AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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verdict le crow [Privado]
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verdict le crow [Privado]
El escudo de la jodida inquisición,"EXURGE DOMINE ET JUDICA CAUSAM TUAM" esto confirmaba la superioridad de la Justicia divina, el énfasis de la leyenda del dololor
Cuarto secreto
Cuarto secreto
Huele a muerte, al fin se abre la jaula y el ave vuela, vuela buscando un árbol espinoso y no descansa hasta encontrarlo, volando para hallar la espina más larga, abrazándose al espino, se clava en su corazón muerto la espina que lo estocaba brindándole su final, sabiendo que iba a morir, su canto se dejo oír, que misterio parecía, cantaba la misma noche en la que estaba muriendo, llanto puro y diáfano canta como en ensueño, esa melancolía que esconde brinda pasión como ninguna, silenciando todo por morir con el dolor más profundo, su máscara cantarina hace creer que muere en paz pues solo una vez en su existencia debía morir dulcemente por la vida, envolviendo aun más la agonía en el más bello canto, todo mundo enmudece para escuchar…¡Dios sonríe en el cielo! ¡Belcebú danza en el infierno! No ha de quedar ni cenizas de rosas, ni una pluma que puedan tomar, el viento huele a muerte, Nicolás está muriendo….
Superfluo del sueño que vibra fuertemente, aplastando cada horror, no se permite desear, el tiempo está detenido en silencio antes de lamentar el futuro, la razón estaba creciendo, estaba ensangrentado, la pasión no titubea ante el destino y la excitación cae lejos de esta piel, si esto era dolor podía sentirlo con humillación, negándose a este delirio que no hay satisfacción, manchando todo de sangre maldita, acumulando demasiadas cicatrices que tardan en regenerarse, las gotas de sangre se mezclan con el mundo al que solía alabar pero esta noche no era igual, la mente sangraba, tan solo sangra y no era divertido, abre los apretados ojos y observa la escena que ha comenzado a brillar, arde ver la luz y alguien le canta una pesadilla, una que no puede ser escuchada por los destruidos sentidos, dejando que la oscuridad se estremeciera y se extingue el sonido, si este era el dolor que había saboreado del pasado, entonces no es capaz de aceptar la muerte que eventualmente está yendo por él…
Perdido, perdido, perdido ¿Cuál fue el escenario pintado dentro? Solo sintió los gritos desfalleciendo, grita sin querer guardar su dolor, se encuentra sentado en una silla de tortura, desnudo de modo que los pinchos penetraban la piel, las muñecas sujetadas junto con los tobillos de grilletes, arde su cuello y apenas vislumbra una cadena como si fuese una mascota, moviéndose que el jodido dolor era insoportable pues los malditos le clavaron picos filosos en los grilletes, la piel estaba siendo perforada y su cuello que derramaba la linfa como el rio de desesperaciones, tratando de ver en la luz que le lastimaban los ojos, le dolían los tímpanos que podía percibir la magia negra y tras volver a cerrar los ojos con fuerzas batallando por despertar, por creer que era una pesadilla pero era un estúpido engaño, no se iba el tormento, solo en la mente una imagen se presento y era de aquella muñeca haciéndole el amor, le tenía entre sus brazos, los pensamientos habían sido dedicados para él, besarle, recorrer ese pergamino exquisito que le brindaba, solo deseaba con pasión fundirse con él en el pleno amorío incitado, desnudando la memoria, habían estado viajando que ahora se había convertido en una funesta espera de una imaginaria tranquilidad, ¿Sera posible que le sean prohibido tener paz a los cuervos? Siempre envuelto de tragedias que ahora comprendía, habían sido secuestrados, veía desvanecerse la imagen de su querido y unos gritos que eran desprendidos de su amado, solo eso recordaba que por orgullo no mostró tal agonía…
Volviendo abrir los ojos pero por el dolor inmenso que le otorgaban, no podía aclarar en qué momento llego a ese lugar, un cuarto exclusivo para torturar, era demasiado que irónicamente en una jaula misma estaban, algo le habían hecho porque no podía moverse, como si estuvieran manipulándole y una sombra se acercaba, la cabeza permanecía agachada por no estirar la piel de su cuello que se abría…-¿Qué es lo que quieren?-pregunto con dificultad, en la garganta acumulaba sangre que fue la que escupió para engendrar sonido alguno en esas palabras…-¿Dónde está mi acompañante? ..Su tormento era ese, saber que había pasado con él, pensando en que al fin la jodida Inquisición se había salido con la suya, que ya había sido momento de ser capturado para dictar la sentencia que el pecado debería pagar…-mmmmm....mmmm!!!..-y el grito horroroso libero con fuerzas, le han jalado de una especie de alambre que tiene enredados en cada diente y colmillos del hocico que gruño aceptando su frigidez ante esa belleza, saltando de la misma silla que aquello fue peor, un anillo auto mortificante el cual impedía la erección del falo mediante las púas dispuestas en el dalo inferior, la piel seguía estirándose y la sangre continuaba debilitándole y lo peor que un babero de hierro le sujetaba la boca para tenerla abierta siempre, siendo instrumentos de pena capital…
Aunque varios corazones latían en esa misma aura, estudiaba lo que tenía a su alrededor, es interrogado acerca de mujeres violadas, por los cadáveres de bebes a los cuales claramente este cuervo había devorado con tal placer, encarándole acerca de los pecados que ha cometido y sobre todo querían saber más acerca de “The spider’s stratagem” Era una ambigua maldición que los dioses habían utilizado para aquellos que se habían convertido en sus adoradores por la tragedia, por un oscuro poder que nadie soportaba por temor a volverse locos, pero esto era el pasado que no recordaba Nicolás, estaba escondido en el fondo de la mente que no respondía a ello, pues en el pasado ese hechizo le engendraron junto con otros que le era olvidarlo, pero las mentiras descienden, disfrazaban ese saber con engaño, este era el juicio dictado, con su misma carne debía alimentar al demonio de cada uno, saber el cómo las brujas se hicieron cenizas en cuando bebían de la linfa de este templo, el porqué esta sangre era hereje y lo esencial, el porqué ven en este vacío, un poderoso que podría acabar absorbiendo las almas para la propia miseria….
Siendo esta pesadilla, hermano de la muerte, así que es tumbado bajo la tortura que permite abrazar con gritos de agonía una irónica salvación por la monstruosidad.
Nicolás D' Lenfent- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: verdict le crow [Privado]
¿Existía algo más grotesco que un gusano retorciéndose en el anzuelo? Ninette estaba convencida que sí. Con cada encuentro mortífero, con cada mirada inyectada en sangre, con cada alma arrastrada hacia el infierno, se volvía más segura respecto a ello. Y ver a su última presa luchando patéticamente por lo que él llamada vida, estando sentada en un oscuro rincón de la habitación de tortura que había elegido, todo parecía indicar que se trataba de un tomo más de su colección de razones para erradicar a esos monstruos de la faz de la tierra. Lo analizaba, así era, lo examinaba cuidadosamente como si se tratase de un anfibio cuyo pecho estuviese a minutos de ser abierto a la mitad. Y era que no podía terminar de entender la existencia de esas criaturas; se movían, hablaban, e incluso podían pasar por un ser humano común y corriente bajo ropas elegantes y maquillaje costoso, pero… ¿tenían alma? No, no la tenían. Y Nicolás, el cuervo, el vampiro devorador de almas aún rescatables, era la viva imagen de un cuerpo vacío de todo menos de instinto animal. Si existía algo que pudiera ser denominado como “lo más grotesco”, no debía distar demasiado del espectáculo que el inmortal estaba montando en plena sede de la Santa Inquisición.
Las mejillas cortadas de Ninette se sintieron arder, calientes y sensibles por los nervios que habían quedado expuestos después del más cruel regalo de sus padres. Los poros de su piel le avisaban lo que el prisionero ya sospechaba: que haber caído en las manos de la inquisición le saldría caro, y sería la pelirroja misma quien se lo cobraría. Podía ser que en ese cuarto los presentes dispusieran de armas y artefactos macabramente elaborados para desangrar a gritos a las víctimas elegidas, pero la mayor arma estaba en la sed de aniquilación de la joven de alma y rostro rajados.
Cerró entonces el único objeto que mantenía su regazo, una biblia, y junto a ella se puso de pié para dirigirse al cuervo herido cuyas alas, en vez de darle libertad, no estaban haciendo más que aumentar el martirio de sus lesiones. Ninette sonreía con cada gota de sangre inmortal derramada, regando su sadismo, volviéndolo más fuerte y demandante“Cuando algún israelita o extranjero que viva entre ustedes coma cualquier clase de sangre, yo me pondré en su contra y lo eliminaré de su pueblo. Porque la vida de toda criatura está en la sangre. Yo mismo se la he dado a ustedes sobre el altar, para que hagan propiciación por ustedes mismos, ya que la propiciación se hace por medio de la sangre. Por eso les digo: Ninguno de ustedes deberá comer sangre, ni tampoco deberá comerla el extranjero que viva entre ustedes.” Levítico diecisiete, versículo del diez al doce. —decía perfectamente de memoria mientras miraba hacia el techo, comprobando con gusto que los espejos en él daban una perfecta imagen de su rojo escenario. Sólo detuvo su caminar para imponentemente pisar el espacio disponible ante Nicolás.— Así quería verte, cerdo inmundo. Así debes permanecer siempre: inclinándote ante la palabra de Dios, a quien le escupiste al vender tu alma al demonio.
Pero el mundo de Ninette no era ni la décima porción que el mundo de Nicolás, uno cuyo paraíso había pasado por una cantidad de infiernos humanos tan grande que solamente los inmortales podían concebirlo. Él tenía la suficiente experiencia como para comprender que las reglas y los códigos de los hombres eran meran ilusiones ideadas por ellos mismos para privarse de aquello cuyos prejuicios habían crucificado de antemano. Él, el vampiro de alas negras, entendía que cuando todo desapareciera, su fiel acompañante seguiría ahí. No obstante, la inquisidora tenía demasiada ira acumulada como para poder enfocarse en algo más. La pregunta del cuervo hizo que ella hiciera arder las llamas del infierno en sus ojos verdes cual serpiente y, como consecuencia de ello, la joven golpeó iracunda con su biblia el rostro de mármol de Nicolás, volteándolo hacia un lado y haciendo que la máquina de tortura apretara aún más su cuello, alimentando el piso enlozado de elixir de inmortal.
No era suficiente, necesitaba más. Tenía entre sus manos a un asesino, al rostro encarnado de la degeneración y el desorden, un esparcidor de la inmoralidad. Tenía a un ladrón de vidas, a un homosexual, a un engendro de satanás gimiendo como cachorrito.
—Repugnante. Así que es cierto que te acuestas con un hombre como se hace con una mujer, maldito fornicario afeminado. ¿Por qué no me sorprende? —negó con su cabeza la pelirroja, depositando la biblia en manos de uno de los presentes. Sólo así vio sus manos libres para sacar del interior de sus oscuras ropas un brebaje bien conocido por sus compañeros, los cuales sonrieron casi burlonamente al notar el contenido de aquel frasco que había sacado a la luz: agua bendita. Si bien la mordaza y el anillo automortificante eran excelentes aliados a la hora de frenar la concupiscencia del no-muerto, no debía faltar Dios en aquel ritual como verdugo final— ¿Que quieres saber qué? —dijo con voz casi inocente cuando destapó su herramienta. Aquel tono duró esa frase y ya; lo que vino fue más macabro— ¡Habla más fuerte, sabandija!
Y así, el rencor que mantenía latiendo el estrujado corazón de Ninette, hizo verter en forma de cruz sobre el cuerpo de Nicolás chorros de agua bendita, quemándola como si se tratara de papel. Era una delicia para ella ver cómo sus movimientos involuntarios por el dolor hacían que la tortura fuera mayor. Por su causa gemía, por su causa sufría, y ¡por Jesucristo! ¡cómo lo gozaba! Las cicatrices en el rostro de la inquisidora palpitaban; quería más, incluso si significaba incurrir en un pecado mayor al del vampiro.
