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La muerte a veces, es solo el principio [Gabriella] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Veronica Blanch Mar Nov 26, 2013 2:25 pm


París, Palacio Royal
(Las 08:00 h de la noche...)

El palacio Royal y la riqueza. La riqueza y el palacio Royal. Todo iba entrelazado. No podías asistir a altas fiestas de personalidades muy importantes parisienses, si no eras una de ellas, o venias a manos de una y por supuesto, bien vestida para la ocasión. Si no llevabas el vestido idóneo, no te dejaban entrar por mas nombre, dinero o acompañante fueras. Así era y allí me encontraba yo, tomada del brazo de un conocido de mi familia, quien me había invitado junto a él a asistir a la velada. Sonrojada, acepté su brazo y ayudándome a bajar nos encaminamos hacia las escaleras alumbradas, llegando a la puerta que era custodiada por dos hombres.

Messier, Mademoiselle bienvenidos. Sus invitaciones por favor. — Nos dijo uno de ellos. James, enseguida sacó las invitaciones que entregó sin mas dilación al señor, dirigiéndome una sonrisa tranquila y dulce.Era todo un amor, si no fuera que lo veía como una amistad… quizás lo pudiera ver como algo más y seria completamente feliz, por que él si de algo tenia claro era de que haría feliz a la joven que decida unirse a él. Es siempre tan atento.Le devolví la sonrisa y tras que tomaran las invitaciones, nos abrieron las puertas para que pasáramos. —Disfrutad de la velada.

Eso haremos, caballeros. —Contestó James al tiempo que avanzaba hacia la entrada, llevándome con él. Reprimí una suave risa al ver de reojo la cara de los guardias, y tal como la sonrisa vino a mi rostro, desapareció al entrar y ser testigo de la multitud de gente que allí se encontraba bailando y otros charlando, y el ambiente lujoso que reinaba, sobrepasándome. James al ver mi nerviosismo, me tomó de la mano y me la besó intentando distraerme de todo y que me centrara en él.

Es demasiado para mi. — Dije como toda respuesta a su mirada, mirándole intentando no volver mi vista al lujoso lugar. Pero parecía imposible no ser consciente de ello, cuando hasta mirando a los ojos a James, todo a su alrededor relucía como el mas bonito e intenso oro. Él siguió mirándome y finalmente asentí. Ahora que estaba dentro no podía acobardarme. Además que había de malo en vivir aquella noche, pasándome por una dama de alta alcurnia? Nadie de allí me reconocería, ni sabría que les miento al encontrarme allí. Mi familia no peligraba, ya que a los señores que servia mi madre a el evento no asistirían. Solo debía dejarme llevar y en pocas horas podría volver a mi hogar, junto a mis hermanas y mi vida diaria.

Tras mi asentimiento, me agarré a su brazo y bajando las escaleras, pude observar cada minucioso decorado planeado, cada detalle en su lugar. ¿Cuánto trabajo había requerido de aquella fiesta? —Es abrumador James. —Le susurré bajando lentamente las escaleras, llegando al final donde me esperaba lo peor y lo mejor. Las presentaciones y seguidamente el gran momento, el baile. Me encantaba bailar. — Relájate y contágiate de la música y de todo lo que veas. La gente es feliz, baila, ríe, bebe. ¿Por qué no tendría que divertirse un poco y sonreír mas a menudo una bella dama como tú? — Sonrío ladino observándome fijamente a los ojos, sonsacando los colores de mis mejillas nuevamente. —Vamos entonces. — Sonreí contagiándome de su alegre risa y terminando de bajar los últimos escalones empezó el baile.

(Tras cuatro horas…)


Definitivamente lo había perdido de vista. Había ido a tomar una copa para refrescarme, cuando al volver no le encontraba. Quizás habría encontrado a alguna amistad o la joven de ojos verdes que no dejaba de hincarle la mirada, se lo había llevado a bailar con ella, al verlo libre de mi presencia. Por lo que le esperé un buen rato, pero al ver que no daba señales de aparecer, y tras ver la hora que era, debía de empezar a irme hacia casa, aunque fuera caminando al no tener mi propio carruaje esperándome en la puerta. Tampoco estaba tan lejos mi casa del centro de Paris, me dije para animarme, pues ya mis pies se encontraban cansados y solo deseaba llegar a casa y poder dormir junto mis hermanas.

Volví mi vista atrás un momento y al no verlo nuevamente, finalmente salí por la puerta, y tras una cordial despedida de los guardias que aún se encontraban en la puerta vigilando quien entraba a ella, me encaminé hacia una de las calles principales, hasta tomar un atajo por unas callejuelas, no tan alumbradas, mas bien oscuras, pero en donde podría acortar muchísimo más el camino de vuelta.

A pesar de ser invierno, el ambiente no era tan frío como en otras ocasiones, en donde se me congelaba la nariz si salía tan tarde en la noche. El largo vestido dorado ceñido a mi cuerpo, mas que una comodidad, resultaba ser una incomodidad al ser nada mas ni nada menos que un obstáculo para avanzar mucho mas rápido por las calles sin miedo a caerme, o tropezar con los bordes del mismo, como lo que me pasaría si llegaba a ir mas rápida y me distraía un segundo. Pasé por el lado de parejas que paseaban bajo las estrellas y por algunos grupos de jóvenes muchachos, pero como mas me adentraba en las callejones y mas cerca me encontraba de casa, menos gente iba apareciendo por el camino. No me gustaba andar sola en la calle, ya que había oído decir que últimamente se habían encontrado cuerpos de jóvenes y niñas en las calles, muertos en la noche. Aquel era el motivo por el que mis hermanas pequeñas no salían de casa nunca en la oscuridad de la noche, y yo tampoco debía, me regañe a mi misma, sabiendo que debían de andar preocupadas, seguramente sin poder conciliar el sueño esperándome.

Estoy llegando…— susurré como si pudieran oírme, esbozando una ligera sonrisa, cuando un ruido atrajo mi atención y me hizo volverme a ver quien tenia a mi espalda. Al voltearme fruncí el ceño, solo había oscuridad y no parecía haber nadie. — Hola… ¿Hay alguien?—Pregunté en voz alta dirigiéndome a las sombras. Habría jurado oír un ruido a mi espalda y tener aquella sensación de que alguien me seguía. — Por favor… no me hace gracia. Si hay alguien sal, descúbrete, no es agradable sentir a alguien detrás de ti. — Negué con la cabeza al ver que nadie hablaba ni salía a la débil luz de la luna que nos alumbraba. Deben de ser imaginaciones mías, pensé y volviéndome en frente seguí mi camino, ahora asustada, pues volvía a sentir que alguien me seguía.


