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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Lun Nov 11, 2013 3:57 pm

Estaba nevando; paulatinamente sobre las calles y caminos que llevaban a la inquisición se acumulaba una capa de blanco que borraba bajo de sí cada rastro de las antiguas batallas que habían tenido lugar en esa zona, conspirando para que las almas perdidas cayeran en el olvido. El invierno resultaba cómodo para la gran mayoría de los inquisidores, puesto que no tenían que levantar los cadáveres de criaturas y herejes que iban desparramando en sus jornadas de caza, por lo que olvidar resultaba ser lo más fácil; en un mundo sin memoria, las consecuencias no estaban ahí para entorpecer las reales intenciones de los que se hacían llamar a sí mismos redentores.

Pero para una era importante no olvidar. Ninette, dentro de su carruaje rumbo la sede principal de la inquisición, mantenía sus ojos cerrados y su cuerpo inmóvil sobre su asiento mientras se concentraba en los eventos recién pasados, especialmente en la sangre que había vertido sobre Francia como una lluvia grotesca durante los últimos días. Esos recuerdos eran su alimento, su droga para satisfacerse una y otra vez con sus triunfos hasta que se agotara su efecto satisfactor y necesitase más. No, no lo aceptaba, sino que lo gozaba. ¡Qué mayor honor que ser instrumentos de Dios! Tanto a Él como a su maestro los haría sentir orgullosos de su desempeño.

La joven se sonrió con crueldad aún con sus ojos cerrados, levantando las heridas celadoras de su boca. Ahí estaba su marca de guerra, esa sonrisa cortada que se encargaba de que no pasara un día sin que recordase que era un arma tallada por la cruz. Sus cicatrices aún calientes eran la prueba latente de que lo que había vivido tenía un propósito. Ese fin estaba a la vista para Ninette, aunque para ella debía ser evidente para todos. No había que ser un académico devora-libros para percatarse de la enfermedad que se estaba esparciendo desde los campos hacia las ciudades gracias a esas criaturas inmundas. Aquella peste se traducía en miembros de la propia inquisición acostándose con sus presas, civiles de corazones demasiado débiles como para anteponerse a la seducción de esos ojos infernales, y —una de las cosas que la pelirroja más aborrecía— la aceptación de esos seres como partidarios y defensores de la misma institución que los sentenciaba a las llamas del inferno. “¿Por qué no mejor entregarles el mundo en bandeja de plata?” Era lo que se pensaba la Baronesa de Francia acerca de la facción de los condenados.

La mujer abrió los ojos cuando sintió el carruaje detenerse. Había llegado a su destino por un fin despreciable que no merecía ni un ápice de celebración, aunque así había sido catalogado por las autoridades. Esa noche, en la sede de la inquisición, se llevaría a cabo del nombramiento del nuevo líder de la facción cinco. En la carta que había llegado a las puertas de su mansión no habían especificado el nombre del susodicho, por lo que no podía negar que la curiosidad estaba ahí, pero no precisamente para despertar un sano entusiasmo.

Hemos llegado, su señoría ilustrísima —anunció protocolariamente el chofer. Ninette acomodó su abrigo negro sobre sus ropas y bajó con la ayuda de uno de sus lacayos para dirigirse al desafortunado encuentro.

Furibundos sus pasos sonaban contra el piso congelado mientras se encaminaba al salón designado para la ocasión. Los pasillos se presentaban ante ella prácticamente desiertos, ¿por qué?, porque llegaba tarde a la ceremonia que había comenzado hacía veintiséis minutos y cuarentaitrés segundos, con exactitud. No, no había sido casualidad; era considerado un deber moral de Ninette llegar mortalmente puntual a eventos como esos. Lo que ocurría era que había decidido llegar retrasada deliberadamente como forma de manifestar su repudio hacia los condenados y a los que celebraban actos solemnes como aquellos, obedeciendo sin pensar, como perros amaestrados.

