AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El silencio también escucha tus palabras || Étienne Jousset
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El silencio también escucha tus palabras || Étienne Jousset
Siempre quejándose de todo y a la vez fingiendo no darle importancia a nada,
vives en esperanzas pero no sabes ni que esperas.
J. C.
vives en esperanzas pero no sabes ni que esperas.
J. C.
Sus pies habían obtenido el color café que a la pobreza caracterizaba. Caminaba descalza, los zapatos no eran para ella, o no en esa época, sus zandalias se habían roto, el poco dinero que había juntado con la venta de sus telas se habían ido tan rápido como habían llegado, todo por culpa de ese maldito gitano que tontamente aceptó cuidar. Su tienda ya no era la misma, sólo una mitad se encontraba limpia, ordenada. La otra estaba echa trizas, incluso en ocasiones olía mal. A veces deseaba echar a ese malagradecido a la calle, dejar que lo mataran a base de pedradas, pero no lo hizo, no lo hará, se resiste porque no es una desalmada, porque en su conciencia no caerá la muerte de un infeliz. Milenka gastó todo en hierbas que pudieran ayudarle a hacer remedios; después de pensarlo con claridad, se daba contra la pared, no había valido la pena, habría sido mejor dejarlo muerto. Si, muerto.
Por eso caminaba sin rumbo fijo, se alejaba con la mirada perdida, cansada de la vida, cansada de las traiciones, pero el mundo era así, más en uno del hombre era el que mandaba. Ella tenía un claro dominio en la situación, pero si él se daba cuenta de su poder, la joven terminaría perdiendo más que ganando. Que triste, que denigrante, que gran realidad.
El día anterior había recibido telas finas que su padre le había enviado desde tierras lejanas, ese hombre queriendo reivindicarse con una joven que no deseaba ni siquiera llevarlo a la mente, pero reconocía que amaba sin medida las texturas, los olores, los colores, además que sin ellas probablemente estaría miserable, más de lo normal, su intención no era morir de hambre, ni de frío, así que podía vivir aprovechándose de ese asqueroso ser. La gitana se encuentra fastidiada, ni siquiera los tambores que se escuchaban a lo lejos al igual que las risas le motivan, tampoco el calor de la fogata que hace su comunidad para danzar alrededor, simplemente necesita alejarse. ¿Robar a un rico? Quizás la idea de poder hacer sufrir a esos abusivos, sumado con la adrenalina que le produciría el ser descubierta le vuelva a su estado de luz normal, pero no, prefirió seguir avanzando.
Tarareó, relajarse es lo que necesitaba. su voz al final formó frases coherentes, canciones que le hacían recordar a su madre. ¡Le encantaba! A la gitana le gustaba la música, el conjunto de sonidos que están a cada paso que ella daba, por eso mientras avanzaba, su cuerpo comenzó a deslizarse en bailes incluso dio vueltas, no importaba si una pequeña piedra se incrustaba en la planta de su pie, ella comenzó a relajarse, en su cabeza ya ni siquiera se encontraba esa molestia masculina; Milenka se dio cuenta que su vida estaba pasando demasiado rápido. Tenía la edad para incluso ya tener dos hijos, sin embargo tenía nada. Para ella su situación era rara, cambiar tan rápido de pensamientos, de sentimientos, de todo eso le confundía, le dañaba, quizás lo mejor era irse de Paris, alejarse, buscar una nueva comunidad ¿qué habría de malo en eso?
Sin darse cuenta se encontraba frente al lago, de seguir perdida en sus pensamientos se habría caído, sumergido en el agua, pero se frenó a tiempo. Miró a su alrededor risueña por su torpeza, y metió sus pies en el agua, buscando que se llevara la hasta ese momento notoria suciedad. Sus dedos se movieron, se separaban sintiendo la pequeña tierra mojada, húmeda. Fleccionó el cuerpo hacía el frente para tocar el agua con sus manos, incluso chapoteó un poco, así, como una pequeña niña distrayéndose con algo tan sencillo, natural, pero significativo. La naturaleza bendita se trataba de una de sus más grandes inspiraciones. la joven en ocasiones se preguntaba si de verdad debía seguir sus raíces romaní, su parte salvaje, natural, siempre salía a la luz, comprendía que ella no podría ser de otra forma, ni siquiera en broma, porque sería negarse a si misma.
- ¡Ideas! ¡Pensamientos! ¡Palabras al viento! ¡Cómo si alguien me escuchara! - Gritó fuerte haciendo que su voz se perdiera en un eco que podría volverse fastidioso dada la hora, dado el clima tan caluroso. Se sentó en la orilla, su posición ahora constaba de sus piernas cruzadas una encima de la otra, y sus manos cada una en una rodilla. - ¿Nadie me escucha? - Dijo de nuevo en voz alta - Quizás hablar con uno mismo no este mal, quizás… - Susurró para si misma, dándose cuenta de la triste y solitaria escena que estaba dando a observar.
Por eso caminaba sin rumbo fijo, se alejaba con la mirada perdida, cansada de la vida, cansada de las traiciones, pero el mundo era así, más en uno del hombre era el que mandaba. Ella tenía un claro dominio en la situación, pero si él se daba cuenta de su poder, la joven terminaría perdiendo más que ganando. Que triste, que denigrante, que gran realidad.
El día anterior había recibido telas finas que su padre le había enviado desde tierras lejanas, ese hombre queriendo reivindicarse con una joven que no deseaba ni siquiera llevarlo a la mente, pero reconocía que amaba sin medida las texturas, los olores, los colores, además que sin ellas probablemente estaría miserable, más de lo normal, su intención no era morir de hambre, ni de frío, así que podía vivir aprovechándose de ese asqueroso ser. La gitana se encuentra fastidiada, ni siquiera los tambores que se escuchaban a lo lejos al igual que las risas le motivan, tampoco el calor de la fogata que hace su comunidad para danzar alrededor, simplemente necesita alejarse. ¿Robar a un rico? Quizás la idea de poder hacer sufrir a esos abusivos, sumado con la adrenalina que le produciría el ser descubierta le vuelva a su estado de luz normal, pero no, prefirió seguir avanzando.
Tarareó, relajarse es lo que necesitaba. su voz al final formó frases coherentes, canciones que le hacían recordar a su madre. ¡Le encantaba! A la gitana le gustaba la música, el conjunto de sonidos que están a cada paso que ella daba, por eso mientras avanzaba, su cuerpo comenzó a deslizarse en bailes incluso dio vueltas, no importaba si una pequeña piedra se incrustaba en la planta de su pie, ella comenzó a relajarse, en su cabeza ya ni siquiera se encontraba esa molestia masculina; Milenka se dio cuenta que su vida estaba pasando demasiado rápido. Tenía la edad para incluso ya tener dos hijos, sin embargo tenía nada. Para ella su situación era rara, cambiar tan rápido de pensamientos, de sentimientos, de todo eso le confundía, le dañaba, quizás lo mejor era irse de Paris, alejarse, buscar una nueva comunidad ¿qué habría de malo en eso?
Sin darse cuenta se encontraba frente al lago, de seguir perdida en sus pensamientos se habría caído, sumergido en el agua, pero se frenó a tiempo. Miró a su alrededor risueña por su torpeza, y metió sus pies en el agua, buscando que se llevara la hasta ese momento notoria suciedad. Sus dedos se movieron, se separaban sintiendo la pequeña tierra mojada, húmeda. Fleccionó el cuerpo hacía el frente para tocar el agua con sus manos, incluso chapoteó un poco, así, como una pequeña niña distrayéndose con algo tan sencillo, natural, pero significativo. La naturaleza bendita se trataba de una de sus más grandes inspiraciones. la joven en ocasiones se preguntaba si de verdad debía seguir sus raíces romaní, su parte salvaje, natural, siempre salía a la luz, comprendía que ella no podría ser de otra forma, ni siquiera en broma, porque sería negarse a si misma.
- ¡Ideas! ¡Pensamientos! ¡Palabras al viento! ¡Cómo si alguien me escuchara! - Gritó fuerte haciendo que su voz se perdiera en un eco que podría volverse fastidioso dada la hora, dado el clima tan caluroso. Se sentó en la orilla, su posición ahora constaba de sus piernas cruzadas una encima de la otra, y sus manos cada una en una rodilla. - ¿Nadie me escucha? - Dijo de nuevo en voz alta - Quizás hablar con uno mismo no este mal, quizás… - Susurró para si misma, dándose cuenta de la triste y solitaria escena que estaba dando a observar.
Milenka Sandoje- Gitano
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Fecha de inscripción : 01/12/2011
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Re: El silencio también escucha tus palabras || Étienne Jousset
Unos pies ligeros impactaban contra uno de los tantos caminos empolvados de París a la vez que otro más pesados les seguían. Nuevamente Étienne Jousset, o Boniface, como lo llamaban sus amigos callejeros más íntimos, tenía que escabullirse con mercancía robada para poder comer. En esos momentos sentía la falta que le hacía su hermana, pues con un par de pies más, todo era mucho más sencillo, pero desgraciadamente no era el caso, ya que uno de los dueños del puesto del que había tomado el elote que llevaba bajo el brazo le pisaba los talones.
– ¡Vuelve acá, mugroso ladrón! –gritaba el verdulero, negándose a dejarlo ir. No sabía que el impulsivo malandrín era igual de tenaz.
