AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Last Unicorn... [Leonor Daxmins, Lissander C. Arcalucci]
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The Last Unicorn... [Leonor Daxmins, Lissander C. Arcalucci]
—Me duele el trasero —balbuceó la muchacha de cabellos rojizos mientras, a duras penas continuaba cabalgando a las zonas más retiradas de la urbe parisina.
El invierno era cruel y aunque, Yule mostraba sus mejores caras en elaboradas ilustraciones, la temporada en la que reinaba era todo lo contrario a un ser gentil. Vittorio permanecía dormido dentro de un bolso de tela gruesa que colgaba a un costado del corcel al que cariñosamente llamaban “Lord Byron”; Loreena era amante de aventuras fantásticas y siempre le reprochaba a su abuelo que no le dejara acompañarlo a sus interminables viajes ¿y cómo dejar que le acompañara? Si la muchacha siempre terminaba metiéndose en líos en los cuales se libraba milagrosamente, esa muchacha tenía la bendición de los dioses, sin duda alguna.
Luego de tanto insistir algunas tardes antes, consiguió lo que quería. Acompañaría a dos de los eruditos más jóvenes de la Antigua Hermandad a una pequeña expedición a las zonas aledañas a París. Aquello le alegró tanto a la joven irlandesa que en los días siguientes no podía dejar de pensar en otra cosa, su compañero cambiaformas, también se vio involucrado en el asunto y para no lidiar con las malas caras de la pelirroja, tuvo que resignarse a acompañarla a ese viaje que estaría cargado de sorpresas –según ella–. Ni ella misma podía deducir de dónde sacaba tanta energía, era hiperactiva en excesos, tanto así que el pobre Vittorio y hasta el mismo Lord Byron terminaban evitando de alguna forma que se le ocurrieran nuevas ideas para templarse los cabellos.
El viaje había sido largo, y a pesar de haber estado tan animada días antes, ya se sentía desganada, quizás era a causa del duro invierno de la época. Mientras tanto, los dos compañeros de viaje, es decir, los jóvenes eruditos parecían estar acostumbrado a dichos viajes y aunque, insistieron para detenerse a descansar, Loreena se negaba rotundamente a hacer algo así, era terca “…Tanto como el viejo Hans” se escucharía en algún momento entre las largas horas en las que se convertía el viaje.
La arboleda seca se hacía aún más espesa a medida que avanzaban, Loreena sólo temía por los insectos, los odiaba desde chica y no podía entrar en pánico si alguno se le acercaba. En su mente rondaba una única pregunta ¿cuándo demonios llegaremos? Se estaba exasperando, a pesar de disfrutar del paisaje invernal pero, ya quería conocer a aquel destino al cual la llevarían los hechiceros.
Sus ojos brillarían como los de un niño al escuchar como uno de los hombres indicaría –para su sorpresa– que ahí se detendrían, finalmente habían culminado con aquel tortuoso viaje. Pararon en una zona rodeada por árboles abierta cercana a un río, a la distancia se escuchaba el sonido de agua en caída, obviamente se trataba de una cascada. El cielo estaba totalmente albino haciendo juego con el manto de nieve, era una vista a la cual la irlandesa tenía que admirar y dibujar. Pasaría rato rondando de un lado a otro, dibujando y molestando a Vittorio. Pero, como era de esperarse empezaría a aburrirse, se supone que irían de expedición y aquellos dos sólo hablaban sobre misterios antiguos mientras bebían chocolate caliente. Sin darse cuenta se fue alejando en compañía de su gato y su corcel, el terreno cambiaba un tanto a algo menos accesible pero eso no era problema para ella, continuaría curioseando de todos modos.
Siguiendo el ritmo de las aguas del río pudo llegar hasta la enorme y preciosa cascada que la atraía desde hacía rato con su inconfundible sonido. Casi podía sentir el helado rocío del agua sobre su rostro, no calculaba el tiempo que pasaría admirando aquel espacio, pero, la noche empezaba a caer lentamente. Era hora de regresar. Pero, aquello era demasiado hermoso, quizás demasiado como para dejarse ir de tal manera. Como si algo le llamara, la muchacha empezó a acercarse lentamente hasta la cascada, Lord Byron relinchaba desde sus espaldas y templaba su ropa pero finalmente, resignado terminó acompañando a su ama y al gato negro que estaba al lado de la chica.
El agua estaba terriblemente helada al tacto pero, eso no evitó que Loreena dejara que su brazo traspasara a través de la corriente de agua. Se dejó llevar quién sabe porqué y perdiendo el equilibrio iría directo hacia el interior de la cascada pensando en que atestaría su cabeza en contra la piedra al otro lado de la caída de agua pero, para su gran sorpresa terminó cayendo largo a largo. Quedó algo aturdida a causa del impacto de la gélida agua y mientras intentaba recobrar sus fuerzas, sus orbes se dejarían maravillar por lo imposible y real, una caverna, no, eso daba salida hacia otro lugar; atrás le siguieron el gato y el caballo negro, los tres se dieron paso a través de aquella pequeña caverna hasta su final.
Un enorme arco de piedra, una estrella en su base, era un espectáculo que si valía la pena apreciar. Quizás esto era lo que buscaban los eruditos pero, no podía arriesgarse a que arruinaran su descubrimiento. Se sentía como una infanta al ver semejante lugar. No sólo era un arco, éste hacía de entrada a una residencia antigua con aires de abandono y que no dejaba de parecer enigmática para Loreena, que sin pensarlo dos veces dejó atrás aquel enorme arco para adentrarse a una estancia desconocida y gratificante, atrás, le acompañaban su corcel, Lord Byron y su fiel amigo felino –y cambiaformas– Vittorio, pensando que eran los únicos que harían presencia en aquel lugar con la noche, amenazando a sus espaldas.
El invierno era cruel y aunque, Yule mostraba sus mejores caras en elaboradas ilustraciones, la temporada en la que reinaba era todo lo contrario a un ser gentil. Vittorio permanecía dormido dentro de un bolso de tela gruesa que colgaba a un costado del corcel al que cariñosamente llamaban “Lord Byron”; Loreena era amante de aventuras fantásticas y siempre le reprochaba a su abuelo que no le dejara acompañarlo a sus interminables viajes ¿y cómo dejar que le acompañara? Si la muchacha siempre terminaba metiéndose en líos en los cuales se libraba milagrosamente, esa muchacha tenía la bendición de los dioses, sin duda alguna.
Luego de tanto insistir algunas tardes antes, consiguió lo que quería. Acompañaría a dos de los eruditos más jóvenes de la Antigua Hermandad a una pequeña expedición a las zonas aledañas a París. Aquello le alegró tanto a la joven irlandesa que en los días siguientes no podía dejar de pensar en otra cosa, su compañero cambiaformas, también se vio involucrado en el asunto y para no lidiar con las malas caras de la pelirroja, tuvo que resignarse a acompañarla a ese viaje que estaría cargado de sorpresas –según ella–. Ni ella misma podía deducir de dónde sacaba tanta energía, era hiperactiva en excesos, tanto así que el pobre Vittorio y hasta el mismo Lord Byron terminaban evitando de alguna forma que se le ocurrieran nuevas ideas para templarse los cabellos.
El viaje había sido largo, y a pesar de haber estado tan animada días antes, ya se sentía desganada, quizás era a causa del duro invierno de la época. Mientras tanto, los dos compañeros de viaje, es decir, los jóvenes eruditos parecían estar acostumbrado a dichos viajes y aunque, insistieron para detenerse a descansar, Loreena se negaba rotundamente a hacer algo así, era terca “…Tanto como el viejo Hans” se escucharía en algún momento entre las largas horas en las que se convertía el viaje.
La arboleda seca se hacía aún más espesa a medida que avanzaban, Loreena sólo temía por los insectos, los odiaba desde chica y no podía entrar en pánico si alguno se le acercaba. En su mente rondaba una única pregunta ¿cuándo demonios llegaremos? Se estaba exasperando, a pesar de disfrutar del paisaje invernal pero, ya quería conocer a aquel destino al cual la llevarían los hechiceros.
Sus ojos brillarían como los de un niño al escuchar como uno de los hombres indicaría –para su sorpresa– que ahí se detendrían, finalmente habían culminado con aquel tortuoso viaje. Pararon en una zona rodeada por árboles abierta cercana a un río, a la distancia se escuchaba el sonido de agua en caída, obviamente se trataba de una cascada. El cielo estaba totalmente albino haciendo juego con el manto de nieve, era una vista a la cual la irlandesa tenía que admirar y dibujar. Pasaría rato rondando de un lado a otro, dibujando y molestando a Vittorio. Pero, como era de esperarse empezaría a aburrirse, se supone que irían de expedición y aquellos dos sólo hablaban sobre misterios antiguos mientras bebían chocolate caliente. Sin darse cuenta se fue alejando en compañía de su gato y su corcel, el terreno cambiaba un tanto a algo menos accesible pero eso no era problema para ella, continuaría curioseando de todos modos.
Siguiendo el ritmo de las aguas del río pudo llegar hasta la enorme y preciosa cascada que la atraía desde hacía rato con su inconfundible sonido. Casi podía sentir el helado rocío del agua sobre su rostro, no calculaba el tiempo que pasaría admirando aquel espacio, pero, la noche empezaba a caer lentamente. Era hora de regresar. Pero, aquello era demasiado hermoso, quizás demasiado como para dejarse ir de tal manera. Como si algo le llamara, la muchacha empezó a acercarse lentamente hasta la cascada, Lord Byron relinchaba desde sus espaldas y templaba su ropa pero finalmente, resignado terminó acompañando a su ama y al gato negro que estaba al lado de la chica.