Última edición por Veronica Blanch el Lun Abr 07, 2014 4:43 pm, editado 1 vez
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La muerte a veces, es solo el principio [Gabriella] Empty Re: La muerte a veces, es solo el principio [Gabriella]

Mensaje por Yuna Rutledge* Mar Nov 26, 2013 9:43 pm

La vida no era fácil, ni siquiera la que seguía a ésta después de una conversión. La vida era simple pero nunca sencilla. Las complicaciones surgían de la nada y, como si estuviese predestinado a ello, todo lo que podía salir mal... salía mal. Así pues, no era tan extraño que esa noche la sed que había estado aguantando desde semanas atrás comenzara a causarle estragos físicos. Su mal humor se hacía presente con la servidumbre de Deiran y evitaba matarlos solo debido al orgullo. No quería parecer una niña pequeña que ha tenido una rabieta en presencia de su "maestro"; limpiar todo y remover las evidencias habría sido imposible. Apenas el sol abandonó de su cobijo a París, decidió que saldría a cazar con la frente en alto y una sonrisa de superioridad en los labios.

Y la sonrisa permaneció ahí con ella durante las largas, tediosas y tormentosas horas que le siguieron a una incomoda presentación. Como siempre, nadie quería escuchar su nombre real; los finos y bellos tiburones de mundo preferían escuchar el apellido de su maestro pues ellos creían que era su hermana adoptada. Decían que era mucho más apropiado enfatizar la relación fraternal entre ambos incluso si no hubiese un lazo consanguíneo. Por otro lado la vampiresa, que recorría el impactante salón del Palacio Royal con ojos sigilosos, sabía que era una simple fachada. A esas personas, en especial a las mujeres, les encantaba cotillear tras los abanicos emplumados acerca de los verdaderos motivos por lo que el joven y apuesto Deiran Chassier había decidido acoger bajo su cuidado a una "don nadie". Bueno, reflexionó, ahora bien podrían considerarla su amante. La idea no hizo sino irritarla.

Con el control pendiendo de un hilo y un humor capaz de callar al mismisimo rey de Inglaterra, se concentró en un punto fijo del salón. Un delicado y fino mechón de cabello era removido del hombro por el cual se había deslizado; así, una piel tersa y de bonito color arena quedó expuesta. Algo tiró de su garganta como si le desgarrara por dentro. Gimió a lo bajo y se cubrió la boca con una mano enguantada. Aquella era una chica joven, no mucho mayor que ella misma, pero iba acompañada por un hombre que parecía dispuesto a custodiarla toda la noche. «— ¿Qué harás, Yuna? ¿Cómo se la quitarás? —»

La delicada sonrisa que moldeó tan bien antes de llegar al baile, y que había perdido a lo largo de la velada debido a la sofocante sed, reapareció con malicia. A veces cazar con desesperación era divertido.


- Medianoche -


La vida era un interminable laberinto lleno de obstaculos que se proponía volverla loca. El tiempo que tardó en alejar al amistoso compañero de la muchacha que le interesaba fue suficiente para hacerla rabiar. ¡Yuna, quien nunca perdía los estribos! La influencia de Deiran aun no podía controlar esa faceta salvaje en ella. Se llamaba James. No lo sedujo porque ni se le daban bien esas cosas, ni le agradaba tal estilo; sin embargo, un par de trucos bajo la manga como tentar su ambición funcionaron para robar su atención unos minutos. Y atrás, en los oscuros y húmedos jardines de la enorme finca francesa, lo desangró. Lo dejó tan seco como una pasa. Pero cuando recobró el raciocinio, comprendió que no sería suficiente. Aun tenía sed. Ansiaba tanto la cálida sangre de aquella morena llamada Veronica que acompañaba al difunto James, que fue solo la desesperación quien la guió tras sus pasos.

Recurría a las sombras más que nunca, pues con el peinado deshecho y el vestido arrugado y cubierto de sangre, llamaría mucho la atención. «— Que sed, que sed. Ay, querida, ¿donde estás? —»

Un, dos, tres... Un, dos, tres por la pequeña Veronica. Uno, dos... y... —gimió, porque cantar de aquella sombría manera no hacía sino incrementar sus ansiar de sangre. Pero ya la tenía en la mira. Advirtió su temor con tanta inocencia que la vampiresa no pudo sino sonreír de nuevo. No importaba su edad, aquella mortal era tan jugosamente inocente que seguramente su sangre tendría el mismo tónico dulzón que la mayoría de los niños. Salió de entre las sombras sin ningún tipo de reparo. No podía escuchar ni sentir a nadie más a varios metros a la redonda. Si ella gritaba (y lo haría), nadie iría en su ayuda. Hizo una breve reverencia, cómo si aun estuviesen en aquel baile y cómo si su boca y vestido no estuviesen manchados de sangre.— Un placer, señorita Veronica. Ah, no se alarme, ha sido su amor James quien me ha dicho su nombre. Al parecer tenía gratas esperanzas de reunirse contigo después de la velada. Sin embargo... —se relamió los labios, cerrando los ojos con regocijo por el sabor.— Tuvo un imprevisto.

La postura tambaleante y las extremidades tensas como la cuerda de un arco expresaban su desgarrador intento de controlarse. Cazar era algo curiosamente difícil cuando se hacía sin pensar; matar no era tan sencillo cuando uno carecía de la razón. En algún lugar en las profundidades de su mente, clamaba por su "hermano". Pero, dijo la voz del instinto primario, solo se era joven una vez... y en su caso, tenía mucho tiempo para ello.

Veronica. —acarició su nombre. Quería sentir su miedo y angustia. Quería escuchar el retumbar de su sangre en sus venas. Ladeó la cabeza y, en un pestañeó, se lanzó sobre ella.
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Mensaje por Veronica Blanch Miér Dic 04, 2013 4:38 pm



Un oscuro sentimiento se apoderaba de mí. Alguien peligroso andaba tras mis pasos y lo sentía tan cerca que mi corazón tartamudeaba del temor. ¿Quién seria a esas horas? Si fuera alguien que se hubiera perdido se habría presentado a la primera oportunidad, en cambio no lo había hecho, parecía que jugara conmigo. Por unos instantes antes de que mi seguidora hiciera acto de presencia, pensé en aquellas jóvenes que habían perecido bajo monstruos o algún loco trastornado en altas horas de la noche, tal como actualmente era, y estúpida de mí permanecía entre los callejones, donde si pasaba algo poco podría hacer para que alguien pudiera escucharme.

Y fue allí cuando temblé nuevamente al imaginarme que aquel loco estuviera tras de mí y volteándome finalmente decidida a afrentar a mi seguidor, me encontré bajo mi asombro con una joven como yo. No debería de tener más de mi edad a simple vista. La poca luz del callejón impedía que le viera mejor, aún así escuchándole mi corazón se aceleró sintiendo una extraña inquietud y su voz… aquella voz me ponía los pelos de punta, logrando que deseara salir corriendo de allí, alejarme de ella.

