. – No hace falta que te molestes, Max. Se cuan educada eres que haces lo posible por no despertarme cuando duermo. – En realidad Domenic solo dormía unas horas entre el amanecer y el mediodía, de resto, siempre intentaba mantenerse despierto, aunque a cubierto del sol por supuesto. – Supongo que tu “paseo” nocturno ha sido de tu agrado. Ven y acompáñame… por favor. -  A pesar de su petición, su tono no tenía nada de súplica, era más bien la tajante orden que seguía al castigo por desobediencia. Al verla entrar por la puerta, sus ojos se quedaron posados en la imagen que mostraba. Sus iris, vueltos del color de la misma sangre que la embadurnaba, la miraban con una profunda decepción. Solo cabía preguntarse qué excusa le daría en esta ocasión.
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Mensaje por Maxine Bilodeau Lun Abr 20, 2015 8:15 pm

Las palabras de Domenic me provocaron un familiar escalofrío. Éste recorrió la totalidad de mi espalda, provocando que todos mis sentidos se pusieran alerta. Aquella voz, tan impotente podría hacer temblar a cualquiera, incluyéndome a mí misma. Pero ese temblor en mis rodillas, me hacía sentir viva, olvidando mi condición de vampiro y volviendo a mi vida anterior. No es que me gustara especialmente vivir en la calle, pero me había convencido a mí misma que aquello estaba bien, que no me merecía más. Me volví rebelde, hacía lo que me daba la gana y no me importaba usar a los demás para ello. ¿Es por eso que Domenic se fijo en mí? Nunca le pregunté y él nunca me lo dijo. Simplemente, estaba bien así. Él había salvado mi vida y, a cambio, yo permanecería a su lado hasta el final de los tiempos. Sin embargo, eso no quitaba que no pudiera divertirme un poco.

Suspiré mientras dejaba mis zapatos en la entrada del despacho. Sabía lo que venía ahora, la reprimenda, la mirada de decepción y…el castigo. Entré lentamente, buscando cualquier excusa posible, aún sabiendo que el enojo de Domenic no mitigaría. ¿Qué debía decirle? Si le mintiera se enfadaría muchísimo más de lo que ya estaba y si le dijese la verdad, estaría igual de enfadado. Aquellos ojos, rojos como la deliciosa sangre que hacía unas pocas horas acababa de degustar, me observaban con decepción. Aunque estaba nerviosa sabía que me lo había ganado, después de estos últimos tres años juntos, él me había enseñado lo que era la vida de un vampiro. También me advirtió que mi sed de sangre sería tan grande que pondría a prueba mi dominio sobre mi propio cuerpo y mi mente. Pero aún así, era tan divertido. Ver cómo los rostros de aquellos humanos se desencajaban de miedo, un miedo que yo misma les proporcionaba, era tan delicioso, tan divertido, que me hacía salir una y otra vez, aún sabiendo lo que me esperaría después.

Me detuve ante su escritorio. Estaba tan calmado y, con esos ojos escarlata que tuve que juntar las manos en mi espalda para intentar esconder el temblor. Daba miedo, aquel vampiro de más de seiscientos años era capaz de provocar terror en otros de su misma especie. Volví a suspirar, pero no aparté la mirada de sus ojos, mi orgullo me lo impedía. –No me mires así –le dije mientras se secaba el rostro con la mano. Aún seguía lloviendo y, tanto mi pelo como mis ropas seguían empapadas. –Podría darte miles de excusas, cada cual aún más estúpida, podría decírtelas, una a una, pero ¿serviría de algo? –desvié la mirada hacia la ventana de nuestra derecha. Observé los rayos cayendo sobre la tierra, la lluvia inundando todo a su paso. El ambiente exterior parecía tan cargado como lo estaba en aquella habitación. Realmente daba miedo.

