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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Alma Montcourt Dom Nov 10, 2013 7:36 am

Se estaba tan bien entre las sabanas de mi gran cama adosada, que era realmente una pena tener que abandonarla apenas unas horas después de llegar a ellas. Suspiré con los ojos cerrados todavía haciéndome de rogar. Mi hermana me mataría como cada noche que me escaqueaba de la mansión en plena noche y volvía tras unas horas. No entendía como siempre lo averiguaba, como podía estar enterada de cada paso que hacía a sus espaldas.  A veces resultaba terrorífico, pero así desde pequeña había sido. Siempre parecía un paso delante de mí, y en los pocos problemas que me he llegado a meter siempre aparecía ella para sacarme de ellos.

Esta noche había hecho una bonita luna llena, la que me sedujo por recorrer nuestros jardines. La brisa había sido fresca, pero tampoco tanto, por lo que con un simple chal francés de lana había tenido suficiente para tapar mis finos hombros. Había pasado unas horas en los jardines, contemplando cada flor, cada bella fuente que adornaban el paseo y las estatuas, una reliquia familiar. Por una vez al menos no me había ido hacia la ciudad, ya que lo que más acostumbraba al escaparme en la noche era a irme más lejos de los territorios familiares, y así poder entremezclarme con el pueblo, con la gente corriente, lo que muchas veces añoraba con las imposiciones de los títulos y la realeza en la que nos encontrábamos metidas ambas hermanas, más mi hermana Arabella que yo al ser ella la heredera.

Salir de la mansión, sin ser vista, era lo más fácil. Desde pequeñas mi hermana y yo muchas veces jugábamos a espiar a los sirvientes sin que ellos fueran conscientes, lo que al paso del tiempo se convirtió en un pasatiempo, el de escapar sin ser vistas y así libraros por unos minutos de nuestros deberes, mientras jugábamos a perseguirnos. Ella desde pequeña había sido la más seria de las dos ciertamente, yo la mas traviesa e inquieta, aún así había habido momentos en que hasta ella había deseado alejarse de aquel mundo en el que habíamos nacido.

Me acurruque mas entre las sabanas, abriendo los ojos finalmente. A mí llegaba el ruido de los sirvientes que de arriba abajo, no dejaban de subir las escaleras y para terminar, se empezaba a colar la claridad del sol en mi habitación, alumbrándola. —Es hora de levantarnos, perezosa. — Me dije a mi misma incorporándome con esfuerzo ya que apenas había dormido más de cuatro horas, cuando la puerta se abrió, sobresaltándome. Mi dama siempre picaba la puerta, como los sirvientes, la única que no lo hacia parecía ser mi hermana. —Puedes picar la puerta si quieres. No te regañare por hacerlo…— Reí suavemente mirándola — Buenos días hermana. Ya me iba a levantar, solo estaba mentalizándome a hacerlo, no hacía falta tomarte las molestias de venir particularmente a despertarme. — Me quejé sintiéndome como la hija que rinde cuentas a su madre. A veces Arabella hacia más de papel de madre que de hermana mayor, ya que desde la muerte de nuestros padres, ella fue quien más que nadie nos cuido a ambas y nos sacó de la tristeza del vacío que nos dejaron. Le estaba agradecida, sin ella habría sido sumamente difícil, y la amaba con locura. Si ella dejara este mundo, yo no sé lo que haría. Volví a mirarla y le sonreí — Ya voy.— Dije empezando a levantarme finalmente.
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Mensaje por Leonid Dobrev Mar Nov 19, 2013 10:53 pm


Antes de que el sol comenzase a salir, mis ojos se abrieron con rapidez. El corazón palpitaba tan fuerte dentro de mi pecho, que pensaba que saldría de mi boca sin que tuviera a penas tiempo de gritar. Otra vez había tenido la misma pesadilla. Desde la muerte de mi tío, la responsabilidad de su condado cayó sobre mis hombros, pasando a ser de una niña solitaria a una Condesa con responsabilidad sobre una gran mansión, sus sirvientes y el destino de mi joven hermana. ¿Cómo alguien como yo, podría tener tanto poder en sus manos?. Sobretodo alguien tan poco dado a mantener relaciones con otras personas. Mi hermana era la más encantadora de las dos, mientras ella sonreía haciendo que todos se hallasen tranquilos, yo sólo los ponía nerviosos e incómodos. Al fin y al cabo, no era estúpida. Ya sabía los rumores que habían comenzado a circular desde que había obtenido mi título, e incluso antes de recibirlo, como la única heredera viva además de mi hermana, todos los ojos me seguían por la mansión de mi tío. Los hombres hablaban de la increíble inteligencia que había demostrado poseer, mientras las mujeres sólo me juzgaban por no saber elegir entre un vestido de gasa o seda. Fuera como fuese, el rumor de que la Condesa Arabella siempre conseguía que los demás hicieran lo que quisiera, había circulado hasta la corte francesa.

Las gotas de sudor frío le bajaron de la nuca hasta la cintura, recorriendo la piel de su espalda con un zigzag errante. Gracias a cada golpeteo de su pecho, su respiración sonaba como un susurro angustiado. Como aquellos gritos que nacían para ser enterrados entre los labios de una mujer. Pues si algo había aprendido, era que las mujeres siempre callaban muchas cosas. En su caso, ella conocía un secreto. Uno que había sido pasado en su familia por aquellos que habían sido marcados por la magia. No era otro que el de la brujería. Los Condes de España siempre habían tenido algún brujo en alguna de sus generaciones, incluso más de una vez, alguno estuvo a punto de ser denunciado ante la inquisición. Y ésa era su pesadilla. Cada noche soñaba con la última advertencia que le dio su tío. “Jamás confíes en nadie Arabella. Incluso las paredes te traicionarían si superan tan jugoso secreto”. Desde entonces, imágenes de hogueras gigantes con ella dentro ardiendo, la perseguían. Era una fortuna que tuviera muchas cosas con las que mantener su mente ocupada. De lo contrario, terminaría loca.

