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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Freja Heìke Schültz Jue Oct 31, 2013 5:04 pm

¿Tan extraño era realmente, toparse con una mujer hosca como ella, tocando tan apasionadamente un instrumento tan fino como es el violín? Pues sí, así era. Su aspecto, poco convencional, desentonaba enormemente con la belleza que emanaba del instrumento gracias a sus diestros dedos.

A simple vista, los tatuados y fibrosos brazos de Freja contrastaban con el caro material del violín, provocando que cualquier transeúnte nocturno que se la encontrara rasgando las cuerdas de su más preciada -y antigua- pertenencia, se detendría a observar su aspecto más que a apreciar la dulce y tristona música que interpretaba. Los estereotipos eran un lastre más de una sociedad que poco había avanzado en los últimos años. Hizo caso omiso a todo comentario, negativo y positivo, que fue dirigido a su persona. Si hubiera de dale importancia a todo lo que los demás opinaban, no llegaría nunca a buen puerto. La noche se instaló en la ciudad en pocas horas desde que comenzara su improvisado concierto, luciendo demasiado tranquila... siniestramente tranquila. Pero su mente estaba lejos de aquel lugar, lejos del mundo mismo. Cuando Freja tocaba, no tenía ojos ni atención para otra cosa. Probablemente, su violín era el ser inanimado al que más atención prestaba. Y de los animados, también, realmente. Lo amaba. Era todo cuanto necesitaba para considerarse dichosa en un día de perros.

No tocaba para nadie. No tocaba para que la escucharan. No tocaba para recordar ni cambiaba de canciones para olvidar. Tocaba para comunicarse con la noche, con la Luna... con aquella Luna tan lejana como importante en su vida. Reina y señora de sus noches, de sus secretos más oscuros. Nunca le respondía, pero no lo necesitaba. No tocaba para obtener respuestas, ni siquiera para pensar. No. Aquel era el día de declararse a la noche y seducirla con una melodía que no fuera la de su voz, inexpresiva en comparación con la música, que salía directamente de su alma. La noche previa a que se desatase la locura, sin que ella pudiese hacer nada para remediarlo. Pronto el ciclo se completaría, y la bestia volvería a apoderarse de su ser, apartando de su camino todo rastro de humanidad. Sus manos, largas y delicadas, adquirirían el aspecto de las garras que tantos crímenes habían cometido. No a propósito, por supuesto. Perdería la noción del tiempo y de sí misma... Y aquella oda a la soledad pretendía, quizá, obtener el agrado de aquella que controlaba a los licanos como marionetas.

Desconocía si su música poseía alguna habilidad mágica, o simplemente superior, pues pese a ser una excelente compositora, nunca se consideraría la mejor... Aunque debía reconocer que si había algo que su música lograba, era ejercer un enorme poder de persuasión sobre el resto de criaturas, toda aquella que no era capaz de demostrar usando solo sus palabras. Freja nunca resultó del agrado de la mayoría. Y no les culpaba. Ni siquiera ella misma resultaba de su agrado en determinadas ocasiones. Su humor siempre distaba mucho de parecer si quiera agradable.

La lican se dejaba impregnar por su propia música, soñando despierta gracias al movimiento grácil de su brazo, conduciendo con destreza el arco por las cuerdas, sus finos y hábiles dedos pulsándolas rítmicamente. Podría alargar la sinfonía todo lo que quisiera, tan basto era su conocimiento en el manejo de los acordes y del lenguaje musical, que era capaz de hacer variaciones del mismo tema casi al instante y sin ningún esfuerzo. Su cabeza se movía imperceptiblemente al son de la melodía, ejecutando movimientos bruscos cuando aceleraba el ritmo, las cuerdas se tensaban y el arco se frotaba contra ellas con ímpetu. La calma llegaba cuando los músculos de sus hombros acababan relajándose. Y así continuó durante minutos, horas quizá. El tiempo no le interesaba, no podía prestarle atención. La música lo era todo para ella. La noche lo merecía.


