AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Heureux Moments | Libre
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Heureux Moments | Libre
Kayleen se movía con gracia y cierta delicadeza por el lugar, mientras escrutaba con pletórica mirada todo aquello que le rodeaba. Sus labios se ensancharon hasta formar una coqueta sonrisa más propia de una niña pequeña que de una mujer adulta. Pareciese que había avistado algo lo suficientemente hermoso para sacarla de la monotonía que caracterizaba su vida. Sus ojos paseaban por los rostros maquillados con gusto y belleza, contemplándolo todo con aquella sensación de descubrir algo nuevo que tanto le agradaba. Era la primera vez que acudía al circo, y que se iniciase en el circo gitano había sido idea de uno de los médicos del orfanato, que le sugirió lo mucho que podría gustarle. No se había equivocado, sin duda. Cada puestecito escondía una nueva maravilla nunca vista por los ojos curiosos y azules de la rubia, que sonreía asintiendo a todo cuanto aquellas personas desconocidas y alegres le iban diciendo. No pudo resistirse a comprar artilugios de lo más interesantes, pese a no tener ni idea de para qué servían. Una especie de peluche que tenía un tambor entre manos, un broche con la forma de un leopardo... Era todo tan bonito, que no podía ser cierto.
Y aunque sabía que no era oro todo lo que reluce, no pudo evitar sentirse impresionada por el lugar y sus gentes. Era consciente que tras aquella felicidad, fingida en muchos casos, se escondía la miseria. Y ese también fue el motivo de que acudiese hasta allí. Quería informar a los niños de la calle que encontrara, que dentro del orfanato tenían un lugar en el que vivir. No era el mejor hogar que podían tener, pero tendrían un techo, un plato caliente de comida y compañía de gente en su misma situación. Incluso ella misma ofrecía su casa para acoger a aquellos niños más pequeños que no tenían adonde ir. Su labor "humanitaria" siempre había estado muy patente, y más con los niños. Eran su debilidad, su razón de ser. Una lágrima de un niño la hacía sentir tremendamente infeliz, más que cualquier otra cosa.
Sus manos, cubiertas por unos guantes de color blanco, rozaban todos los objetos a su paso, mientras ella se sumergía en sus pensamientos. Había tantos colores, tantos olores diferentes, tantas texturas... Era agradable. Se sentía ajena a todo ese mundo, pero en sintonía con todo cuanto pasaba a su alrededor, como si aquella cultura diferente la abrazase sin temor, con soltura. Estaba feliz de una forma que pocos comprenderían. La noche era fría y oscura, pero aquello no tenía ninguna importancia. Paseó por entre los puestos, atenta a las canciones que sonaban por doquier, con una amable sonrisa en el rostro.
Y aunque sabía que no era oro todo lo que reluce, no pudo evitar sentirse impresionada por el lugar y sus gentes. Era consciente que tras aquella felicidad, fingida en muchos casos, se escondía la miseria. Y ese también fue el motivo de que acudiese hasta allí. Quería informar a los niños de la calle que encontrara, que dentro del orfanato tenían un lugar en el que vivir. No era el mejor hogar que podían tener, pero tendrían un techo, un plato caliente de comida y compañía de gente en su misma situación. Incluso ella misma ofrecía su casa para acoger a aquellos niños más pequeños que no tenían adonde ir. Su labor "humanitaria" siempre había estado muy patente, y más con los niños. Eran su debilidad, su razón de ser. Una lágrima de un niño la hacía sentir tremendamente infeliz, más que cualquier otra cosa.
Sus manos, cubiertas por unos guantes de color blanco, rozaban todos los objetos a su paso, mientras ella se sumergía en sus pensamientos. Había tantos colores, tantos olores diferentes, tantas texturas... Era agradable. Se sentía ajena a todo ese mundo, pero en sintonía con todo cuanto pasaba a su alrededor, como si aquella cultura diferente la abrazase sin temor, con soltura. Estaba feliz de una forma que pocos comprenderían. La noche era fría y oscura, pero aquello no tenía ninguna importancia. Paseó por entre los puestos, atenta a las canciones que sonaban por doquier, con una amable sonrisa en el rostro.
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Última edición por Kayleen M. O'Broin el Jue Dic 05, 2013 3:57 pm, editado 1 vez
Kayleen M. O'Broin- Humano Clase Media
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Re: Heureux Moments | Libre
La inocencia a veces cuesta caro.