- Será mejor que comience a prepararme- Susurró mientras se destapaba y bajaba de la cama con rapidez. Tiró del grueso cordón rojo que tenía encima de su cama, activando un sistema de poleas que llegaba a la cocina, donde alguien del servicio escucharía su orden y prepararía lo que siempre pedía. Un plato de fruta picada, té bien caliente y agua para bañarse. El comienzo de un nuevo día para la Condesa Arabella, tenía lugar de nuevo.

*** *** *** *** ***

A pesar de que le había dicho a su hermana que tendría que madrugar, aún no había bajado a desayunar. Se había ocupado de elegir el menú de esta semana, acordar nuevas entrevistas con los terratenientes que habían solicitado su ayuda y pospuesto varias citas que sonaban a una propuesta de matrimonio no deseada. Si había algo que odiara más que un matrimonio por conveniencia en el que la futura suegra era la que prácticamente lanzaba a su hijo sobre mí, era la maldita tendencia de Alma para ser impuntual. – Tendré que irla a buscar….- Se dijo con un suspiro mientras comenzaba a subir las escaleras.

Su mente estaba preocupada por la carta que había recibido del rey. En ella decía que debía viajar a Francia para conocer a un caballero de alta clase. Por todas las palabras gallardas con las que lo describían, el hombre no sólo podría ser viejo y feo, sino que lo más seguro es que intentasen casarlo con ella. Además, la carta mencionaba la posibilidad de que si ella estuviera muy ocupada, fuera su hermana Alma la que respondiese en su nombre. Pero bien podría congelarse el infierno. Su hermana no pisaría la corte, a no ser que fuera para casarse con un noble que ella hubiera elegido. Ella era la menor, así que seguiría estando protegida hasta que considerase oportuno el que dependiera de ella misma. - Lo cual si sigue evadiendo sus obligaciones, será después de los cuarenta- susurró mientras abría la habitación de su hermana y le dedicaba una mala mirada.

- Tus intenciones de levantarte quedan en nada si tus pies no salen de la cama.- Le recordó a su hermana mientras le llevaba una jarra de agua caliente a su tocador. Le colocó el jabón perfumado y el perfume que usaba sólo ella, al lado de la jarra. – Hay algo de lo que debemos hablar. – Le dijo sin rodeos dándose la vuelta con una bata. Fue hacia ella, maravillándose al ver lo idéntica que eran en físico. Salvo algunos detalles imperceptibles, nadie podría decir quién era una o la otra. Aunque el carácter de Arabella hacía que el efecto mágico desapareciera cuando ésta abría la boca. – Quizás….. deba viajar a Francia.



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Mensaje por Alma Montcourt Sáb Nov 30, 2013 3:29 am

No pude reprimir la ampliación de mi sonrisa al verle la mala mirada que me dedicaba. En ocasiones podía jurar ver a nuestra madre en todos sus gestos. Su mirada reprobatoria, los movimientos imperceptibles que inconscientemente hacia, como el tocarse el cabello, caminar con aquella seguridad tan propia de madre. En aquellas ocasiones veía a nuestra querida y fallecida madre, por lo que me era imposible replicar mucho a mi hermana, a más de que ella siempre había cuidado de mí y siempre lo haría. Seguro que seguiría dándome la lata aún fuera de estas paredes, y casadas, si acaso llegaba a ello algún día, coincidí con una sonrisa.

Mi hermana acercándose dejó un jarro de agua en mi tocador, el jabón perfumado y mi propio perfume, creado exclusivamente para mí. Una mezcla de amapolas, y extrañas rosas que no se encontraban en muchos lugares del mundo. — Dije que estaba con el pensamiento de levantarme, no que fuera inmediatamente a poner los pies sobre el frio suelo. —Repliqué divertida incorporándome perezosamente, y tomando suelo firme bajo mis pies, levantándome finalmente como mi hermana deseaba.

La miré observando cada una de sus facciones y gestos, se encontraba algo nerviosa. Tras muchos años juntas y ser gemelas, compartiendo el mismo vientre, entre nosotras nos conocíamos demasiado bien como para poder llegar a descifrar lo que piensa la otra solo con una mirada o ciertos movimientos. Y ella parecía un león enjaulado.

¿Qué ocurre hermana? —pregunté mientras deslizaba la prenda de dormir, hasta el suelo, despojándome de ella, esperando que mi hermana se acercara con mi bata para poder mantener la calidez de mi cuerpo, ya que el fuego a tan temprana hora no andaba encendido. Tomé la pastilla de jabón y la remojé con un poco de agua, sin llegar a gotear, pasando con él mi cuerpo, limpiándolo de toda olor que no fuera perfumada, ya que en la realeza debía de estar impecable. Hecho que desde pequeñas mi hermana y yo siempre habíamos seguido a rajatabla. Tras enjabonarme, me pasé un poco de agua para quitarme el jabón y tomando la bata que me ofreció mi hermana, me tapé con ella.

Suspiré cuando el calor y la suavidad de la prenda hicieron sus efectos en mi. Podría pasarme todo el día en bata, pensé con una sonrisa. — ¿Viajar a Francia? —Fruncí el ceño y le miré confundida sin entender la razón de aquella noticia. — ¿Que se te ha perdido por allí? Si mal no recuerdo la última vez que fuimos, hará unos pocos meses concluimos todos los tratados y firmas en que debías de asistir, asegurando aliados en aquellas tierras y el comercio entre España y Francia, así como los productos de nuestras tierras. Así que pensé que ya estaría todo solucionado y que podríamos quedarnos en casa una buena temporada. — mencioné dirigiéndome hacia una de las sillas de la habitación, donde se encontraba preparado el vestido que iba a ponerme en la mañana.

