La vida de Apolo comenzó en el año 1680, bajo el manto de una familia respetable y adinerada. Su cuna de oro no fue el único de sus beneficios nada más nacer, sino que además llegó al mundo con una belleza que perduraría en su existencia. La familia Oliviera, famosa por el comercio internacional por vía marítima, se enorgulleció de tener a un heredero como aquel. Durante los primeros años se le malcrió como a cualquiera que en su época presumiera de tal posición económica y social. Se le adulaba constantemente y cada capricho que se le viniera a la mente, era suyo.

Su madre fue su mayor tesoro, siendo ésta una mujer que tenía demasiado amor para dar. Sí, demasiado para el propio bien de su hijo. Su padre era una figura distante que de vez en cuando aparecía a darle un sermón o dos. Quizás por el trabajo o los deberes sociales, o incluso una amante fortuita, Celio Oliviare permanecía más fuera de casa que dentro. Apolo nunca vio esto como un inconveniente, especialmente al crecer, cuando el acceso a las sirvientas y sus faldas era tan poco restringido. Todos se hacían de la vista gorda a tales "travesuras" del futuro heredero exepto el padre de Celio, Benedito. Era el antiguo patriarca y solo una fuerte enfermedad en los huesos pudo arrebatarle el control de la familia. En su opinión, Apolo merecía menos halagos que los gatos domésticos, pues al menos estos cazaban a los ratones.

En invierno de 1698 la muerte de Celio Oliviare dejó a la familia en grave depresión, menos, como era de esperar, al joven Apolo. Él irradiaba optimismo e indiferencia al verdadero problema que acongojaba al resto de la familia. Sin el tabajador Celio atendiendo las embarcaciones, las cargas y los asuntos legales del comercio marítimo, la responsabilidad recaería en... él. Para gran sorpresa de todos, tanto dentro como fuera de la familia, Arcelina, la reciente viuda, se alió con Benedito para tomar poder de la fortuna, las embargaciones y todos los derechos de lo que éstas últimas solían transportar. Indignado por la "traición" de su madre y su abuelo, Apolo pidió una explicación.

"Te harás un hombre, tal como debiste hacer hace tiempo", fue la explicación de Benedito.

Al muchacho le dieron dos opciones. Una de ellas era ser desheredado al instante, con la única benevolencia de encontrarle trabajo en la zona pesquera y así tener con qué pagar el pan. La otra, que conservaría su honor y le daría una oportunidad de volver a casa, era unirse a la milicia y pelear por su país. La elección no fue tan difícil como el tener que aceptarla.

Casi de inmediato, Apolo partió al campo de entrenamiento y se vio en una posición complicada debido a los caprichos de alguien que deseaba torturarlo. Hubiese sido por obra de su abuelo, su madre o simplemente del destino, se le dio el puesto de Capitan y con ello, la vida de toda una división. En 1699 comprendió el verdadero peso de sus desiciones. Durante los siguientes años llevó a sus espaldas la muerte de cientos de soldados y, sobre todo, la vida de otros cientos más. En cada desición que tomaba estaba inmersa una cifra considerable de perdidas suyas o del enemigo. No era el campo de juegos que hubiese creído. Batallas hubo tantas que contarlas no pudo. Amigos muertos. Camaradas muertos. Enemigos muertos. Daba lo mismo, la muerte le acechaba en cada esquina y ya no veía el escape a tal infierno. Las pesadillas lo consumían de al dormir y la realidad al despertar.

Lo único que le impedía permitir que un enemigo lo atravesara con la espada y así poder disfrutar la dulzura de la muerte, era lo que estaría dejando atrás. Personas que confiaban y dependían de él. Sin embargo, en 1705, cuando el sentido de la guerra y el anhelo de volver a casa habían desaparecido, una breve pero importante vacilación le costó la vida. O eso creyeron todos en su división. Sangraba a montones y casi no podía respirar. El cielo se desvanecía sobre su cabeza y la noche caía sobre su cuerpo que se negaba a dejar una lucha que su mente ya había dado por perdida. No supo cuanto tiempo estuvo ahí tirado hasta que una figura apareció ante él. Una belleza que, sin lugar a dudas, no debía estar ahí, se presentó. Suponiendo que deliraba, o que quizás se debía a una treta de su mente por hacer la muerte más tierna, dijo su nombre al "ángel de la muerte" y espero el fuego.

Lo esperó de verdad.

Y el fuego llegó, pero no como él lo suponía. El infierno se prolongó durante minutos, horas o días. El tiempo ya daba igual. Pero ella tenía nombre y apellido, y una edad, aunque ésta no concordara con su apariencia. Y sus colmillos lo hipnotizaron así como sus ojos y su belleza inmortal. Ella le había obsequiado algo que jamás deseó, pero que de alguna manera, agradeció inmensamente. Fuese quizás el deseo de una segunda oportunidad, o la obsesión de seguir sus pasos, le juró lealtad eterna con cada fibra de su ser. Embelesado pero nunca enamorado. Se arrodillaba a los pies de su cama y la esperaba meses o años de ser necesario. Vivió con ella y fue, con ciertas libertades, como un esclavo. Un año duró para que pudiera volverse un vampiro como ella; tiempo que disfrutó tanto como sufrió. Ser humano a su lado había resultado ser la experiencia más intensa de su vida.

Quizás ella no lo necesitara. Tal vez si. Independientemente de sus deseos, Apolo o Njörðr, como lo habían re-bautizado, sería un preso por la eternidad. Dormía pensando en ella y se despertaba de la misma manera. No había una etiqueta para su relación, y quizás nunca la hubiera. En algún momento de sus continuos viajes (la seguía sin reclamar aunque esto le diera migraña), conoció a una joven de la cual a poco estuvo de enamorarse. La sed fue mucho más apasionada que la dulce humanidad. Tuvo con él la sabiduría de nunca aferrarse a los humanos, y que la única persona que merecía sus días y sus noches era Skaði. Cuando ambos llegaron a París, ya tenía experiencia en cientos de oficios y profesiones. Nunca le gustó ser ocioso. Pensó entonces que la opción más interesante sería montar un negocio que le diera ciertos placeres ajenos a la carne. Algo que le permitiera jugar constantemente el "tira y afloja".

Así juntó ciertas conexiones y, finalmente, se hizo de una tienda de abundantes vinos, Il est venu de la mer. A ella llegaron los especiales Europeos y de América, pero el más especial de todos, de Portugal. Aunque el negocio podría ser solo una entretención temporal hasta que se marcharan de París, pone todo su esmero en él.

DATENS