Miró hacia atrás con esa vista celeste sin dejar de correr, hallándose cara a cara con el trabajador. Aquel hombre se veía furioso, dispuesto a golpearlo con esa vara que llevaba bajo su abrigo, pero Étienne entendía que tenía una ventaja. Cuando el chita perseguía al antílope, tenía un cincuenta por ciento de probabilidades de alcanzarlo. Podía ser que el chita, ganador de medallas predilecto en la madre naturaleza, fuera más rápido que su presa, pero el cornudo animal lo superaba en resistencia. Ésa era su ventaja. Tenía la juventud, y unas piernas bastante sanas que le darían uan oportunidad de escaparse ileso y con el estómago lleno.
La suerte estuvo de su lado al permitir que las piernas marchitas de su cazador le pasaran la cuenta y terminaran por dejarlo atrás. El muchacho suspiró de alivio cuando comprobó con una última mirada que ya no lo seguían, pero no dejó de correr, puesto que sabía que después de los defensores de la justicia, venían las “hienas” como él las llamaba, que no eran nada más ni nada menos que los demás ladrones demasiado cobardones como para arriesgar su pellejo en medio de las multitudes que Étienne había enfrentado para obtener su comida.
Solamente se sintió seguro de ralentizar su trote cuando la vegetación comenzó a hacerse más espesa a medida que avanzaba. “Si ves verde, estás a salvo”, o eso entendía. Fue así que dejó su carrera para comenzar a caminar y llegar hasta orillas del río. Estaba tranquilo, debido a que el invierno se había encargado de congelar las más altas superficies de las colinas, volviendo densa el agua y quietos los alrededores. Pocas vida se escuchaba.
– Vaya suerte que tienen los animales –pensaba el vagabundo mientras le echaba un vistazo a su alimento, verificando que no hubiera ninguna oruga escondida– Si pudiera invernar como ellos, lo haría hasta que se me pasara el hambre. ¿Qué mejor que dormir con la barriga llena hasta el tope?
Se sonreía con ese pensamiento mientras subía a un árbol firme y de no demasiada altura para poder comer con calma y a la vez mantenerse alerta por que se acercaba alguna clase de amenaza. Comenzaba a masticar a gusto lo amarillo de su comida cuando vio acercarse al agua a una joven mujer, cuya edad difícilmente podía sobrepasar la de él. Por sus ropas dedujo que se trataba de una gitana, una de rostro un tanto desanimado y pensativo. ¿Por qué el agua siempre atraía a personas en ese estado? Debía ser porque necesitaban ver su reflejo para recordar quiénes eran y para obtener una respuesta a la pregunta de hacia dónde ir. Étienne no necesitaba averiguar eso; se haría más pobre y más débil con el pasar de los años hasta morir enfermo y punto , pero entendía que otros pudieran tener un futuro más esperanzador que el de él.
Como era muy curioso, no dudó inclinar su cuerpo ligeramente hacia delante para asomar su cabeza entre las ramas y observar lo que la fémina hacía. ¿Estaba hablando sola? Vaya, sí que estaba loquita. Étienne tuvo que contener su risa para no atorarse con su propia comida. No conocía bien a los gitanos; la mayoría del tiempo los evitaba porque le rivalizaban las oportunidades de robo, pero ella se le hacía más extraña de lo normal, porque… ¿cuántas mujeres iban por ahí cruzando las piernas y enseñando los tobillos? Bueno, los tenía lindos, pero…
– ¡Woah! –un mal apoyo terminó por botar al joven del árbol para dejarlo boca abajo tras la gitana. Se levantó con prisa, sin siquiera sacudirse el polvo de las ropas. Ya veía que se ganaba un golpe por males entendidos– No es lo que parece, lo juro. Yo pasaba por aquí, no estaba queriendo verte ni nada parecido, nada de mi interés. Oh, oh. Eso no sonó nada bien. No es que no tengas nada para ver, estás bastante bien por esos tobillos que andas mostrando. No, no, olvida eso también. Lo que quiero decir es que… –se enredaba en sus mismas palabras mientras intentaba negar con sus brazos todo pensamiento errado. Ya ni le interesaba caer bien; sólo quería salir de ahí con su integridad física intacta. Había oído que las gitanas tenían un buen gancho.
– ¡Vuelve acá, mugroso ladrón! –gritaba el verdulero, negándose a dejarlo ir. No sabía que el impulsivo malandrín era igual de tenaz.
Miró hacia atrás con esa vista celeste sin dejar de correr, hallándose cara a cara con el trabajador. Aquel hombre se veía furioso, dispuesto a golpearlo con esa vara que llevaba bajo su abrigo, pero Étienne entendía que tenía una ventaja. Cuando el chita perseguía al antílope, tenía un cincuenta por ciento de probabilidades de alcanzarlo. Podía ser que el chita, ganador de medallas predilecto en la madre naturaleza, fuera más rápido que su presa, pero el cornudo animal lo superaba en resistencia. Ésa era su ventaja. Tenía la juventud, y unas piernas bastante sanas que le darían uan oportunidad de escaparse ileso y con el estómago lleno.
La suerte estuvo de su lado al permitir que las piernas marchitas de su cazador le pasaran la cuenta y terminaran por dejarlo atrás. El muchacho suspiró de alivio cuando comprobó con una última mirada que ya no lo seguían, pero no dejó de correr, puesto que sabía que después de los defensores de la justicia, venían las “hienas” como él las llamaba, que no eran nada más ni nada menos que los demás ladrones demasiado cobardones como para arriesgar su pellejo en medio de las multitudes que Étienne había enfrentado para obtener su comida.
Solamente se sintió seguro de ralentizar su trote cuando la vegetación comenzó a hacerse más espesa a medida que avanzaba. “Si ves verde, estás a salvo”, o eso entendía. Fue así que dejó su carrera para comenzar a caminar y llegar hasta orillas del río. Estaba tranquilo, debido a que el invierno se había encargado de congelar las más altas superficies de las colinas, volviendo densa el agua y quietos los alrededores. Pocas vida se escuchaba.
– Vaya suerte que tienen los animales –pensaba el vagabundo mientras le echaba un vistazo a su alimento, verificando que no hubiera ninguna oruga escondida– Si pudiera invernar como ellos, lo haría hasta que se me pasara el hambre. ¿Qué mejor que dormir con la barriga llena hasta el tope?
Se sonreía con ese pensamiento mientras subía a un árbol firme y de no demasiada altura para poder comer con calma y a la vez mantenerse alerta por que se acercaba alguna clase de amenaza. Comenzaba a masticar a gusto lo amarillo de su comida cuando vio acercarse al agua a una joven mujer, cuya edad difícilmente podía sobrepasar la de él. Por sus ropas dedujo que se trataba de una gitana, una de rostro un tanto desanimado y pensativo. ¿Por qué el agua siempre atraía a personas en ese estado? Debía ser porque necesitaban ver su reflejo para recordar quiénes eran y para obtener una respuesta a la pregunta de hacia dónde ir. Étienne no necesitaba averiguar eso; se haría más pobre y más débil con el pasar de los años hasta morir enfermo y punto , pero entendía que otros pudieran tener un futuro más esperanzador que el de él.
Como era muy curioso, no dudó inclinar su cuerpo ligeramente hacia delante para asomar su cabeza entre las ramas y observar lo que la fémina hacía. ¿Estaba hablando sola? Vaya, sí que estaba loquita. Étienne tuvo que contener su risa para no atorarse con su propia comida. No conocía bien a los gitanos; la mayoría del tiempo los evitaba porque le rivalizaban las oportunidades de robo, pero ella se le hacía más extraña de lo normal, porque… ¿cuántas mujeres iban por ahí cruzando las piernas y enseñando los tobillos? Bueno, los tenía lindos, pero…
– ¡Woah! –un mal apoyo terminó por botar al joven del árbol para dejarlo boca abajo tras la gitana. Se levantó con prisa, sin siquiera sacudirse el polvo de las ropas. Ya veía que se ganaba un golpe por males entendidos– No es lo que parece, lo juro. Yo pasaba por aquí, no estaba queriendo verte ni nada parecido, nada de mi interés. Oh, oh. Eso no sonó nada bien. No es que no tengas nada para ver, estás bastante bien por esos tobillos que andas mostrando. No, no, olvida eso también. Lo que quiero decir es que… –se enredaba en sus mismas palabras mientras intentaba negar con sus brazos todo pensamiento errado. Ya ni le interesaba caer bien; sólo quería salir de ahí con su integridad física intacta. Había oído que las gitanas tenían un buen gancho.
Étienne Jousset- Humano Clase Baja
- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 13/10/2013
Re: El silencio también escucha tus palabras || Étienne Jousset
Milenka era una persona tranquila, pasiva, incluso demasiado feliz, todo el tiempo adornaba en su rostro aquella sonrisa que podía iluminar el corazón de incluso, el menos favorecido, pero su mal humor le había apocado la luz propia, así que decidió alejarse de todo aquel al que pudiera hacerle un daño con su carácter tan voluble y cambiante; mirar el lago siempre le resultó un buen remedio, ¿Por qué? porque su madre le contó que ella había sido concebida por amor enfrente de uno. Quizás eso era uno de sus recuerdos no vividos pero si favoritos, le hacía sentir especial, amada y deseada en algún punto. Todo había cambiado gracias a la envidia, la ambición y el egoísmo de un hombre que se hizo llamar su padre ¿Por qué todos los hombres a los que frecuentaban tenían que ser unos idiotas? Esa pregunta siempre la tenía en la cabeza, pero nunca la pudo responder ya que algunas cosas no tienen explicación, simplemente suceden.