¿Quien es? Usted conoce a James? ¿Dónde está? Desapareció dejándome sola y… —Pregunté callándome confundida sin esperarme que mencionara el nombre de mi acompañante quien me había abandonado por alguna dama, pensé pero al fijarme más en la joven, la reconocí como aquella que andaba tras nosotros. Era la misma que yo habría jurado que se lo había llevado lejos de mí. — Usted nos seguía…estaba en la fiesta, como nosotros. — mencioné dando dos pasos atrás, haciendo que aquella joven que se ocultaba en la sombra diera dos pasos adelante, hacia mí, siendo brevemente iluminada por la luz de la luna. Ahora que si que la pude ver realmente y fijarme en su vestido y rostro, me estremecí. ¿Qué era aquello que manchaba sus labios… y todo su vestido? Parecía sangre…pero no podia ser, me dije a mi misma negando aquella posibilidad pero la única que podia explicarme aquella escena terrorífica que veía ante mis ojos.

¿Que especie de improvisto? —Pregunté intentando mantener una voz firme, la que bajo mi desesperación tembló mostrando el miedo que me embargaba. Sentia mi corazón accelerado en mi pecho, la adrenalina corria por mi cuerpo exijiendome echar a correr, huir del depredador como si fuera un simple conejo y  aquella joven el lobo que me diera caza.

Observé la joven que permanecia tensa y temblé de nuevo al oír esta vez su voz susurrar mi nombre con un oscuro tono que de nuevo logró estremecerme y con la imagen de su vestido lleno de sangre y aquellos labios rojos, con el corazón latiendo asustado, temiendo que aquellos fueran mis últimos segundos de vida, sin pensármelo eché a correr, sin saber si me seguía o no pero presintiéndolo en lo mas hondo de mi alma que lo hacia, corrí como nunca en mi vida.

Presa del miedo perdí el espacio del tiempo en el que me encontré corriendo oyendo sus siniestros susurros y risas. Por el momento aguantaba derecha, todo y que aterrorizada como me encontraba aún no entendía como no me había caído al suelo. Y aún no se ni en que momento se me ocurrió pensar en ello, que tras girar por uno de los callejones internándome en uno aún mas oscuro de los que había dejado atrás. Y en la completa oscuridad sin darme cuenta me dí de bruces con un metal que se clavó en mi pierna logrando que terminara cayéndome al cuelo.

Soltando un alarido de dolor envolví mi pierna con mis manos, intentando hacer cesar la sangre que rajaba de la profunda herida que me había hecho, viendo como permanecía un trozo de metal dentro de mi carne, haciendo que mi herida a cada movimiento se profundizara y dejara salir más sangre. — No te acerques.. No te acerques… —Susurré con miedo, embargada por un momento por el vértigo al ver mi propia sangre. Le tenía fobia y allí estaba, mojando mis manos.

Grité horrorizada antes de que las imágenes de mi padre muerto en aquel charco de sangre inundara mi mente, escapando nuevamente como podía, esta vez más lenta ya que arrastraba la pierna, dejando un rastro sangriento tras de mí. Intenté seguir, terminando por caer al suelo tras llegar a un nuevo callejón, en que llegué a esconderme tras unos cubos pensando que así la joven no me vería y podría salvar la vida. Pero al oír sus pasos de nuevo, estremeciéndome de miedo y dolor a causa de la herida gimotee asustada.

Por favor iros! No os hice nada… dejadme!. — Rogué intentando no pensar en la sangre que perdía  y en la aversión que le tenía a esta. — Por favor… No sé ni quién es. Yo no le hice nada, dejadme volver a casa… — susurré temiendo no ver de nuevo a mis dos hermanas pequeñas al sentir la joven a pocos pasos de mi.— Tengo oro, y os puedo dar todo lo que me pidáis. Pero dejadme… Apartaros de mi.
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Mensaje por Yuna Rutledge* Jue Dic 05, 2013 7:56 pm

Oh, las preguntas de una mujer asustada. A cada una de ellas, Yuna daba un golpesito en el suelo con la punta del zapato. ¡Que irritante! La paciencia era una de sus virtudes pero, esa noche de locura, no existía ninguna virtud en ella. Solo había crueldad, hambre y deseo de violencia.

No era ella. No podía serlo. Era una renacida que disfrutaba del dolor ajeno y se regodeaba con su miedo, sí. Pero esa no era ella. No era tan impulsiva y salvaje. Había abandonado tiempo atrás la obsesión por algo que no podía alcanzar; ahora analizaba sus movimientos con cuidado y trazaba sencillas estrategias que complacían a sus jovenes y sádicos caprichos. Pero esa noche, en la cual la luna se ocultaba tras nubes invernales y dejaba los callejones parisinos en completa penumbra, era solo un animal salvaje. El primer asalto fue todo un fracaso. Con su velocidad sobrehumana cualquiera supondría que atrapar a una muchachita asustada sería pan comido, pero tal y como sus propios nervios la dominaban, el más simple movimiento se convertía en una labor titánica. Chocó contra una pared de ladrillos, lo que no le impidió seguir sonriendo con una chispa de crueldad.

Yuna parecía una muñeca de porcelana rota rondando los callejones al perseguir a su presa. Como una plegaria llegaron a ella palabras que en su momento le parecieron irrelevantes; en su mente el poeta que las recitaba era Deiran, aquel hombre quien poseía la voz que no le cansaría jamás. «Ojos que oculta y me dice todo». Los orbes de verde color que brillaban en la oscuridad como los ojos de un felino aprecieron una sombra a unos metros de ahí. Escuchó un lamento y en sus labios una sonrisa se dibujó.

¿Veronica? —susurró, como si la íntimidad entre ambas fuese sagrada. «Una dulce muñeca de porcelana». El poeta seguía en su cabeza, invitándola a continuar. Paso a paso, se acercó al exquisito bocadillo. El olor de la sangre llegó con tanta violencia que ni siquiera la presencia de su mentor podría haberla dominado. Un gruñido gutural escapó desde las profundidades de su pecho y el par de ojos verdes que acechaban a la joven morena adquirieron un color escarlata. Entre las sombras era difícil distinguir nada que no fueran esos orbes rojizos. Oír el grito de una inocente le estremeció todo el cuerpo. Su porte altivo y mirada divertida fueron reemplazados por una necesidad básica: La sed.

«Peculiar y dramática. Pareces intocable». La sed que la hacía temblar de la cabeza a los pies y la atormentaba por dentro. ¿Que si quería asesinar a esa muchacha y hacerla sufrir tanto como sufría ella misma? Realmente le daba igual. En realidad, no tenía forma de pensarlo. La acorraló como si se tratara de uno de esos pequeños conejos en el bosque que colindaba su modesta mansión en Inglaterra. Aquellos hermosos pero asustadisos.