Tomé el vestido y quitándome la bata que la dejé en la silla, me puse el vestido como pude intentando no pedir ayuda a mi hermana, pero al final lo tuve que hacer ya que el corsé era complicado de poner. Además lo tenía a mi espalda, de forma que yo sola no podía llegar a las cintas que lo ceñían a mi cuerpo. — ¿Podrías ayudare con el corsé por favor? —Le pedí mostrándole la espalda, dándole acceso a las ataduras.

Si vas a Francia, quiero ir contigo hermana. Aquí en España es la temporada del reclutamiento, lo único interesante que puede haber serán las nuevas presentaciones de la corte y de los nuevos integrantes al ejercito…Y todo y que pueda disfrutar más que tu en estos eventos, siempre prefiero Francia. Tambien si voy contigo, si te acompaño no estaras sola, tendrás apoyo moral y podemos intercambiar papeles en el caso de que no quieras asistir a alguna reunión. —Sonreí acordándome de las veces que me había hecho pasar por ella y como todos se lo habían creído. Todos menos obviamente nuestra ama de llaves que nos conoce demasiado bien. — Pero dime te noto desconfiada… más de lo normal y temerosa. ¿Por qué has sido llamada a Francia, y quien te ha llamado? ¿Tan importante resulta?—Me giré en ese instante a verla esperando su respuesta, sin esperarme nada de lo que se iba a acontecer.
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Mensaje por Leonid Dobrev Miér Ene 08, 2014 11:52 am

"¿Acaso soy libre si mi hermano se encuentra todavía encadenado?"

Suspiró mirando a su hermana, mientras sus ojos se entrecerraban un poco como única respuesta a sus palabras. A veces le costaba entender cómo era posible que ambas fueran tan cabezotas. Es cierto que eran hermanas gemelas, pero todos sabían que eso no era pretexto necesario para compartir los mismos defectos de carácter. Más bien lo contrario, siempre había una gemela más divertida que la otra o más guapa. No se sabía cómo, pero así era. Siempre había algo que hacía posible que pudieran reconocer fácilmente quién era la otra. Aunque en el caso de Alma y Arabella, sólo habían pocas cosas que pudieran hacerlas diferentes, y estas características sólo eran visibles si ellas deseaban que lo fueran. Al cambiarse a veces de lugar, Alma y Arabella habían aprendido perfectamente las costumbres de la otra. Así, arabella había conseguido librarse a veces de la pesada carga que ostentaba su título. Pero esta vez no iba a poder hacerlo. El rey en persona la convocaba, así que no podía hacer otra cosa que acudir.


-No, Alma. Esta vez tendrás que hacerme caso y quedarte. - Frunció los labios con un mohín infantil. Sabía en su fuero interno que no le gustaba dejarla atrás pero había algo en aquella reunión que no le gustaba nada. Casi podía sentir como una mano invisible se acercaba a su fino cuello y empezaba a apretar lo suficiente como para dejarla sin aire, estresándola y convirtiéndola en un animal asustadizo y capaz de morder todo aquello que se acercase a ella para evitar que la llevasen a un lugar que desconocía. Odiaba todas las situaciones que no pudiese manejar, porque sabía que como mujer, muchos estaban acostumbrados a creer que podían hacer con ella lo que deseaban. - Ignoro lo que sucederá en la reunión que tendré con el Rey, pero las palabras apremiantes de la misiva que he recibido esta mañana, me hacen dudar acerca de la seguridad que poseeré en el castillo.- Sus palabras se convirtieron en un susurro tembloroso a causa de su nerviosismo. ¿Cómo podría abandonar su casa si sabía que iba a una trampa dejando atrás a su hermana?.


Sus dedos trabajaron con los cordones del corsé, apretando de forma inhumana aquel trozo de tela que rodeaba la cintura de su hermana. La habilidad que había adquirido a lo largo de los años había sido tal, que podía atar y desatar corsés con la misma rapidez con la que podía recitar los poemas de Shakespeare. Si bien ella tenía predilección por sus tragedias, había memorizado aquellos sonetos y cuartillas con gran pasión. Sus libros habían ocasionado un refugio para ella cuando sus padres murieron. Después de que su tío también decidiera abandonarlas, dejándoles un cargo que ellas ni siquiera soñaron poseer, su habitación había sido sustituida por la biblioteca. Muchas veces se dejaba dormir allí, así que los criados astutamente habían conseguido una solución para la duquesa. El lacayo personal de su tío, más bien conocido por todos como su amante, había tomado la solución de construir una biblioteca personal al lado de su habitación. De esta forma, Arabella ya no tendría que dormir en aquella fría habitación. Sin embargo, sólo había cambiado la biblioteca de la planta baja, por la biblioteca que se anexaba a su habitación, pues de la misma forma seguía durmiendo fuera de su cama. Los malos hábitos cuestan quitarlos.


- Es casi una orden. No dice nada acerca de lo que desea decirme. Por eso dudo que vaya a ser algo que me guste.- No era estúpida. Se había ganado la fama de ser alguien frío y calculador que no se movía a no ser que recibiera una orden de alguien superior a ella. Cuando pertenecías a la corte real, es mejor saber con quién juegas y cuáles son las condiciones del juego. A veces hay cláusulas oscuras que te juegan malas pasadas. - Por eso no deseo llevarte conmigo. Prefiero saber que estarás en casa a salvo hasta que regrese.- Le dijo mientras terminaba de atar el corsé y se apartaba de ella para que terminara de vestirse.


