Golpes que desaparecen, verdades que permanecen || Flashback || +18

La tragedia había llegado, lo que jamás quiso se hizo realidad. Su hermano, su más querido tesoro se había enterado de su verdad de la peor manera. Si no hubiera sido por el maltrato recibido a causa de ese maldito vampiro, nada habría pasado, pero no, nada de eso, tuvo que haberle pasado justo en ese momento. Áedán en la ciudad, el mayor de los hermanos dando la visita después de mucho tiempo; la ilusión con que Eugénie lo esperaba, era igualado por su felicidad, era uno de los hombres de su vida, y eso que ella no confiaba en el sexo opuesto. ¿Por qué debía pagar de esa forma? La manera en que ahora la veía parecía tan distinta, tan extraña, como si algo se hubiera roto entre ellos, esa conexión quizás había desaparecido desde que su hermano se había enterado era una prostituta, porque eso era, una palabra que podía escandalizar a cualquiera, pero que para la joven tenía otro significado; ser una cortesana le había ayudado a “controlar” ese deseo interno, esas ganas infinitas por mantener el acto sexual, el tiempo que había pasado retirada de esas mieles del placer le habían enfermado a tal grado que ni siquiera buscaba salir de su casa. ¿Eso era posible? Claro que lo era, pero pocos sabían o creían que la ninfomanía fuera una enfermedad real, muchos “expertos” creían que sólo era un pretexto para buscar más libertinaje, si supieran lo que a ella le costaba, y producía no dudarían.

Malos recuerdos no sólo físicos (por los golpes), sino también mentales la tenían al borde del abismo, y si se contaba su vigilancia en aquel precario encierro llamado “castigo”, la cosa no iba bien; la cortesana se paseaba de un lado a otro por aquella invitación: parecía un perro enjaulado. La ansiedad en ella era tan grande que incluso sus uñas las había comido, e incluso sus dedos sangraban por lo mismo, siempre optaba por tomarse un te relajante, recostarse en la cama, y envolverse en los brazos de Morfeo; esa noche no fue la excepción, la rutina sólo había cambiado porque su hermano la abrazaba y platicaba con ella mientras intentaba tranquilizarla, pero no, lo pero se avecinaba, él no tardó en preguntarle ¿Por qué lo hacía? ¿Qué sentía? ¿Cómo se encontraba sin ir al burdel? Y para colmo la peor de las preguntas llegó ¿Qué había ocurrido?

Eugénie se recostó en la almohada continua boca arriba, mirando al techo de manera de la cama, después de tomar algunas bocanadas de aire se relajó, cerró los ojos y se sumergió en los recuerdos, comenzó entonces a hablar:

– Todo comenzó... – Dijo transportándose tres meses atrás.

• F • L • A • S • H • • B • A • C • K •

La carta de su hermano mayor había llegado desde España. La tenía entre sus manos, la sentía entre sus dedos, le saboreaba incluso el olor de la tinta con el pergamino nuevos, no sólo eso, el perfume de su hermano venía impreso, seguramente habría de estar más que limpio al escribir, calculaba que después de tomar un baño, pero esa carta no era nueva, más bien había llegado dos semanas antes, informando el pronto arribo.

Debido a la noticia del visitante, la cortesana había decidido no asistir al burdel, no le convenía hacerlo. ¿Por qué lo haría? No deseaba ser descubierta, y aunque ya había estado en cama con amigos de sus padres, la idea de toparse a su medio hermano le parecía no muy agradable, era de los pocos hombres a los cuales no podía ver con otros ojos, pues lo amaba, y sabía que la amaba por encima de todo y todos.

Dos semanas habían pasado, ninguna noticia más, y sin embargo, su enfermedad comenzaba a jugarle malas pasadas. Se veía demacrada, el cabello se le caía, el apetito no ayudaba porque le venía. ¡No! De esa noche no pasaría, así que la decisión de volver para atender a sus clientes había llegado. A las once de la noche (cuando incluso hasta el velador de la reja principal se quedaba dormido), ella saldría, y no, no volvería hasta haber recibido al menos un orgasmos y sentir un miembro dentro. ¿Juzgarla? Nadie debería, pues si no se comprende la enfermedad que padece no hay derecho para hacerlo.

