Detrás del Velo {Arabella}

por **Jéremie Louis J.** Dom Mar 12, 2017 6:38 pm

“El funeral de los corazones
Y una súplica a la misericordia…”

Dos de la madrugada cerca de la Catedral de Notredame. Si había algo que a penas disfrutada yo de esta dura existencia de mármol, era el visitar las grandes estructuras y edificios que llenaban a París de ciertos misterios oscuros, algunos melancólicos, otros llenos de jolgorio, y otros tan vacíos y abandonados como lo era aquella Catedral. La verdad… es que últimamente percibía entre la humanidad y sociedad parisina que varios ya se han alejado de aquel dios sin rostro que abandona cuando como ser humano, cometes errores. Errar es humano dicen… pero ¿Acaso las bestias como yo también podríamos cometer errores?, ¿Éramos si quiera perfectos, como dicen algunos hipócritas de nuestra especie?... La verdad, no. Caminando entre los patios de la catedral, lleno de ángeles de mármol, y ánimas desahuciadas pensativo iba entre las injusticias que me envolvían… por qué la sangre tiene que ser mi alimento, por qué matar a quiénes tienen tan poco tiempo para vivir… Me destrozaba y dejaba sordo el último respiro de una víctima entre mis brazos….

Era como si una pesadilla se desatase dentro de mi propia realidad. Aun esos cuerpos tan suaves y frágiles de los humanos… perfectos para disfrutarse como se debe sin tener que llegar al punto de muerte. ¡Pero no! Mis ojos enrojecidos de pálpito se desvelan toda una nocturna viendo el agridulce carmesí del cuello sano, de la piel tersa antes de morir… ésa que queda grabada para una imagen post-mortem. Sustrayendo el respiro, el aliento, el movimiento, el gesto de una mirada vacía, ya que nada más le queda que cerrar con pesar los ojos y ser absorbido en cuerpo y alma por una bestia nocturna y sangrienta como yo… No podía evitar aquellos pensamientos tortuosos mientras una de mis manos rozaba las esculturas de esos ángeles que ornamentaban el gran metro cuadrado de la iglesia, catedral, templo… o como deseen llamarle.

Aquellas figuras tiernamente terminadas con detalles propios de la divagación de un artista, me lloraban con lágrimas de sangre, sufriendo la muerte de mi paseo y mi presencia. Acaparando cada paso que daba como si la misma muerte viniese a despertarles de un dulce sopor. El cántico dominical de los coros eclesiásticos quedaban atrapados tal si fuese una caja musical alrededor de Notredame, los podía oír en un eco imperceptible para cualquier mortal trasladándose suaves por el cielo nocturno de aquél moméntum. Escuché también un órgano a lo lejos, que emiten notas para golpear la melancolía de creer algo en lo que todavía si quieran han visto, ni imaginado…. Falsos dioses... era lo que más me molestaba de este mundo.
Ningún mortal, a menos que sea muy perceptivo de su entorno, puede divisar lo que realmente existe… lo que realmente se siente… El dolor, la pérdida…la tristeza, la melancolía… La Muerte… la musa de tantos poetas y artistas… ésa si ha venido entre sueños, entre susurros… entre suspiros e imágenes que todos ignoran por miedo. Eso sí es real… eso sí.

Una ligero y sangriento lacrimal corrió por mi mejilla lentamente…. Yo también lloraba con los ángeles mudos, y saqué del bolsillo de mi largo abrigo negro un pañuelo marrón de género de seda, que tenía grabadas mis iniciales con bordes negros y sencillos, y que prontamente se vieron manchados a partir del llanto de mi alma tan muerta… Me preguntaba ¡por qué!... ¡Por qué tanta melancolía recorría mi ser al encontrarme cerca de estas estructuras tan sublimes!... Supongo que todo lo que me rodeaba me recordaba a mi antiguo hogar, pero… ¿Qué importaba ya? Si yo ahora era un ser sin origen, ni dirección. Permanecer en la ciudad de falsas luces era lo que me quedaba…