Debería decir que me arrepentía de lo que hice, pero no era así. Yo estaba totalmente segura de lo que hacía, sabía las consecuencias pero aún así, decidí salir de mi habitación a través de la ventana y me adentré en la ciudad de París en busca de una nueva víctima, con la que jugar. Habría estado bien solo utilizarla como alimento y luego deshacerme del cuerpo, pero entonces ¿dónde estaría la diversión? ¿qué significa ser un vampiro si no puedes utilizar tus poderes? ¿qué sentido tiene ser un animal si te obligan a comportarte como algo totalmente distinto? Respiré hondo intentando calmarme, había algo en aquellos ojos que me atraían y me alejaban al mismo tiempo. Cogí la botella de vino que tanto le gustaba a Domenic, la abría y serví el contenido en dos copas. A continuación, me senté en una butaca que se encontraba a un lado del escritorio, aún sabiendo que éste se echaría a perder debido a mi ropa mojada y cubierta de sangre. “Aquello definitivamente lo cabreará”, pensé dando un pequeño sorbo a aquel exquisito vino. No sabía tan bien como la sangre, pero ya me había saciado por aquella noche, así que no importaba demasiado. –Adelante, dilo –le animé, observando de nuevo aquellos ojos rojos, esperando otra de sus charlas para luego pasar a mi parte preferida de nuestra relación.
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Mensaje por Domenic Vaisser Lun Abr 27, 2015 5:25 am

Por un momento, Domenic recordó lo que significaba ser joven. Desde siempre se había visto en un mundo en el que actuaba con la correspondiente necesidad. Alguien intentaba matarle, él le mataba antes; una mujer le amaba, él la correspondía. Todo de esa manera resultaba obvio, simple y lógico. Maxine no tenía nada de lógica. Toda ella era un cumulo de pasiones y necesidades, todas ellas propias de la juventud y de sus vivencias personales. El vampiro no pudo evitar recordar, aquellos años en el sur de Francia, con la mujer de la que estaba tan perdidamente enamorado, y de cómo era capaz de olvidarse del mundo con tal de permanecer parado en aquellos momentos con ella. Esa clase de cosas solo las otorgaba la juventud, algo muy difícil de volver a encontrar a pesar de su aspecto. No obstante, su alumna era algo completamente diferente. No se creía invencible como le ocurría a muchos neófitos, sino que más bien se sentía profundamente libre, por primera vez en su vida. Aquella belleza que escondía en su interior era embriagadora, casi tanto que resultaba difícil enfadarse con ella por romper los simples preceptos de su especie: la discreción. Entendía su necesidad de experimentar, de sentir todo lo que podía hacer ahora y que antes no podía. Y sobre todo entendía su sed, su necesidad de tener el control y el poder más allá de cualquier necesidad de sangre. ¿Cómo no iba a desear convertirla su veía en ella todo lo que un vampiro debía ser? Lo único que le faltaba a Maxine no era talento, sino saber explotarlo debidamente y aprender que hay muchas maneras de hacer arte sin necesidad de ensuciarse las manos más de lo necesario.

Su acercamiento le dio una imagen aún más completa. No es que tuviese problemas de visión, para él, la noche era tan clara como un día de sol para los mortales. Todos sus sentidos se empapaban de la visión de su alumna en aquel  momento, un ángel de sangre y destrucción. Le molestaba tremendamente su falta de elegancia a la hora de matar, pero también le resultaba tremendamente atractivo, cosa que aún le enfadaba aun más. No obstante, como buen político, Domenic había aprendido que lo mejor que se puede hacer ante alguien que está a tus órdenes y ha obrado mal, es precisamente permanecer impasible a cualquier sentimiento que te inspire. Percibía su respiración acelerada, y el ligero temblor de manos que le llevo a desplazarlas hasta la espalda con el fin de ocultarlas. Maxine detestaba la debilidad, y no le gustaba admitir que había cosas que no podía controlar o dominar, y menos si esas cosas eran de su propio cuerpo. Hasta para eso era demasiado rebelde. – Bueno… al menos no has tenido la desfachatez de mentirme a la cara. Créeme que eso me habría disgustado mucho. – Evidentemente. La mentira era una herramienta útil en el mundo, de hecho toda su especie subsistía en base a una gran mentira, pero que ella le mintiese si que habría sido algo que no habría podido soportar. Aquella falta de educación podría haberle costado a Maxine la confianza de su mentor, y a él la esperanza de haber hecho lo correcto al convertirla. Por primera vez en aquella noche, Domenic se permitió suspirar un poco. - ¿Qué voy a hacer contigo Max? – Era una pregunta retórica, desde luego, pero no carente de sentido e importancia. Las cosas estaban ya bastante complicadas como para que su alumna pasase a tomar acciones tan llamativas. – Déjame adivinar: hombre adinerado y borracho que se creía por encima del resto de los mortales. ¿Me equivoco? -  Conocía bien los gustos de la joven en lo que a matar se refería. Todos tenían un patrón a la hora de escoger las presas predilectas. En el caso de ella eran todos aquellos hombres que se creían en el poder cuando en realidad solo eran pusilánimes e inútiles incapaces de llevarse nada a la boca de no ser por la habilidad de sus sirvientes.