Ah, ¿tienes oro? —susurró contra su oído, antes de sujetarle los cabellos con la fuerza suficiente para desprenderlos si debía moverse demasiado.— Encantador, pero yo no necesito oro. Y claro que me darás lo que yo te pida. No tienes alternativa. —ronroneaba con la malicia que solo una criatura desesperada podía poseer. Bajo la única luz del callejón, una farola que delineaba la figura de la vampiresa, brillaron un par de colmillos de tamaño considerable. Su humanidad ya no era debatible. Sonrió encantada y un tanto enloquecida.— Te desgarraré y morirás aquí mismo. Adiós a tu familia. Adiós a un posible amor. Adiós a tu querido James, aunque él ya se marchó hace unas horas. Adiós, pequeña Veronica.

Y sin clemencia ni paciencia, agachó la cabeza sobre la joven y hundió el rostro en su cuello. Los colmillos se clavaron en la piel con brutalidad, desgarrando un poco la carne y salpicando todo de sangre. El aroma y el sabor solo la hicieron beber con ansiedad, lo cual haría del proceso mucho más doloroso para la humana. Se quedó ahí tanto tiempo que el mismo parecía perder su sentido racional. Imaginaba a todos los relojes deteniendose, pero sabía que el tiempo seguía corriendo; mientras la vida de aquella chica se desvanecía, los miembros de la clase alta seguirían en aquella fiesta. Las mujeres reirían y los hombres besarían.

Y Yuna, que había llegado a su limite, decidiría apartarse. No podía permanecer más tiempo en el frenesí de la sed, que aunque un poco saciada, seguía arremetiendo contra ella como si quisiera hacerle perder todo rastro de cordura. Gemía de dolor y confusión, sin detenerse a mirar el cuerpo ensangrentado que había dejado atrás. Se marchó tan pronto como pudo, se ocultó entre las sombras como tan bien le había funcionado los últimos dos años. El remordimiento no la tocó en ningún momento de su partida.
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Mensaje por Veronica Blanch Miér Dic 11, 2013 2:46 pm


Sentía cada paso de la joven que se acercaba a mí, haciendo caso omiso a mis ruegos y gimoteos de miedo. Aterrorizada, rogué en mi mente de que me dejara en paz, volver con mi familia pero a cada segundo que pasaba veía más improbable aquella opción. Temblé al verla finalmente ante mí. Ahora podía verle mejor el vestido, y en efecto estaba manchado de un color carmesí, como la misma sangre que ya hacia un pequeño charco bajo mi pierna, de donde salía saliendo sin cesar.

Por favor no me haga daño… no me… Ah! —Jadee de dolor cuando teniéndome acorralada, me tomó de los cabellos de forma que quedé a su mandato, pues sentía que si me debatía su agarre podría dañarme mucho más de lo que ya de por si hacía. Me estremecí al oír su susurro en mi oído. Aquella voz provocaba en mí un miedo atroz, como el de un conejo al oír el aullido de un lobo.

Completamente aterrorizada escuché sus palabras. Intentando debatirme, solo logré que la mano que me sujetaba del cabello se afianzara más y con fuerza y firmeza me hiciera doblar ligeramente mi cabeza hacia atrás. La pierna me dolía horrores como para moverla y el sopor del miedo mas la pérdida de sangre ya hacían estragos en mi. — Dime qué puedo hacer…Juro que haré lo que me pidas. Por favor soltadme…—Mis palabras quedaron silenciadas por las lagrimas que impotentes empezaron a acariciar mis mejillas, hasta perderse en mi cuello.

Me sentía acorralada, y mirándole a los ojos, era como ver a un depredador. Aún que yo por aquel entonces no sabía de la existencia de sus colmillos, en cuando a la luz de la farola ella los reveló en una cruel sonrisa, sentí mi corazón paralizarse, tartamudeando dolorosamente en mi pecho. Las lágrimas dejaron de caer, y todo mi cuerpo tembló al escuchar la sentencia de mi propia muerte. — No...No…que me haréis? ¡No os acerquéis! — Me debatí ignorando el firme agarre de su mano, intentando huir del alcance de la joven. No entendía que era aquello, si era una broma o no. Todo era muy confuso. Y cada vez que pensaba en mi herida, me sentía enfermarme, más de lo que ya me encontraba.

Lo que sí que recordaré siempre será el grito que salió de mi garganta cuando aquellos colmillos se hincaron dolorosamente en mi cuello, desgarrando mi delicada carne y como con todas mis fuerzas mis manos tiraron de ella fuera de mí, encontrándome con su cuerpo de piedra cual no parecía ceder a mis demandas. Grite desesperadamente sintiendo como bebía de la herida que había provocado, ahogándose en mi sangre. A cada segundo el dolor crecía en tanto ella a profundizaba más en la herida, buscando más sangre de mi cuello. Agonicé en sus brazos, dejando que mi cabeza cayera hacia atrás en cuanto ya de mi cuello era imposible que saliera un grito, apenas salían pequeños jadeos cada vez más débiles, sintiendo que las fuerzas me abandonaban.

Pensé en mis hermanas, a las que nunca vería. A mi hermana… hasta con Naala, nuestra pequeña perra, volviendo a la última imagen de mi padre, con la que me sentí ahogarme e intenté debatirme nuevamente. No quería morir en un charco de sangre. Abrí mis ojos y sin fuerzas para alzar la mirada, miré al suelo viendo la sangre que manchaba de nuevo el vestido de la joven y mi propio cuerpo. Grité en mi mente desesperada. Debía de despertar, ¡tenia que despertar! Todo tenía que ser un mal sueño…pero en un nuevo movimiento de aquellos colmillos dejé que la realidad se me llevara lejos de aquel dolor. Dolor que lentamente había convertido en un sopor que invadía mi cuerpo, ahora insensible en su mayor parte a los desgarros que la joven hacia en mi cuello.

Me sentí morir y justo cuando pensé que moriría, la joven se apartó de mí. Oí ruidos de fondo, pero apenas ya podía estar por ellos. Ahora mis esfuerzos estaban en no dejar que mi corazón dejara de latir, el cual latía cansado y cada vez más lento. Con mi mente centrada en volver a ver a mis hermanas, al no volver a sentir el dolor extremo en mi cuello, intenté moverme logrando apenas mover una de mis manos. Intenté gritar por ayuda. Era tan joven. Apenas había empezado a vivir… ¡No quería morir!

Tomé aire profundamente, abriendo los ojos dolorida por aquel simple movimiento, ya que el oxigeno ya era poco servible para mi corazón, quien lentamente se apagaba. De mis ojos cayeron unas silenciosas lágrimas, despidiéndome con ellas de todo lo que conocía, hasta que ante mí una sombra apareció. Y yo como un hombre sediento que ve el espejismo de agua, miré a la sombra, sin ver realmente quien era con ojos desesperados, llenos de dolor.