—Me pregunto cuánto tiempo resistirás esto. —pronunciaba con indiferencia mientras pasaba su índice por las quemaduras recién provocadas, admirando las reacciones en Nicolás— Demasiado temprano para chillar, rata asquerosa. Lo quieras o no, estás en mis manos ahora.
Las mejillas cortadas de Ninette se sintieron arder, calientes y sensibles por los nervios que habían quedado expuestos después del más cruel regalo de sus padres. Los poros de su piel le avisaban lo que el prisionero ya sospechaba: que haber caído en las manos de la inquisición le saldría caro, y sería la pelirroja misma quien se lo cobraría. Podía ser que en ese cuarto los presentes dispusieran de armas y artefactos macabramente elaborados para desangrar a gritos a las víctimas elegidas, pero la mayor arma estaba en la sed de aniquilación de la joven de alma y rostro rajados.
Cerró entonces el único objeto que mantenía su regazo, una biblia, y junto a ella se puso de pié para dirigirse al cuervo herido cuyas alas, en vez de darle libertad, no estaban haciendo más que aumentar el martirio de sus lesiones. Ninette sonreía con cada gota de sangre inmortal derramada, regando su sadismo, volviéndolo más fuerte y demandante“Cuando algún israelita o extranjero que viva entre ustedes coma cualquier clase de sangre, yo me pondré en su contra y lo eliminaré de su pueblo. Porque la vida de toda criatura está en la sangre. Yo mismo se la he dado a ustedes sobre el altar, para que hagan propiciación por ustedes mismos, ya que la propiciación se hace por medio de la sangre. Por eso les digo: Ninguno de ustedes deberá comer sangre, ni tampoco deberá comerla el extranjero que viva entre ustedes.” Levítico diecisiete, versículo del diez al doce. —decía perfectamente de memoria mientras miraba hacia el techo, comprobando con gusto que los espejos en él daban una perfecta imagen de su rojo escenario. Sólo detuvo su caminar para imponentemente pisar el espacio disponible ante Nicolás.— Así quería verte, cerdo inmundo. Así debes permanecer siempre: inclinándote ante la palabra de Dios, a quien le escupiste al vender tu alma al demonio.
Pero el mundo de Ninette no era ni la décima porción que el mundo de Nicolás, uno cuyo paraíso había pasado por una cantidad de infiernos humanos tan grande que solamente los inmortales podían concebirlo. Él tenía la suficiente experiencia como para comprender que las reglas y los códigos de los hombres eran meran ilusiones ideadas por ellos mismos para privarse de aquello cuyos prejuicios habían crucificado de antemano. Él, el vampiro de alas negras, entendía que cuando todo desapareciera, su fiel acompañante seguiría ahí. No obstante, la inquisidora tenía demasiada ira acumulada como para poder enfocarse en algo más. La pregunta del cuervo hizo que ella hiciera arder las llamas del infierno en sus ojos verdes cual serpiente y, como consecuencia de ello, la joven golpeó iracunda con su biblia el rostro de mármol de Nicolás, volteándolo hacia un lado y haciendo que la máquina de tortura apretara aún más su cuello, alimentando el piso enlozado de elixir de inmortal.
No era suficiente, necesitaba más. Tenía entre sus manos a un asesino, al rostro encarnado de la degeneración y el desorden, un esparcidor de la inmoralidad. Tenía a un ladrón de vidas, a un homosexual, a un engendro de satanás gimiendo como cachorrito.
—Repugnante. Así que es cierto que te acuestas con un hombre como se hace con una mujer, maldito fornicario afeminado. ¿Por qué no me sorprende? —negó con su cabeza la pelirroja, depositando la biblia en manos de uno de los presentes. Sólo así vio sus manos libres para sacar del interior de sus oscuras ropas un brebaje bien conocido por sus compañeros, los cuales sonrieron casi burlonamente al notar el contenido de aquel frasco que había sacado a la luz: agua bendita. Si bien la mordaza y el anillo automortificante eran excelentes aliados a la hora de frenar la concupiscencia del no-muerto, no debía faltar Dios en aquel ritual como verdugo final— ¿Que quieres saber qué? —dijo con voz casi inocente cuando destapó su herramienta. Aquel tono duró esa frase y ya; lo que vino fue más macabro— ¡Habla más fuerte, sabandija!
Y así, el rencor que mantenía latiendo el estrujado corazón de Ninette, hizo verter en forma de cruz sobre el cuerpo de Nicolás chorros de agua bendita, quemándola como si se tratara de papel. Era una delicia para ella ver cómo sus movimientos involuntarios por el dolor hacían que la tortura fuera mayor. Por su causa gemía, por su causa sufría, y ¡por Jesucristo! ¡cómo lo gozaba! Las cicatrices en el rostro de la inquisidora palpitaban; quería más, incluso si significaba incurrir en un pecado mayor al del vampiro.
—Me pregunto cuánto tiempo resistirás esto. —pronunciaba con indiferencia mientras pasaba su índice por las quemaduras recién provocadas, admirando las reacciones en Nicolás— Demasiado temprano para chillar, rata asquerosa. Lo quieras o no, estás en mis manos ahora.
Ninette Z. Quénecánt- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/09/2013
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Re: verdict le crow [Privado]
Este contenido no es apto para religiosos… Apocalipsis 19:11-21
Estaba vestido de una desnudes teñida en sangre y su nombre es: La Herejía de Dios
Deambulando en una nota final, se pierde en el dolor mas no pedía piedad, con el eco de aquella crueldad, ser torturado que su frialdad se vestía en su semblante, había sido una trampa mortal pero no es un réquiem sino es la fatalidad de ser un verdadero naciente del infierno, ya que no hay paz ni tranquilidad, sufre y mira lo que siempre ha de vivir; el dolor, la angustia, la nostalgia y la desdicha, trazados en la línea de una rectitud que resalta en la falsedad por la aborrecía hacia la inquisición, sin saber que es mejor de esa frustración que consume el error de seguir autodestruyéndose con los instrumentos de tortura que le adornan el cuerpo, luciendo una bestia, se aferra al dolor, se mueve sin portar que su piel se deshaga, que la sangre maldita se desplace en el lugar, que sea visto como la noche que atemoriza sus miedos escondidos. Siendo tormentoso el lamento de siamés de diez voces gritando de su garganta, casi puede encontrar lo que quiere hallar entre esos espejos al mirar hacia arriba, sería la muerte colosal, heridas en la boca de escalpelo por esos puntiagudos trozos de metal que entonan cuando mueve la boca, pareciendo iniciar la orquesta del daño…Iniciando la liberación de gemidos lastimosos, la melodía podría ser dulce para aquellos que esperan su muerte, grita no por dolor si no por el desespero de morir de una vez solo así creía que estaría en libertad su querido, el sádico dolor era este arte hecho con la misma pasión de asesinar, esa mujer retorcida con su imaginaria sonrisa, disfrutaba ver a la muerte morir nuevamente, admirar de esta agonía, dando paso al crescendo de sangre en sus pies creyéndose poderosa con la fe de una biblia que en cenizas se ha de convertir, abofeteado que gruño con la pasión de maldecir su biblia, girando el cuello que las poas se incrustaron y la porcelana está siendo destrozada, vomitando la sangre que recorre el pecho como un lucifer a la hora de alabar la gloria del ser excomulgado.
-Tú más que nada eres el terror y la muerte de la libertad de tu “Dios” estas bendiciendo a la muerte y la ignorancia cimienta el yugo opresor de tu iglesia…La sangre manchada que corre a tus pies está consumida de inmoralidades mas no de pecados, lascivo color rojizo que guía el mensaje del averno de aquel vendedor de ilusiones, eterna es la marca del Caín…Mire muy bien a este buitre, abre los ojos, juegas a los cielos contra el diablo dador, ¿Sirves a tu rey? Usted no sabe nada, finge palabras ajenas, tiene que ver las heridas, usted es el hueso de Dios como clave, el loto de este lugar marchita como los insectos, el pulso de la aborrecía es el de tu Dios, dime ¿Cómo osas jugar el negro crimen con alas de color blanco?...-Habla con dificultad, sangra más que pronto la debilidad le florecerá, siendo su voz un quejoso sentir, un dolor agudo en cada vibración del sonido al hablar, sometiéndose al delirio que aguanta las ganas de despedazarse, ríe junto a esa pobre infeliz que le avienta del agua de la porquería, quema, se retuerce y el trágico sentir le carcome, pero se mofa, sufre sin dejar de blasfemar, entre antiguas oraciones de oscuridad junto con las tinieblas comienza a recitar de los ecos de los mudos que claman libertad, las animas perdidas no dejaban de sangrar y sigue gruñendo, la piel está marcada por el agua que busca purificar lo impurificado, ardiendo las marcas como si fuese una hoguera, escuchando en su mente que tiene que correr lejos de abad, no debe dejar que el cielo le convenza de las mentiras dadas.
- Desilusiónate de tu verdad, el sexo entre hombres es natural, el placer ofrecido en amor, los hombres de la ciudad desearon a los ángeles, ¿Dónde están los varones que vinieron esta noche? Sácalos que los conozcamos (carnalmente) aquella petición era para conocer según la lujuria en vez de las bendiciones de la unión sexual, como Dios proveyó para un hombre a una mujer…-Nada existía para este acto sexual, de su boca sale una espada aguda defendiendo el respeto hacia su pareja, hacia él, hiere como le hieren con los instrumentos, hiere de manera atroz a esos creyentes, pisando el vino del furor de la ira de Dios, siendo el mismo mal entre los muertos, la muerte y el hades fueron juzgados por cada una de sus obras pero ¿El bien? No todo el bien es bueno, entonces en ese instante deseo cerrar los ojos, coger fortaleza, herir las heridas que se curan como un sueño desvaneciente pero el dolor perdura y aumenta, la muerte estaba dando tragos de vida engendrando lágrimas de sangre por la ira…
-Aquí en esta miseria las bestias se disfrazan de ángeles, Tú, serafín burlante póstrate ante mí y recítame el verdadero evangelio de tu Dios…-gritaba, el índice retorcía las heridas que sangraban y gruñía con ferocidad….-Dice tu Jesús: Ama a tu prójimo como a ti mismo, ¡No juzguen a otros para que Dios no los juzgue a ustedes! Todo lo que es haces es contra tu maldita fe…-moviendo el pecho con locura, el agua y la biblia no consolaban los miedos escondidos de este vampiro, el perdón pedía a su amante por haberle entregado a manos de los verdaderos demonios.