Fue hasta la ventana y se apoyó en ella para mirar el jardín que ella misma había ayudado a diseñar con su hermana. - He aprendido en la corte española que muchas invitaciones así terminan en peticiones absurdas. Si vienes conmigo, quizás te usen para que acepte una condición que de no estar tú de por medio, podría negar.- Se jiró con una sonrisa petulante en el rostro y un brillo travieso en los ojos.- Ya sabes que las Moncourt somos difíciles de convencer.- Se rió con suavidad, meneando su cabello castaño y ondulado con un ademán sensual e indiferente. Era uno de los gestos que había observado, memorizado e incorporado a sus expresiones corporales cuando ascendió a condesa. Este en concreto se lo había copiado a una cortesana, que a pesar de no ser muy guapa tenía un carisma arrollador., amante del conde de España. Arabella sospechaba que su fama residía en sus gestos, por eso había conseguido robarle uno después de soportar su presencia descarada en numerosas reuniones. ¿ Funcionaría con el monarca para que la liberase antes de tiempo?.


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Mensaje por Alma Montcourt Sáb Feb 01, 2014 4:27 pm

¡No! Grité en mi mente ante su negación y sus palabras, yo deseaba ir y acompañarle. Era muy conocida por todos de mi miedo a la soledad. Desde la muerte de padres, siempre temí quedarme sola y durante los primeros años, Arabella tuvo que dormir conmigo ya que si no la tenía a mi lado día y noche, me despertaba llorando en medio las noches para que después de aquellos episodios, no pudiera volver a conciliar el sueño hasta bien entrada la mañana. Por lo que tras unos días así, mi hermana se vino conmigo hasta que me adaptara a la situación, que no fue que sucedió hasta al cabo de dos años, en el que al final nuestro tío nos hizo separar ya que no era bien visto que las jóvenes de la realeza durmieran en familia, aunque en algunos círculos se podía dormir con tus damas de honor a los pies de tu cama. Miré a mi hermana y sonreí por unos instantes, echaba de menos en verdad dormir a su lado y aquellas conversaciones que teníamos en las que nos caíamos rendidas tras pasar horas y horas hablando de diversos temas en los que cada una defendía un punto de vista o simplemente soñábamos en voz alta aún estando despiertas.

Pero aquí sola no deseo quedarme. Quiero acompañarte y venir contigo. Estaremos mejor las dos juntas que separadas, y seguro que más protegidas. —Repliqué también en un mohín infantil, odiando que me dejara aquí en nuestra mansión sola hasta que volviera del viaje. Regreso a casa, que aproximadamente seria tras un mes, en el que podía pasar de todo. Y no tener noticias diarias de mi hermana, me enloquecerían. Yo la necesitaba a mi lado, más de lo que ella pudiese imaginar. Ya que por más que la gente pensara que yo soy la más dulce, risueña e inocente y mi hermana la madura, yo era la que mas apegada me encontraba con ella. Si le sucediera algo… no se qué haría. —Somos condesas, y si has sido solicitada por el rey, debe de ser algo importante. —Volví a intentar por más que con solo mirarla podía saber que era imposible acompañarla, por lo que me volví y le dí la espalda esperando que me atara el corsé, pensando que aquella era la primera vez que estaríamos tanto tiempo separadas.

Suspiré al sentir sus dedos en mi espalda, atándome el corsé. Personalmente era muy sensible a las caricias, y el que me atara el corsé como el momento en el que debía dejar que me peinaran, era uno de mis mejores momentos del día, en el que podía relajarme. Aún así, perdida en mi piel, en todo momento fui consciente del temblor y del nerviosismo de mi hermana. Si algo teníamos ambas era un lazo que nos unía y gracias a él, nos entendíamos y nos conocíamos como si fuéramos nosotras mismas y no otras, ajenas a nuestro ser.

Hermana si no te gusta la idea, yo puedo ir y así te sentirás más segura. —Dije con esperanza de que dijera que sí, pero para cuando me explicó que era una orden, titubeé. — No entiendo porque un rey deba querer verte… hay alguien interesados en quitarnos el condado? Porque si no es eso… no se me ocurre que más puede suceder con nosotras. —Dije frunciendo el ceño, terminando por ponerme el vestido, en lo que mi hermana terminó de atarme el corsé. Me subí las mangas, me coloque bien la falda del vestido y tomando uno de los peines del tocador me giré a ver  a mi hermana recostada en la ventana.

No me gusta quedarme sola sin ti, en este lugar. Pese a los años que han pasado no puedo imaginarme estar sin ti… estás segura de ser la mejor opción quedarnos separadas en tu viaje? Aquí puedo ocuparme de todo en tu ausencia, lo sabes, pero me huele mal todo esto y no quiero dejarte sola entre lobos y leones. —Dije preocupada mirándola, mientras empezaba a peinarme lentamente teniendo cuidado de no tirar del cabello demasiado, ya que últimamente se me rompía con más facilidad. — Tienes razón en que pueden chantajear siempre con una de las dos, pero no por eso me preocuparé menos. —Mi voz sonó preocupada con una sombra de tristeza, pasando a la risa al segundo tras oír sus palabras. — Mas te vale que no te dejes engañar, ni embaucar por nada del mundo hermana. —Dejé el cepillo tras peinarme lo suficiente para que mi cabello quedara lacio y no desenredado como acostumbraba a tenerlo en las mañanas y acercándome a ella, la abracé con cariño unos segundos, hasta que me separé y la tomé del brazo. — A mí con unas palabras me convenciste para levantarme… por lo que ahora que ando levantada, nos espera un delicioso desayuno en el salón. — Sonreí al tiempo que mi vientre rugía hambriento y terminábamos por reír, dejando por unos instantes que la pena de separarnos no estuviera en nosotras.