Aventurarse en sus propios pensamientos solía ser en ocasiones como en tornado en medio de una ciudad: catastrófico. Agradeció internamente aquella interrupción que le hizo sobresaltarse. Incluso ella, que no había caído frente a nadie, se puso de pie de un salto, giró su figura para buscar al intruso. No se había dado cuenta que tenía compañía, ni siquiera iba a arremedarle, dado que el joven comenzó a hablar tontería y media, su rostro asustado por la entrada abrupta cambió, su mirada ahora era inquisitiva, sus labios se habían tensado en una linea recta a causa de la mueca. Gruñó en posición defensiva, con las piernas flexionadas, quien quiera que fuera no le iba a causar daño, no al menos que ella misma lo permitiera.
- ¡Cállate! - Le ordenó furiosa, con las manos echas dos puños pequeños. - No haces más que meter tu soga el cuello con cada palabra que das - Volvió a hablar mostrando su dentadura perfectamente alineada - ¿Qué estabas haciendo por ahí? ¡Incluso grité por si alguien me escuchaba y no recibí respuesta! ¿Estabas husmeando? - Suspiró, su cabeza se movió inclinándose hacía abajo notando sus ropajes; carcajadas burlonas salían de entre sus labios por culpa del joven. ¿De verdad le habían gustado sus tobillos? Eso era tan extraño, nadie le había hecho un comentario de ese tipo, ni siquiera en su comunidad, pero era obvio, ellos estaban acostumbrados a ropajes menos cargados entre sus mujeres; como pudo se calmó - No me digas que te dejas impresionar por unos simples tobillos - Milenka era una mujer que restaba importancia a tales cosas, no tenía pudor alguno, quizás porque no había experimentado demasiado deseo sexual hacía alguien, más bien su actividad había sido nula, su relación con los hombres limitada, por eso no medía la gravedad de la situación.
- Por favor, no pareces el tipo de chico refinado, con modales aburridos que sólo hacen quedar bien con aquellos que tienen dinero, basta con ver tus ropajes para darme cuenta que eres igual o incluso peor que yo - Se encogió de hombros, se notaba que seguía aun de mal humor, incluso ella reconocía que la interrupción de su momento solitario la puso más irritable; la gitana tomó algunas bocanas de aire para poder calmar su estado. Ella no era una joven que dañaba a los demás con el don de la palabra, por el contrario, pero a veces, sólo a veces, las personas merecían, tenían el derecho de poder reaccionar de mala manera sin necesidad de ser juzgados; Milenka alzó las manos por encima de su cabeza, como pidiendo una tregua sin articular palabra, disculpándose en silencio por sus malas reacciones - Calma, no pasó nada, así como tu no sabes porque estoy aquí, yo tampoco sé porque estás aquí, así que cada quien sus asuntos, el lago es libre - Le dio la espalda, con rapidez se volvió a sentar en la misma posición, sus tobillos volvieron a quedar expuestos. ¡Para lo que le importaba!
- Por cierto, tu comida se ha llenado de tierra por la caída, te recomiendo que la enjuagues en el río, a veces hay animales asquerosos a esta hora y no creo que quieras comértela con ellos, el agua del lago no es tan fría - Se encogió de hombros de nuevo pero ahora sin verlo - Y no veas mis tobillos, si lo haces tendrás que dejarme ver los tuyos - Soltó una risita traviesa, era evidente que le estaba molestando, bromeando, sólo eso. No es que quisiera ver más, Milenka no era una chica que se insinuara, tampoco es que no sintiera deseo, pero en ese momento de su vida era lo que menos importaba.
- Si pensabas quedarte sólo en este lugar, te tengo una noticia, yo llegué antes, no pienso moverme, así que si deseas compañía puedes sentarte a mi lado, y sin ver mis tobillos - Volvió a aclarar, pro esta vez sólo lo hizo para molestarle, el mal humor incluso había disminuido un poco. El haberle hablado de mala manera la hizo perder tensión a tal grado que su cuerpo parecía haber descansado por varias noches seguidas.
Aventurarse en sus propios pensamientos solía ser en ocasiones como en tornado en medio de una ciudad: catastrófico. Agradeció internamente aquella interrupción que le hizo sobresaltarse. Incluso ella, que no había caído frente a nadie, se puso de pie de un salto, giró su figura para buscar al intruso. No se había dado cuenta que tenía compañía, ni siquiera iba a arremedarle, dado que el joven comenzó a hablar tontería y media, su rostro asustado por la entrada abrupta cambió, su mirada ahora era inquisitiva, sus labios se habían tensado en una linea recta a causa de la mueca. Gruñó en posición defensiva, con las piernas flexionadas, quien quiera que fuera no le iba a causar daño, no al menos que ella misma lo permitiera.
- ¡Cállate! - Le ordenó furiosa, con las manos echas dos puños pequeños. - No haces más que meter tu soga el cuello con cada palabra que das - Volvió a hablar mostrando su dentadura perfectamente alineada - ¿Qué estabas haciendo por ahí? ¡Incluso grité por si alguien me escuchaba y no recibí respuesta! ¿Estabas husmeando? - Suspiró, su cabeza se movió inclinándose hacía abajo notando sus ropajes; carcajadas burlonas salían de entre sus labios por culpa del joven. ¿De verdad le habían gustado sus tobillos? Eso era tan extraño, nadie le había hecho un comentario de ese tipo, ni siquiera en su comunidad, pero era obvio, ellos estaban acostumbrados a ropajes menos cargados entre sus mujeres; como pudo se calmó - No me digas que te dejas impresionar por unos simples tobillos - Milenka era una mujer que restaba importancia a tales cosas, no tenía pudor alguno, quizás porque no había experimentado demasiado deseo sexual hacía alguien, más bien su actividad había sido nula, su relación con los hombres limitada, por eso no medía la gravedad de la situación.
- Por favor, no pareces el tipo de chico refinado, con modales aburridos que sólo hacen quedar bien con aquellos que tienen dinero, basta con ver tus ropajes para darme cuenta que eres igual o incluso peor que yo - Se encogió de hombros, se notaba que seguía aun de mal humor, incluso ella reconocía que la interrupción de su momento solitario la puso más irritable; la gitana tomó algunas bocanas de aire para poder calmar su estado. Ella no era una joven que dañaba a los demás con el don de la palabra, por el contrario, pero a veces, sólo a veces, las personas merecían, tenían el derecho de poder reaccionar de mala manera sin necesidad de ser juzgados; Milenka alzó las manos por encima de su cabeza, como pidiendo una tregua sin articular palabra, disculpándose en silencio por sus malas reacciones - Calma, no pasó nada, así como tu no sabes porque estoy aquí, yo tampoco sé porque estás aquí, así que cada quien sus asuntos, el lago es libre - Le dio la espalda, con rapidez se volvió a sentar en la misma posición, sus tobillos volvieron a quedar expuestos. ¡Para lo que le importaba!
- Por cierto, tu comida se ha llenado de tierra por la caída, te recomiendo que la enjuagues en el río, a veces hay animales asquerosos a esta hora y no creo que quieras comértela con ellos, el agua del lago no es tan fría - Se encogió de hombros de nuevo pero ahora sin verlo - Y no veas mis tobillos, si lo haces tendrás que dejarme ver los tuyos - Soltó una risita traviesa, era evidente que le estaba molestando, bromeando, sólo eso. No es que quisiera ver más, Milenka no era una chica que se insinuara, tampoco es que no sintiera deseo, pero en ese momento de su vida era lo que menos importaba.
- Si pensabas quedarte sólo en este lugar, te tengo una noticia, yo llegué antes, no pienso moverme, así que si deseas compañía puedes sentarte a mi lado, y sin ver mis tobillos - Volvió a aclarar, pro esta vez sólo lo hizo para molestarle, el mal humor incluso había disminuido un poco. El haberle hablado de mala manera la hizo perder tensión a tal grado que su cuerpo parecía haber descansado por varias noches seguidas.
Milenka Sandoje- Gitano
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Re: El silencio también escucha tus palabras || Étienne Jousset
La primera reacción de Étienne fue hacer su rostro hacia atrás, preparándose para la nube de polvo que seguramente levantaría el alarido de la indignada gitana. Era impresionante encontrarse con una mujer que con ganas de sacarle el máximo provecho a sus pulmones, como en una competencia de carnaval. Ante ese espécimen de fémina, para nada preocupada de no exceder el volumen gentil de su voz, ni menos de ocultar sus extremidades de la vista de los varones, Étienne no lograba pensar en algo concreto. No sabía qué contestar antes esas preguntas lanzadas tan rápidamente y así de demandantes. Abrió la boca, pero no dijo nada; ya había balbuceado lo suficiente por un día y no quería parecer todavía más idiota. Así y todo, terminó sacando una risotada cuando Milenka subestimó la piel expuesta. Un pensamiento nada de aburrido se cruzó por la mente de Étienne, y como él no era nada de discreto, no tuvo mejor idea que decirlo en voz alta.
—¿Simples tobillos? No me digas que acostumbras mostrar más. Lo hubieras dicho antes, y yo que pensaba que los llevabas descubiertos por encontrarte en privado y que yo me había convertido en un criminal mirón —reía mientras se sacudía las ropas, ayudado por la impulsividad de su juventud a no medir sus palabras, algo que podía costarle con la bohemia con humor de búfalo— Debe ser divertido caminar contigo en las calles, ¿eh? Ahí, dándoles infartos a los curitas de Norte Dame.