Fue así como llegó al salón cuyas puertas permanecían abiertas por la cantidad de asistentes presentes. La Baronesa alzó una ceja algo extrañada por tal afluencia. ¿Qué tendría de especial el nuevo líder como para haber llamado a esa cantidad de condenados y figuras de importancia de las demás facciones? No se quedó con la pregunta en la cabeza y asomó su rostro entre las multitudes, disimulando su examinación hacia la figura en el centro en medio de sus reverencias a quienes con ella se topaban. Tuvo que pestañear dos veces para asimilarlo cuando vio jurando con su mano derecha sobre una Biblia a…

¿Kournikov? ¿Lo han nombrado a él? No puede ser —pensaba la pelirroja, negando muy sutilmente con la cabeza. Si había alguien entre los condenados que fuera nocivo, ése era Razvan— Están locos. ¿Qué pretenden que pase con la inquisición?

Ninette, quien era muy sobreprotectora con la institución sobre la cual se erigía su vida, se preocupaba de saber todo de todos y de cada uno de los individuos que la componía. Siendo Baronesa de su país, acceder a dicha información era fácil, pan comido, por decir lo menos. Aquel vampiro era peligroso, tenía la certeza, pues sus antecedentes indicaban que era el más inestable de todos los entes que conformaban la sección cinco. No se trataba de cualquier cargo, sino que del líder de un séquito de perdidos, lo que lo convertía en una influencia directa sobre ellos. ¿Y si conspiraba junto a esas bestias? ¿Y si en vez de guiarlos por la senda del santo servicio los estimulaba a cultivar sus instintos insaciables? Era demasiado riesgo como para dejar a la religiosa tranquila, simplemente acatando la decisión de los superiores. Si nadie la tomaba en cuenta, ella sí lo haría. Comprobaría que los peones permanecieran en el lugar correspondiente.

No se encontraba nada de contenta, sino que al contrario, pero además de iracunda, la joven era una cazadora innata. Sabía que parte de atrapar al demonio dentro de su propia maraña de pensamientos impíos era esperar. Y eso hizo, esperó a que cada una de las figuras invitadas saliera del salón de los arcángeles hasta que no quedó ninguna que le estorbara. La ceremonia había terminado. Sólo se encontraban en la estancia Razvan Kournikov y Ninette Quénecánt. El primero se encontraba observando los rostros de las figuras de los arcángeles como si le fuesen a contar un secreto; la segunda en cambio, se mantenía de pié con los brazos cruzados, rehusándose a quitarle la vista de encima al inmortal. Era nocivo en exceso, un insecto letal, un fusil cargado abierto a que lo usara un niño. Viéndolo detenidamente, se daba cuenta de que algo no estaba bien en él además de su naturaleza vampírica. ¿Qué escondía?

¿Qué no puede esconder un cerdo de más de dos siglos de edad? —fijó su vista en la espalda del no-muerto, queriendo taladrar la misma con sus ojos— A mí no me engañas. He pasado demasiado tiempo cerca de la muerte como para no distinguir a sus mensajeros.

En un instante determinado, el vampiro se volteó y los ojos de ambos se toparon. La mirada oscura de Ninette se entrecerró ligeramente, queriendo acaparar la de Razvan, arañar sus globos oculares para que les mostrase a todos que estaba hecho de piedra, que todo en él era mentira. Ese brillo tintineante en sus pupilas no era más que sed de sangre, ansias de devorar los corazones aún palpitantes de sus víctimas. Oh… cómo quería exhibir su putrefacción. Así los condenados aprenderían cuál era su lugar, y todos sus subordinados huirían despavoridos al ver derrumbados sus muros.

Pero algo más indujo a la joven a verlo de esa manera. Casi por una pésima broma del destino, la fémina encontró en Razvan la misma pestilente aura de arrogancia y volatilidad que había hallado en el vampiro que a sus padres había arrastrado al infierno. Estaba ahí; no se trataba del mismo, pero era su viva imagen. Y desde ese momento… lo aborreció.