Abrí la boca para hablar, sin que me saliera nada. Escuché sus pasos más cerca de mí y volví a intentarlo, esta vez articulando palabras articuladas, que esperé que oyera. — No…q-quiero…morir… — Fue lo único que pude decir.
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La muerte a veces, es solo el principio [Gabriella] Empty Re: La muerte a veces, es solo el principio [Gabriella]

Mensaje por Gabriella de Beaucaire Jue Dic 12, 2013 1:08 am

El teatro y sus maravillas. Que exquisita velada disfrutó la noche en la que su vida cambió radicalmente. Debía ser medianoche ya cuando su cita insistía en acompañarla a casa. Un hombre apuesto que presumía de una grata fortuna, una reputación intachable... y una personalidad tan profunda como los charcos de agua que abundaban en París durante las lluvias de verano. Su charla era amena y entretenida, lo suficiente para impedir que se durmiera en medio de la obra de insípido romance que había insistido en ver. Pero además de unos cuantos conocimientos de política y chismorreos sobre la nobleza europea, no tenía nada más que aportar a la conversación. Su humor era seco y cortante, y evitaba tan odiosamente las discuciones o el intercambio de ideas, que mataba cualquier atisbo de pasión. Eran un soso de primera.

Sin embargo, y pudo notarlo cuando rechazó su invitación a un picnic privado, él parecía creer que debido a su edad, no tardaría en lanzarse a sus brazos como una mujer desesperada. Era hermosa, de eso no había dudas, pero aparentar casi los treinta años en aquellos días y permanecer soltera, era un aviso sobre su frente de fracaso y decepción. O al menos, uno visible para los demás. Ella frente al espejo solo veía cierta desilución bajo los ojos azulados. Sí, se sentía sola, pero no por las razones que otros pensaban. No porque el matrimono la eludiera y la vejez la persiguiera como el villano de una obra infantil; era imposible que cualquiera de las dos cosas fuera minimamente cierta. Pero la soledad radicaba en la falta de estímulo por parte de otra persona.

¿Quién la acompañaba a cada evento social sin que las apariencias le importaran? ¿Quién velaba sus sueños durante el día y disfrutaba sus jugueteos por la noche? ¿Quién le pedía burdos caprichos hasta que ella los cumpliera sin más remedio? ¿Quién le decía amorosas palabras y esperaba paciente a que ella las retribuyera?

Nadie. —susurró en el frío de la noche. No había nadie quien escuchara eso tampoco. Ni las estrellas ni la luna porque en el firmamento, las nubes oscuras cubrían cualquier tipo de luz. Era una noche peligrosa, podía presentirlo. En el cuerpo de la inmortal, un escalorío alteró todos sus sentidos. Algo difería de todas las otras veces que transitaba por aquellas calles. Observó detenidamente cada detalle, cada hilo de luz que ofrecían las farolas. No veía ningún movimiento ni oía ninguna respiración. Sin embargo...— ¡Par souci de Dieu! —jadeó, nada más captar el olor de la sangre.

Dejó caer el pequeño bolso de intrincado encaje de seda en las sucias empedradas de la calle, alejandose de ahí con los movimientos de una criatura confundida. No, no estaba huyendo. Le desesperaba oler tanta sangre acumulada en un mismo lugar y no poder identificar su prosedenica. La oscuridad, la densidad de callejones y rutas engañosas, todo era un laberinto. Pero cuatro siglos no fueron en vano para la desesperada vampiresa, quien en algún punto de su búsqueda encontró el rastro que tanto le angustiaba. Lo siguió con rapidez, hasta dar con algo que le encogió el "muerto" corazón. Una joven. No se equivocaba al pensar que era una chiquilla apenas, no teniendo edad ni siquiera para ser esposa y madre. Se acercó a ella con cautela, rozando las vaporosas faldas de su vestido amarillo pálido con la sangre de la muchacha.

Oh, mon petit. Fille douce. ¿Qu'ont-ils fait? —se arodilló a su lado, notando la grave condición de la muchacha. La expresión de Gabriella, una dama de alta sociedad que siempre mantenía la serenidad, se quebró esa noche. Mostró desconcierto, desesperación y dolor solo en un segundo. La lucha interna de la morena solo pudo evidenciarse cuando ésta articuló las últimas palabras de su vida como mortal. Aferrada a la vida, como ella lo fue en su momento, cuatroscientos años en el pasado. Que dilema más grande enfrentaba la dama ahí plantada, impotente. Nada le daba el derecho de condenar a esa jovencita a la eternidad, a una constante necesidad de sangre. Pero sus palabras eran claras, y solo había una oportunidad. La sostuvo con delicadeza sobre sus piernas, sin importarle en lo más mínimo las ropas caras que estaba arruinando. Acarició sus pómulos y su cabello castaño.— Pérdoname, mon petit... y odiame cuando despiertes. Pero no puedo dejarte morir. —y tras sus poéticas palabras, produjo una profunda y única herida en su propia muñeca. De ella emergió un desagradable y abundante brote de sangre. Dejó que el hilillo de elixir carmesí se derramara sobre la boca semi-abierta de la joven. La obligó a tragar, ubicandola en una posición apropiada. La sostuvo y acercó más la muñeca a sus labios.— Bebe. —la incitó con dulzura.— Bebe para poder vivir, mon petit.
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Mensaje por Veronica Blanch Sáb Dic 21, 2013 6:45 pm

No veía nada, apenas sombras a través de mis ojos abnegados en lágrimas de dolor y desesperación. No quería morir tan joven, no podía dejar a mis hermanas solas en aquel mundo. Simplemente me negaba. Tenía que vivir para ellas, pero la cantidad de sangre perdida que ya mojaba todo el suelo y mi propio cuerpo, era el claro indicativo de que no serviría que tuviera toda la voluntad del mundo en sobrevivir. Para mí todo terminaría aquella noche, quisiera o no.

Aún mi mente intentaba explicar lo que le había sucedido, sin encontrarle sentido o sin encontrárselo si me negaba a pensar en diablos y extraños seres que solo rondaban en la imaginación y en cuentos de niños pequeños para hacerlos dormir temprano antes que las sombras de la noche oculten todo a su paso. Aún así, hasta mi mente poco a poco se iba apagando, por lo que decidí no pensar, guardar todas las fuerzas que pudiera y esperar un milagro. Milagro que apareció en forma de sombra ante mí, con una voz dulce. Más dulce de la que jamás nunca oí. Intenté moverme, tocar a esa persona, asegurarme de que no era ningún sueño mío en el que esperaba encontrar a alguien que me salvara de esa noche. Pero al moverme, fue cuando me di cuenta de lo mal que me encontraba realmente. Ni moverme podía apenas del suelo, por no decir que mi pecho dolía cada vez que tomaba aire intentando alargar mi vida hasta lo posible.

Tras decir las únicas palabras que pude, esperando por que supiera alguna forma de salvarme, esperé por ella. En mi letargo cada vez oía menos, el corazón lo sentía cada vez más lento y mi voluntad se quebraba por el dolor de no poder ver a mis hermanas crecer, cuando sentí como la joven arrodillada a mi lado, me sostuvo sobre sus piernas, agarrándome con cuidado. Intenté abrir los ojos y sonreírle agradecida de sus caricias que por unos segundos me hicieron olvidar mis últimos segundos de vida. Pero no pude. Mi cuerpo se encontraba tan pesado...