Y sí la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la creencia. Representando el infierno este torturado y el cielo esa mujer.-Dime, ¿Puedes rastrear tus propios pecados? Y así ¿Jugar con las cartas del demonio como yo? Yo soy todo lo que ves, soy todo lo que quieras que sea, pero tú disfrazada de Dios y también de anticristo, estoy bendecido y condenado, estoy siendo condenado como también resucitado…-no necesitaba de instrumentos como ella, solo con las palabras podía asesinar, humilla a esa con lo más vil, con su jodida religión…
Dejando el pensamiento a flote, que desnudaran los pensamientos porque la voz duele sacarla, ya es imposible hablar…."¿Dios? ¿Qué es lo que tú “Dios hace? Dios abrazador de oleadas de anatemas, sacrifica a sus caros Serafines, como un tirón ahíto de manjares y de vinos que ama nuestras horrendas blasfemias...¿Llorar para pedir perdón en nombre de este ángel caído? Llorar por la paz, rezar en silencio o a gritos que se apiaden de este inmortal que solo sigue sus propios instintos de amar lo que ve, estando ya la llama del cielo despierta, la carne arde y se retuerce de ser manchada con la mano de los que se dicen ser la justicia, todo por haber sosegado, ultrajado, tomando en cada manos los jinetes del pecado… Estos son los cuervos de mi muerte, devoran hasta borrar los pecados, que el sueño que desprenden es que la fe no existen enemigos, que el fuego ha de condenar a perecer en el profundo olvido…"
Nicolás D' Lenfent- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: verdict le crow [Privado]
Osado era, por no decir otra cosa, que un despistado transeúnte decidiera quedarse a observar la belleza de un volcán en erupción antes que huir por su vida. En el fondo, se elegía convertirse en polvo luego de un mísero segundo de euforia que continuar existiendo banalmente. Algo así optaron los pocos inquisidores que se quedaron en la estancia luego de que Nicolás desafiara los fundamentos de Ninette afirmando que el sexo entre masculinos era natural. Querían ver el desenlace, medir con sus ojos y oídos si acaso el enfrentamiento de ideas e ímpetus de dos polos marcadamente opuestos llegaría a echar chispas. La inquisición se quemaba entre llamas invisibles que serpenteaban entre los ojos del torturado y su verdugo. La mano de hierro se cerraba en torno al no muerto, pero el cuervo no se daba por vencido y aleteaba sus alas con violencia. ¿Algo de aquel escenario daba siquiera una señal de no estar en medio de una pesadilla? Hasta los tormentos nocturnos más intensos tenían final. La pregunta era cuál sería el de esa noche prohibida. Los espectadores estaban impacientes; la sangre tenía ese efecto adictivo, sobre todo cuando provenía de inmortales.
Era enfermizo ver cómo Nicolás no solamente resistía, sino que también provocaba. Ninette había caído en su juego, porque el orgullo y la ira se habían apoderado de su cabeza y le ordenaban tomar todo lo que pudiera. El cuervo le daría la guerra que quería. Lucharía para demostrarle a la pelirroja que sin importar cuánto maltratara su piel de férrea porcelana, lo que estaba tras ella jamás lo moldearía. Ahí no tenía poder.
La baronesa de Francia se sonreía con maldad ante el espíritu aún combatiente de su prisionero. Decía tantas desfachateces que iban en contra de su institución que se le hacía imposible reflexionar al respecto; en lugar de eso, veía al vampiro que la había marcado en el rostro del cuervo, burlándose. Estaba ciega. Se podía decir que se trataba de una ceguera autoinducida, pues el rencor de aquella fatídica noche no se borraba de su corazón y se sentía bien enfocar toda su ira en un ser. Ni obtener mil cabezas de impuros la saciaría.
—Sigue, hijo de satanás —se lamía los labios grotescamente mientras sentía su rabia acrecentar la adrenalina en su cuerpo. Aquello era todo lo que necesitaba para destruir— Dame más motivos para poner a prueba tu nombre —comprobaría qué tan inmortal podía llegar a ser.
Con una seña de su mano, Ninette ordenó que los guardianes de las máquinas de tortura apretaran las amarras que sostenían para que su dolor se agudizara. Si quería el camino difícil, se lo daría con gusto. La pelirroja sólo buscaba que le diera más excusas para desquitarse con él. Pero entre las cosas que salieron de la boca de D’Lenfent, una de ellas se sintió arder en los ojos esmeralda de quien lo observaba como un gusano en el anzuelo. Fue así que la inquisidora salió de todo protocolo y jaló con fuerza el cabello del cuervo, tironeándolo hacia arriba para ejercer aún más presión en sus ataduras. Sus gemidos de dolor ante el aparataje clavándose en su cuerpo resultaba casi conmovedor; Ninette podía cerrar los ojos e imaginar cómo se escucharían esas mismas quejas carcomiendo su garganta de diamante en los calderos del inframundo.
Enfocó sus ojos en su presa sin dejar de estirar el cuero cabelludo. Su insolencia sería cobrada. Ninette tomó un cuchillo en forma de cruz de los siete que se ubicaban en una bandeja de plata ofrecida por los asistentes para aquella ocasión y volvió el mentón del violinista hacia ella.
—¿Qué dijiste, animal? ¿Que eres mi prójimo? —para que Nicolás no olvidara que incluso blasfemar al borde del desangramiento tenía un costo, la desalmada clavó el primer puñal en el punto vital ubicado en la parte posterior del cuello de la escultura de mármol y empezó a retorcerlo en la misma herida— ¡No te atrevas a llamarte a ti mismo de nuevo un hijo de Dios! Mírate, mira tu cuerpo, mira ese insulto a la mortalidad. Un hombre, un verdadero hijo de Dios, hubiera muerto instantáneamente ante una intromisión de este tipo, pero en cambio… —continuaba enterrando y sacando el filo, disfrutando ver cómo la carne del vampiro tenía la textura de hielos milenarios— …no demuestras ser más que un títere necrótico.
Así los veía a todos ellos, al rebaño escuálido del demonio, como seres inertes eternamente pudriéndose. Dios no les había entregado la inmortalidad como su don; la habían robado de las sucias garras de Lucifer. Se necesitaba una autoridad fuerte y severa para acabar con ello de raíz. La máquina en que se había vuelto Ninette tomó la segunda daga, besando la misma como si estuviera bendita. Así aniquilaría a las sanguijuelas salidas de las cloacas de las tinieblas, devorando parte por parte. Nada quedaría.
—Como si hubieras pensado en las almas que robaste —la segunda estocada fue a dar directamente al flanco derecho del tórax del apresado. Otro punto vital ultrajado. Implícitamente destacaba que sin importar su apariencia de hombre, Nicolás jamás sería visto como una persona. Ninette se hizo un par de pasos hacia atrás, admirando cómo los filos se mantenían fijos en la piel escamosa de la víctima como si fuera un muñeco de vudú. Su malévola sonrisa se amplió. Era como si estuviera admirando una obra de Goethe en pleno movimiento— ¡Como si hubieras sentido compasión por el trágico destino hacia el cual los estabas arrastrando! ¡Como si los hubieras mirado a los ojos y dejado vivir! ¿Y todo por qué? —apretó ella misma las cuerdas que malherían el falo del músico porque sí, porque podía. ¡La volvía loca que la mala cepa se expandiera! ¡Extinguirla era un frenesí!— Yo te diré por qué, Nicolás D’Lenfent. Es porque eres un mensajero del Diablo encarnado, alguien que no titubeará en asesinar a los hijos de Dios, los legítimos herederos de la tierra, con tal de prologar tu miserable existencia. Tu piel apesta a su sangre. Si vas a alegar empatía, ten al menos la dignidad de no llevar la huella de tus actos manchada en esa horrible faz que según tú se llama cara. ¡Mírame, bastardo! No entiendes nada. Tal y como sospechaba, eres incapaz de hacerlo. Yo voy diez pasos más adelante de cada siglo que has vivido. Estoy mas allá del bien y del mal que tú o los de tu especie puedan llegar a conocer.
Ella necesitaba muerte al igual que otros necesitaban alcohol. Sería mejor que los sobrenaturales aún libres temieran, porque Ninette estaba llena de odio. Y le encantaba.
Era enfermizo ver cómo Nicolás no solamente resistía, sino que también provocaba. Ninette había caído en su juego, porque el orgullo y la ira se habían apoderado de su cabeza y le ordenaban tomar todo lo que pudiera. El cuervo le daría la guerra que quería. Lucharía para demostrarle a la pelirroja que sin importar cuánto maltratara su piel de férrea porcelana, lo que estaba tras ella jamás lo moldearía. Ahí no tenía poder.
La baronesa de Francia se sonreía con maldad ante el espíritu aún combatiente de su prisionero. Decía tantas desfachateces que iban en contra de su institución que se le hacía imposible reflexionar al respecto; en lugar de eso, veía al vampiro que la había marcado en el rostro del cuervo, burlándose. Estaba ciega. Se podía decir que se trataba de una ceguera autoinducida, pues el rencor de aquella fatídica noche no se borraba de su corazón y se sentía bien enfocar toda su ira en un ser. Ni obtener mil cabezas de impuros la saciaría.
—Sigue, hijo de satanás —se lamía los labios grotescamente mientras sentía su rabia acrecentar la adrenalina en su cuerpo. Aquello era todo lo que necesitaba para destruir— Dame más motivos para poner a prueba tu nombre —comprobaría qué tan inmortal podía llegar a ser.
Con una seña de su mano, Ninette ordenó que los guardianes de las máquinas de tortura apretaran las amarras que sostenían para que su dolor se agudizara. Si quería el camino difícil, se lo daría con gusto. La pelirroja sólo buscaba que le diera más excusas para desquitarse con él. Pero entre las cosas que salieron de la boca de D’Lenfent, una de ellas se sintió arder en los ojos esmeralda de quien lo observaba como un gusano en el anzuelo. Fue así que la inquisidora salió de todo protocolo y jaló con fuerza el cabello del cuervo, tironeándolo hacia arriba para ejercer aún más presión en sus ataduras. Sus gemidos de dolor ante el aparataje clavándose en su cuerpo resultaba casi conmovedor; Ninette podía cerrar los ojos e imaginar cómo se escucharían esas mismas quejas carcomiendo su garganta de diamante en los calderos del inframundo.
Enfocó sus ojos en su presa sin dejar de estirar el cuero cabelludo. Su insolencia sería cobrada. Ninette tomó un cuchillo en forma de cruz de los siete que se ubicaban en una bandeja de plata ofrecida por los asistentes para aquella ocasión y volvió el mentón del violinista hacia ella.
—¿Qué dijiste, animal? ¿Que eres mi prójimo? —para que Nicolás no olvidara que incluso blasfemar al borde del desangramiento tenía un costo, la desalmada clavó el primer puñal en el punto vital ubicado en la parte posterior del cuello de la escultura de mármol y empezó a retorcerlo en la misma herida— ¡No te atrevas a llamarte a ti mismo de nuevo un hijo de Dios! Mírate, mira tu cuerpo, mira ese insulto a la mortalidad. Un hombre, un verdadero hijo de Dios, hubiera muerto instantáneamente ante una intromisión de este tipo, pero en cambio… —continuaba enterrando y sacando el filo, disfrutando ver cómo la carne del vampiro tenía la textura de hielos milenarios— …no demuestras ser más que un títere necrótico.
Así los veía a todos ellos, al rebaño escuálido del demonio, como seres inertes eternamente pudriéndose. Dios no les había entregado la inmortalidad como su don; la habían robado de las sucias garras de Lucifer. Se necesitaba una autoridad fuerte y severa para acabar con ello de raíz. La máquina en que se había vuelto Ninette tomó la segunda daga, besando la misma como si estuviera bendita. Así aniquilaría a las sanguijuelas salidas de las cloacas de las tinieblas, devorando parte por parte. Nada quedaría.
—Como si hubieras pensado en las almas que robaste —la segunda estocada fue a dar directamente al flanco derecho del tórax del apresado. Otro punto vital ultrajado. Implícitamente destacaba que sin importar su apariencia de hombre, Nicolás jamás sería visto como una persona. Ninette se hizo un par de pasos hacia atrás, admirando cómo los filos se mantenían fijos en la piel escamosa de la víctima como si fuera un muñeco de vudú. Su malévola sonrisa se amplió. Era como si estuviera admirando una obra de Goethe en pleno movimiento— ¡Como si hubieras sentido compasión por el trágico destino hacia el cual los estabas arrastrando! ¡Como si los hubieras mirado a los ojos y dejado vivir! ¿Y todo por qué? —apretó ella misma las cuerdas que malherían el falo del músico porque sí, porque podía. ¡La volvía loca que la mala cepa se expandiera! ¡Extinguirla era un frenesí!— Yo te diré por qué, Nicolás D’Lenfent. Es porque eres un mensajero del Diablo encarnado, alguien que no titubeará en asesinar a los hijos de Dios, los legítimos herederos de la tierra, con tal de prologar tu miserable existencia. Tu piel apesta a su sangre. Si vas a alegar empatía, ten al menos la dignidad de no llevar la huella de tus actos manchada en esa horrible faz que según tú se llama cara. ¡Mírame, bastardo! No entiendes nada. Tal y como sospechaba, eres incapaz de hacerlo. Yo voy diez pasos más adelante de cada siglo que has vivido. Estoy mas allá del bien y del mal que tú o los de tu especie puedan llegar a conocer.