Caminé, divagué, caminé, reflexioné…y como ya lo has visto, he llorado… he llorado por la miseria del mundo falso que nos envuelve… De pronto un ligero aroma distinto al de mi propia muerte se hallaba cerca. Y me escondí entre las estatuas de los ángeles, acobijándome de su penumbra. Intenté observar al otro ser que rondaría allí… ¿Pero quién?... ¿Quién rondaría al lado de la muerte enlozada en mármol cerca de las dos de la madrugada de un día domingo? ¿Qué tipo de ser era? No lo pude dilucidar enseguida debido a la distancia, pero sabía que estaba allí. Y aun así no podía llegar a entenderlo en ese instante. Agaché un poco la mirada escondiéndome detrás de la blanca ala del ángel tamaño real que me cubría y descansé mi rostro levemente inclinado hacia un lado, mientras alcé la vista a mis propias tinieblas que parecían cubrir ese cielo falso de mis amores….

Intenté hacer el menor ruido posible, pero si aquella criatura sea humana o sobrenatural me descubría y quisiera acercárseme… le pediría que se alejara. Los encuentros fugaces son un simple infortunio para mí, sirven para vivir un momento en particular pero que con el tiempo y el viento se desvanecerá…. No soportaba la idea de hacerle perder el tiempo a nadie, porque yo tengo tiempo de sobra… pero no todos son como yo. Me regocijé en mí mismo aun escuchando los pasos de quién rondaba cerca… ligeros, curiosos… y ahí estaba otra vez… el maldito miedo que corroe a todos… el miedo a lo desconocido.

¡Pero qué plena desdicha la mía aquella noche! Por qué en todas partes algo existe, y el paso de la muerte no fluye con claridad, derecho y la autoridad que se merece. Aún hay vida… aún hay pero no en mí, no ya… ¡Y de pronto quise sentir sed y olvidarme de los estigmas, pero al mismo tiempo martirizarme con el mismo!...

-Por favor no…- susurré a voz alta, más lo suficientemente suave para no ser escuchado por nadie más que mis delirios.

por **Arabella Gonzaga** Sáb Mar 25, 2017 5:35 pm

Ajuar de Arabella

Arabella corrió el velo de la ventana de su carruaje, observó con atención las calles de París tenuemente iluminadas por las luces de los faroles, miraba con atención y emoción. ¿Hace cuánto tiempo no visitaba tal ciudad?No recordaba, pero era hace años. Con su hermana Francesca solían visitar un lugar en especial, ella arrastrada por la magnifica estructura, su hermana en cambio por la religiosidad que siempre le había acompañado, así que mientras que la mayor de las Gonzaga se arrodillaba frente al altar o en alguna de las largas bancas a solicitar protección para su familia y agradecer por los favores dados, la menor se fundía entre las columnas y las escaleras queriendo siempre ascender para ver la ciudad en todo su esplendor y quizás atreverse a tocar las campanas como solo una travesura.

Hoy la mayor no estaba, las oraciones no habían servido para nada y Arabella cada día más se había alejado de aquel dios que al parecer los había olvidado. Miró a Emanuelle dormido a su lado, acarició sus cabellos y llevó sus ojos casi miel a la nana mientras el carruaje seguía meciéndose. - Iré a dar un paseo.- dijo sin importarle un sí o un no, menos la mirada que confundida la mujer le dio. - Son altas horas de la noche, milady.- fue refutada y sí, lo eran, pero ¿qué importaba? Ella seguía viva, Francesca no. - Lo sé, pero mira- alegre observó por la ventana de nuevo, aún habían personas en la ciudad que siempre había destacado por ser nocturna. - París me llama. ¿Qué de malo podría suceder?- preguntó retórica porque su decisión ya había sido tomada y porque además ¿qué podría sucederle a una bruja?-- No te preocupes.- posó su mano sobre una de las de la mujer con afecto. - Estaré bien.-le aseguró con una media sonrisa volviendo a pegar su cuerpo al asiento de la carroza.