Última edición por Ninette Z. Quénecánt el Miér Dic 25, 2013 7:51 am, editado 1 vez
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Mensaje por Razvan Kournikov Miér Dic 11, 2013 6:44 pm

‘Bravo. Bravo. ¡Bravo!’ Aullaba una de las cuatro voces en el interior de su cabeza. ‘Has ascendido. De perro de caza, a perro alfa’. Aunque sus compañeros – y él, por supuesto – tenían el mismo tono de voz, no necesitaba ser un genio para identificar que, aquellas frases sarcásticas, provenían de Dracul, quien se hacía llamar así mismo El Rey de los Bastardos. Razvan se limitó a ignorarlo, a sabiendas de que su indiferencia, no bastaría para silenciarlo. Él, simplemente, no tenía ningún poder sobre ellos. Cada uno se las había arreglado para desarrollar su propia personalidad y poder, para luchar por el control de su cuerpo. El hecho de que – hasta el momento – actuaran como simples invitados en su ceremonia, no garantizaba absolutamente nada. El Inquisidor se tenía que ir con cuidado si quería salir bien librado. Ser líder de su propia facción, no solo traía consigo responsabilidades, sino un sinfín de ventajas que no estaba dispuesto a perder solo porque sus camaradas no se comportaran. ‘¿No habrán más compañeros de caza?’ La cuestión, llena de amargura y pesar, pertenecía a Nicusor. El Asesino, había disfrutado jugar con los inquisidores que le emparejaban cuando el aburrimiento le sobrepasaba. Razvan poco había podido hacer. ‘¡Jáh! No seas hipócrita, imbécil. Si te has corrido solo con el pensamiento de mancharte las manos de sangre inocente. ’ Un gruñido amenazó por escapar de su pecho. No caería en las provocaciones de su némesis. Ayudaba a la Iglesia en su lucha. ¿Qué importaba si dejaba que Nic jugara al científico con los cuerpos de los caídos? Un mal menor, por un bien mayor. ‘Y esa es la mierda que te cuentas para mantener tu mente cuerda’, se burló la jodida voz. Sí. No estaba cuerdo, pero era culpa de ellos. Esa misma noche en que su humanidad se extinguió, los escuchó. De alguna forma, sus propios demonios habían llegado a atormentarlo. Se obligó a concentrarse en las palabras que le dirigían. Una vez que pronunciara su juramento, no tendría que preocuparse por mantener su fachada. Era difícil, más no imposible, prestar atención a todos cuando las voces taladraban, con sorna, su cráneo. Maldita sea. Casi podía escuchar el crack que daría paso a la grieta por la que cualquiera de ellos escaparía. ‘¿No es curioso, Razvan?’ ‘¿Qué?’ Respondió, por primera vez, desde que había ingresado a la sala. La siniestra sonrisa de Iorghu era imposible de ignorar. Él, tenía el poder de manifestarse incluso cuando no estaba liderando. De ahí que su boca se estirara en esa cruel mueca. Aunque el apodado Fantasma no les visitaba con regularidad, cuando lo hacía, era de sabios escuchar. ‘Te refieres a nosotros como demonios, cuando eres tú quien los estafa. Nos has traído a su casa. ¡Los estás vendiendo! ¿No lo ves? Nunca te salvarás porque tú, tú también eres el mal.’ Apretó la mandíbula, mientras apartaba la mano de la biblia. ‘No eres el único que ha adquirido poder con este nombramiento. ¿Por qué crees que Dracul se ha mantenido tras la línea? Solo está esperando su oportunidad. Cuando esto termine, atacará. Y Nicusor, ah, él quiere darse un festín con los presentes. ¿No lo sientes? Los corazones de los mortales tocan el réquiem de la muerte.’