Y como no, su comportamiento volvió a sorprenderle. Su educación y buen tino al servir el vino le agrado, pero inmediatamente compenso aquel placer con su descaro, a propósito claro está, de sentarse completamente mojada en una de las cómodas butacas que estaban delante del escritorio. Aquella sensación de tener dos sentimientos completamente enfrentados volvió a aparecer en su interior, siempre amenazando con estrangularle. Domenic se levantó de su silla y bordeó el escritorio victoriano con la copa en la mano. Se acercó a su alumna y la tomo por la barbilla alzándole el rostro para que le mirase directamente, casi podía sentir su aliento, a vino y sangre. – No me provoques, Max.... Mi paciencia tiene un límite. – Dijo antes de limpiarle un poco de sangre de la barbilla y llevársela a la boca, saboreando aquella presa casi tanto como el perfume de la joven. – Tus acciones nos ponen en peligro a los dos. Ahora mas que nunca. – No era una declaración sencilla, pero no dejaba de ser verdad. Su seguridad no era algo que se tomase a la ligera y, después de Yennefer, perder a Maxine le llevaría a una oscuridad de la que no creía que pudiese salir nunca. – Llevo más de veinte años en Paris. La gente ya empieza a hacerse preguntas. ¿Cómo es que el director de una de las mayores empresas de Europa no envejece? Antes de que nos demos cuenta la gente empezara a cotillear. – Tomo un sorbo de vino, muy ligero, degustando lentamente. Delicioso. Pero eso no dejaba de lado el tema de conversación, simplemente le daba tiempo a Maxine para asimilar la situación. – Y que te dediques a matar a hombres adinerados en lugares públicos no ayuda. – Por no mencionar que era algo completamente… antiestético. El asesinato, como la escultura o la pintura, se trataba de un arte, la creación de algo hermoso a partir de un ente tosco y deforme.

Esperaba que la joven lo entendiese. En otras circunstancias habría sido menos estricto con su estado actual y habría dejado que experimentase, que hallase el camino hasta su propio arte, su propio estilo de preservar la muerte. No era algo simple, la muerte era un regalo que se daba a las víctimas, un símbolo de respeto al convertir a alguien desprovisto de educación y corrección, en algo que la gente pudiese admirar y apreciar. – Si lo que quieres es experimentar algo más divertido que la simple caza, quizás deberíamos hablar de ello. Pero por favor… - Dijo mientras se acercaba a ella una vez más, colocando una rodilla en el suelo, aunque no tuviese nada de devoción o de súplica, y llevándole uno de sus mojados mechones de pelo hacia atrás, con el fin de ver aquellos preciosos ojos azules. – Sé más exigente.
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Mensaje por Maxine Bilodeau Lun Jun 29, 2015 7:27 am