La nana solo suspiró profundo, si la Condesa de Mantua y Venecia lo deseaba así se haría, no había poder humano que la hiciera desistir de sus propósitos. "Si tan solo estuviesen sus padres las circunstancias serían otras." pensó la mujer sin emitir palabra, ellos no estaban y era la realidad. Por su parte Arabella tomó el silencio como una victoria y regresó sus ojos a su sobrino de largas pestañas y respiración tranquila, pacífica, a ella le gustaba verle dormir. - No lo vayas a despertar, que lo lleven directo a su cama...el viaje ha sido largo y debe descansar, mañana iremos al circo.-acarició con un roce muy leve una de las mejillas del niño. - Dicen que es fascinante.- eso había escuchado. La anciana asintió. - Como usted diga, Señora.- y Ara la miró asintiendo con otra sonrisa, era agradable un sí sin oposición.

Un último vistazo a París desde la seguridad de su transporte y haló la cinta roja que tensó la cuerda, haciendo que la campanilla sonara en el exterior para avisar que deseaba bajar. - Buena noche, Zore.- se despidió de la anciana una vez la puerta fue abierta y dejó un beso húmedo y tierno sobre la frente sudorosa de Emanuelle, el pequeño apenas si se removió con la caricia. Fuera hacía frío y una vez bajó ayudada del carruaje apretó su abrigo con fuerza, observando como el vaho escapaba de sus labios al hablar con el cochero, le dio una hora y un lugar donde encontrarle. Y sin más tomó rumbo al este por la Ile de la Cité.

En su marcha reconoció lugares como la esquina donde su padre solía comprar los periódicos por simple tradición cada vez que viajaban allí. "Jamás se puede dejar de estar informado. Ni estando lejos de casa, niñas.", decía sonriente tomando el primer café de la mañana y allí estaría al girar su cabeza el lugar donde su madre las dejaría comer a ella y a su hermana y una sola vez en la vida aquel crème brûlée de la canasta de una niña de sus mismos 7 años pero de cabellos rubios. Recordó también con una sonrisa que aquel día ambas habían tenido dolor de estómago. Allí estaba el Hôtel-Dieu, donde habían estado unas largas horas a consecuencia del postre, pero había valido la pena porque estaban deliciosos.

Y en medio de recuerdos que ella intentaba que fueran felices, pero que cada vez que recordaba otros detalles solo eran como enterrar una aguja de vudú a su corazón, llegó al lugar más especial de Francia para ella. Arabella avanzó hasta los patios de la catedral, perdiéndose entre las estatuas al principio con pasos tímidos, luego y al comprobar que se encontraba sola con una marcha alegre que no procuraba ser silenciosa, era libre de recordar como junto a su hermana se dejaba embriagar por la infancia y corrían persiguiéndose la una a la otra entre risas y sónrió, feliz como nunca con el pasado. Ahora esquivaba arbustos y efigies, imaginando que Francesca le pisaba los pasos, tomó las faldas de su vestido esperando no enredarse con su abrigo.

La italiana llegó a los pies de un alado de mármol blanco mucho más alto que ella y levantó los ojos para observarlo con la respiración aún agitada por la carrera infantil que se había permitido hace unos segundos, aún tenía la sonrisa con la que intentaba alegrarse al mirar aquellos ojos dulces expectantes. - Estar aquí siempre debe ser demasiado aburrido. ¿No?- dijo en su italiano natal risueña y cómplice a la estatua y una idea atravesó su mente, sin poder aún percibir que tras la misma se encontraba un caminante nocturno como ella.

- "Si el clima es frío, si el cielo es oscuro amenazando con tristeza y si tengo ganas de recordar..."-
Dijo solemne con su suave voz, mordió su dedo índice dejando caer unas gotas sobre la tierra. En realidad no las necesitaba, ni para cambiar el clima y menos para crear una ilusión, sin embargo deseaba evocar exactamente lo que allí había sucedido en el pasado y hacerla más vivida a sus ojos.