Última edición por Freja Heìke Schültz el Jue Nov 21, 2013 3:41 am, editado 1 vez
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Mensaje por Castalia Birdwhistle Miér Nov 06, 2013 3:35 pm

“El mar sigue cantando cuando pierde una ola.”
José Ángel Buesa

Eran como perros fieles sus acompañantes, quienes más que simples seres en busca de una fortuna, se habían convertido en su familia, sus hermanos, no podría ver su vida sin ellos. Desde la muerte del Gran León, había una reputación que formar, pero lo más difícil era encontrar el tesoro de su padre, al menos sabían que una parte había sido escondida en ese lugar. Castalia como siempre, con aquel porte de mujer recia y de pocos modales, dirigía a sus compañeros al indicio que habían logrado descifrar. Los caballos ahora estaban descansando, agotados de una larga jornada, se disponían a tambalearse, mientras sus jinetes terminaban de anclarlos a algún árbol. Al final había tres personas además de la mujer, que parecía liderarlos, con cierta rigidez, pero todos parecían obedecerla sin querer llevarle la contraria.

Los pasos parecían ser cuidadosos, aunque la noche había caído, aun tenían algunas antorchas con cuales se daban paso, pero los cambiantes y el licántropo que estaban en su compañía, no necesitaban aquella luz, que tenia la mujer, una humana común y corriente — Sepárense, si lo encuentran, ya saben cómo avisar — y todos salieron hacia una dirección diferente, Ella también, cuidando en donde pisar, se dirigía al lugar que parecía más indicado para investigar.

Camino hasta cansarse, verificando cualquier indicio que le pudiera indicar que parte del tesoro de su padre estaba por allí, en aquella zona alejada de parís, comenzaba a maldecir a su padre muerto, quien a lo mejor había sido un idiota completo, como para no decirle exactamente donde había escondido aquellas riquezas que tanto necesitaban. Ya comenzaban a sentir la necesidad de alimentarse mejor, tener los lujos que ellos deseaban, pero no, estaban viviendo como arriados, pobretones, sobreviviendo de las monedas que se ganan día a día.

— Padre no me abandones — suplico, notando que su antorcha comenzaba a apagarse y sus compañeros no parecían haber encontrado nada, pero no sabía dónde estaban. Una suave melodía hizo que girara hacia done provenía esta.  Por un momento quedo hipnotizada por la belleza de tal composición, entrecerró los ojos para poder apreciarla, dejando que su oído se acostumbrada al a débil melodía, que se volvía mas fuerte, cada vez que ella se acercaba hacia su origen. Al final se encontró frente a frente con el compositor, el artista, sonrió suavemente, al notar que se trataba de una mujer, en silencio dejo que su cuerpo se apoyara en un árbol, para apreciar como el instrumento y el artista se volvía uno solo.  La antorcha que le proporcionaba luz se había apagado, ahora la noche parecía aun más fría y oscura que antes, hasta mas melancólica, por las entonadas que daba el violín, pero eso solamente la hacia verse mas perfecta.
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Mensaje por Freja Heìke Schültz Jue Nov 21, 2013 5:06 am

...En el tiempo del músico
Sólo hay un deseo,
Encontrar las notas
De su alma.


Darío Arístides Molina - "Píndaro"

Música y vida eran sinónimos para aquella silueta que disfrutaba rompiendo la quietud de la noche con acordes sentidos y lastimeros. Toda su vida había ido ligada a las emociones que despertaba la música, tanto en ella, como en quienes le rodeaban. Se sentía segura hablando desde su instrumento, casi más que con su misma voz. Sólo de esa forma se aseguraba que todos entendiesen lo que quería decir, tal es la universalidad de la música, siendo el único lenguaje conocido por todos. Había tocado por y para personas que nunca la entenderían si hablase en su lengua natal, y simplemente con sus notas, con su melodía, logró hacerles reír, llorar, y sentir... Algo que nunca había conseguido de una forma diferente. Música y sentimientos eran lo mismo para aquella silueta oculta entre las sombras, que tocaba, a solas, para la misma noche que aprisionaba el resto de París en un sueño tranquilo y sereno.