El agua estaba terriblemente helada al tacto pero, eso no evitó que Loreena dejara que su brazo traspasara a través de la corriente de agua. Se dejó llevar quién sabe porqué y perdiendo el equilibrio iría directo hacia el interior de la cascada pensando en que atestaría su cabeza en contra la piedra al otro lado de la caída de agua pero, para su gran sorpresa terminó cayendo largo a largo. Quedó algo aturdida a causa del impacto de la gélida agua y mientras intentaba recobrar sus fuerzas, sus orbes se dejarían maravillar por lo imposible y real, una caverna, no, eso daba salida hacia otro lugar; atrás le siguieron el gato y el caballo negro, los tres se dieron paso a través de aquella pequeña caverna hasta su final.
Un enorme arco de piedra, una estrella en su base, era un espectáculo que si valía la pena apreciar. Quizás esto era lo que buscaban los eruditos pero, no podía arriesgarse a que arruinaran su descubrimiento. Se sentía como una infanta al ver semejante lugar. No sólo era un arco, éste hacía de entrada a una residencia antigua con aires de abandono y que no dejaba de parecer enigmática para Loreena, que sin pensarlo dos veces dejó atrás aquel enorme arco para adentrarse a una estancia desconocida y gratificante, atrás, le acompañaban su corcel, Lord Byron y su fiel amigo felino –y cambiaformas– Vittorio, pensando que eran los únicos que harían presencia en aquel lugar con la noche, amenazando a sus espaldas.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/06/2013
Localización : Por aquí, por allá... Por ajullá.
Re: The Last Unicorn... [Leonor Daxmins, Lissander C. Arcalucci]
El galope suave de las herraduras del caballo eran ensordecidas por un níveo colchón helado que ahogaba el sonido tan rítmico que poseía el animal, alentando demasiado el paso para su gusto, más era la realidad que tenían presente, y no le quedaba más que aceptarla. No es como si pudiese cambiar el clima y quitar aquel frío abrazador con un recitar de sus palabras. Y aun siendo de esos brujos con grandes poderes sobre el clima, aquel joven no los usaría, no era nada bueno jugar con la madre naturaleza, porque, tal como la misma muerte, siempre cobraba venganza, y se tomaba de cualquier herramienta para restablecer su preciado equilibrio. Con cada paso de aquel animal, su cuerpo se mecía en ese movimiento que ya le parecía perpetuo, de izquierda a derecha, una y otra vez, ya ni lo notaba, pero así era el desplazamiento pasivo en esos mamíferos, el único medio de transporte que podía costearse.
El pelaje gris plomo resaltaba ante el brillo de un sol nuboso de la tarde, haciéndolo ver entre un platinado y un opaco gris, era realmente bonito, además de manso y apacible. Iba montándolo desde hacía varias horas un caballero de piel tostada, rubios cabellos y ojos azules como el mismísimo cielo del amanecer, ocultando estos detalles por una túnica de tono negro azabache bastante gruesa, que además de cuidarle de las garras del invierno, protegía su identidad, no se sabía nunca que se podía encontrar por aquellos parajes de París, ¿no? Ya estaba totalmente consciente de que debía cuidarse, sobre todo por Eris, un encuentro con la inquisición puede ser fatal si se sabe que el doctor proveniente de Asís, es un brujo. No quería volver a huir, ni mucho menos poner en peligro a su hermana. Quizás esa era una de las razones por las que hacía aquella búsqueda, encontrar a ese su error era primordial, este maldito espectro podría delatarlo, tanto a él, como a todos los que estuvieron presentes en esa invocación. Ya era hora de pagar por todo lo que hizo.
- ¿Los inmortales se cansan? - Lanza la pregunta curiosa al aire, sabía que detrás de él iba una persona a la que le había pedido aventurarse de nuevo, tal cual lo hizo la primera vez, una mujer que después de ser su enemiga y objeto de estudio en medio de una batalla, se había vuelto una especie de compañera para él, una especie de amiga. ¿Quién dice que no se puede pasear con el enemigo? - Porque si se cansan por horas de viaje, me parece demasiado inútil la inmortalidad. - Son comentarios al azar, para tener algo de que conversar, después de todo, llevaban horas cabalgando, lo mejor que podían hacer era hablar, ¿no?
Su mano diestra sacó de un pequeño bolso que llevaba Calisto, el caballo, un mapa de aquella área, lo extendió sobre sus manos y señalando con uno de sus dedos comenzó a recorrerlo, checando todo el camino que habían dejado atrás y todo el que iba por delante. - (Al anochecer llegaremos…) - Dijo en su interior, cerrando el mapa y guardándolo, aquel lugar estaba cerca después de todo. ¿Dónde más podría ir un fantasma de más de 100 años? Pues, lo mayoría de los espectros habitaban lugares donde la energía espiritual fuese bastante fluida, donde los humanos no les molestaran y donde quizás podrían “descansar” por un buen rato. Ellos también necesitaban recuperar sus fuerzas, después de todo, no eran seres con una energía infinita, eran inmortales, pero nada indicaba que su poder también fuese inmortal, por tanto estaba determinado a devolverlo al infierno de donde lo sacó.
Fue inevitable para su mente no recordar el intento de deshacer su invocación al mundo espiritual, tan fallido e inexperto, pudo conocer que la energía oscura no era fácil de manipular, se le salió todo de las manos de principio a fin, y eso le molestaba de sobre manera. Se supone que era un excelente brujo, se supone que había comprendido el hechizo y los peligros que concernían, pero no, todo fue de mal en peor desde que encendió la primera vela sobre aquella tierra santa. Estaba agobiado a raíz de esos recuerdos, desde que se recuperó hasta ahora solo había pensado como no volver a repetir lo mismo, como controlarse, como hacer un hechizo correcto, con internalizar su energía. No tenía un maestro que le enseñara, por tanto debía ingeniárselas como podía y eso también le agobiaba. La magia negra era muy torcida.
- Llegamos. - Diría aquel muchacho observando la potente cascada y su reconfortante sonido, examinando el área con cuidado y fijándose en aquel lugar como si algo allí le dijese que prestara atención, y es que, algo le decía: "Aquí es", algo que no sabía como explicar, pero confiaría en su instinto. De todos modos, debía aplicar la lógica ¿Y cómo? Pues, después de tanto explorar el mapa de todo lo que rondaba la ciudad de París, pudo encontrar varios lugares de interés que revisar, todos en zonas muy alejadas del casco central, como esa cascada, un sanatorio mental, unos calabozos, el pantano, entre otros. Particularmente quiso empezar por aquella zona, por ser una hermosa cascada que brotaba de aquella roca, si él fuese un espíritu, no iría a donde todos pensarían que podía ir, iría a donde nadie se imaginase que fuese. Trató de pensar como Asknhar Kironto, y esperaba haber acertado. Aquella hermosa atracción de la naturaleza era el centro de la zona, era mejor empezar allí. Sus piernas hicieron lo correspondiente y se bajó del caballo, dándole como agradecimiento unas palmadas en su lomo, siendo lo siguiente una corta caminata hacia el agua cristalina que se empozaba debajo de la cascada, examinando con su mirar absolutamente todo. Estaba muy serio y centrado aquella temprana noche. - Enciende las antorchas, por favor. - Le diría a su compañera, mientras se giraba hacia la cascada y extendía su brazo diestro con la palma extendida, cerrando sus ojos, tratando de sentir, tratando de percibir algo, tratando de encontrar aquella oscura energía, y… bingo: Algo había allí. Aun no siendo un experto, buscaba las maneras de percibir la energía de Asknhar, después de todo, una sola noche con él y pudo conocerlo muy bien.
No esperaría que Leonor se acercase a él para conversar sobre su plan, cada quién sabía lo que les tocaría hacer, después de todo lo hablaron antes de salir de la ciudad. Rápidamente se iría al caballo y tomaría un pequeño bolso que cruzaría por sobre la túnica, luego, dejaría el caballo afuera, atado a un árbol, y entonces se centraría en ir a ese salto de agua helada, se detendría al frente, justo parado en una roca, su mano derecha saldría de aquella túnica, y sus dedos índice y medio, cubiertos por un guante de cuero señalarían la parte superior de la caída. - Schild. - Diría suavemente, creando una pequeña cúpula de energía que haría que automáticamente se dividiera el agua en dos caídas, propiciándoles una entrada a la cueva. - Ten cuidado, no sabemos que podamos encontrar, así que, tratemos de estar centrados y conectados. - Sería lo último que diría a su compañera, se preocupaba por ella, y aunque sabía que ella era muy fuerte, no estaba demás ser precavido. Daría un pequeño salto y entraría a la cueva, justo debajo de aquel arco de roca. Esperaría por ella para deshacer su hechizo, mientras observaba la negra oscurana que se tragaba la poca luz que la noche les había dado al abrir aquel portal acuático que moría lentamente tras él.
El miedo se había quedado en casa, pero la preocupación si había decidido acompañarlos. Aspiraba por fin lograr cerrar ese capítulo de su vida, poder dormir durante la noche y alejar esos malos augurios que vivía sintiendo. Por último decidió buscar la reconfortante mirada de aquella vampira, y comenzó a caminar lentamente, adentrándose en lo que podría ser, la última búsqueda de esa maldita psicofonía.