- "Nieve y sus risas serán. Universo deja que sea real, déjame ver lo que la catedral y yo recordamos sin prisa. Hoy no la hay."-
Arabella giró dando la espalda a la estatua, dejando que fuera su guardián. - Debes recordarnos. Sí, siempre has estado aquí.- le dijo levantando los ojos para ver de nuevo los inertes.

Y con el patio de Notre Dame invadido por las risas infantiles comenzó la ilusión de su hermana de cabellos negros y vestido lila persiguiendo a la niña pelirroja de prendas celestes que se recordaba había sido aquel día, lento bajó la mirada y poco a poco decidió que aparecieran frente a ella a unos lejanos metros rodeando las estatuas que las alejaban, una ilusión que irónicamente ahora era real y no solo escuchaba o veía en su mente, el alado a su espalda si tenía vida podría verla también. Arabella sonrió mientras los copos de nieve comenzaban a caer sobre sus cabellos y abrigo, ladeó la cabeza enternecida y erizada, para esperar que las Gonzaga del pasado llegaran ante ella.

por **Jéremie Louis J.** Lun Abr 10, 2017 10:21 am

La noche suele ser abrigadora, y otras veces pesada y amarga. Aquella noche llena de nostalgia tocaban a mi pecho como espinas, rasgando la vacuidad del animal que se escondía en lo más profundo de mi ser. Sentí de pronto el aroma de la sangre humana entre mis narices, unas pequeñas gotas cayendo, marcando una hora, una posición… un momento. Más tristeza se regocijaba en mi interior, y yo como podría abstenerme a dejarme llevar por ella. Un susurro en el viento, parecía un susurro infantil resonando entre los mármoles de los ángeles más tristes… parecía música que era acompañada por el latir de corazones inocentes… voces, y más voces intoxicaban un recuerdo, una memoria solitaria.

Supe entonces que la humana respiraba una mezcla de alegría disonante dentro del lugar, como si algunos muertos que la rodeaban comenzaran a tener vida. Y bueno, no me sorprendía de aquellos sucesos que a fin de cuentas a los ojos de un vampiro son muy fáciles de ver. Entonces supe de la hechicería que la componía, supe que aquella mujer podía comunicarse con algunos muertos, pero aun así creo que no practicaba la nigromancia y sólo hacía uso de su sabiduría y poderes para amansar una gran ansiedad y pena…. ¿Pero por qué querría hacer eso? Me quedé en mi posición, el aroma de su sangre aun dejaba un halo en mi olfato que me daba una cálida sensación, como si no quisiera entorpecer aquel momento con mis anhelos de sangre, que aunque no eran intensos en ese momento, simplemente la bestia solía renacer en mi ser.

"-¿Por qué hace esto?-" me pregunté a mi mismo, mientras observaba la atmósfera que poco a poco comenzaba a desenvolverse entre nosotros y las memorias de la humana cubrían el lugar.
-¿Por qué lo hace?- me vi en la necesidad de preguntárselo a voz alta con voz lenta y grave, aun escondiéndome detrás de la gran estatua de ángel que cubría mi espalda y me dejaba embelesado ante sus terminaciones, su antigua apariencia y que daba hacia mí una maternal protección, una sensación extraña y tan añeja para mí la cual no había recordado hasta aquel instante.

La nieve comenzó a caer y tocaba el suelo tan suavemente, quedando impregnadas en su blanquecino color aquellas tumbas del lugar, el frío de afuera mezclado con mi interior se hacían uno y pareciera que otro coro de querubines comenzaba a cantar invadiendo mi oscuridad. Me dejé caer sentado, apoyando mi espalda en la estatua y mis ropas poco a poco mojándose con la humedad de la nieve. Todo se hacía agua en ese momento, hasta mis más profundas preocupaciones, mis preguntas y una magia en la cual quería dejarme llevar esa noche….

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