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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Mikelangelo Van Dort Sáb Nov 30, 2013 8:07 pm

Amarga soledad, siniestra oscuridad, el piano desentonado, una eterna pelea entre mi conciencia y mi virtud, mis pensamientos distorsionados, mis sentimientos endurecidos tras tener el orgullo roto, aquel mismo que con delicadeza acariciaba mi mirar, pulía mi arte de amar….

Mi pasión corrompida, mis anhelos lejanos y perdidos en un horizonte vacío, todo aquello estaba ya tan lejano de mis viejas manos, las mismas que tocaban el piano del salón en ese momento, las mismas ceñidas en las teclas llenas de polvo….

Me gustaría poder volver a aquellos días en que mi sonrisa se unía armoniosa junto a todos mis sentidos. Cuando la pauta completaba una serenata de amor exclusivo, el perfecto equilibrio entre el amor y la pasión, la obsesión se hacía lejana, mi música estaba destruida, y no hallaba ya, a quien echarle las culpas. Mi mente susurraba y me torturaba: “¿Cuánto más, cuánto más caminar por este sendero vacío, sin pasión, sin amor, sin sueños, sin compañía… sin “Ella?”....

Ella, ella y solo ella, una obsesión peligrosa que me llevó al límite del exterminio de mi propio ser inerte, mi primera creación… olvidarla, olvidarla… solo deseo olvidarla. Peligra mi sonrisa al pensarla, mis labios se envenenan  al saborear aún en mi aquellos besos que amaba y que deseaba perduraran durante toda mi eternidad…. Aquella fina cintura tras la protección de mi mano temblorosa, que solo se reafirmaba con un roce de ella sobre mi piel, que solo era fuerte con una mirada profunda de sus claros ojos, de su cabello anaranjado que le daba color a su piel fría y muerta, en especial cuando ésta se derretía ante mis labios que buscaban su hogar.

Pensaba, todo lo pensaba y volvía a rondar en mi cabeza su aroma, su mirada, su roce, sus labios, su cuerpo aguardado bajo el mío en un lecho cansado de tanta pasión y devoción entre nuestros cuerpos, nuestra unión. Lejana en una caricia y más cercana tras el odio de un abandono….

Mi piano lloraba, lloraba con lágrimas cristalinas y la música se volvía toda una masacre de lamentos, mis ojos entrecerrados, mis labios sellados, más mi mente observaba el panorama y… ¡Mi alma gritaba de dolor, de tristeza, del rompimiento de la porcelana, de la coraza de mi pecho!...



Alzando la mirada, el aroma de su sangre me atrajo... una joven que al parecer había estado apreciando mi interpretación de "Silhouette", aunque su mirada era un tanto algo asustada quizas por la cantidad de notas graves que llevaba la melodía, pero en si pude denotar aquella leve sensación de interés, mis ojos volvían la mirada a las teclas, mientras continuaba alargando un poco más la canción y mis ojos brillaban a través de mis movimientos con la sed llamándome a su cuello, pero siempre podía resistirme...

Una joven quizás con no menos de 17, su mirada tornándose un poco más recatada que aquel momento en que "la descubrí", mirándome. Usaba un bello vestido que demostrada su pulcritud y aquella sangre de alta clase, desesperadamente exquisita... su aroma se deslizaba como una suave brisa en mis fosas nasales... y suspiré.
Pero era una joven inocente, pude leer en sus pensamientos la curiosidad por mi música y mucho más allá pude descubrir su desconocimiento por razas sobrenaturales como la mia...
Maldiciones y semblantes oscuros, todo completamente desconocido para ella... incluso mi melancólica melodía, era casi como un asesino a su extremada forma de ver la vida...