Me adentré un poco por aquel sitio, a paso lento y seguro, quería pasar lo más desapercibido posible, iría directo a mi objetivo, realmente el olor era asqueroso, no quería estar ahí pero con mis propios ojos debía de comprobar lo que mis informantes habían comentado, uno de los hombres de mi ‘’confianza’’ había vendido mi honor y prevaricación con sangre se paga. Con anterioridad había estado un par de veces en aquel sitio no por placer, la verdad siempre había sentido aquel aire de repugnancia por los gitanos, su olor, su sangre todo de ellos era lo más despreciable pudo ser creado. Una abominación entre la pobreza y la necesidad, de ahí había nacido su miserable existencia. Centrado para terminar lo más pronto posible con aquella tertulia ignoraba el bullicio de la gente, sus bailes exóticos y las manos de las cortesanas que pedían a gritos pasaran dentro de sus tiendas de campaña para que sean ‘’leído el tarot’’.
Ajusté rápidamente el abrigo que llevaba puesto y comencé a colarme de manera más ligera como el viento que chocaba contra mi cara, mis ojos verdes estaban analizando con precisión a cada uno de los transeúntes y descartaba con agilidad la victima que con afán buscaba. Un susurro llegó hasta mis oídos, como una bomba que se detonó sobre ellos le encontré. Sonreí complacido y detuve mi paso. Estaba frente al tipo, uno de los abogados que trabajaba para mí, haciendo negocio con una de las patentes de mi empresa, era claro, no podía dejar que aquello pasase. Uno de los objetivos por los cuales había llegado hasta París era crecer mi emporio empresarial y bajo las garras de aquel bandido estaba una inversión millonaria. El viento me trajo el olor a uva podrido y mis ojos comenzaron a ver cajas tras cajas de producto que llevaba el nombre de mis viñedos. Mi cejo se frunció y sonreí. No tardé ni tres segundos cuando ya estaba frente al hombre hablándole por la espalda y tomando uno de sus brazos. —Charles, amigo mío ¡Qué sorpresa!- dije con mueca inexpresiva arrebatando los papeles que tenía —Creo que el trato ha terminado aquí camaradas - sonando lo más sarcásticamente posible, tornándose mis ojos de un rojo carmesí que era indicativo de ataque pero era obvio aquella sangre gitana no era de mi interés, ahora el hombre que tenía bajo mi mano sí. Viendo como huían como aves despavoridas los otros dos hombres susurré en el oído del traidor —Qué poca delicadeza, se han ido antes invitación a la cena - murmuré satisfecho y podía sentir como el corazón palpitar del abogaducho se escapaba de inundar con la sangre. A rastras tomé su brazo y lo llevé hasta unas inmensas carpas donde estaba las jaulas de los animales, enterrando mis garras sobre su brazo, traspasé su ropa y piel y poco a poco sus dedos comenzaban a mancharse de su linfa. —Charles, Charles…. Has cometido el peor error de tu vida, quien juega con el diablo tiene que aprender ha que puede quemarse en su infierno- murmuré despedazando su brazo y el grito del hombre que fue estruendoso fue cerrado mi otra mano estrangulándole el cuello. —Descansa en paz- cerré mis ojos e hice una mueca de burla para el descanso ajeno, limpiando mis manos con las ropas ajenas merodeé el terreno y observé a unos leones que con desesperación olfateaban la sangre del hombre —Pequeños, hoy es su noche de suerte, menudo banquete- arrojando por encima de los barrotes el cuerpo delgado de aquel vejestorio, limpiando mis manos con un pequeño pañuelo de seda y una sonrisa fingida salí de aquella oscurana, de vuelta a la luz, de vuelta a la algarabía.
Avanzando hacia adelante con los dedos acariciando mi cien sentí como un delgado cuerpo chocó contra el mío, mis ojos se abrieron y delante una chica de cabellos largos, su peculiar aroma era diferente a los que estaban ahí, sus ojos azules me hicieron fruncir el cejo y me despertaron una extraña curiosidad. —Disculpe mademoiselle- dándole espacio a que avanzara —Le sugiero que no vaya por esa zona, quizás se encuentre con una terrible sorpresa- ella parecía buscar algo en las partes alejadas en donde recientemente acababa de ocurrir el cobro de venganza y sería terrible que aquellos ojos llenos de vida se toparan con la grotesca escena.