– Buenas noches – Saludó al entrar ya con el antifaz puesto. Dado que no había ido una gran cantidad de días habían muchas mascarillas a medias por estrenar. En esa ocasión llevaba un atiendo de color vino, incluso las bragas, el corsé y los ligeros lo tenían, el antifaz solo se diferenciaba por toques azabache en las puntas de las plumas, y porque en la zona de la nariz, habían figurillas mostrando gotas de sangre. Detalles excéntricos si, incluso tétricos, pero que valían la pena utilizarlos; así fue como comenzó a rondar con la poca ropa sobre su cuerpo, parecía toda una cazadora experta al acecho, quizás lo era en ese habitad; quince minutos después, con su segunda copa por terminar en la mano, Tania, la madame principal le llamó.

– En la habitación especial te esperan, es un cliente que ha dado una buena cantidad, así que mantenlo contento – Musitó la prostituta de ya entrada edad, a lo que la mujer del antifaz simplemente asintió, se terminó el vaso dejándolo sobre la barra centrar y se dirigió a paso veloz a esa habitación. ¿Habitación especial? En realidad era la suya, la que le habían asignado, o más bien exigido al dueño al entrar a trabajar, después de haberle dado suculenta mamada.

– Bienvenido sea, caballero, buenas noches, soy la cortesana que ha solicitado – Musitó con una sonrisa cómplice, cerró la puerta con seguro después de haber pasado, igual si alguien quería llegar hasta allí se daría cuenta, pues las escaleras de caracol que les posibilitaba la llegada de ese lugar rechinaban – ¿Desea algo de tomar? Me dicen Genie, usted por ser el que paga puede decir lo que quiera – Finalizó entregándole al hombre una copa del mejor whisky.

Después de un tiempo de intentar no pasar por el burdel gracias a las cartas de su hermano, la cortesana decidió que era momento de perder los miedos para poder aventurarse a aquello que desea. Extrañaba a un par de clientes, el ambiente sexual, las platicas profundas tanto con sus compañeras de oficio, como con los clientes, todo para ella era un mundo que le llamaba. Una cruel realidad que a ella le interesaba. Los gustos varían de un lado a otro, por eso quizás su fascinación por un lugar tan denigrante. Gracias a su trabajo recuperó la seguridad, pero lo más importante es que se sentía más que invencible, única, hermosa y que la necesitaban, alejarse de sus deseos, pero sobretodo del control de su enfermedad no le había hecho bien, por eso volvió desesperada, tenía fe en que su hermano no llegaría esa noche, y que de hacerlo no la despertarían porque era de mala educación interrumpir el sueño de una señorita; entonces ahí estaba, frente a un hombre que no conocía y sin embargo le daría su cuerpo.

Basto con hacerle una superficial mirada al hombre para darse cuenta que no, no era un humano normal. Ya se había metido con los suficientes, incluso mantenía relación con varios, y la protegía uno en especial; Eugénie lo estudió con atención, se relamió los labios disfrutando de la forma en que el elegante vampiro bebía de la copa, pero no se acercó, estaba calándolo, tomando la distancia prudente para saber que hacer; Dragos en uno de sus tantos encuentros le comentó: "Aunque un vampiro parezca tranquilo, siempre debes tener cuidado". Aquello hasta la fecha lo tomaba en cuenta, a fin de cuentas él era el experto en su raza, ella sólo follando, lo que le sorprendió fue como la persona de sus pensamientos salió a la luz, la cortesana se recargó en uno de los pilares de manera de la cama, se cruzó de brazos.

- Eso es simplemente asunto del rey en turno - Su voz resonó firme, clara y con ese aire insolente. No bastaba con ser vampiro para escucharla, de igual forma buscaba la manera de dejarle en claro de esa forma que no era su asunto - Viene al burdel a follar, no a que le de datos de otros clientes, si eso desea busque a un investigador, o incluso puede preguntar directamente, se nota tiene agallas, por mi parte no va a recibir nada; recoja sus monedas en el vestíbulo, o puedo enviarle a otra cortesana, una que tenga la lengua larga - Sentenció con firmeza, si, ella estaba tentando al diablo, pero por más puta que fuera, no se trataba de una lengua larga, le era fiel a sus amistades, incluso de forma recelosa cuando había algo de por medio, por parte de Dragos existía protección y buen sexo, lo que ella buscaba, encima un vinculo distinto a una simple noche de placer. Amistad, eso era, cosa que jamás creyó tener con un sobrenatural.