...Al final, la miré con semblante serio al terminar mi melodía, y le hablé desde el piano...
-¿Usted, sabe tocar?-... dijo mi voz, casi ultratumba...si, de seguro la asusté, pero su mirada y su sangre me llamaban a dirigirle mi palabra... a dedicarle tal vez una sonrisa, que esbozaría tras decir un:

-Bienvenida a París, Mademoiselle- finalicé sonriéndole con dulzura...
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Mensaje por Jewell Coulston Lun Dic 02, 2013 1:22 am

Los tesoros más preciados se guardan bajo llave, en el sótano de las casas y ocultos a la vista y conocimiento del resto, no sea que los vayan a ver quieran poseerlos de cualquier manera. Era sumamente extraño que Jewell saliera como lo había hecho esa tarde, es más, las ocasiones desde que había llegado a París se contaban con los dedos de la mano; pero aquella ocasión el universo había fallado en su contra y su padre había mandado a buscar con ella y su madre antes de la hora de la comida. El precioso tiempo queda a los británicos y los franceses tenían que sobrevivir con lo que Dios generosamente les había dado, en teoría el señor Coulston debía de llegar a casa para recoger a su esposa e hija y después ir a una de estas comida planeadas desde hace semanas. Un lugar vistoso donde dos hombres de renombre se pueden juntar y enaltecer su figura con el brillo del otro, un pacto tácito de fama que firman en un acto tan simple como compartir los alimentos de una misma mesa. El señor Coulston era listo, inteligente y ambicioso, sabía que él no llamaría la atención por sí solo, entonces llamaba a su esposa y a su hija, porque hasta los piratas más cautos necesitan alardear un poco de la hermosura de sus tesoros.

El vestido de las damas era pomposo, menos mal la familia no escatimaba en transporte o entonces se verían en la penosa necesidad de presentarse con las faldas mancilladas de arrugas y eso era simplemente impensable. Jewell oía el traqueteo del camino, mirando con recato forzado por la ventanilla. La vida de la ciudad le alteraba, despertaba sus sentidos como pocas cosas lograban hacerlo y sin estar mucho en ella, ya sentía esta fascinación que carcome por dentro al saber que jamás se descubrirán los secretos ocultos de ella. ¡Es que era una ciudad! Un lugar de idas y de venidas, de paisajes naturales con un sin fin de ingenios humanos decorando el paisaje, era el lugar donde las luces arrebataban el aliento y las personas impactaban con una floritura de su mano.

El universo seguía de su lado cuando otro hombre las mando a llamar a ella y a su madre al interior del teatro, al parecer no sólo se dejarían con la familia del socio principal, sino ahora su padre quería deslumbrar al dueño del teatro –al que por cierto acaba de poner una soga al cuello con un contrato que le daba la exclusividad a su empresa de los vestuarios de la siguiente gran puesta en escena- con las hermosas mujeres de la casa. Jewel había estado en el teatro un par de ocasiones, los decorados rematados en filigrana dorada y las alfombras rojas le daban la sensación de estar en un palacio, las mujeres ataviadas con atuendos esplendorosos siempre cogidas del brazo de un caballero de modales finos; en el escenario podía estar la obra principal pero en mundo entre actos también era una pieza maestra de la cual ella podía formar parte y eso embelesaba sus sentidos. Ninguna idéntica a la otra, una misma obra que nunca era igual. Una vez que las damas se presentaron ante tan ilustre caballero tuvieron que abandonar el lugar para dejar que los hombres terminaran de matizar los negocios. ”Una mujer nunca se entromete entre los negocios de su marido”, le dijo la mirada firme y dulce de su madre, la chica entrelazó los dedos finos enfundados en guantes de encaje y asintió mirando sus manos a forma de respuesta.

Un momento es lo que se necesita y un detonante en ese momento para hacerla olvidar el resto, sus sentidos atraídos magnéticamente al sonido tan familiar del premio le alertaron del murmullo inquieto que atravesaba palabras. Imantada a él abandonó la sala con una excusa lo suficientemente convincente para que la dejaran marchar a los aseos, sin embargo, cada fibra de su cuerpo pulsaba por las notas graves de aquella canción desconocida.  Los ecos la guiaron hasta el lugar adecuado, porque el corazón siempre encuentra lo que busque y aunque el piano no es su más grande afición, lo adora como a ningún otro de los instrumentos de la orquesta.