Deiran Chassier- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/02/2013
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Re: Heureux Moments | Libre
Su repentino arrebato de consumismo no era debido a la ansiedad, o al simple deseo de derroche o despilfarro. No. Ella, que no poseía los medios necesarios para considerar tener una vida desahogada, si estaba gastando parte de sus ingresos en aquella noche de "diversión" improvisada, era más por la necesidad de despejarse y compartir ese poco dinero que llevaba ahorrando todo el mes con aquellas gentes, que por otra cosa. Siempre había sido así. Inocente, optimista, convencida de que la bondad de las personas era mucho más grande que la maldad que pudieran albergar sus corazones. Sí, no era un pensamiento demasiado lógico o racional y no estaba fundamentado en nada en concreto, pero la hacía más feliz. Se negaba a aceptar que la maldad estaba patente en casa esquina que recorría a su paso, que la miseria enmascaraba en gran medida la alegría que ella pensaba que debía estar presente en cada rincón. Quizá fuese por su obsesivo amor hacia la vida y hacia la inocencia, el motivo principal por el que no se quitaba la venda de los ojos. O, tal vez, la realidad fuese que conocía la verdad de cómo eran las cosas, pero prefería ignorarlo simplemente, a fin de que su sonrisa nunca se difuminase. Le habían dicho en muchas ocasiones que una sonrisa valía más que cualquier palabra. Y hacía uso de aquel aprendizaje en su día a día.
Unos chicos, de apenas once o doce años, se acercaron a ella alegremente, llenándole el cabello de florecillas, para luego arrastrarla hacia uno de aquellos puestos en los que prometían predecir tu fortuna por unas pocas monedas. La joven, que jamás había creído en nada de eso, aceptó encantada, simplemente por los ojillos iluminados con que la observaron aquellos chicos. Le causaban ternura, no podía negarlo, así que, tras abrir la mano, escuchó con atención las palabras que la gitana le iba dedicando, rozando apenas con sus yemas, la palma de su mano derecha. Según la mujer, su fortuna sería elevada en un futuro, y la suerte le acompañaría por siempre. Le dijo que tenía luz, y que esa luz se la contagiaba a los demás. Y ella, en aquellos dos minutos, fingió creérselo, para luego quedarse un tanto fría en cuanto se alejó. No se consideraba afortunada en absoluto. De hecho, lo poco que tenía, lo había conseguido con el sudor de su frente, y demasiado esfuerzo para pensar que se trataba de una cuestión de azar.
Tomó una de las lilas que aquellos niños había incrustado entre sus cabellos, y la observó, pensativa, como si en aquella delicada superficie de color violeta, pudiese encontrar la verdad a tantos interrogantes. Dibujó una sonrisa complacida, y dio monedas a todos quienes se lo pidieron, sin importarle que luego no tendría cómo pagar el carruaje que la llevase de vuelta. Estaba siendo una noche espléndida, y no iba a fastidiarlo por una absurda predicción que desde el principio supo que no tenía ninguna validez. Siguió caminando por la feria, fijándose en cada detalle, en cada canción, feliz de poder estar allí en aquel preciso momento... Y tan distraída iba, que no se fijó en el hombre con el que finalmente acabó chocando. - ¡Oh! ¡Perdonad mi torpeza, Monsieur! Espero no haberos causado daño alguno. -A decir verdad, era ella quien se sentía un tanto dolorida. Observó al hombre con atención, apreciando sus delicados y perfectos rasgos, con una sonrisa de verdadera disculpa. - Sin duda los animales estarán hambrientos, monsieur, ¡pero no creo que me resulte difícil soportarlo! -Exclamó sin más. Le apetecía ver a los leones, antes del espectáculo, aunque estaba segura de que verlos enjaulados no le sentaría muy bien. - De nuevo ruego me disculpéis por mi torpeza, ¡y gracias por la advertencia! -Tras ejecutar dos torpes aunque graciosas reverencias, se volteó parcialmente, en dirección a las carpas de las bestias. Pero, de pronto...
- ¡León suelto! ¡León suelto! - Los cuerpos comenzaron a chocar los unos con los otros, mientras el rugido de la bestia dejaba a más de uno paralizado del miedo. El caos la pilló de improviso, haciendo que se quedase helada en el sitio, incapaz de procesar lo que estaba pasando. Al verlo, la lila se le cayó al suelo, y en menos de dos segundos, fue pisoteada por los visitantes de la feria, que corrían de un lado a otro sin ningún orden.
Unos chicos, de apenas once o doce años, se acercaron a ella alegremente, llenándole el cabello de florecillas, para luego arrastrarla hacia uno de aquellos puestos en los que prometían predecir tu fortuna por unas pocas monedas. La joven, que jamás había creído en nada de eso, aceptó encantada, simplemente por los ojillos iluminados con que la observaron aquellos chicos. Le causaban ternura, no podía negarlo, así que, tras abrir la mano, escuchó con atención las palabras que la gitana le iba dedicando, rozando apenas con sus yemas, la palma de su mano derecha. Según la mujer, su fortuna sería elevada en un futuro, y la suerte le acompañaría por siempre. Le dijo que tenía luz, y que esa luz se la contagiaba a los demás. Y ella, en aquellos dos minutos, fingió creérselo, para luego quedarse un tanto fría en cuanto se alejó. No se consideraba afortunada en absoluto. De hecho, lo poco que tenía, lo había conseguido con el sudor de su frente, y demasiado esfuerzo para pensar que se trataba de una cuestión de azar.