Cesó su risa cuando se dio cuenta de que sus dichos estaban haciendo quedar a la joven como una cualquiera, y no era su intención. Pasaba que nunca había tenido una conversación de igual a igual con una gitana, pues todas las ocasiones anteriores en que había tenido que cruzar palabra con alguna, había sido para distribuir los lugares para robar en la ciudad, casi como un trato forzado por la necesidad, ya que de otra forma salían los cuchillos y patadas a llenar su vacío. Y como pasaba en todas las ocasiones en que se enfrentaba a algo nuevo, se precipitaba y hablaba sin pensar, así que hizo un ademán de negación con su mano derecha, intentando disuadirla de pensar mal de él.
Pero como Milenka no era tonta, no hizo falta explicarle más. Ella sola se encargó de asociar la similitud entre ambos con la simple inspección de las ropas del indigente.
—Sí, un muerto de hambre, rata de barco, puerco de corral, hay miles de maneras para referirse a mí. Gracias por recordarme en qué lugar estoy de la cadena alimenticia. Pero hasta a los cerdos se les puede dar nombre; el mío es Étienne. ¿Puedes darme el tuyo o tienes algún código gitano que lo prohíbe? No sé de esas cosas —dijo sin molestia alguna. Ocurría que no le importunaba ser un parásito de quienes llevaban sus francos acumulados dentro de un saco de cuero en el interior de sus ropas; sentía que el dinero hacía que olvidaran cosas importantes, como estar alerta del más sutil movimiento a sus alrededores o a sobrevivir el día esquivando a otros más fuertes físicamente y rogando por un trozo de pan. Eso a él no le pasaba por razones obvias, y se sentía fuerte— De acuerdo, si el lago es libre, entonces me puedo quedar aquí sin esperar recibir un golpe de tu parte. Créeme, no me gusta enfrentarme con las chicas. Uno siempre sale perdiendo.
Porque curiosamente las mujeres, además de ser las hijas de Venus y las consentidas de Dionisio, eran madres incluso sin necesidad de tener hijos, con ese carácter disciplinario, querendón y en reiteradas oportunidades aprensivo. Étienne tenía la teoría de que las chicas habían sido radicadas en la tierra para que los hombres no se pudrieran producto de sus propios descuidos; su hermana Lucrèce se había quedado con él hasta que aprendió lo necesario para arreglárselas en toda circunstancia adversa, y no tenía motivos para imaginar algo contrario a su pensamiento. Era más, Milenka lo reafirmaba, porque a pesar de su estado de ánimo de toro enjaulado, demostraba cierta preocupación por la fruta a medio comer que al suelo había caído, acaparando polvo, piedrecillas, y Jesucristo sabía qué otras cosas.
—¿Sabes? De donde yo vengo sólo importa que llene el buche, pero esta vez haré una excepción —tenía curiosidad de la chica, no podía negarlo. Estaba abierta a recibir compañía y no se ocultaba tras mantas o encajes hasta el tope del cuello, pero tampoco se dejaba pasar a llevar. ¿Le terminaría agradando o irremediablemente con ella no podría llevarse? Si era cierto que le permitía quedarse, entonces tendría un buen tiempo para averiguarlo— Llámame aburrido o como quieras, pero es peligroso que una mujer ande sola por estos lugares aislados, independiente de que sea gitana o no, porque eso eres, ¿cierto? Tu acento y tus ropas dicen más que lo obvio; dan luces de tu cuna. —murmuraba ya más calmado mientras lavaba la fruta en el agua— ¿Y qué haces aquí, de todos modos? Casi siempre me siento en ese árbol para comer y nunca había visto a ningún gitano acercarse al río más que para beber agua.
—¿Simples tobillos? No me digas que acostumbras mostrar más. Lo hubieras dicho antes, y yo que pensaba que los llevabas descubiertos por encontrarte en privado y que yo me había convertido en un criminal mirón —reía mientras se sacudía las ropas, ayudado por la impulsividad de su juventud a no medir sus palabras, algo que podía costarle con la bohemia con humor de búfalo— Debe ser divertido caminar contigo en las calles, ¿eh? Ahí, dándoles infartos a los curitas de Norte Dame.
Cesó su risa cuando se dio cuenta de que sus dichos estaban haciendo quedar a la joven como una cualquiera, y no era su intención. Pasaba que nunca había tenido una conversación de igual a igual con una gitana, pues todas las ocasiones anteriores en que había tenido que cruzar palabra con alguna, había sido para distribuir los lugares para robar en la ciudad, casi como un trato forzado por la necesidad, ya que de otra forma salían los cuchillos y patadas a llenar su vacío. Y como pasaba en todas las ocasiones en que se enfrentaba a algo nuevo, se precipitaba y hablaba sin pensar, así que hizo un ademán de negación con su mano derecha, intentando disuadirla de pensar mal de él.
Pero como Milenka no era tonta, no hizo falta explicarle más. Ella sola se encargó de asociar la similitud entre ambos con la simple inspección de las ropas del indigente.
—Sí, un muerto de hambre, rata de barco, puerco de corral, hay miles de maneras para referirse a mí. Gracias por recordarme en qué lugar estoy de la cadena alimenticia. Pero hasta a los cerdos se les puede dar nombre; el mío es Étienne. ¿Puedes darme el tuyo o tienes algún código gitano que lo prohíbe? No sé de esas cosas —dijo sin molestia alguna. Ocurría que no le importunaba ser un parásito de quienes llevaban sus francos acumulados dentro de un saco de cuero en el interior de sus ropas; sentía que el dinero hacía que olvidaran cosas importantes, como estar alerta del más sutil movimiento a sus alrededores o a sobrevivir el día esquivando a otros más fuertes físicamente y rogando por un trozo de pan. Eso a él no le pasaba por razones obvias, y se sentía fuerte— De acuerdo, si el lago es libre, entonces me puedo quedar aquí sin esperar recibir un golpe de tu parte. Créeme, no me gusta enfrentarme con las chicas. Uno siempre sale perdiendo.
Porque curiosamente las mujeres, además de ser las hijas de Venus y las consentidas de Dionisio, eran madres incluso sin necesidad de tener hijos, con ese carácter disciplinario, querendón y en reiteradas oportunidades aprensivo. Étienne tenía la teoría de que las chicas habían sido radicadas en la tierra para que los hombres no se pudrieran producto de sus propios descuidos; su hermana Lucrèce se había quedado con él hasta que aprendió lo necesario para arreglárselas en toda circunstancia adversa, y no tenía motivos para imaginar algo contrario a su pensamiento. Era más, Milenka lo reafirmaba, porque a pesar de su estado de ánimo de toro enjaulado, demostraba cierta preocupación por la fruta a medio comer que al suelo había caído, acaparando polvo, piedrecillas, y Jesucristo sabía qué otras cosas.
—¿Sabes? De donde yo vengo sólo importa que llene el buche, pero esta vez haré una excepción —tenía curiosidad de la chica, no podía negarlo. Estaba abierta a recibir compañía y no se ocultaba tras mantas o encajes hasta el tope del cuello, pero tampoco se dejaba pasar a llevar. ¿Le terminaría agradando o irremediablemente con ella no podría llevarse? Si era cierto que le permitía quedarse, entonces tendría un buen tiempo para averiguarlo— Llámame aburrido o como quieras, pero es peligroso que una mujer ande sola por estos lugares aislados, independiente de que sea gitana o no, porque eso eres, ¿cierto? Tu acento y tus ropas dicen más que lo obvio; dan luces de tu cuna. —murmuraba ya más calmado mientras lavaba la fruta en el agua— ¿Y qué haces aquí, de todos modos? Casi siempre me siento en ese árbol para comer y nunca había visto a ningún gitano acercarse al río más que para beber agua.
Étienne Jousset- Humano Clase Baja
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Re: El silencio también escucha tus palabras || Étienne Jousset
El mal humor femenino desapareció. Todo gracias a la presencia masculina que tenía enfrente, sin duda alguna. Le gustaba poder estar cerca de alguien tan despreocupado, alguien con quien no pudiera tener que reservar su verdadera manera de ser. Esa que se resumía al salvajismo, al buen animo, a la música interna que le hacía danzar a cada paso que daba. Quizás la vida que tuvo le impidió poder abastecerse de todos esos modales y refinamientos que se le tenían que enseñar desde pequeña, aunque era una gitana también tenían sus reglas, esas que se volvían incluso más cerradas que la sociedad “normal”. Lo que si se tomaba en serio era la gran cantidad de colores que llevaba encima de su cuerpo delgado, no le avergonzaba decir lo que era, gritarlo, aunque la mayoría de las personas le tacharan de ladrona. Eso último por etiquetar de la misma manera a todos los de su comunidad.
A pesar de que su humor había mejorado, la cosa no le cayó bien, no del todo, las palabras siguientes del muchacho la hicieron enrojecer, y no de vergüenza, más bien de rabia. ¿Cómo se atrevía? Negó, se puso de pie con rapidez, como si estuviera siendo empujada por un resorte. Se cruzo de brazos y su mirada asesina no dejaba de observar al joven imprudente. La gitana tenía ganas de arrojarle una roca, incluso se agachó para coger la que tenía enfrente de sus ojos; la roca comenzó a pasar de mano en mano, brincaba y era atrapada, como si estuviera esperando el momento correcto para arrojarla al varón. Ella no era una cualquiera, jamás lo sería, a pesar de estar ya un poco “pasada” de edad e incluso ser bastante liberal, la joven ni siquiera había perdido la virginidad, no tenía porque darle eso tan puro y preciado a un hombre, todos ellos resultaban unos idiotas. Étienne se lo acababa de reafirmar con esas palabras.