Una sonrisa solitaria se adueñó de su expresión. Pura, clara, y verdadera, como sólo la música podía arrancarle directamente de su duro corazón. Una sonrisa sin motivo, sin razón de ser, pero que significaba demasiadas cosas al mismo tiempo para enumerarlas. Al día siguiente, perdería toda cordura posible, rindiéndose a la bestia que su envoltorio de mujer normal aunque agresiva, escondía tras de sí. Tras tantos años de ir y venir por el mundo, de dolor por aquel hecho inevitable, había asumido lo que era, en lo que se había convertido. Y menos mal. Nadie podía imaginar el dolor psíquico que le producía perder el control de aquella forma. Olvidar lo que eres, quien eres, para qué vives, alejándose de su amada música... Era la forma más extrema de despersonalización que conocía. Lo odiaba casi tanto como apreciaba los dones que su nueva naturaleza le había otorgado, aunque en noches como aquella, el rencor se hiciera tan patente en su mustia melodía. Era como si hablase sin palabras, utilizando todo su cuerpo para producir un sonido con más significado que cualquier frase. Poesía líquida, eso era la música. Líquida porque se escurría por el aire, llegando a cualquiera. Y poesía porque tocaba el alma de cualquiera que llegase a oírla.

Lo peor de ser un licántropo, es no poder controlar la transformación siempre. Y un hecho que evidenciaba esto, era que la Luna impedía su autocontrol. Le gustaba transformarse a placer, para correr por praderas lejanas con toda la libertad que aquella forma le otorgaba... Pero le fastidiaba que le impusieran el cambio, sin que pudiera resistirse, tal era su negación a seguir normas impuestas por un ente "superior". Si no se doblegaba ante cualquier religión o regla ética que el mundo actual imponía, ¿por qué debería hacerlo ante una maldición que ella no había elegido? Su fuerza de voluntad siempre había sido grande, poderosa, pero el hecho de que no valiera para nada no lo llevaba demasiado bien. Nada, de hecho.

Notó la presencia en cuanto entró en su rango de visión. Podía distinguirla perfectamente entre las sombras, disfrutando de la melodía que salía de sus propias manos. No se detuvo, sin embargo, fingiendo que no sabía de su presencia, aunque la sonrisa que se dibujó en su semblante evidenció su agrado por tenerla de público. Siempre era hermoso descubrir que alguien desconocido se ve atraído por tu poesía, en medio de la noche, hasta el punto de acercarse a ella para escucharla desde más cerca. La canción llegó a la cumbre, arrancando acordes profundos y delicados al mismo tiempo, conformando la banda sonora perfecta para una noche como aquella. Esperaba que su silenciosa invitación instase a la mujer a acercarse. Compartir la tonada era siempre mejor que tocar a solas, al menos, si el que escucha es capaz de extraer el sentido a toda aquella melodía sin palabras. Miró con fijeza el lugar en que estaba la desconocida, entornando los ojos, sin perder fuerza su interpretación. Ella y su violín estaban en perfecta sincronía, como si juntos conformasen un único ente, muchísimo mejor que las dos partes por separado. La simbiosis del artista con su instrumento es perfecta, y muchísimo más íntima de lo que muchos se imaginan. Músico y violín, el todo más absoluto.
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Mensaje por Castalia Birdwhistle Dom Ene 05, 2014 1:26 pm

“La cosa más seductor del arte es la personalidad del propio artista.”
— Paul Cézanne

La música era universal, no se necesitaba mucho esfuerzo para entender lo que se quería decir el músico, solamente se debía tener el corazón y la mente abierta. Si tu alma no estaba abierta, eras como un ciego ante la música, un muerto musical, un ignorante, que no disfrutaba la magia de las notas que un pobre violín podría expresar. La noche era el único testigo de su gran talento, se había añadido castalia, quien silenciosamente apreciaba los acordes delicados, pero con una profundidad, que solamente lo podía lograr una persona con gran talento. Muchos podían tocar el violín, pero pocos lograban la perfección en este, tal vez la mujer aun no lo lograba completamente, pero estaba a punto de llegar hasta ese lugar.