Decir que sus charlas eran entretenidas sería mentir, y yo nunca miento. Una cosa es ocultar la verdad, pero mentir, jamás. Que Domenic adivinara mi patrón de caza no es que me hubiera sorprendido, sabía a quién debía matar y a quién no, bueno, eso no es del todo correcto; sabía a quién quería matar y a quién no. Cuando vivía en las calles tuve que sobrevivir, a veces robando y a veces ofreciendo mi propio cuerpo como pago. Sabía que los hombres me deseaban, aun cuando tenía 14 años y aún estaba en época de desarrollo. Mis pechos estaban prácticamente planos y mis cabezas lisas, sin la más mínima curva. Sin embargo, los hombres me veían y, en más de una ocasión, encontraron la forma de “saciarse” conmigo, susurrándome asquerosas palabras al oído. Todos aquellos hombres tenían un mismo patrón: adinerados, con facilidad para beber, casi tanto como para emborracharse; y con el ego tan grande que se creían los dueños del mundo. Todo me molestaba y me hacía odiarlos. Solo pensar que mi padre podría haber sido uno de ellos, me molestaba aún más. Desde que me convertí en vampiro encontré la forma perfecta de vengarme de ellos, aunque nunca se lo había dicho a Domenic, la lista de hombres que se habían aprovechado de mí, era más larga de lo que parecía, y aún no había terminado con ellos, aún faltaban unos pocos, cuatro o, tal vez, cinco. Digamos que no tenía intención de parar hasta entonces.

Tener a Domenic tan cerca de mí, sujetándome la barbilla, sabiendo que lo había provocado al sentarme en una de sus queridas butacas, me hizo sentir cierto placer, pero también estaba incómoda, por lo que me revolví en el asiento, aunque solo un poco.  Sin embargo, tras llevarse esa gota de sangre a los labios, me hizo suspirar de nerviosismo, llevándome la copa de vino a los labios y bebiéndome el contenido de un trago. Había que reconocer que mi padre adoptivo era bastante atractivo, mucho, diría yo. No desearlo, aunque sea solo un poco, me convertiría en un ser de hielo, más de lo que implica ser un vampiro, y yo no era de piedra. Lo observé a los ojos, por mirar a algún lado, sin mostrar ninguna emoción, pues lo que me decía no era nuevo para mí. –Si no se lo preguntan desde hacía tiempo es que no tienen ojos en la cara –dije, esquivando a mi padre adoptivo para servirme otro poco de vino, lo necesitaba. Después de otro largo trago, aunque menor que el anterior, me masajeé la sien, con gesto aburrido –También es verdad que los humanos solo ven lo que quieren –hablé en voz baja, encogiéndome de hombros, como hablando para mí misma. Sin embargo, él tenía razón, como siempre. Menuda sorpresa. Domenic, siempre lo tenía todo planeado, quedarse más de 20 años en París, debía formar parte de sus planes, sino sería un necio dejar que los humanos se percataran de que el tiempo no parecía pasar por él. Para los humanos el tiempo es su peor enemigo, tarde o temprano, el tiempo se vuelve en su contra, favoreciendo a la muerte. Pero para los vampiros, el tiempo es una la libertad, una forma de vivir eternamente, de hacer lo que quieras para siempre, sin importar las consecuencias.

Entonces, ¿qué hacíamos aún en París? Ya habían pasado tres años desde que fui transformada. Sentir tanto poder me había hecho enloquecer durante los primeros meses, quizás el primer año, pero ahora ya lo había superado,…en parte. Domenic siempre fue paciente conmigo, aunque no se lo puse fácil y aún sigo siendo rebelde, una de las pocas cosas que había conservado de mi humanidad y el único rasgo que no tenía intención de perder u olvidar. Así pues, llevaba toda mi vida en aquella asquerosa ciudad. Ahora que tenía la inmortalidad en mis manos, podría aprovecharse para ver mundo. Si no fuera por la empresa de Domenic y en todo lo que se había metido durante esos 20 años, seguramente no habrían tantas ataduras ni tantos reparos en marcharnos.