Tomó una de las lilas que aquellos niños había incrustado entre sus cabellos, y la observó, pensativa, como si en aquella delicada superficie de color violeta, pudiese encontrar la verdad a tantos interrogantes. Dibujó una sonrisa complacida, y dio monedas a todos quienes se lo pidieron, sin importarle que luego no tendría cómo pagar el carruaje que la llevase de vuelta. Estaba siendo una noche espléndida, y no iba a fastidiarlo por una absurda predicción que desde el principio supo que no tenía ninguna validez. Siguió caminando por la feria, fijándose en cada detalle, en cada canción, feliz de poder estar allí en aquel preciso momento... Y tan distraída iba, que no se fijó en el hombre con el que finalmente acabó chocando. - ¡Oh! ¡Perdonad mi torpeza, Monsieur! Espero no haberos causado daño alguno. -A decir verdad, era ella quien se sentía un tanto dolorida. Observó al hombre con atención, apreciando sus delicados y perfectos rasgos, con una sonrisa de verdadera disculpa. - Sin duda los animales estarán hambrientos, monsieur, ¡pero no creo que me resulte difícil soportarlo! -Exclamó sin más. Le apetecía ver a los leones, antes del espectáculo, aunque estaba segura de que verlos enjaulados no le sentaría muy bien. - De nuevo ruego me disculpéis por mi torpeza, ¡y gracias por la advertencia! -Tras ejecutar dos torpes aunque graciosas reverencias, se volteó parcialmente, en dirección a las carpas de las bestias. Pero, de pronto...
- ¡León suelto! ¡León suelto! - Los cuerpos comenzaron a chocar los unos con los otros, mientras el rugido de la bestia dejaba a más de uno paralizado del miedo. El caos la pilló de improviso, haciendo que se quedase helada en el sitio, incapaz de procesar lo que estaba pasando. Al verlo, la lila se le cayó al suelo, y en menos de dos segundos, fue pisoteada por los visitantes de la feria, que corrían de un lado a otro sin ningún orden.
Kayleen M. O'Broin- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 07/09/2013
Re: Heureux Moments | Libre
El aire era más que molesto, la tierra y toda su humedad. Definitivamente el invierno no era placentero para muchos, no era de mis estaciones preferidas. Podría decirse que odié en ese momento en el que estaba, el lugar, las personas mezclándose las unas con las otras. Detestaba de manera casi evidente mi repudio por los gitanos pero quizás no exteriorizarlo era mi error pues sentir sus manos chocarme me causaba ciertas náuseas vagas. Por lo que había venido a este lugar acababa de terminar, el hombre había pagado su deuda, no quedaba nada más que hacer aquí más que salir de manera despreocupada hasta algún lugar para tomar una copa de vino. Mi paso ya más tranquilo y desacelerado era callado por el sonido de la carne despedazarse, una noche, una escoria menos. Ese era la música que me invitaba a seguir pues rastrear mi crimen recién perpetrado desde no menos de doscientos metros era cosa fácil para mi oído, hasta que choqué con alguien. El cabello de una mujer, que con sus risos de oro seducían al sonreír y sus ojos como mar danzante se fundieron con los verdes míos. —¿Daño? No, no, pierda cuidado Mademoiselle- mirándole de manera escrutadora y sutil queriendo analizarle en unos pocos segundos.
La mujer tenía aire de inocencia, un alma que irradiaba energías positivas y cierto atisbo de despreocupación, quizás era porque mis ropas habían jugado bien a hacer su trabajo y cubrir el frío de mi cuerpo o era ella que con su despistada sonrisa no sabía distinguir entre caminar tras un muerto. —Están hambrientos porque adoran la carne, sus rugidos me lo dicen- sonreí como si ella fuese a descubrirme aunque era obvio que era para mí mismo, jactándome un poco de mis fechorías y cero arrepentimientos —Es algo grotesco verles comer, despedazan todo a su paso, es terrible… No querrá verlo- traté de otra manera persuadir la situación quizás así ella desistiría de su idea, aunque sus ojos me decían otra cosas, por otro lado sentía como si estuviese cultivándole la curiosidad —De verdad debería de reconsiderarlo Mademoiselle- insistí de nuevo sin saber por qué, usualmente no me importaba que se dieran cuenta de lo que hacía pero ella guardaba inocencia que merecía la pena salvar.
