Silueta de Mujer (Libre, +18)

Los lunes se presentaban un poco más fáciles que los otros días de la semana, sobre todo porque, por ser lunes precisamente, la clientela en el cabaret escaseaba. Los fines de semana eran días en donde más trabajo y más clientes asistían, hasta altas horas de la madrugada; sin embargo como ya he dicho, los lunes podía retirarme más temprano a descansar. Siempre terminaba con los pies amoratados, la garganta hecha trizas y el maquillaje corrido, ¡y no hablemos del ajustado corsé que se nos obligaba a usar para acentuar nuestra cintura! Recuerdo que los primeros días me ajustaron tanto las cintillas, que casi creí morir de asfixia. Aún lo odiaba con todas mis fuerzas,  sin embargo había aprendido a vivir "con mi herramienta de trabajo", una pieza fundamental del traje de cabaretera, como bien había comentado la patrona la primera noche que me entrevisté con ella para solicitar el trabajo. No me disgustaría tanto, si no me apretara tanto los senos y los levantara de manera provocativa, haciéndome sentir incómoda, bajo el riguroso y lascivo escrutinio de los hombres de las primeras filas, que me devoraban con la mirada.

Si, aquella primera noche fue fatídica, lo recuerdo bien. Terminé en la bañera con el agua casi a punto de ebullición, abrazada a mis piernas, sollozando. Lloré desconsoladamente porque aquello no era para mí. No me sentia parte de aquel mundillo farandulero, disfrazado de glamour y terciopelos rojos. Deseaba otra cosa para mi futuro, que ocurriese un milagro, pero hasta el momento la venia de la buena suerte se había olvidado de mí. Aún así, cada día me levantaba con el ánimo suficiente para no dejar de soñar. ¡Yo era una soñadora! Una guerrera, y como tal, lucharía hasta convertirme en una respetable actriz y cantante; una devoradora de libros. Leería hasta que el sueño me arropase o la luz de la vela se extinguiese...

-¡Suzette! -gritó una de mis compañeras de baile, arrancándome de mis pensamientos -. Te llaman. La patrona quiere hablar contigo. ¡Anda niña, no le hagas esperar que parece tener un genio de los mil demonios!

-¡Enseguida voy! ¡Ya voy! -.Yo ya me encontraba en uno de los camerinos generales desmaquillándome y alistándome el cabello. El elaborado peinado que no hacían todas las noches me daba dolor de cabeza.

Acudí lo más pronto posible al despacho De Virginia, aún con la duda en la cabeza. ¿Qué querría ella de mí? Pocas veces habíamos intercambiado palabras desde que me había contratado. ¿Habría hecho algo mal? La duda me estaba carcomiendo.

Toqué tres veces la puerta, hasta que escuché la voz de ella, que me invitaba a pasar. Cerré cuidadosamente, llegué hasta a ella, e hice una pequeña reverencia a modo de saludo. Ella sonrió, se levantó, y se acercó hasta a mi para tomarme por los hombros, girándome hacia ella:

-Dime Suzette. ¿Estás cómoda trabajando para mí? ¿Te gusta cantar y bailar en el cabaret?

-Si señorita - contesté tratando de no revelar mi nerviosismo. Era claro que no lo estaba, pero no iba a ser tan tonta como para decirle mis verdaderos pensamientos, o me echaría a la calle.  

-No sabes el gusto que me da escucharte. ¿Sabes? Eres un diamante en bruto. Si trabajas mucho y te portas bien, vas a llegar muy, muy lejos.

Para tales instancias, Virginia estaba tocándome el cabello, llevándolo hacia atrás para hacerme un chongo, dejando algunos mechones sueltos hacia el frente. Después tomo un bilé rojo de su bolsito de mano y me pintó los labios nuevamente. Yo parecía una estatua. ¿Por qué estaba haciendo todo esto?