Gemí cuando sentí cierta presión y un líquido extraño derramándose en mi boca. Sabía a hierro. Intenté no tragarme aquello tan extraño, que solo me hacía sentir peor, pero una caricia en mi garganta me obligó a tragar. Finalmente tragué, encontrándome con que se estaba bien. Mi garganta, mi cuerpo pedía más de aquello. Extrañada cuando la joven acercó su muñeca a mis labios, yo sin saber de qué se trataba, cedí a sus demandas y bebí. Al principio lo hice lentamente sin fuerzas, hasta que tras unos pocos minutos pude mover mis manos, con las que agarré aquello que se encontraba contra mis labios y lo apreté mas contra ellos, bebiendo de aquel elixir más rápidamente. Como si me fuera la vida en ello.

Aún con mis deseos de vivir y de cómo me aferraba a aquello tan extraño que la joven de la voz dulce me daba, sentí mi corazón inquieto y tartamudeante en mi pecho. Y entonces sucedió. Sentí como un torrente en mi piel recorriéndola al tiempo que se me oprimía el corazón. Gruñí dolorida sin poder gritar de dolor. Mi cuerpo empezó a retorcerse e intenté librarme del agarre de la joven, escapar de allí. Con mucho esfuerzo conseguí apartar su muñeca de mis labios e intenté tomar aire, sin éxito. Me ahogaba y mi corazón acelerado parecía entonar su última melodía.

Pum-Pum-Pum. Pum-Pum-Pum-Pum
En ningún momento fui consciente de nada más de que el dolor del que me quejaba en gruñidos y pequeños jadeos, mientras mi cuerpo sanaba y las heridas que me habían hecho los colmillos de la joven, así como la herida de la pierna, dejaron de lucirse en mi piel, la que ahora se presentaba inmaculada. Apenas fueron unos minutos de agonía, los que sentí eternos en mi piel, hasta que con un último grito silencioso, sintiendo retorcerse todo mi cuerpo, mi enloquecido corazón latió una última vez. Y se terminó. Morí.

Pasé unos segundos muerta, hasta que de pronto abrí los ojos y extrañada fruncí el ceño. ¿Estaba en el cielo? ¿Era aquello morir? Se sentía bien, hasta cierto punto, sin contar con la molestia que sentía en mi boca y como mi corazón permanecía en silencio. Consternada, no me di cuenta de una presencia a mi lado, hasta que esta se movió y alertada por aquel movimiento giré mi cabeza hacia la figura ajena que permanecía cerca de mí. Al ver a una chica, sonreí confundida y le miré. — Donde… dónde estoy? ¿Qué ha pasado? Yo solo sentí que me moría… —Intenté recordar sin demasiado éxito, observando aquel lugar que tanto se parecía al callejón en la que una joven loca me había mordido. O aún seguía allí? Todo era demasiado similar. Confundida y perdida volví mi mirada a la joven esperando que ella supiera que había pasado. — ¿Quién eres?

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Mensaje por Gabriella de Beaucaire Miér Dic 25, 2013 2:23 pm

Que difícil era observarla en silencio. Jamás en todos sus años de existencia consideró la idea de convertir a otra persona; a decir verdad, juró no hacerlo nunca. Sin embargo, no se arrepentía de su decisión. No después de ver la última expresión humana en el rostro de aquella criatura humana. Era de aspecto frágil y moribundo cuando la encontró, pero un brillo en sus ojos destacaba delatando sus verdaderos deseos. Quería vivir, así de sencillo. ¿Y qué podía hacer ella al ver tanta determinación ser consumida por la muerte? Tendría que superarlo alguna vez, aunque sospechaba que el remordimiento la acecharía constantemente en el futuro. «— El futuro —», pensó mientras acariciaba los oscuros cabellos de la muchacha y removía el exceso de sangre de sus labios.

¿Cuál sería el futuro de ellas dos? ¿Existiría uno? Desde hacía más de cien años que vivía sólo preocupada de sí misma, pero ahora sentía que algo la ataba a la joven que tenía sobre las piernas. Un lazo de sangre. Era inevitable, quizás, pues ahora ella llevaba su sangre y no podría olvidar jamás su existencia. Mientras la última fase de la conversión mantenía a la futura neófita en una paralisis total, Gabriella se juró protegerla pasara lo que pasara. Incluso si ella deseaba alejarse, buscar independencia, protegería su sendero y su paz.

Entonces la vio despertar, y aunque durante cuatro siglos no tuvo la necesidad de respirar, lo hizo de puro alivio. Sin querer, una sonrisa se infiltró por encima de su expresión de angustia.

Hola... —susurró con calma. Le dio un poco de espacio a la joven sin retirarla del todo de sus piernas.— Tranquila, estás bien. Nadie te hará daño. —las palabras eran más una promesa que un intento de reconfortarla. Con un solo vistazo alrededor comprobó que ninguna otra bestia rondaba amenazante. Todo estaba bien, por ahora. Volviendo su atención a la muchacha, deslizó muy suavemente un dedo por su mejilla.— Mi nombre es Gabriella, querida. ¿Quieres sentarte? —la ayudó sujetando su brazo al temer que pudiera resvalarse con tanta sangre.— Has... um...

Hizo un mohín, pues las palabras no podían salir de su boca. ¿Cómo explicarle lo que era? ¿Cómo decirle que, efectivamente, había muerto? La muerte para un humano debía ser algo aterrador pero inevitable, algo que pudiera aceptar con el tiempo necesario. Pero la inmortalidad era algo muy diferente; se trataba de una maldición que a muchos enloquecía, un tiempo detenido que jamás volvería a caminar. La vampiresa mayor admiró a la recién convertida con un brillo extraño en sus ojos azules.

Te explicaré todo en un momento, ¿de acuerdo? —susurró con delicadeza, desenrredando los largos cabellos ajenos y arreglando un poco su vestido.— Primero hay que salir de aquí. —miró por todos lados buscando el pequeño bolso en el que poseía dinero más que suficiente para rentar un carruaje. Aquello desencadenó más interrogantes de las que podía responder, ni siquiera para sí misma.— Oh, ma chérie, sé que debes estar asustada, pero necesito que confíes en mi. Sería mejor que lo que resta de la noche y durante el día, estés en mi casa.

Que difícil, que horror. Sabía que estaba siendo tan amable como podía, pero no dejaba de sentirse una ladrona de almas. Le había robado su humanidad y con ello su vida humana. No podría ver la luz del sol por su culpa ni tampoco podría volver con su familia, a menos que controlara su sed en menos de un año, lo que era practicamente imposible. Por eso, al ayudarla a ponerse de pie y caminar, la sujetaba como haría una madre con su niña.
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Mensaje por Veronica Blanch Sáb Feb 15, 2014 5:00 am

El recuerdo del dolor aún persistía en mi mente. Me encontraba perdida, apenas recordaba mucho más allá de lo que aquella vampira o lo que hubiera sido, me hubiese mordido y dejado allí tirada en aquel sucio callejón para que terminara de morirme por mi misma, desangrada. Quería llorar de la confusión y del dolor, no obstante de mis ojos no salía ni una lagrima. ¿Por qué? Miré hacia arriba, y oyendo las palabras de la joven que se encontraba a mi lado, cerré lo ojos unos segundos, dejando que aquel sentimiento de sentirme protegida se extendiera por todo mi alrededor, hasta sentirme a salvo.