La fría y mortífera carcajada de Iorghu aún hacía eco en sus pensamientos cuando su nombramiento como líder de la facción cinco, finalizó. Su sed de poder, de controlarlo todo – dado que no tenía control de sí mismo – le había llevado a codiciar aquél puesto. Recurrió a cualquier artimaña para ganárselo y no se arrepentía de los pasos dados. ‘Por supuesto que no, querías probarme que no eras solo una mascota, pero no te ha funcionado. Sigues siendo el chucho de la Inquisición.’ ¿Era eso? ¡Demonios! ¿Por qué estaba siquiera considerándolo? Dracul era todo lo que odiaba. ‘¿O no?’ Le gruñó el vampiro. ‘¡Retenlos! ¡Míos!’ El medio siseo, medio gemido, era de Nicusor. Arañaba, cada vez con más ahínco, las paredes de su “invisible” celda. ‘No puedes tenerlos. No a todos.’ Se apuró a agregar. Negarse rotundamente a los caprichos de El Asesino, no era recomendable. Lo último que necesitaba en esos momentos, era dar a los que aún no se habían retirado, un gran espectáculo. Nic seguramente se sacaría los intestinos para calmar su ansiedad antes de amenazarlos con cortarse una de las extremidades. Pronto, tendría que darle algo con qué jugar. Deliberadamente, llevó su mano sobre el pequeño pico del hermoso cuervo que se encontraba sobre su hombro. ‘Keyra’, ronroneó el maldito demonio. El ave, que era un cambiaformas, se había vuelto la obsesión del más loco de ellos. Hacía poco que habían descubierto qué y quién era realmente el cuervo y, aunque éste aún no le había perdonado por su traición, seguía alimentándole con los ojos y otras partes más jugosas de sus víctimas. El animal picoteó sus dedos hasta hacérselos sangrar. El dolor mantendría ocupado, al menos, por un momento; a su compañero. Mientras esperaba a que todos abandonaran la sala, recorrió con la mirada las figuras de los arcángeles. En realidad, no las miraba. Fingía hacerlo. Su mente era un laberinto y, por ende, mucho más entretenida que aquéllas representaciones. Iorghu tenía razón, por supuesto; pero había olvidado lo más importante. El nuevo cargo, haría que sus camaradas luchasen contra él con más fuerza. Dracul querría alzarse contra los mortales y convencer a los vampiros condenados que, en la cadena alimenticia, ellos eran los mandamases. A él le gustaba la sangre, mortal e inmortal, lucharía en contra de los ideales de la iglesia. Nicusor, a quién nada le importaba, excepto tener cuerpos en los que trabajar, apostaría a los dos bandos. ‘¿Eso dónde te deja, Iorghu?’ Cuestionó. ‘¿Estás conmigo o en mi contra?’ ¿Tenía el poder para mantener a raya a los tres? No. Su mente tenía un límite. Era como el agua. No podía contenerse una vez se llenara el recipiente. El Fantasma no tuvo oportunidad de contestar, la voz de la fémina interrumpió su conversación. Dracul había sido consciente de ella todo el tiempo. La vida que corría por sus venas, le delataba. Apartó la mano de su mascota. La carne de los dedos había servido como comida para el cuervo. Se los llevó a la boca. Limpió impíamente la sangre mientras se giraba para encontrarse con la mirada de su – ahora única – acompañante. – Ninette. Pronunció el nombre con frialdad y un deje de diversión. Aunque la joven no pertenecía a su facción, poseía un rostro que resultaba imposible de olvidar. Nicusor jamás lo habría permitido. A él le había gustado aquélla cicatriz, pero también le había molestado, por la simple razón de no ser quien la pusiera ahí. Tras su primer encuentro, precisamente en una ceremonia como esa, solo que con otro nuevo líder, ella se había convertido en un objetivo. ‘Mía. Mía. ¡Mía!’ Ahí estaba, reclamándola. ‘Yo haré de su cuerpo una obra maestra.’ ‘¿Cerdo? Creo que me gusta esa fémina.’ Chasqueó la lengua contra su paladar. Desvió la mirada de la inquisidora para apreciar cómo su sangre reparaba el daño en su mano. – Un milagro, ¿no cree? Es una pena que no todos los soldados de Dios puedan curar sus heridas. O tal vez no. Frunció el ceño. – No querríamos dejar sin trabajo a los mensajeros de la muerte. Por suerte para usted, ma chérie, hace mucho que renuncié. ‘M-I-A.’ ‘Calla’. ‘M-I-A’. – Ahora trabajamos en el mismo equipo, por un mismo propósito. ‘Suenas tan falso’. – No pretendo que lo entienda. Se mofó. – Son ellos quienes me han promovido. Por la forma en que terminó su frase, era evidente que daba por zanjada la conversación. ‘No’. Sus hombros se tensaron. ‘Aquí no.’ Exigió. ‘No es el lugar, ni el momento.’