- Si, es mi pasatiempo favorito ¿cómo lo adivinaste? Es más, incluso llego a cobrar por que los vean - Bramó con fuerza, sus dedos ejercían más fuerza de lo normal sintiéndose tentada a acabarlo, pero la imagen de Judah le frenó todo movimiento impulsivo. ¿Por qué? La primera vez que se encontró con aquel gitano la cosa terminó mal por ese carácter que tenía, a tal grado que casi le costaba la vida al hombre, y ella no iba a poder con el cargo de conciencia; Milenka dejó caer la piedra en el lago haciendo que unas gotas llegaran hasta ellos. También se dejó caer contra las hojas secas, se abrazó a sus piernas para así evitar ver al muchacho - Me debes dos francos - Sentenció con ese mal sabor de boca de bueno.
- Étienne, un nombre muy común entre los parisinos, pero hermoso, me gusta - Aquello de común lo decía para molestar, a la gente no le gustaba que los trataran como igual a los demás, siempre quieren sentirse especiales, aunque si tomaba en cuenta su falta de recursos, quizás el joven estuviera acostumbrado a tales tratos, a tales referencias; la gitana suspiró un poco contrariada, a ella eso de las clases sociales era lo que menos le importaba, de hecho le daba risa cuando las marcaban tanto, ya que los ricos eran mucho más inútiles que todas las demás clases, pero dado que tienen los recursos ¿qué se les puede decir?
- Me llamo Milenka - Dijo con desdén, le gusta su nombre ¿para que negarlo? Pero su nombre también le tiene malos recuerdos, su madre también se lo había otorgado por su padre biológico, por aquel que estaba muerto. Suspiró, ella no era una mujer agresiva, no entendía que le pasaba - Puerto de corral me da risa, ¿se te ponen las mejillas rosas como ellos? ¿Cómo puedo lograr hacerlo? - La gitana arqueó una de sus cejas, mostró una sonrisa completamente maliciosa, y después de eso comenzó a gatear en dirección al hombre, sensual, erótica, desafiante para ver como reaccionaba, buscaba seguir molestándole.
- Bueno “mirón de tobillos” - Indicó con suavidad - Creo que no te pones como tales - Y se sentó a medio metro de distancia. - ¿Te vas a quedar conmigo o te vas a buscar a los demás cerdos? - Le volteó a ver sonriendo de medio lado.
A pesar de que su humor había mejorado, la cosa no le cayó bien, no del todo, las palabras siguientes del muchacho la hicieron enrojecer, y no de vergüenza, más bien de rabia. ¿Cómo se atrevía? Negó, se puso de pie con rapidez, como si estuviera siendo empujada por un resorte. Se cruzo de brazos y su mirada asesina no dejaba de observar al joven imprudente. La gitana tenía ganas de arrojarle una roca, incluso se agachó para coger la que tenía enfrente de sus ojos; la roca comenzó a pasar de mano en mano, brincaba y era atrapada, como si estuviera esperando el momento correcto para arrojarla al varón. Ella no era una cualquiera, jamás lo sería, a pesar de estar ya un poco “pasada” de edad e incluso ser bastante liberal, la joven ni siquiera había perdido la virginidad, no tenía porque darle eso tan puro y preciado a un hombre, todos ellos resultaban unos idiotas. Étienne se lo acababa de reafirmar con esas palabras.
- Si, es mi pasatiempo favorito ¿cómo lo adivinaste? Es más, incluso llego a cobrar por que los vean - Bramó con fuerza, sus dedos ejercían más fuerza de lo normal sintiéndose tentada a acabarlo, pero la imagen de Judah le frenó todo movimiento impulsivo. ¿Por qué? La primera vez que se encontró con aquel gitano la cosa terminó mal por ese carácter que tenía, a tal grado que casi le costaba la vida al hombre, y ella no iba a poder con el cargo de conciencia; Milenka dejó caer la piedra en el lago haciendo que unas gotas llegaran hasta ellos. También se dejó caer contra las hojas secas, se abrazó a sus piernas para así evitar ver al muchacho - Me debes dos francos - Sentenció con ese mal sabor de boca de bueno.
- Étienne, un nombre muy común entre los parisinos, pero hermoso, me gusta - Aquello de común lo decía para molestar, a la gente no le gustaba que los trataran como igual a los demás, siempre quieren sentirse especiales, aunque si tomaba en cuenta su falta de recursos, quizás el joven estuviera acostumbrado a tales tratos, a tales referencias; la gitana suspiró un poco contrariada, a ella eso de las clases sociales era lo que menos le importaba, de hecho le daba risa cuando las marcaban tanto, ya que los ricos eran mucho más inútiles que todas las demás clases, pero dado que tienen los recursos ¿qué se les puede decir?
- Me llamo Milenka - Dijo con desdén, le gusta su nombre ¿para que negarlo? Pero su nombre también le tiene malos recuerdos, su madre también se lo había otorgado por su padre biológico, por aquel que estaba muerto. Suspiró, ella no era una mujer agresiva, no entendía que le pasaba - Puerto de corral me da risa, ¿se te ponen las mejillas rosas como ellos? ¿Cómo puedo lograr hacerlo? - La gitana arqueó una de sus cejas, mostró una sonrisa completamente maliciosa, y después de eso comenzó a gatear en dirección al hombre, sensual, erótica, desafiante para ver como reaccionaba, buscaba seguir molestándole.
- Bueno “mirón de tobillos” - Indicó con suavidad - Creo que no te pones como tales - Y se sentó a medio metro de distancia. - ¿Te vas a quedar conmigo o te vas a buscar a los demás cerdos? - Le volteó a ver sonriendo de medio lado.
Milenka Sandoje- Gitano
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Re: El silencio también escucha tus palabras || Étienne Jousset
El ladronzuelo rió con simpleza para no tener que dar explicaciones. En efecto, Milenka era una chica con carácter y más impulsiva que muchos de sus compañeros de calle, pero no por eso menos lista, y por lo mismo debía darse cuenta de que apenas tenía para él mismo. Reírse de sí mismo, aunque se viviera en la miseria que ofrecía la gracia de Dios, hacía que todo fuera más llevadero. Seguramente la gitana tampoco gozaba de abundancia material, pero se veía muy a gusto consigo misma y eso se traducía en una energía contagiosa que Étienne no podía ignorar. Mejor era hacer eso; fingir que no existía nada más que dos extraños charlando junto al río de temas poco convencionales, por no decir escandalosos.
—Claro, te enviaré dinero cuando muera. Puedes vender mi carne por ahí. Valgo más muerto que vivo. —y no exageraba, ya que no faltaban los ricos dispuestos a ofrecer pequeñas fortunas a cambio de que él, rata escurridiza, dejara de colarse a las mansiones por costales de legumbres.— Pero si llego a tener suficiente como para dejar de ratonear, pagaré por ver el resto. —de nuevo su lengua se jugó trucos sucios. Negó con sus manos para disolver cualquier incógnita— Eh, no pienses que te trato como a una cortesana. Esas están todas arregladas y tú no —y sin darse cuenta, la estaba tratando como si fuera una desaliñada— Digo, no es como si lo necesitaras. Al natural te ves mejor que ellas con cuatro colores diferentes de corsés —Ahí estaba. Por fin hablaba con propiedad y sin tratar a la joven como una puta desabrida.
Por suerte, la opinión que la bohemia dio sobre su nombre lo ayudó a salir del agujero verbal en el que se había metido. Ella tenía ese tono típico que se usaba cuando se cometía una travesura. Había oído en la voz su fallecida hermana pequeña un sonido similar cuando se escondía tras los barriles para confundirlo, por lo que por unos breves segundos se permitió suspirar de ternura. Le dolía no tenerla más, pero lo que le había dado no lo olvidaría nunca.
—Soy tan común como la maleza que crece a estas orillas. En mi mundo, esa es una ventaja —observó la vegetación a su alrededor, apuntando a una flor roja diminuta que crecía junto a un arbusto maltraído— ¿La ves? Ese color chillón de sus pétalos que no se repite hace que la recordemos aún si nos vamos y volvemos en un par de días. Mira la maleza; enfócate en una, cierra los ojos cinco segundos, y luego vuelve a abrirlos. Te darás cuentas de que es fácil olvidarla. Cuando se trata de evadir a los que se hacen llamar “justicia”, más te vale mezclarte con quienes sea que tengas al lado tuyo. Claro, es eso o la prisión. Créeme que prefiero el ayuno antes que probar esa porquería que sirven en los calabozos; no lo comen ni los cerdos.
Milenka tenía una mezcla de felino y de primate sumamente entretenida para el joven pordiosero de veinte años. Sucedía que no titubeaba, sabía lo que provocaba en el otro, y más encima jugaba con ello para su propio deleite. Tenía también algo de mico, irreverente hacia las reglas e insaciable en sus travesuras. Divertía más quedarse a solas con ella que ir al circo gitano, además que salía más barato. Sin embargo, Étienne no solamente gustaba de participar en juegos como esos, sino que también participaba con ánimos de ganar, por lo que evadió la pícara mirada de la mujer y enfocó sus ojos azulados en el firmamento, intentando concentrarse en otra cosa.