Los gritos comenzaron a hacer eco, resonando como fuertes campanadas que se tambalean sin cesar, los tumultos de personas balanceándose las unas cosas las otras, gritos y rápidas pisadas fueron la voz que sonaba después del grito de un hombre anunciando la salida de un león suelto en el campo. Un rechinar de mis dientes y la minuciosa vista del panorama me llevaron hasta ella de nuevo que parecía congelada sobre su eje, sin emitir ningún movimiento, estática como una porcelana. La figura del felino a unos cincuenta metros entre el cuerpo de ella y un rugir sonó como una frenética advertencia del animal —¿qué hace?- dije casi susurrante para mí mismo al ver que el sentido común de huida de la dama estaba totalmente abolido y tomándole del brazo le tiré hasta colocarle detrás de mí, para ella ya era muy tarde correr, sus pies serían alcanzados al solo querer intentarlo.
Mirándole por encima de mi hombro le dije suave y tranquilo —Súbase a mi espalda, ¡rápido!- era más una orden que petición y con su mano aun sosteniéndole le tiré agachándome para dejar que ella se subiese, sin quitar la vista de encima del león que amenazaba con saltarnos encima. Sin estar seguro que ella se había subido sobre mi espalda posé una mano sobre suya sujetándole y con impulso del suelo di salto encima de uno de los depósitos en donde almacenaban las cosas circo y comencé a saltar uno a uno éstos para ganar lejanía de aquel animal que no sería más mi problema sin saber si iba del lado correcto me dejé guiar por uno de los sonidos de esos carruseles que manejaba solos y quedando justo al lado de esa estructura miré a mi espalda el cuerpo delgado de la mujer cerciorándome de que aun estaba ahí —Llegamos…- dije aclarando mi voz —Estuvo cerca ¿no?- no esperaba que ignoraba lo que acababa de pasar pero quizás que creyese que había sido un sueño que se había transformado en una posible pesadilla.
Deiran Chassier- Vampiro Clase Alta
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Re: Heureux Moments | Libre
El peligro tiene la extraña facultad de despertar los instintos más básicos de los seres humanos: el miedo, el pánico, la frustración. La completa parálisis. ¿Alguna vez has oído la expresión de "ver pasar la vida por delante de tus ojos"? Pues eso era exactamente lo que ella estaba sintiendo en aquel preciso momentos. La bestia estaba allí, parada frente a ella, observándola con sus grandes y fieros ojos brillantes. La examinaba de arriba abajo, altivo, tratando de demostrarle quién de los dos era el que tenía el mando en aquella situación inesperada. Inocente de ella al pensar que podría simplemente divisar a lo lejos el esplendor de aquellas bestias enjauladas. Nunca se habría esperado encontrarse a una así de cerca. Su mueca era feroz, peligrosa, acechante. Kayleen ni siquiera se movió del sitio cuando el león avanzó un par de pasos hacia ella. Pensó que si se mantenía quieta el animal la ignoraría, pensando que había otras presas más apetitosas a su alrededor. Pero el hecho fue que el animal siguió avanzando.
Y justo en ese momento comenzaron los recuerdos. Si bien su vida no había sido perfecta, nunca se planteó que pudiese acabar tan pronto. Tenía tantas cosas por hacer, tantas situaciones nuevas que vivir, tantas esperanzas depositadas en un futuro que ahora se adivinaba incierto... Siempre había soñado con dirigir su propio orfanato, en el que pudiese cuidar a un gran número de niños y alimentarlos. También soñaba con tener muchos hijos, propios y adoptados, correteando por un jardín lleno de animales y flores. Un marido con el que poder compartir una larga vida, y una vejez llena de momentos felices y experiencias varias. Y todo acabaría en nada. Moriría sola, sin familia, antes siquiera de conseguir ascender en su trabajo. Por lo menos podía decir que había hecho todo el bien que estuvo en su mano. Ayudó a familias desfavorecidas a encontrar un hogar en el que vivir, ofreció cobijo a niños de la calle y pagó de su bolsillo las medicinas que necesitaran. Si había un cielo, esperaba que al menos, la dejasen verlo desde fuera.