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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Dom Dic 29, 2013 10:50 am

Una extraña sensación de hierro fundido con hielo lamió de abajo a arriba la espalda de la inquisidora cuando escuchó su nombre en los labios del recién nombrado líder de la facción de los condenados; se sentía insultante y prohibido aunque no hubiera decálogo alguno en los estantes de la biblioteca que lo censurase. Sucedía que nadie la llamaba por su nombre de pila, porque demostraba intimidad, así como un grado cercano de confianza y conocimiento que ella no le había entregado y que jamás lo haría. Lo menos quería era que Kourkinov se creyera con dichas atribuciones que sobrepasaban con creces el minúsculo margen que ella estaba dispuesta a darle solamente por pertenecer a la inquisición, aunque si de ella dependiera, celebraría una gran hoguera en las mazmorras para quemar uno a uno los miembros de los sucios centinelas de satanás.

Pero no dependía de ella, por mucho que aquello hiciera tensar la piel maltratada que circundaba su boca. «Mátalo. Hazle pedazos esa lengua insolente» le pedía su sadismo, llevando a su mente una imagen de ella arrancando con sus propias manos la cabeza del inmortal de su cuerpo; sin embargo, la prudencia detuvo la mano de la impulsividad, encerrándola tras barrotes hasta que tuviera permiso de salir. Estaba en el salón de los arcángeles y no debía olvidarlo. Si lo olvidaba, la inquisición no lo haría.

Ninette se tragó su coraje sintiendo cómo éste quemaba su tráquea y entrecerró ligeramente sus duros ojos, enclaustrando a Razvan en ellos como si fuese a mostrar su lado más animal en cualquier momento.

No bien ha pasado una hora de tu nombramiento y ya te estás encomiando a ti mismo, Kournikov. Sin mencionar que ahora piensas osadamente ser digno de confianza por estar… ¿cómo dijiste? «En el mismo equipo», ¿no es así? —arrastró por las baldosas esas palabras que el condenado había usado. Un insolente como pocos, eso era. Rió falsamente en un suspiro antes de mirar nuevamente al insensato que se había cruzado en su camino— Es propio de tu casta luxar las sagradas instituciones para desviarlas con razonamientos sacrílegos actuando desde dentro de ellas. Te sabes muy astuto.

Porque la manzana podrida gangrenaba a las demás. Y la especie humana representaba la manzana más vulnerable de todas, seducida fácilmente por todo aquello que Dios le había advertido que la destruía. Por eso debía apartar de todos los caminos aquellos agentes peligrosos. Era cierto que la idea de compartir supuestamente el mismo objetivo que los condenados jamás la había convencido ni en lo más mínimo, pero Razvan Kournikov tenía algo que hiciera que estuviera el doble de alerta que con los anteriores líderes que habían pasado por su facción. Era como si aquel inmortal dejara un rastro de sangre invisible al pasar, haciendo llorar a la virgen y retorcerse a los ángeles. ¿Qué podía esperar de alguien así? Sus instintos decían que debía esperarlo todo y que no debía esperar nada.

Aunque no estás errado del todo. Confío en ti en cierto aspecto; se puede confiar en los engendros, porque jamás dejarán de ser lo que son. Es irrelevante que vengas a lucir la correa que te han puesto los superiores y que tan dócilmente has aceptado; eso engañará a los hombres que solamente ven, que son la mayoría, pero no a los que piensan. —Y Ninette pensaba demasiado, casi al punto de la paranoia. Según ella, la paranoica servían cuando eras una herramienta purgatoria.

Se atrevió a avanzar un paso más hacia. Era algo muy singular; en esos ojos que apenas podía decirse que llevaban a su alma, porque no la tenía, el foco que los iluminaba no se quedaba quieto en un sitio. Se veía en el centro de sus pupilar un fuego danzante, como si varios demonios lo estuviesen avivando con sus cantos guturales en distintas lenguas paganas. ¿Y qué pasaba cuando diferentes fuerzas impactaban violentamente contra las paredes de un mismo espacio? Inexorablemente llegaba el minuto en que todo estallaba. Ninette lo veía como una bomba de tiempo, un peligroso artefacto que podía hacer volar todo por lo que ella se había inmolado. Ese monstruo tenía que irse, ser borrado antes de que fuera demasiado tarde.