Lissander C. Arcalucci- Hechicero Clase Media
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Re: The Last Unicorn... [Leonor Daxmins, Lissander C. Arcalucci]
Era difícil calcular cuanto tiempo llevaban cabalgando. En ocasiones mas a prisa, o en otras de manera mas relajada, disfrutando por así decirlo del paisaje, alejándose de manera sutil de la ciudad, llegando a sus rincones mas inhóspitos e inexplorados.
La joven estaba consiente de la nueva aventura a la cual estaba entrando nuevamente ¿La palabra aventura sería la mas adecuada para describir aquello? Sin dudas llamarlo "pesadilla" quedaría mas apropiado, pero no sería la manera en que Leonor se hubiera referido a eso, puesto que para ella todo sinónimo de aventuras y de descubrimiento, Independiente que ahora el motivo de esto fuera claro y preciso, ambos sabían a lo que iban, y no tenían tiempo de para distraerse con juegos ni nada similar, eso sería un error.
El cuerpo de la Vampiresa se mecía con tranquilidad sobre el lomo del animal, había decidido no usar la montura propia del caballo, puesto que a su visión propia aquello era incomodo para el, y ella podía perfectamente sostenerse de el, sin usar nada mas, y de esa forma lograba sentir que tanto ella como el equino, irían mucho mas cómodos, frente al largo camino que debían recorrer, al cual aún le faltaba un largo tramo para concluir.
Las palabras del que ahora era uno de sus compañeros mas cercanos, la hicieron volver en si. Aún no podía explicar como habían llegado a formar ese lazo con el brujo, si hace solo unos meses atrás habían estado dándose a punta de golpes, ilusiones y controles por doquier. Velos ahora, juntos nuevamente buscando terminar con algo que había comenzado tal y como se veían ellos ahora.
- No Lissander, no nos cansamos, por que tampoco debo recobrar el aliento ni nada. Mi resistencia a viajes como estos créeme que es demasiado alta. - le respondió con una sonrisa, mientras negaba con su cabeza. Parecía que el aún no se acostumbraba a ella por completo, pero eso solo era cosa de tiempo, puesto que ciertamente una amistad como esa no era común, y tampoco esperaba que fuera comprendida, solo ellos sabían el por que de esa unión que terminaron formando.
La fría palma de la joven acarició al animal, en un gesto para detenerle, mientras su compañero observaba el mapa minuciosamente. La respuesta a la simple pregunta "¿Cuanto falta?" fue respondida de manera precisa, y la verdad ya no les faltaba demasiado. Nuevamente toco con suavidad a Charlie, para que retomara el trote. Leonor simplemente se encontraba agradecida del clima, el invierno traía consigo aquel manto que cubría no solo el suelo que los sostenía, si no también el cielo, ocultando todo rastro solar que pudiera dañarla. Aún así se encontraba cubierta por una gruesa capa negra, por una razón muy simple, y era la de proteger, su identidad y la de Lissander, quien obviamente como todos los de su "bando" eran perseguidos por la inquisición, y aunque podía ser lo mismo en su caso, a ella le tenía sin cuidado.
Todo el resto del camino, la vampiresa escuchaba los pensamientos ajenos, las imágenes que aún le atormentaban. Aunque comprendía a la perfección el motivo de ello, y estaba consiente del error que habían cometido, el por su invocación, y ella que en lugar de detenerlo, lo apoyo y alentó para hacerlo.
Llegamos - Escucharía la voz ajena, haciéndola soltar un suspiro de alivio, por fin el viaje había concluido.
Rápidamente se bajo del caballo, acariciando luego su pelaje con suavidad, en una clara muestra de agradecimiento. Luego de esto hizo su parte, enciendo dos antorchas, aunque sin duda ellas serían de ayuda para los ojos ajenos, ya que ella podía hacer uso de su vista a la perfección en la oscuridad.
Esperó a que el realizara el hechizo que les daría el paso hacía la caverna que se encontraba cubierta por la hermosa cascada, antes de entrar le escuchó con cuidado, y asintió.
- Lo se, quédate tranquilo, estaremos bien si nos mantenemos conectados, tu sabes como funciona. - le recordaría apuntando su frente, justo antes de ingresar junto a el, dejando una de las antorchas en sus manos, regalandole la última mirada, buscando sosegar un poco las preocupaciones que nadaban por la mente de el, y acariciando con cuidado su hombro, comenzó a avanzar y aunque iba a su lado, buscaba siempre estar unos centímetros por delante de el, en caso de cualquier impacto sorpresa que se les pudiera venir encima, ella podría resistirlo.
No llevaban demasiado tiempo caminando, cuando justo frente a ellos se alzaba una estructura antigua, aunque se veía realmente tenebrosa e imponente. Abandonada.
- ¿Crees que esté ahí dentro? - le preguntaría al joven, mientras su mano izquierda se alzaba apuntando hacía el lugar, el cual, si tenía suerte, albergaría lo que venían de tan lejos persiguiendo.
La joven estaba consiente de la nueva aventura a la cual estaba entrando nuevamente ¿La palabra aventura sería la mas adecuada para describir aquello? Sin dudas llamarlo "pesadilla" quedaría mas apropiado, pero no sería la manera en que Leonor se hubiera referido a eso, puesto que para ella todo sinónimo de aventuras y de descubrimiento, Independiente que ahora el motivo de esto fuera claro y preciso, ambos sabían a lo que iban, y no tenían tiempo de para distraerse con juegos ni nada similar, eso sería un error.
El cuerpo de la Vampiresa se mecía con tranquilidad sobre el lomo del animal, había decidido no usar la montura propia del caballo, puesto que a su visión propia aquello era incomodo para el, y ella podía perfectamente sostenerse de el, sin usar nada mas, y de esa forma lograba sentir que tanto ella como el equino, irían mucho mas cómodos, frente al largo camino que debían recorrer, al cual aún le faltaba un largo tramo para concluir.
Las palabras del que ahora era uno de sus compañeros mas cercanos, la hicieron volver en si. Aún no podía explicar como habían llegado a formar ese lazo con el brujo, si hace solo unos meses atrás habían estado dándose a punta de golpes, ilusiones y controles por doquier. Velos ahora, juntos nuevamente buscando terminar con algo que había comenzado tal y como se veían ellos ahora.
- No Lissander, no nos cansamos, por que tampoco debo recobrar el aliento ni nada. Mi resistencia a viajes como estos créeme que es demasiado alta. - le respondió con una sonrisa, mientras negaba con su cabeza. Parecía que el aún no se acostumbraba a ella por completo, pero eso solo era cosa de tiempo, puesto que ciertamente una amistad como esa no era común, y tampoco esperaba que fuera comprendida, solo ellos sabían el por que de esa unión que terminaron formando.
La fría palma de la joven acarició al animal, en un gesto para detenerle, mientras su compañero observaba el mapa minuciosamente. La respuesta a la simple pregunta "¿Cuanto falta?" fue respondida de manera precisa, y la verdad ya no les faltaba demasiado. Nuevamente toco con suavidad a Charlie, para que retomara el trote. Leonor simplemente se encontraba agradecida del clima, el invierno traía consigo aquel manto que cubría no solo el suelo que los sostenía, si no también el cielo, ocultando todo rastro solar que pudiera dañarla. Aún así se encontraba cubierta por una gruesa capa negra, por una razón muy simple, y era la de proteger, su identidad y la de Lissander, quien obviamente como todos los de su "bando" eran perseguidos por la inquisición, y aunque podía ser lo mismo en su caso, a ella le tenía sin cuidado.
Todo el resto del camino, la vampiresa escuchaba los pensamientos ajenos, las imágenes que aún le atormentaban. Aunque comprendía a la perfección el motivo de ello, y estaba consiente del error que habían cometido, el por su invocación, y ella que en lugar de detenerlo, lo apoyo y alentó para hacerlo.
Llegamos - Escucharía la voz ajena, haciéndola soltar un suspiro de alivio, por fin el viaje había concluido.
Rápidamente se bajo del caballo, acariciando luego su pelaje con suavidad, en una clara muestra de agradecimiento. Luego de esto hizo su parte, enciendo dos antorchas, aunque sin duda ellas serían de ayuda para los ojos ajenos, ya que ella podía hacer uso de su vista a la perfección en la oscuridad.
Esperó a que el realizara el hechizo que les daría el paso hacía la caverna que se encontraba cubierta por la hermosa cascada, antes de entrar le escuchó con cuidado, y asintió.
- Lo se, quédate tranquilo, estaremos bien si nos mantenemos conectados, tu sabes como funciona. - le recordaría apuntando su frente, justo antes de ingresar junto a el, dejando una de las antorchas en sus manos, regalandole la última mirada, buscando sosegar un poco las preocupaciones que nadaban por la mente de el, y acariciando con cuidado su hombro, comenzó a avanzar y aunque iba a su lado, buscaba siempre estar unos centímetros por delante de el, en caso de cualquier impacto sorpresa que se les pudiera venir encima, ella podría resistirlo.
No llevaban demasiado tiempo caminando, cuando justo frente a ellos se alzaba una estructura antigua, aunque se veía realmente tenebrosa e imponente. Abandonada.
- ¿Crees que esté ahí dentro? - le preguntaría al joven, mientras su mano izquierda se alzaba apuntando hacía el lugar, el cual, si tenía suerte, albergaría lo que venían de tan lejos persiguiendo.