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Mensaje por Leonid Dobrev Sáb Feb 08, 2014 8:37 pm

" Cuento hasta diez y jugamos al escodite inglés"

Tomó la mano de su hermana y la miró unos instantes a los ojos. Estaba preocupada por todo. Por ella, por la carta, por el viaje.... Era difícil tener que mantener siempre esa fachada de mujer inquebrantable ante todo lo que sucedía a su alrededor. Sobretodo cuando su hermana debía quedarse sola en su castillo. Le preocupaba que su ingenuidad fuese usada en su contra, aprovechando su ausencia, su hermana quedaría desprotegida ante los demás miembros de la realeza y la alta sociedad. - No es no, Alma. Esta vez tendrás que quedarte  sin mi.- Sonrió con altivez y tomada de su mano, caminó hacia la cocina, guiándola por toda la Mansión hasta llegar al gran comedor.

Una gran mesa alargada dominaba casi toda la habitación, rodeada de sillas cómodas y costosas. Todo el lugar tenía esa particularidad masculina de los muebles pesados y oscuros, pero la feminidad y delicadeza de las flores, cuadros y figuras que engalanaban la sala. Su tío había tenido un gran gusto, ése era uno de los motivos principales por los que ella, heredera de la mayoría de sus propiedades, siguiera manteniendo todo el mobiliario en el mismo lugar. Incluso se había atrevido a modificar las paredes de la sala, dando más luz al lugar al sustituir gran parte de la pared, por unas puertas grandes de cristal.

- He ordenado preparar tus platos favoritos.- Dijo con una sonrisa, mientras uno de los lacayos le rodaba la silla para que ella se acomodase. Su mayor felicidad consistía en consentir a Alma, así que el momento de las comidas, también contaba con satisfacer sus caprichos. - Aunque no pienso dejarte de mis fresas.- Apartó una fuente para ella y se rió cuando se metió una gran fresa en la boca y la intentó masticar sin atragantarse. - Todas mías - Escuchó la risilla de alguno de sus sirvientes y ella secundó su risa con una carcajada. A veces se permitía hacer tonterías, pero sólo cuando no tenía a nadie de la alta clase, intentando conseguir que ella se fijase en alguno de sus hijos mayores.



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Mensaje por Alma Montcourt Sáb Mar 01, 2014 4:24 pm

Como desees… —Susurré con tristeza con una pequeña ilusión de que antes de partir hacia Francia, me llevara con ella, a pesar de sus negativas tajantes. Pero en algo se podía parecer a nuestro tío, mi amada hermana y precisamente era que cuando tomaban una decisión, la acataban al pie de la letra, nunca se echaban para atrás.

Con un suspiro dejé que mi hermana me llevase hasta el comedor, haciendo que el vuelo de nuestros vestidos volara tras nuestros pasos y sonsacara una sonrisa de mi rostro. A veces lo importante era fijarse en las pequeñas cosas. Por eso al llegar y ver en la mesa todos mis platos predilectos, no pude más que apreciar una de mis mas radiantes sonrisas al sentarme y escuchar de soslayo a mi hermana, mientras en mi cabeza ya hacia una lista de lo que primero iba a probar y de lo que iba a dejar para luego. La mesa llena de ramos de flores y candelabros apagados, se encontraba repleto de pequeños y exquisitos pasteles, tostadas, mermeladas de todo tipo, bizcochos y magdalenas de chocolate mi perdición, a parte de una sorprendente cantidad de fruta fresca. En conclusión comida para todo un regimiento y a penas éramos dos bocas que alimentar.

Con decisión acerqué el bol del zumo de naranja recién hecho, y me acerqué una magdalena de chocolate justo cuando mi hermana tomaba su fuente de fresas y de forma divertida intentó meterse una y no atragantarse. Sin poderlo remediar reí ante el comportamiento infantil y gracioso que a veces mi hermana me mostraba. —Tuyas, todas son hermana. —Estuve de acuerdo con ella sin dejar de reír, aprovechando aquellas horas que pasaría en su compañía antes de que partiera lejos. — Pero yo por lo contrario, lo comparto todo contigo, como buena y modélica hermana que soy. Pero no tomes muchas o me quedaré sin desayuno en tu ausencia y no soy tan caritativa. —Dije algo irónica e inocentemente pasándole el plato de magdalenas por si deseaba tomar una. — Como bien sabes el chocolate es del mejor que hay, es belga si mal no recuerdo, que es mucho mejor que el de nuestra tierra. —Comenté dejando el plato entre ambas y tomando el primer bocado de mi magdalena, manchándome los labios con el chocolate sin darme cuenta, cerré los ojos degustando el sabor intenso del chocolate cuando una suave risa hizo que frunciera el ceño y aquel momento de placer terminara. Miré a mi hermana y luego a los lacayos sin entender, recayendo en la copa de cristal que tenía el zumo de naranja y viéndome en el reflejo del cristal me apresuré divertida a quitarme con una de las servilletas el chocolate en mis labios.

Menos mal que estas situaciones ocurren dentro de nuestra casa y no fuera de ella, o ya me llamarían la labios achocolatada. —Dije terminando de retirar todo rastro de mis labios y riendo bebí el zumo, viendo como mi hermana seguía con sus fresas. — Estas segura hermana de no querer que te acompañe? Si no voy yo… ¿quién te aconsejara que dejes de comer fresas antes de ponerte enferma y restar en cama por días por haberte comido demasiadas? —Insistí por última vez con una sonrisa, recordando las veces que se ponía enferma por comer demasiadas y yo restaba cada noche y mañana a su lado haciéndole compañía, llevándole libros, leyéndole, recitándole poemas o lecciones y algunas veces explicándole las novedades de la corte, que aunque lejana de nosotras actualmente ya que no vivíamos en palacio ni en los alrededores más cercanos, siempre parecía llegar algo a oídos de nuestras sirvientas.