Se quedó observado al hombre por un largo rato, en esos momentos era cuando más agradecía no tener que necesitar monedas para sobrevivir, ya que estaba segura las aceptaría y daría verdades del rey, todo aunque fuera contra sus principios. La necesidad era grande, ella lo sabía de otras formas, pero lo sabía.

- No viene a follar ¿verdad? - Suspira - No me haga perder mi tiempo, se está aquí para trabajar, apuesto a que sus horas son distintas a las mías, y por eso las valoro en está mortalidad, debería ser condescendiente con aquellos que no poseemos sus privilegios - Hizo una reverencia educada - Si desea otro trago está bien, puede correr por la casa, así no le dejamos un tal mal sabor de boca - Su sonrisa mordaz apareció en aquellos labios gruesos, en aquella boca roja que tentaba hasta el más casto de los hombres rondando en la tierra. Hombres y criaturas de la noche. Aclarando.

- No pienso darle ninguna información acerque del rey, eso debe de tenerlo claro - Mencionó la cortesana aún con la voz firme, con el porte insolente, y la mirada inquisitiva - Vaya a buscar a otra, a alguien más, existimos seres que no nos intimidan las amenazas, tampoco la muerte - Se encogió de hombros, pero a penas le sirvió un parpadeó para sentir la mano en su cuello. Eugénie tosió con fuerza, era delicada en algunas situaciones, más bien en todas las que no tuvieran que ver con la cama, sus dedos intentaban colarse en el firme agarre del vampiro, pero aquello era imposible, no se desesperó, como podía tomaba bocanas de aire para que su cuerpo estuviera tranquilo, perder los estribos en momentos como ese podrían ser mortales, y aunque no tuviera miedo a pasar a una mejor vida, no tenía intenciones de abrazarse a la Santa Muerte, existía mucho camino por recorrer para ella, lo sentía, con amistades como las que tenía, no tenía porqué existir duda; cerró los ojos unos momentos por las sensaciones experimentadas, seguía tomando aquella cantidad de oxigeno para no causar una escena vergonzosa y desagradable, ella no era una mujer que amara los escándalos. Cuando Violante la soltó, se sobó con cuidado, peor no por eso iba a mostrarse débil, o doblar las manos - No veo lo interesante en amenazarme de esa forma, ¿me quieres volver eterna? Hazlo, no tengo problema, sin embargo, seré fuerte, imprudente, y quizás te de guerra, junto con tu rey - Puntualizó recordando que Dragos, la protegía, que con ellos había complicidad, más que simple camaradería.

- Entonces, de eso se trata todo, eres un simple príncipe que no podrá ser rey… Eres un príncipe aspirando ser alguien que jamás serás, me miras, me buscas, me desprecias, me deseas, todo porque quieres lo que él, todo porque jamás serás él - La cortesana tentaba a su suerte, pero seguía siendo lo de menos. - No me gusta que vengan con estas cosas, no en mi burdel - Le miró de reojo. Era su burdel, de las demás, del dueño, ahí ellas mandaban sin importar quien pagaba, las prostitutas los transportaban a cualquier situación, a cualquier fantasía, cualquier escenario, ellas eran dueñas de los deseos más oscuros, o incluso despechados, debían respetarlas, cuidarlas. ¿Quién demonios se creía? A ella poco le importaba que se tratara de un príncipe, los títulos de realeza salían sobrando en ese lugar, porque la pasión, la verdadera, no se medía por el titulo que las criaturas tuvieran, sino en la forma en tomar, reclamar y dominar el momento; poco se le daba la dominación, sino era con su consentimiento.

Eugénie caminó alrededor del lugar. Su garganta le había quemado por la presión sumado al carraspeó que hizo para aclarar su garganta después del firme agarre. Por eso se sirvió una nueva copa que se tomó de un simple trago. La mujer escuchaba atenta a todo lo que decía el inmortal, incluso arqueó una ceja para ver el liquido carmín brotar por aquella herida, sin embargo siguió caminando como si nada. Negando, incluso chasqueando un poco la lengua; bastó una simple caricia para que su cuerpo se erizara con los recuerdos de una noche donde pretendía ser otra mujer, y terminó siendo ella misma. Suspiró profundamente para alejarse del vampiro más y más sin importar el riesgo. Él la quería cerca, ella simplemente deseaba irse, se sentía fastidiada, odiaba las comparaciones, y más encima que las hicieran los propios involucrados.