Leonor Daxmins- Vampiro Clase Media
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Re: The Last Unicorn... [Leonor Daxmins, Lissander C. Arcalucci]
¿Qué se supone que buscaban esos tres en un lugar como ese? Ni Loreena, ni Vittorio lo sabían y mucho menos, el corcel Lord Byron. Se habían dado paso al interior de la estancia abandonada como si de un templo enigmático se tratase, la chica pensaba que quizás aquello era lo que los hechiceros de Los Espirituales buscaban pero, no se arriesgaría, guardaría su gran descubrimiento para ella sola aunque, posiblemente terminaría en problemas como era costumbre y es que con los años no aprendía, era terca, tan terca como su abuelo. Cualquiera estaría asustado de estar en un lugar así pero, Loreena no lo estaba, para ella era bastante divertido tener que verse involucrada en cualquier alocada aventura. Atravesó junto con sus dos compañeros animales aquel interior rocoso, intuía que más allá de simples paredes de piedra, había otras cosas, cosas que desconocía y es que su despistada mente no le daba para andar alertándose por nada y para ella no era necesario, simplemente no conocía el peligro.
¿Valiente? Quizás. Pero que ningún ciempiés se le acercara o terminaría paranoica o muerta de miedo en un rincón. Y eso fue lo que pasó. Mientras se acercaban a lo que podría ser la primera cámara de la estancia, buscaba la manera de accionar algo, según ella. Todo estaba totalmente oscuro y no podía ver absolutamente nada, salvo penumbras y no se permitiría que las sombras arruinaran su aventura.
—Esto debe de tratarse de alguna fortaleza antigua y como es de costumbre, siempre tiene que haber algo para encender esas antorchas de ahí arriba… —diría la pelirroja a sus dos compañeros mientras, daba con lo que buscaba—. ¡Lo encontré! —exclamaría triunfal—. Se los dije, tenía que haber… —terminaría repentinamente su frase al momento en que la tenue luz de las flamas de las teas le haría ver algo en su mano.
Sus manos estaban tan entumecidas por el frío que no había notado al insecto que se había postrado sobre su piel al momento en que intentaba encender los hachones de las pedregosas paredes. Su rostro formaría una mueca de asco y de horror, a lo que Vittorio –ya en su forma humana de chico adolescente de 17 años- le miraría curioso. Loreena empezaría a sacudir las manos con desesperación y daría cortos saltos mientras, exclamaba una y otra vez ¡quítenmelo! Odiaba a los insectos con bastante repulsión. Rondaba el lugar bastante desconcertada y el chico cambiaformas no pudo evitar reír por lo bajo, recibiendo al final un leve manoteo de la chica que le miraba con fulminante mirada. Lord Byron bufaba, agitando su cabeza de un lado a otro, como si disfrutase de la situación.
Los tres armaban semejante alboroto como si se tratase del mercado persa, se notaba que no prestaban atención a nada, al menos debían mantenerse alertas a cualquier presencia ajena a ellos pero, era inútil, seguían su rumbo como si no les dieran importancia a más nada, sólo eran ellos tres en un viaje extraordinario.
Luego del melodrama de Loreena por haber tenido a un ciempiés en su mano, pudieron continuar con su marcha, afuera ya estaba oscuro y los dos eruditos no prestaban atención al paradero de la chica, era como si confiaran en ella, aún así permanecían alerta a cualquier cambio repentino, no eran idiotas, eso se notaba muy por encima, conocían perfectamente la posición de la irlandesa, el gato y el caballo. Vittorio prefirió seguir su viaje en su forma humana, ya se estaba agotando por estar como un gato la gran parte del día. A pesar de ser un simple corcel de pelaje oscuro, Lord Byron era muy fiel a su ama. Loreena tenía una conexión muy especial con los animales y eso se notaba en su relación con aquel caballo.
Guiados por la luz de las antorchas, continuaron con su viaje hasta llegar a la primera pieza que formaba parte de aquella antigua residencia. La chica se detuvo observando a sus alrededores, guardando en su memoria cada detalle de aquel salón, estaba totalmente vacío y sólo se oía retumbar entre las paredes el sonido hueco del viento que se escurría por aberturas imperceptibles en el lugar. La pelirroja dio tres sonoros pasos, lo hizo a propósito, sabiendo que el viento copiaría aquel sonido transformándolo en el eco que quedaba atrapado entre las elevadas tapias del salón. Lord Byron copió a su ama y golpeó con fuerza sus cascos sobre el suelo, esto hizo sonreír a Loreena. Vittorio siguió el juego de aquellos dos y como si se trataran de unos pequeños infantes empezaron a jugar con el eco del interior, a su vez, éste también seguiría con el juego de aquellos tres, como si después de tanto tiempo disfrutara de la compañía de los invitados que habían arremetido en su territorio sin ser llamados.
Pasarían largos minutos en compañía de su nuevo amigo Eco, así apodarían cariñosamente a ese sonido que copiaba cualquier rumor cercano a él. En ese jugueteo, Loreena recordaba un mito sobre una ninfa que fue condenada a repetir cualquier sonido en el mundo, esa ninfa se llamaba Eco y en sus más profundos deseos, la irlandesa creía que era ese ser mitológico quien les acompañaba en su aventura.
— ¿Qué es eso? —preguntaría Vittorio mientras sus orbes azulados se posaban en alguna cosa a su derecha.
— ¿Qué cosa? —Le interrogaría Loreena, quién mantenía la mirada posada en su oscuro abrigo.
Vittorio resoplaría al notar que la irlandesa estaba distraída en una tontería y antes de que ella pudiera decir algo le levantó el rostro y le señaló los pequeños puntos y azulados puntos de luz que se abrían paso a través de una pequeña abertura que se hallaba a la diestra de ambos. Se quedaron unos segundos contemplándolos, éstos parecían flotar con gracia sin moverse un centímetro. Loreena sabía que había oído hablar sobre esas luces flotantes y mientras hacía memoria dio con su recuerdo.
—Son fuegos fatuos —mencionó en voz baja a su acompañante sin apartar la mirada de aquellas esferas que hacían de flamas algunas veces—. Tengo un libro que hace mención sobre ellos, quiere decir que en este lugar se maneja mucha energía, pueden ser espíritus o quizás hadas salamandra, se especula mucho sobre ellos… —expondría la chica mientras se acercaba lentamente al primer fuego fatuo—. ¡Seres fantásticos allá vamos! —exclamó Loreena al notar como aquella luz desaparecía ante sus ojos.
Esas formas les invitaban a dar un recorrido por lo desconocido, mientras uno se alejaba y desaparecía, otro hacía presencia más adelante. La chica, el joven cambiaformas y el corcel sin esperar ni un segundo más, decidieron seguir el camino de aquellas criaturas que les daban la bienvenida a una extraordinaria aventura. Sin embargo, los seres que habían hecho aparición dentro de la estancia no parecían gustar de muchas visitas y empezarían a ofuscar la entrada de la cámara con su presencia, aumentaban en número en el lugar como si percibieran algo más en el exterior de la misma, mientras tanto, otros varios guiaban a los tres visitantes a través de la abertura que daba paso a un nuevo salón, mucho más amplío y con tantas interconexiones que era difícil decidirse por un camino en particular.
¿Valiente? Quizás. Pero que ningún ciempiés se le acercara o terminaría paranoica o muerta de miedo en un rincón. Y eso fue lo que pasó. Mientras se acercaban a lo que podría ser la primera cámara de la estancia, buscaba la manera de accionar algo, según ella. Todo estaba totalmente oscuro y no podía ver absolutamente nada, salvo penumbras y no se permitiría que las sombras arruinaran su aventura.
—Esto debe de tratarse de alguna fortaleza antigua y como es de costumbre, siempre tiene que haber algo para encender esas antorchas de ahí arriba… —diría la pelirroja a sus dos compañeros mientras, daba con lo que buscaba—. ¡Lo encontré! —exclamaría triunfal—. Se los dije, tenía que haber… —terminaría repentinamente su frase al momento en que la tenue luz de las flamas de las teas le haría ver algo en su mano.
Sus manos estaban tan entumecidas por el frío que no había notado al insecto que se había postrado sobre su piel al momento en que intentaba encender los hachones de las pedregosas paredes. Su rostro formaría una mueca de asco y de horror, a lo que Vittorio –ya en su forma humana de chico adolescente de 17 años- le miraría curioso. Loreena empezaría a sacudir las manos con desesperación y daría cortos saltos mientras, exclamaba una y otra vez ¡quítenmelo! Odiaba a los insectos con bastante repulsión. Rondaba el lugar bastante desconcertada y el chico cambiaformas no pudo evitar reír por lo bajo, recibiendo al final un leve manoteo de la chica que le miraba con fulminante mirada. Lord Byron bufaba, agitando su cabeza de un lado a otro, como si disfrutase de la situación.
Los tres armaban semejante alboroto como si se tratase del mercado persa, se notaba que no prestaban atención a nada, al menos debían mantenerse alertas a cualquier presencia ajena a ellos pero, era inútil, seguían su rumbo como si no les dieran importancia a más nada, sólo eran ellos tres en un viaje extraordinario.