Así fue como la pelirroja, apenas identificando ese destello peligroso en los vidrios de Razvan, se ordenó a sí misma que no dejaría un solo rincón de su turbia existencia sin mostrar a la luz. Lo abriría como si fuera un animal de disección y esparciría sus vísceras por las calles de París hasta que se tornase al polvo. Disfrutaría cada paso. Su ira reprimida lo pedía.

Llevó una de sus manos a las cicatrices en su rostro y se sonrió macabra. Ya estaba cerca.

Habrás imaginado, con la soberbia de tu especie, que yo también caería en tu discurso mal aprendido, pero verás… yo no soy como ellos. —No la seducían ni los placeres ni los vicios del mundo, excepto aquel demandante de muerte que la mantenía con vida y que la encauzaba como un timón. Bajó aquella mano y miró a Razvan desafiante— Tu especie puede leer las mentes. Contéstate a ti mismo si es que acaso mi esencia se parece en algo siquiera a los estúpidos que te promovieron.

Canallas… asesinos.

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Mensaje por Razvan Kournikov Sáb Ene 11, 2014 1:57 am

Ocurría que la mente del condenado, se había divido en cuatro personalidades. Razvan, el inquisidor. Dracul, el vampiro. Nicusor, el asesino. Iorghu, el silencioso. El primero, que era quien se encontraba al mando en esos momentos, sintió moverse a los demás como un nido de víboras. Peligrosos. Astutos. Silenciosos. ¡Pero no se engañaba! Ese era el preludio antes de que atacaran. El objetivo: él. No existía peor enemigo para sus demonios. Ellos, que tenían la maldita costumbre de eliminar las amenazas y cualquier clase de problema que se les presentara; no podían hacer nada contra sí mismos. Estaban esclavizados a su cuerpo. A existir y no hacerlo. Así como él nunca conocería la tranquilidad, tampoco lo harían ellos. La rivalidad existente y el odio visceral que les consumía; eran los culpables de que siempre se encontrasen alertas, desconfiados, preparados. Lo que Ninette le decía no era nada nuevo. Sabía del descontento de los que pertenecían a las otras facciones para con los suyos. Eran tan estúpidos. Perdían el tiempo molestándose por las diferencias, que se olvidaban de recordar que en cualquier momento podrían levantarse en su contra. ‘Y ahora nosotros somos su líder’, agregó uno de ellos. ‘O quizás fue tu propio pensamiento’. Las carcajadas resonaron, iguales y tan distintas. ¿Cómo su propia voz podía parecerle extraña? Su mandíbula se apretó con fuerza y se obligó a permanecer – si era posible – lúcido. El movimiento de la fémina no le pasó desapercibido y justo en ese momento, alguien se estrelló de frente contra su cerebro. Un gruñido bajo brotó de su pecho. ‘No.’ Les prohibió, pero por respuesta solo obtuvo otro golpe. ¡Maldita sea! ¡Ella los estaba provocando! Sintió unos arañazos dentro de la cárcel. Su gruñido se convirtió en un rugido. Mientras la veía seguir el patrón de sus cicatrices, percibió a uno de los demonios muy cerca de la superficie. Rápido, como solo los de su especie pueden, se encontró frente a la joven. – No estoy seguro de que usted conozca el significado de la palabra soberbia. Su boca se torció en una sonrisa déspota. Dracul había llegado.