Jewell era una chica con suerte, la puerta entreabierta fue la última invitación que necesitaba para entrar en aquella sala, si hubiera encontrado el cerrojo posiblemente lo hubiera pensado dos veces pero el espacio que impedía al pestillo cumplir con su función fue todo lo que necesito para dejar de pensar, para abrazarse a la música y ser abrazada también por esa melodía tan hermosa. Dolía escucharla y más doloroso fue contemplar la escena que se abrió frente a ella cuando empujó la puerta, ¡dolía contemplar tanta hermosura! El mundo entero se desvaneció en la figura masculina frente al imponente piano, dictándole las notas y formando esa melodía que había dejado de ser un murmullo a través de la pared, era una voz viva, potente y agonizante, esa voz que alcanzaba el oído humano y hacía rendirse al resto del cuerpo con su vibración. La joven estaba absorta en la música, en la habilidad del músico y en la profundidad de la canción que se había paralizado en la entrada de la puerta. No pensaba porque pensar era para quienes tenían los sentidos fríos y su menudo cuerpo se agitaba en cada parte álgida de la melodía. Una parte de su cabeza le alertó que había sido descubierta, la misma parte que intentó mesurar la intensidad de su mirada evitando el contacto directo con el músico, pero mientras siguiera sonando el piano, no le importaba. Mientras hubiera música, ella bailaba.

De pronto, el piano cayó. La música dejó de inundar la estancia y por ende de embotar sus sentidos. El clima a su alrededor se volvió frío, un golpe del tiempo le arrancó el oxígeno los pulmones. ”No debí hacer esto, no debí hacer esto”, recriminaba la voz en su cabeza pero era demasiado tarde para salir huyendo, una dama no sale corriendo nunca de un lugar porque no es propio de ella. La voz del hombre cortó el silencio eterno en la cabeza de Jewell, juntó de nuevo las manos frente a ella en un instinto protector. Hablar era complicado, lo era cuando la gente sabía demasiado de ti con un único monosílabo. La seriedad en su rostro le dio un mal augurio, a lo mejor estaba molesto. ”¡Por supuesto que está molesto, Jewell, lo haz interrumpido!”. El tono de su voz le confirmó que había hecho algo terrible, no se puede entrar y distraer a un músico porque a ella se ocurrió descubrir el origen de tan hermosa melodía.

Hizo el esfuerzo por tomar todo el oxígeno necesario para responder a aquello sin parecer un cachorrito asfixiado, de pronto el corsé le parecía más sofocante de lo usual. -Conozco las teclas y sus sonidos, señor, pero jamás he ejecutado una pieza como la que acaba de tocar usted. Mis conocimientos aún no son tan bastos-. Respondió lo más firme que pudo, su educación le había ayudado a mantener cierta tranquilidad pero si se miraba atentamente era fácil reconocer la intimidación oculto en sus gestos. Los ojos claros de la marsellesa se habían prendado de las facciones del músico, cuando sus labios dibujaron esa suave sonrisa el alivió recorrió su cuerpo de inmediato. -Gracias-. Contestó quedamente a su bienvenida, desconcertada desde el moño en sus rubios cabellos hasta la punta de sus zapatillas, ¿por qué le daba la bienvenida? Hubiera querido preguntar pero su madre le había dicho que una mujer demasiado curiosa, es una mujer poco graciosa. -Lamento mucho haberlo importunado, señor, será mejor que le deje. Le pido no me guarde rencor por esta pequeña intromisión-. Solicitó la pequeña Coulston, era lo que único que necesitaba antes de poder marcharse, escuchar por parte de tan talentoso varón que su intromisión estaba disculpada. Él no lo sabía, y seguramente no lo sabría, pero la tranquilidad de Jewell en ese día dependía de lo que él le dijera, una palabra suya podría liberar su alma de eterna pena o condenarla a la vergüenza.
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Mensaje por Mikelangelo Van Dort Lun Dic 02, 2013 6:10 pm

Quedé algo desconcertado de la mesura de la muchacha, en estos tiempos me había topado con más de alguna joven atrevida, y al verla tan atenta a mi respuesta, ante sus disculpas no dudé ni un momento en dárselas…

-No te preocupes, estás perdonada- le dije rápida y fríamente para después observarle con atención intentando evocar algo de confianza en la joven para que no se asustara más de lo que ya estaba…

-No me ha molestado tu presencia en absoluto, puedes sentarte a escuchar si lo deseas…- respondí alzando mi mano hacia una butaca cerca y vacía, enseñándosela.