—Si sabes lo cerdo que puedo llegar a ser, no deberías hacer eso. Lo sabes —se pasaba una mano por el pelo, intentando revolver sus pensamientos. Si se quedaban quietos, las cosas podían ponerse algo más complejas para las hormonas de ambos, pero sobre todo para las de él— Veamos… mis amigos porcinos están muy ocupados apestando entre ellos, pero yo todavía no apesto lo suficiente. —la miró con una ceja arqueada, apostando un rastro de fastidio a las expresiones de Milenka— Será mejor que me quede contigo, así me contagiarás la peste más rápido. Si hay alguien que huele peor que yo, esa debes ser tú. Ya veo por qué nos estamos entendiendo.
Quiso cambiar el tema de la conversación. Étienne era inquieto y curioso, como todo chico de la calle sin educación desarrollado en un ambiente hostil que contadas veces daba señas de generosidad, por lo que tenía facilidad para romper el hielo. Lo primero en lo que se fijó, fue en la soledad de la chica. Eso le dijo algo.
—Así que eres soltera —afirmó mientras se recostaba hacia atrás para cruzar sus brazos tras su cabeza, usándolos como almohada— Vamos, sé que somos de culturas diferentes, pero tampoco somos agua y aceite. He visto que los hombres gitanos vigilan a sus esposas incluso más que nosotros, los franceses. Sé que no estarías aquí si alguien ya te hubiera adiestrado.
—Claro, te enviaré dinero cuando muera. Puedes vender mi carne por ahí. Valgo más muerto que vivo. —y no exageraba, ya que no faltaban los ricos dispuestos a ofrecer pequeñas fortunas a cambio de que él, rata escurridiza, dejara de colarse a las mansiones por costales de legumbres.— Pero si llego a tener suficiente como para dejar de ratonear, pagaré por ver el resto. —de nuevo su lengua se jugó trucos sucios. Negó con sus manos para disolver cualquier incógnita— Eh, no pienses que te trato como a una cortesana. Esas están todas arregladas y tú no —y sin darse cuenta, la estaba tratando como si fuera una desaliñada— Digo, no es como si lo necesitaras. Al natural te ves mejor que ellas con cuatro colores diferentes de corsés —Ahí estaba. Por fin hablaba con propiedad y sin tratar a la joven como una puta desabrida.
Por suerte, la opinión que la bohemia dio sobre su nombre lo ayudó a salir del agujero verbal en el que se había metido. Ella tenía ese tono típico que se usaba cuando se cometía una travesura. Había oído en la voz su fallecida hermana pequeña un sonido similar cuando se escondía tras los barriles para confundirlo, por lo que por unos breves segundos se permitió suspirar de ternura. Le dolía no tenerla más, pero lo que le había dado no lo olvidaría nunca.
—Soy tan común como la maleza que crece a estas orillas. En mi mundo, esa es una ventaja —observó la vegetación a su alrededor, apuntando a una flor roja diminuta que crecía junto a un arbusto maltraído— ¿La ves? Ese color chillón de sus pétalos que no se repite hace que la recordemos aún si nos vamos y volvemos en un par de días. Mira la maleza; enfócate en una, cierra los ojos cinco segundos, y luego vuelve a abrirlos. Te darás cuentas de que es fácil olvidarla. Cuando se trata de evadir a los que se hacen llamar “justicia”, más te vale mezclarte con quienes sea que tengas al lado tuyo. Claro, es eso o la prisión. Créeme que prefiero el ayuno antes que probar esa porquería que sirven en los calabozos; no lo comen ni los cerdos.
Milenka tenía una mezcla de felino y de primate sumamente entretenida para el joven pordiosero de veinte años. Sucedía que no titubeaba, sabía lo que provocaba en el otro, y más encima jugaba con ello para su propio deleite. Tenía también algo de mico, irreverente hacia las reglas e insaciable en sus travesuras. Divertía más quedarse a solas con ella que ir al circo gitano, además que salía más barato. Sin embargo, Étienne no solamente gustaba de participar en juegos como esos, sino que también participaba con ánimos de ganar, por lo que evadió la pícara mirada de la mujer y enfocó sus ojos azulados en el firmamento, intentando concentrarse en otra cosa.
—Si sabes lo cerdo que puedo llegar a ser, no deberías hacer eso. Lo sabes —se pasaba una mano por el pelo, intentando revolver sus pensamientos. Si se quedaban quietos, las cosas podían ponerse algo más complejas para las hormonas de ambos, pero sobre todo para las de él— Veamos… mis amigos porcinos están muy ocupados apestando entre ellos, pero yo todavía no apesto lo suficiente. —la miró con una ceja arqueada, apostando un rastro de fastidio a las expresiones de Milenka— Será mejor que me quede contigo, así me contagiarás la peste más rápido. Si hay alguien que huele peor que yo, esa debes ser tú. Ya veo por qué nos estamos entendiendo.
Quiso cambiar el tema de la conversación. Étienne era inquieto y curioso, como todo chico de la calle sin educación desarrollado en un ambiente hostil que contadas veces daba señas de generosidad, por lo que tenía facilidad para romper el hielo. Lo primero en lo que se fijó, fue en la soledad de la chica. Eso le dijo algo.
—Así que eres soltera —afirmó mientras se recostaba hacia atrás para cruzar sus brazos tras su cabeza, usándolos como almohada— Vamos, sé que somos de culturas diferentes, pero tampoco somos agua y aceite. He visto que los hombres gitanos vigilan a sus esposas incluso más que nosotros, los franceses. Sé que no estarías aquí si alguien ya te hubiera adiestrado.
Étienne Jousset- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 13/10/2013
Re: El silencio también escucha tus palabras || Étienne Jousset
Consiente era de una cosa. Si se enojaba por las cosas que el joven imprudente decía. Saldría perdiendo. En ese momento debía reconocer que no se trataba de de ofensas, mucho menos de llegar a peleas, más bien de disfrutar del momento, de la compañía que se estaban ofreciendo. La gitana se encontraba más que harta de la rutina que hasta ese momento llevaba teniendo esos últimos meses. Incluso recordar el nombre y el rostro de Judah le hizo poner una mueca de desagrado. Ser niñera no era lo suyo, por eso no se amarraba a nadie, no cuidó en su momento ni de su padre, mucho menos de un idiota que robaba y todos deseaban matar. Ella necesitaba sonrisas, bromas, colores, bailes, saberse viva, libre y haciendo de su destino lo que quisiera. Tal parecía que los espíritus la deseaban frustrada por un largo rato más.
Ignoró entonces las palabras absurdas del muchacho. Aunque debía aceptar que decirle que no se arreglaba demasiado la puso de mal humor. Milenka era salvaje, quizás un poco menos pomposa o brillante que esas mujeres de clase alta, pero tenía un defecto muy grande, la vanidad le podía demasiado. Le gustaba verse bien, saber que no apestaba cómo muchos de sus compañeros de comunidad, encima de todo le gustaba saberse colorida con sus ropajes. Si, Étienne le había dado un fuerte golpe dónde más le dolía, no es que fuera superficial, pero dada la vida que había tenido, lo único que tenía y le quedaba era ella misma, y por eso mismo se intentaba cuidar, de esa forma no le dolía la soledad misma que ahora él le marcaba. Por lo visto el joven se encontraba decidido a hacerle ver todo lo que odiaba, todo lo que le parecía mal, o que le daba temor. Por un momento quiso ponerse de pie, marcharse. La sensación se fue pronto. Debía resistir.
- Bueno, siempre solemos estar acompañadas, o casadas, puedo asegurarle que soy la excepción a la regla en muchas cosas, ya ve, incluso está dispuesto a pagar por mi, para ser una vendedora de tela, tendré cara de muchos oficios, sin duda - Se encogió de hombros, estiró sus piernas, recargó sus brazos en la parte de atrás de su espalda para poder sostener el peso de su cuerpo, la pose era despreocupada, serena, muy tranquila. - De verdad deseo que ningún gitano tenga el interés suficiente en mi, ya sabes, ellos mandan, ni siquiera preguntan, sólo toman lo que creen será suyo - Chasquea la lengua con naturalidad. Le tiene miedo a los hombres secretamente, no deseaba un amor como el que su madre llegó a tener, uno que acarreó las cosas a la muerte. Un amor que destruyó todo lo que se conocía.
- Pero yo imagino que tampoco tienes a nadie, ¿quién podría soportarte? Además ¿qué le ofrecerías? - Palabras duras pero se estaba tomando una pequeña venganza. Le había dolido cada una de las cosas que le estaba dejando ver, que ya sabía pero no creía que alguien notara con tanta facilidad. - ¿Acaso alguien tiene tu corazón? A veces el dinero no es tan importante, ya sabes, dicen que cuando el corazón manda eso suele ignorarse, aunque claro, al final de la noche vuelves a la realidad, ¿te ha pasado? - Giró su rostro para poder captar el chico, sus reacciones, el movimiento de sus labios, lo que fuera. Le encantaba observar.
