El despertar de la vida (PART. II) ~ Cassy

Salir de aquel hospital realmente no tenía pérdida, pues solamente era caminar por un largo pasillo oscuro donde dos enfermeras nos despidieron tanto a mi como a la muchacha de cabellos largos, la cual parecía como algo decaída y pocha, y bajar unas escaleras donde en frente estaba la puerta. ¿Eso era lo que la perdía? Bueno, a partir de ahí yo también estaría desorientada, pues el hospital estaba en la parte Norte de París y a la muchacha la encontré por el noroeste, a unos diez minutos del hospital.
No sabía exactamente a donde debería de ir, pero cuando esta me dijo las indicacciones como pudo, esquivando la conversación con las enfermeras, nos pusimos en marcha, haciendo de guía para salir de las desiertas calles del París invernal por la parte norte de esta.

Todas las calles se cubrían de un hermoso olor de humedad mientras terminaba esa leve lluvia que antes había empezado a caer cuando entré con la muchacha a ese lugar. No tenía pinta de muy amenazante, pues a penas eran gotas tristes que parecían lágrmas del cielo.
Una desierta calle con su toque de nieve por el lugar, con dos o tres hombres viviendo en la calle. Sentí un punzón en mi corazón al ver como uno de ellos se arropataba con unas sábanas finas y viejas y, por eso, giré mi cara hacía otro lado. ¿Qué podría hacer yo ahora? Me sentía demasiado débil, pero, ¿Qué podría hacer para ayudarle?
En unos pasos ya me vi frente a él y, a pesar de que la chica estaba en silencio, sentía como si su mirada me atravesase penetrántemente para saber que haría con aquel hombre que se arropaba bajo la fría nieve. ¿Por qué el destino me hacía pasar por delante de estas pruebas humanas?
No lo dudé un momento y, cuando pasé por delante del hombre, me detuve para entregarle mi gabardina y algo de dinero. No se le veía mala persona, no era de los típicos borrachos como él que salía de la calle de al lado, de un callejón. Le miré con una sornisa y, con solamente un "buena suerte, amigo", le entregué aquello, arriesgando algo de dinero y una abrigante gabardina de pelo para el frío invernal.

Retomé mi camino con la muchacha, tras esa escena con el hombre que me lleno de felicidad al ver su rostro y su agradecimiento, con esa honestidad de no aceptar primero el regalo y después darme gracias tanto a mi como a Dios -el cual siempre se llevaba los méritos de todo-. Miré a la chica de reojo con una sonrisa cuando ya nos estábamos alejando y, encogiéndome de hombros, me sentí como un niño pequeño restregando por la cara que había hecho algo bien; de pequeño siempre solía hacer eso con mi "hermano" Lancelot.

- Te dije que no mentía, que soy capaz de la mitad de dinero si así podría salvar el ultimo estamento, pero, como ves, por mucho que hago... nada mejora. -Miré con anhelo hacía atrás para ver la simple felicidad del humano simple. Volví mi mirada hacía la chica y, notando el frío de la noche, me llegó un escalofrío y seguí.- Bueno, ¿esta lejos tu casa cuando llegemos al barrio de residencias? ¿Esta por la zona de mercado o donde?

Me sentí una estúpida mientras caminaba al lado de mi salvador; llegar hasta la puerta principal de aquel hospital no era cosa difícil. Básicamente no tenía ni pérdida. Andar rectos, por un largo pasillo, y fin.

Nada más cruzar aquella puerta, el frío, ese ''sentimiento'' térmico que tanto odiaba, se abalanzó sobre mí como si se tratase de una entidad en busca de almas. Qué frío... Dije casi titiritando, con un tono bajo. Me crucé de brazos intentando calentarme un poco por lo menos, protegiéndome del frío.

Realmente desconocía la razón por la que me dolía la cabeza... estrés o agobio será, pero con aquel frío glacial que hacia esa noche, o por lo menos para mí, se intensificó. Notaba mojada la cabeza, ¿aún no se había secado mi frente de aquel paño húmedo? Sí, se había secado, pero por suerte para los agricultores, esa jornada del día en la que estaba más oscuro -llámalo noche- tocaba lluvia.

Andaba y andaba -no muy rápida- al lado del barón de la ciudad. Se me estaba haciendo eterna la noche... demasiada larga. Los pensamientos me atacaban la cabeza, y mientras lo hacían, el sentimiento de culpa aumentaba. Creo que antes me pasé de la raya. ¿En qué demonios estabas pensando, Cassy?

Giraba la cabeza lentamente de lado a lado para ver el paisaje que, quieras o no, era hermoso. El blanco predominaba en la ciudad... Tal vez me estuviera empezando a gustar el invierno.


Te amo más que a mi vida, Cassiopeia. En cuanto venga de Inglaterra, nos casaremos. Será una boda preciosa... como tú. Daniel me besó dulcemente y se fue corriendo para subirse en aquel barco. Era enorme, se notaba que era del ejército.


Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo tras haber recordado ese momento. Respiré hondo, con la cabeza gacha. Mantuve mi suave ritmo; ya estábamos más de unos diez minutos andando.

Lumarie se paró, se agachó, y habló solo.
''Buena suerte, amigo''. Lo oí y me giré inmediatamente. ¿Con quién estaba hablando?

Dios mío... Un hilo de voz salió por mi boca, impresionada... asustada.

Observé esa hermosa acción por parte del barón, bajando mi mirada hasta ver mis pies. Me sentía mal; los sentimientos se estaban acumulando dentro de mí.
La levanté cuando escuché los pasos, que eran de él, acercarse a mí. Lo miré y me sonrió, yo, por mi parte, dibujé con mis labios una leve sonrisa.

Volvimos a nuestra objetivo: volver a casa, mi casa.
Paramos unos cuantos metros más allá de esos pobres indigentes. No quería pensar en ellos, me sentiría peor.
Él hombre se paró delante mía y me habló.

Tal vez... tal vez me equivoqué. Lo siento... Me sentí mucho mejor tras disculparme. Ser mujer era muy raro: primero me mosqueo sola y le digo pestes, y luego.... casi rompo en llantos.

La casa de mis tíos está.... falta un buen rato para llegar. No te preocupes por mí y vete. Perdona por lo de hoy... y gracias, gracias.

Quería estar sola, quería tirarme a mi cama y llorar. Quería expulsar todo el cúmulo de sentimientos que tenía retenido en mi... ¿alma? Quería despertarme al día siguiente y abandonar el burdel, quería pasarme un día entero en el huerto de mis tíos, con las flores.

Quería volver a ver a Daniel.

Le di la espalda al D' Alembert, yéndome sola.



Mi niña... llora en mi regazo, llora. Daniel te amará en el más allá... Te ayudaré a llevar este dolor, princesa.

Te juro por lo que más quiero que encontraré una cura, aunque sea hablando con esas brujas... o con quién sea para... para quitar ese número nueve que hay retenido dentro de ti.

El frío seguía azorando las calles de aquella enorme ciudad que dormía en estos barrios tan medios en aquel lugar tan silencioso. Ahora me sentía vulnerable y con más frío, siendo un delicado capullo en flor en aquella estación tan helada y crispante. Odiaba este tiempo, odiaba esta época... pero, en cierto modo, me recordaba a mis sentimientos, a mi soledad... a mi corazón.

La chica silenciosa iba sumida en sus pensamientos, anhelos que parecía sufrir en silencio después de disculparse por desdibujar mi figura y dudar de la razón de mi saber.
La veía tan sola, tan silenciosa, tan melancólica,... que cuando se despidió, un pinchazo sentí en mi corazón. Algo dentro de mi me decía que no podía dejarla marchar, a pesar de que ella ya caminaba en sentido a su camino, tomando otra ruta. Mi casa estaba bastante lejos, llegaría en una hora estimulada, pero yo no tenía tanto peligro en esa oscuridad tenebrosa.

- Espera, madamoaseille. -La llamé, caminando a su lado.- No puedo dejaros sola. Me sentiría realmente mal si a vos le llegase a pasar algo, otra vez. Déjeme acompañarle, aunque sea un poco. -Le pedí con una leve sonrisa.

Forcé mi mente para observar su alma. Un aura triste, llena de recuerdos, con una pena interna. Quería saber que le atormentaba, pero... ¿Quién era yo para malmeterme? Solamente alguien que le salvó de seguir viviendo de esta vida tan lúgubre y con pocas esperanzas.

Me daba tiricia el sonido de la nieve que era aplastada por mis pies. Odiaba ese sonido, pero aún así seguía andando, haciendo o, por lo menos intentarlo, pasar de ese irritante sonido.

Un ataque de un vampiro en un callejón, una metedura de pata con el barón de París, el ataque de los recuerdos de él. El frío... ¿podría ir peor este día?

Me alejaba lentamente de Lumarie, aquel hombre que me había, supuestamente, salvado la vida. Aquella escena se veía melancólica. Si fuese una película hubiese llorado. Me separaba de la figura del barón, yéndome por mi camino... a mi casa.

Paré en seco nada más oírlo decir que me esperara, que él me acompañaría a casa. Quería estar sola, ¿por qué no me dejaba tranquila? Me acurruqué en aquel atavío que robé del hospital. Seguramente alguna mujer pasaría mucho frío hoy... qué pena.

Giré, lo miré, y grité tras dejar unos segundos para que mi cabeza buscara alguna respuesta razonable. Bufé mirando al suelo, levantándola para decirle:

- ¿En serio quieres acompañarme? ¡Pues corre, que hace mucho frío!

No me vendría mal que alguien me acompañara en esa oscura, neblina, y helada noche. Además, él era un hombre, y encima uno de los dos barones de la ciudad, ¿qué me podía pasar con él? Si por alguna razón de la vida apareciera de nuevo ese asqueroso u otro vampiro, me convertiría en cisne y lo mataría de un plumazo. Cassiopeia, por favor. Empiezas a delirar.