Luego del melodrama de Loreena por haber tenido a un ciempiés en su mano, pudieron continuar con su marcha, afuera ya estaba oscuro y los dos eruditos no prestaban atención al paradero de la chica, era como si confiaran en ella, aún así permanecían alerta a cualquier cambio repentino, no eran idiotas, eso se notaba muy por encima, conocían perfectamente la posición de la irlandesa, el gato y el caballo. Vittorio prefirió seguir su viaje en su forma humana, ya se estaba agotando por estar como un gato la gran parte del día. A pesar de ser un simple corcel de pelaje oscuro, Lord Byron era muy fiel a su ama. Loreena tenía una conexión muy especial con los animales y eso se notaba en su relación con aquel caballo.
Guiados por la luz de las antorchas, continuaron con su viaje hasta llegar a la primera pieza que formaba parte de aquella antigua residencia. La chica se detuvo observando a sus alrededores, guardando en su memoria cada detalle de aquel salón, estaba totalmente vacío y sólo se oía retumbar entre las paredes el sonido hueco del viento que se escurría por aberturas imperceptibles en el lugar. La pelirroja dio tres sonoros pasos, lo hizo a propósito, sabiendo que el viento copiaría aquel sonido transformándolo en el eco que quedaba atrapado entre las elevadas tapias del salón. Lord Byron copió a su ama y golpeó con fuerza sus cascos sobre el suelo, esto hizo sonreír a Loreena. Vittorio siguió el juego de aquellos dos y como si se trataran de unos pequeños infantes empezaron a jugar con el eco del interior, a su vez, éste también seguiría con el juego de aquellos tres, como si después de tanto tiempo disfrutara de la compañía de los invitados que habían arremetido en su territorio sin ser llamados.
Pasarían largos minutos en compañía de su nuevo amigo Eco, así apodarían cariñosamente a ese sonido que copiaba cualquier rumor cercano a él. En ese jugueteo, Loreena recordaba un mito sobre una ninfa que fue condenada a repetir cualquier sonido en el mundo, esa ninfa se llamaba Eco y en sus más profundos deseos, la irlandesa creía que era ese ser mitológico quien les acompañaba en su aventura.
— ¿Qué es eso? —preguntaría Vittorio mientras sus orbes azulados se posaban en alguna cosa a su derecha.
— ¿Qué cosa? —Le interrogaría Loreena, quién mantenía la mirada posada en su oscuro abrigo.
Vittorio resoplaría al notar que la irlandesa estaba distraída en una tontería y antes de que ella pudiera decir algo le levantó el rostro y le señaló los pequeños puntos y azulados puntos de luz que se abrían paso a través de una pequeña abertura que se hallaba a la diestra de ambos. Se quedaron unos segundos contemplándolos, éstos parecían flotar con gracia sin moverse un centímetro. Loreena sabía que había oído hablar sobre esas luces flotantes y mientras hacía memoria dio con su recuerdo.
—Son fuegos fatuos —mencionó en voz baja a su acompañante sin apartar la mirada de aquellas esferas que hacían de flamas algunas veces—. Tengo un libro que hace mención sobre ellos, quiere decir que en este lugar se maneja mucha energía, pueden ser espíritus o quizás hadas salamandra, se especula mucho sobre ellos… —expondría la chica mientras se acercaba lentamente al primer fuego fatuo—. ¡Seres fantásticos allá vamos! —exclamó Loreena al notar como aquella luz desaparecía ante sus ojos.
Esas formas les invitaban a dar un recorrido por lo desconocido, mientras uno se alejaba y desaparecía, otro hacía presencia más adelante. La chica, el joven cambiaformas y el corcel sin esperar ni un segundo más, decidieron seguir el camino de aquellas criaturas que les daban la bienvenida a una extraordinaria aventura. Sin embargo, los seres que habían hecho aparición dentro de la estancia no parecían gustar de muchas visitas y empezarían a ofuscar la entrada de la cámara con su presencia, aumentaban en número en el lugar como si percibieran algo más en el exterior de la misma, mientras tanto, otros varios guiaban a los tres visitantes a través de la abertura que daba paso a un nuevo salón, mucho más amplío y con tantas interconexiones que era difícil decidirse por un camino en particular.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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Re: The Last Unicorn... [Leonor Daxmins, Lissander C. Arcalucci]
Si pudiese hablarle, se lo diría, le mandaría a retirarse de su presencia, que se fuese, y que les dejase percibir mucho más allá de lo que realmente sucedía, mucho más de lo que sus limitados sentidos podían recibir, bueno, en realidad, los sentidos del brujo nada más, porque hablar de los sentidos de la otra señorita, era inútil e idiota. ¡Eran súper sentidos! Y aunque él podría imitarlos con ayuda de pociones, era peligroso y estúpido, un fallo en algo como una poción de sentidos y podría despedirse del mismo que intentara maximizar. Quizás solo por eso no debería pensar en ahuyentar ese macabro silencio acompañante, quizás era bueno para él, porque le permitía oír muy bien, tanto como percibir sus pisadas en la tierra negra y húmeda de aquel terreno, o de los insectos con mala suerte que eran muertos tras el peso de su cuerpo conforme avanzaba, lento, pero seguro.
Su mano sostenía aquella antorcha que permitía ver el camino por donde avanzaban, por lo menos, era útil para aquel no poseía las cualidades de ella. - No lo sé ¿Y si no está aquí? - Habría arrastrado a Leonor a ese lugar para nada, se habría equivocado otra vez y seguiría preocupado porque un fantasma desquiciado se encargase de joder la vida de otro ser sobre aquella ciudad sin ninguna necesidad. Tenía que estar allí, ¿no? De pronto volvería sus ojos hacia el frente fijos en la oscuridad, - ¿Oíste eso? Fue cómo un chillido. - Su voz sonaba seca, seria, sin emoción alguna, estaba concentrado, estaba totalmente pendiente de los flujos de energía, y precisamente, tiempo después, puedo percibir el cambio, algo dentro estaba de cierta manera “llamándole”. - Hay un cambio en la energía de este lugar, se vuelve más pesada. Tsk. - Estaba molesto, solamente podía determinar aquello, el lugar preciso o llamarle él, no podía, porque no era un nigromante completo, solamente era un brujo con capacidades, pero sin aptitudes.
Caminaría un poco más veloz, esperando ser seguido por aquella, su compañera, y como una sorpresa de amanecer, vería un salón iluminado por el fuego, un amplio recibidor, perfecto para un baile, perfecto para una reunión de clase alta, perfecto para todas esas conversaciones incomodas y guerras de miradas y sonrisas hipócritas, ese salón era perfecto para eso, pero en cambio de eso, solamente era un polvoriento y abandonado lugar. Fue inmediato como percibió su cuerpo la pesadez del ambiente, el frío y la sensación de “piel de gallina” que sucedía cuando tenía contacto con esa pesadez, no eran tan malos sus sentidos después de todo. Sus orbes azules se alzaron cerca del techo y allí, pudo divisar dos bolas de fuego azul, pudo sonreír porque eso daba a entender que estaba en un centro de energía espiritual, tal y como lo había percibido. - (Son fuegos fatuos, son proyecciones de los espíritus, hay muchos mitos acerca de ellos, es primera vez que estoy en presencia de una manifestación de ellos. Así que prepárate para lo que sea.) - Sabía de la conexión mental con Leonor, la cual era una ventaja para no alertar a aquellos seres inmortales.
Daría un paso adelante y bajaría la antorcha un poco para poder avistar mejor la presencia de más y más de ellos, eran mucho más de los que podía contar, eso no podía ser bueno, ¿o sí? - Espíritus, no venimos a molestar su eterno descanso, venimos en busca de información solamente. - Hablaría en un tono claro y pausado hacia ellos, viéndolos a todos conforme conversaba. - Revélense ante mí. - Pediría, sin siquiera mover un musculo o usar su energía, pues, podría de tal forma invocar la energía oscura y usarla para darles una orden que podrían obedecer si demostraba ser lo suficientemente fuerte, pero no lo haría, podría salir mal, podría equivocarse, podría invocar otro espíritu o peor, enfadar al ejercito de ellos que estaba presente. Aguardaría pacientemente la reacción de aquellos espectros, ignorando totalmente que había más seres terrenales en aquel lugar, y sin siquiera pensar en la posibilidad remota de que fuese posible.
Lissander C. Arcalucci- Hechicero Clase Media
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Re: The Last Unicorn... [Leonor Daxmins, Lissander C. Arcalucci]
El lugar que terminaba acogiéndolos era mil veces mas hostil y misterioso de lo que la misma vampiresa hubiera imaginado. No podía llegar a sentirse segura ahí, aún conociendo sus fortalezas, sabiendo que no podía ser lastimada ni nada similar. Simplemente había algo ahí que la mantenía inquieta, observando de ves en cuando a su compañero, que por su mirada seria y concentrada, no se encontraba mucho mejor. Ambos buscaban algo macabro, que sin dudas no se escondería en un campo multicolor, no, esa lúgubre casona era el lugar perfecto, y ahora podían sentir como les daba la bienvenida.
Leonor se mantuvo siempre cerca del brujo, casi pisándole los talones, y aprovechando esta misma posición para cubrir su espalda, ya que el sabría reaccionar ante un posible ataque frontal, al menos la joven contaba con que así fuera.
- Si no está aquí, podremos descartar ya un sitio. No pienses que fue un viaje innecesario, buscaremos el lado provechoso de esto. - intentaría que sus palabras lo calmaran, aquella ansiedad de el podía jugarles en contra. Para la vampiresa sería mas simple, tal y como tachar el lugar con una cruz mental y comenzar a imaginar el siguiente lugar que deberían visitar. Aunque silenciosamente en su mente, maldecía el momento que se había realizado la invocación, reconociendo de esa forma la irresponsabilidad de ambos.