- La he probado, esto no es algo nuevo que puedas ofrecerme, precisamente tu rey me ha dado sangre, no sólo una vez, varias, le gusta verme más fogosa y energética de lo normal - Le encantaba echárselo en cara en ese momento. La hacía sentir poderosa y el inferior. Podría incluso verlo por encima del hombro. - Por favor, príncipe - Hizo una reverencia exagerada tomándose el tiempo necesario. Ella estaba gozando del momento - Deje de humillarse más, mejor que le revuelvan el dinero, nos veremos quizás en otra ocasión, cuando vaya a visitar al rey y le toque estar a él conmigo - Le guiñó el ojo relamiéndose los labios, observando ahora la sangre caer.

La cortesana era una humana demasiado temperamental, se trataba de alguien con un gran corazón, incluso llegaba a ser noble, bondadosa y caritativa - todas sus ganancias las donaba a algunas de sus amigas del burdel - pero cuando algo le parecía malo, incluso fastidioso, no dudaba con mostrar su peor faceta, por eso que el “príncipe” llegara de esa manera a sus aposentos le había encendido el arma, incluso apuntado a su cabeza, no temía de perder la que tenía sobre los hombros, la vida era la peor condena, quien te llevaba a la muerte con sólo respirar, una situación más que aceleraba el proceso le estaba ocurriendo, una de las tantas que le faltaban, si es que salía con vida. Verle le causaba repulsión, personas así no merecen respeto, mucho menos compartirles alguna palabra, eso sale sobrando, pero bueno, tendría que seguir viendo como salir de esa. Si lo lograba. Todo era una probabilidad.

Le estudiaba con la mirada, incluso el sonido de su voz cuando articulaba palabra, o la forma en que se ría con burla. Aquello estaba lejos de molestarle, cuando una persona se reía de esa forma, quería decir lo insignificante que era, y lo afortunado que se creía tomando la situación de un lugar o de una persona. Para ella era triste, incluso humillante, pero cada quien tenia una manera de pensar; Eugénie se dio cuenta que Violante creía le había dicho información valiosa, ¿acaso era idiota? ¿Que vampiro no sacaba provecho de su sangre? Él mismo lo estaba haciendo en ese momento, dándole a ella de su elixir, para Dragos aquello no era un secreto, incluso estaba segura que ya se lo había dicho a Amanda, el rey buscaba la manera de llamar la atención de su mujer, ponerla celosa o rabiosa, un detalle insignificante dado lo natural. Se mordió el labio inferior con fuerza, de esa forma se privaba de decir alguna palabra ofensiva, algunas criaturas de la noche a veces solían ser tan sentidos que tonterías tan minúsculas podrían ponerlos agresivos. ¿Violante era así?

- No necesito lecciones de lo que fue tu rey, honestamente no me importa, como sea que haya llegado a su reinado, es su problema, no me roba el sueño - Se encogió de hombro - Claro, seguramente le gusta ser el príncipe porque siempre será inferior, el segundo ¿por qué quisieras más? Porque eres un vampiro conformista con aires de grandeza, deberías verte en un esposo para después ver su tu mofa sigue de esa forma - Se relamió los labios y sonrió de medio lado dejando una mano sobre su cadera.