Lo observé en silencio. Viendo con admiración su postura, sus gestos y su forma de seguir bebiendo aquel lujoso vino. Su forma de andar era exquisita y, cuando hincó una rodilla ante mí, no pude evitar sonreír. Sus palabras me intrigaron, haciéndome levantar una ceja, totalmente curiosa. La caza siempre había sido divertida, de hecho, era lo que más me gustaba de ser un vampiro, y todo porque yo no recurría a una “simple caza”, tal y como él dijo. –Sabes perfectamente, por qué ataco a aquellos hombres –dije apretando los dientes con fuerza, recordando el odio que siempre he sentido por esos humanos -. Una vez que todos los nombres de mi “lista negra” estén tachados, podré dedicarme a ser más exigente. Sin embargo, -me detuve para observarlo directamente a aquellos ojos hipnotizadores – ¿has pensado en un juego nuevo? -le dije dando palmaditas como una niña pequeña, pero mi sonrisa estaba totalmente lejana de ser la de una niña, angelical e inocente. Era una sonrisa malvada y siniestra, propias del más cruel vampiro.
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El cazador cazado [Privado] Empty Re: El cazador cazado [Privado]

Mensaje por Domenic Vaisser Dom Jul 26, 2015 3:35 pm

La estética era subjetiva. Su esposa le había dicho eso en una ocasión, pues siempre decía que aunque el nunca envejeciese y ella sí, seguiría siendo la mujer que conoció. Cosa que, como con tantas otras, tenía razón. Lorelei siempre fue hermosa, incluso a los sesenta años seguía siendo la misma mujer que había conocido, con sus mismos defectos y virtudes, y los amaba igualmente. Maxine en cierta medida le recordaba un poco a ella. Al igual que su difunta esposa, su alumna tendía siempre a decir lo que pensaba y mantener siempre un punto de vista que la dejaba en posición de la verdad. Sabia de sobra que ella mantenía ese patrón de caza por un motivo, uno que jamás le contaría a menos que preguntase. Evidentemente Domenic nunca le preguntaría, eso no sería nada cortes por su parte, y aunque conocía a su alumna lo bastante como para saber que había oscuridad y sufrimiento en aquel patrón, sabia de sobras que forzarla a que le contase toda la verdad solo ayudaría a distanciarlos, quizás de forma irreversible. Precisamente por eso, el vampiro lo único que intentaba era guiar esa ansia hacia puntos más productivos para ella, hacia formas en las que su poder evolucionase hacia algo que ella considerase… maravilloso. No era algo fácil, por supuesto pero, ¿podía haber algo mejor que un reto en la eternidad? Tal vez Maxine jamás aprendiese de él, y puede que fuese como su primer vástago, alguien que murió al cabo de un par de años de su concepción por creerse mejor que el resto del mundo. La arrogancia en exceso solo nos convierte en inútiles, además de en ignorantes. Ella no se detendría, de eso estaba seguro, y casi podía permitirse quererla más por ello, pero también era consciente, de que desear a una mujer por matar podía ser más peligroso que nada.

Sus reacciones eran todo un festival para los sentidos, pues sus muecas y expresiones cambiaban drásticamente en segundos, para luego permanecer ocultos en esa mascara de insensibilidad propia de alguien que se disgusta cuando la gente ve sus pensamientos reflejados en su rostro. Desde hacía tiempo Domenic intentaba enseñarle que reflejar emociones no era algo malo, más bien todo lo contrario, pues si no las mostraban casi parecían ser los muertos en vida que la gente decía que eran. La pasión y el deseo no eran algo malo, más bien todo lo contrario. Domenic se había inspirado en ellas durante años, y veía un florido contraste de matices en cada persona y como lo expresaban. De hecho, ver aquellos ojos azules esquivarle le daba un placer casi incontrolable. Por suerte, o por desgracia, el tema de conversación ya estaba dentro de algo más serio. – No insultes a la gente Max, los humanos cada vez son mas propensos a entender lo increíble, o por lo menos a creerlo. – Pero aun así era cierto. Su edad empezaba a notarse, y antes de que se diese cuenta lo comentarían en voz alta. – Se lo que piensas: crees que por mucho que tenga razón, hay cosas que no deberíamos hacer, y una de ellas es adaptarnos a los humanos. – Los sueños de Maxine de dominar a los humanos no eran desconocidos para el vampiro, prácticamente se podría decir que los odiaba, ya fuese por haber sido uno o por como la trataron algunos. La vida siempre resultaba mucho más desgarradora cuando eras mortal, pero al mismo tiempo tenía mucha más emoción. En ocasiones, el propio Domenic echaba de menos la sensación de muerte, de saber que cada instante podría ser el último. – Siento decirte que las cosas no son tan simples, y mientras tenga posibilidades de darte la vida que te mereces, permaneceré aquí. Pero tienes que ser mas discreta Max.