En cuanto me dijo de sentarme, asentí a regañadientes porque la verdad era que preferiría estar así, con ella protegiéndome y cuidándome, pero debía de afrontar y averiguar qué había ocurrido, que clase de milagro había hecho para que no muriera. — Que ha pasado? —Volví a preguntarle tras terminar sentada y ella a mi lado. Le miré y viendo su mohín, fue que bajé la mirada hasta el suelo, encontrándome con un gran charco de sangre. En pensar en sangre, algo me sucedió pues mi garganta empezó a arder y de mi boca parecía como si algo de allí quisiera salir. Volví la mirada a ella aterrorizada y sin comprender. —Que me ocurre? —Le pregunté con un hilo de voz mirándola fijamente completamente perdida y vulnerable.

Nunca habría imaginado, ni en este momento lo que la vida me podría cambiar de un segundo a otro, ni de cómo el destino podía ser tan cruel. Coincidí con sus orbes azules y así me quedé, incapaz de moverme unos segundos en los que sentí que algo me hacia acercarme a ella y acurrucarme a su lado, esperar de sus palabras. Jadee confundida apartándome de sus ojos, sintiendo como Gabriella me tomaba de un brazo con suavidad y me alzaba finalmente derecha. —No entiendo nada... — Volví a musitar, asintiendo cuando me prometió explicármelo mas tarde. —Si…es mejor que nos vayamos antes de que vuelva la chica que quiso matarme. —Susurré en voz baja, apenas perceptiblemente en lo que empezábamos a caminar y ella me tenía abrazada a uno de sus lados, como si en todo momento fuera consciente de lo mal que me sentía y de lo que necesitaba su apoyo. Nunca había sido dependiente del cariño de mis padres, siempre había sido fuerte y considerándome una adulta desde una edad muy temprano, solo hacía que cuidar con esmero y amar a mis hermanas pequeñas, por lo que encontrándome siendo reconfortada por una desconocida y sentir que realmente necesitaba de ella, aún hacia que ponerme más interrogantes en mi cabeza.

Necesito ir a ver a mis hermanas pequeñas… no pueden quedarse solas, me necesitan. —Le dije consciente de que no me dejaría ir a verlas mientras seguíamos el camino en busca de un carruaje que rentar, tras haber encontrado su pequeño bolso tirado en una calle. La noche estaba calmada, tranquila, apacible, nada hacia indicar que hacía unos minutos había habido una loca asesinando a una joven tras los fríos callejones.

Tras unos minutos de caminar, yo sin poderme separar de su lado, fue que llegamos a un carruaje. Al principio no sucedió nada, estaba en shock, pero cuando fui consciente y mis sentidos de la sangre recorrer el cuerpo del rentador y chofer del carruaje, fue que inconscientemente me curvé hacia él y le miré como un gato observa a un apetitoso ratón. La boca volvió a dolerme, esta vez hasta hacerme sollozar y girarme de nuevo a Gabriella, me abrace a ella buscando consuelo y respuestas.

Quiero matarle…morderle. Que me ocurre?...Me volví loca. — le dije esperando que me subiera al carruaje y así apartarme de aquel olor que me llamaba y aterrorizaba. Yo no era así, no era peligrosa… o ¿sí?
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Mensaje por Gabriella de Beaucaire Jue Abr 03, 2014 6:48 pm

Sospechaba de antemano que la joven moribunda a la que había encontrado y después transformado tenía familia. Pocos humanos en París de esa época no contaban con una numerosa familia de padres, hermanos, tíos, primos, abuelos y una cantidad obscena de tíos lejanos, primos segundos e incluso vecinos y amigos. Todos contaban con una vida, una cantidad de personas que los buscarían sin descanso de verse desaparecidos. Esa muchacha de bellas facciones no podía ser diferente. La boca madura de la vampiresa pelirroja se curvó hacia abajo, incapaz de decirle en ese momento el tiempo que tendría que pasar antes de ver a sus hermanas, si es que la posibilidad se daba alguna vez. No permitió ninguna pausa mientras la conducía al carruaje y la sentaba a su lado. Cuanto antes llegaran a su residencia, antes podría explicarle lo sucedido.

Gabriella jamás habría supuesto que convertiría a alguien en toda su existencia. Siempre se prometió a sí misma preservar la vida humana, al menos, tanto como le fuera posible. Era noble y materna, y ver a alguien tan fuerte como Verónica al filo de la muerte con el deseo de vivir impreso en los ojos hizo que su determinación flaqueara. El mal ya estaba hecho, pero no estaba dispuesta a abandonarla. Quería para ella una vida, tan buena o mala como hubiese sido de permanecer a salvo en las calles de París siendo humana.

Tardó unos minutos en notar la característica ansiedad de la muchacha a su lado, que sólo un neófito mostraba al estar preso de la sed. La observó y comprendió lo que la atormentaba. Acarició su rostro, comprensiva, y la abrazó con más fuerza. Si soltaba alguna mordida, al menos esperaba poder controlarla a tiempo. Recorrió su enredada cabellera en un intento por reconfortarla.

Lo sé, querida, lo sé. ―Arrulló con dulzura. El carruaje había agarrado cierta velocidad cuando sus labios rojizos rozaron el tierno oído de la chica.― Tendrás que soportarlo un poco más. Te prometo aliviar tu dolor en un rato. ―Las promesas que le obsequiaban eran honestas y llenas de orgullo. Algo en su personalidad, o quizás en su propio umbral de culpabilidad, le impedía abandonar a esa chiquilla asustada. De haberla dejado morir no habría podido vivir con la culpa, y fue su egoísmo el que la condujo a condenarla de esa forma. Lo menos que podía hacer era cuidarla y guiarla en ese dificultoso camino que le esperaba.

Al cabo de varios minutos (que para ella debieron ser agónicos), el carruaje se detuvo frente al patio trasero de una casa de ladrillos rojos. Era elegante, pudiente, pero en absoluto se podría considerar la morada de una dama de clase alta. A Gabriella le gustaba la privacidad y en esos momentos le vino mejor que nunca. Animó a la joven a bajar del carruaje con algunas palmaditas en el hombro, y unas palabras de aliento entre las cortinas de cabello castaño. Cuando las dos hubiesen puesto un pie afuera, el aire cambió y la única farola prendida de la calle fue testigo de la fuerza y velocidad de la pelirroja. En lo que duraban dos parpadeos seguidos, el pobre cochero sofocaba sus gritos contra la aparentemente delicada mano femenina. Los ojos azules de la dama eran tan bondadosos como antes, pero habían adquirido una pincelada de instinto carnívoro, como un depredador al dar con su presa.