No se quejó por el agarre, de hecho simplemente le miró a los ojos, con aire desafiante, dentro de aquellas paredes su educación de princesa se quedaba de lado. Retaba e incluso se ponía a la defensiva lista para dejar caer el primer zarpazo. ¿Acaso no sabía el príncipe que dentro del burdel también habían trabajando criaturas de la noche? La idea de tanta inocencia en aquellos pensamientos le hizo en ese momento sonreír por lo bajo; una de sus cejas se arqueó, sentirse sobre su regazo le parecía irónico ¿Acaso se había decidido a follar? De nuevo el joven hablando, tirando palabras al aire. ¿En serio creía que Amanda y ella se comparaban? Una cosa era un hecho, la reina y la cortesana formaban parte de la vida del rey, pero Amanda era su obsesión, y la joven de antifaz su confidente, evidente era la diferencia, además, ella no era como las otras putas que aspiraban a encontrar a un hombre de bien que se enamorara de su sexo y quisiera quitarlas de la pobreza, porque la joven ya lo tenía todo ¿él era tan tonto que no lo entendía? Sin duda los vampiros no eran tan inteligentes como ella creía; el golpe la aturdió un poco, incluso sintió que su visión se había oscurecido, la joven esta vez si dejó salir un quejido de dolor, pero sólo se llevó la mano a la zona, apenas pudo respirar porque lo tenía sobre su cuerpo, y en vez de quejarse gimió con desesperación. Las acciones del no vivo la excitaron en cuestión de segundos. Gruñó con fuerza cual licántropo alejando a su presa, se acercó a él sin esperar a que terminara de hablar. ¿Efecto del vampiro? Quizás, pero ella no odiaría al hombre que le diera buen placer.

- No le odiaré, debería saberlo - Su figura se pegó con fuerza a la ajena, sus senos rozaron la tela fina del hombre. Sus manos se subieron a su nuca, lo acarició con lentitud; presurosa la cortesana quitó las prendas que cubrían desde los hombros hasta la cintura del hombre. - Sexo, sexo, todo se debería resumir a eso - Sus labios se habían pegado a la curvatura del cuerpo masculino, una de sus manos acariciaba por arriba del pantalón la hombre del hombre, porque ya no era un vampiro, sino más bien su igual, un animal deseando dejarse llevar por sus pasiones más bajas. Caminó empujándolo hasta que se sentara en el borde de la cama, se sentó sobre su regazo a horcadas por voluntad propia - ¿Cómo lo llamo a la hora del sexo, príncipe? - Mordió la piel con suavidad, se dirigió a la boca ¿Pensar con claridad? Desde que la humana había bebido de su sangre ya no lo hacía.

Eúgenie nunca medía los riesgos que podían ocasionarle sus palabras o enfrentamientos. Dado que siempre fue la nena de la casa, la protección siempre la tuvo, además, si se le sumaba la gran cantidad de dinero que su apellido le brindaba, todo se encontraba a su favor. A ella no le importaba encontrarse con un soberano, con un rey o como quisieran llamarle, esas cosas le daban igual. Sabía bien que ser mujer le daba desventajas, unas que ella había sabido sacar adelante con la ayuda de sus pechos redondos y sus caderas grandes. Ahora que se encontraba frente a un vampiro tampoco sentía terror, no porque no supiera lo que él podría ser capaz de hacer, sino más bien porque ya había tratado con ellos, y encima de todo la muerte le daba igual. Ella era de las creyentes de que si alguien te quería matar lo haría en el acto, no simplemente tontería, al menos no de alguien más inteligente. ¿Para que gastar tiempo con quien ya no lo tenía? Ese quizás sería un pensamiento errado, pero esos eran sus ideales, y no los iba a cambiar por nada, ni por nadie.

¿Para que mentir? A la cortesana le fastidiaban las conversaciones largas en el sexo. Le quitaban las ganas. Para follar no se necesita hablar, en ocasiones una que otra palabra perdida no está demás, pero sostener grandes palabras llegaba a aburrirle, por eso, que el príncipe siguiera parlando la hacía rodar los ojos internamente. ¿Acaso era lo único que sabía hacer? Esperaba que si era tan bueno al hablar, que también lo fuera para follar. La enfermedad de Eugénie exigía ya no contactos tan suaves, cada vez se volvía más ansiosa y agresiva. A cada instante los orgasmos terminaban por exigir más para poder obtenerlos, en parte aquello le gustaba pero también le comenzaba a preocupar su salud. ¿Hasta cuanto sería capaz de aguantar por seguir aquella gula de placer? No lo sabía, y la duda le daba miedo.

Arqueó una ceja cuando el príncipe comenzó a quitar voluntariamente el saco. La primera buena señal del deseo. Se mordió el labio inferior de forma ansiosa al notar la piel blanquecina bajo los botones abiertos. La cortesana subió sus manos con suavidad, mostrando lo delicada que podía ser en cada movimiento, lo bien educada que estaba, ser puta no es sinónimo de vulgaridad, sino más bien de elegancia, de erotismo, siempre y cuando se supiera hacer bien; sus dedos terminaron por quitar lo que quedaba de la playera, estiró los brazos para empujar la tela dejando el torso desnudo.