La música era importante, mucho más para alguien como la negra, quien pasaba varias semanas en el mar y para no aburrirse, necesitaban distracciones, sus compañeros siempre tocaban algo para animar la vida del mar. El baile, la canciones compuestas en el mar, tenían un sabor diferentes, ellos tocaban cuando estaban tristes, cuando querían animar el alma de las personas, para despedir uno de sus amigos. A castalia le tomo un poco de sorpresa el que miraba fijamente en donde ella estaba, se había percatado de no hacer mucho ruido y situarse en un lugar tranquilo, para ser solamente una oyente desconocida, un fantasma, que se iría y nadie la extrañaría.

A lo mejor era coincidencia, pensó ella, deseando sentirse aun anónima, pero no, no era así, cierto nerviosismo recorrió su cuerpo. ¿Y si era mal recibida? La mujer era de tono pilado, con cabellos rubios, una blanca, perfecta. En el mar eso no importaba, pero había aprendido, a duras penas, que en tierra firme, eso importaba mucho, desde que se había encontrado con la mala suerte en ese lugar llamado parís, comenzaba a sentir temor de acercarse a los habitantes de este, pero tomo fuerzas, de donde ya no quedaban mas, como siempre lo había hecho, olvidando, dejando atrás, los recuerdos, los malditos recuerdos, malos, por ciertos, de las personas que había encontrado en esta ciudad.

Rogaba a los dioses del mar, que ella fuera notablemente diferente, entrecerró sus ojos y suspiro levemente, sus brazos cruzados se mostraban, cansados, los dejo caer de un lado a otro, para luego entreabrir sus ojos y dar dos pasos hacia adelante, con el mentón bien alto, mostrando, el orgullo de ser lo que era. —…. — no quería interrumpir, no se lo perdonaría nunca si lo hacía, pero al menos se había dado a conocer, ya no sería la desconocida, el público anónimo que pretendía.
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Mensaje por Freja Heìke Schültz Mar Ene 07, 2014 8:26 pm

Los músicos son los supremos poetas. O la música es la sublimación de la poesía. La poesía aspira a convertirse en música, a alcanzar su nivel de pureza, aquel nivel de perfección transparente. La poesía busca convertirse en música. Métricas, ritmo, musicalidad, armonía. Sentido. Sensación y sentimiento. Transmisión de sensaciones, parámetro extrasensorial.

Observó con una sonrisa aún más ancha los movimientos sutiles y a la vez orgullosos de aquella desconocida que acababa de atreverse a no serlo. Aun desde la distancia que hasta entonces las separaba, la rubia no pudo evitar intentar hacerse una idea de la persona que tenía como espectadora de su callada sonata a la Luna cuasi-llena. No todos se acercan a un desconocido en mitad de la noche, y menos si la actividad a la que dedica su tiempo puede llamarse, desde el punto de vista de un espectador no amante de la música, como desorden público. Y más si dieran cuenta de la hora. Pero para ella el tiempo no era más que otra simple medida que trataba de otorgar de estructura un mundo enteramente caótico. Un intento más de la humanidad por poner nombre y significado a unos sucesos que de otra forma quedarían relegados al olvido sin remedio. La música no entiende de tiempos, ni de espacios. La música es la mejor forma de ilustrar sentimientos tan íntimos y profundos como el amor, la amistad o el odio. No es una medida, es un arte. Y como toda manifestación artística, su comprensión y significado está estrictamente sujeto al propio artista y, por otra parte, al que visiona la obra final.