La cabeza de la vampiresa asintió al instante ante la pregunta, aunque ella escuchaba muchas cosas aparte de eso. Crujidos de la misma casa, el viento golpeando afuera y por supuesto cada paso que realizaban.
- Sin duda hay algo aquí. - aseguraría observando a su alrededor con calma, detallando cada obscuro rincón, usando sus dilatadas y perfeccionadas pupilas, dejando en segundo plano la antorcha que llevaba en su mano.
Tan pronto como la vista de el se alzo, ella hizo lo mismo, quedando asombrada por un momento ante el hallazgo de esas bolas azuladas.
- Pero que... - casi por inercia se llevó las manos a su boca para silenciarse, y escuchar mentalmente la explicación que le daba el brujo, mientras en sus labios se dibujaba una sonrisa.
- *Es increíble, entonces... No estamos tan mal encaminados después de todo, ¿verdad?* - esperaba una respuesta positiva, aunque luego de apreciar una aparición como esa, dudaba de lo que podría suceder desde ahora.
El gran salón comenzó a verse prácticamente invadido por las presencias luminosas, reconocidas como "fuegos fatuos", algo que hasta unos segundos le parecía fascinante, ahora no le daba muy buena espina.
Escucho en silencio como el brujo intentaba comunicarse con los seres, los cuales solo se movían con delicadeza, sin alterar aún su curso, algo no estaba bien.
- *No parece estar dando resultado, y dudo que quieran ayudarnos.* -expondría manteniendo una postura serena, sin perder de vista el cuerpo ajeno, avanzando si era necesario.
Su concentración se encontraba dividida en dos, por una parte estaba en el, y por la otra los espiritus. Pero en un corto lapsus una tercera parte de esta cobraría protagonismo.
- *Lissander, escuché un... murmullo, una voz, no estoy segura.* - pondría al tanto al brujo, mientras su cabeza se volteaba hacía el lugar desde donde según sus sentidos, se había formulado aquello.
- *Iré a ver, ¿vienes conmigo?* - esperaría su respuesta, tampoco sentía que era buena idea dejarlo solo ahí, he incluso sería un riesgo que ella se dedicara a perseguir voces en soledad. Ellos eran un equipo, y debían presentarse como tales, ante cualquier situación que se les cruzara en su camino.
Leonor se mantuvo siempre cerca del brujo, casi pisándole los talones, y aprovechando esta misma posición para cubrir su espalda, ya que el sabría reaccionar ante un posible ataque frontal, al menos la joven contaba con que así fuera.
- Si no está aquí, podremos descartar ya un sitio. No pienses que fue un viaje innecesario, buscaremos el lado provechoso de esto. - intentaría que sus palabras lo calmaran, aquella ansiedad de el podía jugarles en contra. Para la vampiresa sería mas simple, tal y como tachar el lugar con una cruz mental y comenzar a imaginar el siguiente lugar que deberían visitar. Aunque silenciosamente en su mente, maldecía el momento que se había realizado la invocación, reconociendo de esa forma la irresponsabilidad de ambos.
La cabeza de la vampiresa asintió al instante ante la pregunta, aunque ella escuchaba muchas cosas aparte de eso. Crujidos de la misma casa, el viento golpeando afuera y por supuesto cada paso que realizaban.
- Sin duda hay algo aquí. - aseguraría observando a su alrededor con calma, detallando cada obscuro rincón, usando sus dilatadas y perfeccionadas pupilas, dejando en segundo plano la antorcha que llevaba en su mano.
Tan pronto como la vista de el se alzo, ella hizo lo mismo, quedando asombrada por un momento ante el hallazgo de esas bolas azuladas.
- Pero que... - casi por inercia se llevó las manos a su boca para silenciarse, y escuchar mentalmente la explicación que le daba el brujo, mientras en sus labios se dibujaba una sonrisa.
- *Es increíble, entonces... No estamos tan mal encaminados después de todo, ¿verdad?* - esperaba una respuesta positiva, aunque luego de apreciar una aparición como esa, dudaba de lo que podría suceder desde ahora.
El gran salón comenzó a verse prácticamente invadido por las presencias luminosas, reconocidas como "fuegos fatuos", algo que hasta unos segundos le parecía fascinante, ahora no le daba muy buena espina.
Escucho en silencio como el brujo intentaba comunicarse con los seres, los cuales solo se movían con delicadeza, sin alterar aún su curso, algo no estaba bien.
- *No parece estar dando resultado, y dudo que quieran ayudarnos.* -expondría manteniendo una postura serena, sin perder de vista el cuerpo ajeno, avanzando si era necesario.
Su concentración se encontraba dividida en dos, por una parte estaba en el, y por la otra los espiritus. Pero en un corto lapsus una tercera parte de esta cobraría protagonismo.
- *Lissander, escuché un... murmullo, una voz, no estoy segura.* - pondría al tanto al brujo, mientras su cabeza se volteaba hacía el lugar desde donde según sus sentidos, se había formulado aquello.
- *Iré a ver, ¿vienes conmigo?* - esperaría su respuesta, tampoco sentía que era buena idea dejarlo solo ahí, he incluso sería un riesgo que ella se dedicara a perseguir voces en soledad. Ellos eran un equipo, y debían presentarse como tales, ante cualquier situación que se les cruzara en su camino.
Leonor Daxmins- Vampiro Clase Media
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Re: The Last Unicorn... [Leonor Daxmins, Lissander C. Arcalucci]
Problemas era lo que buscaban esos tres en aquel lugar, pero el espíritu aventurero no les permitía dar vuelta atrás. Haberse topado con aquellas espectrales criaturas, apenas se adentraron en la residencia, fue algo verdaderamente emocionante; Loreena de chica había presenciado a ese tipo de seres, sólo que no sabía qué eran realmente. Ahora que lo sabía, y que éstos le invitaban a un juego sin fin, ella no despreciaría su invitación. Acompañada del fiel corcel Lord Byron y de su hermano Vittorio, no le importaba mucho meterse en problemas, al contrario se animaba mucho más, eran como los tres mosqueteros.
Miles de fuegos fatuos hacían presencia en la residencia. Algunos, en fila, guiaban a la bruja y a sus acompañantes a adentrarse a las innumerables habitaciones del lugar, otros, bloqueaban el acceso en la entrada principal. Loreena ignoraba la presencia de los demás fuegos fatuos de la entrada y mientras irrumpía en el interior de aquella edificación, iba conociendo la naturaleza de esos seres espectrales, como se tratase de un cuento de hadas. Eran elementales que se habían refugiado en aquel sitio, ocultándose de los curiosos humanos y de otras criaturas que podían quebrar su paz. Sin embargo, podían recibir a los buenos viajeros con su gracia, una gracia que podía perder a cualquiera si no se tenía cuidado. La chica estaba consciente de ello, desde muy niña se había topado con varios y Quinn le había ayudado a conocerlos mejor.
Quizás se sentían un tanto solos después de tantos siglos y encontrarse con alguien que comprendiera su condición les hacía querer recibirlo de la mejor manera. Loreena intercambiaba palabras con ellos y éstos respondían con elegantes movimientos, el lugar estaba lleno de sorpresas y eso era lo que le emocionaba a los tres mosqueteros. Vittorio también se animaba a continuar el dialogo con ellos, siendo un cambiaformas, también tenía una gran afinidad con la naturaleza. Lord Byron de la misma condición de Vittorio, seguía en su forma de rocín; como miembro de la Hermandad, sabía perfectamente a que se estaban enfrentando, su objetivo siempre era cuidar de la joven Mckennitt.
Habitaciones curiosamente amuebladas, eso dejó sorprendida a la pelirroja quien estaba rodeada de esos puntos de luz, que no se alejaban de ella sino que le seguían en cada movimiento. A la chica no le molestaba en lo absoluto, disfrutaba de la compañía de ellos; a Lord Byron le enredaban la crin, cosa que le era gracioso y sólo relinchaba. Siguieron su camino a través de las habitaciones de la residencia en la que descubrieron pasajes conectados entre sí; la palabra miedo no estaba en su diccionario. Entre risas y alborotos, los tres seguían el juego de los fuegos fatuos que habitaban la vieja edificación.
Al momento en que intentaban ingresar a otra recamara, el cuerpo del caballo quedó de cierta manera, atorado ya que, el umbral era un tanto pequeño a comparación al tamaño del corcel. Vittorio y Loreena no pudieron contener la risa, cosa que no le era nada gracioso a Lord Byron quien bufaba molesto. Intentaban ayudarlo a zafarse pero era inútil, la risa no les permitía continuar, los fuegos fatuos parecían disfrutar de aquel momento tan ameno. El lugar se contagiaba con sus jolgorios, que se escabullían entre las paredes de la estancia y formaban un eco de incontables risotadas; lo lúgubre había sido sustituido por la alegría en poco tiempo.
Ignorando lo que habían dejado atrás, Loreena, Vittorio y Lord Byron continuaban con sus acciones junto con sus nuevos compañeros, aquellos fuegos fatuos –y seres elementales–. Pero, los acompañantes de los tres mosqueteros no eran los únicos, sus demás compañeros continuaban en la cámara de la entrada principal, ofuscando el paso a los nuevos visitantes. ¿Los espectros esperaban algo de los recientes invitados? Al parecer sí. Intentar avanzar no era lo que los elementos querían, se juntaban entre sí, pareciendo una enorme e impenetrable llamarada azul que bloqueaba cualquier acceso. No querían lastimar a nadie, pero estaban mostrando una clara advertencia de que protegerían su territorio si éste se veía amenazado. Se necesitaría más que un simple diálogo para tratar con ellos.