Los labios carmesí llegaron hasta el abdomen de Violante, sus manos se entretenían desabrochando el pantalón de tela fina, el hombre tenía buen gusto. Suavemente bajó la cremallera, y así hasta que bajó un poco la tela del pantalón dejándolo a mitad de sus muslos, con los movimientos de ambos terminarían por caer; la boca repartía lamidas estratégicas, también mordiscos suaves que jalaban un poco la piel. Le gustaba lo frío de aquel cuerpo comparado con lo cálida y mojada que ella podría estar, un contraste delicioso.

- ¿El príncipe le dará permiso a la puta de poder proseguir? - Si, él quería que lo tratara como a un igual, pero resulta que los iguales disfrutaban siendo tratados como la realeza; el cuerpo de la prostituta se pegó al del vampiro para hacer que se recostara por completo. Sus caderas comenzaron a moverse para seguir produciendo la erección en el miembro de la criatura de la noche. Eugénie estaba ansiosa por probarlo, por saber si era tan bueno en la cama como su rey.

Aquello era cuestión de orgullo, la situación parecía una guerra de egos, un par de combatientes a cada lado de la cama listos para esperar la señal correcta y lanzarse sobre el otro, pero no a placer, sino más bien, para destrozarse y dejar en claro quien era el que mandaba. La situación era sencilla, o al menos más clara para ella, quien mandaba dentro de ese burdel sería la cortesana. Sobre sus hombres se encontraba el respaldo de cambiantes, licántropos, e incluso otros chupa sangre que protegían los intereses del lugar. Si deseaba hacerle daño, o incluso asesinarla, él tampoco saldría con vida. Así de fácil era todo. ¿Él comprendería eso? La cortesana esperaba que si, tenía la esperanza de que fuera tan inteligente cómo para notar algo puesto frente a sus ojos.

Arqueo una ceja, mostró una sonrisa divertida. Deseaba molestarlo un poco, hacerle ver que su falta de endurecimiento no se debía a la poca experiencia de ella, o a que lo estuviera haciendo mal, sino, más bien, por su vejez, por su tiempo de inmortal, o incluso por falta de buen deseo sexual, aquello lo atribuía a él, no a ella, ya que más vampiros con mejor condición le había llevado monedas para tener pasión, si él creía que la estaba haciendo sentir menos, debía pensarlo dos veces, una cortesana tan buscada sabía su efecto, lo que era capaz. Decir que un ángel no genera amor, o paz, es cómo decir que ella no endurece de buena manera un falo.

Se bajó de él, de rodillas a un lado permanecía, no tocó, ni siquiera besó, simplemente observó a detalle el cuerpo masculino. En definitiva existían cuerpos más elaborados que los de él pero a la hora de hacer el amor lo que menos importaba era aquello, y ni siquiera con sentimiento en el acto carnal. Al momento de coger, cómo se decía vulgarmente, lo que se necesitaba era poder observar a detalle y reconocer las zonas erógenas del amante. Lo cual se volvía muy difícil si se tomaba en cuenta que el cliente en turno era un vampiro, y encima, príncipe.

— Primero preparemos el cuerpo — Su tono de voz parecía al de una madre dando clases de cocina. Con esa delicadeza para crear el momento perfecto. Con la espalda dada al príncipe, lo montó pero su trasero descansó a la altura de su pecho, le dio entonces una visión perfecta del corazón que formaba la carne, la redondez de sus glúteos. Sonrió dejando que el cabello se fuera hacía un lado, con sus manos comenzó a crear suaves pero preciosos movimientos en la punta del miembro, cada caricia venía con apretones de fuerza más notoria, separó una de sus manos para ensalivar algunos dedos y volver a su trabajo.

Eugénie no deseaba discutir, ni dar información, tampoco monedas, sólo el maldito acostón antes de terminar con su paciencia; sus caderas bajaron un poco más, las rodillas las colocó a los costados del rostro masculino, bajó las piernas para lograr que pudiera tener frente a él su sexo. Un movimiento maestro y ya tenía el falo en su boca. Le supo bien, con todo y su flacidez, aunque llegaba a desagradar un poco, a ella le encantaba sentir el miembro duro, erguido a su máxima expresión.