–Si es que sabrás que la música existe para ser escuchada, como muchas otras cosas existen para algo… todos estamos aquí por algo, aunque muchas veces deseemos dejarnos al azar, tras no poder aceptar que no todo nos puede salir como queremos…- dije inconscientemente pues mi mente había volado en un santiamén tras observar de nuevo el piano y mi sorpresa aún anonadada por la inesperada presencia de la joven.

Aveces, al estar frente a un piano expresando mis sentimientos a través de él, me hacía olvidar muchos modales, lo básico de una cortesía, la sencillez del beso en una mano, la entonación y es que en ese momento me sentía como en mi propio hogar. Éramos una eterna soledad y yo unidos de la mano, con una intensa conexión entre mi melodía y mi alma. Sabía que en ese momento ya no estaba solo, pero… ¿Por qué no invitar a la naciente orquídea de primavera a ser parte de este pequeño campo de fuerza, dónde se podía salir de esta realidad?...
Todos necesitamos un respiro, un respiro que nos ayude a recordar nuestras olvidadas pasiones, nuestra cuna de obsesiones, aquellas que saboreamos a escondidas, para que no descubran lo que realmente nos hace felices, temerarios ante el daño que podría causar el expresarnos libremente. Eso era lo que mi ser espiritual intentaba mitigar día a día, aquel deseo y realidad de que somos realmente libres, independiente de que las cosas banales nos acorralen en la vida cotidiana…¿Salirse de ella? Claro que se podía, siempre y cuando hagamos movimientos sutiles e inteligentes para que el mundo en el que nos haya tocado vivir, no se desmorone.

Dirigí mi mirada hacia la joven con suavidad, mientras mi cuerpo se inclinaba en una reverencia y me presenté ante mi humilde visita:
-Mikelangelo Van Dort, mademoiselle... Músico de este hermoso teatro, Duque de Países Bajos, Caminante Nocturno, Amante del delicado arte de la poesía.. pero lo más importante... el alma musical dentro de un sueño eterno e imperfecto...- dije en un tono de voz rasgado, mientras miraba con reflexión el suelo..

-Discúlpeme usted por llamar a sus oídos sin siquiera que se me haya concebido el permiso para hacerlo...-suspiré – ...y si no es mucha más mi imprudencia, desearía saber al menos el nombre de la dama inocente presa de mis más amargas melodías insensatas...- finalicé mientras mi rostro cambiaba rotundamente de aquel desplante serio y a la defensiva de hace un rato a uno de mayor ternura, con la sonrisa, no esforzada por no querer, sino por el cansancio y el pesar de mis años y mi vida tras un piano escuchado y asesinado por quien lo escucha así mismo, como reconstruido por el autor sin la idea de más vida, sino que de más muerte ensoñada....
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La Silueta De Una Orquídea [Privado] Empty Conociendo artistas

Mensaje por Jewell Coulston Mar Dic 03, 2013 8:14 am

La burbuja de presión en el pecho de Jewell se desinfló al escuchar esas simples palabras, la noche de hoy podría recostarse en la almohada sin la pesadumbre de haber hecho enojar a nadie. Mucha gente seguro la llamaría con apelativos poco corteses pero ella simplemente era así, preocupada por las otras personas y con el constante temor de ofrendarlas de cualquier forma, tampoco era que buscara agradar a cuanta persona se le ponía enfrente pero tampoco estaba en sus planes disgustarla con alguna palabra o acción directa contra su persona.