Ella necesitaba muerte al igual que otros necesitaban alcohol. Sería mejor que los sobrenaturales aún libres temieran, porque Ninette estaba llena de odio. Y le encantaba.
Ninette Z. Quénecánt- Inquisidor Clase Alta
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Re: verdict le crow [Privado]
[…]Esclavo de la ira, utilizado de forma insana. ¡Masturba la tortura! Piérdete en el cruel deliro, ¡Cadáver exquisito, mente maldita! Arde en herejía por las llamas del odio, ¡grita, grita! Blasfemias de la verdad. ¡JODIDO CUERVO DE ESPEJOS OSCURECIDOS!
El cuervo se vuelve infeliz, los quejidos ahogados por la linfa se tornan en una especie de rencor para ahogarle pero lo escupe, arroja la sangre de un pequeño recordando su llanto y era irónico ver que se derramaban como lagrimas desde el hocico, sin tener paz, encendiendo el maldito fuego que ardía en todo su templo, desatando ruidos de unos gemidos dolorosos, “suplicio, suplicio” se acercaba en esas mismas tonadas, gritando con euforia que el diablo deseaba salir, mostrar la faceta de lo que era el verdadero demonio que escondía en el interior, ese que se pudre al ver la luz, el que arroja mierdas por permanecer en oscuridad y volar para destruir lo que quedaba de este cuervo porque las plumas le están arrancando, lentamente se va desnudando y al sentir la vesania y el odio, agoniza, le hace despertar con la inmensa sed, le apetece devorarse esa estúpida sonrisa que resplandece como una marioneta burladora..-Grrrrr!!!...-Ya no hay tiempo, está gruñendo con desesperanza, sabe que la linfa esta por agotarse, el pergamino sangriento se recorre en ese aura y el mar se desploma, está cerca, muy cerca de disecarse por las heridas que incrementaban, sin llorar, se tragaba las lágrimas de sangre por orgullo, la jodida exasperación de sentir esa mano en los cabellos le enojaba, despreciaba que le tocaran pero no era todo, los gemidos que liberaba no los podía controlar, se había escuchado como los huesos de este putrefacto esqueleto tronaron y nuevas aberturas sobre las mismas resaltaron. Quería reír pero era inútil, solo la boca le mantenía más abierta, muy a pesar de ser embellecido por segundos pero dejaron de sanar con rapidez las marcas, esta vez tardaban y la piel se desprendía de los labios. Aspirando a que siguieran, añorando volver a sentir el dolor como nunca, pues la bestia controlaba a las otras bestias, le provocaba por la desquiciada razón de creer que habían terminado con su “luz”, lentamente se fue apagando, porque el recuerdo de su muñequillo quedo en el fondo y prevaleció el rencor, el odio por sí mismo y al quedar frente esos ojos, reconoció la soledad como nunca, el sabor de la venganza y el aliento de un trastorno deseo...
No era suficiente decir que era su “prójimo” era la peor burla creada, nunca, jamás se creyó humano que ahora comenzaba a disfrutar a martirizar, enfurecer a esa con blasfemias…-mmmmm-con la presión ardía el puñal en la piel, moviéndose sobre la silla como un desalmado, provocando que se abriera la piel de las muñecas, ya estaba demasiado débil, un roce le era un delirio sin en cambio seguía, este era un hermoso arte y la otra daga fue incrustada desprendiéndose una sonrisa psicópata al fin, tragando la sangre sobrante, necesitaba tener mínimas de gotas para destrozar esa alma y mancharla..
Dando un salto que el mismo belcebú hubiera gozado, estallando el miembro, libera secreciones y el manantial de una leche reina, disfruto el falo de ser lastimado, ese tironeo le dejo en pleno infierno…-Así, solo así… ¡Maldita! Somos escorias, eres la mierda viviente. ¡Mírame! Te estoy mirando muy fijo y no te das cuenta en la bestia que eres. Asesinas, hieres porque tu templo lo goza, ¿Dime que sientes como si un orgasmo se eclipsara? Los monstros como tú, no tienen vida, ¿Qué te hace diferente? No necesitas de unos colmillos para matar, mírate, ¡MIRATE! Como te estas pudriendo en herirme. ¡Ja! Deja de ser una jodida hipócrita! Tú, eres mi prójimo, maldita hija de satanás! Sigue, no te detengas, porque querré destrozarte como a la vil ramera de “Dios” Sumisa oveja, quizás estas hastiada de recitar las misma plegarias sufrientes y lastimosas al triste icono desgarrado que observa inerte y fría desde su altar mortuorio.
Y el cuervo se revuelca en su propia miseria, desvía la mirada hacia los demás, ojos de muerte, asesinarlos, añora quemar ese cuarto de espejos que le muestran las caras de la verdad…-Me encantaría terminar de coserte ese hocico–teniendo sed de sombras, excitante manera de regenerar la piel con lentitud, placer mediocre, templo de un puto órgano naciente y la soledad inundada en los pensamientos, es el silencio en ella el que destruye la razón implorando sanar las heridas del ayer y del ahora, volviendo a escuchar en la mente, esa “sinfonía sangrienta” en acordes de dolor y vastos sufrimientos, le están fabricando tormentos, tortura infame y largos lamentos de una ansiedad enfermiza por agonizar, abrir los brazos a este dolor que algún día olvido por caer en ese sueño donde todo era luz…
- Percibo un odio de hipocresía, serán alimento del miedo, los consumirán sus tristes espíritus dispuestos a ser devorados por nosotros, rebaños de dios, son ustedes el principio y el ultimo eslavo de la cadena alimenticia, ya escucho el réquiem de sus funerales... ¡Almas condenadas! Es hora de tomar sus cruces porque voy a seguir existiendo, lancen el agua bendita para bautizarlos ahora mismo como mis bocados, no vieron el gran problema.-y clavo los ojos en la retorcida inquisidora, hundiéndola en una ilusión, ese fue su pecado, mirar los ojos del buitre, sellando la cripta de su templo, dejando en esa ilusión una melodía de fondo para sofocarla, mostrando ante sus ojos las atrocidades que ha cometido…”Conocida como la época del terror, donde la maldita necesidad de asesinar, sentir el lloriqueo de los niños, beber de la sangre más pura y virgen, ultrajar a las mujeres y niños, realmente estaba hambriento, consumía los fetos , desnudaba cada pasado en esa mente, mostrándole lo horroroso que puede ser y el deseo de azotarla sobre una cruz, tal cual amante de la fe” - Siente el placer que me brindaron, cada alma, cada estirpe de carne recuerdo, sus llantos, esos corazones suplicantes de que no se apagaran, sus gritos de agonía son las melodías que resuenan en mi vacío, esas pieles desnudas a mi merced, sentir esa euforia por saber cómo se ferraban a la vida, si, si recuerdo cada ultimo latido, las posiciones amatorias que me brindaban para darles un orgasmo, los juegos que fascinados me tenían. Todo eso lo llevo cosido en mis ojos. Ahora mis palabras son las mejores armas, arrodíllate y di una oración por esas difuntas almas.
Se divertía muy en el fondo, tosió con fuerza y la voz se quedó guardada, se estaba esforzando demasiado, necesitaba poder para concentrarse en esos ojos, llegando al límite sin permitir que se saliera de la ilusión; la arrastraba a seguir viendo el infierno creado como telaraña, recorriéndole como hilos en los ojos, la linfa se desprende y el cuervo se figura a una estatua llorando.
Nicolás D' Lenfent- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: verdict le crow [Privado]
¿Estaba Belcebú observando? Debería, porque chocaban las almas y reinaban las llamas. Nicolás no estaba dispuesto a debilitarse sin dar pelea, y menos ante alguien que usaba y abusaba de su poder hasta lo éticamente retorcido. ¿Por qué Ninette no conocía los límites? Que el dolor del pasado le había dejado una marca que iba más allá de su rostro, una que como medio de defensa no hallaba nada mejor que el ataque de la soberbia. ¿Y por qué generaba aquello la soberbia? Porque ésta era ciega. Adelante, más. Eso era todo. Reflexionar existía muy poco. Era una pérdida de tiempo. ¿Para qué esperar? ¿Para qué más ratas como esas contaminando el pan de cada día? ¡Había que acabarlo ya!
Pero a diferencia de lo que otros podían creer, Ninette sí conocía el placer. Tal como Nicolás lo había identificado, éste se hallaba en el antítesis de la dicha en los engendros que se dedicaba a exterminar. Es que no se trataba únicamente de eliminar, sino también de erradicar, y ello involucraba también que se inhibieran esos estúpidos impulsos de los débiles de querer unirse a ese séquito de íncubos. El miedo era una delicia, los gritos despavoridos un éxtasis. Mientras más se oyeran, mientras más cabezas los mantuvieran en su memoria, mayor sería la gloria.
La baronesa sonreía macabra. En vez de esbozar un gesto horizontal como lo haría una persona normal, lo construía de manera vertical, como si le fuesen a salir colmillos. Mientras más la insultaba el vampiro a su merced, su piel más se le erizaba. Es que a medida que le escupía su furia, le daba más justificaciones para hacer uso de su crueldad. Vil ramera, jodida hipócrita, cada epíteto era una bendición. Que siguiera acumulando faltas; ella las estaba anotando y sintiendo, porque después de cada una de ellas, un castigo especial le seguiría.
”Me encantaría terminar de coserte ese hocico” Seguramente también le habría gustado al vampiro que acabó con la humanidad de sus padres y por poco también con la existencia de ella. Pero no; aquel cerdo repugnante estaba pudriéndose en las mazmorras de Luzbel. Ella haría que los demás le siguieran, y D’Lenfent parecía tener el rostro perfecto para enmarcar tras los barrotes del infierno.
Con descaro y sin dejar de sonreír con esa mirada clavada en la nada, casi desenfocada, se llevó la mano derecha a sus cicatrices, como si las besara con aquella pálida y enflaquecida palma. Eran sus cómplices, sus compañeras, su medalla de batalla. Rió profundo y lento, disfrutando la dicha de ver tan desarmado a un vampiro que allá afuera encandilaba vendiendo su imagen de caballero bien portado. Ahí dentro con suerte era algo, porque alguien era una obviedad que no.
—Oh… pero no puedes, ¿verdad? —dijo fría y pausadamente a tiempo que daba una última caricia a sus marcas y enfocaba la vista en su reo— Aquí estás, sometido e indefenso como un cachorro, pero gimiendo en suplicio como loba en celo. Mismo cadáver con diferente ataúd. —se acercó altiva al vampiro, tomándolo desde la barbilla para que la mirase hacia arriba. Desde luego que aquello ajustó las amarras aún más fuerte. Lo hizo a conciencia— Pero qué engañosa es esta faz. Tamaña blasfemia carnal sólo podría ser obra de Satanás, ¿o debería decir “tu amo”? Así y todo es incapaz de imitar a la perfección la obra del todopoderoso. ¿Y sabes por qué? Porque… ustedes, los vampiros, prolongan su presencia en la tierra a costa de otro de distinta especie, alimentándose de las sustancias que este elabora y perjudicándole, llegando incluso a producirle la muerte. Sólo existe un organismo que sigue el mismo procedimiento: el parásito. Ustedes son los chinches de esta tierra y nosotros, la Santa Inquisición, la clave de su extirpación. Mantendremos este cuerpo sano, y si para ello hay que hacinar las plazas de las cabezas de sus amantes, que así sea.