-Suzette, hay alguien que quiere conocerte. Parece ser alguien importante. No sé por qué presiento que ésta noche puede ser un parteaguas en tu vida.  - volvió a sonreir mostrándome su dentadura perfecta, aunque algo amarillenta por el tabaco-. Ésta persona quiere que bailes para él, cosa que sabes hacer estupendamente y... -me revisó de arriba a abajo, con esa mirada fría característica en ella -. Y, puede ser que si lo haces bien, quizás te ayude a conseguir esos sueños de los que tanto hablas tras bambalinas. ¿No te da emoción? No cualquier chica tiene tanta suerte.

Tragué saliva y comencé a temblar. Me quedé callada por un instante. En verdad quería ser alguien diferente. Más no al precio aquel.

-Si , pero yo...

-Sólo vas a bailar Suzette. ¿Comprendes querida? Anda, ve y persigue tus sueños.

Me tomó de la mano y salimos de su despacho, dirigiéndonos hacia aquella zona privada del cabaret, a la cuál había jurado nunca ir, porque ya sabía lo que ocurría tras esas puertas. Mientras recorríamos los angostos corredores, podía escuchar las risas y cuchicheos de las demás chicas. Yo quería que me tragase la tierra en aquel instante. Me sentía observada y sucia.

-Pórtate bien Suzette. No me decepciones...y ahora sonríe. Venga dame una sonrisa niña, que pareces un témpano de hielo.

Hice mi mejor esfuerzo. Sonreí, aunque por dentro quería llorar.

Virginia tocó la puerta y me hizo entrar. Despué cerró rápidamente. Por un instante tuve el impulso de tomar el pomo y salir corriendo, pero no lo hice. Traté de tranquilizarme, de controlar mi respiración; después de todo sólo iba a hacer un baile, nada más. Dentro, la luz era tenue, sin embargo pude ver una silueta al fondo.

-Buenas boches... - dije casi en un susurro. Las piernas me temblaban.

Podía recordar las veces en las que le habían llamado niña y lo mucho que le había molestado el apelativo. Porque no lo era. Sin embargo, aquella noche, en aquel cuarto a media luz, frente a la presencia de un hombre al cuál no conocía, se reprendió mentalmente porque - después de todo- lo era, tristemente. No conocía el mundo. Nunca había salido de la ciudad, no sabía leer, ni escribir, y lo único que conocía como la palma de su mano, eran las paredes y los camerinos del burdel. Si. Era una niña. Una niña temerosa de lo que pudiese pasar en los próximos minutos, aunque el monsieur caballero, le dijese que no le haría nada. ¿Cómo podía interpretar sus palabras? ¿A qué se refería exactamente? ¡Cuántas ganas tenía de salir corriendo! De dejar atrás todo sin que le importasen las consecuencias.

Ante la pregunta del hombre que aún seguía oculto tras las sobras, trató de controlar su nerviosismo, recordando las palabras de su empleadora: "No me decepciones","Sonríe". Evitó parpadear más de lo normal, porque las lágrimas rodarían por sus mejillas inevitablemente. Ya sentía ése líquido salino, queriendo derramarse por todo su rostro, revelando lo que sentía por dentro.

-Monsieur, es la primera vez que bailaré para usted. -No era mentira, sin embargo no había respondido directamente a su pregunta. Se sentía tan tonta y estúpida parada frente a la puerta, esperando una especie de milagro que la salvara de aquel momento que pensó, jamás llegaría. -Puede ofrecerme de beber lo que usted crea más conveniente, caballero.

Su mente se encontraba como un volcán a punto de hacer erupción, tratando de recordar las pláticas de sus compañeras cantantes y bailarinas, sobre sus respectivas experiencias en éstos casos. Algo habían mencionado acerca de las bebidas, más no recordaba con exactitud. ¿Habían dicho algo acerca de pedir la botella más cara? ¿De fingir beber y echar el líquido al macetero apenas el cliente se distrajese, para evitar embriagarse antes de tiempo? Ahora estaba muy arrepentida de no haber prestado atención. Si tan sólo hubiese abandonado por breves instantes su mundo rosa, donde habitaban caballeros, príncipes y dragones, para prestar atención a la vida real. A su mundo real.

Se sentía perdida. El príncipe azul, jamás llegaría al castillo y le salvaría. Su cuento de hadas no iba a tener un final feliz.