Lo siento, ma chérie, pero serás peligrosa si no te alimentas esta noche. ―Le hizo un gesto compasivo pero apremiante para que se acercara. Sabía lo difícil que sería para la joven alimentarse por primera vez, pero de no hacerlo, corría el riesgo de asesinar a más personas por accidente y dañarse a sí misma. De haber tenido más tiempo habría elegido a un hombre cruel, despiadado. Esa clase de personas que merecía morir. No tenía ni idea de la clase de vida que había llevado ese cochero de ojos asustados, pero no había más remedio.― Escúchame con atención, pequeña. ―Le imploró cuando estuvieron protegidas en un rincón del jardín, cerca de la acera.― Tendrás que hacer lo que tu instinto te diga, aunque suene cruel e inhumano. Ahora mismo estás en un proceso difícil. Quizás mañana, cuando el sol vuelva a ocultarse, seas una hija de la noche como la joven que te atacó hoy. Alguien como... yo.
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La muerte a veces, es solo el principio [Gabriella] Empty Re: La muerte a veces, es solo el principio [Gabriella]

Mensaje por Veronica Blanch Lun Abr 07, 2014 4:18 pm

El tiempo de subir al carruaje se me hizo eterno. Las encías dolían y juraba poder sentir tanto mi boca como garganta ardiendo, como si me hubieran marcado directamente allí con un hierro candente.
Gemí de angustia y con mi cuerpo temblando de contención, me dejé acurrucar y arrullar por Gabriella. Por quien me había salvado, confiando ciegamente en ella, creyendo cada palabra, cada promesa que salía de sus labios. Sin saber demasiado todavía del porque de aquella confianza en la dama, todo y que después de salvarme tenia todo mi agradecimiento y respeto.

Me arde la garganta. —Dije abrazándome con fuerza a ella, con la voz rota y temblorosa a causa del esfuerzo al que me encontraba sometida. A cada segundo la tortura que sentía azotar mi cuerpo era mas intensa. Veía y oía todo a mí alrededor. Hasta los aleteos de los murciélagos en el camino, hasta el golpeteo de los latidos del corazón del chofer que tranquilo, ajeno a lo que sucedía dentro el carruaje, permanecía tranquilo y en calma en lo que llevaba a los caballos, hasta el hogar de Gabriella.

Cada segundo, minuto… se me hacían eternos. Mi estomago se retorcía y sintiendo mi boca reseca junto con un dolor profundo, intenté por todos mis medios distraerme. Las manos de mi salvadora acariciando mi cabello, ayudaban a que me distrajera por instantes de las fuertes y salvajes necesidades de mi cuerpo e instintos más primarios. Sus palabras también me aliviaron por el camino o al menos lo hacían hasta que al detenerse el carruaje, tras unos minutos agónicos para mi, volví a centrarme en el látigo del chofer y la boca se me hacia agua.

Bajé del carruaje sin dedicar mas que una rápida mirada a mi alrededor, cayendo en la cuenta de que aquella humilde morada, nada tenia que ver con mi acompañante, con la elegancia que de por sí Gabriella poseía. Apenas me fijé en la casa que volví mi mirada al frente, encontrándome con que el chofer era sujetado y amordazado por las delicadas y suaves manos femeninas que instantes antes me habían acariciado y calmado mis miedos y angustias.

Al principio no entendí nada y le miré indecisa, hasta que al oír el latido apresurado y asustado como el de un conejo que avista a su presa, me dejé envolver por la melodía, terminando por inercia al lado del hombre, en un abrir y cerrar de ojos. Con la cercanía de nuevo volvía a dolerme la garganta, mis encías parecían partirse en dos y apenas oí las palabras de Gabriella, que me lancé al hombre directa a su cuello.

Al principio asustada y negada a lo que mis instintos me obligaban a hacer, resulté ser demasiado floja y lenta, hasta el extremo de no dejar que mis colmillos penetraran bajo esa piel desconocida. No obstante cuando una gota de su deliciosa esencia carmesí fue a mi paladar, cual degusté con sumo placer, automáticamente y tras un gruñido, me abalancé sobre él, desgarrando brutalmente su garganta, ensuciando mi vestido más de lo que ya de por si lo tenia. Deseaba adentrar mis colmillos más en aquella suave y calida carne que se abría como un manjar para mi parte neófita. Por lo que con un gruñido, arrebaté el cuerpo del hombre del agarre de Gabriella. Lo abracé entre mis brazos, sujetándole fuertemente sintiendo algunos de sus huesos astillarse o romperse bajo el tacto de mis manos y gimiendo placidamente alentada por los gritos ahogados, cada vez mas débiles del hombre, terminé en el suelo encima de él bebiendo ávidamente del centro de su garganta.

No entendía de nada más que no fuera la sangre correr por mi garganta, llegando a cada parte de mi renacido cuerpo, aportándome fuerza. Sin embargo mi humanidad era demasiado reciente y completamente desconcertada, desperté del trance de la sed al sentir aquel cuerpo frío resistirse a la extracción de sangre. Lo había secado por dentro. Ya nada quedaba de vida en aquel cuerpo, brutalmente atacado y exprimido hasta ser una carcasa vacía.
Rápidamente me aparté horrorizada y chillé, silenciando mi voz al sentir de nuevo la voz de Gabriella, hablándome intentando apaciguarme. Yo apenas le escucha, pero ella indudablemente parecía tener un don o una habilidad para tranquilizarme, calmarme con su voz.

¿Qué… he hecho? — Le pregunté temblorosa completamente asqueada de sentir como mi cuerpo asimilaba y pedía mas sangre. — Lo he matado… y yo no soy mala…No soy una asesina. Y ahora… ¿Qué haré? — Dije aún pensando como mortal y humana, sin entender todavía que había cambiado irremediablemente, sin retorno de nuevo a la mortalidad.  Miré los ojos de la vampiresa, negada a pensar en que ella pudiera ser el mismo ser que me había atacado. Ella no podía ser como aquella joven que como actualmente ella había hecho a aquel hombre, la había atacado sin miramientos algunos. — Ayúdame. —le rogué buscando apoyo en ella, mirándole a los ojos mientras yo permanecía aún entre el charco de sangre. Solo que por primera vez en la noche, la sangre no era de ella, si no de otra persona. ¿Sería así siempre? ¿Me había convertido en un monstruo?

Quise llorar, gritar, golpear…y no ocurrió nada, seguía paralizada.

No quiero ser un monstruo… —Susurré con miedo. Aún no entendia nada de lo que me había ocurrido, o por lo menos no demasiado bien. Lo que si entendía era de que con aquel comportamiento, de seguir así no podría volver con mis hermanas, con mi familia.
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