Entonces fue el turno del solo del violín del diablo. En ese mortal contacto visual, la mente de Ninette fue transportada hacia un lugar donde su voluntad no valía nada. Conocía esa sensación de estar cayendo permanentemente en un vacío infinito. Con sus manos en alto, antes de perder completamente la noción de la realidad, hizo la señal de seguridad. Dos de los presentes tuvieron que sujetarla de los brazos mientras caía en esa ensoñación. Los ojos de la pelirroja se desenfocaron, faltándoles poco para darse vuelta.
Lujuria, asesinato, devorar cadáveres de familias completas sin rastro alguno que las ratas pudieran encontrar. ¡Locura! Si el apocalipsis tuviese forma humana, su piel sería ríos de sangre y sus ojos negros de pecado. ¡Maldita escoria! ¡Podía ver el rostro del vampiro que le borró la sonrisa mofándose de ella en medio de ese nido de víboras. ¡Iba por ella! Volvió a sentirse una niña. ¡No! Luchó con todas sus fuerzas, pero no fue sino hasta cuando la ilusión terminó que pudo salir, casi desmayándose en los brazos de los inquisidores que la sujetaron.
—Descanse, Su Señoría Ilustrísima. Haremos que el prisionero pague por sus insolencias. —prometieron.
¿Y que otro se encargara del engendro aquel? ¡Ni pensarlo! Ella estaba allí; ella lo haría pagar. ¡Era suyo para marcar! Luchó consigo misma para volver en sí luego de ese viaje forzado. Ese gusano había tocado unos pasajes oscuros muy íntimos sin siquiera haberlo planeado. No podía quedarse así. ¡Tenía que ser ella quien le castigara! Fue así que se sacudió de sus auxiliadores y se volvió a incorporar sin la elegancia que solía dominar su caminar. Seguía desorientada, pero se repondría. Un estúpido truco del inmortal no la sacaría de su territorio. Tendrían antes que cortarle la cabeza.
—Tóquenme un solo cabello y los ofreceré a ustedes en su lugar. —advirtió— ¿Acaso se les ha olvidado? ¡Hacen lo que yo diga! ¡No se atreven ni a respirar sin que yo lo permita!
La estancia quedó en silencio, a excepción por la respiración agitada de la inquisidora. Cuando ésta volvió a su sitio, la pelirroja pasó una mano por su cabellera de fuego, acomodando las hebras fuera de su lugar, así como una idea que le acababa de regurgitar.
—Tráiganme la pera rectal.
Pero a diferencia de lo que otros podían creer, Ninette sí conocía el placer. Tal como Nicolás lo había identificado, éste se hallaba en el antítesis de la dicha en los engendros que se dedicaba a exterminar. Es que no se trataba únicamente de eliminar, sino también de erradicar, y ello involucraba también que se inhibieran esos estúpidos impulsos de los débiles de querer unirse a ese séquito de íncubos. El miedo era una delicia, los gritos despavoridos un éxtasis. Mientras más se oyeran, mientras más cabezas los mantuvieran en su memoria, mayor sería la gloria.
La baronesa sonreía macabra. En vez de esbozar un gesto horizontal como lo haría una persona normal, lo construía de manera vertical, como si le fuesen a salir colmillos. Mientras más la insultaba el vampiro a su merced, su piel más se le erizaba. Es que a medida que le escupía su furia, le daba más justificaciones para hacer uso de su crueldad. Vil ramera, jodida hipócrita, cada epíteto era una bendición. Que siguiera acumulando faltas; ella las estaba anotando y sintiendo, porque después de cada una de ellas, un castigo especial le seguiría.
”Me encantaría terminar de coserte ese hocico” Seguramente también le habría gustado al vampiro que acabó con la humanidad de sus padres y por poco también con la existencia de ella. Pero no; aquel cerdo repugnante estaba pudriéndose en las mazmorras de Luzbel. Ella haría que los demás le siguieran, y D’Lenfent parecía tener el rostro perfecto para enmarcar tras los barrotes del infierno.
Con descaro y sin dejar de sonreír con esa mirada clavada en la nada, casi desenfocada, se llevó la mano derecha a sus cicatrices, como si las besara con aquella pálida y enflaquecida palma. Eran sus cómplices, sus compañeras, su medalla de batalla. Rió profundo y lento, disfrutando la dicha de ver tan desarmado a un vampiro que allá afuera encandilaba vendiendo su imagen de caballero bien portado. Ahí dentro con suerte era algo, porque alguien era una obviedad que no.
—Oh… pero no puedes, ¿verdad? —dijo fría y pausadamente a tiempo que daba una última caricia a sus marcas y enfocaba la vista en su reo— Aquí estás, sometido e indefenso como un cachorro, pero gimiendo en suplicio como loba en celo. Mismo cadáver con diferente ataúd. —se acercó altiva al vampiro, tomándolo desde la barbilla para que la mirase hacia arriba. Desde luego que aquello ajustó las amarras aún más fuerte. Lo hizo a conciencia— Pero qué engañosa es esta faz. Tamaña blasfemia carnal sólo podría ser obra de Satanás, ¿o debería decir “tu amo”? Así y todo es incapaz de imitar a la perfección la obra del todopoderoso. ¿Y sabes por qué? Porque… ustedes, los vampiros, prolongan su presencia en la tierra a costa de otro de distinta especie, alimentándose de las sustancias que este elabora y perjudicándole, llegando incluso a producirle la muerte. Sólo existe un organismo que sigue el mismo procedimiento: el parásito. Ustedes son los chinches de esta tierra y nosotros, la Santa Inquisición, la clave de su extirpación. Mantendremos este cuerpo sano, y si para ello hay que hacinar las plazas de las cabezas de sus amantes, que así sea.
Entonces fue el turno del solo del violín del diablo. En ese mortal contacto visual, la mente de Ninette fue transportada hacia un lugar donde su voluntad no valía nada. Conocía esa sensación de estar cayendo permanentemente en un vacío infinito. Con sus manos en alto, antes de perder completamente la noción de la realidad, hizo la señal de seguridad. Dos de los presentes tuvieron que sujetarla de los brazos mientras caía en esa ensoñación. Los ojos de la pelirroja se desenfocaron, faltándoles poco para darse vuelta.
Lujuria, asesinato, devorar cadáveres de familias completas sin rastro alguno que las ratas pudieran encontrar. ¡Locura! Si el apocalipsis tuviese forma humana, su piel sería ríos de sangre y sus ojos negros de pecado. ¡Maldita escoria! ¡Podía ver el rostro del vampiro que le borró la sonrisa mofándose de ella en medio de ese nido de víboras. ¡Iba por ella! Volvió a sentirse una niña. ¡No! Luchó con todas sus fuerzas, pero no fue sino hasta cuando la ilusión terminó que pudo salir, casi desmayándose en los brazos de los inquisidores que la sujetaron.
—Descanse, Su Señoría Ilustrísima. Haremos que el prisionero pague por sus insolencias. —prometieron.
¿Y que otro se encargara del engendro aquel? ¡Ni pensarlo! Ella estaba allí; ella lo haría pagar. ¡Era suyo para marcar! Luchó consigo misma para volver en sí luego de ese viaje forzado. Ese gusano había tocado unos pasajes oscuros muy íntimos sin siquiera haberlo planeado. No podía quedarse así. ¡Tenía que ser ella quien le castigara! Fue así que se sacudió de sus auxiliadores y se volvió a incorporar sin la elegancia que solía dominar su caminar. Seguía desorientada, pero se repondría. Un estúpido truco del inmortal no la sacaría de su territorio. Tendrían antes que cortarle la cabeza.
—Tóquenme un solo cabello y los ofreceré a ustedes en su lugar. —advirtió— ¿Acaso se les ha olvidado? ¡Hacen lo que yo diga! ¡No se atreven ni a respirar sin que yo lo permita!
La estancia quedó en silencio, a excepción por la respiración agitada de la inquisidora. Cuando ésta volvió a su sitio, la pelirroja pasó una mano por su cabellera de fuego, acomodando las hebras fuera de su lugar, así como una idea que le acababa de regurgitar.
—Tráiganme la pera rectal.
Ninette Z. Quénecánt- Inquisidor Clase Alta
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Re: verdict le crow [Privado]
Lo siniestro es aquello que, debiendo permanecer oculto, se ha revelado […] Quién con sus ojos la belleza ha visto está ya entregado a los brazos de la muerte
¡Que barbarie! ¡Que insolencia! Nada ha cambiado, el templo es doloroso, debe alimentarse de la linfa de los presentes; arrebatar lo que le están destrozando, piel disecada, manchada de la sequedad del líquido carmesí esparcido, huesos fracturados que agonizan con la mentalidad de removerlos, los ligamentos se estiran y las aberturas continúan decorando la piel, pareciese morir de una controversia que infecunda la rectoría, residiendo en la polución del coeficiente carente, impedido a que logre daño en la inspiración de la blasfemia barata que se forjaba.
Empezando con la ironía de la belleza que se torna podrida y a su vez hermosa para quienes no saben su secreto, procediendo del vicio del dolor, apoderándose de la agonía eterna con miradas asesinas a sus enemigos, guiado al negro purgatorio, queriendo dejar de renacer entre heridas que no se cosen, morir en esa silla que solo busca martirizarlo, no puede desear la muerte cuando esta sujetado a ella, mira con la melancolía aterradora de un placer otorgado de injurias, añorando vomitar las desgracias, maldiciones para los que le miran, palpitando las sombras que la carne cicatriza con suplicio, buscando asilo en las pupilas dilatadas, germinando en lamentosos y despreciables quejidos…
«Mi mirada se cruza con esa caricia irónica a la sonrisa cosida, sangran mis orbes como si tu risa me destruyera y el cantico del horror se presentara » La belleza de la muerte ya se asomaba de la grieta para ver el dolor que describe al ser descarnado, desalmando los pensamientos entre venenosas habladas. — ¿Y tú que eres? Mírate, observa a tu alrededor, imitas a los descendientes de tu “Dios”, salvar la creación de algo que no muere y se transforma en sufrimiento, bestias escalofriantes y temibles se originan desde la humanidad, ustedes; las putas, los niños, la santa inquisición son la matriz dipsómana del mal. Parece como si las peores aberraciones humanas hubiesen sido representadas en esos espejos, gírate y mira ese rostro, ¡Mírate marcada! es el mismo método utilizado, complacer los deseos. ¡Yo destripo los corazones y a ti te moldearon esa boca! — Mismas palabras obradas de la enfermedad de existencias, sosteniendo esa mirada con una pesadilla desprendida.
Y sus pupilas sangran, el daño de la ilusión provoco el desprendimiento de las lágrimas sangrientas, la linfa descendiendo en hilos, era el límite de su fuerza, el aderezo sangriento de la destrucción, se retuerce de éxtasis por haber atrapado un extermino, añorando danzar, ofrecer los labios como ofrenda al diablo por sentir a su opresora con el siniestro que habita el caos bajo esa apariencia, escupiendo la burla al derramar la esencia de una flor de la boca — ¡Imbéciles! Ofrezcan su espejo, que vea su deformante mirada, que aprecie esa realidad que nunca olvidara, simbólica manera de existir el dolor y el odio ante los vampiros con una desquiciada sonrisa. Atenta debes de estar, recorre los vértices de esas líneas, ¿Es tu miedo ese? ¿Estar herida cuando solo queda cicatriz y el reflejo? — Provocaba, gemía con delirio, la muerte ya disfrutaba esta tortura y que mayor goce si el calvario fuese eterno.