- ¿A que te dedicas? No creo que seas sólo un simple ladronzuelo, algún encanto debes tener ¿O no lo tienes? - Le movió una ceja, e incluso una sonrisa coqueta se mostró entre sus labios, se entretenía con él, se sentía cómoda, lo gracioso es que incluso se sentía más mujer, no porque lo fuera poco, o menos que el resto. Más bien se sentía coqueta, ciertamente arrojada, deseaba, femenina, quizás fuera la forma en que llegó a verla, o la juventud de él que llegaba a contagiarla. Suspiró, no estaba desesperada por un hombre, el problema es que convivía con un bruto que la hacía sentir masculina por cómo lo trataba, tener un respiro de esa manera llegaba a hacerla suspirar, incluso intimidarse por aquel efecto que el muchacho lograba en ella.
- ¿Me contarás más de ti? - ¿Para que le mentía? Se sentía curiosa de conocer, tenía hambre de saber más y más.
Ignoró entonces las palabras absurdas del muchacho. Aunque debía aceptar que decirle que no se arreglaba demasiado la puso de mal humor. Milenka era salvaje, quizás un poco menos pomposa o brillante que esas mujeres de clase alta, pero tenía un defecto muy grande, la vanidad le podía demasiado. Le gustaba verse bien, saber que no apestaba cómo muchos de sus compañeros de comunidad, encima de todo le gustaba saberse colorida con sus ropajes. Si, Étienne le había dado un fuerte golpe dónde más le dolía, no es que fuera superficial, pero dada la vida que había tenido, lo único que tenía y le quedaba era ella misma, y por eso mismo se intentaba cuidar, de esa forma no le dolía la soledad misma que ahora él le marcaba. Por lo visto el joven se encontraba decidido a hacerle ver todo lo que odiaba, todo lo que le parecía mal, o que le daba temor. Por un momento quiso ponerse de pie, marcharse. La sensación se fue pronto. Debía resistir.
- Bueno, siempre solemos estar acompañadas, o casadas, puedo asegurarle que soy la excepción a la regla en muchas cosas, ya ve, incluso está dispuesto a pagar por mi, para ser una vendedora de tela, tendré cara de muchos oficios, sin duda - Se encogió de hombros, estiró sus piernas, recargó sus brazos en la parte de atrás de su espalda para poder sostener el peso de su cuerpo, la pose era despreocupada, serena, muy tranquila. - De verdad deseo que ningún gitano tenga el interés suficiente en mi, ya sabes, ellos mandan, ni siquiera preguntan, sólo toman lo que creen será suyo - Chasquea la lengua con naturalidad. Le tiene miedo a los hombres secretamente, no deseaba un amor como el que su madre llegó a tener, uno que acarreó las cosas a la muerte. Un amor que destruyó todo lo que se conocía.
- Pero yo imagino que tampoco tienes a nadie, ¿quién podría soportarte? Además ¿qué le ofrecerías? - Palabras duras pero se estaba tomando una pequeña venganza. Le había dolido cada una de las cosas que le estaba dejando ver, que ya sabía pero no creía que alguien notara con tanta facilidad. - ¿Acaso alguien tiene tu corazón? A veces el dinero no es tan importante, ya sabes, dicen que cuando el corazón manda eso suele ignorarse, aunque claro, al final de la noche vuelves a la realidad, ¿te ha pasado? - Giró su rostro para poder captar el chico, sus reacciones, el movimiento de sus labios, lo que fuera. Le encantaba observar.
- ¿A que te dedicas? No creo que seas sólo un simple ladronzuelo, algún encanto debes tener ¿O no lo tienes? - Le movió una ceja, e incluso una sonrisa coqueta se mostró entre sus labios, se entretenía con él, se sentía cómoda, lo gracioso es que incluso se sentía más mujer, no porque lo fuera poco, o menos que el resto. Más bien se sentía coqueta, ciertamente arrojada, deseaba, femenina, quizás fuera la forma en que llegó a verla, o la juventud de él que llegaba a contagiarla. Suspiró, no estaba desesperada por un hombre, el problema es que convivía con un bruto que la hacía sentir masculina por cómo lo trataba, tener un respiro de esa manera llegaba a hacerla suspirar, incluso intimidarse por aquel efecto que el muchacho lograba en ella.
- ¿Me contarás más de ti? - ¿Para que le mentía? Se sentía curiosa de conocer, tenía hambre de saber más y más.
Milenka Sandoje- Gitano
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Re: El silencio también escucha tus palabras || Étienne Jousset
El ladrón sonreía, reafirmando curiosamente que era posible mostrar una buena cara ante el mal tiempo. Habiendo vivido prácticamente toda su vida en la calle, poco le dolían palabras como las de una gitana burlona y buenamoza como Milenka, pero si un rico llegaba a repetir esas mismas frases hacia su persona, con otro talante les hubiera hecho frente. Patearse con comentarios acerca de la condición no significaba reabrir heridas infectadas cuando las dos partes estaban en posición de igualdad, pero sí cuando se estaba en una posición superior que permitiera aplastar con el pié al pobretón de allí abajo. Ni Milenka ni Étienne tenían ese poder sobre el otro, así que podían hablar de lo que quisieran desde sus restringidas realidades. Podía ser que los bohemios y los franceses no tuvieran casi nada en común, pero sí compartían estar en el último escalafón de la pirámide alimenticia.
Nada tenían; los tenían. Sólo una cosa les pertenecía. La sonrisa de Étienne se volvía más tensa, melancólica.
—¿Mi corazón? Si quieres te lo regalo. No parece entender que sin nada que ofrecer, no se puede pedir —dijo por despecho. Cuando se dio cuenta de que Milenka lo observaba con atención, alivianó sus líneas de expresión— ¿Ignórame. Ya conoces mi lengua floja. Podrías preguntarle a tus hermanos si alguno de ellos me lanzó una maldición.
Si el joven se ponía a pensar en lo que había significado tener sentimientos, la lista no resultaba tener un balance positivo. Se le retorcían las entrañas con la imágenes cada vez más difusas de sus fallecidos padres, la luz de sus ojos se opacaba con el llanto de su hermana remanente en sus oídos, y se le entumecían los pulgares de las manos se vislumbrar los rostros de quienes habían compartido con él la calle para luego marcharse sin más hacia el otro mundo. Un día a la vez, así vivía. El corazón también se adaptaba.
De improviso de puso de pié y comenzó a arrojar piedras al agua como un niño pequeño buscando la más inútil de las distracciones. No era que no tuviera nada; tenía un excedente de penas contenidas en medio de su pecho y por eso no se dejaba ir frente a Milenka. Quería agradarle, no establecer un vínculo con ella que terminara arruinándolo todo, incluyendo el buen recuerdo que les generaría esa tarde. Seguramente después de su encuentro se verían por la calle y ella le haría la desconocida al estar seguramente casada y con el hijo de un calé en la panza; un vagabundo sin una gota de sangre gitana en sus venas no valdría ni un saludo ante la posibilidad de amenazar tan acogedora escena.
—Es como tú dices. Esto soy, es lo que hay —lanzó un guijarro que le salpicó agua en el rostro del impulso que había tomado para lanzarlo. No le molestó; sentir la temperatura fría de las gotas contrastar con el calor de su rostro hizo que pensara dos veces antes de hablar. Suspiró al ser consciente de sí mismo— Me estoy comportando como imbécil sin remedio.
Dejó que el buen humor llegara a él tan pronto como se había marchado anteriormente. Qué rayos. Lo más probable era que después de compartir con la gitana, nada bueno le ocurriera durante el resto del día, y probablemente muy poco ocurriría en lo que quedaba de la semana. El transcurrir de los respiros de Étienne comenzaba cuando despertaba y terminaba cuando por fin lograba conciliar el sueño; dentro de los lujos que no se daba, se encontraba desperdiciar el momento, porque podía ser el último, y vaya que tenía altas probabilidades de que así fuera. Entonces se arrodilló junto a la fémina y tomó sus manos confiando que no le molestaría el gesto después de haber entrado en confianza hablando de tobillos y encantos femeninos.
—No puedo tocar el pandero como tú, pero tengo otras cosas. —mostró su palma izquierda y la ubicó junto a la de Milenka, comparándolas visualmente. Era increíble cómo la marca de la marginación tomaba diferentes formas, dando muestras de las herramientas que tenía cada persona para enfrentarse a la adversidad— Como durante las bajas temperaturas tenemos que arrimarnos unos a otros para concentrar el calor, si uno cae, caen todos. Esta mano nunca te soltará, aunque se le estén congelando los nudillos. —le sonrió de manera auténtica, no buscando quedar bien ante ella, pero sí honesto— Este gesto te enseñará que entre nosotros habrá la suficiente complicidad como para advertirnos mutuamente que la guardia cívica está cerca. Y si prometes no golpearme por la espalda por tomarte de las manos, dejaré que te montes a ella cuando tus rodillas te pidan tregua. —algo faltaba; la voluntad de ella— ¿Confiarías en que podría hacer todas estas cosas?
Nada tenían; los tenían. Sólo una cosa les pertenecía. La sonrisa de Étienne se volvía más tensa, melancólica.
—¿Mi corazón? Si quieres te lo regalo. No parece entender que sin nada que ofrecer, no se puede pedir —dijo por despecho. Cuando se dio cuenta de que Milenka lo observaba con atención, alivianó sus líneas de expresión— ¿Ignórame. Ya conoces mi lengua floja. Podrías preguntarle a tus hermanos si alguno de ellos me lanzó una maldición.
Si el joven se ponía a pensar en lo que había significado tener sentimientos, la lista no resultaba tener un balance positivo. Se le retorcían las entrañas con la imágenes cada vez más difusas de sus fallecidos padres, la luz de sus ojos se opacaba con el llanto de su hermana remanente en sus oídos, y se le entumecían los pulgares de las manos se vislumbrar los rostros de quienes habían compartido con él la calle para luego marcharse sin más hacia el otro mundo. Un día a la vez, así vivía. El corazón también se adaptaba.