Loreena se quedó atenta ante un pequeño fuego fatuo que se le acercó al rostro y le rondó por unos segundos. No tenía forma pero era cálido y haberse dado cuenta de que aquellas criaturas eran seres elementales, se sintió acogida de buena manera por ellos. Quinn le comentó alguna vez que los elementales no eran seres dañinos, para ellos no existía ni el bien ni el mal, sólo actuaban según su instinto y naturaleza. Eran como eternos infantes, sin conciencia de las leyes del hombre y su moralidad. Decía Quinn: El buen mago se hace compañero de los elementales de toda naturaleza, no para dominarle ni para conseguir beneficios mundanos. El buen mago se hace amigo del elemental y del espíritu porque se complementan entre sí, porque son parte del vientre de una misma madre y esa madre es la naturaleza de todas las cosas, la naturaleza que no es creada por dioses sino que a su vez ellos forman parte de la misma. Los elementales no dañan. Son como “causa efecto” obtendrás lo mismo que les des a ellos.
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Aquella llamarada azul parecía imponente y un tanto amenazante pero, su formidable forma se apaciguaría a través de murmullos que resonaban en la pequeña cámara principal. Era un idioma extraño, como si los espectros debatieran entre ellos, la conversación no duraría mucho, los susurros culminarían de un momento a otro haciéndose un gran silencio incomodo en el lugar. Los nuevos visitantes causaban curiosidad ante los arcaicos habitantes de la residencia quienes al cabo de unos segundos se manifestarían ante sus invitados, no para dejarlos pasar sino para probar que tan confiables eran.
Los fuegos fatuos se separaron volviendo a sus formas originales pero poco a poco volverían a juntarse, esta vez formando una luz casi cegadora a la vista, que sólo duraría unos segundos. Una criatura azulada, brillante, con una silueta en forma de un corcel con un cuerno, ¿era la forma original de aquellos seres o quizás el líder de ellos? Aún no se hallaba respuesta a semejante enigma. Permaneció firme ante los dos seres terrenales.
— ¿Qué queréis hallar en nuestra estancia, seres del mundo físico? ¿A qué información os referís? ¿A quién buscáis con tanto recelo? —Preguntarían paciente aquellas voces, que se sincronizaban en un mismo tono de voz conformado por otros muchos. El corcel espectral se acercaría aún más a los dos visitantes, retándolos con una mirada espectral, como si pudiera atravesar el alma.
—Vuestra mente perturbada no podrá atravesar esta casa si no dejáis atrás aquello que aquí no hallaréis jamás… —La mirada de aquel ser aún se mantenía firme al igual que su voz.
—La oscuridad no es bienvenida en nuestro hogar, dejadla atrás y sólo así podéis ser unos invitados dignos para Dôn y sólo así disfrutarán del gran banquete que se hace cada luna llena y justo esta noche, habrá luna llena —el rocín acercaría un tanto más su rostro al del hombre frente a él, como si quisiera traspasar sus orbes con los propios, espectrales y brillantes como dos gemas preciosas—. ¿Queréis venir? No quisiéramos hacer perder más tiempo a nuestros demás invitados especiales.
Miles de fuegos fatuos hacían presencia en la residencia. Algunos, en fila, guiaban a la bruja y a sus acompañantes a adentrarse a las innumerables habitaciones del lugar, otros, bloqueaban el acceso en la entrada principal. Loreena ignoraba la presencia de los demás fuegos fatuos de la entrada y mientras irrumpía en el interior de aquella edificación, iba conociendo la naturaleza de esos seres espectrales, como se tratase de un cuento de hadas. Eran elementales que se habían refugiado en aquel sitio, ocultándose de los curiosos humanos y de otras criaturas que podían quebrar su paz. Sin embargo, podían recibir a los buenos viajeros con su gracia, una gracia que podía perder a cualquiera si no se tenía cuidado. La chica estaba consciente de ello, desde muy niña se había topado con varios y Quinn le había ayudado a conocerlos mejor.
Quizás se sentían un tanto solos después de tantos siglos y encontrarse con alguien que comprendiera su condición les hacía querer recibirlo de la mejor manera. Loreena intercambiaba palabras con ellos y éstos respondían con elegantes movimientos, el lugar estaba lleno de sorpresas y eso era lo que le emocionaba a los tres mosqueteros. Vittorio también se animaba a continuar el dialogo con ellos, siendo un cambiaformas, también tenía una gran afinidad con la naturaleza. Lord Byron de la misma condición de Vittorio, seguía en su forma de rocín; como miembro de la Hermandad, sabía perfectamente a que se estaban enfrentando, su objetivo siempre era cuidar de la joven Mckennitt.
Habitaciones curiosamente amuebladas, eso dejó sorprendida a la pelirroja quien estaba rodeada de esos puntos de luz, que no se alejaban de ella sino que le seguían en cada movimiento. A la chica no le molestaba en lo absoluto, disfrutaba de la compañía de ellos; a Lord Byron le enredaban la crin, cosa que le era gracioso y sólo relinchaba. Siguieron su camino a través de las habitaciones de la residencia en la que descubrieron pasajes conectados entre sí; la palabra miedo no estaba en su diccionario. Entre risas y alborotos, los tres seguían el juego de los fuegos fatuos que habitaban la vieja edificación.
Al momento en que intentaban ingresar a otra recamara, el cuerpo del caballo quedó de cierta manera, atorado ya que, el umbral era un tanto pequeño a comparación al tamaño del corcel. Vittorio y Loreena no pudieron contener la risa, cosa que no le era nada gracioso a Lord Byron quien bufaba molesto. Intentaban ayudarlo a zafarse pero era inútil, la risa no les permitía continuar, los fuegos fatuos parecían disfrutar de aquel momento tan ameno. El lugar se contagiaba con sus jolgorios, que se escabullían entre las paredes de la estancia y formaban un eco de incontables risotadas; lo lúgubre había sido sustituido por la alegría en poco tiempo.
Ignorando lo que habían dejado atrás, Loreena, Vittorio y Lord Byron continuaban con sus acciones junto con sus nuevos compañeros, aquellos fuegos fatuos –y seres elementales–. Pero, los acompañantes de los tres mosqueteros no eran los únicos, sus demás compañeros continuaban en la cámara de la entrada principal, ofuscando el paso a los nuevos visitantes. ¿Los espectros esperaban algo de los recientes invitados? Al parecer sí. Intentar avanzar no era lo que los elementos querían, se juntaban entre sí, pareciendo una enorme e impenetrable llamarada azul que bloqueaba cualquier acceso. No querían lastimar a nadie, pero estaban mostrando una clara advertencia de que protegerían su territorio si éste se veía amenazado. Se necesitaría más que un simple diálogo para tratar con ellos.
Loreena se quedó atenta ante un pequeño fuego fatuo que se le acercó al rostro y le rondó por unos segundos. No tenía forma pero era cálido y haberse dado cuenta de que aquellas criaturas eran seres elementales, se sintió acogida de buena manera por ellos. Quinn le comentó alguna vez que los elementales no eran seres dañinos, para ellos no existía ni el bien ni el mal, sólo actuaban según su instinto y naturaleza. Eran como eternos infantes, sin conciencia de las leyes del hombre y su moralidad. Decía Quinn: El buen mago se hace compañero de los elementales de toda naturaleza, no para dominarle ni para conseguir beneficios mundanos. El buen mago se hace amigo del elemental y del espíritu porque se complementan entre sí, porque son parte del vientre de una misma madre y esa madre es la naturaleza de todas las cosas, la naturaleza que no es creada por dioses sino que a su vez ellos forman parte de la misma. Los elementales no dañan. Son como “causa efecto” obtendrás lo mismo que les des a ellos.
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Aquella llamarada azul parecía imponente y un tanto amenazante pero, su formidable forma se apaciguaría a través de murmullos que resonaban en la pequeña cámara principal. Era un idioma extraño, como si los espectros debatieran entre ellos, la conversación no duraría mucho, los susurros culminarían de un momento a otro haciéndose un gran silencio incomodo en el lugar. Los nuevos visitantes causaban curiosidad ante los arcaicos habitantes de la residencia quienes al cabo de unos segundos se manifestarían ante sus invitados, no para dejarlos pasar sino para probar que tan confiables eran.
Los fuegos fatuos se separaron volviendo a sus formas originales pero poco a poco volverían a juntarse, esta vez formando una luz casi cegadora a la vista, que sólo duraría unos segundos. Una criatura azulada, brillante, con una silueta en forma de un corcel con un cuerno, ¿era la forma original de aquellos seres o quizás el líder de ellos? Aún no se hallaba respuesta a semejante enigma. Permaneció firme ante los dos seres terrenales.
— ¿Qué queréis hallar en nuestra estancia, seres del mundo físico? ¿A qué información os referís? ¿A quién buscáis con tanto recelo? —Preguntarían paciente aquellas voces, que se sincronizaban en un mismo tono de voz conformado por otros muchos. El corcel espectral se acercaría aún más a los dos visitantes, retándolos con una mirada espectral, como si pudiera atravesar el alma.