Si, sabía porque los atacaba, o al menos tenía una idea aproximada: los odiaba. Como vampiro, Domenic había matado a la gente suficiente como para entender que esta, como cualquier obra de arte, requiere practica y refinamiento, algo que le lleve a tener sentido. Para él, la muerte era un regalo a la sociedad, algo que se hacía con el único objetivo de convertir algo maquiavélico en algo hermoso. No era sencillo, claro está, la fealdad de algunas criaturas del mundo rebasaba la mera imaginación, pero sí que era consciente de que, con el paso del tiempo, uno podía dar algo verdaderamente bello al mundo.  – Lo que creo, es que deberías venir conmigo. Hay algo que quizás te haga entender mejor lo que quiero decir. – Dijo incorporándose y ofreciéndole galantemente la mano para que dejase la copa de vino en la mesa y  le acompañase. Salieron del despacho y caminaron por los oscuros pasillos de la casa. Evidentemente, durante el amanecer las cortinas y ventanas permanecían cerradas en aquella parte de la casa. El servicio dejaba las ventanas abiertas en el ala este, que daba a la calle, mientras que en el interior de la casa todo permanecía a oscuras.

Caminaron por los pasillos hasta las escaleras de la parte posterior de la casa, que llevaban hasta el amplio sótano. Allí, sin necesidad de luz, los ojos rojos de Domenic resaltaban como rubíes en una noche sin estrellas, y el camino permanecía claro para él. Se detuvieron en una puerta de metal, reforzada de hierro y con una cerradura exterior de resistencia. Se volvió hacia la joven a tiempo para ver su expresión cuando entrase, pues aquella habitación era la zona de creación del vampiro. En el interior, todo parecía un taller, solo que las herramientas distaban mucho de los que se esperaba. Había tanto materiales quirúrgicos como botánicos, un horno de fundir cristal y hasta un yunque donde poder moldear metales. Era como mezclar todos los talleres de artesanía y juntarlos en una sola habitación. Pero eso no era lo que realmente llamaba la atención, sino el enorme árbol que había en medio del taller. Desprovisto casi de hojas, el pequeño árbol mantenía sus ramas entrelazadas con lo que, en otro tiempo, había sido un hombre muerto. Abierto en canal, los órganos de aquel antiguo humano habían sido extraídos y sustituidos con un hermoso decorado de diversas flores, las mismas que darían belleza al árbol en primavera. Lilas, rosas y amapolas daban al antes desfigurado interior una nueva imagen: evolución.

Domenic llevo dentro de la habitación a su alumna y la coloco delante del árbol. Abrazándola por la cintura, a su espalda, dejo que se llenase los sentidos con aquel festival que había creado. – ¿Lo ves Maxine…? – Dijo susurrándole al oído, su nariz envuelta en el mojado pelo de la mujer. Su olor se mezclaba con el del árbol, dando una combinación que resultaba abrumadora para los sentidos del vampiro. – Todo es más hermoso, cuando tienes el control. Quieres que el mundo sea tuyo, y puedes conseguirlo pero, no olvides nunca que todo debe ser para un bien mayor. Esto es exigencia.

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