Ahora sólo le quedaba esperar a que su final llegase. Era inminente. El rugido persistente del hambriento animal enmascaraba el bullicio que había a su alrededor. El mundo entero parecía haberse difuminado. Ya no veía nada más que el que sería el causante de su final. No sabía cuánto tiempo había pasado hasta que su voz le hizo reaccionar. La volteó sin que ella supiera lo que estaba ocurriendo. La muchacha parpadeó un par de veces hasta que volvió a enfocar su vista. Se fijó en su aspecto, calmado en medio de todo aquel caos. Bello, arrogante, poderoso. No entendió nada de lo que le había dicho, pero de repente se sintió segura. Arrugó el entrecejo, incapaz de olvidar el rugido del león que, a su espalda, se acercaba a ambos. Obedeció a su orden aunque no sabía a qué se refería... Y luego tampoco lo entendería después de que el hombre ¿saltara? para ponerla a salvo.
Su expresión estaba entre la más enorme estupefacción y el pánico más absoluto. Una vez estuvieron sobre suelo firme, la mujer retrocedió, presa de la confusión. Aquellas estaban siendo demasiadas emociones fuertes para una misma noche. Las palabras se le atragantaron en la garganta. No sabía qué hacer, ni qué decir. Si eso era una pesadilla, aquel era el momento perfecto para despertar. Se tiró al suelo de rodillas, como si por estar más cerca del suelo el mundo fuese a volver a la normalidad. - N-no... no lo sé... ¿Q-qué ha pasado? - Su cabeza en aquel momento era un auténtico hervidero de pensamientos de lo más dispares. Quería buscar sentido a todo aquello. Clavó la mirada en los ojos ajenos, buscando encontrar una verdad oculta entre su entereza. ¿Quién era en realidad?
Y justo en ese momento comenzaron los recuerdos. Si bien su vida no había sido perfecta, nunca se planteó que pudiese acabar tan pronto. Tenía tantas cosas por hacer, tantas situaciones nuevas que vivir, tantas esperanzas depositadas en un futuro que ahora se adivinaba incierto... Siempre había soñado con dirigir su propio orfanato, en el que pudiese cuidar a un gran número de niños y alimentarlos. También soñaba con tener muchos hijos, propios y adoptados, correteando por un jardín lleno de animales y flores. Un marido con el que poder compartir una larga vida, y una vejez llena de momentos felices y experiencias varias. Y todo acabaría en nada. Moriría sola, sin familia, antes siquiera de conseguir ascender en su trabajo. Por lo menos podía decir que había hecho todo el bien que estuvo en su mano. Ayudó a familias desfavorecidas a encontrar un hogar en el que vivir, ofreció cobijo a niños de la calle y pagó de su bolsillo las medicinas que necesitaran. Si había un cielo, esperaba que al menos, la dejasen verlo desde fuera.
Ahora sólo le quedaba esperar a que su final llegase. Era inminente. El rugido persistente del hambriento animal enmascaraba el bullicio que había a su alrededor. El mundo entero parecía haberse difuminado. Ya no veía nada más que el que sería el causante de su final. No sabía cuánto tiempo había pasado hasta que su voz le hizo reaccionar. La volteó sin que ella supiera lo que estaba ocurriendo. La muchacha parpadeó un par de veces hasta que volvió a enfocar su vista. Se fijó en su aspecto, calmado en medio de todo aquel caos. Bello, arrogante, poderoso. No entendió nada de lo que le había dicho, pero de repente se sintió segura. Arrugó el entrecejo, incapaz de olvidar el rugido del león que, a su espalda, se acercaba a ambos. Obedeció a su orden aunque no sabía a qué se refería... Y luego tampoco lo entendería después de que el hombre ¿saltara? para ponerla a salvo.
Su expresión estaba entre la más enorme estupefacción y el pánico más absoluto. Una vez estuvieron sobre suelo firme, la mujer retrocedió, presa de la confusión. Aquellas estaban siendo demasiadas emociones fuertes para una misma noche. Las palabras se le atragantaron en la garganta. No sabía qué hacer, ni qué decir. Si eso era una pesadilla, aquel era el momento perfecto para despertar. Se tiró al suelo de rodillas, como si por estar más cerca del suelo el mundo fuese a volver a la normalidad. - N-no... no lo sé... ¿Q-qué ha pasado? - Su cabeza en aquel momento era un auténtico hervidero de pensamientos de lo más dispares. Quería buscar sentido a todo aquello. Clavó la mirada en los ojos ajenos, buscando encontrar una verdad oculta entre su entereza. ¿Quién era en realidad?