Y teniendo en cuenta todo aquello, ¿qué podía imaginar de la silueta que poco a poco tomaba forma, color y rostro ante sus ojos? En primer lugar, que su sensibilidad artística era notablemente superior a la de cualquier viandante nocturno de los que había pasado por allí, y por supuesto, mucho mayor a la de los dueños de las casas circundantes. Lo cual, pese a lo irónico que pudiera parecerle a cualquiera en primera instancia, limitaba su clase social a sólo dos posibles opciones... aunque no ahondó en este punto dado el profundo resentimiento que sentía hacia las etiquetas. ¿Por qué debería importarle el nivel de riquezas que poseyera aquella figura, vinculada a ella en aquel tiempo y espacio concretos, por aquella tonada angustiada? Lo segundo, y más importante dada la situación, era que su estado de ánimo debía parecerse lo suficiente al suyo para que comprendiese lo que sus notas iban dictando aun sin mencionar palabra alguna. Si era bueno o malo dependería de cómo le sentara a la señorita la nostalgia al despertarse en sus carnes. Lo que estaba claro, es que la entendía. Y eso, sin duda alguna, no podía ser otra cosa más que estupendo. ¿Qué es un artista si su arte no se comprende, no se aprecia? Un cantante mudo, o un pintor sin manos. No es nada. El arte está hecho para compartirlo, pero sólo con aquellos que lo entienden o tratan de interpretarlo.

Lo tercero quedaba evidenciado por el gracioso gesto de acercarse a ella sin mencionar palabra. Respetuosa con el arte, y con el artista que lo trae consigo. Y eso hizo que, aun sin conocer a aquella mujer de rasgos exóticos y hermosos, no necesitara saber nada más de ella para confiar en que sería una gran acompañante en aquella oda a la tristeza. No porque le cayera bien o mal, que eso sólo el tiempo podría decidirlo sino porque, aun desconociéndose, ya tenían más en común que el resto de personas. Y eso, viniendo de ella, era decir mucho. Se alzó de su improvisado asiento en mitad de aquella calle desierta, y se acercó a la mujer con una serena sonrisa en el rostro y los ojos entrecerrados. Ahora sería intérprete de otra persona más. Y eso merecía agradecerse. Entre los acordes se alzó su voz, firme y rotunda como un trueno en mitad del océano, simplemente para dejar flotando un nombre. -Freja. -Y el violín pareció entonar su apellido.
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Mensaje por Castalia Birdwhistle Mar Ene 28, 2014 10:00 pm

Decidió sentarse, aun algo apartada, no quería molestar, la idea era que siguiera, como si ella no existiera, como si fuera un árbol mas. Sentada en una gran piedra, que había encontrado, arrancaba un poco de pasto con sus manos, mientras mantenía la mirada al suelo, buscando retoños, para seguir sacándolos de la tierra, pues no necesitaba mirarla para escuchar, eso lo hacían sus oídos y por suerte estaban tan limpios que podía escuchar a un ciervo pisar una rama a unos cuantos metros y eso que no poseía la sensibilidad de un sobrenatural.

Habían cosas que debían respetarse, esa era uno de ellas, aunque Castalia nunca había sido partidaria de respetar a las otras personas, si ella no la respetaban por su color de piel ¿Por qué debía hacerlo ella? Aun asi, tenía la esperanza de que esa mujer fuera diferente, tal vez solo por tener un violin en medio de la nada, por eso hacia optado por la buena educación antes que por la fanfarronería.

la mujer se levanto y Castalia, levanto su mirada, se veía caminando hacia ella, aun con el violin entre sus hombros, entonando melodías, que fueron que la atrajeron como polen a la abeja, sonrio suavemente — Mucho gusto, señorita — dijo moviendo su cabeza un poco, en forma de saludo — Castalia, me llamo — estiro su cuerpo un poco, para acomodar sus piernas y poner una de sus manos, en la rodilla de esta.