Se veía exactamente como el inquisidor, pero la arrogancia extrema y la sed de sangre centelleando en sus orbes, eran tan crudas que imantaban. El cuervo sobre su hombro alzó el vuelo ante su repentino movimiento. Antes, no habrían permitido el acceso a un animal al Salón de los Arcángeles; pero muchas cosas habían cambiado con su nombramiento. Si Dracul se lo proponía, con esa facilidad para jugar a las máscaras y a las mentiras, se ganaría la confianza de los suyos. Era él, quien los representaba, quien vería por sus intereses. ¡Y tenía que hacerlo! No eran solo vampiros los que estaban bajo su yugo. Lo cual, sin que nadie supiera, era un gran jodido problema. Dracul se creía superior incluso entre los de su especie. Si Razvan no era capaz de controlar sus ataques, pronto descubrirían lo que se escondía dentro de su cabeza. – Mi especie puede hacer mucho más que leer mentes. Sus colmillos se deslizaron, no porque no pudiese controlarlos. A él, le gustaban las muestras de poder. Estaba orgulloso de ser un vampiro. Uno que provenía de Rumanía, nada menos. – Pero tal parece que ya lo sabes todo sobre nosotros. Como un predador que juega con su presa, la rodeó, se situó detrás de ella. Nicusor se quejó. ¡El bastardo quería seguir apreciando esas cicatrices! Le envió una imagen con el cuerpo de la mujer envuelto en peores condiciones. ‘Haré de ella toda una belleza. Será mi mejor obra de arte’. El condenado soltó un Jáh sonoro. Nic siempre decía lo mismo y todas las víctimas siempre terminaban sin algo. ‘¿Qué quieres de ella? ¿Su piel? ¿Su columna vertebral?’ No hubo respuesta. Bien. Eso mantendría a uno de ellos ocupado. Inspiró. Grabándose su olor. – No es lo que hay aquí... sus dedos masajearon la sien ajena y antes de que ella pudiese golpearlo para alejarlo, él había desaparecido. Estaba ahora inclinado, como si nada, contra la pared contraria a donde la joven se hallaba. Sus brazos cruzados, no le hacían menos perturbador. – ...lo que me interesa. Continuó. – Tu cuerpo en cambio. La recorrió. – Podría darme lecturas mucho más entretenidas. El cuervo se posó de nuevo sobre su hombro. Le picoteó la mejilla, con fuerza. La sangre manó. A Keyra no le gustaba que ellos compartieran el cuerpo de Nic. – Puedes gimotear, luchar e insultarme todo lo que quieras. No hay nada que puedas hacer. Ya soy el líder de la facción con más poder.
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El Halcón y la Serpiente {Razvan Kournikov} Empty Re: El Halcón y la Serpiente {Razvan Kournikov}

Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Sáb Feb 15, 2014 8:53 pm

Un choque. Sólo bastó un choque de ondas malignas entre dos perdidos contrarios para que las sensaciones más amargas salieran a flote. El sadismo de ambos reflejado en sus ojos inyectados no hacía más que sacar las garras de su jaula, buscando arañar lo que tuviesen enfrente, fuera lo que fuera, con tal de abrir un paso que los llevara hacia su presa. Aquel impacto de miradas al cual, le faltó poco para convertirse en colisión de cuerpos, no hizo retroceder a la serpiente; en vez de eso, vio en la mirada arrogante de Razvan el rostro del conversor de sus padres; se mofaba de ella. Oh, Ninette podía firmar con su sangre intacta que leer mentes era lo más inofensivo que los inmortales podían hacer, pues todo en ellos daba luces de su degeneramiento: su piel grisácea, sus colmillos de demonio, su repulsiva manera de alimentarse, la intolerancia a las cosas santas, todo. La baronesa sabía que era posible pasarse noches enteras asqueándose con la mayor depravación del planeta enfrente, pero no para ella; se le hacía insoportable tenerlo allí, a escasos centímetros de ella como un loro parlanchín.

Te conozco a ti, es todo lo que necesito saber de la soberbia. Eres un cerdo, Kournikov, de los peores. Perteneces los que juegan a ser perros hasta oler como uno, pero ¿por qué insultar a los animales? No son ellos los que habitan una tierra que no les pertenece. —arrastró las palabras con odio, haciendo que su boca adquiriera un tinte venenoso. Era lo que salía de su alma, de su cuerpo, pero solamente una parte; el resto se lo guardaba porque no tenía elección— Jamás subestimaría la capacidad de los condenados para demacrar el mundo que han construido nuestros hermanos como lo han hecho ustedes con lo que alguna vez llamaron… ¿“sus almas”? Ridículo —rió demencialmente, propagando el sonido por la estancia. Era indignante que un demonio como Kournikov estuviera ahí, como una ilustre y respetable figura. El mundo se había vuelto loco— ¡Ridículo!