Kayleen M. O'Broin- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 07/09/2013
Re: Heureux Moments | Libre
El mundo puede convertirse en lo que se desea, rápidamente puede ser un festín, un banquete del cual te atreves a ver de manera inadvertida para la misma diversión, o puede ser un encierro efímero de terribles posibilidades, dificultades, hechos duros que marquen para siempre el ahogo de un respiro y te lleven a la muerte. Definitivamente para mí la primera opción era la más correcta, no me importaba si se despedazara ante mi vista el cielo, o el suelo comenzase a rajarse hundiéndose en su paso, solo quería satisfacer mis propios deseos aunque no recuerdo que siempre yo haya sido así, es sólo que hace tanto tiempo de ello que no recordaba ni quien fui. No era de los que estaba dispuesto a sacrificarme por algo que realmente me pareciese importante, simplemente lo tomaba y ya. Y si realmente no me incumbía dejaba que muriera pero por qué, por qué la había salvado.
Me quedé pensando mientras el aire daba sin escrúpulos contra mi rostro y el de ella escondido bajo mi espalda, que, aun temblaba por el encuentro con aquel animal. Me vi molesto por un rato porque no sabía qué iba a hacer después de que estuviéramos en el suelo, qué actitud tomaría ella para conmigo y lo que acababa de suceder, era obvio que no era un hombre ‘’normal’’ que puede escalar con facilidad objetos de más de seis metros desde el suelo. No podía correr el riesgo de que ella descubriera mi verdadera identidad y después rumores tan cínicos corriendo por París mí, no sería una buena imagen para mi empresa. Me negué la idea de fingir, mi condición de no humano nunca me había molestado, me irritaba aparentar lo que no era , ser un humano, eso sí me ponía de mal humor pero es así como se jugaba esta partida y hasta para nosotros habían reglas que debía cumplir por muy estúpidas que me pareciesen.
Llegamos hasta el sitio donde la música infantil y los caballos mecerse sin nadie que los montara hacía eco en mis oídos, estaba tan pendiente de ella como del lugar que estaba un poco vacío, con pocos transeúntes parecía que hasta esa parte del circo no había llegado el rumor del león que había sido suelto en busca de presas, la gente caminaba y hacía sus cosas de manera normal. La joven se tiró de mi cuerpo y se aferró al suelo, yo le miré con un aire de desconcierto y molestia, estaba en shock. Leí sus pensamientos, había tanta confusión como si hubiese visto la muerte, lo cual era cierto y válido así que me acerqué hasta ella y le tendí una mano —Mi lady, estoy seguro que esto es una confusión- dije con un tono de sorpresa creyendo poder manipular el momento a mi favor y por el bien de ella esperaba que funcionara, si era lo realmente capaz podría ese recuerdo suprimirse por sí solo para auto proteger la integridad mental de la joven. —Acabo de ver cómo corría de una manera desesperada desde aquella dirección- señalando el lugar donde estaban los contenedores por donde hace un rato acabábamos de pasar —Gritaba algo como… ¿León suelto?- dije suave aun expectante a que su mano fuese tomada por la mía y continué —Tropezó conmigo y cayó al suelo, eso sucedió- esperé sonar convincente y me agaché ante su cuerpo —Vamos, sería una pena que su hermoso vestido se dañe- le miré a sus ojos, estaban tan confundidos como las aguas del mar revueltas.
Deiran Chassier- Vampiro Clase Alta
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Re: Heureux Moments | Libre
A veces, ante un suceso que resulta del todo ilógico, inesperado o imposible según la física que todos conocemos, el cerebro desencadena una serie de medidas "paliativas", con la única función de darle sentido a aquello que no lo tiene, o de olvidar aquellas cosas que, si se se atreviesen a permanecer vagando por la memoria durante más tiempo, acabarían por volver loco a cualquiera. Tomó la mano de aquel hombre desconocido, desesperada por encontrar nuevamente aquella paz que hacía unos segundos había sentido. Su tranquilidad, su entereza, le resultaban admirables a la par que desesperantes. Su mente era incapaz de procesar todo lo ocurrido, y aunque recordaba la sensación de estar sobre su espalda, segura pero en shock, no recordaba si eso había pasado realmente, o si se lo había imaginado. Porque, ¿qué era más probable? ¿Que se estuviese volviendo loca o que realmente aquel hombre, en apariencia normal y corriente, hubiese saltado varios metros, a una velocidad imposible, a fin de ponerla a salvo? Siendo enfermera y habiendo visto a tantas personas perder la cabeza, su respuesta estaba clara. El león suelto, avanzando hacia ella, era todo cuanto podía recordar de forma fiable, tal era el pavor que aquella figura fuerte y majestuosa había despertado en ella. Estaba segura de que, cuando ni siquiera recordara aquella feria, seguiría recordando la sensación de que la vida se le escapaba de las manos. Un trauma así no se disuelve simplemente con el tiempo.