—Vuestra mente perturbada no podrá atravesar esta casa si no dejáis atrás aquello que aquí no hallaréis jamás… —La mirada de aquel ser aún se mantenía firme al igual que su voz.
—La oscuridad no es bienvenida en nuestro hogar, dejadla atrás y sólo así podéis ser unos invitados dignos para Dôn y sólo así disfrutarán del gran banquete que se hace cada luna llena y justo esta noche, habrá luna llena —el rocín acercaría un tanto más su rostro al del hombre frente a él, como si quisiera traspasar sus orbes con los propios, espectrales y brillantes como dos gemas preciosas—. ¿Queréis venir? No quisiéramos hacer perder más tiempo a nuestros demás invitados especiales.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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Re: The Last Unicorn... [Leonor Daxmins, Lissander C. Arcalucci]
Las memorias humanas tenían forma, tenían pena, dolor, incluso hasta amor y vivían arrastrándose por la eternidad humana buscando cumplir lo que en vida no pudieron. Las memorias humanan eran espectros, eran esas almas que una vez abandonando el cuerpo físico, decidían quedarse a terminar lo que no pudieron, o a hacer lo que no quisieron, o simplemente, se perdieron en el tiempo buscando lo que no sabían encontrar. Los humanos pasaban la vida alcanzando metas, buscando futuros, cazando amores que le permitan ser feliz, y ya pasando a la otra vida, terminaban haciendo exactamente lo mismo. Es por eso que aquellos seres no eran humanos, eran libres, eran manifestaciones de la naturaleza misma, seres que expresaban el infinito equilibrio natural que existía y regía el planeta. Cuan hermoso era aquel espectáculo para el brujo, cuan hermoso podía ser estar en la presencia de seres elementales. Los fuegos fatuos cuales ojos de la naturaleza, le brindaban un espectáculo de luces, denotando a los dos presentes el grandioso poder que tenían en sus manos, advirtiéndoles a su vez el cuidado respectivo que debían tener.
Los azules orbes del brujo detallaban ansiosos la expresión misma de los fuegos fatuos, pudo escuchar ese murmullo resonar en sus oídos, nada descriptible, parecía otro idioma, o incluso, parecía que todos hablaran su propio idioma a la vez, muchas voces unidas a un solo volumen, sin dudas habían más de los que podría contar o enfrentar. Era sorprendente, y estaba anonadado con aquello. Pero aquel espectáculo ceso al tiempo perfecto, un silencio se hizo en toda la sala, uno que hizo que su cuerpo se tensara, incluso los vellos de su nuca se erizaron, ese silencio le hizo ponerse un tanto nervioso porque no sabía que podría venir, no sabía que podía pasar. Esta vez, aquellos dos estaban a su suerte, pues Liss tenía pocos conocimientos o casi nulos, con respecto a esos seres. - (Es sorprendente…) - No pudo evitar pensar, ignorando el comentario de su compañera de tener cuidado, a veces olvidaba que estaban conectados mentalmente. - (No te muevas, no hagas nada, es mejor evitar que se molesten…) - Dijo a la joven por su pensar, ni siquiera se atrevió a mover un ápice de su rostro para verle, pero su pensamiento sonaba seguro y firme, entendía que ella no tuviese conocimiento alguno de aquel mundo, pero él si tenía, al menos, el suficiente como para decirle que no debían alterar la calma o podrían enojarse.
Justo al terminar su pequeña conversación con la vampira, una luz cegadora se proyectaría ante él, fue tanta la concentración de aquella luz que no pudo evitar ponerse el antebrazo como defensa a la misma para sus ojos, intentaba ver que ocurría, pero le resultó imposible. Fue efímera, pero demasiado potente como para poder ver. Segundos luego de recuperar ese sentido a la perfección, escucho hablar más de mil voces a la vez, todas al unísono, al tiempo perfecto, con una sola proyección y poder. Lissander inclinó su cabeza en señal de respeto, - Espíritus de esta estancia, disculpen nuestra intromisión a su eterno descanso, pero solo queremos de su sabio conocimiento, no queremos molestarles. - Decía aquello con absoluta calma y paz, no buscaba ser brusco, más bien, hasta quería ser amable y cordial, cosa que no sucedía todos los días. Alzaría entonces sus ojos, pues sentiría que aquel corcel, aquel majestuoso unicornio se desplazaba a su encuentro, fueron aquellos hipnóticos orbes suyos que le hicieron centrarse en su presencia, tan poderosa, tan especial…
- (“dejáis atrás aquello que aquí no hallaréis jamás…” ¿Qué quieren decir con eso?) - Repasó en su mente, mostrando una expresión de duda, sabía que los espíritus hablaban en su propio idioma y a su propio entendimiento, pero aquella frase realmente le dejo pensante, por tanto, intentaría fluir su pensar y sentir de forma adecuado, eran seres empáticos, podrían ver la sinceridad en sus palabras. - Solo buscamos a un mal espíritu, uno que no es como ustedes, peligroso y poderoso. Queremos devolverlo por donde vino, ¿Saben de su paradero? - Preguntó con cautela, fijando su mirada en la de aquel unicornio esperando no importunar su paz con la interrogante.
Fueron las siguientes palabras del espectro que le hicieron entender que quizás allí no estaba Asknhar, aquellos no dejarían entrar a un ser tan oscuro a ese recinto, aquellos rechazaban la oscuridad, y esa era suficiente razón y justificación para eso. Ahora, eran invitados a un banquete para “Dôn”, no sabía quién era, más le resultaba increíblemente conocido ese nombre. En alguna parte lo había leído o escuchado, ¿Qué tramaban aquellos espíritus? - (No quisiera rechazar su invitación, podrían enojarse, y ellos podrían ayudarnos a encontrar a Asknhar, así que… Si quieres marcharte, puedes hacerlo, o puedes esperar afuera o acá…) - No podía arrastrarla con él, no sabía que podía pasar o que podían hacerle, y tenía muy en claro que aquella mujer sentía cierta fobia hacia el elemento fuego, y no era para más, a final de cuentas era su punto débil.
- Acepto su invitación… - Diría entonces para culminar su intervención y esperar en silencio por la respuesta de aquella imagen espectral.
Lissander C. Arcalucci- Hechicero Clase Media
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Re: The Last Unicorn... [Leonor Daxmins, Lissander C. Arcalucci]
Por mucho que se deseaba no alterar el lugar, aquel mundo aparte y desconocido para la gran mayoría de los humanos comunes, le era algo bastante difícil. Era complicado buscar aquella paz, que solo aquellos seres podían proyectar, aunque por mucho que se vieran indefensos, dejaban claro ante cada movimiento, que defenderían su territorio, su lugar, si este llegara a verse amenazado por aquella extraña pareja que llegaba a trizar el silencio espectral que se daba en la casona.
La mente de Leonor se hallaba algo confusa. No paraba de escuchar susurros, unos tras otros, sin estar clara que los propinaba. Aquellos pasos que ellos daban, podían mezclarse fácilmente con lo que ella pensaba escuchar. Por momento olvidaba en donde estaba, y comenzaba a dejarse llevar por esos murmullos al viento que se desprendían sin cesar.
Desconocía muchas cosas en esos momentos, y habría deseado leer algo acerca de las misteriosas luces que los "recibían", los fuegos fatuos, mismos que no descansaban a la hora de sorprenderles con su luminosa energía.
Acataría las palabras de su compañero, manteniéndose en su lugar solo momentáneamente, pues en un instante se vio nuevamente junto al brujo, le cuidaba la espalda, mientras el se encargaba de hacerle conocer a los espíritus la razón de su llegada hasta ahí.
La joven frunció los labios antes las palabras mentales que le fueron entregadas, y rápidamente comenzaría a analizarlas, tal vez todo sería un mal entendido y su búsqueda no tendría los resultados esperados, por el simple echo de perseguir algo, un ser maligno que nunca habría sido bienvenido ahí. Un largo viaje que a vista de lo que ocurría ahora, parecía en vano.
El cuestionarse todo lo que habían pasado, las decisiones alteradas que los hizo sucumbir aquel treinta y uno de Octubre. El jugar con almas, creer que seres obscuros podía llegar a ser dominados, todo era inevitable.
La vampiresa se llevó una mano a su pecho, puesto que la presión que sintió ahí fue demasiada, y solo por revivir momentos sumamente complicados, en los que dudó en su momento que saldrían con vida, tanto la hermana del brujo, el cambiaformas... su ahora aliado y ella misma. Sin dudas todos habían echo su mayor esfuerzo al tratar de reparar el macabro error que cometieron, sabiendo que no era su deber.
Los ojos inmortales volvieron a levantarse, dejando atrás sus horribles visiones cuando la invitación fue echa. ¿Acaso bromeaban? No, seguramente no acostumbraban a hacer bromas de tal naturaleza, aquello era cierto y estaban siendo invitados a una cena. Si antes la cabeza de Leonor se hallaba nublada, ahora lo estaba aún mas. ¿Por que los recibirían de esa forma? ¿Podría ser una trampa? Cualquiera fuera el caso, muy dentro de si sabía que no podían rechazar el banquete, por lo que cuando la voz de Lissander reapareció en su mente, negó lentamente con la cabeza.
- *No voy a dejarte solo. Llegamos hasta aquí juntos, y vamos a afrontar lo que suceda ahora de la misma manera.* - respondería con toda la seguridad que le fue posible, borrando cualquier duda que pudiera latir aún.
Leonor Daxmins- Vampiro Clase Media
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