Su voz cual vibración exaltado le invadió, así que podía seguir toreándola, denudar ese jodido demonio que a miles gritos saldrá.— ¡QUE LO TRAIGAN! Tú, has encendido el deseo maldito, ¿Has venido a castigarme o a revolcarte como puta al herir? ...MMM— y con descaro solloza, liberando secreciones que el falo le lastimaba, no podía mantenerlo erecto y la dureza le hacía compartir una quimera entre el suplico y el descontrol que este causaba, se aferraba a la oscuridad de un sentir, engañar esas lagrimas que por la tristeza de imaginarse en la misma soledad, que le destrozaron de una vez todo, ahora que parecía ser un demente, un desquiciado que llora en silencio y esos quejidos de la escaramuza, ardiendo, como un grito en el vientre del eco de ese horror o la nada, mudando la piel a cada trance, rastreando las sombras para envolverse y no salir de ellas, encharcado por toda esa linfa entre espinas, juntando la belleza erótica de la tortura, ¡VIL DEMONIO! ¡MALDITO DOLOR! Esta era una despedida en el umbral y la sentencia de víctima o verdugo yaciendo en pecado.
Sin escapar de un solo dolor, quiere todos, esconder las cicatrices aún más, atado al nuevo anhelo de la destrucción, era un arma secreta, terminar esta maldición con locura, decayendo el rostro porque ni la inmortalidad podía fortalecerle, se hallaba débil, desfalleciendo, esperando ser azotado con esa pera, perdiendo la vista porque solo quedan alucinaciones, veía distorsionado pues ya era un cadáver gastado por tanto daño. Padeciendo un puente entre una oxidación, suplicando que de agujas hipodérmicas le ataran los ojos, roto debía estar para no vengar lo que está disfrutando por la esperanza de desfallecer como la ave que siempre ensoñaba que caía al precipicio, abrazándose al eco del abismo…
Nicolás D' Lenfent- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: verdict le crow [Privado]
—¡Eso! —se acercó peligrosamente con el prohibido aparato en sus manos. En su rostro centellaba una expresión de expectación que más se parecía al placer que al deber. Y es que era eso: una delicia— Muéstranos a todos cómo eres. Que te disfrazas de tus presas, cobarde asesino —abrió sus brazos a los demás presenten, boquiabiertos con la escena— Aquí no asesinamos, cerdo. Las plagas se erradican; no se les hace sepultura ni se entierran sus huesos. Mucho menos explicaciones. Pero hay algo que sí voy a darte.
Sonriente tomó de una bandeja de plata el instrumento recién solicitado. Era de sus juguetes favoritos; no el más mortal, pero sí extremadamente doloroso para el que tenía el infortunio de vérselas con él. La tenía reservada exclusivamente para los hombres que se arrojaban a hombres: la pera rectal. Tan inofensiva forma para una intensa tortura. ¡Ja! Qué ironía. Qué delicia para ellas. Pero los estómagos de los inquisidores más jóvenes se contriñeros al apreciar la figura de metal en las manos de la Baronesa. Si era insoportable el dolor para el que lo padecía; nefasto resultaba también para los espectadores que aún conservaban un mínimo de sensibilidad humana.
Normalmente, la pelirroja hubiera ordenado que los ayudantes llevaran a cabo. Pero no. D’Lenfent se había comportado insolente y asquerosamente desafiante con su superior. Esta vez, no sólo quería apreciar su dolor; quería sentirlo. Se posicionó tras él rodeándolo como un tigre a su presa, acercó su boca al oído del inmortal y ronroneó como si estuviese arrullándole a un niño antes de dormir.
—La tortura no es más que otro filo de mi espada, y tú eres su vaina —de golpe hizo ingresar el aparato en el ano de su víctima, retorciéndolo forzosamente entre los músculos contraídos por la tensión y la resistencia.— ¡Tú eres su vaina! ¡Ríndete a la voluntad de Dios! ¡Míralo a Él!
Movida por un hambre voraz, giró la perilla para que el instrumento comenzara a ampliarse dentro del recto del vampiro. Si su piel era de mármol, de hierro sería su verdugo. No contenta con ello, Ninette continuó:
—Mantened los piés inmóviles. Es una orden. —Era algo físicamente imposible para quien estaba siendo atacado en la más sensible de sus zonas. Lo sabía, por eso lo ordenaba. Si desobedecía, debía ser castigado.
Se reía del sufrimiento. Que Nicolás supiera que aquello aparentemente simple que Ninette mandaba que hiciera era demasiado. Movía las caderas, de un lado a otro mientras ella lo empujaba hacia delante, estrechando las amarras, y con ello acrecentando el tormento.
Algunos corazones sensible no pudieron con eso.
—¡Excelencia, sólo mátelo, por favor. Es demasiado! —pidió el más novato, un chico imprudente de trece años. Ninette lo miró como si le hubiese abofeteado y luego observó a los demás, quienes sólo atinaron a callarlo, mas no a corregirlo.
Se levantó la inquisidora, dejando a Nicolás inmóvil, mas no en paz, por algunos instantes. Ella no dejaba pasar las contradicciones, y menos dentro de su propia gente.
—¡Idiotas! ¿¡Hasta cuándo me entretienen con sus sandeces? Si no dejan de intervenir, iremos a la ruina, ¡estúpidos! Los adeptos disminuyen, la gente se pudre en la ignorancia, la situación pecadora es cada día más grave. ¡Fíjense! Está todo de tal modo que no se puede salir a las calles sin la espada y la cruz, porque estos parvulitos que se llaman católicos hasta al diablo dejan tranquilo. ¡Y yo soy la que excede los límites! —abofeteó al joven aprendiz. Que fuera de lección para los demás— ¡Vean cómo yo me estrecho y ustedes piden y piden freno para la purgación cuando las ratas hierven en su jolgorio! Ahora, si desean cambiar sus puestos por el mío, les cederé ahora mismo mis títulos, pero sé que no lo harán, porque tendrían que reconocer lo acabados que están.
¿Pero cómo podía pedirle a tan negligentes e ignorantes criaturas que tomaran la función de un ser completo? Eran como niños. Ninette debía impedir tanto que se hicieran daño como que lo infirieran a otros. No había mayor peligro para un conjunto que un agente defectuoso dentro de su propia constitución. Pues bien, ella sería la luz. No necesitaba de colaboradores, sino de sirvientes.
—A veces tienes que levantarte sola para demostrarte a ti misma que aún puedes levantarte —se dijo mentalmente antes de girarse a una esquina ligeramente alumbrada de la estancia.
Tomó del brasero unas tenazas al rojo vivo, al igual que la sangre que estaban llamadas a verter. Como si se tratase de un reciente descubrimiento, la extremista las giró en su eje, examinándolas. Una idea alumbró su mirada. Aleccionaría tanto al prisionero como a los discípulos.
—Maten a la rata y tendrán cien millones más aguardándolos —dijo mortalmente neutral, como si no hubiese gritado ni maldecido hacía sólo segundos atrás— Inféctenla, envíenla de regreso, y vean cómo se diezmará su población.
Algo benigno para ellos que fuera nocivo para los inmortales. Algo que se transmitiera boca a boca, generación a generación. Pero tenía que ser suscitado. Ninette estaba dispuesta a edificarlo en esa cara engañosamente angelical.
Sonriente tomó de una bandeja de plata el instrumento recién solicitado. Era de sus juguetes favoritos; no el más mortal, pero sí extremadamente doloroso para el que tenía el infortunio de vérselas con él. La tenía reservada exclusivamente para los hombres que se arrojaban a hombres: la pera rectal. Tan inofensiva forma para una intensa tortura. ¡Ja! Qué ironía. Qué delicia para ellas. Pero los estómagos de los inquisidores más jóvenes se contriñeros al apreciar la figura de metal en las manos de la Baronesa. Si era insoportable el dolor para el que lo padecía; nefasto resultaba también para los espectadores que aún conservaban un mínimo de sensibilidad humana.
Normalmente, la pelirroja hubiera ordenado que los ayudantes llevaran a cabo. Pero no. D’Lenfent se había comportado insolente y asquerosamente desafiante con su superior. Esta vez, no sólo quería apreciar su dolor; quería sentirlo. Se posicionó tras él rodeándolo como un tigre a su presa, acercó su boca al oído del inmortal y ronroneó como si estuviese arrullándole a un niño antes de dormir.
—La tortura no es más que otro filo de mi espada, y tú eres su vaina —de golpe hizo ingresar el aparato en el ano de su víctima, retorciéndolo forzosamente entre los músculos contraídos por la tensión y la resistencia.— ¡Tú eres su vaina! ¡Ríndete a la voluntad de Dios! ¡Míralo a Él!
Movida por un hambre voraz, giró la perilla para que el instrumento comenzara a ampliarse dentro del recto del vampiro. Si su piel era de mármol, de hierro sería su verdugo. No contenta con ello, Ninette continuó:
—Mantened los piés inmóviles. Es una orden. —Era algo físicamente imposible para quien estaba siendo atacado en la más sensible de sus zonas. Lo sabía, por eso lo ordenaba. Si desobedecía, debía ser castigado.
Se reía del sufrimiento. Que Nicolás supiera que aquello aparentemente simple que Ninette mandaba que hiciera era demasiado. Movía las caderas, de un lado a otro mientras ella lo empujaba hacia delante, estrechando las amarras, y con ello acrecentando el tormento.
Algunos corazones sensible no pudieron con eso.
—¡Excelencia, sólo mátelo, por favor. Es demasiado! —pidió el más novato, un chico imprudente de trece años. Ninette lo miró como si le hubiese abofeteado y luego observó a los demás, quienes sólo atinaron a callarlo, mas no a corregirlo.
Se levantó la inquisidora, dejando a Nicolás inmóvil, mas no en paz, por algunos instantes. Ella no dejaba pasar las contradicciones, y menos dentro de su propia gente.
—¡Idiotas! ¿¡Hasta cuándo me entretienen con sus sandeces? Si no dejan de intervenir, iremos a la ruina, ¡estúpidos! Los adeptos disminuyen, la gente se pudre en la ignorancia, la situación pecadora es cada día más grave. ¡Fíjense! Está todo de tal modo que no se puede salir a las calles sin la espada y la cruz, porque estos parvulitos que se llaman católicos hasta al diablo dejan tranquilo. ¡Y yo soy la que excede los límites! —abofeteó al joven aprendiz. Que fuera de lección para los demás— ¡Vean cómo yo me estrecho y ustedes piden y piden freno para la purgación cuando las ratas hierven en su jolgorio! Ahora, si desean cambiar sus puestos por el mío, les cederé ahora mismo mis títulos, pero sé que no lo harán, porque tendrían que reconocer lo acabados que están.
¿Pero cómo podía pedirle a tan negligentes e ignorantes criaturas que tomaran la función de un ser completo? Eran como niños. Ninette debía impedir tanto que se hicieran daño como que lo infirieran a otros. No había mayor peligro para un conjunto que un agente defectuoso dentro de su propia constitución. Pues bien, ella sería la luz. No necesitaba de colaboradores, sino de sirvientes.
—A veces tienes que levantarte sola para demostrarte a ti misma que aún puedes levantarte —se dijo mentalmente antes de girarse a una esquina ligeramente alumbrada de la estancia.
Tomó del brasero unas tenazas al rojo vivo, al igual que la sangre que estaban llamadas a verter. Como si se tratase de un reciente descubrimiento, la extremista las giró en su eje, examinándolas. Una idea alumbró su mirada. Aleccionaría tanto al prisionero como a los discípulos.
—Maten a la rata y tendrán cien millones más aguardándolos —dijo mortalmente neutral, como si no hubiese gritado ni maldecido hacía sólo segundos atrás— Inféctenla, envíenla de regreso, y vean cómo se diezmará su población.
Algo benigno para ellos que fuera nocivo para los inmortales. Algo que se transmitiera boca a boca, generación a generación. Pero tenía que ser suscitado. Ninette estaba dispuesta a edificarlo en esa cara engañosamente angelical.
Ninette Z. Quénecánt- Inquisidor Clase Alta
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Re: verdict le crow [Privado]
[…]Dentro de las entrañas de los elementos, y en él somos torturados y permanecemos eternamente. No tiene límites, ni está circunscrito por nada. Doquiera que nosotros estamos está el infierno y donde el infierno esté siempre hemos de hallarnos nosotros. Y, para concluir, cuando el mundo se disuelva y todas las criaturas sean purificadas, todo lo que no sea cielo será infierno.