-Muchas gracias por la invitación-. Respondió con una voz mucho más liviana que la anterior, se sentía agradecida no sólo por la invitación sino por no haber causado un desequilibrio en la inspiración del músico. Los artistas son personas sensibles, mucho más perspectivas y despiertas a los detalles del mundo que el resto de los humanos. Diamantes a la mitad de minas de carbón, tan admirados y envidiados al mismo tiempo que producían una extraña fascinación. La rubia podía entenderlo, lo entendía bastante bien aunque no llegaba a considerarse una artista como tal pero la pintura, en especial la pintura, despertaba en ella conexiones con el mundo que no había conocido con ninguna otra cosa. Jewell lo escuchó atentamente, aún no había aceptado la oferta ni la había negado, simplemente estaba flotando en el aire porque la voz de su cabeza le decía que era mejor salir pronto de ahí, la estarían buscando pero no podía. Simplemente el magnetismo del piano hacia ella y del músico en sí mismo, era mucho más fuerte que cualquier represalia. -¿Usted desea ser oído?-. Preguntó guiada más por su curiosidad que por sus buenos modales, si bien era cierto que uno tocaba para escucharse o pintaba para mostrar el universo de su cabeza, a veces también existían esos oasis de soledad donde sólo había espacio para la obra y el artista, a lo mejor eso buscaba él en ese momento o a lo mejor no buscaba soledad sólo contacto con las teclas y ella había sido un matiz en el lienzo.

El corazón de Jewell brincó de felicidad cuando reconoció una presentación con todas las normas que ésta implicaba. Era una chica diestra en sus artes y de mente hábil, sin embargo, a veces la gente de París no hablaba con la sencillez con la que lo hacía la gente de la costa, su vocabulario era más rico, más lleno de sentimiento y con diferentes palabras para cada tipo de situación. Pese al tiempo que llevaba en la capital, aún le costaba trabajo interpretar correctamente lo que las personas querían decir, sobre todo cuando demostraban una cultura y experiencia otorgada por los años que a ella le faltaban. Por eso debía de aprender, por eso su madre le había puesto una institutriz que le enseñara las artes de la convivencia humana. Sus largas pestañas abatieron el aire un par de veces, reflexionando lo que le estaba diciendo. Si la persona frente a ella no sólo era un virtuoso sino además se le había reconocido el talento con un título de un país lejano. -Mucho gusto en conocerlo, duc Van Dort-. Le devolvió la reverencia justo como le habían enseñado a hacerla. Había visto a muchos artistas en los escenarios, presentando al mundo sus habilidades y haciéndolo más bello con sus resultados finales, pocas eran las ocasiones en las que podía hablar con ellos mucho menos hablar con ellos a solas, Jewell poco conocía de lo que era estar sola y de la privacidad por lo que el contexto entero de ese encuentro la cautivaba. Justo así se los había imaginado en su cabeza, almas de la noche con tantos sentimientos guardados que les impedían conseguir el descanso, por eso trabajaban en composiciones tan profundas.

Ahora le tocaba presentarse a ella, las manos dentro de los guantes de encaje sudaron un poco, ella no tendría ni la mitad de apelativos para describirse. -No es ninguna imprudencia, imprudencia la mía por interrumpir a la mitad de su ejecución. Soy Jewell Coulston, hija de Thimohée Coulston, visionario manufacturero, proveniente de Marseille-. Contestó haciendo la mejor recopilación que podía de su vida, por lo general siempre su madre o su padre la introducían, en su defecto, alguno de sus  hermanos, para haberlo hecho sola se sentía bastante conforme con el resultado. -Su melodía, incluyendo su tristeza, es más bella que cuanta cosa existe allá afuera. Su llamado tenía el permiso, aunque usted no lo supiera, de tocar a mis sentidos. Porque si bien aún no soy muy diestra con los dedos sobre las teclas, mi oído está atento a tan bello sonido-. Quizás ahora le tocaba a ella despejar las dudas para evitar el remordimiento ajeno, aunque no lo veía demasiado remordido. La melancolía de la pieza también era perceptible con la vista, la nostalgia de algo o tal vez sólo el halo de lo que acaba de tocar; como fuera a Jewell le pareció mucho más humano, mucho menos intimidante de cuándo la descubrió en un inicio. -Desconocía esa pieza, cabellero, ¿podría decirme el nombre de tan elocuente composición?-. Preguntó con un poco de más confianza, con las manos más secas, con la tensión de los hombros más relajada.
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