De improviso de puso de pié y comenzó a arrojar piedras al agua como un niño pequeño buscando la más inútil de las distracciones. No era que no tuviera nada; tenía un excedente de penas contenidas en medio de su pecho y por eso no se dejaba ir frente a Milenka. Quería agradarle, no establecer un vínculo con ella que terminara arruinándolo todo, incluyendo el buen recuerdo que les generaría esa tarde. Seguramente después de su encuentro se verían por la calle y ella le haría la desconocida al estar seguramente casada y con el hijo de un calé en la panza; un vagabundo sin una gota de sangre gitana en sus venas no valdría ni un saludo ante la posibilidad de amenazar tan acogedora escena.
—Es como tú dices. Esto soy, es lo que hay —lanzó un guijarro que le salpicó agua en el rostro del impulso que había tomado para lanzarlo. No le molestó; sentir la temperatura fría de las gotas contrastar con el calor de su rostro hizo que pensara dos veces antes de hablar. Suspiró al ser consciente de sí mismo— Me estoy comportando como imbécil sin remedio.
Dejó que el buen humor llegara a él tan pronto como se había marchado anteriormente. Qué rayos. Lo más probable era que después de compartir con la gitana, nada bueno le ocurriera durante el resto del día, y probablemente muy poco ocurriría en lo que quedaba de la semana. El transcurrir de los respiros de Étienne comenzaba cuando despertaba y terminaba cuando por fin lograba conciliar el sueño; dentro de los lujos que no se daba, se encontraba desperdiciar el momento, porque podía ser el último, y vaya que tenía altas probabilidades de que así fuera. Entonces se arrodilló junto a la fémina y tomó sus manos confiando que no le molestaría el gesto después de haber entrado en confianza hablando de tobillos y encantos femeninos.
—No puedo tocar el pandero como tú, pero tengo otras cosas. —mostró su palma izquierda y la ubicó junto a la de Milenka, comparándolas visualmente. Era increíble cómo la marca de la marginación tomaba diferentes formas, dando muestras de las herramientas que tenía cada persona para enfrentarse a la adversidad— Como durante las bajas temperaturas tenemos que arrimarnos unos a otros para concentrar el calor, si uno cae, caen todos. Esta mano nunca te soltará, aunque se le estén congelando los nudillos. —le sonrió de manera auténtica, no buscando quedar bien ante ella, pero sí honesto— Este gesto te enseñará que entre nosotros habrá la suficiente complicidad como para advertirnos mutuamente que la guardia cívica está cerca. Y si prometes no golpearme por la espalda por tomarte de las manos, dejaré que te montes a ella cuando tus rodillas te pidan tregua. —algo faltaba; la voluntad de ella— ¿Confiarías en que podría hacer todas estas cosas?
Étienne Jousset- Humano Clase Baja
- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 13/10/2013
Re: El silencio también escucha tus palabras || Étienne Jousset
No necesitaba comprender por completo al muerto de hambre. A ella nadie la comprendía, de hecho pocas veces se detenían a escuchar lo que le pasaba. Milenka había aprendido que los seres humanos eran las peores criaturas que existían en la tierra. Si es que existían más, aunque los animales se volvían su único consuelo, ellos y sus bailes que nadie le podría privar. Por esas razones y más prefirió guardar silencio, no juzgarlo, dejar que se explayara por completo. La gitana observaba cosas de ella en él. Para empezar mucho resentimiento con la sociedad, con aquellos que se habían ido y que los habían abandonado. Reconocía que le costaba del todo confiar o disfrutar de una compañía. Extraño pero cierto, y aunque un gitano vivía en su propia carpa, la única manera en que ambos pudieran tolerarse era peleando, discutiendo, y claro que aquello no era lo más sano en el mundo.
Milenka se sobresaltó ante la cercanía de Étienne. Por un momento estuvo tentada a darle un fuerte golpe, la mirada del hombrecito la detuvo, se quedó estática, ligeramente tensa, muy nerviosa y con ganas de comprender porqué el cambio tan brusco en el joven. Sus orbes se abrieron por completo mostrando su desconcierto , pero más aún su desconfianza. Las manos masculinas le parecieron muy rasposas pero no se quejó. La unión le resultaba tan abrumadora que en ocasiones la respiración se le cortaba. La confundía, le estaba enseñando otra clase de seres humanos, esa pequeña parte que valía la pena porque daba a desconocidos sin esperar nada a cambio ¿verdad? Su desconfianza de nuevo quería salir a la luz, sin embargo la frenó y se quedó esperando poder comprender a que iba a llegar, que podrían alcanzar con tanta cercanía y buenas miradas.
— Eres demasiado extraño — Esa era su manera de romper el silencio. Su forma de marcar una barrera para no dañarse, pero también una forma de ceder; sus dedos lentamente acariciaron aquellos que llevaban más mugre que los propios, se entrelazaron y les dio ligeros apretones. — No puedo confiar por completo en ti, me da miedo hacerlo, quizás me abandones en medio del camino, lo que si puedo hacer es prometerte que no pensaré mal de ti, que haré mi mayor esfuerzo para no dudar, y que también estaré a tu lado si necesitas ayuda, aunque no para ver tobillos femeninos — Le molestó intentando suavizar ese momento tan intimo, Milenka necesitaba sonreír para tranquilizar su tensión. ¿Por qué no se encontraba a más personas cómo él? Después de haberle hecho sentir un poco incomoda le ofrecía algo que nadie nunca había hecho. Las riquezas no le importaban, más bien la sinceridad, el corazón.
— Tienes una chispa especial — Le soltó las manos para poder acariciar las mejillas del ladrón — ¿Te lo han dicho? No he querido ofenderte para nada, es mi forma de defenderme, si me siento amenazada, ya sabes — Se encogió de hombros ligeramente. La gitana le puso una mano en el pecho para hacerlo retroceder y así tener el espacio para ponerse de pie. — Dime una cosa ¿Es tan gris dormir en las calles? Todo el tiempo he dormido entre telas, en carpas, jamás lo he hecho como tu, debe ser complicado, ¿nunca has tenido un techo? Cuando quieras puedes visitarme, te podría hacer un espacio para descansar, aunque vivo con un gitano pesado, seguro te cae bien, es un poco insoportable, como tu, podrían congeniar — Le molestó tendiéndole la mano para que avanzaran a la misma altura. Étienne estaba en presencia de la mejor parte de Milenka, esa que nunca sacaba a lucir.
Milenka se sobresaltó ante la cercanía de Étienne. Por un momento estuvo tentada a darle un fuerte golpe, la mirada del hombrecito la detuvo, se quedó estática, ligeramente tensa, muy nerviosa y con ganas de comprender porqué el cambio tan brusco en el joven. Sus orbes se abrieron por completo mostrando su desconcierto , pero más aún su desconfianza. Las manos masculinas le parecieron muy rasposas pero no se quejó. La unión le resultaba tan abrumadora que en ocasiones la respiración se le cortaba. La confundía, le estaba enseñando otra clase de seres humanos, esa pequeña parte que valía la pena porque daba a desconocidos sin esperar nada a cambio ¿verdad? Su desconfianza de nuevo quería salir a la luz, sin embargo la frenó y se quedó esperando poder comprender a que iba a llegar, que podrían alcanzar con tanta cercanía y buenas miradas.
— Eres demasiado extraño — Esa era su manera de romper el silencio. Su forma de marcar una barrera para no dañarse, pero también una forma de ceder; sus dedos lentamente acariciaron aquellos que llevaban más mugre que los propios, se entrelazaron y les dio ligeros apretones. — No puedo confiar por completo en ti, me da miedo hacerlo, quizás me abandones en medio del camino, lo que si puedo hacer es prometerte que no pensaré mal de ti, que haré mi mayor esfuerzo para no dudar, y que también estaré a tu lado si necesitas ayuda, aunque no para ver tobillos femeninos — Le molestó intentando suavizar ese momento tan intimo, Milenka necesitaba sonreír para tranquilizar su tensión. ¿Por qué no se encontraba a más personas cómo él? Después de haberle hecho sentir un poco incomoda le ofrecía algo que nadie nunca había hecho. Las riquezas no le importaban, más bien la sinceridad, el corazón.
— Tienes una chispa especial — Le soltó las manos para poder acariciar las mejillas del ladrón — ¿Te lo han dicho? No he querido ofenderte para nada, es mi forma de defenderme, si me siento amenazada, ya sabes — Se encogió de hombros ligeramente. La gitana le puso una mano en el pecho para hacerlo retroceder y así tener el espacio para ponerse de pie. — Dime una cosa ¿Es tan gris dormir en las calles? Todo el tiempo he dormido entre telas, en carpas, jamás lo he hecho como tu, debe ser complicado, ¿nunca has tenido un techo? Cuando quieras puedes visitarme, te podría hacer un espacio para descansar, aunque vivo con un gitano pesado, seguro te cae bien, es un poco insoportable, como tu, podrían congeniar — Le molestó tendiéndole la mano para que avanzaran a la misma altura. Étienne estaba en presencia de la mejor parte de Milenka, esa que nunca sacaba a lucir.
Milenka Sandoje- Gitano
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Fecha de inscripción : 01/12/2011
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