¡Si ha de morir que sea escupiendo el veneno que solo el violín le brindo para existir! 1…2…3 y la agonía se abraza de un altar, cegado por el poderío que había engendrado en las ilusiones, se desangro las pupilas por teñir las pesadillas en esa buscona, haciendo el cántico de la serpiente, desesperación aborrecida, la malicia en la oscuridad se dispersa, cae su visión y el templo debilitado busca la manera de regenerarse pero ese proceso duele… ¡Es un jodido dolor infundado! Arde, quema, se sacrifica el escasez de linfa por aferrarse a cerrar las heridas, teñido de odio por la maldita deformista, ella conoce a la perfección el infierno, no es un pedestal de bóveda celeste lo que espera, quiere torturarla con una corona de espinas, mofarse de su trance que le hace padecer a este cuervo que de sus alas le fueron arrancadas.
Pobre finura de calavera disecada, falo ensangrentado por no poder eyacular y zacear ese placer consumado… ¡Que desgraciado que a su dolor lo transforma en excitación! Con las pupilas fijadas en estacas contra esa jodida sonrisa, por más que desfigurara su rostro esas líneas entre cortadas prevalecían como burla, sin parpadeo alguno, ojeroso, demacrado con la rabia destellada, removiéndose de un lado a otro, resonando las cadenas en su más alto vibrar, esa pera rectal la conocía muy bien, desnudaba sus secretos con sus víctimas que nunca pensó que sería víctima de su propia locura.
Sin esperar tal humillación, no derramaría alguna lágrima teñida de un rubí hermoso y horroroso por la manera en la que seria liberado, no demostraría su debilidad aunque ya no soportara más…Era un suplicio lo que se avecinaba, un martirio que al percibir tal objeto dañino sus pies se presionaron contra el suelo, sus uñas rasgaron el mosaico que alguno de sus dedos fueron lastimados por la fuerza. Gruñendo con los mil demonios, quejándose que comenzó a jugar con esa congoja, era perverso que morboseo su propio trastorno púes ya era un espécimen de un arte singular.
Y gozando de la pera, visualmente fantaseaba un acto sexual, pero el templo deteriorado demuestra que el interior y exterior son pulsaciones demoníacas, que son una eterna repetición de la injuria del pesimismo. La demencia tratando de interpretar ese escenario en una posición amatoria, cayendo poco a poco que el placer dejo de ser atrayente. Figurándose a un puto que fornican cuando se les plazca, torturándolo con una desventura que su voz ya era una espina entre cada cuerda vocal que le hacía escupir linfa, toser, mas no dejo de ofender…
—No sigas jodiendo, mejor continua moviendo esa pera, que es más satisfacción que tormento… ¡Maldita ramera! Para conocer de tu enemigo no sabes nada, así solo jactas pasión, excitación, cada pesar que quieras ofrecerme es una caricia para mí, sigue, dame más dicha, quizás hasta termines follandome— Vil diablo que agita su cola de sátira, engañando el templo, añora blasfemar, destrozar a esa, su mente le juega sádicamente, así parezca un objeto mortal que terminara mutilado, desnudo a la tempestad, preguntándose: “¿Quiénes serán los idiotas, ella o sus discípulos?” Ambos representan juguetes, armas que están predestinadas para un fin que solo ese cuervo espera, solo trata de desplegar la mierda un poco en o que desfallece por completo.
—Dame justicia con tu propia mano, deja a esos ineptos y muéstrame de que está hecha tu mano, si no acabas conmigo ten en cuenta que lo pagaras muy caro… Así que prosigue, no te detengas, deforme títere, no enseñes estupideces, las palabras no son nada aquí pero si la práctica, enriquécelos de cómo deben exterminar a alguien como yo, porque la jodida rata es un arma que arrasa la civilización, hasta un país entero y más si son deficientes como tú…
Y su voz aunque se entonara ronca, las palabras a rastras no guardaban silencio, ahora el silencio no era maravilloso si no el peligro que corroe su existencia y vaya miseria representadora. «¡Solo continua, avanza y dame tu mejor golpe!»
[…] Pero nosotros tenemos que pecar y por consecuencia que morir, y morir con eterna muerte. ¿Cómo llamar a esta doctrina? «Che será, será». ¿Lo que ha de ser ha de ser? ¡Mi horrorosa y maravillosa teología!
Nicolás D' Lenfent- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: verdict le crow [Privado]
Así que la pequeña y miserable perra quería jugar. Bien, danzarían juntos entre flamas de hierro fundido. Juntos por única vez. Se quemaría el hielo, mas éste no dejaría su rígida apariencia. Eran los fenómenos que acontecían cuando se contraponían dos notables exponentes de contrarias naturalezas. No; era más que eso. Destruirse era el paso final, y el más desabrido, por lo demás. Hacerse pedazos de ínfimas proporciones sólo para excitar los oídos con el réquiem que entonaba la necrosis. ¡Eso sí valía una misa!
Los dientes de Ninette, pálidos y delgados como los de un cadáver devorado hasta los huesos, se mostraron maquiavélicos, de manera vertical. No era una sonrisa, aunque Los ojos enseñaban mucho más que eso. Para la extremista no existían insultos, sino provocaciones. D’Lenfent la estaba provocando, elevando la temperatura de su sangre en un sentido de los seres sexuales . Sentía esa adrenalina correrle brava por las venas, así como el infierno que llevaba en las manos, en las tenazas, y en la boca rajada. Pero esas cicatrices no eran más que carne inerte, distracción de quien realmente había muerto esa noche fatídica: la propia Ninette.
—¿De…forme? —le acompañó una currutaca risa, digna de un lunático. No era capaz ni de oírse. Tener al vampiro así, al origen del mal humillado y cada vez más demacrado, ¡qué placer! Luego, silencio. A los segundos, propinó buenas patadas a un costado de Nicolás, seguido de otro y otro más— ¡Sí, deforme! Muéstrame qué tan amorfo y grotesco te puedes poner. Yo puedo serlo el doble. Dame ese espectáculo de la carne eternamente putrefacta, imitadora de tu alma.
Hubiera besado las tenazas de acero de no ser que el tártaro era un regalo reservado para él. Indicó a los asistentes con un gesto de su mano que pusieran atención a lo que estaba por venir. Tomó a Nicolás fuertemente de las hebras que brotaban de esa cabeza como falso terciopelo, y lo zamarreó cruelmente burlona. Acto seguido, acercó el metal incandescente a su faz, llegando a quemar con su sola cercanía.
—¡Mírame! Que con la gracia de Dios se retuerzan conmigo esos gusanos infernales que bailan en tu mirada. Y ruega a la muerte, para que te salve —impiadosa, inyectó su herramienta alrededor del globo ocular izquierdo del vampiro, girándolo lentamente— Sí, sí. Cómo se desliza. Recuerda esto, perra de belcebú. ¡Esto es la justicia que nunca terminarás de pagar! ¡Ni perdón ni olvido!
Así mantuvo las pinzas, agrandando el espacio entre el ojo y la piel que lo envolvía, hasta distinguir perfectamente el contorno de la esfera brillante. ¡Qué soberbio! Parecía que esos asquerosos entes se veían mejor con sus miembros por separado, revueltos por el suelo. Se enardecía la inquisidora, extasiada con su hallazgo: la realidad superaba a la ficción; la realidad superaba mil veces la ficción. Pero quería más. Sentía ese corroer en su garganta, quemándole. Le obedecería en su macabro placer.
Sin dejar su posición, dejó que una de sus manos se aferrara al cuello del reo y se raspara contra él, tiñéndose de esa chorreante y sangrienta espesura al instante. Dominada por un deseo que iba más allá del entendimiento humano, Ninette removió el sacaclavos, desparramando gotas carmesí por el piso, y en su lugar enterró su mano, haciéndose por la perla que el vampiro tenía por ojo. Ese tesoro era suyo, ¡su trofeo! Y se hizo hacia atrás, volviéndose la única poseedora y dueña de un castigo que se prologaría hasta más allá de lo que pronosticaban los siglos venideros.
Levantó la diabólica medalla en el aire, viéndola a contraluz. Ella había sido su artífice. Y quedaba tanto por destruir. Sobre los escombros erigiría su Iglesia.
—Mutilado y humillado volverás a las calles, D’Lenfent —bajó la vista para hacerse con la patética imagen. Como era de esperarse, una rechoncha carcajada brotó de la pelirroja— Te remuevo este ojo, este que tengo aquí, y te dejo con lo que según tú se llama vida para que no haya quien no vea lo monstruosamente bajo que has caído. ¡Que sepan lo que les espera! Y te dejo uno, para que tú lo veas.
En bandeja de plata depositó su premio. Ya tenía planes para conservarlo y exhibirlo. Y, ¿por qué no?, bañarlo en cristal y usarlo de colgante. Adonde fuera, que su nombre fuera sinónimo de penurias. Quería oír los llantos depravados de los íncubos entre los callejones y hasta en los salones más refinados vendidos al averno. Nicolás D’Lenfent sería su más célebre vestigio.
—Échenlo a la calle. Asegúrense de que lo vean. Que sepan de su deshonra. Ni se atrevan a limpiarlo.
Altiva y dando un último vistazo a la obra de arte a la que había dado forma, la muerde calaveras, se retiró del lugar. Saboreaba el sabor en su lengua de haber engullido el pan marchito de la tortura; todavía conservaba el sabor. Así que… a eso sabía el fulgor de la ira: a águilas y cuervos manducando la muerte.
Ninette Z. Quénecánt- Inquisidor Clase Alta
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Re: verdict le crow [Privado]
Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi pasión era un violín
Y ahí, la amada oscuridad,
Cerrar los ojos,
Que muera el llanto,
Que se pudra su pupila…
¡No! ¡Ya no más luz!
¡Hermoso sea el retrato de su ojo!
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi pasión era un violín
Y ahí, la amada oscuridad,
Cerrar los ojos,
Que muera el llanto,
Que se pudra su pupila…
¡No! ¡Ya no más luz!
¡Hermoso sea el retrato de su ojo!
¡Maquiavélico, maquiavélica es la agonía ofrecida! El dolor hace que el sexo, la excitación, el goce le irradien la estirpe de ese encadenamiento tortuoso... ¡Maldito sea el arte que engendra! ¡Maldita sea la belleza que produce en su templo! ¡El templo es el horror que espera un cuervo muriente, su miseria se hace notar, su reino ya se lo han pintarrajeado!¡Huya, huyan, su ultimo cántico aterra, huyan que el cuervo les perseguirá! Como un rito que hubiese practicado, el placer en el licor de esa linfa dispersada, cual manantial se ofrece para aquellos que desean disfrutar del frenesí, del delirio de probar el banquete real de un inmortal, acompañado por esas notas burlonas, su jodida risa le hacen desear clavarle plumas y fantasear que se muera por su propia sátira, siendo golpeado, pateado que los quejidos eran imposibles de encarcelar, con dificultad se desprendían decorando su piel de un morado que solo la piel se cubría de heridas tras heridas…
Gimiendo, no por la locura de ese falo sino por la provocación, descarado como la puta bestia que fornico, que fue un arma poderosa para la flagelación de esa perra desquiciada, luciendo el templo como una decadencia cicatrizada, moretones esparcidos, sequedad de la piel como la porcelana quebradiza de ciertos segmentos, su falo dañado cruelmente que era donde se ejercía el mayor suplicio.