—Espero no molestarla, solamente vengo de paso — inquirió, mirando a su alrededor, por si tenia suerte de ver algún indicio de algúno de sus compañeros o una señal del pequeño tesoro de joyas, que su padre había enterrado en ese lugar, pero no, parecía que ese hijo de puta, lo había enterrado muy bien. Tal vez alguien ya lo había encontrado, un afortunado, que se había quedado con lo que le pertenecía, eso le provoco mucha rabia, pero no lo creeia posible, primero deberían examinar cada parte de ese lugar, para llegar esa conclusión.
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Mensaje por Freja Heìke Schültz Lun Feb 17, 2014 9:35 am

¿Cuántas veces nos han dicho que la música amansa las fieras? Cientos, miles de veces hemos oído que si quieres calmar a una bestia alterada, lo mejor que podemos hacer es entonar una bonita canción o tocar algún instrumento, esperando que surta efecto y nos perdone la vida. ¿Pero hasta qué punto el mito sigue siendo un mito, y no se convierte en una realidad comprobable y perfectamente tangible? Pues en el preciso momento en que nos encaramos directamente con una bestia de verdad y ponemos en práctica lo aprendido gracias a la sabiduría popular. Eso si no morimos en el intento. Es fácil imaginar entonces lo irónico que resulta que la propia bestia sea la que entona la canción. Allí, alzada ante la inmensidad oscura de la noche parisina, se hallaban el lobo y el cordero, compartiendo un espacio que, en cualquier otro momento, no hubiesen compartido jamás. Freja era el lobo, metafórica y literalmente. Y la muchacha que tenía frente a ella, a la que se estaba acercando sigilosamente, como un león a punto de saltar sobre su presa, era el cordero. O al menos, eso es lo que hubiera dicho cualquiera que pudiera ver las esencias de ambas desde afuera. A menos de un día de perder el control de sus actos, se hallaba tranquilamente y en mitad de la calla, entonando una melodía que había logrado cautivar a una potencial presa.

Sin embargo, lo que hubiese sucedido si aquella noche la Luna llena fuese la que iluminara el cielo nocturno, quedaba relegado a su imaginación. Porque una parte de ella, la más oscura y retorcida de todas las partes que la conformaban, siempre se ponía en lo peor. ¿Y qué hubiera sido peor que hacer daño a un rostro, a un ser tan hermoso como ese, por no ser capaz de controlarse? Mejor sería ni pensarlo. Porque entonces aquello que había llegado a considerar como un don, pasaría a ser definido por su subconsciente como la peor de las maldiciones. Y, en cierto modo, lo era. Susurró su nombre en voz baja, tratando de memorizarlo. Tenía un matiz aterciopelado, que encajaba bastante bien con la imagen de la muchacha. Encantadora, aunque fuerte. Sutil, aunque directa. Con modales, aunque descarada. ¿Cuál de todas esas caras era la que predominaba? No se le ocurría nada más interesante para ocupar aquella hermosa noche estrellada.

- No es ninguna molestia, mademoiselle. La música siempre suena mejor en la compañía de quienes la aprecian tanto como una misma. Agradezco vuestra consideración. Lo más que he llegado a escuchar en las últimas horas eran palabras bastante poco amables... Pero... ¿Qué hace una dama como vos caminando por estos callejones tan solitarios? Puede ser peligroso... Los lobos acechan. -Sus ojos brillaron con un destello sutil y su sonrisa se hizo felina, ancha, sincera. Las notas cada vez fueron descendiendo en intensidad y la melodía fue llegando a su fin con maestría. Bajó el violín y le tendió la mano a la desconocida. Puede que aquello sólo se tratase de un encuentro fortuito entre dos extrañas que nunca volverían a encontrarse. Pero la noche antes de perder el control siempre era preferible pasarlo con alguien de tu especie, ¿no? Aunque sólo una de sus dos mitades fuese humana.
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