Devolvió la vista al hombre, con cierta desconfianza aunque ya ni recordaba los motivos que tenía para desconfiar de él. Sabía que le había visto en la feria, y que había sido él quien la había advertido de los peligros de los leones. No se equivocaba, después de todo. El resto, la parte en que la salvaba, sacándola de la escena en volandas, fue sustituida lentamente por la realidad más plausible que él mismo le había mencionado: ante el león, había huido por su vida a fin de ponerse a salvo. El hecho de que él estuviese allí también, junto a ella, pese a no encajarle del todo parecía bastante más simple de entender que el hecho de que volara, o algo así. No, definitivamente, eso no había pasado. Tras reflexionar unos momentos, se terminó de levantar y dibujó una sonrisa tímida, agradecida aunque sin saber si tenía motivos o no para mostrarle gratitud. Sus mejillas se enrojecieron instantáneamente. Seguramente ahora pensaría que estaba loca, y quién sabía si tenía razón o no. Se sacudió el vestido, bastante sucio por los últimos acontecimientos.
- L-lo siento mucho. ¿Le hice daño al golpearle? -La historia del hombre comenzaba a asentarse en su memoria, como una funda protectora que la separaba de una verdad demasiado confusa para que pudiera comprenderla. Ya era la segunda vez que se tropezaba con él en aquel día... Y lo peor es que, conociéndose, tenía bastante sentido. Su capacidad para distraerse hasta con el vuelo de una mosca era más que evidente. -La verdad es que no me importa el vestido... está totalmente destrozado. Pero al menos me salvé de aquella bestia hambrienta. -Se observó las manos, ensangrentadas y llenas de tierra, y sólo entonces se dio cuenta de que aquellos minutos se los había pasado haciendo una especie de agujeros en el suelo, presa del pánico. Escocía. Rasgó una de las mangas del vestido y se limpió como pudo. No le apetecía que se le infectaran. - Oh, Dios mio, debéis pensar que soy una maleducada... Ni siquiera me presenté... Mi nombre es Kayleen, monsieur... Y realmente siento haberos golpeado de nuevo. No miro por donde voy... - Una sonrisa avergonzada. Una mirada más confiada... Y de su memoria había desaparecido todo aquello que carecía de sentido.
Devolvió la vista al hombre, con cierta desconfianza aunque ya ni recordaba los motivos que tenía para desconfiar de él. Sabía que le había visto en la feria, y que había sido él quien la había advertido de los peligros de los leones. No se equivocaba, después de todo. El resto, la parte en que la salvaba, sacándola de la escena en volandas, fue sustituida lentamente por la realidad más plausible que él mismo le había mencionado: ante el león, había huido por su vida a fin de ponerse a salvo. El hecho de que él estuviese allí también, junto a ella, pese a no encajarle del todo parecía bastante más simple de entender que el hecho de que volara, o algo así. No, definitivamente, eso no había pasado. Tras reflexionar unos momentos, se terminó de levantar y dibujó una sonrisa tímida, agradecida aunque sin saber si tenía motivos o no para mostrarle gratitud. Sus mejillas se enrojecieron instantáneamente. Seguramente ahora pensaría que estaba loca, y quién sabía si tenía razón o no. Se sacudió el vestido, bastante sucio por los últimos acontecimientos.
- L-lo siento mucho. ¿Le hice daño al golpearle? -La historia del hombre comenzaba a asentarse en su memoria, como una funda protectora que la separaba de una verdad demasiado confusa para que pudiera comprenderla. Ya era la segunda vez que se tropezaba con él en aquel día... Y lo peor es que, conociéndose, tenía bastante sentido. Su capacidad para distraerse hasta con el vuelo de una mosca era más que evidente. -La verdad es que no me importa el vestido... está totalmente destrozado. Pero al menos me salvé de aquella bestia hambrienta. -Se observó las manos, ensangrentadas y llenas de tierra, y sólo entonces se dio cuenta de que aquellos minutos se los había pasado haciendo una especie de agujeros en el suelo, presa del pánico. Escocía. Rasgó una de las mangas del vestido y se limpió como pudo. No le apetecía que se le infectaran. - Oh, Dios mio, debéis pensar que soy una maleducada... Ni siquiera me presenté... Mi nombre es Kayleen, monsieur... Y realmente siento haberos golpeado de nuevo. No miro por donde voy... - Una sonrisa avergonzada. Una mirada más confiada... Y de su memoria había desaparecido todo aquello que carecía de sentido.
Kayleen M. O'Broin- Humano Clase Media
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 07/09/2013
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