Ya que era un ave disfrazada de bestia, mísera obscena lujuria, el placer doloroso que guarda cada uno, el cuervo anhela arrancarle las uñas de las manos y pies, destrozarle los huesos y lamer cada uno, morboseandole, siendo tirado de las sobras de cabellos que le causo un jodido ardor en su ano como si le hubiesen perforado, la piel de entre sus posaderas se teñía del carmesí, omnipresente del dolor. Torturado por la represión sexual que a sí mismo se imponía, fue un torturador demente. Germinando el germen, ese pecado recalcado ante la lascivia de aquellas tenazas de acero…«¡Hija de puta, la gran puta, la grandísima puta..!» Y se corrió aquel dulce de leche, ese manjar envolviendo el cuerdo del falo, tras la quemazón producida, su piel gritaba, la boca se ahogaba, vociferando con la fuerza ejercida del sufrimiento, tratando de moverse que su ojo izquierdo fue opresor de ese instrumento y la lagrima cristalizada(Su única lágrima valiosa descendió lentamente) Después acompañada de lagrimas carmesís, ocultándose de la linfa que se esparcía por la retícula ocular, arrojando el terrorismo de su mirada manchada, el sumo orgasmo que paralizo su osamenta…«”Santurrona, simoniaca, falsificadora, la enemiga de la verdad, mutiladora de herejes, oscurantista, calumniadora, hipócrita, parásita escoria, ramera de las rameras, la meretriz de las meretrices, la puta de París, la impune puta, puta…» El laberinto perdido de sus pensamientos, el fallecimiento de la razón, enloquecido se remueve, poco a poco la vista del ojo izquierdo se nubla, solo un vino distingue, lentamente se distorsiona la vista, agoniza, se hunde en un trance oscuriento, infierno inculcado en la ceguedad próxima, decayendo al vació profundo, no soporto más, muy en el fondo su miedo se presento, gozaba hasta el último episodio, cauterizado el culo en los infiernos, mareado, drogado por la adrenalina, dopado con la congoja, escuchaba esa voz, retumbaba en el interior, golpeándole una y otra vez, como espiral de voces esparcidas con vesania, su mente se había cerrado, falleció su conciencia que el rostro caía, habían rencontrado su debilidad, desdeñándose por no mantener esos ojos para la caverna de cuervos que le esperaban.
Y todo termino con el desconsuelo de su orbe, un vació detallado con la remembranza de que siempre la oscuridad le asechara, que por mas que quiera alejarse, ilusionar los destellos terminaría hundido en la miseria, aclamando la muerte, esperando lentamente la destrucción y ese sentir le aniquilo las fuerzas, se desvaneció todo, completamente todo quedo en ese hueco, sin esperanza porque su querubín se la había llevado, ya nada quedaba, ni su amado violín gritaba este llanto silencioso, ofreciendo un eterno silencio como si ya su funeral fuese expuesto, porque al demonio con quien se vendió le abandono por un instante.
[…]Presento su ultimo cántico, tétrico, melancólica ave que no pudo volar y fue a recibir su castigo de la gran ramera con quien han fornicado los reyes de este mundo. La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata; resplandecía de oro, de piedras preciosas y perlas; y tenía en la mano una copa de oro llena de las inmundicias de su fornicación, y escrito en la frente su nombre en forma cifrada: París la grande, la madre de las meretrices y abominaciones de la tierra. ¡Vaya puta, vaya iglesia dominante de un ojo aterrador! ¡Espera su llegada, muy pronto el cuervo picoteara hasta poseer el daño causado, se alimentara de los rebaños, no descansara hasta oscurecer la puta de París!
Puta-Iglesia...Puta de París- Iglesia de París
Nicolás D' Lenfent- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: verdict le crow [Privado]
“Castigo de los locos, de los dementes, de los atormentados por un cielo que se rompe y un vacío que perdura eternamente”
Hoyt y Glenna se hallaban en la persecución más exhausta de su existencia, corrían tan rápido que parecían ser solo una luz en el horizonte. Él la cargaba, como una doncella esperando la carroza. La realidad es que ambos estaban demasiado preocupados, Hero se volvería loco si ellos no volvían con su cuervo intacto. Destrozaría el cielo y la tierra y lloraría mil mares, así como antes lo había hecho, cuando habían llegado para rescatarlo de la inquisidora que le había robado los colmillos. Jamás podría volver a beber como un inmortal, estaba despojado de su dentadura y su hermosa sonrisa blanca y reluciente ahora estaba tallada por huecos que le costarían la felicidad instantánea de ser salvado. Pero, ¿cómo estaría aquel cuervo del que tanto les habían hablado? Glenna pensaba en una osamenta hermosa, en un reticulado sin piel que estaría pudriéndose en su tumba. Porque no veía posible solución a aquella destrucción, a aquel vampiro lo habían llevado al vaticano, un lugar peligroso, un lugar mucho peor que un simple calabozo. Ellos tendrían que luchar, tendrían que matar a mil verdugos antes de encontrarse con el cuerpo del muchacho. ¿Cuántos años tendría? Hoyt parecía estar a punto de entrar en crisis, había llegado cansado a los pontificios de la ciudad maldita y solo le quedaba energía para agarrar a aquel amado y salir de allí. Solo Glenna podía ser capaz de ayudarlos completamente y como lo esperaba de su mujer, ésta no tardó mucho en hacer una barrera, mezclada con su propia capacidad de hacer ilusiones, juntos formaron la habilidad de pasar desapercibidos por al menos unos metros, cada persona que pesaba por su lado veía tan solo a dos inquisidores más y nadie se podía acercar a más de un metro de distancia. Debían ser precavidos, ningún condenado los podía ver o los notarían. Aunque ¿qué condenado habría en el vaticano?
Como fuese, lograron adentrarse al lugar, había una revuelta, gente gritando, niños que paseaban por allí con rostros aterrorizados. La pareja se escondió detrás de una columna grande de la mitad de la entrada del lugar, para así desactivar el semi hechizo que habían hecho con la habilidad del vampiro, que desde antes estaba cansado. Allí podían usar sus otros poderes y Glenna alzó la mano, dominó a un muchacho para que se quedase quieto y dejara su mente relajada y en ese instante Hoyt se inmiscuyó, encontró al cuervo que estaba a punto de ser expuesto a todos los demás. “Ya es demasiado tarde” Pensó y en su rostro se notó el miedo, pero luego escuchó claramente, querían que todos lo vieran, que observaran y avergonzaran al maldito. Estaba vivo, acababan de terminar de hacerlo sufrir, el pecho de ambos se contrajo y el rostro de Glenna se inundó de lágrimas cuando el olor nauseabundo de la sangre vampírica se sintió en las lejanías. Había que actuar y rápido, primero mandaron a uno a que cierre la puerta, el gran portón se giraba y allí la cacería de Hoyt era un primor. Los mató a todos, bebió con rapidez, con sensatez, mientras que Glenna corría desesperadamente hacía el vampiro de cabellos largos y revueltos. La sangre era escaramuza pegada en su piel. Estaba seca, rasposa e incluso de entre sus piernas el elixir se largaba sin parar. Estaba desesperada, pues jamás sabría si estaba vivo o muerto. Lo único que notaba es que no era cenizas esparcidas y eso era bueno. Alzó ambas manos para crear una barrera, la más fuerte que podría hacer, una bola adimensional que caminaría junto a ellos. Aunque claramente aquella ave tendría que ser arrastrada. — Creo que le falta un ojo Hoyt, y no para de sangrar … — Con la voz cortada se encaminó hacía su esposo y con los dedos temblorosos buscó cargarlo en los brazos de él. Se sentían los retumbes, el espeso olor de los inquisidores y la pareja se miró a los ojos, se notaba que no estaban preparados para ello.
Un sonido metálico se hizo presente, la figura desgarrada de Nicolás en los brazos de Hoyt se movía, algo caía de entre sus piernas y quedaba con sangre y tragedia sobre el suelo de mármol. Habían utilizado la pera como tortura. Glenna lloró, sintió la desesperación como si fuese Hero mismo el que estuviese allí, su miembro desgarrado, su piel hecha trizas. No podía ocultar el dolor y con un grito desesperado provocó que la barrera golpeé contra las columnas y de un sismo las hizo caer. Esto atrasaría a la multitud. — Vamos, he encontrado una salida. — El silencio del creador de Hero no había sido en vano, había estado forzando su mente, inmiscuyéndose en las ajenas para encontrar caminos secretos, su piel ardía, su maná estaba en peligro, sus miles y miles de años daban frutos para no caer desmayado. Era hora de partir y hacerlo tan rápido como fuese posible. Rompió con su pierna derecha una pared hueca, al parecer ésta se activaba con unos movimientos de ladrillos, pero no había tiempo para ello, de todos modos, los inquisidores sabrían por dónde se fue, no había otra salida más cercana que esa. Se adentró y Glenna se mantuvo en su espalda, protegiéndolos, como una armadura de hierro, incapaz de ser penetrada libremente. Hoyt sentía en sus brazos una piel suave, un cuerpo ligero, un rostro bello pero de facciones extrañas, en cierta medida se parecía a él, se preguntaba si sus ojos serían tan claros como los propios. Y en ese instante recordó que había sido despojado de aquello. De uno de sus ojos salía sangre, pero del otro no. Significaba que no estaría ciego por siempre.
Se tranquilizó, aunque supo que Hero no se lo perdonaría, aun cuando sabía que no era su culpa. Cerró los ojos y buscó el camino para escapar, pero antes de aquello el olor a quemado se propagó por sus fosas nasales, habían prendido fuego el túnel por donde estaban escapando. Un grito de Glenna hizo que el hombre se apurara. — ¡A mi espalda! — Sentenció aquel y la bruja saltó contra él, la fortaleza que Hoyt tenía hacía que aquello no fuese un reto para él, pero empezaba a sentirse en crisis, estaba en completo peligro y si llegaba a fallar no solo moriría él, sino que lo haría su mujer de más de dos mil años y el amor eterno de su vástago. No podía permitírselo, así que corrió lo más que pudo y en un salto que atentó contra sus vidas, el túnel terminó explotando, las partículas de oxigeno golpeaban al ser consumidas por la inflamación del aire y cuando ya hubo una sobredosis, en el final del lugar, aquel mismo estalló haciéndolos saltar muchos metros en el aire. Donde el vampiro antiguo se posaba y jadeaba. ¿Cómo estaba Glenna? Se desesperó en pensamientos, pero ella le tocó el rostro y se separó de él. Con la espalda quemada y las ropas destrozadas, pero su sonrisa y perfección seguían allí para él. Había que caminar mucho hasta volver a la cueva donde se escondían. Y los inquisidores seguro los seguirían corriendo. Mandarían a la iglesia parisense a cazarlos. Tembló e hizo entonces que su cuerpo se apurara. El tiempo pasaba y el sol podría salir en cualquier momento. Así que escaparon con un cuervo mal herido en brazos, uno que necesitaría eternos litros de sangre para poder ser recuperado. ¿Hero estaría esperándolos? Probablemente no, pensó su padre, quien lo conocía y sabía que si no estaba estéticamente preparado para su amante, escaparía fuese como fuese.
Tuvieron que hacer una gran barrera a medida que se acercaban a su hogar, pues todo estaba repleto de inquisidores y no podían darse el lujo de ser encontrados, incluso Hero podría estar en peligro, pues siquiera sabía dónde se hallaba. Las flechas casi le llegaban, el cuerpo moribundo del inmortal parecía huesos recubiertos con piel. Y por un momento pensaron que no llegarían sin al menos un encuentro cara a cara. Pero lo lograron, llegaron al lugar, pero Glenna tuvo que quedarse para distraer a la Iglesia, el sol estaba a punto de salir y solo ella era capaz de soportarlo. Salvaron entonces al compañero de Hero de ser terminado de asesinar, de convertirse en cenizas como muchos otros ya habían sufrido. Cuando llegaron a la ostentosa cueva, la agitación era lo único que se escuchaba y lo único que se notaba real es que ahora todos estaban vivos, existiendo y no había nada más en que pensar. Pronto aquel ser despertaría y el nuevo ciclo daría comienzo.
“El infierno es el final y el principio de todo amor condenado”
[CERRADO]
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