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Mensaje por Leonid Dobrev Miér Mar 26, 2014 9:05 pm

Creía que la vida nos concede a cada uno de nosotros unos escasos momentos de pura felicidad. A veces son sólo días o semanas. A veces, años. Todo depende de nuestra fortuna.


Había intentado no reírse, pero la imagen de su hermana con la boca cubierta de chocolate era algo que primero le sacó una sonrisa y después una sonora carcajada. A penas lo hizo, se tapó la boca y comenzó a reírse de forma descarada y juvenil. Estuvo a punto de hacer que sus sirvientes se preocupasen de que pudiera caerse de la silla en la que continuaba sentada. Pero por fortuna para todos, seguía perfectamente erguida en su asiento. Habían sido tantos años de aprender normas de comportamiento, que ya ni siquiera podía hacer algo tan simple como reírse sin perder las formas.


Me preocupa que sigas siendo incapaz de comer sin hacer un espectáculo de ello.- Le dijo con una sonrisa aún en sus labios. Aquello había hecho que ella dejara de pensar en la situación de la que estaban discutiendo antes. Pero como siempre, la realidad se imponía ante los escasos momentos de diversión que poseían. ¿Qué haría con su astuta hermana?. Alma era una mujer sorprendente. Siempre conseguía hacer alguna travesura con la que ella no había contado. Por eso agradecía tener poderes mágicos. De lo contrario, lo más seguro es que hubiese perdido a su hermana en alguna de sus excursiones. Su inocencia a veces la preocupaba. No todos los hombres eran personas que se detendrían ante el peso del título que ostentaba su hermana. Siempre había alguien lo suficientemente atrevido como para tentar a la suerte.

Tomó una de las jarras que contenía la nata para su café y lo echó dentro de la taza con movimientos circulares. Sus ojos seguían el dibujo de la espiral que se formaba en el interior,, mezclando café con nata. Siempre había hecho lo mismo desde que era una niña. Había copiado su gesto al de su padre. Aunque su difunto padre siempre compaginaba sus movimientos, con un ligero golpeteo de los dedos de su otra mano, contra la mesa. Como si el hecho de que echara la nata le arruinase el desayuno por el tiempo que le ocupaba repartirla uniformemente en círculos. Se rió incluso de lo tonto que era el pensamiento, pero a veces nuestras manías son así. Tontas y sin sentido.

-Puedo comer todas las fresas que desee, incluso aunque eso me haga enfermar constantemente. Soy una condesa, y no se contradice a las condesas. - Sonrió y alzo su mirada hacia su hermana, mientras tomaba la taza entre sus manos y le daba un sorbo. Sus ojos le lanzaron el mensaje de “ no vas a conseguir convencerme”. Cuando terminó de tomarse el café au lait, se limpió los labios con un movimiento insinuante. A veces se le olvidaba que ella era una mujer con un montón de gestos robados a los demás.

- Intenta no meterte en problemas en mi ausencia, Alma. Necesito no tener que preocuparme por tu seguridad. No cuando no sé qué me espera en Francia. Así que por favor.- La miró con ojos serios, incluso le dio una sonrisa seca.- No hagas nada estúpido.


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Mensaje por Alma Montcourt Lun Abr 07, 2014 4:41 pm

No había nada más que me gustara tanto como el oír a mi hermana reír. Incluso en momentos en que no debía y precisamente era en ellos, donde la risa me llegaba al corazón y reía de dicha, ya que no siempre se le veía reír, soltarse con aquella ligereza, como en aquellos momentos.

¿Nada entupido? —Enarque la ceja y sonreí — ¡Oh! por favor hermana, ese vocabulario, debemos cuidarlo. Las condesas no usamos esas palabras.  —Le regañé divertida. — Más bien debería de ser “No hagas nada inadecuada o mal visto socialmente” antes que usar el vulgar término de “entupido”.  — Suspiré melodramática y eché a reír ahora yo, acompañando la risa que instantes antes había reverberado en el comedor donde nos encontrábamos. — ¿Y que queréis que haga? Lo de siempre hermana. Saldré con Liliett de Throileth, jugare con suerte al ajedrez con algún joven que se atreva a retarme en el inocente juego… Aceptaré amablemente alguna invitación a los bailes de las noches o alguna obra recomendada por nuestros allegados y como buena hermana que soy, te estaré esperando, escribiéndote dos veces al día. Correspondencia, que espero también recibir constantemente de tu parte desde allí o me preocupareis. Y no deseo estar más preocupada de lo que ya lo estoy, sin haberte todavía ni siquiera marchado de mi lado. — Terminé mi discurso sonriéndole, ignorando por completo aquella sonrisa seca que me había dirigido y volviendo a tomar mi desayuno, me propuse terminarlo ya que quería poder disfrutar de los últimos momentos, horas que tendría con mi hermana antes de su partida.

¿Le apetecería ir a montar? ¿Dar un paseo? O simplemente quería tranquilidad? La tranquilidad que allí de seguro no encontraría entre tanta ceremonia y corte francesa. Suspiré al pensar en el ambiente de allí de la realeza. Era todo mucho más complicado que la realeza de nuestras templadas y tan ricas y prosperas tierras españolas.

Me mordí el labio con nerviosismo mientras pensaba, por que la verdad era que no quería que se fuera. No me gustaba estar alejada de ella. Seguramente este tiempo a solas en nuestro condado, aprovecharía para descansar, levantarme tarde y acostarme aún mas tarde. Poner la casa patas arriba y a la vuelta de mi hermana, todo el servicio se quejaría. Reí al pensar en aquello, volviendo mi mirada a una mas seria al ver como los del servicio me observaban como regañando mi comportamiento, como el sobresalto que les había dado. Me limpié con la servilleta los labios, imitando los gestos de mi hermana, quitándome los restos que pudieran quedar de la leche o las magdalenas en ellos y miré a mi hermana que ya había terminado y me observaba en silencio.