Definitivamente él no la tenía, ni ningún ser aéreo o terrestre que pudiera moverse a esa velocidad bestial. Maldita escoria. Sin duda los vampiros eran el peor castigo a los pecados del hombre, una plaga esparciéndose sobre los espíritus humanos. Sentir a sus espaldas golpeando las paredes de su contención el aura oscura de él, si es que no era eso, era intoxicante. ¡Vesania trashumante! Si verlo con “vida” transitando por los espacios de Cristo provocaba retorcijones en sus órganos vitales, el que estuviera así de cerca clavaba estacas de hielo en su médula espinal. Reprimirse en esas condiciones le costó; cerraba los ojos para concentrarse en que llegase a ella la calma que no había tenido desde nunca. Sus intentos se quebraron más fuerte que el cristal cuando sintió el contacto de su melena roja con las escamas del vampiro. Fue entonces que sus ojos se abrieron de súbito y, más dominada por la ira que por la razón, desenvainó su espada y se giró flexionando su espalda con violencia ligera buscando darle a la existencia de su enemigo su final.  

Pero como la cólera era ciega y no entendía de realidad, su prolongación era sentenciada a morir prematuramente cuando la razón la ataba de manos. Eso fue lo que ocurrió cuando la fúrica Ninette vio al no-muerto apoyado contra la pared. Recordó que él era un vampiro y ella, por muy entrenada que estuviera su destreza y velocidad, era una humana; se dio cuenta de que si quería hacerlo caer dentro de su propia red de mentiras y falsas apariencias, debía ser bajo sus reglas. Fue así como después de haber sentido su sangre en punto de ebullición, la baronesa acomodó su meticuloso peinado así como sus ropas y espada con total calma, haciendo casi imposible creer que su postura impávida hubiera saltado a la defensa hacía unos cuantos segundos atrás. Era así, de extremos. O era hasta los límites o no era. Caliente o frío; lo tibio le daba asco.

Me equivoqué; llamarte cerdo sería halagarte en exceso, sucia sabandija. Hasta los puercos tienen el honor de atacar de frente —sería pedirle demasiado, eso pensaba. Correcto, si el líder de los condenados quería sofocarse en su prepotencia, que lo hiciera— Sigue acumulando razones para matarte, Kournikov. Tu supuesto poder no se traducirá en nada, ya lo verás. Acabarán abriendo los ojos ante la amenaza que eres. Sea que los engañes con adulaciones o supuestas intenciones de hacer el bien, los que te han nombrado serán los mismos que pedirán que tome tu cabeza al final. Y eso sucederá no por mi mano, sino por la tuya. —Si así se comportaba dentro de un salón solemne como ese, ya se lo imaginaba despedazando cuerpos en las calles. Era perfecto. Terminaría delatándose solo. Sólo tenía que estar pendiente hasta que eso ocurriera— Ningún engendro, ni siquiera los vampiros, fueron hechos para resistir dentro de jaulas. Y las barras que te mantienen preso son bastante débiles.

Podía crearse al animal más inteligente y peligroso del mundo, pero seguía siendo un animal. Los animales tenían múltiples necesidades, pero los vampiros una sola. Ninette miró hacia su puño izquierdo, el cual había mantenido tenso durante un buen rato, y lo relajó, dejando ver las frescas heridas que habían dejado sus uñas en su palma. Ahí relucía la razón de tanta lujuria infernal: sangre. Por un condenado trago de ese rojo licor, Ninette había tenido que pagar con sus padres, su rostro y su paz. Si ella no la tendría jamás, mucho menos permitiría que Kournikov que la consiguiera.

¿Ves esto? —dijo con completa frialdad, mientras observaba un par de gotas caer al piso. Daba igual si el condenado la atacaba. Con la muerte de una, miles se levantarían. Caería, pero llevándose a Kournikov consigo— Es un recordatorio. No necesitas leer mi cuerpo para entenderlo.

Significaba que sin importar la magnífica celda que hubiera edificado Razvan, seguía siendo el arquitecto de la misma, y por ende si realmente deseaba salir, nada se lo impediría. La sangre lo movía. Un paso en falso y caería en la trampa, en su propia trampa.
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