Andábamos y andábamos, y cada paso que daba me gustaría que mi casa estuviera más lejos. Me empezaba a sentir a gusto con aquel. Intercambiamos alguna que otra palabra. Parecía simpática, que diga simpático.

Ya quedaba menos para llegar a casa de mis tíos... ¿estarían preocupados por mí?
Me atreví porque sí y le hice una pregunta, al parecer demasiado indiscreta o directa porque, el barón... se había quedado helado. Paró en seco. (¿Has estado alguna vez enamorado?)

- ¿Pasa algo? Lo miré sorprendida, girándome sobre mí misma.

¿Me habría pasado de la raya con esa pregunta?


Me encontraba apoyada en la puerta, sentada en el suelo. Lloraba sin parar en mi habitación. Gracias a Dios que nadie se encontraba en casa para oírme sollozar por la partida de mi futuro esposo. Daniel acababa de alejarse en aquel coche con dirección el puerto. Se tendría que aventurar en no sé dónde. Cada día me gustaba menos que él fuese Marín.

Le echaba de menos, mucho.

Tenía un botecito de cristal en mis manos, que temblaban, notando las frías lágrimas que recorrían mis mejillas hasta llegar a ellas, cayendo como si de cometas en el firmamento se tratasen. Abrí aquel frasco que contenía un líquido extraño. Me lo tomé sin dudarlo (mentira).

Lo alcé y lo incliné hacia mis labios, notando ese raro líquido, algo espeso entrando en mi boca. No quería saborearlo porque, posiblemente, eso sería mi perdición (y así lo fue).

Tragué hasta la última gota de aquella medicina del amor, aquel número nueve. Daniel, te amo. Gimoteé.

No iba a ser una noche tan solitaria, ya que la chica se giró y, a pesar de que dudó unos segundos, aceptó mi compañía. Sinceramente, aceptase o no, iría igual a su lado o la presionaría a mi compañía, pues ella era más frágil y yo aun no quería regresar a mi solitaria casa donde solamente tendría a mi querido amigo Lancelot a mi servicio. Odiaba la soledad, odiaba ese sentimiento amargo que llamaban la depresión... pero a la misma vez me encanta, pues podía reflejar así mis pesare y todo por lo que pasaba normalmente. ¿Qué sería el humano sin las lágrimas y las sonrisas?

Cuando esta me dijo que caminase a su lado di una pequeña correntilla, con una leve sonrisa, hasta ponerme a su lado. Pensé que no aceptaría por las buenas, pero al final podríamos seguir hablando. Y eso pasó. Hablamos y hablamos, contándole sobre la política y el estatus social que hoy en día había en Francia. Mis ideas independentistas de todos esos ideales pasados de fecha deslumbraron a la chica, haciendo que la polémica y la charla siguiese en nosotros, mientras intentaba evadirme del frío por mi poca ropa.

Me olvidé de todo mientras me declaraba en contra de toda la pobreza, pero cuando paremos esa conversación, sin haber nada más que decir, me quedé pensando en el sonido del silencio, en aquella soledad de las calles y el crujir de la nieve en mis pies. El frío seguía amenazante, pero esta vez me estaba dando cuenta de ello. "Que frío hace", pensé por un momento... pero el frío entre nosotros nos inundó cuando la chica hizo aquella pregunta. Una pregunta que tenía extinta en mi, que la había anulado de mi mente. "¿Has estado alguna vez enamorado?".
No supe como contestar, quizá tampoco reaccioné demasiado bien al pararme en seco y tener en mi mente los flasbacks de la sonrisa de aquella gitana y la mirada de aquel vampiro de una sola noche. Traté de mejorar mi reacción sonriendo, haciendo como hacía siempre: no dar importancia a mis recuerdos.

- Bueno, todo el mundo siempre ha pasado una etapa de su vida donde ha sufrido mal de amores. ¿Me equivoco? -Intenté excusarme con esa sornisa mientras seguía caminando un poco más atrasado que la chica. Posé mi mirada en la suya y sonreí, asintiendo con mi cabeza.- Sí, sí estuve enamorado, pero... -Me quité el flequillo de mi cara, apartando unos mechones, y seguí con el mismo tono feliz con teatro y una sonrisa fingida.- a veces duele, querida. Y no pasa nada por tu pregunta. -Intenté cambiar de tema, riéndo y haciendo unos leves gestos con mis manos.- Las personas son curiosas de por sí. Y yo también. ¿Tu estas enamorada de alguien. madamoiselle? Si no es osado en preguntar.

A veces parecía ser una muñeca de porcelana que se mostraba opáca a todas las palabras... pero en mi interior veía como ella sufría, teniendo un aura ahora demasiado oscura, y, a la vez, como yo tenía ganas de llorar y volver a pensar en ella... en volver a tenerla a mi lado.