Te apetecería hacer algo? Ir a algún sitio antes de irte… visitar a alguien?  —Pregunté haciéndome ya a la idea que irremediablemente esta vez se tendría que ir y tendría que acatar su decisión como la hermana menor que era. Por lo que en estos últimos momentos solo podría divertirme y aprovechar que aún, todavía estábamos juntas. — ¿Qué me dices? Una carrera al galope, hermana?


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Mensaje por Leonid Dobrev Dom Abr 13, 2014 4:47 am

La responsabilidad enseña a cumplir y asumir poder.

Su gesto serio y distante se suavizó con una mirada de cariño. A veces su hermana podía ser demasiado dulce. Aunque a ella no la engañaba con su “ inocente juego al ajedrez”. La conocía lo suficiente como para que supiera que iba a hacer algo descabellado. Quizás fuera una forma de llamar su atención o sencillamente su forma de ser. Pero Alma siempre tendía a jugar juegos que no entendía muy bien cómo acababan. Mientras no se dedique a pasearse por los barrios bajos todo irá bien, pensó mientras se levantaba con tranquilidad.


Se alisó el vestido y después retiró la silla para abrirse paso por el comedor hasta una de las puertas laterales. - Me regañas por decir la palabra estúpido, pero tú me retas a una carrera de caballos.- Suspiró y negó con la cabeza, mientras sus sirvientes le abrían la puerta con rapidez y sonreían a sus palabras. A veces su propio servicio la sorprendía asintiendo a sus frases. Su tío le había enseñado casi todo lo que sabía, así que su servicio tendía a compararla con su antiguo amo. Afortunadamente para ambas partes, ella sólo había aprendido la parte “buena” del hombre. Sus ideas, costumbre, gestos e incluso el mismo modista confeccionaba sus vestidos. A pesar de ser un hombre, sólo dejaba que su cuerpo fuera cubierto con las mejores telas de Francia. Y ella, para su vergüenza, continuaba ese capricho que sólo podía darse alguien de su clase.  Las partes “ malas” de su tío no las había adquirido. Al menos no hasta que se casase, y aún así, sus gustos diferían de las tendencias homosexuales de su familar. Quizás por eso su servicio vivía más tranquilo con ellas allí.


- No me importaría cabalgar contigo, pero para eso tendría que preparar mi equipaje. No deseo que llegue la hora de almorzar y yo no esté preparada para subir al carruaje.
- Suspiró y se detuvo en la puerta para mirarla. - Será mejor que demos un paseo por el jardín.- Le dijo antes de salir de la sala y caminar hacia el jardín trasero.


Se sentía triste al pasearse por aquellos grandes pasillos. Todos le recordaban que ella tenía sobre sus hombros una gran carga que debía proteger. No sólo el dinero de su familia y su título, sino su hermana y todos los que vivían allí con ella. Si perdía su riqueza no podría mantener a la servidumbre ni su nivel de vida. Si se casaba con alguien inadecuado, todo iría a las manos equivocadas. Odiaba la ley. Era escrita y pensada por hombres. Las mujeres no cabían en su mundo. Habían escasas normas que le permitieran hacer algo por sí mismas. Ella era sólo una mujer que engendraría y crearía una nueva generación para continuar el apellido de su esposo. Todo lo que ella era podría perderse. Su apellido, su tranquilidad y sobretodo, su  libertad. Por eso se mantenía alejada de los varones y sus absurdas pretensiones de cortejo. Podían guardárselas, no las quería. Prefería sus libros y su paz. No en vano estaba trabajando duramente por ello.


Cuando llegó al jardín, sus ojos se cerraron para inspirar el olor de las rosas rojas. Le encantaba aquella parte. Cada uno de ellos, su tío y su hermana, habían plantado alguna flor en el jardín. Cada uno se sentía identificado con alguna, en su caso, eran las camelias rosas. Su olor, textura y la hermosa forma en la que se abrían, siempre la hacían suspirar. Porque en el fondo, ella quería ser como ellas: seductoras y hermosas.



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Mensaje por Alma Montcourt Vie Mayo 23, 2014 2:54 pm

Enseguida mi sonrisa de esperanza por salir a cabalgar con ella, se deshizo de mis labios ante sus palabras. Reí y yendo a replicarle al ver su mirada sobre la mía, avisándome de que no la haría cambiar de opinión, me mordí el labio y asentí.

Yo no veo ninguna relación entre una cosa y la otra. —Le replique yendo con ella hacia la puerta que habían abierto los sirvientes. —Una cosa es hacer algo estúpido y lo otro es salir a cabalgar que bien sabes es un deporte mundial y muy bien visto en la sociedad. —Le sonreí —Y sabes que nada más me gusta tanto después de pintar que un buen paseo a lomos de nuestros caballos.

A pesar de que al final terminé diciéndole e insistiéndole, de nada parecía servir, sacándome con sus palabras la idea de la cabeza tras hablarme y hacer referencia a su equipaje. Al viaje que en poco tiempo, que ni yo misma sabia de cuánto tiempo disponía verdaderamente, se iría de mi lado por unas semanas o quien sabe, si un poco más de tiempo. La miré a los ojos y asentí a sus ojos intentando que mi rostro no se viera tan triste como realmente me encontraba de pensar en su partida.

Al principio no sabía a qué jardín iríamos a ir. No obstante al final como siempre terminábamos yendo a su rincón favorito; el jardín de las camelias. A mí me gustaban más las rosas, aun así sentía predilección por aquellas flores tan amadas por mi hermana, de las que en su ausencia me haría cargo yo. Para que cuando volviera siguieran igual de hermosas esperándola. Fui consciente de su mirada triste, en lo que sin querer ahondar en sus preocupaciones, no le pregunté, recordándome que sería luego cuando le preguntara. No me gustaba ver a mi hermana de aquel modo. Ella era tan fuerte, tan firme, que verla desencajada por la tristeza, ni que fuera apenas una milésima de segundo, me hacía preocuparme y sentir ganas de llorar. Si yo no estaba con ella, quien la haría reír? Me pregunté, jurándome que en lo que le quedase de horas a mi lado la haría feliz. Fue entonces que tomándola de la mano, me acerque a ella hasta abrazarla y así ambas fuimos al jardín.

Al llegar al exterior, el olor a flores. A las rosas, a sus camelias enseguida nos llenaron el olfato de diferentes aromas, y a la vez cerramos los ojos e inspiramos el mágico olor del jardín. Identifiqué cada aroma en mi mente y sonreí. — Cuando vengas estarán listas para hacer perfumes. —Dije abriendo los ojos, acercándome a ella hasta besarle la mejilla. —Seguro que para entonces ya no te queda de tu perfume y necesitaras de más. Igual que yo. —Sonreí y observé las rosas. En un mes o un poco más empezarían a marchitarse, a caerse… a necesitar de más cuidados. Sin embargo las flores terminaban siempre cayendo, lo único que podíamos hacer era conservar la vida del rosal y aprovechar las flores, las rosas y camelias para hacer esencias o perfumes, antes que echarlas y perderse el aroma.

De reojo observé a mi hermana, seguía ausente. Suspiré y me acerque más a ella, hasta abrazarla ahora si por completo. Llevábamos tanto tiempo juntas, que la separación seria lo más doloroso tras años de paz y calma en nuestras vidas solitarias en aquel lugar. —No estés triste Arabella…las rosas se podrán marchitar pero siempre volverán de nuevo. Cada año saldrán de nuevas y aún más esplendorosas. El partir no es tristeza, es alegría y esperanza de que pronto volverás a casa, pequeña. —Dije acordándome de que algo parecido así era lo que nos decía nuestro tío siempre que se ausentaba y nos dejaba solas con las institutrices en la mansión. Resté unos segundos más en silencio, sintiendo sus brazos abrazándome de igual forma. Hasta que finalmente me separé de ella y le sonreí. —Puedes confiarme tus camelias… las cuidaré con tanto esmero y amor, que no sospecharan que las está cuidando la hermana menor. Y aquí estaremos bien, no debes preocuparte. Nada me pasará… nada nos pasará. —Terminé de decir con total confianza, intentando calmar sus miedos.


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Mensaje por Leonid Dobrev Miér Ago 20, 2014 12:24 am

En algún libro había escuchado que los gemelos eran unas criaturas muy interesantes porque compartían una similitud tal en físico, que a veces se llegaba a pensar que en el ámbito sentimental, ambos compartían un lazo irrompible. Ella siempre había mirado a su hermana con una sonrisa interior, pues sabía que a pesar de todas sus diferencias, la perspicacia de Alma era casi terrorífica. No hubo ningún momento en que su hermana se equivocara al interpretar sus silencios e incluso sus miradas. Podía llegar a pensar que era porque ambas eran idénticas, pero la razón era aún más misteriosa. Su lazo, la energía empática que las unía, se encargaba de susurrarle a Alma lo que ella sentía. Este secreto lo sabía porque a pesar de ser bruja, su piel se estremecía cuando Alma estaba en peligro. Era como un detector gigante de las travesuras que metían a su hermana en problemas, lo cual era a menudo gracias a la personalidad que tenía.

- Siempre sabes qué decir, ¿verdad hermanita?.- Sus ojos marrones se dirigieron a otro par idéntico a los de ella, viendo la preocupación que manchaba aquellas hermosas esferas oscuras. Cerró sus ojos para disfrutar el roce de los labios que le daba Alma al besar su mejilla, relajándose contra ella al sentir sus brazos rodeándola. Siempre había sentido que en momentos como este, cuando ella cerraba sus ojos y era abrazada por alguien idéntico a ella, todo cobraba sentido en el mundo. Era como unir dos piezas que debieron ser una desde su inicio, pero que se habían separado para crear algo aún más hermoso.

- Adoro los perfumes, siempre tienen la cualidad de hacerte sentir similar a la fragancia. – Levantó uno de sus brazos para tocar el pelo de Alma y deslizar sus dedos por su cabeza, rozando su mejilla al peinar los cabellos oscuros. Giró su rostro para rozar su mejilla contra la de su hermana, dándole un beso en la nariz para abandonar la postura que siempre tomaba cuando había alguien cerca de ella. Pero cuando estaban solas, se convertía en alguien más cariñoso que sólo se dejaba tocar por su hermana. Siempre había sido así, a pesar de ser la mayor, nunca jugaba con nadie que no fuera Alma. Con ella le bastaba para ser feliz, aunque su hermana no era así, ella siempre se había abierto a los demás disfrutando de su compañía. A veces deseaba no tener tanto miedo a ser rechazada por todos los que la rodeaban.

- Eres muy inteligente Alma. – Rió y se dio la vuelta para darle un beso rápido y fugaz en los labios, un símbolo de fraternidad amorosa. – Te quiero, mucho más que a las camelias, así que ten cuidado en mi ausencia.- La apretó contra ella, apoyando su cabeza contra el hombro de Alma y mostrando por un segundo su vulnerabilidad, suspiró con evidente dolor. Le asustaba estar lejos de ella. Estar unidas las hacía fuerte, como bien había dicho su hermana en el desayuno, pero su amor por ella la hacía ponerse en peligro. Independientemente de lo que sucediera, quería a Alma fuera de ello.



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